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Info:
Hace meses que Miku desapareció sin dejar rastro alguno, muchos pensaron que estaba muerto, incluida su esposa Cyliam, la cual desespero por encontrarlo hasta que un día...

Fantasma

Mikumiku


Una ráfaga de viento azotó las prendas de abrigo que le protegían del frío. Un frío húmedo y cortante que amartillaba los huesos de todo aquél que se atreviera a combatirlo durante demasiado tiempo. Era aún media tarde, pero aquella nublada tarde de invierno sumía al pueblo en una oscuridad grisácea. Los trabajadores de la tierra volvían a sus hogares y los que se habían atrevido a montar sus paradas recogían la mercancía restante.

Era el momento ideal para que alguien pasara desapercibido. Mezclándose entre las multitudes y atajando por callejones menos concurridos Miku recorría el lugar, con la mente perdida en otra parte. Se sentía acabado, cansado. Lo único que lo había estado manteniendo activo las últimas semanas era aquella carta, y ahora ya la había enviado. Volver a estar en Galicia y haber pensado de nuevo en la pelirroja provocó en su ser una serie de emociones que creía profundamente enterradas. La culpa y el remordimiento roían sus entrañas como hierros al rojo vivo. La intensidad de los recuerdos que recuperaba subía y los sueños le perseguían como pesadillas de un demente.

Cuando decidió que era el momento, atravesó una puerta entreabierta para entrar en la casa. Una mujer, mayor de edad, atendía el fuego con poca delicadeza. El castellano no confiaba en ella ni llevando varios días en su casa, pero sabía que era otra persona que lo había perdido todo, y que no reconocía su rostro. Era un riesgo que necesitaba tomar para descansar de los caminos. Debía decidir el siguiente paso. ¿Volver a las guerras de las dunas? ¿Huir en otra dirección, desenterrar su espada y escribirse un final digno de una vez? Era incapaz de dar otro paso, cualquiera que fuese la dirección.

Subió las escaleras, dirigiéndose al altillo donde se apilaban los escasos bienes que portaba consigo desde África. Supo que algo iba mal antes de poner el primer pie en la planta. -Agora! – Un grito de alerta precedió un veloz ataque hacia la cara del antiguo caballero. Era una emboscada, le habían vendido. Quizá en otras condiciones su cabeza ya estaría rodando por las escaleras, pero tras todo lo que había vivido estaba en forma, y había aprendido un truco o dos.

Un rápido manotazo circular al aire le separó del arma y ahogó su trayectoria con las anchas mangas de lana. Recomponiéndose para analizar la situación fue sorprendido por otro vocifero gallego a sus espaldas, precursor de una nueva estocada. Pero la voz del guardia fue ahogada por un codazo salvaje que le golpeó y cerró la boca del estómago. Miku le redujo con un brazo y lo lanzó hacia su compañero, jadeando por el esfuerzo repentino. Una vez estuvieron ambos en el suelo enviarlos a soñar no le resultó muy complicado.

- Mi señora no me ha olvidado. – Se dijo a sí mismo. Nadie más podía estar buscándolo, si la carta llegó como debía.


Cyliam


Habia pasado todo el dia trabajando en el nuevo taller, aquello sin duda la entretenia y hacia olvidar la pena y rabia.
A veces tenia ataques de rabia en los que las masas de arcilla se convertian en proyectiles que se estrellaban contra las paredes, pero aquel dia no, aquel dia habia estado tranquila amasando y dando forma a las masas de arcilla.

Con pegotes de arcilla por la cara y las manos totalmente embadurnadas salio del taller. - Walldada traeme un balde con agua tibia para que me limpie. Dijo sentandose en la mesa de la cocina con las manos en alto para no manchar nada, la morisca ayudo a limpiarse a la pelirroja, tenia una cara de preocupacion, era como si quisiera esconder algo pero no sabia como hacerlo.
- ¿Que te pasa? Estas mas callada que de costumbre, y aun no me has reñido por manchar la ropa, ¿que escondes? Pregunto la pelirroja mientras se secaba las manos en el mandil y miraba fijamente a la morisca.

Wallada agacho la cabeza y extrajo una carta del bolsillo. - Ha llegado esta carta. Contesto cabizbaja entregando la carta a la pelirroja.

Los dientes de la de Compostela chirriaron y a continuacion su cara se torno oscura, sus ojos oscurecieron y las mejillas se incendiaron como su pelo, grito como un ser de otro mundo y golpe la mesa con rabia. Mientras tanto la arabesca se las habia ingeniado para esconderse tras la puerta de una alacena.
La pelirroja no era un mala mujer, antes no lo era pero desde la muerte de su esposo habia cambiado, se habia vuelto gruñona y violenta y los gritos se sucedian dia tras dia.

- Escribe a Compostela y di que quiero una docena de guardias, quiero su cabeza, con su cuerpo y lo quiero vivo. Y si los guardias desaparecen, quiero que manden otra docena y asi hasta que lo traigan de vuelta. Me da igual si le traen con una pierna rota o desangrandose siempre que me lo traigan vivo. Miku estaba vivo, no habia muerto, necesitaba verlo, deseaba poder tenerlo cerca.

Queria desquitarse con el, gritarle y pegarle, pero aun asi, aun estando encolerizada, ella seguia amandolo tanto como el primer dia, pero eso no quitaba que en cuanto le tuviera cerca fuera a darle tantos alpargatazos que entonces si desearia haber muerto.

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Mikumiku


Pasos en la calle, acercándose con premura a la entrada de la casa. Media docena de personas o más que con toda seguridad compartían intenciones con los dos que yacían inconscientes en el suelo. Miku sintió que la emoción de la caza le corría por las venas, que la adrenalina aguzaba sus sentidos. Volvía a tener un objetivo, y además uno que abandonaba la razón por el instinto permitiéndole dejar de pensar en el pasado.

Se dirigió a sus cosas, con ansia, para recoger todo lo que pudiera. Colgó en su cinturón dos espadas gemelas, cimitarras persas que no había sido capaz de abandonar en los caminos, y que su trabajo había costado pasar desapercibidas. Lllenó sus bolsas del dinero y útiles que le quedaban. El joven caló hondo la capucha sobre su cabeza, para que las luces de la noche no desvelaran su identidad ni el llamativo color de su cabello. Se deslizó por la estrecha ventana como una araña, colgándose de la fachada para impulsarse hacia el tejado.

Corrió por la empinada superficie hasta el otro extremo de la calle, y sin pararse a evaluar dos veces la situación, saltó al edificio de enfrente. Dibujó una parábola en el aire casi perfecta, para caer con todo su peso en el tejado siguiente. La estructura no pudo aguantarlo y colapsó, precipitándole dolorosamente contra un montón de paja. Con un gruñido se puso de nuevo en pie, esperando no haberse roto ningún hueso.

Se encontró de frente con un caballo adivinando estar en un establo, probablemente el de la posada del pueblo. Miku sonrió a la fortuna, y en cuestión de minutos cabalgaba furiosamente hacia las afueras. El bosque sería su arma, y le permitiría trazar una estrategia.
Cyliam


La pelirroja se encerro en su habitacion, sabia lo escurridizo que podia llegar a ser su esposo y tardaria en recibir informacion de los guardias y soldados a los que habia enviado.

Pero aun podia recurrir a algo, a sus amigas y hermanas de la orden, las mujeres sin duda son de armas tomar, y como se suele decir, si quieres que algo salga bien debes hacerlo tu misma y que mejor que hacerlo en compañia de Marta y Morgui, la ultima ya habia mostrado gran valentia y Marta dentro de esa dulzura que ella tenia era sin duda alguna una mujer de armas tomar.
Asi pues se sento en el escritorio y redacto dos cartas iguales para cada una de ellas.

En ellas les conto la situacion, que Miku seguia vivo y que estaba en algun lugar de la corona, pero los terrenos Castellanos eran demasiado amplios y necesitaba ayuda para encontrarlo, tambien les relato que habia mandado guardias a buscarle pero que en el fondo sabia que el rubio se las ingeniaria para huir. Y finalmente las invito a participar en la busca y captura del susodicho.

Poco despues dos cuervos volaron en direccion a las destinatarias y la pelirroja se quedo pensativa apoyada sobre el alfeizar de la ventana, la noche caia, los niños dormian y el astuto Diablo, el huron de la pelirroja mordisqueba insaciable los cordones de las botas. - Diablo, pronto tendras algo mas jugoso que morder. Dijo atrapando al huron por el pellejo y dejandolo caer con suavidad sobre su hombro para que se acurrucara en su cuello.

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Mikumiku


Un primer plan fue regalar el caballo robado al primer desconocido que se cruzara. Cubierto por el manto de la noche pasaría por él, y daría una pista falsa que seguir a los depredadores. No era la primera vez que quería desaparecer. Sin embargo, no había ninguna persona a la vista aquella tarde. El sol empezaba a ceder el paso a la noche, y los caminos que rodeaban aquel bosque castellano no habían sido nunca muy transitados.

Ató al animal de un árbol valiéndose de las riendas. Después de Torbellino, jamás había sido capaz de sentir nada por una montura, y enterarse al volver que había muerto fue un golpe para él. No fue tanto el hecho de pasar a mejor vida lo que le llegó dentro, sino su lealtad. El corcel había estado esperándole en el último sitio donde lo dejó el caballero, esperando hasta el fin de sus días. Saberlo le partió el corazón. O lo que quedara de él.

Un rato más tarde Miku se sentaba entre dos ramas altas. Los árboles, de hoja perenne, hacían lo imposible para ocultarlo de miradas indiscretas. Meditaba pensativo mientras el tiempo de ventaja que llevaba a los perseguidores iba reduciéndose.

- Huyo como un cobarde. – Se decía mentalmente. – En otros tiempos hubiera degollado a mis rivales sin ningún miramiento. En otros, yo sería el encargado de perseguir a los delincuentes. ¿Qué me pasa? ¿Quién soy?

El rubio extendió sus manos ante él. Bajo unos guantes remendados y desgastados se escondían las manos de un asesino, símbolo de la crueldad de un guerrero sin honor. Recordó haber pensado lo mismo en un puñado de campamentos africanos. Pero entonces siempre había habido una botella con la que dialogar animadamente. Siempre se había escudado en el ansia de que cada día que se levantara podía ser el último. Todo aquello se había esfumado ahora, probablemente para siempre. La desesperación momentánea le hizo ahogar un grito apretando los dientes, y se agarró la cabeza como si le fuese a estallar.

Tenía que calmarse. Sabía que le perseguían soldados, y por los ropajes negros de algunos sabía que eran de la orden, luego Cyliam les había avisado. ¿A quién más habría alertado su esposa? Si ella quería, la mitad de los cuarteles de la corona podían tener en días su descripción. Moverse por la zona sería difícil, y abandonarla también. ¿Y de qué serviría abandonar Castilla de nuevo? Aquella carta había sido un error gravísimo y ahora se daba cuenta. Por aliviar la carga que soportaba había provocado que muchas otras le cayeran sobre los hombros. Y en lugar de contar una historia tranquilizadora, había despertado la ira de la única mujer a quien había amado de verdad.
Cyliam


Era imposible conciliar el sueño tras aquella carta. La pelirroja daba vueltas y vueltas sobre su cama, pensando e intentando por otro lado idear un plan decente para darle caza al rubio.

A medida que la noche se hacia mas oscura la temperatura del hogar, descendia y por mas mantas que hubiera en la cama no era capaz de entrar en calor. En los ultimos meses habia faltado el calor humano que Miku le proporcionaba, pero ahora, el frio era aun mas intenso al saber que el seguia vivo pero que no podia tenerlo cerca, ni podia abrazarlo.

Diablo el huron y Jez se acurrucaron sobre su cuello, la pelirroja les acaricio con ternura mientras su mente vagaba lejos entre suspiros.

¿ Habrian conseguido encontrarle ya? ¿Y el habria huido de su captura? De ninguna de las preguntas tenia respuesta, pero ella suponia un si para ambas.

Y poco a poco, el calor de los dos animalitos sobre su cuello y las caricias a los suaves pelajes se convirtieron en el consuelo y la calma para asi poder caer en un profundo sueño.

Un sueño que se convirtio en pesadilla, en esa pesadilla la pelirroja corria a traves del bosque. Le habia visto, sus cabellos rubios revueltos, pero el corria mas rapido y la pelirroja era incapaz de llamarle, sentia que cada grito que daba se perdia en el limbo, era un grito sordo y ambos corrian hacia adelante, solo que el rubio no se fijaba en la presencia de su esposa que tras el corria desesperada, gritando y llorando....

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Mikumiku


Se oyeron relinchos de caballos y el ruido sordo de gente descabalgando sobre montones de hojas caídas y tierra esponjosa. La tierra absorbía la mayor parte del sonido, pero se fijó en que no parecían lo suficientemente fuertes ni metálicos para indicar que los perseguidores fueran ataviados con armaduras. Pegado a la rama como una víbora, el rostro del hombre descastado era el de la concentración absoluta. Ahora tenía un plan y lo iba a ejecutar.

Los soldados siguieron el rastro que se internaba en la espesura. No necesitaron de un alto grado de ingenio para encontrar al caballo robado, y empezaron a seguir las pisadas de Miku, adentrándose en la oscuridad. Desde su posición elevada, él mismo pudo ver el reflejo del acero al ser desenvainado con sumo cuidado. Tres, dos, uno… Y llegaron hasta el punto en el que desaparecía toda pista del suelo, el punto en el que había saltado para encaramarse al tronco más cercano. Miraron en todas direcciones, extrañados, pero cuando levantaron la cabeza la negrura les cayó encima.

La treta del joven había consistido en sostener débilmente su manto de una rama. De esa forma, una patada había bastado para hacerla descender en el momento oportuno y distraer a los soldados el tiempo justo para preparar el salto y precipitarse sobre ellos con un sable envainado en cada mano. Por segunda vez aquél día, se jugó todo o nada a una caída desproporcionada. El impacto fue bestial, y las fundas de cuero y madera vibraron tanto en sus manos que pensó que las había roto. Perdió la sensibilidad en los brazos y en las piernas por un instante, y se revolvió entre los dos cuerpos inconscientes que había dejado mientras apretaba los dientes para no compartir su suerte.

Un tercer individuo, con la cara tapada también, se liberaba de la tela que le había caído encima justo a tiempo para golpear al rubio antes de que se recompusiera. Éste sintió que una patada en el pecho le vaciaba todo el aire de los pulmones y aprisionaba las costillas, y rodó sobre su espalda a través del barro. Levantó las espadas justo a tiempo para bloquear conjuntamente otro tajo definitivo a la altura de la cabeza. Boqueó a la desesperada, en busca de oxígeno.

¿Quién era él, o ella? Sabía pelear. Cubriéndose a toda velocidad tras un tronco se las ingenió para sacudir las maltrechas vainas fuera de las espadas, y escuchar el entrechocar de los aceros por primera vez en muchas semanas. El duelo se alargó durante varias lanzadas, en las cuales no existieron turnos de ataque y defensa sino una tormenta de golpes que envolvía a los dos combatientes. Pero el estilo del antiguo mercenario había cambiado mucho, y sus movimientos asalvajados eran imprevisibles para el ojo versado en la buena esgrima. Cierta estocada apartó a un lado la hoja rival, y un cambio rápido de rol puso al contrario a merced de su sable.

- Necesitaba una pelea así. – Su voz sonó rasgada y fría. Se sentía hecho polvo, pero vivo. La ropa que le quedaba puesta estaba sucia y rota, habría recorrido más millas que un correo real retirado. Tenía barro hasta en la cara y su pelo era el de un perro de un mendigo. – Tira el arma y enséñame tu rostro. Vas a llevarme hasta la señora de Compostela.
Mikumiku


El guardia dejó a su ropera resbalarse hasta el suelo. Despacio, sin levantar sospechas con movimientos bruscos, se quitó el negro sombrero y tiró de la espesa bufanda hacia abajo para revelar su cara. Miku no lo reconoció al instante, pero sus rasgos le resultaron familiares. Era un hombre gallego, de una edad parecida a la suya, que enmarcaba su rostro en una barba de tres días.

- ¿Te acuerdas de mí? – Le preguntó el ahora desarmado soldado. – Hubo un tiempo en el que tú me enseñaste a pelear. Sí, soy de Vimianzo. Me fue realmente bien tras tu muerte, escalé puestos en el castillo y la orden me destinó a Compostela. Fui uno de los doce elegidos para rastrearte en un primer momento.

Había superioridad en su voz, aun alzándose en el extremo erróneo de dos sables afilados. Esa actitud desagradaba al rubio. Era algo que siempre había valorado en la gente: fueran guardias a sus órdenes o mercenarios pagados con oro. Ese orgullo impedía la aceptación necesaria para superarse a uno mismo. Pero ahora dar lecciones no le importaba en absoluto. Escuchó al gallego acabar su discurso antes de bajarle los humos.

- Y no sólo nos enseñaste a defendernos. Recuerdo tu hincapié en el trabajo en equipo, en cubrirnos las espaldas y suplir los errores de los compañeros. Buenas noches, mi señor.

-¡No! – Fue lo único que pudo articular en reacción. Se giró, mas no llegó a tiempo de esquivarlo. Algo le golpeó la nuca y lo sumió en la oscuridad.

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El constante traqueteo de unas ruedas de carro le devolvió al mundo de los vivos, aquel lugar donde había vagado sin rumbo durante meses, cayendo entre una desgracia y la siguiente mientras dejaba trozos de su alma en cada escalón. Abrió los ojos, y sus pesadillas se hicieron realidad. El carromato era poco más que una jaula con ruedas tirada por un caballo, y una docena de soldados con mantos negros le escoltaban, vigilándole atentamente.

Habían tirado sus camisas hechas harapos. Las botas y el cinturón, que guardaban todo lo que le quedaba de valor, sobresalían de las alforjas de uno de los animales. La frustración le pudo al sentir las manos encadenadas por grilletes, y desquitó toda su furia contra los barrotes de metal. Imaginó lo que sentirían todos aquellos criminales a los que alguna vez había capturado, y no le extrañó que muchos prefirieran combatir hasta la muerte antes que rendirse y dejarse atrapar. Incluso la paz de la muerte se le había negado. Otra vez.

Se le congelaban los pies, y su torso desnudo tiritaba por el frío. Una docena más de cicatrices decoraban unas formas duras y simétricas, esculpidas por una vida de resistencia a enormes esfuerzos físicos. Pero no era el aspecto armonioso de una estatua antigua al que se asemejaba, ni a la fuerza del caballero que había sido, bien entrenado y alimentado. Cada músculo era un haz cruel de alambres de acero, estirado y contraído para golpear como un látigo cuando era necesario. Una frase en árabe dibujaba en su espalda, tatuada, una media luna de hombro a hombro. Ella rezaba lo que se había convertido en su credo. "ليس هناك ما هو صحيح، فكل شيء مباح" Nada es cierto. Todo está permitido.

Intentar levantarse fue inútil. Había perdido, y ni siquiera le sobraba energía para pensar en las consecuencias. Pronto estaría en manos de los designios de la reina roja.
Cyliam


Unas pisadas agitadas hicieron retumbar el piso de madera sobre el que dormia la pelirroja pues habia rodado por la cama. Serian las cuatro de la madrugada cuando unas manos femeninas agitaron el cuerpo de la pelirroja.

Wallada que no conseguia despertar a la de Compostela susurro a su oido que habian conseguido encontrar al rubio y como si de un resorte se tratara la pelirroja se levanto con los ojos como platos.

- ¿Cuando, donde? Pregunto con cara de empanada.
- No lo se, pero ha llegado uno de los cuervos con el mensaje, ya se dirigen hacia aqui.

La pelirroja sonrio malvadamente y tras quedarse pensativa un rato mando a descansar a Wallada.
Mientras tanto ella se preparo para la ocasion, camino hasta el hammam, el agua aun estaba templada, no suficientemente caliente pero no habia tiempo que perder en bajar al salon para avivar el fuego.

Se enjabono y se desenredo los cabellos rojizos como buenamente pudo, tras ello corrio escaleras abajo para secarse al calor de la chimenea mientras se perfumaba, repeinaba y adornaba con los pigmentos de Wallada. Tuvo que volver a subir corriendo hasta el dormitorio para elegir el vestido adecuado, elegante pero que dejara libre a la imaginacion, haria que el rubio se arrepintiera de haber desaparecido y haberla dejado sola y abandonada pensando que habia muerto.

Finalmente bajo al salon con un par de mantas y se acurruco en uno de los sillones a la espera de que el rubio llegara.

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Mikumiku


Sabía dónde iban. Aquellos caminos, bosques y montes habían sido su hogar durante mucho tiempo. Su aventura castellana acabaría como el camino que transitaba el carro, muriendo en Valladolid. Las estrellas en el cielo se asomaban como viejas cotillas a ver lo que pasaba cuando los nubarrones negros dejaban un espacio en la formación. Eran altas horas de la noche cuando se detuvieron. Unos murmullos entre los soldados de la Orde y la milicia pucelana fue lo único que rompió el manto de silencio, seguido por la apertura del portón y un resoplido del caballo al ser forzado a continuar la marcha.

Sólo se le ocurría un motivo por el que le llevarían al centro de la ciudad. Cyliam debía estar alojada en A Casa da Torre y los guardias habrían decidido mostrarle la captura directamente y en persona. Un discreto intercambio en el bosque hubiese sido suficiente tortura, pero aquello era una humillación. La vergüenza era tan terrible que el otrora valiente caballero sólo pudo encorvarse en el suelo, tembloroso, y taparse en rostro con las manos de cualquier manera. No era nadie, era peor que nadie, algo inmundo que había que tener encerrado para el bien de los demás. Pensamientos como ése, que en la salvaje África había enterrado, le consumían como una vela moribunda. Al menos las calles estaban vacías y sólo un par de matasietes rondaba los empedrados caminos urbanos.

Una voz, esta vez de mujer, le ordenó levantarse. La soldado gallega accionó la cerradura del transporte con una llave herrumbrosa, mientras otro de los guardias le mantenía a raya con una lanza pasada entre los barrotes. Un golpe con el asta fue la señal para empezar a moverse, y arrastrando su dolor de rodillas, Miku se acercó a la salida. Todos le miraban, en círculo, con las armas dispuestas y cubriendo las rutas de escape. Todos menos uno, que llamaba a una buena puerta de madera con un repiqueteo seco.

Era una estupidez intentar nada, lo sabía. Pero no podía rendirse, no así. Se lanzó sobre la mujer, enrollando la cadena que unía los grilletes alrededor de su cuello. Una sed de sangre repentina le impulsaba a estrangularla, pero su cuerpo estaba débil y frío, y una serie de varazos carentes de tacto le mandó al suelo como un perro apaleado.

Ni siquiera produjo su garganta quejido alguno. Sólo le quedaba un recurso, un único intento. Esperar que su amada no le reconociera o que acabara allí mismo con él.
Cyliam


De nuevo Wallada la desperto, ya habian llegado, los nervios se apoderaron de la pelirroja que sin respirar a penas taladro a la morisca con preguntas del estilo de "¿estoy bien, hay alguna arruga en el vestido y el pelo, que tal esta, huelo bien, me quedan bien tus pigmentos?"

Resoplo, sacudio las manos y se palpo los pelos para que ni uno solo se escapara de su lugar.

Un guardia en la puerta sonrio, algun que otro se inclino, los ojos verde y gris de la pelirroja brillaron bajo la tenue luz de aquella luna invernal.

- Mi pequeño pajarito, por fin te he encontrado y has vuelto a mi lado. Dijo en voz alta acercandose al rubio zarapastroso. Se acunclillo a su lado y acaricio su cabello. - Mirame pajarito mio, te han traido enjaulado solo para mi. ¿Pensabas que no te buscaria? Eres el muerto vivo deberias saber que cuando quiero algo no lo dejo escapar, eres mio y yo soy tuya.

Wallada afirmaba con la cabeza desde la puerta, ella sabia que todo lo que la pelirroja habia dicho era una verdad como una catedral.

La pelirroja se levanto y agarro las cadenas que atrapaban a su esposo, tironeo de ellas invitandole a levantarse, quizas todo aquello ya habia sido suficiente castigo, pero no era lo bastante para que la pelirroja quedara satisfecha, cuando el rubio se levanto se acerco coqueta hasta el quedandose a milimetros, sonrio con ternura ladeando la cabeza. - Eres tan bonito como el primer dia. Susurro acariciandole la mejilla para despues acercarse lentamente hasta darle un suave y tierno beso en los labios.

Y cuando se separo de el, lo miro de nuevo, con odio e ira y lo abofeteo con rabia. - ¡Como vuelvas a darme un disgusto asi, te mato! Grito fuera de si. - Y ahora, tira para casa que tu y yo vamos a hablar largo y tendido. Wallada trae vendas y unguentos para curarle las heridas. Tiro de la cadena con enfado y arrastro a su maltrecho esposo escaleras arriba, hacia lo alto de la torre de donde no lo dejaria escapar nunca mas. Pero antes de eso con mucha picaresca habia susurrado a Wallada que los unguentos debian ser los mas fuertes, los que causaran mas escozor y olieran peor.

Se mascaba la tragedia...

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Mikumiku


Aquella voz… En cuántos sueños había oído la musical caricia para el oído, la juguetona y pícara nota que su corazón ansiaba y la sensual canción de unos labios que siempre había sido capaz de vaporizar todos sus problemas. El ansia le dio la fuerza necesaria para enfrentarse a su destino, y se empujó lejos de la tierra para caer de rodillas ante ella. Y Miku lloró ante su belleza. Los ojos se le empañaron, y ríos de lágrimas corrieron por su cara sucia de barro, de sangre seca y de polvo para perderse en una barba enmarañada. Su diosa descendía para juzgarle, portadora de una hermosura como no se ha conocido igual. Los ojos verdes como el mar le ahogaron de nuevo, la cabellera roja como el fuego reducía el frío que le calaba los huesos.

Mientras ella hablaba su mente se rompía. Todo lo que había aplastado y enterrado en lo más hondo de su ser rompía su ataúd olvidado, reducía a cenizas las raíces que aprisionaban su interior. La adoración y el deseo inundaron sus venas. ¡Con qué pasión había amado ese rostro, esa figura! Nunca la podría olvidar, jamás. Estaba condenado a ella por toda la eternidad. La necesitaba, y sin ella no era nada. Sin ella era el despojo humano en el que se había convertido, sin ella había perdido el norte y la cordura.

Levantó la mirada cuando la pelirroja le llamó. Ella se alzaba como una reina, como una suma sacerdotisa con el poder supremo, ante un perro rabioso hambriento, sucio y molido a palos. Pero se acercó a él, le levantó y le tocó con su luz. Ante la mirada de la Luna y del estupefacto círculo de soldados le besó. Él no pudo soportarlo. Cuando los labios se separaron la pena y el arrepentimiento acumulados salieron en forma de rabia, de frustración, de lágrimas.

- ¡NO!... ¿Por qué? ¡No puedes perdonarme! ¡No puedo perdonarme! – Y lloró, y calló. Y aceptó el golpe que ella le dio porque sabía que se lo merecía. Se merecía cualquier tortura imaginable.

La siguió, dejándose llevar por los grilletes. Sus pies descalzos tropezaban contra los escalones y se apoyaba con un hombro en la pared para mantenerse en pie. Era incapaz de decir nada o de hacer nada, todo escapaba a su comprensión y por una vez no había planes que ejecutar ni pensar.
Cyliam


En parte le daba lastima seguir torturando al rubio, pero se lo merecia, la habia dejado abandonada a su suerte, todos le habian dado por muerto y alli estaba, vivito y coleando.

Empujo al rubio dentro de la habitacion, estaba sucio, olia mal y tenia mas golpes que un perro abandonado. - Creo que deberias lavarte antes, apestas. Si, va a ser lo mejor. Ale tira para abajo, te bañaras en el patio, con tanta mugre no entras en mi hammam ni en sueños.

Volvio a tirar de la cadena esta vez escaleras abajo, abrio la puerta del patio y le empujo con brusquedad. - Hay tienes un barreño con agua y jabon, lavate bien. Dijo antes de cerrar la puerta con llave y dejar al pobre rubio tal y como su madre lo trajo al mundo en mitad del patio en pleno invierno.

Subio al piso de arriba donde Wallada aun seleccionaba los peores unguentos que habia en la casa. - Shhh eh, trae un buen balde con agua bien fria y tiralo desde la ventana, y procura acertar a mojarle bien. Ya veras que rapido se le quitan las tonterias con las que ha vuelto.

Mientras Wallada regresaba con el agua, la pelirroja se asomo a la ventana sacando casi medio cuerpo y saludo al rubio. - Frota bien. No querras que llame a Morgui para que venga a frotar con el esparto. Dijo con una sonrisilla sadica. Wallada no tardo mucho en regresar con el balde mientras la pelirroja sonreia jovial apoyada en la venta, por nada del mundo iba a perderse aquel espectaculo.

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Mikumiku


La tortura continuaba de un modo inocente, casi infantil, pero terrible para la consciencia del resurgido. Escaleras arriba, escaleras abajo, lo que fuese que la bella mujer tuviese reservado para él, se hacía de rogar. Apenas había empezado a entrar en calor en el interior de la casa cuando fue empujado otra vez al raso sin piedad. Al menos, en el patio del edificio las paredes del mismo bloqueaban el temido aire gélido lo suficiente para resistir el ambiente con un castañeteo de dientes.

Continuaba siendo incapaz de creerse la reacción de su esposa tras los larguísimos meses de separación. Lo que Miku había sufrido durante tanto tiempo de repente le parecía demasiado. Gran parte del peso de su dolor se lo había infligido él mismo, pensando en la desgracia que habría provocado sobre su familia con tan desafortunado accidente. Pero ahora veía que Cyliam se mantenía tan valiente como siempre había sido, tan perfecta como una rosa inmune al tiempo. Verla radiante le dio fuerzas, una soga a la que agarrarse. Y también le ocupó la mente con preguntas: ¿Y si la pelirroja había rehecho su vida? ¿Y si era la lástima la que movía su piedad? Pero no podía ser. Sus palabras, el beso… Aquel contacto había sido sincero.

De cualquier modo, no podría esclarecerlo todo sin limpiarse antes. Tiritando y abrigándose como podía con unos brazos encadenados se acercó al barreño lleno de agua. Estaba helada como una teta de bruja. Pero el antiguo caballero había cruzado una línea tras la cual las dolencias del cuerpo eran fácilmente suprimidas con la suficiente concentración e ira. Torpemente, se agachó e introdujo la cabeza entera en el líquido durante unos segundos. Un relámpago atravesó sus recuerdos: caía, el vértigo le reventaba los oídos y le estiraba del estómago, chocaba contra el muro húmedo de las olas. Pasaría mucho tiempo hasta que el agua dejara de revivir fantasmas.

Se introdujo en el recipiente, sin ninguna clase de pudor por su desnudez. Enjabonó y rascó con rabia cada parte de su maltrecho cuerpo, diluyendo en la nada el barro y la sangre reseca. Tras remover las capas de polvo su piel era otra y se sentía incluso incómodo. Tuvo la oportunidad de tomar conciencia de cada cicatriz y moratón que le pintaba como un lienzo de mil batallas. No era la misma persona que había saltado al fin del mundo, ni jamás lo volvería a ser. Tan absorto estaba, que no escuchó a la mujer de sus sueños asomarse por una ventana y dirigirse a él.

Finalmente puso los pies en el suelo de nuevo, habiendo dejado un considerable peso en el agua fría. Su tortura continuaba, pero ahora se podía considerar una persona otra vez. Miró alrededor en busca de algo con lo que secarse antes de convertirse en una extraña estatua de hielo. – Estoy listo. – Dijo en voz alta.
Cyliam


La pelirroja sonrio y animo a la mora a que volcara el cubo de agua desde la ventana procurando bañar a su esposo completamente.

Pronto las carcajadas de ambas mujeres resonaron tanto dentro de la casa como fuera y fueron seguidas por chst para no despertar a los niños.
La de Compostela bajo corriendo con un par de toallas y una inocente y dulce sonrisa, estaba sin duda satisfecha con las torturas que hacia para darle la bienvenida a su esposo.

Salio al patio y llevo el indice a los labios mandandolo callar. Luego cubrio la espalda con una de las toallas y se centro en frotar rabiosamente el pelo del rubio.
Realmente no toda la mugre habia desaparecido pero aquello ya era diferente, asi podria darle paso en la mañana siguiente para que se bañara en el hammam.

- Esto ya es mas aceptable y presentable, pero aun tendremos que arreglar esos pelos y esas barbas, aun tienn barro y mugre. Pero ya estas suficientemente aseado para que Wallada no se muera del susto mientras te curemos todos esos zarpazos y golpes. Por ahora volveremos arriba, seguro que no has dormido en un buen jergon de plumas.

Volvieron de nuevo hasta la torre, alli Wallada ya habia extendido sobre las mesitas de noche los unguentos y vendas y habia dejado ropa limpia a los pies de la cama.

- ¿Crees que ya podemos librarle de los grilletes? Pregunto la mora en un susurro. La pelirroja dudo, miro a su esposo que aun tiritaba de frio y se encogio de hombros. - Empezamos con las curas y veamos si se revuelve mucho lo dejamos atado y sino, lo podemos soltar. A fin de cuentas la puerta solo se abre desde fuera.

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