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La Gran Celebracion en Compostela

El_mozo_de_cuadras




En el transcurso de la noche del 3 al 4 de Noviembre, en el Castelo de Fisterra, los preparativos de ultima hora se apuraban antes de que la señora llegara y con ella invitados y demas gentes.


Siempre le tocaba a el prepararlo todo para los eventos caprichosos de sus señores.

- ¿A ver si me he enterado, el Caballero Miku no pasara aqui la noche despues de haberme pasado fregando de rodillas seis horas la capilla esa? Podrian haberme avisado. Conversaba el mozo con uno de los guardas que encogido de hombros y con las palmas hacia arriba daba a entender que el tampoco comprendia la situacion.

- Lo mejor que puedes hacer es tragar y callar, han dejado bien claro que todo debe estar limpio y perfecto, no te dejes restos de cera ni telas de araña olvidadas. Shhh no hables y trabaja o nos castigaran a los dos, a mi me toca poner en orden el salon de reuniones, apartar los escritorios y cargar las mesas, mirar que los manteles sean blancos y que ninguno tenga una sola mancha, asi que no te quejes.

Y alli el joven mozo continuo raspando el suelo y las piedras de las ventanas intentando despegar la cera fundida. Tras varias horas y con la noche ya mas que entrada comenzo a arrastrar los bancos de madera, eran mas pesados que los ultimos, estaba claro que la madera era mejor, un color mas vivo, bien pulidos y barnizados. Coloco tambien la media docena de candelabros altos al lado de los bancos y puso sus correspondientes velas. Para finalizar debia terminar de colocar las velas de la lampara, alzarla y atar la cadena a la pica de la pared con todo el cuidado del mundo, si aquella lampara de kilos de hierro caia, los azotes iban a ser lo que menos le doliera de aquel castigo.

Finalmente coloco la sabana blanca sobre el altar, y dos pequeños candelabros con grandes velones, subio a la escala de madera y tembloroso paso un paño humedo sobre la vidriera a fin de limpiarla bien y no convertir aquello en un cuadro de barro, pero todo salio bien.

******

Mientras tanto la sala de reuniones, comenzaba a parecer un amplio comedor, manteles blancos con la cruz de Fisterra, los pendones colgados tras la mesa principal decorando con los colores tipicos de Fisterra y Galicia, tambien de Castilla.

Las doncellas gallegas, que acompañaban a la señora de compostela se habian transladado a ese castillo, solo por ese dia, y ahora corrian entre las mesas colocando platos, cubiertos, copas brillantes y jarras de peltre.

Decoraban las sillas con listones azul, negro y plata, sino aquello pareceria muy sobrio, aunque si la de Compostela lo veia mandaria quitarlo.

- Bien es hora de dormir, mañana sera el gran dia, al alba los soldados estaran en sus puestos, ustedes señoras, no salgan de la cocina a no ser que la señora lo mande, ella iba a llegar de las primeras al evento.
Cyliam


Habia decidido dejarse de carruajes y a primera hora de la mañana habia salido con Némesis al galope. Aun asi habia dejado preparado el carruaje para su princesa y el deslenguado que tambien habian sido invitados.

Llego un par de horas antes del medio dia al Castelo, saludo a los soldados y dio unas ultimas indicaciones antes de ponerse a revisar los detalles de la capilla y el salon, todo impecable y limpio, el mozo de cuadras tenia unas ojeras que le llegaban hasta los pies, aun asi la pelirroja no tuvo piedad con el y le puso a encender los braseros de la capilla y el salon.

- Cuando termines con los braseros podras irte a descansar hasta mañana. Le dijo al muchacho con una sonrisa malvada.

Al rato el olor a comida llamo la atencion de la pelirroja que se dejo llevar por el mismo hasta la cocina, alli las dos doncellas del Castelo da Néboa, preparaban la comida. La pelirroja asomo la nariz a los grandes pucheros donde se cocian, centollos, bueyes, bigaros y percebes. - Que no se os olviden las gambas y los langostinos, tampoco debe faltar vino y orujo, y ya no os digo nada del postre.

Todo estaba preparado para recibir a los invitados.


Ya pueden aparecerse los invitados.
Nota: Recordad que esta celebracion es en Fisterra, Galicia.

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Ignius


El traqueteo del carruaje le tenía molido. Prefería mil veces montar a caballo, pero los de protocolo no le permitían. Decían que un obispo montando a caballo era quebrantar todas las leyes de protocolo, que era inadmisible, que... El prelado tenía cambiarlos en cuanto pudiese. Estaba hasta las narices de tanta mandanga. Él era obispo, y quería montar a Foc.

Pero ya llegaban al fin del mundo. En breve llegaría a Fisterra, a nosequé celebración de la omnipresente Cyliam. Cuanto más al norte subían, más frío hacía. Estaba acostumbrado, había crecido en el Prinieo catalán; aun así, el cuerpo se le había acostumbrado perfectamente, casi con gusto, a un clima más moderado durante el día. Debería redomarlo de nuevo.

De lejos vió el castillo. Mandó al cochero que acelerase el paso y a un heraldo que se avanzara para anunciarle. No había nada que le diera más vergüenza que estarse en un sitio parado esperando mientras el resto le miraba.

Cuando llegaron oró al heraldo pegar cuatro gritos diciendo

-Monseñor Ignius de Muntaner, Obispo de Osma, Prefecto de la Villa de San Loyats, Decano del Seminario Hispánico Fray Tanys de Salamanca.

A ver qué nos ha preparado ésta chica ahora se dijo mientras bajaba del carruaje episcopal.

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Mikumiku


La cabalgata que se había pegado Miku no tenía nombre. Por culpa de haber querido velar las armas en Valladolid se autoobligaba a ella, en gran parte por la poca diferencia de tiempo entre la solitaria noche y la alegre celebración que debía secundarla. El joven admitía que se había encabezonado con ello, pero es que Pucela era su hogar más querido entre todos los que tenía el privilegio de poder estar. Así que, como dicen, "sarna con gusto no pica" y se había dejado casi la vida - sin exagerar - para llegar a tiempo a Fisterra.

En realidad, estaba contento y no había cansancio ni ojeras que le pesasen. El caballero montó veloz, con el rostro orgulloso al viento y capa y cabello azotándose en una estela borrosa a su espalda. Torbellino era fuerte, ágil, no tropezaba ni se hundía en el barro de los caminos. Galiza pronto estuvo a la vista, y sus montañas atravesaron jinete y corcel con la valentía e ímpetu por coraza. Miku eligió la ruta que pasaba por Vimianzo, el particular pequeño señorío sobre el que había recibido el privilegio de tener jurisdicción. Durante meses de constantes viajes, las gestiones y reconstrucciones del bonito castillo que vigilaba la zona habían dado resultados muy satisfactorios, y pese a su juventud y falta de experiencia, la figura del caballero rubio era muy querida entre sus habitantes. Allí había reclutado una guardia entre los campesinos, que mantenía en orden los mercados y los caminos, y él mismo había practicado mano a mano con sus hombres para transmitirles, en la medida de lo posible, los ideales del servicio y la caballería, el honor que para él tan poco peso tenía entre las gentes.

Entonces paró allí a descansar unas horas, por necesidad más que por gusto, y pudo conocer los avances del consejo de autoridades que había designado en verano para que comandaran y transmitieran las órdenes en su ausencia. Un resumen bastó a Miku por el momento, bastante bueno y sin malas noticias, a parte del fallecimiento del maestro que trabajaba los desperfectos de los grabados en piedra del castelo. El Altísimo tuviera su alma y manos en el Paraíso Solar. El caballero se vistió con sus telas más buenas y estrenó un manto nuevo de Cabaleiro de la Orde, ciñéndose espada al cinto. El níveo corcel fue también engalanado de negro, con dos cruces flordelisadas en plata a cada costado. Miku deseaba partir ya, y no esperó si quiera a la tarde para hacerlo. Invitó con honores a cabalgar con él a sus mejores guardias del castillo, compañeros de confianza, sentido común y coraje, que se sintieron halagados de poder hacerlo.

Y así los cinco, en línea y estandarte al frente, de negro y plata, atravesaron las puertas de Finisterre. El castillo del fin del mundo.
Khanigalbat


El camino embarrado hasta la Costa da Morte estaba salpicado de pequeñas tabernas, mesones y posadas tan disimuladas entre la espesa vegetación que había que fijarse bien para no pasar de largo por delante de ellas. Aquellas acogedoras casonas de tejas curvas eran el único refugio que encontraba el viajero cuando ya se sentía más que harto de soportar esa llovizna persistente y fría que se volvía por momentos en mazazos de agua. Con razón los gallegos tenían más de setenta palabras distintas para designar a la lluvia, según cada una de las setenta formas distintas de mojarse que había allí.

En honor a la verdad, el clima gallego era muy parecido al de su amada Irlanda y aunque el paisaje no era tan rico en matices verdes como en la Isla Esmeralda, los campos aparecían igual de frondosos, la hierba olía igual de fresca y la gente era igual de hospitalaria. No tenía tampoco por qué quejarse tanto, en realidad lo único que le había molestado es que la Maestra de Armas le hubiera mandado allí oficialmente sin pagarle dietas, con la vaga justificación de que los esclavos normalmente no las cobraban... si además, con la excusa del viaje, el Heraldo tendría la oportunidad de conocer de primera mano la célebre gastronomía de la región. Por lo poco que había podido averiguar por el camino, las ostras estaban realmente sabrosas pero los percebes hacían trampas con los naipes mucho mejor que él, para desgracia de su ya de por sí menguada bolsa.

El castillo de Finisterre se elevó por fin al final del camino, en medio de una recóndita franja de tierra rodeada por el mar. No había más sitios en toda la Corona para hacer una celebración que aquel lugar escarpado en los confines del mundo donde el viento se daba la vuelta... por ejemplo cualquier palacete calentito de Burgos y poner un par de empanadas, una queimada y unas cuantas botellas de Ribeiro para dar ambiente...

El rubio espoleó el caballo y silbó para que Tuerto lo siguiera hasta la misma puerta del castillo, donde vió una voluminosa carroza rodeada de lacayos tan empapados como él. El Heraldo se preguntó a quién diablos se le había ocurrido llegar hasta allí con eso, que por las ruedas completamente enfangadas se diría que aquel armatoste habría sufrido lo indecible para alcanzar su destino. Se aproximó a los guardias ataviados con los emblemas de la Enxebre que custodiaban el puente levadizo para darse a conocer.

- Soy Hernando de Osuna, Vice Maestro de Armas de la Capilla Heráldica de la Corona. Estoy aquí en representación de Su Majestad.

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Cyliam


En la puerta de Santa Galadriel Arcángel aquella en la que siempre habia recibido a los nuevos miembros, esta vez iba a recibir invitados. Estaba agazapada en un rincon bajo el arco, abrigada con la capa negra, portando aquel endiablado y pesado collar como GM y ese anillo... con lo bien que habria estado ella en pijama y alpargatas.

Los soldados avisaron de la llegada de algunos invitados y la joven salto de su escondite sacudiendose la falda y preguntando si estaba bien.
Suspiro y estirandose alzando el cuello, camino con paso firme para recibir a los primeros en llegar.

- Mi querido Ignius, bienvenido a mi humilde castillo. Iba a besarle el anillo, pero eso le parecia una autentica cochinada, asi que poniendose de puntillas agarro los mofletes del obispo y le beso casta y aristotelicamente en los labios, como muchos curas hacian. Me alegra que acudais a esta celebracion tan importante. Ahora os llevare a un sitio mas calido y menos humedo.

Tras la llegada del obispo, llego el vicemaestro de armas. - Bienvenido. Os veo con cara de hambre. Dijo sonriendo. - Luego habra una comilona, y prometo que no os faltara de nada.

Dirigiendose esta vez a los dos invitados les indico el camino hasta la capilla. - Os acompañare hasta la capilla, mientras esperamos a los demas invitados y a los protagonistas de nuestra celebracion.

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Diego_el_de_pereo


La Duquesa me dio permiso para que me adelantara, para llegar con antelación a la celebración que allí iba a darse. ¡La ordenación de un caballero! El sueño de todo soldado al servicio de alguien. Si bien en aquellos tiempos yo estaba al servicio de la del Infantado, no podía olvidar los tiempos en los que, de niño, había jugado con figuritas de madera talladas por mi padre, que para mí eran los caballeros del rey defendiendo nuestras montañas cántabras de los sarracenos.

La señora Cyliam estaba a la entrada de la Capilla, recibiendo a los invitados al acto. Pero yo a quien quería ver y dar ánimos era al protagonista. ¿Dónde estaría?. No me quedó más remedio que acercarme a saludar a la Señora de Compostela e intentar averiguarlo a través de ella.

Al llegar a su frente, saludé con el debido respeto.

- Buenos días tengáis, mi Señora. Me había quitado el sombrero antes de hablar. Ella intentó llevarme a la capilla, pero la interrumpí. Dígame, ¿podría saludar a su esposo antes del acto?
Khanigalbat




El Heraldo sacudía su sombrero para liberarlo de la humedad mientras aguardaba en la entrada del Castillo al resguardo de la lluvia. Un poco más apartado de él, la Gran Maestre Cyliam di Véneto saludaba al señor Obispo y le daba un

"¿¡Qué te parece, con los curas?!" - pensó de repente. Qué injusticia. A él se le ocurría hacer eso con una pagana y acababa de cabeza en la portada de la Octavilla con el titular "Mírenlo, el que se había reformado". Y luego explica tú que se trataba del Håsðøl o saludo ritual típico de los paganos. En fin, que como había Concordato pues mejor callarse y además la Gran Maestre se acercaba a él para recibirlo sonriente.

- Gracias, Excelencia - respondió el rubio al saludo dispensado - En efecto, traigo un poco de hambre, apenas he parado más que lo imprescindible desde que salí de Valladolid - mintió descaradamente - Mas no os preocupéis por mí, que en este día tendréis mucho que atender.

Junto al Obispo, caminaron hacia la Capilla guiados por la Gran Maestre que los situó en los lugares asignados antes de volverse a recibir más invitados. Como aún no habían llegado todos, el rubio aprovechó el momento para acercarse al Obispo y presentarse.

- Monseñor Ignius, soy Hernando de Osuna, Heraldo de Su Majestad, es un placer conoceros... - dijo haciendo una inclinación como saludo - Creo que sois un recién llegado a tierras castellanas, os doy la bienvenida si tal es el caso. Espero que vuestra estancia en el Reino os esté siendo grata, ¿os habéis instalado ya definitivamente entre nosotros?

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Debian


El viaje terminó siendo un auténtico caos. La lluvia hizo su aparición al llegar a tierras leonesas y ya no la perdieron de vista el resto del camino. Debian miraba por la ventanilla de la carreta, mientras controlaba a Maeva sobre sus rodillas. La niña había crecido mucho y ya gateaba por los suelos, en cuanto se la dejaba libre. Faltaba poco para su destino, pero la niña se había empeñado en dejar constancia de su incomodidad, gimoteando inquieta. La mujer intentó dormirla… Imposible… Le cantó… Tampoco tuvo éxito… Por fin la sentó frente a ella y la balanceó sobre las rodillas, una y otra vez, hasta que la pequeña comenzó a reír. Así fue como hizo su entrada en Fisterra, anunciada previamente por el cochero. Miró por la ventanilla de nuevo: continuaba lloviendo. Suspiró.

-Me temo, que nos toca mojarnos, pequeña –le dijo a su hija en voz baja. La tomó en brazos y descendió de la carreta, intentando cubrirla con su propia capa. Se dirigió hacia la entrada del castillo, eludiendo en la medida de lo posible los charcos. Ya en el umbral de la puerta se giró para comprobar cómo el cochero acomodaba la carreta junto a las cuadras y desenganchaba los caballos: estos necesitaban comida y descanso.

Sacudió el agua de la capa antes de entrar al portal… Con la mirada buscó alguien conocido...

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Astaroth_14


Se le hacía raro aquello. Hacía ya...¿cuanto? No recordaba cuanto había pasado desde aquel día en el que fundase la Enxebre Orde de Fisterra. Pero sí recordaba haber ido retrocediendo escalafones. Renunció al Gran Maestrazgo, en favor de su prima, y luego de Cyliam. Cedió las funciones casi regenciales del Maestre de Armas. Y, ahora, tocaba el turno de ceder también el cargo. El collar de veneras doradas estaba en su almohadilla, y sería ahora Leril quien lo portase al cuello. El orgullo del Marqués le había impedido portar el collar de plata de los hermanos, y llevaba en su lugar el de la Escama, como si aquello no fuese con él. Pero, de hecho, iba. La cruz bordada de plata de su pecho lo atestiguaba.

En definitiva, a pesar de los reproches que le había costado, había conseguido lo que pretendía. Había perpetuado la Orden sin él, había conseguido que la maquinaria funcionase sin necesidad de que le diese cuerda. Y Miku era la prueba viviente de ello. El mejor de los hermanos, llamado a ser grande en la Orden y que, ahora, iba a recibir el mayor galardón que podía entregarle esta: la nobleza y una plaza de castellanía.

Cogió un buen sitio, para no perderse nada. Sí, era un buen día, no cabía duda.

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Quod, nihil illi deerat ad regnandum praeter regnum.
Cyliam


De pronto habia mucha gente esperando en la puerta, abandono apenas con una despedida con la mano a los dos primeros invitados, y volvio casi corriendo a la puerta para recibir a los demas invitados mientras tomaba nota mental "- Para la proxima poner un portero que reciba a los invitados-"

- Hola Diego. Saludo la pelirroja. - Pues, hace poco vi pasar a Miku por aqui, seguramente este mordiendose las uñas en algun pasillo. Quedo pensativa y al poco señalo una de las puertas. - Buscalo por alli, no creo que ande muy lejos, sientete libre de buscarlo.

Tras el de Pereo, avisto a Debian y la pequeña Maeva y se acerco a saludar. - ¡Debi! Que gusto verte, y la pequeña, pero que grande, hay que ver como crecen los niños, en cuanto te despistas ya estan intentando sacarte alguna monedilla del bolsillo. Sonrio alegremente abrazando a las dos. - Te acompaño a la capilla, tranquila, que no habra misa y si necesitas algo para Maeva no dudes en avisarme.

De reojo pudo ver a su ex-marido, el panico iba a apoderarse de ella en pocos minutos, pensaba que el no iba a venir y ahora temia meter la pata hasta el fondo y hacer el ridiculo mas espantoso precisamente delante de el. Pero se mantuvo firme e intento disimular el nerviosismo al menos mientras la comadreja estuviera delante.

Tras acompañar y despedirse de Debian, volvio a la puerta para seguir con los recibimientos.

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Mikumiku


Los de Vimianzo charlaban animadamente entre ellos en gallego, preciosa lengua que a Miku le daba mucha rabia no poder comprender del todo. Al parecer estaban emocionados con tener tantas personalidades y "Grandes" de Castilla tan cerca de ellos. Seguramente sería una anécdota que pasarían a sus hijos durante varias generaciones, y les valdrían más de una historieta de taberna.

Él se despidió de sus compañeros en la entrada secundaria de la Capilla, casi ordenándoles disfrutar de la fiesta que seguiría el plan y empeñado en que se consideraran también invitados. Aunque al final, extrañados con tanto protocolo y costumbres del estamento más alto, ellos mismos se retractaron a posiciones más secundarias y de servicio, sin acabarse de creer que podían beber de la misma jarra que un Duque o un Marqués. Portaos bien, guardias. Les sonrió, dejándoles para entrar al resguardo del edificio. La lluvia, lo primero y lo último que siempre recordaba de aquella tierra, estaba realmente llegando a gustarle. Limpiaba las calles, y purificaba el aire y el ánima.

Sin ir a saludar a los invitados, que ya llegaban, pasó por estrechos pasillos para secarse y cambiar las botas por unas limpias. Al verse en un espejo se sorprendió, pues su aspecto desde luego no era el que solía tener después de un viaje tan largo. Sonrió tonto, ¿Qué estaba haciendo? Un nerviosismo le iba entrando en el cuerpo según se acercaba el momento de aparecer ante los demás. Se servía media copa de vino antes de salir, cuando entonces alguien llamó su atención des de fuera del pequeño cuarto. ¿Diego? Encantado de conocerte, y bienvenido. Alguna vez lo había visto, pero nunca habían coincidido del todo. Sabía, que junto a Svein - una espinita que el Espinosa no podía tragar - eran de los mejores hombres de Urania de Winter, Duquesa del Infantado y Marquesa de Santillana, a quien guardaba mucho respeto y cariño. Dime, ¿En qué te puedo ayudar? Iba a salir ya para saludar a los invitados, si quieres acompañarme.
Ignius


Ignius recibió con sorpresa el beso de Cyliam. No estaba acostumbrado a que le besase una mujer.

-Muchas gracias Cyliam- dijo-. Aunque la proxima vez con un beso en la mejilla será más que suficiente- dijo, medio en sorna.

Tras llegar a la capilla, quien llego justo tras de él se presentó.

- Monseñor Ignius, soy Hernando de Osuna, Heraldo de Su Majestad, es un placer conoceros... - dijo haciendo una inclinación como saludo - Creo que sois un recién llegado a tierras castellanas, os doy la bienvenida si tal es el caso. Espero que vuestra estancia en el Reino os esté siendo grata, ¿os habéis instalado ya definitivamente entre nosotros?

-Un placer conoceros, Don Hernando - dijo, acompañandose con una leve inclinación de cabeza-. Así es, llegué hará apenas un mes a Castilla, aunque ya había venido en alguna otra ocasión. De momento, me instalaré en el palacio episcopal de Osma, aunque no tengo claro si fijaré mi residencia ahí o tendré que ir yendo y viniendo por las distintas villas de la diócesis. Es algo que todavía tengo que acabar de ver, para ver cómo me adapto

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Diego_el_de_pereo


Al final le encontré deambulando por los pasillos. O él me encontró a mí. Nunca se sabría.

- Dime, ¿En qué te puedo ayudar? Iba a salir ya para saludar a los invitados, si quieres acompañarme.

Diego contestó,

- No, Señor, en absoluto. Debe ser usted el protagonista. Yo sólo quería entregarle esto. Es sólo un pequeño obsequio: estas tierras, y también las tierras de donde provengo, guardan muchas tradiciónes celtas, y supuse que le gustaría una cruz en representación de su fe.
Le felicito, Señor. Ser nombrado caballero es uno de los más grandes honores que puede alcanzar un hombre de armas.


Le saludé con una inclinación de cabeza, y me retiré, dejándole que atendiera a sus invitados.

Me quedé pensando... gran juramento iba a hacer. Ojalá Jah le diera las fuerzas para hacerle justicia.

Salí de nuevo hacia la entrada, para buscar a mi Señora, no creo que tardara mucho más, aunque con lo débil que se encontraba últimamente seguramente habrían decidido no forzar la marcha de viaje. Me sonreí pensando en si el de Espinosa no me habría tirado la cruz a la cara si hubiera sabido que era Svein el que hacía todos los trabajos de herrería en casa de la Duquesa.
Mikumiku


Espera, Diego. El joven le detuvo unos momentos, antes de que se escapara del todo. Muchas gracias. Lo llevaré en señal de ambas culturas, y de la amistad tan buena y valiosa que guardo con tantos y tantos con quien no comparto creencias. Se despidió de él, colocándose la cruz alrededor del cuello, a la vista. Qué mas daba al final, si representaba a Aristóteles, los puntos cardinales o los cuatro elementos; era un símbolo que compartían todos, como tantas otras cosas.

A continuación entró en la Capilla, donde había ya un puñado de invitados charlando o presentándose unos a otros. Miku pasó un primer escaneo, donde conoció a Cyl, tan pelirroja, tan cautivadora como siempre. Otros rostros menos habituales pero también queridos estaban a su alrededor. Marqués. Se dirigió hacia Astaroth emocionado, y lo abrazó. Por mucho que fuera el ex-marido de su esposa había sido casi como un padre para el rubio, y le tenía en gran estima: era un maestro, que por primera vez le habló de la caballería y también de la heráldica. Estoy muy contento de verle otra vez. Se rumoreaba que habíais huído del reino. Rió divertido. Tenía entendido que el tuerto había estado en la lejana Bretaña durante mucho tiempo, concentrado en una nueva vida y familia más plácida y acomodada.

El vice-maestro de armas y el obispo parecían entretenidos, así que Miku se limitó a inclinar un poco la cabeza al pasar a su lado, deseándoles una buena tarde por el camino. Bienvenidos. Llevó sus pasos hasta la entrada, zona donde su mujer daba la bienvenida y acompañaba a Debian y Maeva donde tendría lugar la ceremonia. Hizo una cara rara a la pequeña, inflando los mofletes y arrugando la nariz, queriendo que se riera un poco. Quizá no estaba muy contenta la pobre con el clima gallego. ¡Mi señora! Se inclinó esta vez hacia Cyliam, a sabiendas de lo divertido que parecía el tratamiento formal entre unos enamorados como ellos eran. Estás preciosa. Siempre le costaba encontrar palabras para describirla. ¿Me harás una señal cuando me toque salir? Imaginaba que ella estaría también nerviosa, como él mismo, así que sonrió divertido para quitar hierro al asunto.
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