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A casa da Torre (II)

Mikumiku


Se dejó abrazar, sonriendo al ver lo pegadizos que eran los bostezos. Más tarde podrían ir a ver por dentro el nuevo edificio, y repasar qué hacer con todo el espacio adquirido. Pero por el momento la sorpresa había gustado a la familia y dejar de pensar en casas durante un momento sería un alivio.

- Algo piqué pero sí que almorzaría. – Contestó tras planteárselo. – Y es época de cerezas, es verdad, habrá que aprovecharlas.

Era feliz. Volviendo a la casa levantó a la pelirroja para llevarla en brazos los últimos metros, girando y serpenteando para esquivar los obstáculos peligrosamente a través de las habitaciones. En una mesa baja, los pequeños empezaban a garabatear bajo la atenta mirada de la exótica Faitai. Acabaron rodando hacia la cocina, entre risas y cariños nacidos de su cercanía.

La separó de él en una pirueta que podría haber sido parte de un baile cortesano y dejó que los sentidos le llevaran hacia las delicias preparadas. Se refrescó la garganta con alegría, pues ya empezaba a entrar el verano con toda su fuerza y el Sol castellano, aunque no tan cruel como aquel que había conocido en África, no perdonaba.

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Cyliam


Mientras cada uno de los miembros de la familia se dedicaba a los quehaceres, la pelirroja tenia espacio suficiente para dedicarle a su esposo la mejor de las atenciones, le sento a la mesa y con mucho mimo coloco una servilleta sobre sus rodillas, le sirvio el te en un tazon y saco los pastelillos aun templados sobre la mesa.

Refresco las cerezas en el cubo de agua fria y lo sirvio en un gran planto de barro. Tambien corto algunas rodajas de pan que tosto en una vieja sarten y acerco a la mesa azucar y aceite.

- Aqui esta. Buen provecho. Dijo con una sonrisa de oreja a oreja sentandose al lado de su rubio esposo mientras se llevaba el mas grande de sus bollos de canela a la boca. - Ummmm dediciozoooooo. Balbuceo con los carrillos llenos como si de una ardillita se tratara.

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Mikumiku


Era agradable verla disfrutar así de la comida. La conocía y sabía cómo muchas veces la pelirroja abandonaba una dieta saludable en situaciones especialmente tensas. En esos momentos su delgadez rayaba la enfermedad, pero no era algo demasiado común. Sin embargo, si algo lograba despertarle el apetito eran aquellos dulces con canela que tan a menudo rodaban por la casa.

Miku bebió el té despacio, levantando la taza con delicadeza. Pequeños lujos como aquella bebida poco común de tierras lejanas seguían encontrándole desacostumbrado, como si continuaran invitándole a probarlo por primera vez en cada ocasión. Las infusiones eran tan conocidas como las piedras por todo el mundo, pero aquella hierba debía tener algo especial para ser tan preciada. Al caballero le gustaba su dulzón amargor, pero no sabría valorarlo como era debido.

A través de la ventana podía ver los avances en la construcción del muro. Los encargados escogían entre las rocas y las giraban para estudiar qué cara tendría mejor pinta en el rompecabezas urbano que unía ahora ambos edificios en una sola propiedad. Apuró la taza en silencio. Tras lo cual jugó con los posos que quedaban en el fondo del recipiente, pensativo.

Antes de que una sombra le oscureciera las ideas volvió a mirar a Cyliam, sonriendo para espantar cualquier posible fantasma que amenazara volver a perseguirle. Cada día era un regalo y no podía permitir que su memoria le jugara malas pasadas. Un buen modo de huir del pasado era mantenerse activo en el presente.

- ¡Vamos! – Se levantó enérgico el rubio según la pareja terminaba de almorzar. Medio dulce que quedaba fue eliminado sin piedad, último miembro en pie del escuadrón. - ¿Vamos a ver qué se dejó el vecino?

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Cyliam


Nada le gustaba mas a la pelirroja que cotillear las cosas de otros, ya se imaginaba algun tesoro olvidado en la casa del vecino, joyas, ropas caras y preciosas, libros de valor incalculable, candelabros o alfombras lujosas.

Se quedo pensativa, fantaseando en una increible aventura llena de descubrimientos. Se limpio las migas que quedaban de los bollos de canela y se sacudio la ropa. - Si, vamos, tengo mucha curiosidad, imaginate que se ha olvidado algun maravilloso tesoro. Contesto con los ojos brillantes y una sonrisa algo malvada. – Si es brillante me lo pido. Dijo con una risotada agarrándose al brazo del rubio con emoción.

Ambos caminaron hacia la nueva casa o mejor dicho la ampliación de su actual hogar, era algo mas pequeña y no tenia una torre pero para Faitai y Wallada seria un hogar perfecto con espacio suficiente. La pelirroja asomo la nariz en el interior en cuanto el rubio hubo abierto la puerta, estaba bastante vacia aunque limpia y bien cuidada. – Quiero ver la cocina. Dijo emocionada arrastrando a su esposo hacia la cocina. En cuestión de segundos la pelirroja logro convertir aquella estancia en un caos, abrió todas las puertecitas de las alacenas y los cajones sacando de ellos algunos cubiertos de madera, un par de cuchillos y varios cuencos para sopa también de madera. – Como se nota que nosotros vivimos mas lujosamente. Comento enseñando los dos únicos cuchillos que había logrado encontrar. – Hasta los vasos son de madera y no veo platos solo tablas de madera.

El salón también estaba desierto, ni sillas ni mesa ni nada de nada, salvo una minúscula chimenea que necesitaba ser retocada por todas partes. – Vaya birria, yo pensé que encontraríamos algún tesoro.

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Mikumiku


Se dejó arrastrar de banda a banda por la nueva casa, contagiado de la ilusión y curiosidad que implica el abrir un regalo tan grande como un edificio, literalmente. En los ojos de la pelirroja se podía distinguir una pequeña decepción al empezar a revolver armarios como un torbellino, faltos de la emoción de tesoros escondidos. El anterior dueño de la propiedad ya había pasado a recoger sus cosas de valor, así que muy raro sería el hecho de descubrir el oro de la corona dentro de un cajón.

Estaban en un buen barrio de la ciudad, de gente favorecida sin llegar al nivel de poderíos ostentosos sin ton ni son. Las calles estaban limpias y empedradas, y las fachadas bien cuidadas sin grietas ni humedades peligrosas. Los vecinos, como aquel que había vivido detrás de la casa da torre, eran simpáticos y por lo general se involucraban en problemas solamente cuando era necesario. Por aquello mismo nunca habían llegado a conocer del todo al anterior inquilino del edificio.

- No tenía pinta de enterrar cofres en el patio, el pobre hombre. – Sonrió Miku. Tomó delicadamente de las muñecas a su esposa para levantarle los brazos por encima de la cabeza. Tranquilo y sin idear ninguna maldad, la besó mientras se hacía con el control de los dos cuchillos que ella había estado enseñándole. – Igualel ejército ardilla tiene más suerte buscando nueces.

Bromeando, volvió a guardar los cuchillos. Separado de su amada ahora, miraba pensativo por la ventana de la cocina como tantas veces había hecho desde la casa al otro lado del patio. Intrigado ahora por la revolución exploradora, su mente táctica elaboraba un plan maestro cuando se dio cuenta de que faltaban piezas en el puzle.

- ¡Aún no hemos visto el piso de arriba!

Esta vez fue el caballero quien tomó las riendas, arremangados camisa y jubón a la altura de los codos. Las viejas amigas cicatrices no molestaban ya en unos brazos que rodearon la cintura de la más hermosa señora del reino mientras escalaban las escaleras, embelesado el rubio por su tacto y compañía. Unas habitaciones humildes y acogedoras, hechas para aprovechar el calor de la casa en los inviernos castellanos y ventilarse bajo el Sol del verano.

Desde un armario entreabierto sobresalía algo de ropa abandonada a su suerte, desordenada como si hubiesen rebuscado entre las prendas. Miku ignoró por un momento aquello para probar una cama baja que ocupaba buena parte del sitio. Estaba bien pero no excepcionalmente bien, como el resto del lugar. Sin embargo, no se detuvo mucho tiempo a analizarla porque al sentarse sobre el colchón notó que con el talón golpeaba algo de madera. El Espinosa se agachó para recuperar el objeto misterioso.

Llamó a la pelirroja mientras lo dejaba reposar sobre la cama. Al retirar la espesa capa de polvo pudo verse lo que era: una vieja caja de una pieza, aparentemente sólida pero hueca y definitivamente escondiendo un misterio en su interior.

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Cyliam


Se rio ante las palabras del rubio, el ejercito ardilla, se imagino por un momento toda la trope de roedores cotilleando en cada rincon, una sonrisa ilumino su rostro, adoraba a aquellos pequeños bichejos aunque a veces fueran demasiado cotillas. A su vez disfruto del beso del rubio, corto pero dulce como ninguno.

En seguida estuvieron en el piso de arriba, la pelirroja miraba a un lado y otro, al igual que las ardillas en el banco del jardin movian ansiosas la cabeza sin perder un detalle, ¿malas costumbres? En esta vida todo se pega y convivir durante tantos años con tantas ardillas era de esperar que ciertos gestos se hubieran pasado de los roedores a su dueña y de su dueña a los roedores.

Cuando su esposo la llamo ella correteo ansiosa por hasta el, observando con ojos brillantes la caja, de pronto, una pequeña ardilla salto sobre su hombro directa a inspeccionar la caja, casi como una flecha la pelirroja la atrapo en pleno vuelo y volviendo a la ardilla frente a ella la miro con cierto recelo. - Si es brillante es mio. Dijo a la ardillita que se dejo caer entre sus manos con cara de pena.

Se sento junto al rubio con la ardilla aun en sus manos y le miro con una sonrisa comica. - Abrelo, imaginate que son monedas de oro, o mejor, joyas de valor incalculable. Tal vez... ¿pasteles de canela? No, eso seguro que no, es tan solo mi estomago. Finalizo con una risita nerviosa.

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Mikumiku


La miró a los ojos y volvió a concentrarse en el pequeño tesoro que habían encontrado, riendo aún por la expresión asombrada de la ardilla mascota. Mientras estudiaba la caja con los dedos pudo observar que no debía medir mucho más de un palmo de largo, y tampoco era demasiado honda. Entre la sorpresa inicial y el polvo ahora que la miraba con detalle era realmente muy poca cosa.

De todos modos, habiendo llegado allí no iban a guardar el tesoro y olvidarse de él. A simple vista parecía ser un objeto de una sola pieza, donde no se distinguía una cerradura ni tampoco una línea de separación que destacara una tapa del cuerpo principal. El caballero probó a ejercer presión sobre cada lado, y hurgó en las esquinas en busca de alguna pestaña o resorte. Algo avergonzado al verse inútil delante de su amada decidió cambiar el plan. Según decían, más vale maña que fuerza. Por supuesto, podría haber lanzado el contenedor contra una pared, o aplastarlo con una bota hasta reventarlo. Pero aún no había llegado a ese nivel de desesperación.

- ¿Me ayudas aquí a sostenerlo? – Sonrió a la pelirroja con la intención de que se sentara a su lado. Mientras tanto, él se estiraba boca abajo sobre la cama, ahora con la caja cerca de los ojos y ambas manos libres. Acarició unas manos suaves y sensuales mientras rodeaban los costados del tesoro, ralentizando el paso del tiempo para disfrutar de la emoción. – Así.

Entonces recordó los cuchillos de la cocina. Bailando por la casa había olvidado guardarlos en el cajón pertinente, y ahora colgaban de su cinturón como espadas en miniatura. Estaban bien afilados, y un sonido tintineante vibró en el aire cuando los deslizó sobre la superficie de la caja siempre con cuidado. Levantó una ceja cuando un disimulado golpecito interrumpió el sonido constante. Había una grieta en el cofre prácticamente indistinguible, e introdujo a esa altura la punta del primer cuchillo. Al continuar con el segundo y hacer palanca con ambos al mismo tiempo, una fina tapa saltó por los aires con un “plop” inocente.

No sabría decir por qué pero el ruido le pareció divertidísimo y no pudo esconder una carcajada. Murió pronto, pues fue silenciada por la curiosidad y las ganas de ver de una vez el misterioso contenido del recipiente. La primera impresión que tuvo Miku fue que aquello era antiguo, mucho más viejo que su vecino y que la casa incluso. Olía como un sótano de castillo, o como un archivo de un monasterio. Le dio la vuelta con cuidado, dejando resbalar unas cuantas cosas sobre la sábana.

Lo primero que les debió llamar la atención a los dos fue un resplandor dorado. Una especie de cadena finamente labrada relucía armoniosa con un gran medallón atrapado entre sus eslabones. Aquel trabajo de orfebrería debía estar hecho en oro, y el nivel de detalle en sus grabados era tan asombroso que el rubio no se detuvo a mirar qué más había salido de la caja.

- ¿Qué es eso? Es muy bonito… Hasta parece que se puedan guardar cosas dentro. – Acercándoselo a Cyliam mientras se incorporaba, le pareció ver una pequeña palanca o pestaña en el dorso del colgante. - ¿Por qué no te lo pruebas?

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Cyliam


La pelirroja asintio emocionada al ver aquel guardapelo, siempre habia querido tener uno, eran hermosos cualquiera de ellos, pero normalente solian ser de precios escandalosos y por mucho que ella fuera capaz de administrar el dinero no podia gastarse semejante dinero en un colgante cuando tenia a varios hijos a los que alimentar dia a dia.

Se aparto el pelo y dejo que el rubio abrochara el colgante sobre su cuello, lo miro detenidamente y con la yema del dedo pulgar abrio el guardapelo, estaba vacio y eso en parte era un alivio, quizas solo hubiera sido un regalo para alguien ¿porque dejar un guardapelo olvidado bajo una cama sino?

- Mira podriamos guardar un mechon de cada uno. Aunque antes le pedire a Wallada que lo limpie bien, se ve antiguo y algo sucio, seguramente ella consiga sacarle todo el brillo que tuvo una vez.

¿Habrian mas tesoros escondidos en aquella casa? La pelirroja dejo a la ardilla en el suelo y le dio un suave toquecito en el trasero en señal para que pudiera ir a investigar por su cuenta. - ¿Seguimos cotilleando?

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Mikumiku


Él no era realmente un fan de joyerías ostentosas, pero tenía que admitir que el viejo medallón poseía un aura de elegancia difícil de negar. Al abrocharlo con cuidado en el cuello de la pelirroja pudo verlo descansar en su pecho, confirmando de nuevo la teoría del caballero de que su mujer no podía estar más o menos hermosa, llevara lo que llevara o sin llevar nada.

- ¿Así que es para guardar pelo? – Entendió Miku. – Qué curioso.

Nunca había oído hablar de una cosa semejante, pero tras el impacto inicial de la extrañeza pensó que podía ser muy bonito y simbólico el acto de conservar durante mucho tiempo parte de los dos, juntos. Se miró las manos y observó el anillo que portaba. Se le encogió el corazón recordando todo lo que habían pasado en compañía, y alejados el uno del otro. Jugueteó con el mismo haciéndolo girar sobre el dedo, como si enroscara una tuerca.

- No sé si habrá algo más, no se me ocurre ya dónde mirar. – Suspiró rendido. Sentados como estaban, el caballero se dejó caer sobre el regazo de su maestre. La comodidad de la cama ganó muchos puntos instantáneamente. – Ahora esto es parte de casa también. Creo que les gustará mucho a los demás.

Por el momento se notaba todo medio vacío, sin síntomas de vida que poblaran las habitaciones. Habían encontrado un pequeño tesoro olvidado en una caja difícil de abrir, pero quién sabía si quedaban misterios por desenterrar entre aquellas paredes. Recordó África, su largo viaje, y los tugurios insalubres que había pisado entonces. Las cabañas a medio desmoronar, las paredes de adobe mal cuidadas. Y recordó también la antigua religión que muchos de las tierras más meridionales aún practicaban antes de la llegada del averroísmo. Como si fuera una historieta, le contó a Cyl cómo ellos pensaban que cada ser vivo y cada objeto tenía un reflejo espiritual, un alma que contaba su historia desde que había nacido, que podía ser buena o mala con aquellos que acudían en su búsqueda. Seguramente una gran herejía pagana desde el punto de vista aristotélico, pero era algo místico y curioso.

Relajados, sin prisa, estaban en la gloria. El caballero no era el mejor cuentacuentos del mundo, pero intentó hacer la anécdota entretenida, dando lo mejor de sí con la imitación de sonidos de animales. Cada vez que uno aparecía, sus dedos caminaban por el muslo de la veneciana como una marioneta poco trabajada. Los deslizaba con la mención de la serpiente, los movía lenta y pesadamente con el elefante, veloces con el guepardo. No había un final, ni una moraleja en la historia. Simplemente se volvió a incorporar cuando llegó el momento, sonriendo. Había superado los fantasmas. Podía hablar libremente de lo que fuera.

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Camillee


La mañana comenzó movida para la niña, gritos, saltos y mucho mas ruido fue el motivo de que abriera los ojos.
Una de las criadas del hogar la tomó en brazos, le puso un lindo vestido de tela suave y la envolvió en una manta para sacarla al jardín tras un pequeño llanto que bien sabían como terminaría si la pequeña no llegaba a los brazos maternos a tiempo.
La criada cruzó a toda velocidad entre los escombros, los pozos y los trabajadores de la obra, parecía todo terreno, al llegar a la extensión de la propiedad, casi desesperada comenzó a buscar a sus señores, los padres de la criatura.
Camille ya estaba preparándose para armar un gran escándalo, no le perdonaría con facilidad a su madre tremendo acto de abandono (otra vez).

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Comandanta autoproclamada del ejercito ardilleril!
Cyliam


La busqueda del tesoro parecia estar llegando a su fin, casi se habian visitado todas las estancias de la nueva casa, se acerco al rubio y le abrazo mimosamente, cualquier aventura con el rubio era digna de celebrarse con mimos.

- Creo que dejaremos que Wallada y Faitai se encarguen de la decoracion, a fin de cuentas esta casa sera para ellas.

Al poco un llanto en la lejania llamo la atencion de la pelirroja, se acerco a una de las ventanas y observo de donde provenia aquel llanto. - Cami se ha despertado. Dijo con una sonrisa. Se volvio a su esposo, lo beso con ternura y sonriendo le arrastro al piso de abajo para ver a la pequeña ardillita.
- Vamos a ver a nuestro diablito personal. Aunuque la aventura del tesoro hubiese terminado, empezaba una nueva aventura, consolar a la pequeña pelirroja.

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Mikumiku


Finales de Agosto

El calor castellano se filtraba por todas partes como un aire caliente y espeso. Sábanas y cortinas danzaban lentamente al ritmo de una corriente que atravesaba ventanas abiertas de par en par, arma de la resistencia contra el verano. A aquellas horas abandonar el resguardo de la sombra era un temerario acto de locura.

Y si aquello ya requería de un valor excepcional, el caballero debía traspasar los límites del sentido común. Pues no todo el mundo sería capaz de vestir la armadura y los colores de un guardia real en pleno agosto, época del cruel Sol abrasador. La tierra ardía, y no se podía levantar la vista al cielo sin arrugar la cara ante el deslumbrante resplandor dorado. Moverse equivalía a sudar, y cualquier soldado necesitaba un buen odre de agua cerca en todo momento.

Por el momento el nuevo capitán de la guardia real se relajaba en el recientemente remodelado jardín. Estaba tumbado en el patio, con los pies dentro del fresco estanque que habían arreglado y medio vestido por calor y por pereza. Esperaba sin prisa a que llegara el momento de volver a la corte, cuando el Sol se alejara hacia el horizonte dando tregua. Cualquier desconocido que le hubiera visto así, le habría confundido por un haragán sin oficio ni beneficio.

- ¿Cyl? – Escuchó unos ruidos ligeros, similares a pasos, no muy lejos de donde descansaba. Lanzó al aire un par de saludos, intentando adivinar quién había sido. - ¿Camille?

La pequeña pelirroja había sido la última incorporación a la familia y su entusiasmo y actividad no tenían límites. A base de pequeños pasos tambaleantes y gateos siempre acababa escapándose últimamente de todas partes, dando trabajo a padre y madre continuamente. Aunque también podía haber sido una de las doncellas del servicio, y no ser ningún problema más allá de lo normal. Miku abrió los ojos, pensando que un poco de compañía sería la mejor alternativa para aquel rato muerto, demasiado corto para trabajar en algo de provecho y demasiado largo para salir pronto del hogar.

Pensando en su maestre le desfilaban por la mente las habituales ideas y travesuras, pero ningún plan parecía convencerle del todo. No bastaba con cualquier gesto de cariño, tenía que ser el mejor, y ese estándar era bastante complicado de mantener.

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Cyliam


Vigilante, asi permanecia la de Compostela desde que la pequeña Camille habia comenzado sus pequeños pasos, era increible como crecian los bebes, con casi siete meses de vida la pequeña ardillita se las apañaba y he de decir muy bien para desquiciar constantemente a su pobre madre, gateando de un lado para otro, tocando cosas que no debia o peor aun pretendiendo comerse cosas que no eran para comer.

Escucho la voz de su esposo llamando desde el jardin y alzo la vista buscandolo, espatarrado sobre el jardin, con los pies a remojo, descamisado. Suspiro embobada al verle asi, tan guapo, tan indefenso, echo un ultimo vistazo a la pequeña y dejo un par de ardillas en el suelo mandando que la vigilaran, camino despacio y sigilosa hasta el rubio y se tiro sobre el con una sonrisa. - Hola mi hermoso guardia real. Te noto muy acalorado. Sonrio mientras frotaba su nariz contra la de el. - Yo si que te hare pasar calor y no este sol infernal. Comento mientras chascaba la lengua mirandole con picardia. Sin duda hacer sufrir al rubio era una de sus aficiones preferidas, se inclino y le beso lentamente mientras le daba pequeños pellizquitos para torturarlo un poco mas.

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Mikumiku


Había acertado al primer intento, y su esposa se acercó a él con una dulzura irresistible. Dejó que su beso descansara por unos momentos sobre los labios entreabiertos, para a continuación respirar profunda y plácidamente. Su aburrida tranquilidad empezaba a desvanecerse bajo carantoñas y pellizcos.

- Esto era lo que necesitaba yo. – Acertó a decir el caballero tras rumiar levemente varios sonidos ininteligibles a medio camino entre placer y pereza, como el que se despierta tras una noche maravillosa. - ¿Vienes a hacerme compañía?

No pudo ni quiso evitar una carcajada sincera y alegre. El salto de la pelirroja sobre él funcionó a la perfección para recuperar la voluntad, e incluso fue capaz de mover las extremidades superiores para fundirse con la señora de Fisterra en un abrazo reconfortante. Como un niño, chapoteó emocionado con los pies que le colgaban en el agua. Fácilmente hubiera lanzado por la borda todas las responsabilidades aceptadas para conseguir más de esos momentos tan especiales.

La besó otra vez, y a continuación la aseguró sobre su pecho para incorporarse todo lo ágilmente que fue capaz. El capitán quedó sentado en el borde del bonito estanque, con Cyliam frente a él sobre sus piernas. Enredados como amantes, la preocupación por el tórrido ambiente pasó a un segundo plano antes de que se diera cuenta. Una ligera brisa recorrió las cimas de los árboles más altos, y sonaron las verdes hojas al frotarse las unas con las otras. Sin embargo, la mirada del rubio estaba perdida en el fondo de aquellos ojos verdes y grises, y en unos labios que parecían pedir y pedir atenciones con el más tentador susurro.

- Me temo que tendré que controlar si lleva algún arma oculta, mi señora. – Bromeó, entre sonrisas cómplices y gestos de su propio idioma secreto. – La seguridad es importante, ya se sabe.

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Cyliam


Jugaban, a veces, solo con miradas el juego se hacia mas intenso, de pronto la pelirroja se vio capturada entre los brazos del rubio, suspiro feliz abrazandolo fuertemente como si por una sola milesima pensara que el se desvaneceria.

- Me temo que tendré que controlar si lleva algún arma oculta, mi señora.

- ¿De verdad, verdadera? Pregunto haciendo ojitos como solo ella sabia hacer.

– La seguridad es importante, ya se sabe.

- Buenooooo, si usted me lo dice, pero entonces yo tambien debo revisar si tiene armas ocultas. Acaricio la barbilla de su rubio esposo mientras le miraba coqueta y juguetona, acercandose lentamente hacia sus labios, aquel dia la pelirroja se sentia incluso mas ardiente de lo normal, quizas era cosa del calor, quizas de la pequeña Camille que la desesperaba, cuanto mas cerca de los labios del rubio estaba mas calor sentia, hundio ambas manos en la mata de pelo rubio y tiro de su pelo suavemente para finalizar en un suave y cariñoso mordisco en su cuello.

Armas secretas, ella en si se sentia ese dia como un completo arma secreta y ademas un arma de doble filo.

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