Recepción de la Jura del Fuero

Rebuscaba en los baules, tambien en los armarios, no encontraba el vestido adecuado, y eso que tenia como docenas de ellos, cada uno de un color, con bordados mas o menos vistosos, unos mas elegantes, otros no tanto.

Los zapatos habian sido elegidos, aunque no por ella, claro esta, sino por la mora que siempre la obligaba a llevar aquellos zapatitos tan horteras, las medias de lana fina descansaban sobre la cama junto a la capa negra, al final dio con un vestido, uno que no recordaba haberse puesto nunca, lo miro de reojo, extendiendolo sobre la cama y decidiendo si era o no digno de llevarlo.
Al final decidio que no quedaba otra, el tiempo se echaba encima, y Miku ya estaba vestido desde hacia un buen rato, ademas desde el segundo piso escucho los cascos de los caballos, para una vez que el cochero podia llegar tarde hacia lo contrario.

Se vistio con prisas, rebusco en el cajon unos guantes y ademas de sacarlos, con ellos se llevo a Diablo que se habia dedicado a mordisquear la lana de todos y cada uno de los dedos del guante. - Era mi unico par de guantes, dita bestia, a ver como soluciono yo esto. Dejando al huron sobre la cama bajo corriendo las escaleras, robando un fugaz beso a su esposo entro en la cocina para arreglar el desastre del huron, solucion, cortar los dedos de los guantes y que nadie se fijara.

- Listo, ya estoy. Dijo enseñandole a su esposo el vestido elegido. Con una sonrisa se agarro al brazo del rubio y caminaron hasta el carruaje, por lo menos aquel dia no nevaba, aunque hacia un frio de mil demonios.

El camino, como todos los caminos debia ser aburrido, salvo que la compañia del rubio no dejaba que nada fuera aburrido, sino todo lo contrario, no le daba tiempo a aburrirse entre las miradas complices, los besos y las palabras que se dedicaban uno a otro.

El cura andaba a paso ligero por los pasillos hasta llegar al salon donde se iba a celebrar la ceremonia, como era hombre de gustos vestia su tunica de fraile cisterciense y zapatos y guantes de cuero, o lo que es lo mismo igual que todos los dias.

En la puerta se encontraba el viejo baron de Illueca.

Baron, muy buenas , dijo entregando la invitacion recibida, a ver si va la cosa rapidita que tengo mucho que hacer..

Y continuo andando hacia el interior del salon para hablar con el resto de invitados.

Era su primera vez en un coche de caballos como aquél, y se sentía extrañamente superior, a la vez que le desagradaba por estar "demasiado cómodo" y tan encerrado en una caja. No se convertiría nunca en su medio de transporte habitual, eso seguro. Sin embargo, con la señora de Fisterra a su lado podría ir cómodo hasta en la boca de un dragón. No podía dejar de mirarla de arriba abajo, de regalarle carantoñas y pillerías a cada momento. Estaba radiante, preciosa, elegante. Se le quedaron cortos todos los piropos que se sabía a lo largo del viaje y no es que fueran pocos precisamente.

Y aunque no le hubiera importado a Miku que el viaje durase unas horas más, éste llegó a su destino bien de tiempo. El caballero bajó primero, chocando con toda la señora rasca de frente, y el primer instinto fue taparse bien. Señora... Le tendió el brazo contento desde el pie de la escalerilla, que conocía que Cyl era muy de tropezar en esos baches. A demás, con el frío vendría mejor ir juntitos. Mejor que el Salón no estuviera muy lejos.

Drak miró unos instantes al Señor Barón buscando una excusa para evitar cometer un desliz y no lo tomasen como un loco que hablaba consigo mismo. Y como maestro de la improvisación que podía llegar a ser le respondió:

- Oh nada Señor, pensaba que se me había desatado la bota, pero no, la llevo bien, ya se sabe que los piés hay que tenerlos bien cuidados, muchas gracias de todos modos. - Le hizo otra reverencia mientras se adentraba en el salón.

- Esa reverencia sobraba Drakito. - Le volvió a susurrar Sir Galeón en tono de burleta.

Drak se tuvo que morder la lengua para no soltar otra burrada y perder la compostura. Todo lo más pensó 'Odio cuando se me pone tan puntilloso'. Sabía que su noble antepasado le leería la mente, pero no le importaba soltarle la puyita .

Con un gesto de "dónde vamos a llegar", Urania llegó a la sala de la jura del fuero. Otra vez. Esto parecía el día de la marmota.

Pero es que en esta ocasión había novedades: el curagato ponía a trabajar a la familia y he ahí a Zebaz como el portero de Bifröst, pero con uniforme. ¡¡Habráse visto!!. ¡¡Como en los restaurantes chinos dentro de cientos de años!! ¡¡Donde trabajan el padre, la madre, los hijos, los primos, ese que no sabemos quién es pero que se parece al resto...!!. Sin duda, los Borja serían el primer ejemplo de negocio familiar encubierto. A saber cuántos habría... un misterio... aunque ya estaban trabajando en su localización y conteo.

La de Winter suspiró, preguntándose dónde estaría el del PARARÁPAPÁ, ese chico tan majo. Seguro le habían hecho un ERE (expediente de regulación de empleo, o "todos a la calle", algo que se pondrá muy de moda también, ya veréis ya). Llegó junto al Barón, que le pidió la identificación, edad, propiedades, dirección de la primera residencia, ficha dental y partida de bautismo para dejarle entrar. Y la mujer volvió a suspirar

- Barón... no me voy a casar. ¡Y tampoco me voy a bautizar, leñe! ¿Podéis hacer el favor de dejarme entrar? Tampoco hace falta que me anunciéis, si aquí me conocen todos... mire cómo tiembla aquel lacayo de allí, mire, ¿lo ve? Pues ese, un día, equivocó el lugar de unos jarrones. Aún debe de recordar mis gritos...

Ni que decir tiene que aquella mañana la casa de la de Santillana era como un hervidero de gente. Unos corriendo para acá, otros para allá. Marta se dedicó a arreglarse encerrada en su habitación.
Aunque el ánimo no estaba como para salir a pasear, aquella ocasión lo merecia. Poco a poco el bullicio se fue tornando en calma. Aprovechó para salir discretamente. Aquel era su primera salida tras su separación y no queria encontrarse con nadie hasta que llegara a su destino.

Una vez allí, encontró a Zebaz, acompañado de un par de ujiers. Parecia discutir con alguien, pero aquello no era nada extraño en el.

Bueno, no creo que necesite acreditarme pues... se dijo en voz baja.
Hinchó el pecho y fue con paso decidido.

Buenos dias, Zebaz. ¿Podrias indicarme cual es mi lugar, por favor?

El Prelado no era dado a alardes ni ostentaciones, pero esta vez no le quedó otro remedio que utilizar el carruaje del Obispado. Y es que había dos buenas razones: una la jura del Rey, lo cual ya era motivo suficiente, y dos su pierna gotosa que no había dejado de darle la lata desde la Navidad.

Con ayuda de Peralonso, bajó del vehículo pensando en la cara que se le pondría a su tía y a Miku cuando lo vieran llegar a la recepción habiendo faltado a su boda. Espero que entiendan las circunstancias. pensó mientras a duras penas y cojeante se acercaba hasta el Barón de Illueca.

¡Maese Zebas que honor verle de nuevo!. Aquí tiene mi acreditación. Y tras alargarle el documento se acercó ligeramente al oido del Barón susurrandole: He escuchado algunas noticias sobre apostatas por amor, supongo que de eso no sabreis nada, ¿verdad?. Quizás deberiamos hablar del tema largo y tendido en cuanto tengamos ocasión. Le dijo mirandole fijamente a los ojos.

La noche anterior el menor de los Borja se había quedado en vela hasta muy entrada la noche debido a que su padre no podía conciliar el sueño y le habían asignado cuidar aquella noche los aposentos reales hasta que Su Majestad durmiera, por lo aquella mañana se escuchaba un gran alboroto en la habitación del joven Liborio, ya que se había dormido y tenia que estar a tempranas horas junto al Barón de Ilueca en la entrada de la recepción de la Jura.

Luego de repartir muchos gritos y varias collejas el menor de los Borja termino de colocarse la armadura de gala de la guardia real y salio corriendo hacia los interiores del palacio, a su paso los sirvientes se hacían a un lado avisados por el estruendo de la armadura del Borja y seguido por los gritos que repartía el joven a su paso para abrirse camino, al llegar al pasillo donde se encontraban las grandes puertas y a su tío hablado con lo que parecía un Obispo, así que disminuyo el paso a uno normal y al llegar realizo un saludo formal.

Perdone mi tardanza Barón, no hay excusas para ella - dijo con el poco aire que le quedaba luego de haber corrido casi todo el palacio - Me fue asignada la tarea de proteger las puertas y revisar a los visitantes para proteger a padre - termino por decir el joven Liborio aun con un hilo de vos

De oca a oca y tiro porque me toca, pensaba el de Montalvo cuya vida se había convertido en un autentico rompecabezas al que ni el mismo era capaz de dar solución.

Se fue de retiro a meditar siendo gobernador de Castilla y en mala hora cogió las fiebres del “puerperio”, eso dijeron los médicos que poco debían conocer del cuerpo masculino pues Gonzálo nuca había parido al ser “varón”, con “v” que títulos no tenia.

Creyendo que moriría sin remedio y cuando lo trasladaban para que en el momento del óbito poder darle sepultura en tierras valencianas sin demasiada parafernalia, en Tortosa lo dieron por fallecido, con la fortuna de no ser enterrado con la debida premura por ser su muerte en viernes y así consigo escapar de tan malas artes y recuperarse.

Llamado a ser Embajador ante el Principado de Cataluña de la Corona de Castilla por su amigo el difunto Rey William, en juego macabro murió el Rey y la diplomacia falleció junto a él.

Llamado por la Condesa de Bétera acudió a Valencia y allí de oca en oca, acabo siendo alcalde de la Capital del Reino y Consejero de Minas del Gobierno Valenciano.

Cuando y por sorpresa recibió una carta de Castilla en la que Don Zebaztián Campeador Torres de Borja y Villalonga, Barón de Illueca le anunciaba que Don Carolum I, Rey de Castilla, de León, y de …. juraría el Fuero y que estaba invitado a la ceremonia como caballero de Castilla.

Consiguió raudo los permisos oportunos y partió hacia Castilla

Diez jornadas de viaje y al fin llego, después de vestir de gala se dirigió al Alcázar Real en lugar preeminente y como la sota de bastos una figura sobresalía de entre todas, ese del garrote debe ser el Barón de Illueca y hacia el se dirigió hacia el, buenos días y sosegar vuestro espíritu Barón, se presenta Gonzálo de Montalvo caballero de Castilla, deseo felicitarle por su magnifica organización.

Los invitados iban pasando y Drak se dedicaba a observar quiénes estaban antes que él, aunque los gritos del Barón interrumpieron su labor. Apenas se le entendía lo que decía, aunque pudo vislumbrar que tenía al lado a Cyl y a Miku 'Ya está, la muy loca querrá colar alguno de sus animalitos y le ha mordido el dedo al barón jijiji' Pensaba Drak con una sonrisa en la boca.

De repente pudo ver primero a Monseñor LMGandul, aquel hombre que lo casó con Sara, aunque más que verlo primero, lo olió. Aquel buen hombre tuvo la santa paciencia de aguantar las locuras de la madrina Tithiel, los cortejos a las damas del padrino Brumber, las trastadas de Vib y Adii y un largo etcétera.

- Drak, pregúntale si pertenece a la Orden Templaria, porque en mi época éste sería de los nuestros, ya que huele a Templario jejeje - Le susurró Sir Galeón a Drak con la voz que sólo el Caballero podía percibir.

- Anda, qué cosas tenéis! - Le respondíó Drak mentalmente aparentemente reprochándole, pero con un hilillo de sonrisa dibujada en su rostro.

- Pax tecum pater. Me alegra de ver al hombre que me unió en el santo matrimonio con mi prometida Sarangel. Se os ve saludable y eso me alegra - Saludó Drak a LmGandul - Sabéis lo que le pasa al barón? Parece que se ha vuelto loco.

Drak se despidió amistosamente del pater y pudo percibir que el de Illueca le volvía a seguir con su mirada. 'Jolines, ya parece la vieja del visillo con tanto observarme de lejos' Pensaba Drak.

Vió a Vib y Adii, con su pequeño Erik, y se fue corriendo a saludarlos, dándoles un abrazo y sáltandose todo protocolo que pudiese haber, entre ellos no habría ningún protocolo que les detuviese.

Realmente, Turin no se sentía cómodo. Se sentía absolutamente fuera de lugar y ridículo, entre tanta gente importante como bien sabía que iba a encontrar. Cierto es con varios de ellos lo unía la amistad, pero una cosa era profesarle a Turin amistad de entre casa, y otra muy distinta, en publico.

Se había vestido totalmente de negro, pues no ignoraba que los colores mas vivos lo hacían parecer un bufón. La ropa le sentaba mal y la cara le sentaba aun peor. Sin embargo, ya se había tenido que reconciliar con la vida. Era feo, lo sabía, y ya no le importaba.
Se preguntó si lo dejarían entrar.

Lentamente, con el aire esquivo de los infiltrados en una fiesta ajena, fue hacia las puertas