Mikumiku
Una ráfaga de viento azotó las prendas de abrigo que le protegían del frío. Un frío húmedo y cortante que amartillaba los huesos de todo aquél que se atreviera a combatirlo durante demasiado tiempo. Era aún media tarde, pero aquella nublada tarde de invierno sumía al pueblo en una oscuridad grisácea. Los trabajadores de la tierra volvían a sus hogares y los que se habían atrevido a montar sus paradas recogían la mercancía restante.
Era el momento ideal para que alguien pasara desapercibido. Mezclándose entre las multitudes y atajando por callejones menos concurridos Miku recorría el lugar, con la mente perdida en otra parte. Se sentía acabado, cansado. Lo único que lo había estado manteniendo activo las últimas semanas era aquella carta, y ahora ya la había enviado. Volver a estar en Galicia y haber pensado de nuevo en la pelirroja provocó en su ser una serie de emociones que creía profundamente enterradas. La culpa y el remordimiento roían sus entrañas como hierros al rojo vivo. La intensidad de los recuerdos que recuperaba subía y los sueños le perseguían como pesadillas de un demente.
Cuando decidió que era el momento, atravesó una puerta entreabierta para entrar en la casa. Una mujer, mayor de edad, atendía el fuego con poca delicadeza. El castellano no confiaba en ella ni llevando varios días en su casa, pero sabía que era otra persona que lo había perdido todo, y que no reconocía su rostro. Era un riesgo que necesitaba tomar para descansar de los caminos. Debía decidir el siguiente paso. ¿Volver a las guerras de las dunas? ¿Huir en otra dirección, desenterrar su espada y escribirse un final digno de una vez? Era incapaz de dar otro paso, cualquiera que fuese la dirección.
Subió las escaleras, dirigiéndose al altillo donde se apilaban los escasos bienes que portaba consigo desde África. Supo que algo iba mal antes de poner el primer pie en la planta. -Agora! Un grito de alerta precedió un veloz ataque hacia la cara del antiguo caballero. Era una emboscada, le habían vendido. Quizá en otras condiciones su cabeza ya estaría rodando por las escaleras, pero tras todo lo que había vivido estaba en forma, y había aprendido un truco o dos.
Un rápido manotazo circular al aire le separó del arma y ahogó su trayectoria con las anchas mangas de lana. Recomponiéndose para analizar la situación fue sorprendido por otro vocifero gallego a sus espaldas, precursor de una nueva estocada. Pero la voz del guardia fue ahogada por un codazo salvaje que le golpeó y cerró la boca del estómago. Miku le redujo con un brazo y lo lanzó hacia su compañero, jadeando por el esfuerzo repentino. Una vez estuvieron ambos en el suelo enviarlos a soñar no le resultó muy complicado.
- Mi señora no me ha olvidado. Se dijo a sí mismo. Nadie más podía estar buscándolo, si la carta llegó como debía.
La carta y principio: http://foro.losreinos.com/viewtopic.php?t=2156998