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Sur comme Ivanne est denevue en la Comtesse de Tafalla.

[RP] Renglones torcidos

Astaroth_14


Astaroth miró, por el rabillo del ojo, a la joven rubia que dormía en el carruaje. Era bonita, con la delicadeza de rasgos de quien vivía bien. Cambió un poco de postura, y un mechón dorado le cayó sobre el rostro. El Marqués sacudió la cabeza, observando por enésima vez la cruz plateada que sostenía en su mano. Era una cruz hermosa, de la que pendía un pez, también plateado. Era una bella obra. Era lo que había salvado a aquella joven.

Abrió los ojos, lentamente y, cuando lo hizo, se encontró la mirada curiosa del Marqués fija en ella. Había dormido durante mucho tiempo, completamente agotada.

Estamos atravesando la Gascuña.-respondió a la pregunta que ella aún no había formulado.-No tardaremos mucho en llegar a Saint Jean de Luz. Entonces estaremos a salvo.

Atrás quedaba una Francia ahora hostil, una Navarra que no había dejado de serlo. Y Tiffauges, allá a lo lejos. No le había gustado abandonar el castillo, que no dejaba de ser una buena plaza estratégica. Volvió a mirar la chica, a la cruz y de nuevo a la chica.

Ojalá hubiese merecido la pena.

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Ivanne
« Ah, Marquis... Je suis très loin de ma maison. Et maman m'a dit que je dois être avant qu'elle arrive. » -se acababa de despertar, medio recostada entre los acolchados asientos del vehículo, con un aspecto tan angelical que cualquiera podría rendirla horas de rezo. Sin embargo, guardaba aquel jugueteo tan particular y tan tentador, con aquel acento francés tan meloso que rozaba el límite con lo deshonroso.

Entre sus manos de niña, recostada una cruz. Una cruz de lo más peculiar y que sin duda alguna, más que depositar su Fe en ella, a partir en adelante depositaba confianza ciega, pues el sólo hecho de haberla llevado aquel día -lo que habitualmente no solía- la había salvado de una muerte más que segura. ¿Por qué sino seguiría con vida?, estaba claro que la corrupción de la Iglesia había condenado al resto de mortales a ojos de Dios, pero a ella no. Ella se había arrepentido y había abrazo la verdadera conducta de Fe, lo que la permitía continuar con vida unos pocos años más, hasta que muriera de agotamiento por parto.
No obstante, su pronta edad la llevaba a cometer ciertas insolencias, a pesar de haber sido educada de una manera muy refinada, tal y como cabía esperar de la hija de Yolanda Isabel de Josselinière. Y acceder a huir junto al Marqués era sin duda uno de muchos arrebatos que le daban a lo largo del día. Por el momento, afortunada ella, no se había arrepentido.


« Où dormirons-nous? » -le miró con una sonrisa, algo pícara, mientras apartaba los mechones que abrazaban su rostro redondo y tierno, descubierto de impurezas, aún joven. Lo llevaba recogido muy prácticamente, pero tras la carrera que se vio obligada a echar hacía escasos minutos, todo el pelo, batido en oro y cobre, se había precipitado.- « Parce que il commence à refroidir... et no me gustaría dormir sola. Claro que después de haber dormido tanto, a lo mejor sólo tendré ganas de jugar. » -hizo una breve pausa, con cierta malicia, y antes de esconderse de nuevo tras la cortina del carruaje, culminó- « ¿Sabéis jugar a la baraja francesa, Marqués? »

Ella conocía bien los sistemas de apuestas, y más aún el precio por apuntar demasiado alto, y esperaba que ésta vez no fuera así. Ya se había expuesto al iniciar aquella marcha, movida por otro de sus arrebatos y por la desidia del sedentarismo. Ivanne era una chica extrovertida y muy arriesgada, decidida y, sólo en ocasiones, impulsiva de más. No era extraño culparla de tal, debido a su corta edad, pero para su condición social se la estimaba más prudente, o por lo menos más callada. Y así debía de haber sido en el momento en que la asaltaron en mitad del camino: con que la robaran bastaría... Siempre y cuando ella no opusiera resistencia y, lo más importante de todo, se quedara callada. Más tarde ya podría denunciar.

Pero no, no tuvo que ser así, tuvo que alzar la voz y clamar en el desierto.


« ¡Dios os juzgará por esto y os condenará por ladrones y bellacos, mendigos de una Iglesia corrupta! ¡Pudríos todos en la Luna, allí con vuestros cardenales! »

Por supuesto, acusaciones así nunca pasaban desapercibidas, y no sólo la habían despojado de sus cosas y la habían arrastrado atada a una mula, sino que además la habían acusado de hereje y bruja, y más tarde, tras la exposición en público, la llevaron ante su señor feudal, de quien esperaban justicia. Nada más lejos de su intención.

Astaroth da Lúa era su señor, y él acababa de salvar a Ivanne de Josselinière.


* Ah, Marqués... Estoy muy lejos de mi casa. Y madre ha dicho que debo llegar antes que ella. ¿Dónde dormiremos? Porque empieza a enfriar...
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Astaroth_14


Astaroth llevaba un tiempo instalado en Tiffauges. El castillo, entre Francia y la Bretaña, tenía una siniestra historia, y le había parecido un lugar adecuado. Durante el reinado de Eusaías, Tiffauges había sido el punto de reunión de los agentes del Marqués, que peinaban el Reino en busca de libros. Desde allí, viajaban por tierra a Donges, donde embarcaban hasta Gondomar. El propio Marqués supervisaba el goteo de libros prohibidos que, bao la nueva luz que había traído el Rey de Francia, surgían como setas en otoño.

Sin embargo, Eusaías había muerto y, sin él, la Iglesia se había impuesto. Los Reformados, que habían visto el cielo abierto, se veían ahora en una situación peligrosa. Una euforia de pureza religiosa había invadido muchas zonas de Francia, y no era extraño encontrar piras ardiendo en la campiña del oeste de Francia. Habiendo de decidir entre conservar la plaza de Tiffauges o seguir consiguiendo libros, el Armiño se había decidido por la primera opción. En definitiva, pocos libros iba a poder conseguir en adelante y, sin duda, aquello despertaría el recelo de los aldeanos.

Instalado en el sitial del Gran Salón, Astaroth agitaba con hastío una copa de vino. Se aburría terriblemente. Sabía que tendría que abandonar Tiffauges en breve. Ya no quedaba allí nada que le retuviese, y no se sentía cómodo en un lugar tan aislado. Había acabado por odiar a aquellos estúpidos aldeanos que no entendían que sus problemas le daban un ardite. Y, por las exclamaciones que subían desde fuera, allí estaban de nuevo. Seguramente pretenderían que dirimiese sobre una linde, o algún ternero extraviado.

Con lo que yo he sido...-murmuró a nadie en particular.

En efecto, un par de minutos después apareció un ujier, solicitando su presencia en el patio de armas. Sin mucho entusiasmo, bajó las escaleras al encuentro de los aldeanos.

Como había supuesto, allí estaba una turba furiosa. Empuñaban hoces, podadoras y horcas, incluso alguno portaba una antorcha. Y zarandeaban a una joven de rasgos delicados, vestida con lo que, en otros tiempos, fuera un vestido elegante. Seda, observó el Marqués sin alterar el gesto. No acababa de entender a aquellos hombres, pero las palabras "heretique" y "reformée" se repetían. Hizo un gesto autoritario y uno de aquellos hombres se adelantó, hablando a toda velocidad. No debió guardar el respeto que le debía a su señor, pues uno de los soldados franceses de la guarnición se adelantó y le cruzó la cara con un guantelete de malla. El hombre se desplomó, gimoteando, mientras el soldado decía algo que debía ser una orden de que alguien más calmado explicase la situación. Finalmente, una mujer se adelantó y contó todo al soldado, que se volvió a su señor.

Dise que es una heggeje, sigge. Que debe segg quemada, como oggdena la Iglesia.

Astaroth asintió.

Esta mujer queda bajo mi custodia. Será enviada a los calabozos, donde será interrogada y juzgada. Si es declarada culpable, será quemada. He dicho. Ahora, dispersáos.

Dio unas indicaciones rápidas a sus hombres, que condujeron a la mujer al Gran Salón. Una vez allí, examinó con la mirada a la joven, con curiosidad. Y, tal vez, algún otro interés.

¿Como os llamáis?¿Cual es vuestro crimen?

No estaba seguro de que le hubiese entendido. Parecía muy nerviosa, pero aún consiguió alargar las dos manos, unidas en señal de oración, hacia el Marqués. Había algo plateado en ellas y, con delicadeza, el de Gondomar le tomó las manos, las separó y encontró lo que ella sostenía. Era una cruz plateada con un pez colgando.

El Marqués alzó la vista, clavando su mirada en los ojos de ella.

Liberadla.

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Ivanne
Besó la cruz una y otra vez, con el ánimo más relajado tras lo ocurrido. Todo aquello era una señal, estaba convencida, Jah la había liberado de los traidores y opresores por lo que, a cambio, Ivanne debería consagrarse al Altísimo. No obstante, el escuchar el habla del da Lúa también le pareció una señal divina, como venida del cielo dispuesta a abrazar a la ufana francesa. Hacía mucho que no escuchaba el castellano, de hecho no se lo había oído a nadie más que no fuera su madre, quien solía hablar a veces y, otras, leer poemas en ese idioma. Era fácil de reconocer una lengua así, tan hosca al paladar y carente de pronunciación compleja, a pesar de que a ella se le hiciera como masticar cuero. Por ello, era capaz de entender todo lo que el de Gondomar decía, y nunca antes le había parecido aquel "liberadla" palabra más bonita y armoniosa.
Arrodillada aún, trató de levantarse del suelo con la ayuda de Astaroth, quien le ofrecía la mano para ello; todavía sentía las piernas temblar y el pulso galopaba desbocado, había hecho un gran esfuerzo por resistirse y lograr defenderse, siempre en vano, y ello la había hecho pasar factura. Apenas tenía fuerza, por no decir que todavía tenía catorce años y, mal que le pesara, era una niña. Florecida, pero no dejaba de serlo. No obstante, en ciertas ocasiones debía admitir que su edad, más que un impedimento, siempre era una ventaja que jugaba a favor de ella. Pues, ¿quién osaría atacar a una niña indefensa y de rostro angelical como aquel? Sin duda quien acometiera tal vileza atentaría contra Dios mismo, pues el Señor jamás permitiría que nadie atentara contra cuán bella criatura como lo era ella, con el oro batido bruñido en bucles y dos ojos grandes y azules, que sin duda eran dos puertas que daban al cielo.

En cuanto a esto, tal era el asombro que había surgido por su belleza entre la soldadesca del de Gondomar, que junto a su señor, aguardaban todos a escuchar lo que la muchacha tuviera que decir. Aún se estaba incorporando y adecentando las galas, presta a hablar con su libertador lo más decentemente posible, cuando alguien la ofreció un poco de agua en un cuenco muy humilde, de madera, y ésta lo negó con exagerada escrupulosidad. Ya la habían tratado como a un perro, no cedería en comportarse como tal, y menos aún si la usanza era practicada entre la plebe.

Porque el problema no era el agua, elemento divino por excelencia, era el material y su forma, que la contenía; en ésto debió reparar también Astaroth, que como ella, dedujo presto el símil con la Iglesia.


« Soy una Josselinière, y si estuviera aquí mi madre os arrepentiríais vos y vuestra gente de lo que se me ha hecho hoy, aquí. Rodarían cabezas, Altesse. »

Si estuviera, por supuesto, pero ni eso podría ser posible ni Ivanne tenía intención de exigir más de lo que había hecho al rechazar el cuenco.

« ¿Crimen? Aquí no hay ningún crimen, ni podéis pedir responsabilidades, no al menos a mí. Vuestra gente me atacó en el camino y me despojó de pertenencias, a lo que respondí acusándoles de viles y bellacos. ¡¿Quién, Altesse, puede atacar a una hija de Dios?! ¡Sólo el mal del Sin Nombre, que mora en los borregos seguidores de Roma! ¡Plaga de bastardos, bouffons sans office! »

Levantó los brazos en un aspaviento, de nuevo en cólera por lo que la habían hecho. A ella, que era una humilde servidora e hija de Dios, de noble familia y respetado nombre, ultrajada de aquella manera, como no se ofende a nadie. Dejaba claro quién era y de dónde procedía, e incluso demostraba tener una madurez innata para su edad al hablar así de una institución corrompida y putrefacta. Pero no era suficiente, y aún tuvo que maldecir dos veces más el honor de todas las gentes de Tiffauges, hasta que le acercaron un asiento, de mejor calidad que lo anterior, y se dejó caer en él con gracilidad, semi desvanecida por el cansancio que conlleva la ira y el maldecir.

Volvió a mirar su cruz una última vez, con mayor cuidado, velando por su integridad física, y arremetió de nuevo, ésta vez con un tono más dulce y relajado.


« Gentil Monsieur, comment peux-je vous remecier le geste? Est-ce que pouvez-vous me aider encore plus et m' apporter de l' eau pûre dans un gobelet digne de moi? »

* Bondadoso Señor, ¿cómo os puedo agradecer el gesto? ¿Me podríais ayudar una vez más y darme agua pura en una copa digna de mí?
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Astaroth_14


Astaroth soltó una exclamación, conteniendo a duras penas el odio que surgía de sus entrañas.

¡Josselinière!-hizo un esfuerzo por dominarse.-Sois... de una familia muy noble.

Añadió eso último en voz más baja, como reflexionando para sí. Su tono era, desde luego, autoritario, acostumbrado a mandar. No obstante, hizo reír al Marqués. No tenía claro por qué la gente consideraba que Tiffauges era el lugar adecuado para proferir amenazas.

Ma petite, ma petite... estáis en mi castillo, custodiada por mis hombres y toda Francia desea que os queme por hereje. Creedme, no es el momento de amenazar a nadie.

Avanzó por el Salón hasta un aparador, donde cogió un par de copas de fino cristal. Las escanció y volvió junto a ella, entregándole una de ellas, y quedándose la otra.

¿Consideráis que esta copa es...¿más adecuada para vos? Es cristal de Bohemia, de a cien escudos la copa.

Se sentó en el sitial, acomodándose mientras observaba el juego de colores del vino dentro de la copa. Esbozó una sonrisa mientras daba un sorbo.

La chusma de estas tierras no es... mi gente. No poseo derechos sobre ellos. Sólo poseo este castillo y algunas tierras. No son míos, aunque lo crean cuando les conviene. Y esta vez, les convenía. Toda Francia está a la caza de Reformados, ¿sabéis?

Dio un nuevo sorbo a su copa, mientras paseaba la mirada sobre la joven. Había intentado arreglarse, pero su vestido estaba hecho pedazos. Con un gesto, indicó a un hombre que se encargase, y desapareció, provocando una mueca en la cara de Astaroth. Aquellos franceses sabían servir, sin duda.

Así que respondedme, ¿qué hacíais tan al oeste, sóla y con una Cruz de la Reforma en las manos? Estas gentes me piden que os de muerte, ¿debería hacerles caso?

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Ivanne
El tono del Marqués era como una cuchilla arañando su orgullo de Josselinière. Sin embargo, él estaba en lo cierto, era el dueño y señor de las tierras y de los vasallos bajo ellas, y podía disponer de cuanto quisiera a su voluntad, por lo que toda exigencia de una niña de catorce años quedaría fuera de lugar. No obstante, apreció un mal disimulado interés por su parte, hecho que, decidida, no reprobó por aprovechar a la mayor prontitud.

« No parece que os agrade en demasía el nombre de mi casta. Mas haré omiso lo obvio, no puedo reprochar nada a quien me acoge y me tiene por inocente. »- fue diciendo, incorporándose aún más sobre el asiento. Se estaba convirtiendo en una situación divertida, dado que a Ivanne la engatusaba que se la prestasen atenciones como tales. Una copa de cristal de Bohemia se le antojaba un simple abrir de boca en comparación con el interés que le mostraba Astaroth, cada vez más animado en conocer la razón de su paradero. Ante esto, ella le devolvió las miradas, algo más insinuantes que las de él, pero que tampoco dejaban encontrar el fin con el que las mostraba.- « Monsieur, es más simple de lo que parece. Resido en Reims, pero vengo desde Nemours. Parte de mi familia se encuentra allí, y de hecho es allí donde se me educó desde... hace un tiempo. Y, en definitiva... Hace tres días que cumplí la mayoría de edad y me disponía a cumplir parte de un contrato firmado por mi tío, el Marqués de Nemours. Estaba de paso por Tiffauges con el fin de embarcar en Saint-Jean-de-Monts, pero ya veo que se me hará imposible... »- bebió con alivio de la copa. Sin duda el agua la refrescaba, pues no existía elemento más puro que aquel, ni nada más poderoso, como las crecidas de los ríos podían demostrar. Después, dejó la copa en el suelo, con un gesto muy peculiar y provocador, y al incorporarse se detuvo a mirar al da Lúa con cierta ironía por lo que iba a decir.- « Pobre de mi futuro esposo... Tendrá que retrasar la noche de bodas. Dudo que esto complazca a mi tío, pero, Monsieur, no podría irme sin haberos convencido a asistir al festín. Vos me habéis rescatado una vez. Estoy convencida de que habrá una segunda.»

A pesar de todo, Ivanne estaba en lo cierto. Detestaba tanto acatar las órdenes de un hombre como la idea de casarse con un anciano conde, pero sabía bien que ambos eran su deber y que, al fin y al cabo, no había mal que por bien no fuera. Cumplir con su obligación acarreaba una responsabilidad de la que, en cierto modo, se sentía orgullosa y satisfecha consigo misma; siempre había deseado mostrar el ingenio del que disponía para con el mundo, a pesar de la condición de mujer que se le atribuía. Por otra parte, casarse implicaba un mayor número de responsabilidades y de libertades: podría dirigir a su antojo las caballerizas del castillo sin que esto conllevara el disgusto del Marqués de Nemours, y podría disponer de los criados a su gusto sin que éstos confesaran sus intenciones a su tío, que no habían sido una ni dos, sino varias las veces que se había propuesto hacerla olvidar aquellas ideas con respecto a la Reforma. Pero lo cierto era que Ivanne se confesaba una profunda creyente del movimiento, más aún desde que los sentimientos de desamparo se disiparan ante la pérdida de su madre, gracias a la imagen del Ser Divino, bondadoso y restaurador del bien supremo, más allá de las directrices y los criterios que promulgase la Iglesia.

Porque en el fondo, ella no odiaba a la Iglesia. Ella odiaba a quienes se decían hablar en nombre de Dios y de todas sus instituciones. Ivanne, como ya habréis intuido, era una muchacha en apariencia endeble, pero de un fuerte carácter, predispuesta a sublevarse a lo impuesto, nacida para dirigir como igual al hombre.

Y que Astaroth pretendiera imponerse en relación a sus años de 'experiencia', no dejaba de resultarle atractivo.


« Astaroth... si es que me permitís que me dirija a vos así, ... Necesito un último favor. Mis cosas se encuentran abandonadas frente al puente que une la rue de Beaumont con La Vallée, y no dispongo de mi guardia personal para hacer posesión de ellas. Los cuatro me los mataron para traerme ante vos. Por lo que sería de recibo, en lo que a mí respecta, que vos mismo, Monsieur, me escoltarais y posibilitarais mi embarque a la mayor brevedad. »

Era consciente del día de retraso que llevaba consigo, incluso desde antes de entrar al feudo de Tiffauges, y aquel conflicto había ralentizado otro día más su viaje. Pero ella, a pesar de ello, ignoraba el hecho; se sentía cómoda ante un igual, en lo que a creencias concernía. Había sido tanto tiempo rodeada de ovejas blancas... Que encontrarse con otra oveja negra y poder verse reflejada en un espejo, era todo un privilegio.
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Astaroth_14


No os lo permito.

Su voz, tan suave como terciopelo empapado en cicuta, cortó el aire como una daga afilada. Reconocía la nobleza de la joven que tenía ante sí, claro estaba. La nobleza era algo con lo que se nacía. Del mismo modo que no se puede hacer destrero de un percherón, no se puede hacer un noble de un siervo. La calidad era algo con lo que se nacía, y la joven la poseía en grado sumo. Y, en aquel mundo, incluso un linaje tan despreciado como los de la Josselinière eran para Astaroth infinitamente superiores al más fiel de sus siervos. Sin embargo, precisamente por ello, no podía darle a aquella joven tal confianza en su propio castillo y sin tener con ella la más mímima relación.

Marqués o mi señor, no os exigiré que me tratéis de Excelencia.-dio un pequeño sorbo.-Os daré cobijo y protección. De hecho, os acompañaré a vuestro enlace, si así lo deseáis, mas habréis de decirme donde tendrá lugar.

Se levantó, indicando a uno de los guardias que se acercase. Con unas breves palabras, le indicó que reuniese un pequeño grupo de hombres para buscar las cosas de la joven. El hombre se apresuró a cumplir la orden.

Jacques se encargará de buscar tus cosas.

Ahora, quedaba terminar aquel asunto. Había obviado responderle acerca de la Reforma, y al Marqués no se le había escapado. Tendría que buscar otro modo de sacar información. Por lo que a él respectaba, la joven se quedaba, y le importaba muy poco lo que pensasen los habitantes de Tiffauges. Quizás fuese momento de cortar algunas cabezas de turco. No hay que permitir que el ganado se revuelva demasiado.

Mañana compareceréis ante el pueblo y señalaréis a quienes os atacaron. Escucharé vuestras versiones y dictaré sentencia. Por los Tres, se hará justicia.

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Ivanne
Acababa de conseguir todo lo que se había propuesto, excepto el trato informal con el Marqués. Parecía ser un hombre justo y con valores comunes a los de ella, pero en cambio no quería dejarse persuadir por una niña como ella. Cosa lógica, pues era de esperar que no era más que una treta para conseguir unos fines ajenos a los de él.
No obstante, guardaba aquel recelo sumiso, y más bien hacía señas de interés con respecto al pensamiento de la Josselinière. Ella, por contra, no estaba acostumbrada a tal tipo de cosas ni mucho menos era asidua a clases de oratoria, por lo que poco o nada podía hacer. Pese a ello, en cuanto el Marqués diera las directrices oportunas con respecto a su situación, éste la convidó a echar un vistazo los aposentos que ocuparía por aquel día y, entretanto, Ivanne aprovechó la situación, con intención de irrumpir el fastidioso silencio que se había producido.

Era obvio y comprensible que, entre tal diferencia de edades, era difícil o casi imposible crear un ambiente de conversación.


« Marqués, he de decir que, pese a mi agradecimiento, también estoy descontenta. Esperaba ver más agilidad por vuestra parte. Ya habéis mencionado el poco aprecio para con vuestros vasallos... Pero un buen hijo de Dios, y con tal educación como la que presupongo que poseéis, habría sido capaz de castigar en el momento preciso en que se le ofende a una doncella. Los Tres nos hablaron del amor al prójimo, de la importancia de la caridad y la benevolencia, la justicia y el honor, pero la realidad no es esa. »- se decidió a aleccionarle, a provocar aquel interés que en un principio había mostrado y que ora yacía muermo en sí mismo; a lo mejor, si se hacía pasar por doncella en apuros, conseguiría que sus estancias fueran más agradables de lo que estaba viendo en aquellos momentos: a través del sobrio pasillo lleno de armaduras oxidadas y con un armiño pintado en sus corazas, se alcanzaba un ala más lúgubre y fría que la anterior, lo que la daba a entender que se encontraban en dirección Norte. Apenas había una cama revestida de pieles y con un dosel polvoriento, una chimenea con brasas de alguna otra vez en el pasado, y un pequeño escritorio de madera, vacío y sin misterio ninguno. Y tapices, sobre guerras en el alto medievo francés, viejos y carcomidos, sin color, sin expresión de Fe en lo que una vez fuera Francia. Seguramente, pensó, la alcoba del Marqués fuera más cálida y acogedora.- «La realidad es la que se ve en las calles. ¿Hay justicia en ellas? ¿Existe la buena voluntad?, no hace falta que os responda Monsieur, vos mismo conocéis la respuesta, asemejáis ser un hombre curtido en cien batallas y otros tantos líos de faldas, si no os supone ofensa que os lo diga. Decidme entonces, ¿cómo se va a responder con caridad a quien muerde la mano que le da de comer?, ocurre en todos los estamentos. De la plebe es de esperar, son peleles, marionetas de una gran obra. ¡La gran obra Divina, Marqués! Y detrás de toda obra hay una mano, que es Dios. Pero Dios no tiene la capacidad de controlar nuestros corazones, ni de que obremos como Él espera que lo hagamos. Entonces... ¿Qué hay detrás de todo ello, Marqués? »

Se acercó hasta un triste baúl de madera, a los pies de la cama, el cual daba la sensación de haber estado abandonado a su vera durante incontables años. Los pasos que daba cada vez se volvían más lánguidos, más sueltos en compostura, cansados ya por el viaje y los días de marcha, y sin embargo se sentía más viva que nunca. Demostraba una fiereza y una pasión admirables, propia de la juventud que le favorecía, y con las mejillas sonrosadas por un liviano rubor continuó hablando de sus pretensiones de cambio para el mundo existente y que ella conocía. Tan desgraciado pero abierto a posibilidades, y que al fin daría con la sepultura de todos, pues no existía otro final mejor que ese.

« Un titiritero. ¡Es evidente, Monsieur! Pero nadie hasta ahora nos habíamos dado cuenta. Nos han consumido entre sus lecturas y nos han apartado de lo que de verdad importa. Ese titiritero es la Iglesia. Y como ya os decía, Marqués, a pesar de que los Tres hablen de la misericordia, opino que no deberíamos tener ninguna contra quien nos veta de nuestra libertad, que por cuna se nos ha dado como derecho. »

Parecía tan sencillo y complicado a la vez, que incluso ella, a pesar de haber hecho semejante exposición argumentativa, era capaz de comprenderlo. Lo que sí entendía era que se trataba de algo superior a ella, y que sóla no lo lograría. Y por el momento, en lo que a ella concernía, no hallaba mejor entretenimiento que ese antes de convertirse en madre y esposa.

« Es el momento de marcar límites. Yo mañana acusaré públicamente a mis agresores, bien sabe el Todopoderoso que son culpables, víctimas y cómplices a un mismo tiempo, pero una mano tolerante y permisiva es una mano débil. La fiereza es la que nos determina a la nobleza, Marqués, hagamos lo mismo con Roma: si ellos mandan hacer arder a cien herejes no es porque contradigan la Verdad Divina, es porque delatan todo este teatro que el Clero nos ha representado. ¿No creéis?, si sois tan audaz como os supongo, encontraréis sentido a toda esta farsa. »

De pronto, se hizo un gran silencio, e Ivanne notó algo nuevo, algo que nunca antes había distinguido, bien por su ignorancia o por la falta de interés, pero se acababa de producir un cambio en un hombre. Y ella, humanista pero aún ignorante acerca la verdadera Naturaleza del hombre, sonrió y se recostó sobre la cama.

« Ahora que conocéis éste gran secreto a voces, mi señor, y que os he revelado la profunda verdad que hay tras el telón... Decidme, ¿conocéis Tafalla? »
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Astaroth_14


Astaroth escuchó el discurso de Ivanne sin mover un músculo, completamente impasible. Modales cortesanos hasta las últimas consecuencias. Y, bajo la máscara, una mente trabajando a toda velocidad. Astaroth había sido un fiel defensor de la Iglesia en el pasado. Había sido cruzado e, incluso, Arcediano de la Diócesis de Segovia. Era un teólogo reputado, y sus ácidas críticas habían incomodado a más de un prelado. El tiempo había despertado en su interior un insano rencor contra una Roma lejana, inoperante, que no respondía ante unos fieles perdidos en un mundo cruel. Y, ahora, aquella joven le daba forma a todo aquello y se lo devolvía en forma de cruz de plata.

Su mano descansaba sobre el pomo de su espada. Quizás no sea la mejor forma de describir, después de todo, el modo en que su mano enguantada se aferraba, como una garra, al pomo de acero gris. Si Ivanne hubiese sido capaz de ver a través del cuero negro, habría visto una mano tatuada y completamente blanca. No obstante, se limitó a realizar mudos asentimientos, y sólo abrió la boca cuando ella acabó.

Conozco Tafalla. Alta Navarra, nos han causado problemas en el pasado. Y conozco a su Señor. Un poco mayor para vos, ¿no creéis? Sin embargo, es un Conde poderoso, vuestro tío habrá valorado una unión provechosa con Navarra.

Se calló el resto, que el poder de Navarra no le interesaba en absoluto. Los límites septentrionales del Reino, ahora unido y dominado por algunos Condados del sur francés, llegaban hasta sus ancestrales posesiones en Astarac, y no beneficiaba el poder de las cadenas doradas sus pretensiones de reclamar aquel lugar.

Será un buen aristotélico romano, como todos los navarros. Quizás sea vuestro matrimonio el modo de matar dos pájaros de un flechazo.-sonrió.-Descansad esta noche. Habréis de disculpar tan espartana decoración, no he invertido precisamente en decorar esta fortaleza. Hoy es mía, pero mañana podría venir el Gran Duque o el nuevo Rey de Francia y arrebatármela. No me gusta invertir en causas perdidas, y Tiffauges, a pesar de su utilidad, no es la más fuerte de mis plazas.

Se retiró con una leve inclinación, dejándola sola. Unos minutos después, una joven que respondía al nombre de Aldina llamó a la puerta de la joven. Era la dama de compañía que el Marqués ponía a su disposición, el único lujo que podía proporcionarle en una fortaleza tan aislada.

La noche transcurrió plácida, como la calma que precede a la tempestad, hasta que los gallos desgarraron el amanecer con su estridente canto. Astaroth estaba ya listo cuando Ivanne, escoltada por Aldina, apareció en el Patio de Armas de la fortaleza. Todo el pueblo estaba allí reunido, esperando ver arder a la reformada, y hubo algún murmullo al verla aparecer, desatada, acicalada y con un vestido nuevo de terciopelo. Era una hermosa visión, y la confusión les impidió observar cómo los soldados cerraban las puertas. No podían escapar, ganado acorralado a disposición del pastor y sus perros.

¡Pueblo de Tiffauges! Acudísteis a mí con esta mujer, acusándola de hereje y pidiendo su muerte. Os prometí juzgarla, y así lo he hecho.

Jacques iba traduciendo a su señor a medida que hablaba, y algunas expresiones de asentimiento escapaban de entre los aldeanos. Pero el Marqués siguió hablando.

Sin embargo, habéis errado. Esta mujer no sólo no es hereje, sino que es de una nobilísima familia. Su nombre es Ivanne de la Josselinière, hija de la Duquesa de Château-Gontier, sobrina del Marqués de Nemours, prometida del Conde de Tafalla. Y vosotros la habéis atacado y habéis acabado con sus hombres en nombre de una mentira. Tal afrenta se paga con la muerte en toda Europa, del infractor y de su familia, y con el embargo de sus propiedades. No obstante, soy un señor misericordioso.

El ganado empezaba a revolverse, y las ballestas de los hombres del Marqués se alzaron, como una sola. Sólo entonces se dieron cuenta de que la cerca no tenía salida y de que sus vidas pertenecían al Marqués.

Si los atacantes se entregan, sólo pagarán con su vida. Si no lo hacen, será la señorita de la Josselinière quién les identificará. Aquellos que no se entreguen sufrirán la pena completa, con un pequeño correctivo extra por desobedecer una orden directa de su señor. Sean los Tres testigos de mis palabras y de esta sentencia.

Algunas mujeres se echaron a llorar, algunos hombres protestaron. Sin embargo, no tenían elección y lo sabían. Lentamente, uno, dos, y así hasta doce hombres se adelantaron, con la cabeza gacha. Los soldados los prendieron y los condujeron a las mazmorras. Al día siguiente, serían colgados, junto con los restos destrozados de quienes identificase la joven rubia. El Marqués asintió, satisfecho, mirando a la joven por primera vez.

Ahora vos, querida.

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Ivanne
La resultó emocionante acusar de tal manera y sin remilgos, y aún más excitante encontró que los culpables, según su libre criterio, chillaran y se revolvieran de tal manera. Todos dieron por hecho que ninguno delataría a otro y que, incluso, de negarse todos a las directrices de su señor, que lograrían escapar con vida. Pero, oh, pobres insensatos... Sufrieron la peor de las muertes y a vistas de todo el mundo allí congregado. Entretanto, cada grito sólo servía para acrecentar el fervor en Ivanne, que en más de una ocasión se vio obligada a aflojar el cuello de su vestido, de un poderoso y llamativo púrpura en terciopelo.

No había apartado la mirada ni un solo instante y ni tan siquiera había valorado la idea de retirarse a sus aposentos y preparar los últimos detalles antes de reanudar el viaje; de hecho, en lo que los pueblerinos recibían el castigo, se había dispuesto a hablar con el Marqués, a escrutarle con reiterado descaro y a fruncir el ceño, pensativa. Tal vez no hubiera sido mejor desviarse de Tiffauges, tal y como un hombre de su guardia había sugerido, sino al contrario: hallarse al de Gondomar en medio de una orbe de problemas había sido lo más propicio que le ocurriera jamás en su vida.


« Lo cierto es que apenas recordaba el rostro de mis atacantes... El vuestro propio me ha encandilado, sabed disculpar mi falta. »- le fue diciendo al Marqués, una vez pasada toda aquella perorata de gritos y súplicas- « Pero estoy convencida de que aún así servirá de ejemplo, Monsieur. »

En la infinidad de desairados ademanes, Ivanne siempre dejaba un rastro de arrogancia y desprecio por la vida, singular en su condición. Era como una prenda a seguir por otros, como una artimaña para envolverlos en los brazos de una muerte casi segura, pero ello, y aquel aura misteriosa, la envolvían de una sutil siniestralidad llena de encantos y gracias. Parecía ser una muchacha desvalida con una sobrenatural belleza como única arma, pero tras aquel rostro angelical y marcado por dos pecas en la mandíbula, la de Josselinière demostraba tener una madurez impropia de su edad junto a una clase de ideales que le traerían más de un problema. Nunca antes había sido más comprometido el desarrollar una mente tan privilegiada, llena de recursos e ingenio, como ahora, ahora que caía Roma; y Astaroth da Lúa, consciente de ello, prefería que aquella clase de "situaciones" escaparan por la vía más rápida.

« Astaroth. »- insistía, tras de él; se hallaban todos en el patio de armas de nuevo, instantes antes de la hora de la comida. Ignoraba que llamarlo por su nombre sin tener su aprobación pudiera resultarle irritante o confiado de más, e incluso era ello lo que pretendía, entre todos los hombres que disponían los arreos de los caballos. Así esperaba captar mayor atención de todos, que todos supiesen bien que los Josselinière se podían permitir aquel tipo de trato.- « Recuerdo que ayer mencionasteis al Conde, mi prometido. ¿Aristotélico romano, dijisteis?, ... Por el Altísimo y los Tres, qué calvario me espera. Bueno, supongo que no seremos tan dispares, me dijeron que es de noble casta. Pero... ¿Qué más sabéis vos? »- arqueó una ceja, interesada en el asunto. Pese a disponer de un carácter fuerte y ser capaz de soportar las contrariedades, si de algo era culpable, era de la facilidad que tenía para enojarse ante la ignorancia. No soportaba no saber, pues según ella había sido la ignorancia del hombre lo que les había condenado; una vez Adán mordió la manzana, ¿por qué?, por necio ignorante. Y así se podía resumir la historia hasta los tiempos en los que Ivanne vivía, hasta llegar a aquel punto de no retorno, en el que un Clero poco austero y dedicado a los placeres mundanos se creía tener mayor voz que la propia palabra divina.- « Quiero decir, como consorte, vos, ¿qué poderes se os han dado y qué tipo de bienes administráis?, me interesaría conocer mis capacidades una vez casada con el Conde. Soy consciente de lo aburrida y tediosa que me será la vida en Navarra, si bien sé que Tafalla es un territorio amplio y rico, de buenos recursos. Mais... Oh, mon Dieu! Je serai tellement malheureuse, là! ...tellement seule et négligée par un vieux cochon... »

Ivanne tenía una rara costumbre. Cada vez que se quejaba, siempre que hablase en otro idioma, sus quejas las pronunciaba en su lengua madre. No acostumbraba a resultar grosera y descuidada ante otros, y si éstos no entendían lo que decía, siempre resultaba más educado que gritar a los cuatro vientos cinco improperios.
Además, para añadir dramatismo a su queja, abrió la puerta del carruaje, ya preparado y aguardando junto a sus pertenencias, y subió a él con presteza, recogiendo las faldas del vestido y dando después tres golpes al techo del vehículo y así prevenir al cochero.
A continuación, se mantuvo un severo silencio, irrumpido tan sólo a la señal de en marcha de los hombres del da Lúa. La petite blonde se quedó pensando sobre la nueva situación que le aguardaba allende tierras navarras, algo por lo que se había estado preocupando durante su largo camino hasta que se cruzó con Astaroth. Pero ahora, de nuevo, volvía a recordarlo.

No permitió que la hablaran salvo para dar avisos sobre el camino, hasta que su voluntad se vio doblegada por la soledad del silencio.


« ¡Además no podré cobijarme en mi Fe! »- le asaltó de nuevo, como si Astaroth entendiera que hablaba del mismo tema de antes- « ¿Hay mayor condena que esa?, ¿que a una humilde y noble doncella como yo no se la permita practicar sus creencias? Monde cruel, pourquoi? Marqués, ¿vos qué combatís contra la desazón?, a mí ni tan siquiera me quedará la oración. Porque como vos dijisteis... Mi marido será aristotélico romano. ¿No hay posibilidad de cambiar un hecho así?, así se empieza por cambiar el mundo, haciendo... pequeñas acciones.»

* Pero... ¡Oh, Dios mío! Seré tan desgracia, ¡ahí...! Tan sola e ignorada por un viejo verde.
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Astaroth había observado el espectáculo con divertida curiosidad. No lo había disfrutado pues, a pesar de que aquellos aldeanos le crispaban los nervios, no hallaba especial placer en la crueldad. Sin embargo, sí encontraba divertida la forma en la que una chica tan aparentemente dulce señalaba, sin piedad, las reses a sacrificar. Muchos gritaban, algunos lloraban, pero el Marqués sabía bien cómo funcionaban aquellas cosas. Durante unos días, gritarían, algunos incluso se plantearían alzarse contra su señor. Luego, ese sentimiento sería sustitudído por la impotencia y la resignación, para acabar llegando a la conclusión de que su señor había obrado correctamente. En definitiva, ¿no les beneficiaba a ellos que los salteadores fueran duramente castigados?

Siempre pueden servir de ejemplo para los de su ralea, como decís.

La niña seguía tratándole con demasiada cercanía. Era una joven terca, a buen seguro criada para tal efecto. Seguramente, el Conde de Tafalla sudaría sangre para meterla en cintura, si alguna vez lo conseguía. El Armiño esbozó una leve sonrisa. Aquella joven llevaría a la tumba al viejo navarro. Suspiró, antes de comenzar a hablar sobre el Conde.

El Conde de Tafalla es... bueno, básicamente eso. Un hombre entrado en años, muy religioso. Tiene un hijo mayor. Mejor dicho, tenía, pues fue desposeído de todos sus derechos hace no mucho, y no cuenta con el amor del Rey de Navarra. Así que, básicamente, buscará un heredero.-miró con lástima a la joven.-Los poderes de un consorte son variados. Hay quien concede plenos poderes y quien tiene al consorte como un adorno más. No obstante, nunca olvidéis qué sois. Yo concedí a mi esposa plena libertad y poder, y abusó de ello. No creo que envidiéis su suerte.

Alzó la mirada hacia la torre donde Blanche se pudría, como castigo por su desafío. El Marqués era generoso, pero no perdonaba las faltas con facilidad, y las castigaba con dureza. Con mucha dureza.

No os envidio. Navarra es un reino problemático, y más desde que se confederó con los Condados del Mediodía. Tafalla ofrece poca belleza, comparado con el lugar del que provenís. Tampoco la Fe será refugio para vos. Sin embargo, puede ser vuestra llave al poder, si la empleáis bien.

La dejó, con la palabra en la boca, para dirigirse a sus estancias. Tenía que dar las órdenes pertinentes a los criados para que empaquetasen sus cosas. Por lo que a él respectaba, Tiffauges quedaba atrás. Parte de sus pertenencias viajarían con él, pero la mayoría de ellas se dirigirían al puerto de Donges, del que se había apropiado sin pudor alguno tras encerrar a su esposa y, desde allí, a Gondomar. El castillo quedaría vacío, a excepción de lo imprescindible para mantener una pequeña guarnición. Astaroth estaba decidido a ir quemando sus naves a medida que avanzaba.

Ya en el carruaje, retomó la conversación.

Pensadlo, Ivanne, tenéis ante vos a uno de los nobles más poderosos de la Alta Navarra, menospreciada desde la unión. La parte descontenta de la Navarra Aristotélica y Romana. Un hombre casi anciano, desesperado por un heredero, para lo que vuestra colaboración es muy importante Un hombre sin herederos. Podéis obtener mucho poder... si jugáis bien vuestras cartas.

La sonrisa del Marqués era peligrosa. Acababa de encontrar un nuevo tablero, una buena partida que jugar. Y no le apetecía ser espectador, aunque eso le obligase a entrar en la boca del lobo.

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Ivanne
« Habláis como todos esos malditos herejes, llamados "príncipes de la Iglesia". ¡No provocan más que mofas en toda Europa! Y como os digo, vos no sois menos. Marqués, os tenía por más avispado. ¿Emplear la Fe en beneficio propio? Sonáis ridículo, jamás debí compartir con vos la Verdad. »- le asestó, desairada y con cierto desdén. Estaba empezando a sentirse cansada de escuchar aquel tipo de cosas. Desde su partida desde Nemours no había hecho más que escuchar cuál sería su tarea: amar, servir y obedecer. Pero sobretodo, dar un hijo varón al Conde, que ya no gozaba de una esplendorosa salud, pero que a pesar de ello podía presumir de ser más fértil que el toro en gules de los Borgia. Escuchar que bajo su mando tendría un hijastro, además bastardo, no había hecho más que ponerle los pelos de punta. Y Astaroth lo supo al instante, ella lo notaba.- « ¿Os causa gozo que una niña deba parir el hijo de un viejo sarnoso, mientras que sus bastardos pululan a mi alrededor, atentando por mis derechos? Luego, para mi consuelo, me sugerís que haga uso de mis creencias para liberarme de tal calvario. »- algo más desconsolada, miró hacia el exterior, tras la ventana. Atrás quedaba Tiffauges, y cada vez se hallaba un poco más cerca de Saint-Jean-de-Monts.- « Sois... vil. Sí, esa es la palabra. »

En dos jornadas apenas, y a un severo ritmo que dejó a los caballos -al igual que sirvientes y señores- exhaustos, habían alcanzado el puerto de Saint-Jean. Entre las nubes del firmamento, pendientes de un hilo y por momentos vaticinando tormenta eléctrica, aparecía el Astro Rey para hacer acto de presencia y retirarse, súbitamente, como si su majestuosidad fuera ofensa para cualquier otro que yaciese a su vera. Más varado y en alta marea, el mar sugería sus vaivenes acompasados de la danza de los alhelíes en el prado. Todo un páramo se abría ante ellos, e Ivanne no hacía más que pensar en lo desafortunada de su situación, y que ojalá, al embarcar, naufragasen. Al fin y al cabo, llevar niños de viaje era un hecho inútil, pero que además fueran mujeres, ya era mal fario. Les llevó media jornada subir todos los enseres del da Lúa y la Josselinière, pero más costó convencer a los equinos para embarcar. Se revolvieron y patearon el mástil sin éxito, mientras que la dulce niña se recostaba e ignoraba todo lo que hubiera a su alrededor. No obstante, había dejado indicaciones expresas para que el suyo propio, un Merens azabache de metro y medio de cruz llamado Frou-frou, tuviera todas las comodidades, tales como heno fresco y el habitáculo siempre limpio durante el trayecto.

El resto de tarde y hasta el anochecer, se mantuvo encerrada en su camarote, donde habían dispuesto exclusivamente para ella una humilde y pequeña cama, algo dura e incómoda pero bien abrigada, y una sola silla bajo un crucifijo, colgado en una de las paredes y al que Ivanne, toda enojo, no hacía más que mirar con resentimiento. Cansada, calló de redondo en la cama, y al día siguiente, instantes previos a la bendición del cura del pueblo, tomaron rumbo y salieron del puerto.


Dos días después volvieron a avistar tierra. Cierto era que no se habían separado mucho de la costa, pero verla desde tan de cerca era una sensación muy agradable, una mezcla entre alegría y orgullo. El Atlántico, entre los marineros, se presumía de ser el océano que con más intensidad soportaba tormentas y hacía naufragar embarcaciones de mayor envergadura que en la que se encontraba Ivanne. De hecho ella se había henchido aún más en su soberbia y había tratado con mayor indiferencia a Astaroth, ahora que se consideraba toda una aventurera, puesto que había surcado las aguas del océano, allí en donde se encontraba la fuente de todo mal, y guiados además por las estrellas en el cielo, que no eran más que los rastros de las pisadas de Dios. Así fue como lo interpretó la Josselinière, convencida que había sido elegida por el Altísimo, y envalentonada por esto, se encontró más dispuesta a cumplir su función y darle los herederos tan preciados al Conde.
Desde cubierta, se mantuvo distraída observando cómo se acercaban hasta el puerto, y cómo los criados traídos consigo empezaban a recoger todas las pertenencias del Marqués y la niña. Se dieron especial prisa con eso, y pronto los gritos marcaron el paso de la marcha, en lo que un terrible caos explosionaba en mitad del puerto. El olor a sal y a vísceras de pescado se hizo dueño, una vez más, y pronto se escuchó el nombre de Saint Jean de Luz.


« ¿Cómo? No es posible. »- se dijo, en un angustioso chillido, y salió en busca de Astaroth.- « ¡Vos! ¡Cómo osáis! ¡Desviarme así de mi trayecto, no hacéis más que retrasar mi llegada! A buen seguro tened que mi esposo os reprenderá por esto, yo se lo pediré. »

Cierto era que aún no estaba casada, y que por tanto amenazar así no era más que una insensatez; cierto era que aún así, recurrir al nombre de su familia también era en vano; cierto era, también, que retrasarse por otro día no la resultaba impedimento alguno; cierto era que, en fin, terminaría por obedecer, pues la edad no la acompañaba para ser, en vista de todos, dueña de sí misma.
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Levantó una ceja, dejando que una sonrisa se insinuase en su cara.

¡Ah, non es mais que unha nena parva...!-musitó en su propia lengua.

No obstante, había acusado el golpe. Con cualquier otra persona, Astaroth no habría dudado en aplicar cualquier clase de castigo desmesurado, pues siempre se había complacido en emplear su poder sin reservas. Sin embargo, aquella niña era diferente. Le traía recuerdos de tiempos pasados, tiempos mejores, y pronto iba a desaparecer de su vida. Por eso, se tragó la respuesta cortante, y correspondió con una voz mucho más suave.

Sois una joven bella, y no dudo de vuestro ingenio. Sin embargo, adolecéis de unas carencias políticas notables, y eso os lastra y os lastrará, si no hacéis por remediarlo.-chasqueó la lengua.-Vuestra Fe, la nuestra, no os beneficiará en absoluto. Seréis vos quien, empleando esa Fe, convirtiendo al Conde y a su Corte, serviréis a la Fe. Os dará poder, si la empleáis bien, mas ¿no es acaso eso lo que nos hace fuertes? Respondedme, ¿qué es preferible, un sólo Rey Reformado o mil campesinos? La respuesta es obvia. Utilizad la Fe, y dejáos utilizar por ella, y ganaréis ambos. Respecto a los hijos... no seáis ingenua, por Dios.

Con aquello, había dado por zanjado el tema y, sin embargo, no lo había olvidado. Envió hombres por delante de ellos, a fin de obtener información sobre el Conde. Les había entregado los caballos más rápidos, pero sabía que no era suficiente, de modo que, sin que Ivanne lo percibiese, fue retrasando, poco a poco, el viaje. Unos carruajes que circulaban a menor velocidad, pequeños rodeos para evitar las carreteras rectas, y un barco elegido personalmente por Astaroth por ser lo suficientemente lento. De ese modo, consiguió ganar unas jornadas cruciales y, para el día que llegaron a Saint Jean de Luz, sus hombres ya estaban allí con los informes, que compartieron con su señor.

Con interés y una cierta preocupación, el Marqués iba leyendo las páginas manuscritas que le habían entregado, frunciendo cada vez más el ceño. El de Tafalla era enemigo incondicional de Castilla, y había sido aliado de Aragón en el pasado. Y era romano. Muy romano. Cuando dejó finalmente los informes, hizo llamar a Ivanne: tenía cosas que hablar con ella. Sin embargo, no hizo falta, la joven ya se había percatado del engaño, y llegaba hecha una furia. Astaroth aguantó el chaparrón con una sonrisa luchando por instalarse en su rostro. Era lista, al fin y al cabo.

Sentáos.-la joven no hizo caso, y el Armiño la miró, con gesto inexpresivo.-No era una sugerencia, sentáos. Confío en que sepáis leer latín.

Cuando la joven se sentó, el Marqués le pasó los legajos que le acababan de entregar a él. Escritos en latín, se aseguraba de que la mayoría de los escasos lectores que poblaban Europa se verían perdidos. Era un latín vulgar, básico, pero suficiente. Tras dejar que la de la Josselinière los ojease, empezó a hablar.

He retrasado nuestra llegada a Tafalla, no os lo niego. Mas no voy a disculparme por ello. Navarra ha sido enemiga de mi Corona, y no tengo motivos para creer que me aguarda una calurosa bienvenida, como tampoco los tengo para creer que al Conde le gustará que su prometida es una hereje para Roma. Hay un dicho que me encanta, y empleaba mucho hace años, no se hace manto del armiño desconfiado, así que envié a mis mejores agentes a tantear el terreno. Y no me gusta lo que han visto.-suspiró, molesto con el mundo en general.-Iñigo de Loizaga, octavo Conde de Tafalla, no sólo es romano. Es ciertamente radical. Es conocido por la saña con la que castiga las desviaciones del dogma. Luchó contra Eusaías en la última cruzada, y desde entonces no hay día sin hogueras en sus tierras. Es autoritario, moderadamente erudito, y se rodea de teólogos de renombre que velan por su... pureza. Parece que lo considera necesario para que Dios levante el castigo de no tener herederos válidos, o algo semejante. No va a ser fácil vuestra vida.

Dejó que la joven asimilase sus palabras. Lo que iba a insinuar era peligroso,y quería que Ivanne fuese consciente de la gravedad de su situación.

Cuando accedí a acompañaros, me comprometí a ayudaros, y es lo que pretendo hacer. No porque vuestro linaje me inspire amor, sino porque vos y yo somos más parecidos de lo que creéis, y nos une la Fe. No podéis rechazar el compromiso, pues vuestra familia os repudiaría. Tampoco puedo, a fe, ahorraros el encamamiento. Pero, en ese momento, y hasta que le deis un nuevo heredero, si al Conde, que saben los Tres que es anciano, le sucediese algo, seríais vos su heredera. -la miró con intensidad.-Si necesitáis de mí un servicio, el que sea... sólo pedidlo.

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Arangil


El sol de otoño doraba las viñas del condado de Tafalla. Algunos aldeanos cuidaban las plantas después de la abundante vendimia. También aquel año el conde obtendría el vino sabroso de sus tierras. Íñigo de Loizaga saludó con un gesto algo severo a los lugareños, e invitó al Duque de Híjar a seguirlo a su morada.

En el salón principal, algunas mujeres cosían ufanas mientras otras bordaban con hilos de seda y plata las armas del conde en las pecheras de las vestimentas que tenían agarradas a los bastidores. De la estancia contigua llegaba una música que amenizaba la labor de las costureras, los músicos ensayaban cantigas y trovas con las que deleitarían a los invitados en el banquete. Me concentré en la música y, antes de verlos, intenté adivinar qué instrumentos tañían, imaginando una bandada de pájaros en la que las notas sostenidas del laúd y el arpa danzaban por el aire topándose con las de la zanfonía y el monocordio. La solitaria dulzaina los sobrevolaba en busca de una pareja que la acompañase.


¡Por qué tardan! ¿POR QUÉ TARDAN? Hace cinco días, ¡CINCO!, que deberían haber llegado. ¡No me lo explico! El Marqués de Nemours me aseguró que su sobrina llegaría éste lunes, y aún me hacen esperar. ¡El tiempo juega en mi contra, Gormaz!, vos lo sabéis mejor que nadie.

Calmáos... Don Íñigo... Paciencia. Quizás debáis guardar vuestro ímpetu para la noche de bodas. Dije para disipar aquella angustia que atenazaba al conde.

¡No me jodáis, Gormaz, con que me calme! Yo me cago en esa francesa, mira que dije que la paciencia es una virtud, ¡Pero esto no tiene nombre! Más valdrá la pena que repare la ofensa con veinte varones, porque de lo contrario me voy a desquiciar. ¿Tú sabes lo que da tiempo a hacer con una muchacha en cinco días? ¡MARAVILLAS, GORMAZ, MARAVILLAS! Y yo aquí, como un necio, atendiendo los preparativos, cuando esto es cosa de mujeres. ¡Mal rayo me parta, pardiez!

El Conde se lamentaba, sus manos tensas sujetaban su cabeza, con dolores en la úlcera. Tiraba de unas cortinas y las quitaba de su sitio con ira, después miró a Arangil sofocado y un poco más relajado.

¿Visteis su retrato? Me van a salir unos niños bien hermosos, ya lo veréis, rubitos y con mi perfil aguileño. Y volvió a su enfado. ¿Pero qué rayos estoy diciendo? ¡Al Diablo, como si son ogros! ¡Yo lo que necesito es que esa puñetera cría venga ya y me dé hijos!

Don Íñigo... Le invité a sentarse mientras preferí permanecer de pie. En verdad que es una joven muy agraciada y lozana, por lo que no pongo en duda que os dará hijos sanos y fuertes. Hasta entonces y si seguís mi consejo, os convendría tranquilizaos un poco pues, me temo que celebremos antes un funeral que una boda.

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Inyigo_de_loizaga


Siete días alterados, con sus correspondientes noches en vela. El de Loizaga no gastaba para sustos, las copas de vino le eran escasas y el rezo no conseguía sosegar la zozobra que lo azotaba; no en vano había recibido varios disgustos durante su larga vida, y uno de ellos con su bastardo, quien le había traicionado, pero él, Íñigo, juraba y perjuraba que la tardanza de su futura esposa no tenía comparación con aquello.
Íñigo, que era casto y puro y muy ducho en doctrinas aristotélicas, tiempo atrás se había prometido castigar implacablemente toda felonía en su feudo. Su hijo, fruto de una noche de excesos, no lo fue menos, de modo que lo había desterrado para largos años fuera de Tafalla pese a las súplicas de éste y los lloros de toda la servidumbre de la fortaleza. Había sido un día desgraciado para él y sin embargo se había mantenido fiero y leal a su palabra.

¿Cómo podré impartir una justicia fiel a la palabra de Christos en mis tierras si me muestro clemente con los de mi sangre, pese a sus traiciones? Jamás, en esta casa no se dará tal cosa. –se había dicho, con dolor, y entendiendo que, a la vez, no era más que una prueba de Dios, o el castigo que Él le había impuesto por pecar de lujuria.

No obstante, ésta vez no era capaz de ser tan estricto. La muchacha, entendía, debía de estar asustada, y muy cansada; conocía el camino, era largo y tedioso, y para una cría como ella no sería fácil. Pero por otra parte estaba convencido de que no era cosa dificultosa: tan sólo tenía que embarcar, el resto ya lo haría su guardia personal, escogida precisamente para que tomase las decisiones oportunas con respecto al viaje.
Aun así, necesitaba tanto a la niña como ella necesitaba de él, pues él sentía unas impetuosas prisas por tener herederos que le sucediesen al frente del condado, e Ivanne, por lo que el de Loizaga tenía entendido, necesitaba quien se hiciera cargo de ella: el marqués de Nemours, su tío, no estaba dispuesto a correr con más gastos. Y visto lo visto, era de entender.

¿Cuánto más va a tardar? –le dijo a Arangil, con quien guardaba lazos de sangre, lo que había sido la razón por la que lo invitara al convite previo a la boda y a la misma ceremonia- No sé qué se habrán pensado, pero yo ya soy viejo. ¿No me veis, Gormaz?, ya no guardo el mismo vigor que antaño, y a mí estas cosas me superan. Temo… -comenzó a hablar sin despreocupaciones por primera vez en el día, hasta que reparó en el exagerado interés de los criados, a quienes mandó raudo salir. Después se sentó en uno de los sillones de madera y cuero y ofreció al de Gormaz que hiciera lo mismo. Le miró, detenidamente, y con un suspiró volvió a hablar.- Temo que no llegue a ver a mi heredero. Lo que es muy importante, porque tenerlo sé que lo voy a tener, como que me llamo Íñigo. Pero criarlo… Será harto difícil si no estoy, y ya os digo que la realidad es esa: no estaré, lo intuyo. - hizo una pausa para respirar, en lo que cerraba el puño y asestaba un golpe en el posabrazos del sillón- Muchos ambicionan estas tierras, ¡mi estirpe y yo fuimos los más leales al rey de Navarra!, por eso él nos premió con un feudo con semejantes riquezas. Pero la nobleza navarra siempre fue muy codiciosa, es la envidia lo que les mueve, vos lo sabéis mejor que nadie… y Tafalla siempre fue objeto de todas las miradas. Por eso digo lo importante que es que yo críe a mis propios herederos, porque las mujeres son muy endebles y volubles, y yo necesito un varón de carácter fuerte y de espíritu noble, leal al rey, como lo soy yo. ¿Me seguís? –le volvió a mirar, ésta vez con mayor impetuosidad en el ánimo- ¡Claro, claro que me seguís! Yo sé que me entendéis muy bien, ¿verdad? Yo no estaré. Así que sois vos el hombre que busco, el que se haga cargo de inculcar tales valores a mis herederos y el que los proteja. Tenéis que prometerme una cosa, Arangil… -se mojó los labios. Parte de la razón por la que el de Gormaz había sido invitado, era esa: necesitaba de alguien, leal a él por parentesco y confidente noble donde los hubiera, para que salvaguardara sus intereses incluso después de muerto. No era fácil, había demasiado en juego, pero tenía una férrea convicción en que Arangil era el adecuado, y en que por sus años, a duras penas llegaría a plantar la semilla en la criaja.- Por la sangre que nos une, Gormaz, tenéis que asegurar el futuro de este condado y de mi sucesor, quien lo encabece. Nadie habrá de ostentar el título de conde de Tafalla si no tiene mi sangre, porque esto sería una afrenta a mi honor y al buen nombre de los Loizaga. Vos me entendéis, yo lo sé… Estoy convencido… No os quepa duda.

Bajó el tono de voz, y repentinamente se puso a pensar, como distraído, en un vahído de melancolía. ¿Por qué sería tan difícil asegurar el futuro?, tras tantos años de esfuerzo, tantas lealtades compradas, tantas campañas ganadas para el rey de Navarra… Y ahora mismo ni el propio soberano podía solucionar lo que a él le preocupaba.

Quiero algo mío sentado en mi lugar, sólo así aseguraré que alguien salvaguarda mi memoria. Algo mío, ... y míos serán mis hijos, mis nietos… Y mi esposa, ella también será mía. –arremetió otra vez, con una tranquilidad extraña, para volver a los enfados anteriores- ¡Siempre y cuando llegue, porque ésta tal Josselinière parece que no va a llegar nunca! Prometedlo, Gormaz, que sobre estas tierras mandará quien lleve mi nombre.

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