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Fantasma

Mikumiku


Por si no había pasado el suficiente frío, una catarata de agua le cayó encima desde una ventana con una fuerza que le pilló a contrapié y por sorpresa y casi lo derriba. Buscó con los ojos al artífice de aquella maldad y se encontró a las dos mujeres allí arriba, riéndose como niñas pequeñas. Por un momento Miku se enfadó por aquello, pero cuando comprendió lo absurda e infantil que era la situación, después de todo por lo que había pasado, llegó casi a esbozar una sonrisa.

Ella era así, no había cambiado. Cyliam podía convertir cualquier terrible prueba o castigo en un reto que hiciera sonreír a los participantes. Era capaz de despedir un halo de felicidad despreocupada que impregnaba todo de alegría aunque no tuviera sentido. El rubio recordó cómo había sido su examen para entrar a la Orde de Fisterra, hacía ya años. No había tenido que recitar complejas filosofías sobre la guerra y la caballería, ni vencer a temibles guerreros en combate. Su prueba había sido pintar unas rosas y perseguir a un conejo por los jardines. Su juventud de entonces no lo comprendió, pero más adelante supo qué virtudes estaban teniéndose en cuenta: delicadeza, perseverancia, valor e ingenio. Un hombre de armas sin aquellos valores no era más que un soldado.

Su esposa bajó, y sin permitirle abrir la boca le secó la cabeza enérgicamente. Recordó también las veces que la pelirroja le había sacado de agujeros negros que no parecían tener final. El ataque de los lobos, la enfermedad, las terribles pesadillas que le asaltaban de vez en cuando… Siempre había estado a su lado para darle calor y alejar los demonios de la noche. Para saborear placeres prohibidos y disfrutar el uno del otro como si cada día fuera el último. ¿Cuánto tiempo hacía de aquello?

La amaba. La amaba tanto que le dolía más que el frío y las heridas. Tenía en mente dos palabras que ansiaba decirle, que no había pensado que tendría la oportunidad de repetir. Pero no podía decirlas, no tenía el valor. De nuevo la siguió al interior de la casa y hacia la habitación. Al parecer iban a curarle las heridas. Él no era capaz de distinguir si acaso había alguna que requería atención urgente o presentara algún aspecto grave, se había acostumbrado a ellas y sabía por experiencia que con reposo sanarían, dejando escritos sus recuerdos.

Se dejó caer en la cama obediente, silencioso, y se quedó mirando el techo pensativo. En cierto momento empezó a notar ungüentos y el tacto de vendas húmedas, pero no llegó a verlas porque el cansancio le pudo. Aquella cama era tan cómoda que no tuvo ni que cambiar la postura para, tal cual estaba, quedarse a merced de un sueño profundo.
Cyliam


El rubio habia caido rendido, y no era extraño, a saber cuanto habia corrido para huir de la gente de Compostela, y luego estaban las torturas de la pelirroja, hasta ella se sentia agotada.

Cuando el rubio comenzo a roncar, la pelirroja mando a descansar a Wallada. - Amanecera en un par de horas y alguna deberia descansar para preparar el desayuno a los niños y atenderlos. Yo me quedare aqui curandole las heridas, creo que me llevara largo tiempo. Cierra con llave al salir por si me quedara dormida e intentara huir.

Las dos ventanas de piedra del la torre comunicaban antiguamente con trepadoras pero desde que Brynne se marcho a Osma habian quedado completamente desatendidas y ahora no quedaba huella del verdor que hubo una vez sobre aquella torre.

Y asi, poco a poco el cuerpo del rubio se fue cubierndo de unguentos y vendas cada vez mas y mas. Algunas heridas casi estaban cicatrizadas, otras purilentas necesitaban ser aun desinfectadas y curadas. El sol comenzaba a colarse por la ventana cuando la pelirroja vio por fin terminadas las curas. Se levanto y corrio la fina cortina asalmonada y se sento al lado del rubio, era tal el sueño que tenia que pronto se acurruco junto la lomo de su esposo y se quedo dormida con una mano sobre su pecho, como cuando un bebe pretende saber en que momento su madre piensa levantarse de la cama.

Y asi, por fin llego el primer sueño durante mucho tiempo en el que las pesadillas no la perseguian, quizas era la respiracion o el tacto del rubio a su lado lo que mantenia alejadas las pesadillas.

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Mikumiku


Cuando abrió los ojos ya era de día. Se sentía molido, como si alguien se hubiese dedicado a sacarle todos los huesos del cuerpo, rasgarlos con una lija y volvérselos a colocar en su sitio. Y sin embargo, al respirar hondo por primera vez le invadió una sensación de tranquilidad y de paz largamente olvidada. Abrió los ojos, como los hubiera abierto nueve meses antes de aquello, cuando todavía las ganas de vivir y la alegría se le escapaban por la mirada.

Pudo ver a Cyl a su lado, dormida profundamente con una mano sobre su pecho. Yacía plácidamente, en un retrato de belleza incomparable. Una cascada de cabellos rojos enmarcaba su rosto y sus ojos cerrados, y el vestido de ricas telas que portaba la noche anterior se perdía fundiéndose con las sábanas, ignoradas. Los brazos de Morfeo habían acogido a ambos cuando menos se lo esperaban, permitiéndoles ansiados momentos de reposo.

Durante un tiempo se dedicó a observarla en silencio. La adoró, la estudió como el profesor que por primera vez analiza el esculpido de una obra maestra. Para él no había otra definición del arte, ella era la perfección. Había sido el hombre más afortunado del mundo. Y todo para qué, para tirarlo todo por la borda y morir como un demente. Jamás se perdonaría a sí mismo y nunca volvería a ser la misma persona que una vez había sido. Pero pese a todo allí estaba. El destino le había sacado de las ardientes costas de arena fina salpicada de sangre para darle una segunda oportunidad. La pelirroja le perdonaba sin retirarle la culpa, aún guardaba sentimientos por el caballero.

Lentamente y con delicadeza, sostuvo la mano que su esposa descansaba en su pecho y la llevó a los labios para besarla. Tras ello, la dejó reposar en la almohada, con intención de no despertarla. Muy lentamente, como el cazador que acecha a su presa en la densa jungla, o el soldado que se infiltra en campamento enemigo, se deslizó fuera de la cama para ponerse en pie. Atravesó la habitación para estirar las piernas, y sus pasos descalzos le llevaron a la ventana.

A la luz de la mañana pudo observar el trabajo que se había hecho mientras dormía. Sus heridas sanaban al tacto de ungüentos y pomadas, y muchas vendas le tapaban magulladuras lejos del ambiente. La que tenía en la cabeza se desviaba de su posición correcta, pero las esposas que aún portaba no le permitían levantar las manos sin que un escándalo de metales despertara a medio barrio. Decidió quedarse allí quieto, observando el patio, donde las hojas de las plantas bailaban con el viento. Tenía mucho en la cabeza, y ninguna pista sobre cómo actuar a continuación.
Cyliam


El suave tintineo como de cascabeles la desperto, se estiro y resoplo aun con los ojos cerrados, palpo a su lado, juraba haberlo tenido alli a su lado durante la noche.

¿Habia sido todo un sueño? La carta, los guardias, las torturas, las curas y mimos? Abrio un ojo y observo la cama vacia, pero el olor de los unguentos permanecia aun en aquel lugar.

No habia sido un sueño, pero el ya no estaba, agitanda y nerviosa salto de la cama cual resorte y alli le vio, observando atentamente por la ventana.
La pelirroja se quedo embelesada, mirandole con la boca abierta como el que ve un fantasma y no cree en ellos, con la mirada fija en el rubio. Trago saliva y se froto los ojos. -¿Miku? Si era el, pero, aun no podia creer que lo tuviera a su lado.

Se llevo la mano al bolsillo de la falda y saco una pequeña llave de color negruzco, primero solto los grilletes de las muñecas del rubio y le hizo girarse para verle la cara.

- Toma la llave, demuestrame que si te entrego esta llave, no huiras de mi en la proxima noche. Si lo haces no vuelvas jamas... Al principio habia hablado con fuerza pero poco a poco temerosa de que el pudiera escapar su voz se fue quebrando hasta sonar como un pequeño llanto.

No sabia que hacer en ese momento, volvio a sentarse sobre la cama y se cruzo de piernas con la cabeza descansando sobre sus manos. - ¿Porque lo hiciste? ¿Porque me dejaste sola y a mi suerte? Eran demasiadas preguntas que hacer, tantas que lo unico que queria era que todo volviera hacia atras para que los ultimos horribles meses no hubieran existido jamas.
Olvidar toda la pena y tristeza y sentir de nuevo la calidez y amor de su esposo, tras toda esa fachada de hombre rudo que habia traido consigo sabia que seguia siendo su marido. Y ella queria recuperarlo como fuera.

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Mikumiku


Su esposa despertó, y pudo oír que lo llamaba. La dejó llegar a su lado mientras en su mente se intentaba organizar un tornado de preguntas y disculpas, a las cuales costaba encontrar palabras en cualquier idioma. Se giró de nuevo hacia ella, para acercarle con ansia los grilletes malditos. Ahora era libre, pero ello no le trajo ninguna alegría. Vio por primera vez a Cyliam dolida, con los verdes ojos vidriosos, y aquello le partió el corazón.

- No, Cyl. No escaparé, no sería capaz. – Y decía la verdad. No duraría dos pasos en su estado, y además, ahora no estaba huyendo de nadie más que de sí mismo. Caminó despacio hasta la cama, atrapando por el camino una manta que enrollar en su cintura para ocultar su desnudez y alguna herida. Se sentó en la cama, frente a ella, preparado para ser juzgado. – No puedo soportar verte apenada, me duele tanto...

Descansó por un momento en el silencio, buscando sin éxito palabras que hilar. Sus manos buscaron las de la gran maestre, entrecruzando los dedos para unirles como dos enredaderas que deciden crecer juntas hasta el fin de sus días. Las movió con tacto lejos de su rostro, para poder verla, compartir su dolor y mostrar el propio.

- Leíste mi carta. No sé qué clase de locura me hizo querer poner fin a mis días, la enfermedad me deshizo la cabeza. Desde entonces… Nunca me he perdonado, ni lo haré. He fracasado como marido, como padre y como caballero, como todo lo que he sido. Si lo deseas saldré por esa puerta y no volveré nunca, y lo entenderé. – Respiró. Era muy distinto a desahogarse escribiendo: no aliviaba su peso sino que lo arraigaba y le contagiaba de rabia y ganas de llorar. – He buscado la muerte y se me ha negado. He buscado olvidarte, y cuanto más lo he buscado más me acercaba a ti. No soy nadie. No soy nada y tú eres todo. Volver a verte es demasiado; ya no sé si quiero quedarme o irme, si quiero vivir o morir, si reír o llorar. ¡Te amo! Las cadenas que tú me pusiste no tienen llave, haz lo que quieras con este perro rabioso.

Una lágrima le corrió por la mejilla, camuflada entre el cabello asalvajado y la barba descuidada. No entendía cómo se atrevía a contar aquello, cómo ahora de repente no quería soltar la posibilidad de un segundo intento a su lado. ¿Y si volvía la locura? Tampoco podía asegurarle que las cosas irían bien a partir de ese día, ni creía que pudiera llegar a ser el mismo que era. Se balanceaba al borde de un acantilado sin fondo.
Cyliam


Seco la lagrimita de su esposo y le beso la mejilla con ternura.

- Te quiero tanto que he sido capaz de poner patas arriba la orden solo para poder encontrarte y traerte a mi lado una vez mas. Sabes que soy capaz de muchas cosas por ti. Resoplo y se levanto de la cama de un salto. - Anda sigue descansando, ire a ver a los niños y te traere algo de comer. A saber que basura habras comido en mi ausencia.

La pelirroja bajo las escaleras, Wallada estaba en la cocina dando de desayunar a los tres monstruitos, beso la frente de cada niño, le acaricio el pelo y sonrio ampliamente.

- Cuando puedas prepara un desayuno fuerte para nuestro invitado, ire a cambiarme de ropa y a asearme un poco.
Aquel vestido en realidad solo habia sido para causar impresion a su esposo, y ahora no servia de mucho mas, ademas era molesto e incomodo, subio al dormitorio se lavo la cara en un pequeño balde ceramico y se peino recogiendose el pelo en una trenza lateral.
¿Pero habian teminado las torturas par el rubio? No, claro que no, la joven saco del armario un bonito y corto camison negro y azul, el cual usaba para tentarle los dias que le castigaba a dormir en el sofa, se abrigo con un manto negro y bajo a la cocina donde ya los niños habian terminado de desayunar.

Se entretuvo jugando un rato con ellos hasta que Wallada aviso que el desayuno estaba listo.

- Niños, deberiais ir a jugar al patio, pero, abrigaros bien. Mariana, ayuda a tus hermanos a abrigarse bien y tu tambien. No quiero que os resfrieis, y obedeced lo que Wallada os diga.

Vigilo hasta que los niños estuvieran en el patio y se dispuso a cargar la bandeja del desayuno escaleras arriba hasta el ultimo cuarto de la torre.

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Mikumiku


Se quedó sólo en menos de lo que canta un gallo. Con todo lo que le costaba abrirse de esa forma ante ella y explicar lo que sentía, la pelirroja era capaz de nuevo de reducir la gravedad del ambiente y convertirla en ternura con un solo beso. Se levantó y se fue en seguida, dejándolo con una sensación de abandonado y de cortado a mitad.

Miku se dejó caer sobre la cama. Involuntariamente había hundido la nariz en la almohada, y el olor a ella inundó su ser. Con todas sus fuerzas abrazó al cojín, enfadado consigo mismo pero de algún modo emocionado y feliz en el fondo por no haber sido rechazado. La amorosa era una lucha que no se peleaba con sus armas, que le había vuelto a dejar indefenso como un niño. Llorando. Qué hubiesen pensado sus soldados de verle en aquel estado, qué clase de monstruo de la guerra era capaz de venderse a su corazón hasta el punto de la autodestrucción.

Como no quería arriesgar volver a dormirse se levantó a explorar la habitación. No era muy grande y era acogedora, aunque tenía signos de no haberse cuidado en un tiempo. Los armarios estaban vacíos en comparación con cómo habían estado cuando su hija vivía allí. ¿Dónde estaría Brynne? Por primera vez en mucho tiempo se miró en un espejo; No le gustó lo que vio. Imaginó cómo lo mirarían si le diera por presentarse en la Corte con aquellas pintas, y tuvo que retener la risa. En el cristal le devolvió la mirada una sonrisa torcida, sarcástica cuando no pretendía serlo. Aseguró las vendas ahora que tenía las manos libres. Descubrió unas ropas suyas sobre un mueble, y las preparó para ponérselas después.

Escuchó el caballero que en el patio jugaban unos niños. Eran los pequeños… Con cuidado de que no le vieran se asomó por la ventana. Verlos fue una puñalada más para su penitencia autoimpuesta, pero también se alegró de verles sanos y tan crecidos. ¿Cuántos años tendrían ya? Eran muy listos. ¿Debería mostrarles la verdad a ellos? ¿Qué les habría contado su madre sobre su desaparición?

Y pensando de nuevo en ella se abrió la puerta de la habitación. Una bandeja grande cargada de comida hasta la bandera la precedía, y Miku se oyó las tripas rugir como leones. Acudió rápidamente a su auxilio y le arrebató lo que traía para dejarlo colocado en un aparador cercano. Siempre le había encantado aquella humildad, que pese a ser la gran señora de Compostela tuviera siempre la fuerza de vivir en casa por la propia mano. Y en su tiempo él también había peleado por realizar aquel tipo de tareas.

- Tiene muy buena pin… - Entonces sus ojos se encontraron con ella. Si la primera impresión que le había dado era de ser una diosa bajada a la tierra para sanar, ahora era la tentación que despertaba a todos sus demonios. - …ta.

No pudo contenerse. Ocho meses fuera era demasiado tiempo, para él y para cualquier hombre mortal. La sangre se le aceleró en el cuerpo como un mar en tormenta, y los ojos le brillaron por un hambre que no se calmaba con comida. Se lanzó a besarla rápida, furiosamente. Sintió que la empujaba hacia la pared y extendió un brazo para absorber él el impacto. Ardió el deseo en su interior tan fuertemente que todos los males y conciencia se desvanecieron hasta el punto de temer hacerle daño a su esposa. Los besos eran torpes, asalvajados, casi mordiscos. Dejó caer la negra capa que la abrigaba a ella, que se deslizó hasta el suelo como una cascada nocturna. La locura volvía aplastando toda resistencia.
Cyliam


Consiguio causar lo que pretendia en su esposo. Habia vuelto rudo, algo terco quizas y se habia propuesto romper esa barrera invisible entre los dos.

Sabia como seducirle y engatusarle hasta hacerle perder la razon, le abrazo casi al borde del llanto, le queria con locura y a la vez no podia evitar seguir enfadada con el por haberla dejado sola y mucho menos por haberla hecho creer que estaba muerto.

Habian sido ocho meses terribles, largos y amargos. Y ahora mientras Miku caia rendido a sus encantos y la besaba con locura ella no podia dejar de pensar en la tortura de los ultimos ocho meses, pero incluso el mayor enfado iba disipandose entre los besos y caricias de su esposo y finalmente ella misma cayo en su propia tentacion.

- Miku, espera... Detuvo al rubio y le acaricio la mejilla con ternura atrayendolo hacia ella para abrarzarle. - Tengo que contarte algo importante... poco despues de tu desaparicion me entere que estaba embarazada, no queria que nadie lo supiera, y no podia sobrellevar la carga de cuidar de un nuevo bebe sin ti. ¿Que le iba a decir? yo pensaba que tu habias muerto, y me sentia muy perdida, oculte mi embarazado y cuando di a luz Wallada dijo que llevaramos al bebe al cuidado de las monjas hasta que me encontrara con fuerzas. La pelirroja escondio la cabeza en el pecho del rubio. - Eres padre Miku. Se que esto es una sorpresa muy grande.

No sabia como reaccionaria el rubio, y no se atrevia a levantar la cabeza, quizas se enfadara o peor aun, quizas pensara que le estaba miniendo y que ese hijo no era suyo.
Se abrazo con fuerza al rubio y rompio a llorar sobre su pecho volviendo a ser aquella pelirroja dulce e indefensa.

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Mikumiku


Se quedó con la boca abierta y los ojos se le congelaron fijos en un punto aleatorio de la pared. Padre. Notó el tiempo pasar a cámara lenta, y espirar todo el aire de sus pulmones hasta vaciarlos completamente. Miku se heló como si encajara un balde de agua fría. A ella le gustaba jugar, y quizá había pensado torturarlo algo más, pero aquellos ojos de nuevo llorosos no mentían. Era verdad, y las fechas encajaban, incluso si hubiera conocido otro hombre en su ausencia no podría haberlo tenido aún. Había tenido un hijo sin saberlo.

Perdió las fuerzas necesarias para seguir de pie, y apoyando la espalda en el muro se dejó caer hasta el suelo. Ella se había abrazado fuertemente a su pecho, y la llevó consigo sin querer. Era demasiado. Todo el sufrimiento que pensaba haber provocado con su desaparición no era prácticamente nada al lado de haber hecho a la pelirroja pasar un embarazo sola y escondida. Se sintió herido, inútil, roto sin arreglo posible. Sollozó, tembloroso y débil, y abrazó con toda la fuerza que era capaz a Cyliam. Y ella todavía era capaz de perdonarle, era una mujer demasiado buena con él para este mundo.

- Padre, Cyl. Es, es… Yo no sé… - Farfulló cosas sin sentido, uno en los brazos del otro, inmóviles bajo el peso de aquella noticia.

Seguía impactado, no sabía aún cómo reaccionar. Pero la vio a ella romper a llorar en su pecho, notó una fachada de apariencias desgarrarse y partirse en mil pedazos. Ello le emocionó, le dio un motivo por el que volver a luchar. Le levantó el rostro para dejarle un beso largo, uno sin las ansias y las prisas que le habían invadido momentos antes. Le supo húmedo y salado, a lágrimas. Delicadamente y en una caricia, secó los ríos que cruzaban su rostro.

- Eres la mujer más valiente que he conocido nunca. Y yo soy el peor hombre que puede haber. – Quería animarla. Y tener un hijo… Recordaba cómo lo habían buscado tanto tiempo atrás. Si las cosas hubiesen sido distintas estaría probablemente saltando de la alegría, y las lágrimas no serían de dolor. – Es increíble. Ahora hay una personita más en el mundo, hecha por ti y por mí. No estés triste, no te culpes, todo esto es culpa mía y de nadie más. Quiero verlo, Cyl, necesito hacerlo. Un favor es lo último a lo que tengo derecho pero si estás lista tengo que pedirlo.
Cyliam


No sabia si se encontraba aun preparada, ya antes habia tenido que sacar adelante a dos pequeñas en ausencia de un padre cuando la comadreja se fue a Italia, y en parte esos fueron los motivos que tambien la llevaron a dejar a su bebe recien nacido al cargo de las monjas.

Tiempo atras cuando vivia en Huesca dio a luz a dos pequeñas gemelas, Mariana y su hermana pequeña Patricia la cual murio de fiebres a los pocos meses, y en Castilla el invierno era tan duro y cruel como en Aragon.

Por un momento la pelirroja se quedo congelada, sin saber dar una respuesta clara, queria ir a por su bebe y rehacer la familia, pero le traicionaba el temor de perder al rubio de nuevo. Volvio a fundirse en un abrazo con su esposo, como si pensara que este fuera a desaparecer de un momento a otro, aun intranquila el le daba seguridad.

- No se si estoy preparada o no, ni aun se si me dejaras de nuevo abandonada, pero es nuestro bebe, nos ha costado muchos intentos y es un regalo que yo necesitaba hacerte. Quizas aquello sonaba a reproche, pero en realidad era miedo. - Iremos entonces. Espero que este bien, Wallada ha sido quien se ha encargado de preguntar dia tras dia pero yo no me atrevia.

La pelirroja se seco el reastro de lagrimas que quedaba sobre las mejillas y beso al rubio. - Peroooo... debes afeitarte, seguro que si te ve asi llorara y yo... deberia ponerme algo mas adecuado. Les dije a los niños que te habias ido de viaje y que estabas muy lejos, no queria contarles la verdad y ahora me alegro por ello. Dijo con una leve sonrisa, tras ello suspiro y se encogio de brazos. - Anda, ve a arreglarte y ni se te ocurra huir de mi otra vez, no te dare mas oportunidades. Comento con serio tono girandose y mirandolo directamente a los ojos.

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Mikumiku


Qué decirle. Ella tenía todo el derecho del mundo a no confiar en él, después de todo. Y si no estaba preparada sólo les causaría más dolor a los dos encontrarse con el bebé. Miku estaba realmente feliz por una parte al haber asimilado la noticia, pero por otra continuaba terriblemente furioso consigo mismo y frustrado.

- No tienes que hacerlo si no te ves capaz. El monasterio no se moverá del sitio esta tarde ni mañana. No quiero que sufras más por mi culpa. Ojalá pudiera cambiar el pasado, Cyl, pero no puedo.

La abrazó con fuerza, acarició su rostro y la besó varias veces, con la emoción aún a flor de piel. A partir de entonces su misión en la vida sería volver a ver aparecer una sonrisa sincera en aquellos labios, oír una de sus carcajadas alegres y despreocupadas. Oírla cantar desde algún otro lugar de la casa y buscarla para bailar sin música como tantas veces habían hecho en el pasado. El sufrimiento de la pelirroja multiplicaba el propio, lo inflaba tanto que era insoportable.

Más tarde se levantó y la escuchó hablar. – De acuerdo, estaré listo. – La última frase de su esposa resonó en su interior. Y tuvo claro que jamás volvería a huir, pero no dijo nada. En su pecho seguía portando el miedo a su propia locura, a que la enfermedad volviera y demoliera su vida cruelmente otra vez. – Pero espera un momento, antes de bajar.

La cogió de la mano y la llevó consigo. Debajo de donde había dejado la ropa Wallada anteriormente descansaban casi todos los objetos supervivientes al viaje: su cinturón y sus botas. Miku se arrodilló en el suelo para coger una de estas últimas, y rasgó fuertemente el doblado que tenían cosido. Algo metálico cayó en la palma de su mano, y se levantó para enseñárselo a Cyliam.

- Es mi cadena, la que he llevado siempre conmigo. La escondí en África para no perderla, y durante mucho tiempo la olvidé. – Del collar pendían varios símbolos que siempre formarían parte de su ser. Colgaba de ella la medalla aristotélica de su bautizo, la de la Orde y una tallada cruz pagana que la casa de Santillana una vez le había regalado. Pero no era lo que él buscaba. De allí sacó un anillo, algo desgastado pero aún brillante y reconocible. Se lo puso en un dedo. – Ha estado siempre ahí, conmigo. Estoy contento de haber vuelto, Cyliam di Véneto, y te quiero más que a nada en el mundo. Como quiero y querré a nuestros hijos si me lo permites.


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Más tarde se afeitaba frente al espejo, despacio, para no cortarse con la afilada cuchilla caliente. Solitaria y ritualmente, realizaba aquella tradición antiquísima pasada entre los hombres siempre personalmente. Al principio pensaba solo recortar la barba para hacerla parecer aseada, pero según avanzaba acabó con ella del todo. Era algo más que eso, era una forma de renacer. Pensó en raparse el pelo, como algunos soldados hacían para protegerse y despreocuparse, por costumbre también. Pero no lo hizo porque la pelirroja le mataría. Ya buscaría algún sirviente que pudiera ordenar aquella mata de rubia más adelante.

Se vistió y bajó de la torre con premura. Por dentro se moría de ganas de abrazar a Wallada y a todos los pequeños, y más aún a aquél que era suyo y no había visto nunca.
Cyliam


Tan dulce... Ocho meses y seguia siendo tan dulce como la primera vez, era imposible estar enfadada con el, pero debia castigarle de alguna manera y aunque fuera insoportable el dolor que sentia castigandole se habia propuesto mantenterse firme.

El anillo hizo que el corazon dolido de la pelirroja volviera a latir con fuerza, sentia como palpitaba e incluso hizo que se pusiera nerviosa, no podia decirle nada tan solo agradecerle que hubiera regresado con ella, pero las palabras no querian salir y simplemente hizo lo que mejor se le daba, acariciarle el rostro, acercarse lentamente a sus labios y quedarse unos segundos parada, mirandole fijamente a los ojos antes de darle un suave pero largo beso.


Embobada e idiotizada y en parte sonrojada por los sentimientos que volvian a aflorar la pelirroja se quedo parada de pie frente al armario sin ser capaz de pensar en otra cosa que no fuera el rubio de sus sueños y pesadillas.

Wallada aparecio por sorpresa tras la pelirroja. - Se acabaron esos colores apagados y oscuros. Dijo la arabesca señalando los vestidos bonitos de colores brillantes que la pelirroja acostumbraba a lucir antes de la desaparicion del rubio. - Recogete el pelo como siempre has hecho en un moño alto, deja a Jez sobre el y vete a buscara a tu hija. ¿Ya le has dicho que es una niña no? Volvio a comentar mientras ayudaba a la pelirroja a vestirse y peinarse, aunque esto solia hacerlo solita es como si la de Compostela de nuevo hubiera vuelto a nacer.

- No. Ni que ya tiene nombre. Tengo tanto miedo que aun no se como debo reaccionar ni comportarme, es... como si todo lo anterior lo hubiera olvidado y fuera una persona diferente. La conversacion no fue a mas, simplemente se encogieron de hombros, se miraron y se medio sonrieron.


Poco despues el cochero esperaba para llevar a la pareja hasta el convento, la pelirroja hacia puñetas con los dedos, nerviosa por dos partes, estaba en el carruaje, un espacio cerrado y pequeño sin saber que decirle al rubio y una pequeña niña que esperaba seguramente llorando y dando por saco en el convento.

- Y... ¿que has aprendido durante tu viaje? "Pregunta estupida" Se dijo mentalmente. - ¿Soñabas conmigo alguna vez? "Si, eso ya esta mejor" Su conciencia, esa maldita y chirriante vocecita a la que todos intentamos ignorar pero que de vez en cuando, muy de vez en cuando acierta al abrir la bocaza.

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Mikumiku


Miku intentaba parecer decidido y resuelto, algo dentro de él lo empujaba a luchar y agarrarse a aquella oportunidad como a un clavo ardiendo. Pero también estaba muy nervioso y aterrorizado, inundados sus pensamientos de dudas y recuerdos dolorosos, a parte del arrepentimiento que le aplastaba su conciencia. Pero por fin estaba allí, junto a ella. Por indeleble que fuera el pasado nadie sabe qué podía deparar el futuro.

No sabía muy bien qué decir en el carruaje. Ella estaba de nuevo impresionante, vestida con la belleza y elegancia dignas de la más bella noble del reino. A su lado debía parecer un criado o un zarrapastroso. Seguía físicamente débil, pero el desayuno anterior le había permitido recuperar algo de fuerza. Tan cerca estaban que la observaba embelesado, pero cuando sus miradas se cruzaban apartaba la vista al no encontrar palabras oportunas. Era tenso, tenía muchas cosas en la cabeza y no sabía cómo actuar. Quería ver a sus hijos, quería besarla y abalanzarse sobre ella, pero no era el momento. El dolor había sido tan grande y tan reciente que temía hacer las cosas mal y echar a perder los sentimientos que en ambos habían despertado.

Ella fue la que rompió el hielo. La escuchó con atención, disfrutando del sonido de su voz, pero la pregunta era terrible. Miku atrapó con delicadeza y sostuvo las blancas y suaves manos de la pelirroja. – Lo hice, en muchas ocasiones. Pero no quería. – La miró. – Cada vez que pasaba la distancia y mi estupidez me dolían tanto que deseaba no volver a dormir nunca. Aprender aprendí muchas cosas, la mayoría de ellas atroces.

Al oírse decir esas cosas se dio una colleja mental a sí mismo. ¿Así iba a alegrarla? No era en absoluto momento para sacar a relucir el brutal pasado de las tierras sarracenas. Pensó en anécdotas más alegres, y fijarse en la pequeña mascota de su esposa le hizo recuperar alguna memoria menos aterradora y sanguinaria.

- ¿Sabes? Vi toda clase de animales allí. Pájaros de colores enormes, serpientes largas como sogas. Pasé por lugares extraños pero bonitos a su manera, habitados por gente y bestias peligrosas. – Hablaba con el tono del juglar que canta las gestas de los caballeros tras un torneo. Le contó historias de los bosques húmedos y de los poblados y ciudades de la gente de piel negra. De las largas cabalgatas bajo el sol abrasador a través de las rocas y las dunas. Intentaba apartar su mente y la propia de los malos pensamientos, y quizá sacar una sonrisa en aquellos labios rojos. - ¿Te he dicho que una vez un mono me robó la comida? Son animales listos y burlones los malditos, eso no lo explican en los libros.

Miku sonrió al acordarse. El viaje se hacía un poco más ameno de aquella forma. Volvió al silencio un tiempo después, cediendo el turno de palabra para no acapararlo. Tampoco buscaba ser un charlatán ni dar la impresión de que había sido un viaje genial porque estaría mintiendo descaradamente. No se atrevía a preguntarle a Cyliam por sus meses separados, pues no quería hacerla recordar angustias de ninguna clase y un embarazo así debía haber sido muy duro.
Camillee


Mientras tanto en el convento...
La niña , con sus pequeños cabellos rojos como el mismo infierno, se encargaba de atormentar a las monjas que le cuidaban.

BUAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA BUAAAAAAAAAAAA

Lloraba la niña y nada ni nadie podía calmarla... de día y de noche, de noche y de día, ni la leche ni el pan ni nada calmaba ese llanto que dejaba sordas a las monjas.

TRAIGAN LA LECHE!!!Gritaba una
SAQUEMOSLA A PASEAR!!!Gritaba la otra
HAY QUE PONERLA BOCA ABAJOOO decía otra de fondo.
Todas peleaban en busca de una solución a ese gran problema, y asi, sin lograr calmar su llanto continuaron intentando por horas y horas.
El caos estába allí y eso no se terminaría por mucho mucho tiempo, generando un gran trauma en mas de una de las hermanas que intentaban (con gran desesperación) encontrar paz en las mas lejanas avitaciones del convento.

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Cyliam


Escucho atenta la historia de los monos que el rubio le conto y sin querer se le escapo una risita. Se imaginaba a Jez haciendo lo mismo, de hecho alguna que otra vez se habia quedado con parte de sus bollos de canela.

- Me hubiera gustado ver esos pajaros de colores. Se acerco a el y le cogio una mano dejandola caer sobre su regazo. - Pero en realidad ya tengo aqui todo lo que me gusta ver. Dijo con una sonrisa apoyando la cabeza en su hombro.

No pensaba dejarle escapar, daba igual todo el sufrimiento pasado, ahora por fin habia regresado y era solo para ella.
Quizas fuera el limitado espacio del carruaje pero pronto la pelirroja se sintio mas comoda, tenia ganas de quedarse acurrucada de por vida junto al rubio, de susurrarle palabras bonitas y dedicarle besos y ternuras.

Pero el convento cada vez estaba mas cercano, el traqueteo de las ruedas sobre un empedrado avisaba de la llegada, la pelirroja resoplo con nerviosismo. - No se si quiero bajarme, me da miedo como vayan a mirarme esas monjas, seguramente piensen que he sido una mala madre por dejar a mi bebe alli. Dijo apretando con fuerza la mano del rubio.

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