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A casa da Torre (II)

Faitai


La criada había aprendido mucho en los últimos meses. Desde el día en que su padre la dejara a cargo de la casa Espinosa y di Véneto, se había convertido en una joven mujer de muchas habilidades. Junto a Wallada, a la que trataba con mucho respeto, había conocido artes como la costura y la cocina. Escuchaba cualquier palabra con avidez y obediencia. Nada tenía que ver aquella grande y segura casa de piedra con los cuidados que necesitaba un campamento ambulante. Las letras castellanas la habían hecho sentir vergüenza al verse a un nivel aún más bajo que los pequeños de la familia, pero poco a poco iba dominando las figuras y disimulando el marcado acento de su tierra de origen.

Pero por más que pronunciara como un vallisoletano de toda la vida siempre notaría las miradas curiosas de los nativos. La piel oscura, casi negra, era sorprendente para muchos tan en el interior de la meseta, y la figura de su raza y labios carnosos provocaban más comentarios de lo que le gustaría. Y sin embargo, era feliz de poder llevar una vida tranquila en aquella ciudad. Sin nubes de polvo, camellos apestosos o carromatos incómodos de suministros varios. Puede que simplemente fuera una sirvienta de una casa noble, pero la trataban como si fuera parte de la familia. Siempre había algo que hacer, aprender o descubrir.

Hacía unos días que Miku, el guerrero que había viajado con ellos hasta Granada tiempo ha, se había marchado a la guerra. Su ausencia era evidente en las labores domésticas, que veían reducidas las cantidades de ropa sucia y comida a preparar diariamente. También había más silencio por las noches, y las camas y baños necesitaban arreglo mucho menos a menudo. Faitai se preguntó si debía haberle acompañado, pero él había insistido claramente en que el bienestar de la casa fuera la mayor prioridad; La africana tampoco estaba segura de que el ejército hubiese sido buen lugar para ella. Se preocupaba, sin embargo, de si la pelirroja soportaría bien aquello. No era lo mismo, y su señora era una mujer muy fuerte, pero tras escuchar de Wallada lo que habían sufrido en el pasado no quería dejar que los ánimos decayeran.

- ¿Mi señora? ¿Puedo pasar? – Era ya tarde, y los pequeños ya estaban bien arropados en sus lechos. Acumulando un poco de valor entró en la habitación de la vizcondesa, algo ruborizada. - ¿Está todo bien? Me preguntaba si el correo trajo alguna novedad…

No sabía cómo continuar. Notaba las mejillas ardiendo, aunque el sonroje cálido no pudiese ser percibido en ellas. Se le escapó una sonrisa inocente, ingenua, y se acercó para sentarse al lado de Cyliam. Era la primera vez que se atrevía a actuar con tanta confianza, normalmente sin atreverse a salir de segundo plano. Al no encontrar resistencia avanzó con cuidado, llevando las manos hacia la espalda de la mujer para dibujar un leve masaje.

- Quiero servíos en cualquier cosa que necesitéis. Wallada me ha enseñado a jugar a las cartas, os prometo que no me dejaré ganar. Si queréis hablar, o dar un paseo, sería feliz de acompañaos. También puedo arreglar la casona del bosque. Incluso, incluso… – Continuó en voz baja. Esta vez seguro que fue visible su timidez, los colores venciendo al tinte natural de sus mejillas. – Puedo haceros compañía si encontráis la cama fría por la noche.
Cyliam


La pelirroja jugueteaba en la cama con una pequeña ardilla, hacia poco Jez habia traido sobre su pequeño lomo a una diminuta ardillita desvalida, parecia ser una pequeña cria que quizas hubiera caido del nido en el que vivia con sus hermanos ardilliles, pero ella estaba segura que algo mas habria sucedido porque Jez hubiera actuado como un caballero ardillil y la hubiera devuelto a su hogar, quizas habia sido rechazada por su pequeño tamaño y por esa razon el muy inteligente la hubiera llevado a un lugar donde nunca la rechazarian.

Envolvio con sumo cuidado a la pequeña criatura y acerco el dedo untado en leche al minusculo hocico del animalito cuando Faitai llamo a la puerta.

- Esta todo bien, salvo la distancia que nos separa, ese es el unico problema e impedimento, pero estan todos sanos y salvos por ahora. Respondio dejando acurrucado al roedor sobre la almohada. Miro de reojo y con cierta desconfianza a la muchacha, no era una mujer de muchas palabras ni cercana, salvo con los niños y Wallada. ¿Que mision le habria encomendado el rubio?

- ¿Dormir conmigo? La cara de la pelirroja era todo un cuadro. Nunca nadie ni la propia Wallada le habia propuesto algo asi, y eso que Wallada la habia visto en sus peores momentos, en los agresivos o borracha como una cuba. - ¿Mi rubio esposo te ha pedido tal cosa? No estarias comoda durmiendo conmigo y casi seguro que yo tampoco. Harto raro se me hace aun pensar las noches que Wallada me acuno en su regazo cuando mi tristeza me llevaba a beber como una posesa. Apoyo la mano en la rodilla de la muchacha y sonrio. - No me gustaria que hacer tal cosa te incomodara, seguro que acabarias desviandote de tus deberes y aunque seas una doncella como Wallada mi intencion es que mi servicio de todo en sus deberes. Pero no me negare a una partida de naipes, solo que esta noche no. Aun debo cuidar de la ardillita que trajo Jez.

Acuno de nuevo al pequeño roedor sobre su regazo y sonrio. - Deberias descansar Faitai. Los niños estan en pleno crecimiento y Ginebra deberia aprender a leer, en unos meses sera su cuarto cumpleaños. Finalizo con una amplia sonrisa.

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Faitai


De repente tuvo mucho miedo, y se quiso hacer una pelota para desaparecer de la habitación. Qué fácil tenían eso las ardillas. Hasta que la vizcondesa no apoyó la mano en su rodilla no supo si había metido la pata hasta el fondo con su propuesta, porque no llegó a tener valor suficiente como para levantar la vista. Afortunadamente tampoco se había enfadado con ella la pelirroja, y respiró profundamente para tranquilizarse.

- No, no… Me dijo que me asegurase de que no os faltaba nada. – Confesó. – Pensé que podría ayudar. Allí la gente podía tener muchas esposas que durmieran juntas, o también las hermanas… Lo siento.

Se levantó, lista para salir y acostarse. No le iba a contar lo sucedido a Wallada y esperaba que su compañera no estuviera muy preguntona al respecto. La observó criar a aquella diminuta mascota con un cariño que la conmovió, y supo que no iban a aburrirse ni a sufrir demasiado con tanto por hacer y la cantidad de mensajes que iban y venían. Al fin y al cabo habían pasado por peores.

- Es adorable esa ardilla pequeña. Que descanséis bien, para cualquier cosa me podéis llamar.

Salió de allí como un relámpago silencioso, recogiéndose los faldones para no tropezar por las escaleras. Estaba nerviosa pero también satisfecha, de algún modo, por haber conseguido atreverse a hablar con Cyliam. Solo esperaba que no fuera demasiado incómodo estar juntas el día siguiente, quizá sí que debería dejarse ganar.
Cyliam


El tiempo pasaba mas lento que nunca, poco a poco la pelirroja iba perdiendo el animo, habian herido a su rubio esposo y para colmo estaba lesionado en una de las ciudades portuguesas, demasiado lejos como para ir a buscarle y cuidarle.

La de Compostela se pasaba el dia ausente, mirando por la ventana mientras suspiraba con tristeza, viajar sola hasta portugal era una completa locura. El rubio no habia sido el unico en caer, varios mas habian caido en combate. Era angustioso esperar, necesitaba a su esposo en Pucela ¿porque le habia dejado ir a jugar a las batallitas con los demas?
Mientras tanto los niños vivian felices, correteando y revoloteando, torturando a las dos doncellas y a los animalitos de la casa.

Se dejo caer en el sillon con el ceño fruncido mientras que Diablo el huron la miraba fijamente desde el suelo. - Sube. Dijo dandose golpecitos en las rodillas. El huron rapidamente trepo por la falda hasta hacerse una bolita sobre el regazo de su dueña, el tambien se sentia triste, al igual que Jez estaba enamorado perdido de la pelirroja, Diablo parecia haber encontrado en Miku el amor de su vida. - ¿Tu tambien le echas de menos? Pregunto acariciando el lomo del huron con un dedo, este se retorcio como si aquello fuera un si. - Te entiendo, yo tambien le quiero mucho. Espero que vuelva pronto, sano y salvo.

Ambos, huron y dueña, finalmente se quedaron dormidos en aquel sillon.

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Wallada


La arabesca no tenia tiempo para pensar en nada, los niños daban mucho trabajo, sobretodo los dos mas jóvenes que ya en sus primeros pasos eran como terremotos.

Sin embargo aun ocupada con los estudios de Mariana y atender a los dos niños y de vez en cuando a la mas pequeña, Camille. La arabesca siempre encontraba un pequeño tiempo para hornear dulces y hervir agua para preparar deliciosos tes y tisanas para la señora de la casa.

Un cálido te junto con un dulce pastel derretía cualquier manojo de angustias de la Señora de Compostela. Era una de las maneras que Wallada había descubierto tras tanto tiempo para templar el espíritu de la pelirroja.

Cada mañana, antes de que la señora se despertara, con sigilo la arabesca subía una bandeja con un gran tazón de te, varios bollos de canela, los preferidos por la de Compostela y algún jugo de frutas. Con ello conseguía que la mujer se levantara con buenos ánimos, unos ánimos que al menos duraban hasta la hora de la comida, donde de nuevo el postre templaba a la mujer y así hasta la cena donde frutas y bollos se convertían en la típica cena de la pelirroja. - Pronto volverá y todo volverá a ser como antes. Debemos ser pacientes. Dijo preparando los dulces con prisas esperando que Faitai hubiera escuchado también.

Y como no, también debía templar el animo de los roedores y demás animales del hogar, para las ardillas, grandes cuencos con muchos frutos, para la gata Aruba una pequeña trucha y para Diablo, el hurón su manjar favorito, huevos de gallina que aun conservaban plumas de la misma.
Mikumiku


Al fin, Valladolid. Parecía haber transcurrido una eternidad desde la última vez que el caballero puso un pie en su ciudad. La misión portuguesa había entrado en pausa por el momento, y algo cansado tras tanto tiempo y esfuerzo en tierras extranjeras la situación había propiciado una feliz vuelta a casa. Estaban contentos. Si bien el resultado no había sido precisamente el mejor posible, sí que habían logrado mucho más de lo que unos pocos voluntarios imaginaron al partir.

Miku había mantenido constantemente un flujo de información entre la corte, los feudos, y por último y más importante su casa. Sólo por aquellas letras los ánimos florecían, el pesar de la distancia aliviado con palabras y pensamientos de cariño. Como siempre que viajaba sin la di Véneto, el rubio tuvo que vivir con esa pieza que le faltaba en el pecho. Era una sensación agobiante, que no dejaba dormir por las noches y llenaba de temor el día a día, atacando al portador con tristeza o malos presentimientos. Pero ahora todo eso ya no importaba.

Estaban en Pucela. Tras encontrar sitio a los caballos se separó de sus compañeros de correrías, hermanos de armas casi todos ellos. Seguro que no tardarían en volver a verse. Miku, ahora también considerado de más alta nobleza por su nombramiento como señor y par, y el estatus que le correspondía como vizconde, decidió que era momento de presentarse en la Casa da Torre como tenía que ser. Esta vez no volvería como un hombre maltrecho y descuidado, poca cosa bajo el alud de suciedad y tinieblas que le envolvía. No, esta vez grabaría a fuego un buen recuerdo en la memoria de la pelirroja. Los niños querrían oír las historias, y el amor acumulado soltarse al fin.

En todo eso pensaba mientras paseaba por las calles tranquilas. Sacó brillo al cuero y al acero, e hizo arreglos para que trajesen todo su equipaje más tarde al edificio. Se tuvo que bañar para poder salir del manto de mugre del viaje, e incluso se hizo vestir con ropas nuevas por un sastre. Cuando Miku miró el espejo el veterano de mil batallas sólo era reflejado por su mirada y porte, y no por el olor a campamentos, sudor y tierra. Deseando que Cyliam encontrara de su gusto todo aquel proceso, llegó a la puerta como un verdadero noble. A la caballería estaba acostumbrado, pero lo último era novedad. No trasmitía pompa, ni era excesivamente llamativo o fuera de lo común. Las telas sin embargo le hacían sentir como si hubiese mudado la piel a una mucho más cómoda y ligera.

- ¡Buenos días! – Fue lo único que se le ocurrió decir al poner pie en tan familiar ambiente. Podría haber llamado al servicio, pero le pareció que sería raro en su propia casa. - ¿Hay alguien por aquí?

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Cyliam


Mientras jugueteaba en el dormitorio con las ardillas y el huron escucho una voz peculiar, una dulce voz que le erizo hasta el ultimo pelillo de la nuca y por lo visto no fue a ella sola, pues Diablo que estaba panza arriba sobre la cama intentando morder un dedo a la pelirroja salto de golpe y se puso sobre sus patitas traseras con los ojos bien abiertos.

- Es el. Dijo la pelirroja alzando al Huron sobre su cabeza. Ambos, animal y dueña bajaron las escaleras corriendo, pero Diablo fue el primero en llegar pues en el ultimo escalon la de compostela tropezo lanzando al bicho directo a la cara del rubio. - Eh eh eh primero yo, primero yo. Gateo y se arrastro como una niña hasta atrapar las piernas del rubio mientras el huron corria como loco por los hombros del rubio.

La pelea entre el animalito y la dueña no duro mucho, esta ultima atrapo por la cola al huron y lo mantuvo alejado mientras ella... ella se abalanzo sobre su esposo, tenia ganas de besarlo como si no hubiera un mañana y habia pasado dias y dias aguantando las ganas.

Lo atrapo contra la pared sin dejar que sus labios se separan un solo minuto, mientras tanto el huron se revolvia en la mano de la pelirroja arañando y mordiendo. Pero esto a la pelirroja le daba igual, pues todos en esa casa sabian que tras el tiempo en que la pareja no habia estado junta debian recuperar y aquello acabaria como una verdadera guerra. Miro a su rubito esposo y sonrio resoplando placenteramente. - Necesitaba esos labios ya. Le acaricio la mejilla y tambien el cabello. - Estas mas hermoso que nunca.... pero no te va a durar mucho y lo sabes. Finalizo con un tono coqueto y una mirada picante.

- Te hemos hechado mucho de menos. Dijo sonriente acercando ahora si a Diabo. - Y aunque parezca mentira el tambien estuvo muy triste en tu ausencia.

Y despues de tantos saludos y primeros besos, todos sabian como continuaria la historia, ahora daba comienzo la real y cruel guerra en a Casa da Torre, los vecinos pronto comenzarian a protestar por los ruidos, pero la pelirroja ya habia ideado un sistema de seguridad. Las ardillas les harian callar a todos.

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Mikumiku


No tuvo que esperar mucho una respuesta. Cierta locura pelirroja se le abalanzó encima a trompicones, mientras luchaba porque el hurón de los mil demonios no le arruinara el esfuerzo que había hecho para volver de buena planta. La preocupación le duró lo que tardaron unos labios familiares en hacer contacto con los propios. Tanto tiempo había echado de menos aquello que le pareció irreal, bloqueado mientras era empujado hacia la pared más próxima.

- Cyl… - Articuló palabra, emocionado, cuando recuperó el control sobre su cuerpo y mente. Costó encontrar segundos para hablar. – Tan bella que duele el verte y el no verte. Yo también te he echado de menos.

Ya le dieron igual animales, telas, guerras e historias. Estaba en casa, y bajo esos ojos claros que tantas veces estudiaba en sueños. La abrazó con fuerza sin despegarse un instante de su aliento, riendo simplemente por pura felicidad. El joven no sabía ni por dónde empezar, avasallado por ese tacto suave y cálido del que no había escapatoria. Sin más palabras deslizó el abrazo para levantar a la noble del suelo, liviana y sensual en cualquier situación imaginable. Tanto cariño y tan de repente estaba empezando a despertarle un apetito de los que no se calmaban en un par de días. Subieron a la torre los dos juntos, pasionales, ansiosos ambos de ponerse al día.

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Cyliam


Ahora que el rubio estaba en casa la pelirroja no cabia en si de felicidad, por fin podia dormir tranquila abrazada a su esposo y despertar cada mañana viendo al rubito la emocionaba.

Mayo el mes de las flores, primavera, calor eso significaba que iba siendo hora de volver a sacar al jardin los montones de paja para echarse la siesta tras comer.
Ni corta ni perezosa la pelirroja saco del arcón las sabanas que debian cubrir los montones de paja y espero pacientemente a que las carretas llegara con nueva paja.

Tras el desayuno se reunio con los dos hombres a los que habia comprado la paja y se esmero en amontonarla y cubrirla, cuando ya se hubieron ido no pudo evitarlo y se lanzo en plancha sobre el monton. - Por fin. Dijo espanzurriada sobre la mullida paja. - ¡Rubito! Ven a hacerme compañia. Alzo la voz de manera cantarina y sonrio mirando las nubes algodonadas, adoraba las siestas sobre la paja, el aire fresco, el canto de los pajaros y los saltos que daban las ardillas entre los arboles del jardin.

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Mikumiku


Era feliz volviendo a estar en casa. Viviendo el día a día con su familia y amigos, estando junto a la gente que le importaba y a la que importaba. Nada era equiparable al descansar sabiendo que lo último y lo primero que vería cada día era la indescriptible belleza de la vizcondesa de Ribadavia. Su esposa, su gran maestre, la dueña y señora de todo su ser pasado, presente y futuro. Tan solo el posar la mirada sobre ella ya superaba cualquier goce terrenal o espiritual.

Sin embargo, el haber cesado momentáneamente los viajes no significaba que no hubiese trabajo. Cartagena, al contrario que la afianzada y aguerrida Compostela, avasallaba continuamente a su señor con innumerables quejas e informes, problemas de toda índole que en el mejor de los casos no tenía idea de solucionar. Cualquier movimiento cercano a una frontera debía ser silenciado con rapidez, para evitar tensiones con reinos vecinos y súbditos descontentos. Los hombres elegidos para mantener una regencia no eran ajenos a malestares y disputas inútiles, y Miku sabía que no podía hacer nada por evitarlo mientras no impusiera el orden en persona. Pronto tendría que partir hacia Murcia, y levantar a los cielos aquella urbe castellana que era el puente hacia el Mediterráneo.

Valladolid resplandecía bajo la luz del Sol. Las temperaturas subían, y las frías heladas del invierno resonaban ya en la memoria como historia antigua. El caballero pasaba los días continuamente activo, escribiendo cuando no entrenaba y plantando batalla a los pequeños cuando no era la misma Cyliam su compañera de juegos. De algún modo se sentía inquieto, intranquilo, como viviendo la calma que precedía la tormenta. Algo no acababa de encajar en toda aquella paz, pero no sabía deducir si se trataba de un presentimiento o la simple falta de costumbre.

Salía al patio cuando escuchó la voz de la pelirroja. Parecía estar bien a gusto allí tumbada, y una ojeada le bastó para perder la noción de lo que estaba haciendo. Puso rumbo a ella de inmediato, para encontrarla cómodamente echada sobre el jergón de paja improvisado. A estas alturas su construcción estival ya se trataba de una costumbre, una institución reconocida en a casa da Torre. Cuando alcanzó su lado, sonriendo, decidió que al menos había que dar un poco de guerra antes de abandonarse a una completa tranquilidad. Manos hábiles atraparon sus piernas por los tobillos, juntándolas y levantándolas en el aire.

No pudo evitar reír cuando las movió de un lado a otro, jugando con la bella dama. Se la veía divertida y descansada, y entrar en contacto con sus curvas, su piel, bastaba para desencadenar cualquier cosa. Miku cayó de rodillas sobre la paja, aún sosteniéndola. Aprovechó el leve y cálido control para deshacerse en caricias, marcando con besos aquellas sensuales piernas que apuntaban curiosamente hacia el cielo. Inventando pequeñas torturas que apreciaran cada milímetro de su cuerpo como el tesoro que era.

- ¿Me pareció escuchar cierta orden dirigida a mi persona? – Bromeó, descendiendo lentamente por su figura. El caballero removió con delicadeza una de las ramitas de paja que, atrevida, había acabado enredándose entre ardientes mechones rojos. Dios, era hermosa. Si había alguna palabra para referirse a él mismo era afortunado, y si la había para ella esa era perfección. – Un humilde siervo a su servicio, aunque debo advertiros que a veces muerdo.

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Cyliam


Al borde de perder el control, el rubio era capaz de eso y mucho mas, una caricia, una mirada y la pelirroja se deshacia como la nieve en primavera.
Le deseaba tanto que le era imposible, tenerle cerca hacia que su corazon latiera con fuerza.

Le miro coqueteando mientras se mordisqueaba el labio inferior.

- ¿Me pareció escuchar cierta orden dirigida a mi persona?

- Ajam... Acerto a responder mientras continuaba mordisqueandose el labio intentando no abalanzarse sobre el.

– Un humilde siervo a su servicio, aunque debo advertiros que a veces muerdo.

- No me digas eso rubio, que me pierdo y los niños estan despiertos. Comento con voz melosa y risueña. Le beso con ternura y le abrazo en un suspiro, un simple abrazo valia para reconfortar cualquier mal. - Creo que hay una casa en el bosque donde tu y yo podemos mordernos y mucho mas. Dijo acariciando el pelo del rubito. - Pero... la siesta es sagrada. Se revolvio atrapando al rubio bajo ella y rapidamente se acurruco sobre su pecho refrotando la mejilla contra su almohada favorita. - Ahora no puedes huir. Y entonces comenzo a torturarlo con pequeños pellizcos y mordiscos. - Te quiero. Susurro tras la tortura acomodandose y dejando al rubio atrapado entre brazos y piernas.

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Mikumiku


Ese era el verdadero motivo por el que la gente luchaba, mataba y moría. Una razón lejos de cualquier ideal, de cualquier resquicio de duda. Las religiones, banderas y territorios no podían sino palidecer ante la voluntad del que iba a la guerra para conservar aquello. Esa paz que uno podía conseguir, donde el único deber era dedicar las horas a amarse y vivir tumbados en la hierba.

Dejándose vencer en aquella pequeña batalla, Miku acabó a merced de su esposa. Atrapado en un abrazo de cuerpo entero no había escapatoria, y el jergón dejó de quejarse tras tanto movimiento en su techo. Ella arrastraba sensualmente las palabras, y se mordía el labio, aparentemente sin conocer que con ello más que reprimirse provocaba al capitán. Toda palabra que pronunciaba, todo movimiento que hacía, acompasaba la armonía divina de su ser.

- …Que me pierdo y los niños están despiertos. – Dijo la pelirroja. Miku rió, poniéndose cómodo bajo ella, para a continuación darle una palmada traviesa y audible allá donde la espalda pierde su casto nombre. Divertido, hizo como que él no había sido y se llevó el índice a los labios. – Shh.

- Los niños serán los mejores. Tendrán la disciplina de unos padres con experiencia militar, la humildad de unos nobles que no huyen del trabajo y el corazón de un hogar donde el amor lo es todo.

Pronto volvieron al reposo. Cyliam descansaba, apoyada sobre su pecho, con una paz que casi le provocaba envidia. Allí estaban juntos, tan cercanos como dos cuerpos y dos almas podían estar en aquel mundo. Si se concentraba, uno podía escuchar el corazón de ambos latir al unísono, y sentirse flotar con el ligero subeybaja de sus pechos al respirar. Aunque el caballero no pudiera dormirse, atesoraría esos momentos como si fuesen los últimos. Acarició su rostro, apartando un mechón de cabello.

- Pronto tendré que volver a partir. – Susurró, más para sí mismo que para su esposa. Antes de convencer a nadie tenía que convencerse a sí mismo. – Cartagena corre el riesgo de derrumbarse si no voy a poner orden en el feudo. ¿Vendrás conmigo? O quizá sea mejor tener todo asegurado antes de llevar a la familia… Pero te echaría de menos otra vez.

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Cyliam


Respiraba profundamente el perfume que emanaba su rubio esposo, feliz, comoda, aquello era la gloria, que paraisos solares ni ocho cuartos, un pecho como el de su esposo si que era un paraiso, daban ganas de morderlo, arañarlo y mimarlo, pero aun era pronto para aquello, por ahora se consolaba con su respiracion y el latir de su corazon, era relajante estar en esa posicion.

Escucho al rubio sin a penas moverse, manteniendolo cautivo bajo ella. - ¿Vendrás conmigo? Pregunto Miku y la pelirroja regruño pero no enfadada sino a modo de ronroneo afirmativo. - Llevaremos ardillas que defiendan el lugar y nos mantengan al tanto. Respondio ella alzando la mirada al rubio. - Y quizas algunos cuervos tambien, ellos seguramente sean mas rapidos que las ardillas. En realidad no sabia quien de los dos podia ganar una carrera pero confiaba en ellos, ademas no habia visitado Cartagena y tampoco sabia muy bien donde se hallaba aquel lugar, estaba tan acostumbrada a Galicia que nunca se habia dedicado a conocer otros feudos mas alla de Alba y Valdecorneja, aunque algo habia investigado.

- Quiero ir a la playa, el clima alli sera muy diferente de Galicia, no puedo imaginarlo. Debia empezar a preocuparse mas por sus nuevas tierras, tampoco habia tenido tiempo de visitar Ribadavia, pero aquello estaba cerca de Compostela y habia podido mandar gente que se encargara de velar por la seguridad del lugar y de mantenerla informada, sin duda alguna era momento para organizar su cabeza, Compostela, Fisterra, Ribadavia y Cartagena, muchos lugares para una mente tan dispersa.

Abrazo al rubio y suspiro, por ahora se dejaria llevar por sus instintos primarios. - Te ayudare en todo lo posible y asi tu podras enseñarme muchas cosas. Dijo refrotando la mejilla contra el pecho de su esposo.

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Mikumiku


- ¿Enseñarte cosas? – Rió. - ¡Voy a darte una lección!

Contagiado del entusiasmo de la pelirroja el caballero era todo sonrisas y caricias hilvanadas. De la duda y la pena le había hecho pasar a la emoción e impaciencia, y ahora deseaba cuanto antes poner el pie en sus nuevas tierras. ¿Qué clase de súbditos regentarían el señorío? ¿Qué parajes tendrían que atravesar en el viaje hasta allí? Murcia era la puerta de Castilla al Mediterráneo, y ello comportaba una gran importancia comercial y estratégica. Una frontera siempre tensa con Valencia, y una costa siempre amenazada por el corso y los piratas bereberes.

- A veces el Sol deslumbra y la tierra quema. Al lado de Galicia suena a otro mundo. – Con delicadeza, levantó la barbilla de su esposa para besarla pasionalmente en la boca. La imaginó en aquellas playas de arena fina y dorada, su cabello rojo ardiendo en la brisa y su piel perlada de agua salada. Jugando, riendo y bailando. Protestando quizá a un rubio que la salpicaba sin dejarla tranquila. – Tengo un buen presentimiento. Todo saldrá perfecto.

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Mikumiku


Murcia, principios del verano de 1462

- Es impresionante.

No había otra palabra para describir lo que estaba sucediendo en los astilleros de Cartagena. Desde la cima del castillo de la Concepción, el noble y señor del feudo admiraba el progreso que se estaba realizando en los puertos. Como esqueletos gigantescos de algún olvidado monstruo marino torreones de madera se alzaban entre cuerdas y andamios. Un ejército de hormigas, prácticamente invisibles, se movía caóticamente para convertir en realidad aquellos ingenios marinos, proezas de la tecnología y el talento de expertos con distintas nacionalidades y trasfondos.

El torreón, recio y sencillo para aquel siglo del Altísimo, se levantaba sobre una de las cinco colinas que protegían la importante ciudad. Erigido sobre poderosas piedras mucho más antiguas que Castilla, databa del reinado de Alfonso X el Sabio, donde Cartagena había sido la única salida al Mediterráneo de la propia corona. Era un lugar terriblemente antiguo, profusamente enterrado bajo una actividad efervescente y constante. De los viejos sillares se habían levantado iglesias y murallas, y toda clase de reliquias decoraban los patios de aquellos lo suficientemente ricos y poderosos.

En general, el reino de Murcia era uno de los enclaves estratégicos más importantes para Castilla y León. El eterno roce de fronteras con Valencia por tierra, y la piratería y corso que comportaba tan floreciente comercio por mar, convertían el servicio militar en algo vital para el territorio. Era aquello lo que había impulsado al rey Astaroth a escoger aquel señorío para él, probablemente, y también la causa de sus primeras decisiones. Miku había organizado la producción de armamento en torno a varios ejes de suministros, establecido un sistema de mandos y víveres más eficiente, y se encontraba ahora en plena modernización del aparato militar. Raro era el día que no se escuchaba el atronar de la pólvora por prácticas y experimentos, y las nuevas galeras, embarcaciones bajas y largas, hechas para el remo y el combate, empezaban a cruzar la Punta del Aire y la de Santa Ana con orgullosos pendones al viento.

Cuando el calor se hizo insoportable decidió dar un paseo para volver a palacio. Evidentemente, aquellas rocas eran lugar para guardias y no para familias. Lejos estaban las cómodas y avasalladoras estancias de Fisterra, hechas para dar cobijo a los hermanos y hermanas de la orden. En cambio, el rubio había decidido hacerse fuerte en una de las grandes casas de la zona rica de la ciudad. Un lugar tan decorado y cuidado que dudaba poder considerar alguna vez hogar.

Mas era su esposa a quien buscaba. Los últimos meses de viajes y descubrimientos habían sido intensos, vívidos. Cruzar la península a su lado era vivir aventuras de día y maravillas de noche, y las millas se volvían palmos cabalgando tan bien acompañado. Sin embargo, desde la llegada a Cartagena se sentía absorbido por la responsabilidad, incapaz de exprimir el tiempo tanto como deseaba. Hasta el día de hoy no había logrado mantener una administración capaz de llevar a cabo las reformas sin su presencia. Pero a partir de hoy serían los dueños de los mares.

El Sol brillaba en el cielo. Fuerte, despiadado.

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