No fue hasta el día siguiente, a mediodía, que Silvana pudo encontrar a la de Santillana para ponerla al corriente de lo ocurrido el día anterior. Se apareció un santo, Brynne se mete a monja, don Miku la buscó por saber si sabía algo de la niña, intrusos embarrando las alfombras persas que habían (cof) robado (cof) de cuando (cof) desvalijaron (cof) el Palacio Real tras la muerte de la Reina Ximena, doña Marta y la gitana buscando el cirio más grande de todo el pueblo...
Urania no daba crédito. Salía unos días del pueblo, y de repente todos entraban en una crisis mística. Pero que ese pueblo era pagano ¡hombreyá!. Y todos los gatos estaban locos.
Se acercó rápidamente a la casa del caos, donde Cyliam y Miku seguían inconsolables. Para la ocasión, y ya que irían tres en el viaje, la Duquesa había mandado preparar (¡atención!) el carruaje. A duras penas, los padres lograron dar las señas del maldito convento donde estaban todas esas monjas a las que tanto resquemor guardaba Urania (fueran las que fueran) y allí llegaron. La hermana portera (una especie de vieja'l visillo, pero con carnet) les dijo que no podían visitar a Brynne. Los padres protestaron, Cyl amenazó con ardillas, haciendo que la monja frunciera el ceño, y don Miku ya no sabía si sacar la espada o qué.
Urania, en su voz más fría, la que sólo utilizaba cuando hablaba con un verdadero enemigo, le dijo,
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Perdone, pero yo, a quien deseo ver, es a la abadesa. A la Madre Burgondófora. Hágale saber que la Duquesa del Infantado y Marquesa de Santillana, y los Señores de Compostela, don Miku y doña Cyliam, la tía del mismísimo Obispo de Segovia y Cardenal de la Iglesia Aristotélica quieren verla. Hizo una pausa.
Ahora..
La hermana portera no estaba muy segura de que aquello fuera a acabar bien, pero les cedió el paso y les condujo a través de lúgubres estancias, hasta un despacho donde estaba la madre abadesa, al frente de un escritorio al otro lado del cual tan sólo había dos sillas. Don Miku quedó en pie mientras la de Winter y Cyliam, que seguía sollozando, se sentaban. El hombre hacía todo lo posible por consolar a su esposa, y la sostenía de los hombros, mientras ella intentaba enjugar las lágrimas con su pañuelo.
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Ustedes dirán a qué se debe el motivo de su visita, repuso la abadesa, en un tono de voz que permitió a Urania saber que se encontraba frente a una mujer inflexible en el trato.
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Mi hija, mi hija Brynne..., empezó Cyliam.
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Querrá decir la novicia Brynne, señora. Ayer acudió aquí y solicitó acogerse a la orden, descontenta de lo que había visto en el mundo exterior
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¡NO! Es nuestra hija, y vendrá con nosotros... la hemos educado, la hemos cuidado..., empezó a decir Miku.
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Sí, señores, pero nada de eso la ha convencido. Ella, por inspiración de San Cosme, según nos ha contado, ha decidido venir a nosotras y no somos nosotros quiénes para contradecir la voluntad de un santo, que sin duda, ha encontrado en esta niña un motivo para visitarla a menudo.
La de Winter rió, y la abadesa se volvió bruscamente hacia ella, endureciendo más el tono, si cabe.
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¿Osáis mofaros de las apariciones divinas, Señora? ¿Sabe usted la de años que hace que no hay evidencias de que un santo baje hasta esta ciudad por culpa de todos ustedes paganos y herejes que...
La Duquesa la interrumpió.
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Cuánto.
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¿Cómo dice?
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Pregunto que cuánto beneficio piensa usted sacar de tener entre sus novicias a la niña que ve a San Cosme. Ya lo ha imaginado, ¿verdad?. En sus sueños. Carruajes y carruajes llenos de gente que quieren visitar a la niña que vio al santo. Donativos. Tal vez una hostería regentada por las monjas. Producción de dulces... lo habitual. Sin duda, todo esto puede resultarle muy beneficioso, madre Burgondófora, pero yo también soy generosa. Y le pregunto que cuánto cuesta que hable usted misma con Brynne, ahora mismo, y le aconseje volver con sus padres. He visto los desperfectos en los pasillos que atravesamos antes de llegar aquí. Sin duda una inyección inmediata de dinero, en lugar de esperar a que se corra la voz de la niña milagro, le resultaría mucho más provechosa.
La madre abadesa torció el gesto. Sabía de las riquezas de la Duquesa, pero desde luego nunca llegaría a compensar los ingresos que obtendrían si aquello se convertía en un lugar de peregrinación.
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Me ofende, Señora Duquesa. Una vocación es algo que no se compra. Si la niña lo ha decidido así, aquí se quedará.
Cyliam volvió a sollozar, mientras Miku la intentaba consolar. Antes de que acabara sacando la zapatilla contra la abadesa, y aquello no se pudiera resolver, Urania se dirigió a Miku
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Creo que a tu mujer le sentaría bien algo de aire fresco. ¿Por qué no la llevas al claustro? Yo estoy segura de que la abadesa y yo llegaremos a un acuerdo.
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No sé de qué más tenemos que hablar..., empezó a decir la abadesa, mientras Cyliam se levantaba.
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Oh, sí. Por el bien de su congregación deberá escucharme, créame. Urania se dirigió entonces a Miku.
Cuando Cyl se tranquilice, os espero a la salida. Estoy segura de que llevarán a Brynne a vuestro encuentro al claustro en breve. Tomaos el tiempo necesario para hablar con ella y convencerla de que lo mejor es que vuelva con vosotros..., miró de nuevo a la abadesa,
aunque de eso también se encargará la madre Burgondofora, creo yo.
Cuando se cerró la puerta tras ellos, la monja se levantó de la silla, airada (¿no es la templanza una de las virtudes aristotélicas?), mientras la de Winter parecía concentrada en alisar los pliegues de su falda. En un tono de voz bastante alto, empezó a discutir
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Excelentísima Duquesa. No sé muy bien qué es lo que le ha traído aquí a reclamar a esta niña, que ni siquiera es de su religión, ni qué pretende, pero no hay nada que negociar. Brynne ha decidido por su voluntad y por inspiración divina ser religiosa. ¿En qué le incumbe esto a usted? ¿No tendrá usted intenciones de corromperla y llevarla a sus creencias paganas que sólo conducen a la desgracia y a...?
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Por favor, Madre Burgondofora, siéntese. Que no es esto una conversación de mercado. La verdad, no me explico cómo Brynne ha salido tan educada si esa educación la recibió de usted. La Abadesa, con la ira en su mirada, volvió a sentarse. La de Winter prosiguió, comentando como de pasada...
No sé si está usted al tanto de lo que sucede en el convento cercano, el que dirige la Madre Anunciación.
La mirada de la abadesa cambió. Sí, estaba al tanto, pensó la de Winter.
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Sí... lástima de congregación. Las novicias no duran allí apenas un año. Tras su estancia unos pocos meses, todas quieren salir, para conocer las bondades del mundo, el amor, el cariño de un hombre... Apenas las más torpes y feas llegan a alcanzar los hábitos, ¿no es cierto? Una verdadera desgracia, en pocos años el convento tendrá que desaparecer por falta de monjas.
La abadesa cruzó las manos sobre su regazo, y siguió callada.
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Y todo desde que aquel caballero rubio solicitó asilo en el convento. Porque claro, los conventos y monasterios están obligados a dar asilo a todo el que lo solicite, es una de sus reglas más sagradas. ¿Me equivoco?
La madre Burgondofora asintió.
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No, no se equivoca
Urania inclinó levemente su cuerpo hacia adelante para proseguir.
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Pues bien, ese caballero, el que solicitó asilo allí, es mi amigo. Casi mi hermano, diría yo. Mantenemos correspondencia habitual y, créame si le digo, Urania sonrió levemente,
que si le aconsejo un pequeño cambio de aires, no le parecerá mal. Ya en su última carta me hablaba de que estaban empezando a traer novicias de otros conventos, pero que cada vez eran menos. ¿Querrá usted que le escriba en cuanto vuelva a Valladolid diciéndole que este convento pronto se llenará de novicias atraídas por San Cosme y las visiones de Brynne, y le hable de la tranquilidad que se respira en el claustro, y de la amabilidad de su madre abadesa.?
Ahora era temor lo que se veía en la mirada de la monja.
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En realidad, ni siquiera hace falta que le mienta. Podría decirle que este es un convento cochambroso, que apenas hay novicias atractivas y que la abadesa es una mujer sin ningún tipo de amabilidad. Pero no importa, porque estoy convencida de que si se lo pido, él solicitará asilo en su convento. En este convento. Le aseguro que lo hará.
Los puños de la religiosa se crisparon.
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Pues bien, si no quiere que yo escriba esa carta a mi vuelta a casa, dijo la de Winter poniéndose en pie y retirando la silla, para salir,
si no quiere que yo escriba esa carta, va a llamar usted a Brynne, explicándole el dolor que ha causado a sus padres su marcha. Le va a hablar de todo lo que puede hacer por San Cosme y la excelsa vida religiosa que puede llevar fuera de las paredes del convento. Y la va a llevar con sus padres, y ella estará contenta de volver con ellos. Yo esperaré a la salida, en mi carruaje. No más de una hora. Y entonces, volveremos los cuatro a Valladolid, y usted podrá seguir manejando su convento en paz. Sin Brynne, sí, una lástima, porque a pesar de ser tan... como es, es una niña encantadora, y es una pérdida para su convento. Pero sin duda, usted sabrá elegir lo mejor para su congregación.
Con una mano en el picaporte de la puerta, terminó de hablar.
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Recuerde mi oferta, soy generosa. Una pequeña cantidad para arreglar las goteras de los pasillos, no le vendría mal. Es más seguro que esperar más milagros, aunque usted sabrá la confianza que tiene en su dios y en sus santos. Y, tal vez... no, tal vez no, estoy segura, de que entre Cyliam, la dama Marta y yo podemos convencer al Obispo de que traslade la imagen de San Cosme de la Colegiata de Santa María a este convento. Estoy segura de que al santo también le interesa la labor de mantener la vocación de las ya novicias, y tal vez tengan suerte y se aparezca a alguna más.
Al salir por la puerta, se despidió.
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Pase buen día, madre Burgondofora. Y que la diosa la asista en su labor.
Sola, se dirigió a la salida, sin acudir al centro del claustro donde Cyliam y Miku esperaban. La hermana portera le abrió el frontón del convento y ella subió al carruaje para resguardarse del sol de justicia que reinaba en ese día de julio.
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¿Salimos ya?, preguntó él.
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No, esperamos. No creo que tarden, contestó la de Winter, en un tono mucho más relajado. Y masculló a continuación,
o aquí va a arder Roma.