Mildred
Hace mucho tiempo que no asistía a un evento de esta naturaleza, los diversos viajes la habían hecho algo torpe, pero algo la tranquilizaba.
Sube al carruaje con rumbo al Palacio...
Miraba el paisaje mientras avanzaba en su viaje, trataba de buscar a lo lejos el cabalgar de su amigo que la acompañaría sin resultados positivos
¿Pero que cosa tan extraña esa de temer al encierro? se preguntaba para si mientras sonreia
Ya llegaba a su destino y los nervios la consumían, saco un espejo para ver si estaba todo bien... quizás debí ponerme otro vestido :S
Al abrirse la puerta del carruaje vio a un elegante y muy guapo caballero esperándola...
Con la sonrisa que la caracteriza baja del carruaje sostenida de la mano de Teren...
Buenas tardes mi caballero, como estuvo ese galope?
Mientras esperaba la respuesta de su amigo, miró a los guardias
Buenas tardes señores,
Buenas tardes dama dijeron ambos guardias al unisono
Muy bien mi Lady, ¿y, como estuvo su viaje?
tranquilo, aunque con mas de un salto por ahi, con esas piedras en el camino.
Bueno, creo que ya debemos entrar... le ofrece el brazo para que se afirme la jovencita
Mildred toma un poco de aire y coje el brazo del caballero, ambos caminan por aquella alfombra haciendo su entrada al palacio.
Divisan a algunos conocidos saludandolos con una sonrisa hasta llegar al lugar donde estaban sus asientos.
Ya estamos a aquí, ahora solo esperemos la aparicion la Reina
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on el traje de los domingos bien lavado y convenientemente ungido en perfumen y las arrugas estiradas porque no quedaran a la vista, ensilló a Balío y puso galope al Palacio del Primado. Desde lejos se apreciaban ya las entradas florales que conducían a las puertas desde cada uno de los caminos y cómo relucían ante la luz del sol las armaduras de los soldados que las guardaban. Era aquella, sin duda, la ceremonia más noble a la que había tenido ocasión de asistir, la coronación de un Rey, de quien sería, a la postre la cabeza visible de todos los valencianos.



n la calle, con gran boato paró el carro de su señora progenitora, rubia teñida que aguardó a que se abriesen las puertas. No pudo sino acercarse al carro, como deber sagrado de todo buen aristotélico, por ayudar a su madre.


