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[RP] Cada rosa merece su espina

Mikumiku


Otra alegre mañana en casa de los Espinosa-di Véneto. El lío con las cajas, los muebles y el pensar en alguna pequeña reforma ocupaban entonces tanto el espacio como el tiempo del joven caballero. Miku ayudaba en todo lo que se le ocurría, vigilando, comentando con los trabajadores y pagando alguna cosa con el dinero que había sacado de la última visita a Vimianzo. Tampoco mandaba nada a los que movían y construían, pues la opinión que más importancia tenía en el tema era la de la pelirroja. Ella se movía como una diosa entre habitación y habitación, con todo muy claro y pensado y concentrada para que no se le escapara nada. Lo tenía dominado.

Al final, pararon para descansar un rato y los contatados se fueron. El rubio se decidió a dar un paseo antes de comer, para ver qué tal estaban los caballos - Que aún no estaban en la nueva casa - y para darse un chapuzón en algún sitio si aún pintaba bien de tiempo. Miku tenía otras ideas en mente, a parte, y rumiaba una en especial entonces. Recordaba lo que había prometido a su hija, y un caballero no olvidaba una promesa así como así.

¿Brynne, estás? Repiqueteó con los dedos en la puerta de su habitación, la más alta del edificio. A estas alturas la niña ya no tan niña estaría estaría acabándose de arreglar la ropa y sacando sus cosas de los petates de la mudanza. ¿Te apetece dar una vuelta con tu padre? Por más que lo dijera Miku, seguía sonándole grande eso de padre. Se sacaban 2 o 3 años de edad entre ellos, así que al final había decidido tomárselo con calma e intentar darle la atención que él no había tenido a su edad, ni de pequeño.
Brynne


Colocaba su ropa en los baúles que le había dejado Wallada, pensando en la diferencia con su mudanza de hacía unos meses. Por aquel entonces todas sus pertenencias cabían en una bolsa y aún sobraba espacio. Y no sólo ropa y comodidades, tambien mucho amor de sus padres, de sus hermanos, en general de todo el pueblo.

Sonrió al oir la voz de su padre a través de la puerta proponiéndola un paseo. Nada le apetecía más, pues a pesar de todo seguía confusa entre tanta ropa y cosas, y empezaba a marearse.

- ¡Con gusto papá! - dijo abriendo la puerta con una amplia sonrisa. Le gustaba pasear con su padre. Pese a que apenas le sacaba unos años, haciendo biológicamente imposible que lo fuera, comenzaba a quererle como tal y se había ganado con creces su respeto. - ¿Dónde vamos?

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Mikumiku


Pues hacia el bosque, así pasamos por la casona. Que hay una cosa que quiero enseñarte. Le devolvió la sonrisa. No te pongas vestido, que no querría que lo arruinaras por mi culpa. La esperó un momento y salió a la calle, bajando las escaleras rítmicamente. El Sol y el calor seco de mediodía los recibieron, recordándoles que no era la hora apropiada para estar fuera. Sin embargo, los árboles que envolvían el camino daban una sombra buenísima, y hasta parecía que se encontraban alguna que otra brisa fresca.

No le dijo mucho a su hija, que parecía impaciente por saber dónde iban y a qué exactamente. ¿No lo imaginas? Te prometí que te iba a enseñar. Hacía unas semanas, Brynne había pasado una pequeña crisis propia del ir abandonando la infancia. Había movilizado a medio pueblo, pero al final, gracias a Jah, había acabado todo bien. Por su parte, Miku había hecho la promesa de que le iba a dar alguna clase para que supiese defenderse de cualquier malhechor. Era una chica muy independiente y se mezclaba mucho con la gente, y eso sumado a lo enamoradiza que estaba últimamente, la podían convertir en un blanco fácil de cualquier bandido, ladrón o cosas peores.

A todo esto, pensando en lo que había pasado y charlando animadamente sobre cosas aleatorias, como los distintos tipos de té que preferían (¿?), llegaron a la casa, donde habían estado viviendo hasta hacía casi nada. Vamos al patio, Brynne. Rodearon el edificio, sin pasar por dentro, y llegaron al sombreado patio. Los farolillos que colgaban de los pinos los habían quitado, y también las hamacas. En el suelo, algunas cajas desconchadas y sacos medio vacíos completaban la escena, listos para ser llevados a la nueva casa cuando el calor amainara un poco. El caballero rió alegre y se sentó encima de uno de los baúles, con las piernas cruzadas.

¡Bueno, a lo que veníamos! Rió el rubio, y empezó una serie de estiramientos fáciles, nada complejos, indicando a su hija que los imitara. Antes que nada, tenía que saber el estado físico de la muchacha, si se ahogaba como había visto en tipos que no estaban acostumbrados a correr, si podía mover del todo las articulaciones... Era importante en alguien que hubiera estado toda la vida en un convento.
Brynne


¿No lo imaginas? Te prometí que te iba a enseñar

¡El manejo de la espada! ¡Al fin!. Se sientió muy cómoda y feliz con la idea. Hasta sentía un cosquillero en el brazo. Habían llegado de nuevo al jardín del Caos y su padre empezó a realizar movimientos extraños.

No era muy complicado. Le imitó sin dificultad. Brazo, pierna, brazo, cintura...

- Pero papá ¿y la espada cuándo? Si bailar ya se...

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Mikumiku


Sonrió, pues la chica estaba tan sana como parecía a simple vista. Muy bien. Cuando ella acabó no pudo evitar soltar una carcajada. ¡Sí, supongo que es un baile peculiar! Pero es importante ir haciendo ejercicio constantemente y practicar. Él mismo tenía su rutina, bastante más dura que los simples estiramientos, pero su objetivo era el de superarse constantemente y llegar a ser tan gran caballero como pudiese. Pero aquello y su orgullo eran otra historia y ahora estaban en lo que estaban.

Verás, hija, manejar la espada es sobre todo una cuestión de movimiento. Tener reflejos, buenos hábitos con las posiciones y aguante. Miku sonrió y prosiguió, viéndola atenta. No es nada difícil, digan lo que digan. Basta con practicar y prestar atención a los fallos. Y dicho esto... Se giró, apoyando una rodilla en el suelo, y prosiguió a abrir el baúl donde había estado sentado antes. De él sacó dos palos de madera pulidos, algo viejos pero bien cuidados y sin astillas. Eran las típicas espadas de prácticas, tan simples pero efectivas como siempre habían sido. Todavía los uso, a veces. Uno es para ti. Le tendió el más nuevo como si fuera un regalo.

A ver, la posición. Un pie delante y otro detrás, como si caminaras por un puente muy muy estrecho. El rubio se agachó y le dió un pellizquito cariñoso a la altura de la rodilla, para que abriera un poco más las piernas. Así, estupendo. Ahora sígueme y haz lo que yo. Se estaba divirtiendo mucho enseñando. No era un gran conocedor de esgrima, ni un maestro nato, pero lo que sabía lo intentaba expresar con el cuerpo, hasta exagerando los movimientos para que se vieran claros. Miku se colocó en guardia en paralelo a ella, y despacio, avanzó unos pasos hacia delante, tiró una estocada a fondo con una última zancada, y después volvió al principio retrocediendo.
Brynne


Imitó los movimientos de su padre. Decididamente aquello tenía mucho de baile. El palo. Llevarlo y moverlo no era difícil, más lo era coordinar piernas un poco aciertas, equilibrio... Cuando su padre lanzó la estocada al frente estando en paralelo con ella, Brynne hizo lo propio. De alguna manera su sangre le hacía ser intuitiva con respecto a los movimientos.

Animada, intentó pillar por sorpresa al rubio girándose repentinamente e intentando repetir la estocada con intención de tocar su pecho con el palo.

Éste actuó por puro reflejo e interpuso el suyo con tal movimiento que el de Brynne cayó de su mano sin rozarle lo más mínimo, y de pronto la espada de madera de su padre rozaba el cuello de ella.

Le miró sorprendida. No, no iba a ser tan fácil.

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Mikumiku


Le iba bastante bien a Brynne con el movimiento. Era ágil y grácil como una bailarina, y no tenía vicios por no haber aprendido a pelear con otro estilo antes. El punto flojo de aquello era la fuerza, la potencia. Su ataque a traición había ido bien definido, pero con poca actitud y un agarre flojo del arma. De todos modos, no se podía pedir a una joven de 16 años que tuviera un brazaco de marinero.

Vamos a ver. Miku sonrió, y giró el arma con la que la apuntaba para cedérsela por la empuñadura. El agarre tiene que ser bueno, para que no te saquen la espada al primer golpe. Coloca la mano así, envolviendo la empuñadura. Le guió los dedos como tocaba. El pulgar y el índice son los que dirigen, el meñique cierra fuerte, muy bien. Se separó un poco y cogió el palo que estaba en el suelo, con la intención de probar su guardia ahora.

Paso, paso, posición. Intenta no bloquearme, sino aprovechar el empuje que traiga para guiar el ataque y abrir mi defensa. Que note que no doy a nada. Era la mejor forma de que ella aprovechara su ligereza, desviando la energía bruta del agresor, para apartarse rápido y responder.
Brynne


La espada de madera cayó unas cuantas veces al suelo ante los envites fuertes de su padre, y ella con la espada. Empezaba a dolerse de los golpes que se daba contra el suelo cada vez que perdía el equilibrio.

Esto la hacía enrabietarse más y hacer caso omiso de los consejos de Miku: buscar el punto en el cual pudiera desviar las acometidas de fuerza, pues ahí no era rival, y aprovechar su ligereza.

Nunca aprendería a manejar aquellos instrumentos del demonio. Pero su orgullo le impedía pedir que pararan, asi es que se dispuso a aguantar como pudiera, átona, hasta que fuera él el que decidiera acabar.

Y de pronto le vió venir por el lateral derecho, directo a su cuello. Su instinto la hizo agacharse, de tal manera que el golpe le pasó por encima, y con la fuerza empleada, espada y hombre trastabillaron tropezando apenas unos pasos. Se recuperó enseguida y volvió al ataque sorpendido dispuesto a golpearla la cintura.

No supo cómo. Sólo que se retiró un poco de la trayectoria del arma de entrenamiento con una finta, y le hizo volver a trastabillar con el empuje.

Corrió lanzando la espada al suelo y dando saltos de ufana alegría por el patio. No hubo tregua. En uno de sus saltos, la espada de su padre tocaba su cuello riendo.

Frunció el entrecejo.

- Bueno, entendí cómo esquivar, o mejor intuí... ¿pero cómo paro un golpe? Contra la fuerza no podré, no entiendo cómo desviarlo

Se levantó, se frotó un poco las posaderas, tendría unos decorativos moratones durante días. Y no quería tener más.

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Mikumiku


Brynne no se cansaba, y él iba manteniendo el ritmo sin parar para obligarla a esforzarse al máximo. Se sorprendió del aguante de la muchacha, que incluso estando Miku moderando la fuerza de las estocadas, estaba empezando a notar el brazo cansado. Iba mejorando a un ritmo espeluznante, consiguiendo que el rubio fallara algún ataque. Se la veía contenta por ello, y la sonrisa se le contagió al rubio.

Es difícil de explicar. No debes parar exactamente un ataque, sino dirigirlo, como si yo lanzara una piedra y tuvieras tú que cogerla con un vaso. Intentaba imaginar alguna sensación similar, pero no creía tener mucho éxito. Tienes que mover el vaso donde toca, si, pero también acompañar el movimiento de la piedra hasta que muere, para después dirigirla y contraatacar. Si el vaso lo sujetas rígida, el pedrazo lo romperá, pero si sigues la trayectoria que lleva suavemente podrás hacer con él lo que quieras.

Hizo a la niña atacarle muy muy despacio, para ejemplificarlo de un modo más visual. Ella avanzó y pinchó con la espada, bastante mejor que al principio de la clase. Miku, en lugar de saltar hacia atrás, o golpear la hoja de Brynne, avanzó casi temerariamente hacia el palo que le apuntaba, y deslizó el "filo" de su espada por la hoja de la alumna, poco a poco. Y entonces, cuando en un combate real la estocada empezaría a perder velocidad, canalizó la energía de su guardia para desviar el arma de la chica hacia abajo casi clavándola en el suelo.

Desviando el ataque del otro lejos de tí, siempre acabarás en una posición con ventaja. Tu espada está más cerca de él que tú de la suya, y el otro estará sorprendido o en desequilibrio. Venga, otra vez. Sonrió, dispuesto a cansar en serio a Brynne.
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