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[RP]De la vida de Césare Mallister de la Vega

Cesar


Ya era tarde cuando abrió el libro, aquel que llevaba consigo durante sus viajes, ya innumerables. Ensimismado por el color que adoptaban las hojas a la luz de un candil de cinco palos leyó en voz baja, casi en un susurro...

Citation:
Capítulo primero

Soy hijo de Feiniel Mallister de Azagra y Tadeita de la Vega. Educado en Firenze, ciudad de la cultura y prospera dentro de la península itálica, influyente allende los mares.

El séptimo hijo de la pareja, vine al mundo en Florencia, durante un viaje de mis progenitores. Nada mas nacer, un oráculo, a través de una carta astral me vaticinó que tendría una vida fulgurante, de poder y gloria, pero que sería rápida y acabada en asesinato.

Al año de vida, mis padres, en Venezia, me compraron a Agostino, un enano que había sido capturado por los moros y mas tarde recapturado por los venecianos. La tarea asignada a aquel enano, de las tierras del sur -ya dedicare un capítulo a su historia- fue la de criarme y educarme. Tengo que decir en su favor, que todo lo que Dios y Christos le habían quitado de cuerpo se lo dieron en inteligencia.

De mis primeros cinco o seis año de vida no me acuerdo, sin embargo tras múltiples conversaciones con mis padres, Agostino, y otros ciudadanos de Firenze e podido mas o menos reconstruir mi infancia. Por parte de mis padres, cabe decir que nunca se preocuparon en excedencia de mi, era el séptimo, y estaba destinado a servir a Christos, sin embargo el destino no lo quiso así. Agostino, mi tutor desde aquel primer año de vida, me definía como "un niño inquieto, de ojos ávidos y muy mal carácter". Durante largas horas, antes de morir, Agostino me recordaba cuan empedernido era cuando no conseguía algo, pues según el, todo tenia que estar bajo mi control, de una manera u otra.
Un buen recuerdo de el, es de nuestra estancia en los cantones suizos, tras un largo día de entrenamiento y estudio táctico, en el cual me contó, que sobre la edad de seis años, estaba enamorado de una niña hija de un vendedor de jabón Florentino, y el padre de esta prohibió vernos. Al parecer cuando me entere, cogí una espada corta del palacette donde vivía y me fui a casa del jabonero increpándole. Me cole por una ventana y suerte tuvieron de que fuera aun niño, pues la hija ni quiso volver a oír mi nombre.
Para el resto de ciudadanos, era un perfecto niño mas, con sus "travesuras" pero educado y respetuoso. Menos mal que no me conocen.

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Cesar


Citation:
De la vida de Agostino il nano.

No puedo continuar mi propia historia sin mencionar antes la de mi enano. Para que os hagáis una idea, Agostino era muy receloso de su propia historia, nunca tenia confianza en nadie, incluso yo a veces, me sentía fruto de su sospecha. Lo que ahora os narrare, es parte de lo que el me contó, lo mas interesante, y lo que pueda afectarme.

Al parecer, nació al sur de la península itálica, por su acento puedo decir el sur de Napoles o Sicília, sin embargo, nunca me contó el lugar exacto. Su infancia al parecer, se la paso entre burlas y la servidumbre, devoto Aristotélico, consiguió embarcarse en un barco, rumbo a dios sabe donde. Sin embargo, el bajel fue capturado por moros. Me contó, las penurias que paso a bordo de aquella galera. Trece días contó, antes de que fuera uno de los pocos barcos capturados por la flota veneciana. Antes de conseguir su libertad, estuvo dos años sirviendo en aquella galera que cada vez odiaba mas. Se encargaba de los mapas, de ayudar al capitán aportando algún dato interesante -gracias a eso, me ayudo en muchas batallas que mas tarde me darían renombre- leía y aprendía lenguas, se encargaba de comprar. No se porque, pero por su aspecto burlesco y cómico siempre conseguía que el vendedor se apiadase de el, y le rebaja el precio aunque fuera un ducado.

El como consiguió su libertad nunca me lo explico con claridad, al parecer, en una intervención militar, salvo la nave pues reconoció costa mora cuando deberían estar en algún otro lugar.

Pero el ser propiedad de la Serenissima Repubblica di Venezia hizo que tuviera que pasar por los mercados, donde mis padres -ignoro si por la gracia de ver un enano o por el hecho autentico de buscar un tutor- lo compraron.

Tras comprarlo, Agostino me enseño, a leer latín, italiano y mi lengua materna. Cuando crecí, il nano nunca ceso de educarme en la fe aristotélica y el odio hacia el moro. Por así decirlo, me a inculcado todos sus odios y su gran desconfianza. Todas mis otras virtudes, me son propias.


Enano durante la primera infancia (0-5 años)
Enano

Enano durante la segunda infancia (5-12 años)
Enano

Enano durante la adolescencia y edad adulta.
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Cesar


Levantó la vista, se sabia aquellas lineas de memoria, de releerlas y releerlas. Aun así, le continuaban causando una sensación que por instantes le cubría el vació que sentía. Se levanto, se puso algo mas de vino y volvió a tumbarse para seguir con la lectura.

Citation:
Capítulo segundo

Voy a retomar el hilo, donde lo había dejado. Justo antes de mi partida para aprender a ser militar.

Cuando tendría sobre la edad de siete años iba a entrar a formar parte de la iglesia, para ser algún día un influyente obispo y así mejorar la posición de la familia. Sin embargo, desde que leyera obras como la "Guerra de las Galias" de Julio Cesar o la "Iliada" de Homero gracias a Agostino, puedo decir que orar al señor dejo de ser una prioridad. Aunque no por ello, jamas, e dejado de adorar a Christos y al señor. Así pues, mi obstinación por la vida militar, ademas de un conjunto de sucesos, pudo abrirme las puertas al arte de la guerra.

Debo decir, que todo lo sufrido, todas las heridas recibidas y causadas, cada vida sesgada, lo a valido. Igual que Aquiles, opte por una vida mas gloriosa y sangrienta que tranquila y apacible.

Estuve tres primaveras mas en Italia, entre escuderos y arsenales. Desgraciadamente no recuerdo demasiado de ese periodo, tan solo decir que me entrenaba a diario. Mañanas de estudio de táctica militar y lectura de manuscritos, y tardes de entrenamientos agotadores.

Durante estos tres años apenas tuve contacto con il nano, aunque siempre asistía a mis lecciones. Mas de una vez le veía mirando a mi nuevo tutor con cara asesina, como si le hubieran arrancada un hijo.

Volví a retomar el contacto cuando, para acabar mi entrenamiento. Hice rumbo a Valencia.

Para proseguir, os debo explicar mi opinión preconcebida sobre la ciudad en la cual residiría durante varios años.

Mis padres, con asiduidad viajaban, así que muchas veces me dejaban en Firenze, al cargo de mi tutor. Sin embargo, rara vez iban a Valencia, y se quedaban grandes temporadas. A la vuelta, siempre contentos, mi padre explicaba cosas de la ciudad, que si las calles, la catedral, el como aclamaba la muchedumbre, el bello mar -pocas veces había visto el mar- y mil cosas mas. Mi madre, por contra, argumentaba con mi padre sobre política, pues al parecer, hacia tiempo que los reyes valencianos caían como moscas y habría pronto otra sucesión. También contaban antiguos sucesos, de los cuales no tengo mas mención que la de sus conversaciones.

Así pues, debo decir, que Valencia se me antojaba majestuosa e inalcanzable por cualquier villa o ciudad en hermosura. Cuando la vi, me di de bruces contra la realidad. Se me antojaba al igual que Pisa, normal, sin nada de espectacular. Me había acostumbrado a la majestuosidad de Firenze, y a la abundancia de Venecia.

Una vez allí, estuve bastante aislado, nunca me adapte al castillo de Betera. Se me antojaba horrible en comparación con palazzo de Firenze. En mi ciudad natal, poseíamos un palacete, otrora de un gran arquitecto. Era de dos pisos, con un patio interior, por el cual, a través de unas escaleras se subía al segundo piso. En la primera planta, fuera del palazzo pero dentro del recinto, situado a la izquierda de la entrada, habían las caballerizas. En la habitación contigua, ya dentro del hogar, se encontraban las armas, estancia vetada a mi persona, por mi comportamiento un tanto violento en ocasiones. La habitación donde dormían los criados, era la primera nada mas entrar por la puerta principal, mientras a la derecha se encontraba la despensa. Nuestras alcobas estaban arriba. Aquel lugar, incluso cuando vuelvo, se me antoja cálido, como ningún otro lugar. El palazzo se encuentra en una de las callejuelas de Firenze, cerca de la Piaza di la Signoria, no acorde con nuestro estatus de noble, sin embargo, creo que es de los pocos lugares donde e disfrutado de paz.

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Cesar


Echo la cabeza hacia atrás. Le dolía el cuello, y notaba el crujir de sus huesos tras pasar largo rato en una misma postura. Estuvo así varios minutos, hasta que por el hambre salio de su tienda.
Era una cerrada noche de principios de diciembre, y noto el helor en su cara. Se remetió en la capa y fue directo hasta la tienda de su amigo de armas. Mientras le servían la comida, iba intentando calentar las manos, inmóviles debido a la temperatura. Así recordó, como, años antes, aun en Valencia, durante otro invierno en su infancia, estuvo a punto de perder las manos.

Durante el segundo o tercer invierno de su estancia en Valencia, nevó, y el junto a otros niños salieron a entrenar, pues el frío, según su padre hacia mas fuerte. Nada parecía que fuera a ser un día especial.
Durante el entrenamiento se cortó y esperando a avisar un mayor, por error creyó que poniendo nieve en la herida curaría antes. Cuando llegó el médico, le cerro la herida.
Días después, aquel mismo corte que no se había acabado de cerrar, se inflamo y aquella mano empezó a coger un tono morado. El medico volvió, y ante una negativa rotunda de sus padres a cortarle la mano, procedió a abrírsela.
Un coagulo de sangre se había infectado, pero afortunadamente pudo salvar la mano.


Volvió en si, ya tenia el plato delante, un poyo asado y pan duro. Se lo acabo pronto, volviendo de nuevo a su tienda, donde le esperaba vino, que le ayudaba a calmar el alma y a dormir.

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Cesar


Una vez había bebido, en exceso, como de costumbre, volvió a abrir el libro, pero mas avanzada su historia. Con ojos soñolientos empezó a leer las primeras lineas.


Citation:
Capítulo quinto.

Me había convertido en un muchacho fuerte, inteligente, y agraciado. Y un destino incalculable me aguardaba.

Así pues, tras mi retorno a Firenze, me tocaba partir de nuevo. Mi próximo destino, seria suiza, que mas tarde, y aun, aborrezco.

Me dirigía allí, tras decidir definitivamente que seria de mi. Debo decir, que estuve mucho tiempo debatiendolo, pero, finalmente, yo nunca heredaría el condado. Así que, tras haber estudiado y entrado para un futuro militar, decidí montar una compañía.

Por aquel entonces, múltiples nobles, ante la inmediata necesidad de dinero, armaban un ejercito y se disponían al servicio de los diferentes estados italianos, incapaces de mantener regularmente un ejercito propio. Eran llamados Condottieri, y en algunos casos, ante la negativa de un estado a alquilar sus servicios, arrasaban sus tierras.

Sin embargo, hay que decir, que aunque los grandes comandantes eran italianos los mercenarios en si eran en su mayoría suizos, pues, eran muy reconocidos por su táctica militar, organizados a modo de las antiguas falanges como las de Alejandro Magno, podían decidir batallas.

Así pues, mi viaje hasta los cantones suizos no tuvo sobresaltos, cruzamos Modena, Milán, Saboya y finalmente suiza.

Mientras estuve allí, junto con Agostino, que fue el único que me acompaño en este viaje, solo destacar que tenian una disciplina totalmente férrea.

"Los suizos [...] castigan con pena capital a los que, por miedo a las armas de artillería, se salen de la fila o muestren con los compañeros algún signo de temor."

"Es por esto que los suizos tienen estas leyes tan severas que, bajo las miradas del ejército observante, a los que por miedo hacen cosas vituperiosas e indignas de hombre fuerte, se les corta en pedazos por los mismos soldados que le rodean. Así, el mayor temor vence al menor: y por temor a una muerte vergonzosa, no se teme una muerte honrosa."

También añadir, que verlos adiestrarse causaba pavor, se dejaban la vida en la labor que desempeñaban, eran feroces. Pero se demostraría mas tarde.

En suiza pase poco tiempo, una primavera y parte de un verano. Aquel lugar poco me intereso, era muy alto, en los alpes, nada mas llegar me costaba respirar. Ademas, incluso en verano había que ir abrigado, su clima, poco parecido al de Italia o Iberia, causaba una gran desazón en mi, pues mi cuerpo anhelaba el calor del sol. Pronto volvería a casa.

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Cesar


Al día siguiente, otra vez cuando la noche se cernía sobre la tierra, abrió de nuevo aquel libro con sus memorias. Decidió entonces abrirlo por...

Citation:
Capítulo tercero

Bétera estaba situado al noroeste de Valencia, cruzando pequeñas villas se llegaba desde la capital en menos de una hora. Como ya bien dije con anterioridad, como séptimo hijo de los condes era un don nadie, solo los criados y el populacho me trataban bien, pues mis compañeros de armas nunca me estimaron, y yo siempre les desprecié.

A la falda de la sierra Calderona aquel lugar, caluroso en verano y frió en invierno, que a veces nevaba, pase de los diez a los dieciséis años. Me hice renombre de tener todos los pecados y no seguir los pasos de Aristoteles, pues desarrolle un gran orgullo, al igual que Leviatán montaba en cólera y no tenia consecuencia de mis actos. Era sumamente envidioso de mis hermanos mayores, preferiros por mis padres, pues ellos estaban antes en la linea de sucesión.

Sin embargo entre mis cualidades, escasas pero existentes,valoraba ampliamente el esfuerzo y el trabajo, aborrecía la acedia. Y era un devoto aristotélico. Así pues, durante esos años anduve encerrado en el castillo entrenando y estudiando. El cura de la villa me tenia en estricto ensañamiento. Oraba nada mas salir el sol, antes de acostarme, a todas horas.

Agostino se vino conmigo. Era la única persona con la cual mantenía una comunicación regular, incluso mis padres estaban ausentes, entre la corte en Valencia, los mercaderes en audiencia, que si problemas con la plebe, revisar y entrenar a los escuderos, etc. Respecto a mis hermanos, los veía raramente por el castillo, y los veía cruzábamos unas pocas palabras y nos despedíamos.

Tengo muchas anécdotas de entonces, sin embargo las relatare mas adelante, en algún lugar aparte.

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Cesar


Cuando acabo el tercer capítulo se levantó y salio de su tienda hacia al aire invernal. Bajo un pequeño terraplén y se situó al lado de aquel riachuelo que se había formado durante el deshielo, y deshago sus necesidades. Noto como perdía el fluido cálido y le entro frió, dándose prisa por volver a su tienda.
Una vez dentro cogió el libro y prosiguió.

Citation:
Capítulo cuarto

Con la edad de dieciséis años, volví a Italia pues mi etapa formativa ya estaba casi terminada.

Recuerdo como, el día que me anunciaron mi retorno a Firenze, me saltaban lagrimas de la alegría. Y como, dos días mas tarde, estaban toda mi familia y mis compañeros en el castillo para despedirme. No entendí demasiado aquello, pues nadie tenia un especial aprecio por mi, o que me lo hubieran demostrado -nunca e negado el amor que sienten mis padres hacia mi, sin embargo se que no lo manifiestan- así que aquel día, llegue radiante al puerto de Valencia, subido en un barco llamado La Marquesa hice rumbo a Italia, puerto de Pisa.

El viaje duro varias semanas, pero bien las valieron, pues aquel capitán, cuyo nombre ya e olvidado, me enseño grandes cosas sobre la mar, las criaturas marinas, las cosas de mal fario, y muchas mas cosas.

Una vez en Firenze, me convertí en il signorino del palazzo. Era el único familiar, considerado ya casi un adulto en aquella casa cerca de la Plaza de la Signoría. Me sentí muy cómodo por poder ser quien mandara, pero solo lo hice en un inicio, pronto me canse de mandar a los criados, pues en gran medida no había nada nuevo que hacer, y aquello que requiriera de su necesidad era Agostino el encargado de hacérselo llegar. Mientras, yo solía pasar el día asistiendo al mercado, a la iglesia, todo era cuestión de dejarme ver en lugares públicos y vivir holgadamente de las rentas de mis padres.

Un vicio que inicie en aquella ciudad durante aquellos tiempos, fue el de acompañar a Agostino a buscar malas compañías. Agostino, de tanto en tanto desaparecía algunas tardes y noches, mas tarde yo también iría.

La primera vez que le acompañe a aquella casa donde se reunían ricos hombres a pasar un buen rato tendría casi dieciocho años. Y estaba bastante nervioso.

Llegamos a una esquina en un barrio de la ciudad, nos abrió una mujer bastante mayor, que nos saludo con entusiasmo, y Agostino le dijo que era mi primera vez. Aquella mujer sonrió de oreja a oreja y me dijo que tenia a una joven acorde conmigo. Aquel lugar, cargado de inciensos que le daban un olor que mareaba y no dejaba pensar con claridad.

Subí unas escaleras y me cruce, para mi sorpresa con mas de un ciudadano conocido. Aquella mujer me arrastraba por pasillos y escalinatas y llegamos a una puerta, en la que entro dejándome a mi fuera, sin saber exactamente como actuar. Salio y me empujo hacia adentro, había una chica no mayor que yo, su nombre era Elisabetta me mando cerrar la puerta.

Así es como adquirí mi ultimo pecado, la lujuria. Y así pasaría casi dos años mas.

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Cesar


Se encontraba al norte del río que cruzaba Firenze, tenia las manos heladas, y aquello era un problema. Junto a él había varios hombres mas, muchos allegados, otros que compartían su causa sin ningún lazo mas con il signorino. Haría diez minutos habían quedado en la piazza della signoria. Todos habían asistido a aquel evento.

Al otro lado, se encontraba Vieri Cozzi, enemistado con él, y por ende con la familia desde hacía años. Era un banquero que quería adueñarse de algunas competencias que le eran brindadas al Mallister, como dar por culo a muchos ricos hombres o desflorar a muchachas y alardear delante el padre. Aquello sería otra comidilla para el día próximo.

Desenfundó su espada. Iba con una camisa negra, para confundirse con la noche. También portaba una capa española, que le permitía junto al sombrero, muy calado, esconder su cara en caso de que los alguaciles fueran despertados. Como calzado, las botas de cuero negras. Eran flexibles y le permitían correr, saltar, andar, escalar y mucho más sin que se rompieran demasiado. Sin embargo, el uso empezaba a mostrarse ya.

Una vez desenfundó su espada, todos lo imitaron, y se fueron al centro del ponte Vecchio. Allí esperaría a que se aproximaran los estúpidos seguidores de aquel engreído que creía que podía hacerle la competencia.

-Sei abbastanza imbecille di presentarti a qui.-dijo Vieri.
-Quello non è quello che pensa tua sorella!-replicó el Mallister.
-Figlio di putana!
-Lascia a mia madre in pace che ella non ha le gambe tanto aperte come la tua!


Fue suficiente para Cozzi, que empezó a correr hacia il signorino cegado por la ira, seguido de sus amigos. Fue bastante penoso aquel combate, Cozzi, nada mas llegar a la altura de Mallister intentó descargar con fuerza un golpe transversal que de no haberse apartado lo habría partido en dos. Si embargo, fue lento y le golpeó la espada, quitándosela de la mano. Vieri se asustó al verse desarmado.Mientras el resto ya se habían enredado en el fragor del combate, nadie había resultado herido de gravedad. Así pues, con la empuñadura le golpeó la cara, le dio un rodillazo en el estomago, y cogiéndolo con fuerza se acercó al borde del puente. Le miró fijamente y se disponía a abrir la boca cuando el traidor le dio un cabezazo haciendo que lo soltara. Fue a coger la espada, se acercó corriendo al semivalenciano y intento partirlo horizontalmente, sin embargo, se agachó a tiempo, haciendo que perdiera el equilibrio y mandara la espada a saber donde. Se acercó con la espada apuntándole al cuello, hizo que se subiera al borde.

-Ciao amico -dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

Vieri fue a parar al agua. Mientras, algunos que habían presenciado la escena se fueron por patas, otros se quedaron hasta caer exhaustos, pero la gran mayoría acabaron con huesos rotos, cortes superficiales y solo murió uno, un tal Delvoglia, no muy importante en la ciudad.

No tardaron en salir horrendos rumores, muchos de ellos, ciertos.






Eres bastante imbécil de presentarte a aquí.
Eso no es lo que piensa tu hermana.
¡Deja a mi madre en paz, que ella no tiene las piernas tan abiertas como la tuya!

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Cesar


La brisa se deslizaba suavemente sobre la superficie del claro, en el cual se encontraba. El color verde lo inundaba todo y el sol, ya primaveral calentaba los huesos sin dar excesivo calor. Un arroyo de fresca agua bordeaba aquel lugar, y allí se dirigió.

Se pasó agua por el pelo, y con las manos en forma de cuenco bebió. Le supo a gloria. Pasaron los minutos y ni se movió, aquel lugar alejado del mundo urbano y que lo tenía fatigado le nublaba la mente con delicias. Entonces notó una mano en su espalda y volvió en sí.

-Hola

-Hacía rato que habías desaparecido, aquí estas.-dijo sonriendo.

Se giró y la besó largamente, pero su mente volvió a su despacho, con el montón de papeles pendientes de firmar, revisar, escribir, etc. Llevaba días organizando a los soldados para el viaje, pero no tenían casi nada. Les faltaban víveres y no sabía como remediar eso. Por otro lado, había miles de permisos que llenar, no se podía ir con una hueste como por su casa. Y aquella empezaba a pasarle factura, por mucho que dejara a su enano encargarse de muy delicados e importantes asuntos, la responsabilidad era suya y no estaba acostumbrado a tan intenso ejercicio mental.

-¿Estás preocupado verdad?-dijo lentamente, como si fuera ella la afectada.
-Sí, no tenemos comida, me faltan permisos, y no sé cuando llegaran los barcos, é dificile organizar algo cuando nadie te hace caso y no sabes gran cosa.

Ella le abrazó, y le susurró al oído una pregunta, el respondió encogiéndose de hombros. No sabía cuando partirían.

Sonaron las campanas de la iglesia, anunciando que había habido un fuego. Suspiró, tendría que ir a dar su versión a las autoridades, debía dejarse ver para ganarse el favor de las gentes y no levantar tanto revuelo. Dejó que ella se fuera antes, no sería bueno que los vieran juntos.

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Cesar


El sol caía perpendicularmente sobre las cabezas de sus hombres. El camino del hacía el norte se iba complicando por momentos, pues al verse obligados a renunciar a cruzar el mare nostrum decidieron ir por Francia. Pero también habían tenido problemas con las autoridades locales, y las huestes gabachas les plantaban cara.

Habían formado, eran mas, pero esos hombres del sur de los pirineos y cuenca del Ebro no habían recibido una estricta instrucción y era pura carne de cañón, apenas contaba con unos pocos veteranos. En cambio, las huestes francesas incluso en menor número contaban con mayor disciplina y armamento. Aquello sería fatal.

-Avanti.

Todos los hombres empezaron a caminar, pero a medida que se acercaban al enemigo perdían la posición, y lo que tendría que ser un muro de lanzas para parar la escasa caballería enemiga era un conjunto de hombres con largas lanzas intentando mantener un orden ya inexistente.

Apenas les separaban unos cien metros los arqueros dispararon y la infantería sin orden alguna cargó. Sólo el grupo de veteranos se quedó atrás, junto al Mallister y el alto mando.

Hubo una masacre y la mayoría del ejercito a fue aniquilado o desbandado. Todo se había acabado.

- Cazz0. Agostino, demos media vuelta, volvemos a Narbona. Que los supervivientes nos acompañen, olvidémonos de ir a Italia.

El sol ya se ponía, rojo el amanecer, igual que el suelo de aquel lugar, sembrado de cadáveres. Olvidados.


Adelante.
J*der aunque realmente se escribe con doble Z

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Cesar


Los rayos que se colaban por la ventada del hostal despertaron al hombre que yacía tumbado en la cama, vestido como si hubiera vuelto a altas horas de una juerga torcida por el alcohol. La camisa sucia y sudada, los pantalones que anteriormente fueron marrones y las botas oscuras, sucias de barro le daban el aspecto de un pordiosero.

Hacía rato que el sol se había levantado alumbrando la estancia, pero hasta entonces Césare no se había levantado. No había nadie más. En medio de la habitación se hallaba una mesa, pequeña, que había hecho subir a propósito del comedor para usarla como despacho, pero algo le llamó la atención. Había una carta.

Citation:

Marqués de Gondomar y las Islas
Señor de Valdecorneja
Par de Castilla y León


A Césare Mallister de la Vega, salud y gracia:

Mi nombre quizás no os suene ya, pues apenas si me conocéis. Pero conozco y tengo en gran estima a vuestra madre, y he oído buenas y variadas referencias sobre vos. Dicen que os desenvolvéis con franca soltura como Condottiero. También dicen que vuestra compañía se ha desbandado en los últimos tiempos, por lo que sois capitán sin tropa.

Recuerdo con admiración de mis tiempos como Lansquenete en tierras itálicas la eficacia de las compañías mercenarias de aquella tierra. Por ello, llegado el momento de organizar mi guardia, pensé en vos. Sois, como dije, capitán sin compañía ni patrón, y yo soy patrón sin capitán para dirigir mi tropa.

Mi propuesta es sencilla. Os ofrezco el puesto de capitán de la nueva Guardia Veneciana que será la élite de las huestes de Gondomar y Valdecorneja. Llevaréis aparejados títulos, honores y una paga que, confío, os parecerá más que suficiente, amén de poder de decisión organizativa tanto sobre la ´tropa como sobre las defensas de los lugares a vuestro cuidado.

Confío en que aceptaréis. Os aseguro que no habrá lugar para el arrepentimiento.


Potius mori quam foedari, ad maiorem Dei gloriam.

Dado y sellado en la Isla de Arousa, a diez y un días del séptimo mes del año de gracia de MCDLIX


Tras leerla se quedó pensativo. Así transcurrieron unos minutos antes de que subiera el enano y le quitara de su ensimismamiento. Y sin decir nada il signorino le tendió la carta. Este la cogió con solemnidad y la leyó.

-¿Y bien? ¿Que pensáis hacer?
-No lo sé, ir a Italia ahora, tras lo del hace una semana, sería un suicidio político, nadie me contrataría
-Agostino asintió- así que supongo que es lo mejor que puedo hacer. ¿Qué piensas tu?
-Hacéis bien, sin embargo, hay un hombre abajo, algo enfadado, exigiendo satisfacción por asuntillos de anoche, ya sabéis. ¿Que le digo?
- el tono del enano era duro.
-Complacedle y mandadlo a la mi*rda, ya sabes, algo apartado, oscuro, que no llame la atención, y dale recuerdos a la ofendida.
-Así lo haré.


Salió el enano, quedándose de nuevo vacía la estancia. Se tumbó de nuevo y pensó largo rato, antes de volver a sus quehaceres cotidianos.

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Cesar


Los soldados estaban esparcidos por el campo de batalla. Combatian en una formación desordenada, sumidos en un completo caos. La linea se había roto, las torres del castillo quedaban a merced del invasor, por fortuna, ese mismo desorden generalizado le permitia, junto con sus caballeros y jinetes acechar al rey enemigo. Era el momento y lo hizo. Cogió el alfil y deslizandolo por el tablero, matando a un peón, le hizo jaque a Agostino. Este, moviendo la alferza* acabó con el pobre alfíl. La siguiente jugada se cobraría una vida noble. La reina acababa de fallecer pisoteada por el caballo. Haciendo retroceder al rey. Aquella partida se hacía eterna, y Césare tenía una sensación desagradable en las sienes. La cabeza iba a estallarle. Bum bum, bum bum, mueve ficha, Agostino también, bum bum, bum bum...

Tiro el rey, rindiéndose. Habeis ganado enano. Se levantó girando sobre sus talones y salió al balcón que daba hacia los muelles. Ya llega con retraso... tendría que haber llegado hace días. En su corazón una sensación de desesperanza iba apareciendo, que no dentro de mucho acabaría apoderandose de él.

El enano salió a su encuentro. Corría una suave brisa, relajante, que chocaba con la creciente preocupación. No se habrá hundido, el capitán que mandasteis es provado marinero, habrá tenido algún retraso en algún puerto. Apuntaba Agostino. En esos momentos, el signorino respiraba profunda y largamente. Eso esperaba, pero cada día que transcurría su precopación iba en aumento.

¿Donde estaba el barco que debía tornarle a la península? ¿Donde se hallaba el bajel que transportaba sus sueños e ilusiones venideras? ¿Donde...? ¿Donde...? Aquello le superaba. Agostino, esta noche necesitaré vino, ya sabes. El enano asintió. Esa noche tocaría asistir a las tabernas de los barrios bajos de la ciudad.


*Dama del ajedrez en castellano antiguo.

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Cesar


La cálida mañana era tranquila, no había habido sobresaltos. Ahora sus ojos se posaban en las velas, que se hinchaban, se vaciaban, a ráfagas. Los marineros cambiaban de posición las velas a cada momento, aprovechando las corrientes de aire que salen de tierra hacía mar adentro.
Ese fenómeno se produce sólo por las mañanas, cuando el aire cálido de la tierra se dirige mar adentro. Por el contrario, al atardecer, el garbí s'en va a dormir.*

Con una sonrisa estúpida de satisfacción se dirigió a su camarote, que no era nada del otro mundo, pero al menos no dormía como el resto de pasajeros y marineros, amontonados como si fueran carga que transportar. Allí se encontró con Agostino, que estaba sentado encima de su cama improvisada, con sus anteojos y leyendo algunos documentos que habían tenido que recoger en la ciudad.

Il signorino se tumbé sobre su jergón de paja, húmeda, pero lo mejor que podían ofrecerle. Tutto bene? El enano alzó los ojos, y respondió secamente. La Spezia adesso è una città franca, la repubblica di Sienna sta aiuttando a Genova, e tutto lo nuovo. Asintió con pesadez. Tenían aproximadamente una semana de viaje. Iba a aburrirse.


* expresión de la zona del Empordà o costa Brava, que se refiere que al atardecer el viento sopla de mar a costa, permitiendo entrar en puerto sin necesidad de motor.

¿Todo bien?
La Spezia (ciudad del norte de Italia, perteneciente a la repubblica di Genova) es una ciudad franca, la república de Siena está ayudando a Genova, son todas las nuevas.

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Cesar


Citation:
Tras la semana de viaje que me devolvía a València visité la villa de Castellón, hospedándome en el castillo de los duques de Benicarló. Allí conocí a la tan “deseada” Ederne, con la cual mi madre me espoleaba a contraer nupcias, por el bien de la familia.
Realmente, durante el tiempo que estuve allí no avance excesivamente mi “relación” con ella. El cortejo iba bien, sin embargo, se truncó.

Tras varios días de disgustos, entre ellos la nueva reina, una menestral caí enfermo. Fiebres decían los médicos, pero anduve mucho tiempo, más del que le hubiera gustado a cualquiera enfermo. Pero aún en esas condiciones me embarqué, rumbo a la ciudad de Dénia.

Dénia era el destino que había elegido la condesa de Bétera para el retorno al reino. De allí, marcharían hasta la capital. Pues más tarde se celebrarían las cortes, que nombrarían a Rhiannon I reina de València. Y aquello, por aquel entonces, me parecía un desenlace fatal.

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