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[RP] Pronunciamento militar en el Ducado de Caspe

Kossler


Las últimas palabras se escribían prácticamente solas al garabatear sobre el papel. Le sigueron las firmas, y por último, los lacres. Ya no existía vuelta atrás. Cogió con las manos el legajo original, escrito y firmado de su puño y letra, y se levantó de la silla de su despacho en los cuarteles de la Guardia. Otras copias se estaban haciendo en aquél instante, para ser distribuidas por doquier. Salió al patio, los soldados formados. Sería el día de año nuevo más largo de su vida. Algo extraño ocurría, y hasta ese punto se había visto obligado.

Citation:




    Al pueblo del Ducado Libre e Independiente de Caspe, al Rey de la Corona de Aragón, Cata, el primero de su nombre; y a quienesquiera que la presente leyeran, en el día de año nuevo de mil cuatrocientos sesenta y dos:


    A tenor de la actuación del Duque de Caspe, don Longestic de Linares, por su firma y ratificación del acta presentada por Arangil de Gormaz; acto que el Duque ha realizado de forma unilateral, y, por tanto, sin el conocimiento y aprobación del Consejo Ducal, el único válido para ratificar actos de ésta índole según el Fuero de Caspe, y teniendo en cuenta el peligro que dicho hecho puede suponer para el Ducado de Caspe, nos, Kossler de Castelldú y Robledo, en nuestro nombre, el del Consejo Ducal y el del Alto Mando de la Guardia de los Dragones de Caspe, disponemos y ordenamos:


      La destitución inmediata e irrevocable del Duque de Caspe, don Longestic de Linares, por actuar contra los intereses del Ducado de Caspe, considerando, pues, el abandono de sus deberes, tal y cómo dispone el Ducal Decreto de Elección, en su artículo XIV. Del mismo modo, consideramos anulada toda relación que pudiera haber sido establecida por el anterior Duque, del Ducado de Caspe con el documento anteriormente citado.

      Que Nos, Kossler de Castelldú y Robledo, I Duque de Caspe, General de la Guardia de los Dragones de Caspe, Consejero Ducal, con el apoyo del Consejo Ducal, nos erijamos de nuevo como Duque de Caspe hasta la celebración de nuevas elecciones.

      La implementación del Estado de Excepción en todas las tierras del Ducado de Caspe, durante el tiempo necesario y hasta que el ejército haga cumplir la presente y pueda garantizar la seguridad y la paz en todo el Ducado.


    Desde éste momento, y con nuestro beneplácito, como Duque de Caspe y su General, la Guardia de los Dragones de Caspe toma las calles, cómo modo de salvaguardar la seguridad de los ciudadanos hasta el restablecimiento del orden.


    Y para que quede constancia, así firmamos el presente Pronunciamiento. En nuestro nombre, en nombre del Consejo Ducal, y en nombre de la Guardia de los Dragones de Caspe:


    Por Kossler de Castelldú y Robledo, I y IV Duque de Caspe,




    Por el Consejo Ducal,




    Por el Alto Mando de la Guardia de los Dragones de Caspe,




    Firmado y sellado en el Ducado de Caspe, el día de año nuevo de Nuestro Señor de mil cuatrocientos sesenta y dos.


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Kossler


Todo había sucedido muy deprisa. La ciudad se había alzado resacosa y adormecida por la fiesta celebrada hasta altas horas de la madrugada, pero Kossler permanecía sobrio. Tal vez más que nunca.

A primera hora ordenó colgar rápidamente el documento por todo el Ducado de Caspe. Así se notificó al Canciller, y se hizo poner en la Cancilleria. También se envió por palomas al exterior, a fin de notificar a los reinos extranjeros. En pocos instantes, a su orden, los heraldos ocupaban las plazas y calles, alzando su popular voz sobre la ciudad para hacer saber a sus gentes, que empezaban a despertarse, qué era lo que había ocurrido. Ante el estado de Excepción la muralla de Caspe había cerrado sus puertas desde el mismo momento que el nuevo Duque lo ordenó y simultáneamente lo habían hecho todas las fortalezas de los señorios del Ducado de Caspe, nada más llegaron los mensajeros, prestos y eficaces.

Las patrullas de la Guardia de los Dragones de Caspe recorrían la ciudad y las calles, aprestando a la gente a volver a sus casas, y a permanecer allí hasta que la situación volviese a la normalidad. Por orden expresa, aquellos hombres y mujeres sin techo, que no tenian dónde ir, tenían permiso para agolparse en el Alambique. Aunque no imperaba el toque de queda, y no se preveía que el ejército tuviese que intervenir, los ciudadanos preferían refugiarse en sus hogares, a la espera de acontecimientos.

Kossler llevaba una reluciente armadura labrada en plata, con simples decoraciones en el pecho, apenas poco más que el escudo de su casa y de la Guardia. Sobre los hombros, una capa azul, gruesa, aleteaba al aire. Tenebrosa colgaba del cinto en su vaina de combate, orgullosa. La empuñadura de negro azabache brillaba bajo los reflejos del tímido sol de invierno, que empezaba a despuntar. El General caminaba con decisión por las calles de Caspe, hacia el Castillo. Las botas de cuero sonaban con fuerza sobre el suelo empedrado.

-Que aseguren la Plaza de la Independencia de inmediato. No creo que exista resistencia, pero no bajéis la guardia.

El oficial asintió y se retiró de inmediato, corriendo hacia el lado opuesto hacia el que caminaba el General, para hacer cumplir sus órdenes.

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Juli


Juli se encontraba patrullando la frontera de sus dominios cuando un mensajero llegó al galope.

-¡Mi Señor! Tiene que leer esto urgentemente

El Señor de Fabara tomó entre sus manos el mensaje que el muchacho le tendía y procedió a leer.
Tras una primera lectura volvió a leerlo por segunda y tercera vez indcrédulo.

Una vez asimilada la información, el de Lancrex se rascó la nuca y se decidió a actuar.

-Corre a la fortaleza y di que toquen zafarrancho, bloquead las puertas y doblad las patrullas fronterizas. Coge a una docena de los mejores soldados y envíalos al castillo de Caspe donde me encontrarán, corre.


El mensajero partió de nuevo y Juli con un movimiento de cabeza ordenó a los soldados que lo acompañaban en la patrulla que lo siguieran, partió al galope hacia el castillo caspolino.

Mientras recorrían el corto trecho, no paraba de darle vueltas a la cabeza, sin duda algo debía haberle pasado a Longestic para que esta serie de comunicados hubiera sucedido, alguien debía haberlo engañado o tal vez estuviera presa de unas fiebres como se rumoreaba. Sea como fuere, el Lancrex, por su naturaleza cotilla llegaría hasta el fondo de asunto.

Pronto llegó a las murallas de la ciudad y los guardias al reconocer su rostro y su blasón lo dejaron pasar. Una vez dentro de la ciudad, el avance hasta el castillo fue realmente lento pues una multitud de soldados habían establecido controles y patrullaban por doquier.

Cuando llegó al castillo desmontó y ordenó a los soldados que lo acompañaba que lo esperarán en la puerta. Se dirigió a las puertas y pidió al primer soldado que vió que anunciasen su llegada

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Noega


Una paloma llegó con el permiso de los graznidos - Ratas aladas ¿Quien en su sano juicio las enviaría a mis dominios? - agitó la cabeza reconociendo perfectamente al kamikace por el lacre.

Las cejas casi se le salen del semblante cuando releyó su contenido. Nunca creyó que esto fuera necesario, pero ahora veía pasar los acontecimientos previos en sucesión y cobraban sentido ante su resakosa mente - ¡¡zarzaparrilla!! los dioses te maldigan - gruñó a la botella vacía que rodó tras un manotazo.

Pasando a su sala de puesta en marcha, un caldero de agua healda se tiró sobre la cabeza y resbaló sobre su piel desnuda - Señor de negro, ¿qué mal se ha hecho presa de vos que no soy capaz de presentiros? - musitó con los ojos cerrados sin hallar la siemprexistente conexión entre ambos.

Días atrás un sirviente del de Linares fué a requerir sus servicios, para proporcionar remedio a sus malestares, de eso hacía no mucho... el mismo, salió de sus aposentos con el engrudo perfecto para que su duquesidad mejorara en horas... no entendía cómo había podido desaparecer de su pensamiento de esa forma, en horas. Realmente estaba preocupada...¡¡y ahora esto!! - Del comunicado chorreaba la tinta. Sin darse cuenta había sido igualmente pasto del diluyente líquido.

Se secó con rapidez, vistiéndose con sus pantalones de montar y capa de pellejos oscuros. Se armó, que visto el clima, no estaba de más y salió como alma que lleva el diablo, con el palacio ducal visualizado en su hueco de órdenes mentales. Gracias a los dioses ella se hallaba en el Peñasco, y no en ningún señorío perdido, las tomentas se habían apaciguado y sólamente una niebla cautelosa reptaba los caminos.

Su enorme percherón hizo el resto, con una precisa presión de sus piernas, salieron ambos camino abajo como que fueran solo uno.

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Kossler


Al cruzar ávido las calles, las pocas personas que aún no se hallaban en casa, entraban en ellas, al reconocer el hombre de la armadura, que caminaba erguido, con el semblante serio y la mirada distante, flanqueado por ambos lados de una veintena de soldados a pie y precedido por una una decena de ellos a caballo. El de Castelldú, en aquellos instantes, llevaba a Tenebrosa desenvainada, con la punta hacia arriba. La capa azul oscuro se mecía por el movimiento, igual que su cabellera y la vaina sonaba al golpeatear contra el cuero y la armadura a cada paso.

Una mujer se cruzó en su camino, frente a él, a espaldas de los jinetes. La mujer se hallaba visiblemente nerviosa. Se arrodilló en el suelo.

-¿Pero... que pasa Señor? La ciudad esta llena de solados... ¿Por qué? -Murmuró apenas, con la voz quebradiza.

Los soldados tras el General hicieron ademán de acercarse a la mujer, pero los detuvo con un gesto con la mano.

-Aquí no estáis segura. -Dijo el militar, ayudando a la mujer a levantarse. -Id a vuestro hogar y esperad. Todo se solucionará.

Tras el pequeño incidente, en pocos minutos, llegaron al Castillo de Caspe, dónde se suponía debía hallarse el Duque. Antes de poner en marcha la operación, había enviado algunos soldados al Castillo de Chiprana, pero no habían hallado allí al Duque. Tras ser interrogados, los criados habían dicho que creían que el Duque había pasado la noche en Caspe. Por tanto, debía hallarse allí.

Con la espada en la mano, abrieron las puertas principales y cruzaron los pasillos hasta la sala de audiencia. Allí el General dividió las fuerzas en tres grupos.

-Vosotros, id a las estancias principales. -Dijo señalando un grupo de una decena de soldados. -Vosotros vigilad las entradas y revisad esta zona. -Señaló un grupo un poco más numeroso. -Los demás, venid conmigo. -Se dirigió al conjunto. -Si le halláis, hacedmelo saber.

Se llevó a los restantes, que eran apenas siete soldados, hacia la zona de despachos. Al llegar encontraron la puerta abierta, pero el despacho ducal estaba vacío. Revisaron las salas contiguas, con idéntico resultado.

Minutos después, volvieron a la sala de audiencias. Ninguno de los grupos había encontrado a nadie en el Castillo. Estaba seguro que nadie había podido salir ni entrar de la ciudad sin que lo supiera desde primera hora de la mañana. Mucho menos salir del edificio, cuando entraron al Castillo, dejando hombres apostados en la entrada. ¿Dónde se había metido Longestic? No tenían intención de apresarle, ni mucho menos de hacerle daño. No tenía razón para esfumarse así.

-Excelencia. El Señor de Fabara está en la puerta. -Dijo un soldado. Probablemente uno de los que vigilaban la entrada.

-Hacedle pasar. -Dijo el General, mientras tomaba asiento en el trono Ducal de la sala de audiencias. Envainó la espada.

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Noega


Tras dar un par de cautelosas vueltas completas al molino que antaño habitara su oscuro amigo, decidió seguir buscando por el Castillo de Caspe, ahí en la colina.

Naturalmente, no pensó ni por un momento, acceder a él por la puerta principal, estaría llena de soldados, y no quería tener que dar un par de alaridos a algún novato para que la dejaran en paz. Tampoco buscaba encontrarse con nadie que no fuera su duquesidad, así que, conocedora de los entresijos del edificio, que para eso había pasado allí más tiempo del recomendable, se escurrió por una portezuela oculta entre las zarzas. La escalera de caracol ascendía, como su mirada, hacia el salón más grande de la edificación. Corrió escaleras arriba en silencio. Un crujido la distrajo un segundo alterándole la conciencia. Miró atrás - Oscuros son los entes que habitan estos pasadizos otrora cargados de muerte - susurró recordando la cantidad de cuerpos acumulados al ser descubiertos accediendo en algún que otro asedio. Había habido tantos que ya no recordaba con claridad cuando ni porqué... Suspiró y empujó un bloque de piedra abriéndose un hueco, lo suficientemente grande, para colarse en la sala.

La habitación se hallaba tranquila. Era amplia, discreta y equipada con una mesa de roble con 10 sillas tapizadas, una chimenea y varios tapices con gestas épicas. Al fondo el blasón de la casa del Señor de Negro, ondulante ¿Ondulante? - Un momento.... - se acercó al mismo. La corriente accedía desde una de las ventanas, abierta. Se asomó y miró hacia abajo, soldados..., arriba, salientes del tejado.... nada. Las puertas se hallaban cerradas por dentro con las llaves puestas, salvo la de un despacho contiguo. Se giró hacia él y corrió hasta hallarse en mitad del cuarto donde se acumulaban papeles, velas, lacres y sellos. Pero del de Linares ni rastro. Se oían golpes desde fuera. Seguramente toda la Guardia de Dragones se hallaba en esos momentos en alerta máxima buscando a su Duque y ella se encontraba allí y sola. Se encogió de hombros ya sin opciones. Tomó una copa de vino de la mesa ducal y se acercó a encender la chimenea. Se tiró en uno de los sillones frente a la misma y se quedó meditando unos instantes. Había algo que, seguramente, se le escapaba.

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Juli


-Por aquí Señor -le dijo el guardia que había acudido al interior a avisar de su llegada.

El de Lancrex lo siguió dentro del edificio y por los pasillos a pesar de que el Señor de Fabara conocía el edificio sobradamente bien. Mas de una vez había acudido a mendigar favores o lamer posaderas.

Pronto llegaron a la sala de audiencias y allí Juli paró el avance del soldado de un golpe con el brazo en el pecho y se aventuró solo dentro.

Kossler se encontraba elegantemente sentado en el trono ducal, lo cual no le sorprendió ni la mitad de lo que le sorprendía la desaparición de Longestic.

-¿Dónde demonios está? ¿Es cierto lo de las fiebres o ha pasado algo mas...? ¿La bodega ducal no habrá desparecido tambi...?

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Kossler


Las manos callosas del General yacían apoyadas en los grandes orejones del trono Ducal, con las palmas hacia abajo, cómo si se agarraran con fuerza a él. La espalda se hallaba erguida, reposada en el alto respaldo. La cabeza se hallaba ligeramente ladeada y, a la vez, los ojos grises titilantes que en ella se hallaban miraban curiosamente al recién llegado.

En conjunto, el hombre que se sentaba en el trono, vestido con una elegante armadura plateada, unas curtidas botas de cuero, una capa azul oscuro de terciopelo y defendido por una imponente espada que colgaba de su cinto ofrecía una profunda apariencia señorial. Mostraba la imagen de un hombre curtido, que había sido, y todavía era, un hombre acostumbrado al mando y a soportar la carga que el poder conllevaba. Un hombre que había dominado los años de su vida y no al revés. Probablemente, hacía años que no adquiría una imagen similar, atenazada su longanimidad por las durezas del combate.

Continuó observando de soslayo al Señor de Fabara y suspiró. Con ello, los años parecieron volver al rostro del hombre, marcándose las arrugas en su frente, las patas de gallo en sus ojos y parecieron incluso aumentar considerablemente las línias veteadas que cruzaban el pelo de su sien.

-No está aquí. -Contestó con firmeza, aunque con un deje de estupor. -Hemos registrado todo el Castillo. Ni rastro. Parece haberse esfumado.

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Longestic


El día de después de navidad el de Linares salió del castillo Ducal y se dirigió a su antigua casa, el señorío de Chiprana, donde residia antes de ser Duque de Caspe, fue a dar una vuelta para ver si todo seguía igual tal y como lo dejó la última vez.

El de negro se encontraba peor por momentos y la noche ya caía sobre Caspe, así pues se dispuso a encender aquella pequeña chimenea, se tumbó en el camastro y se tapo hasta las orejas con una manta. Comenzó a sudar a chorro y aunque hubiera una buena lumbre Longestic tiritaba de frio y sus dientes chascarreaban de la tiritona que tenía, se quedó mirando como ardían los troncos hasta tal punto de caer profundamente dormido.

Seís días después el de negro se sentía con un poco más de fuerzas que los días anteriores, al menos se pudo incorporar en aquel camastro, llevaba casi una semana desaparecido y nadie sabía de su existencia. Al incorporarse el de negro sufrió unos pequeños mareos, tenía unos dolores de cabeza inauditos pero se pudo levantar como buenamente pudo, dió unos pasos hasta acabar sentado en su sillón y allí se quedó sentado, esperando a que le llegarán fuerzas para poder levantarse otra vez y salir a la calle. Se pasó sentado allí, en aquel sillón frente a la chimenea y viendo como las cenizas que habían ya estaban todas apagadas y no emitían calor alguno.

Al día siguiente, Longestic se despertó y se pudo levantar del sillón. Se levantó y se dirigió al exterior, al salir vió que había soldados por todas partes, no sabía que había ocurrido. Iba caminando con pasitos cortos y con los brazos cruzados con destino al castillo, pero con ese paso iba a tardar días en llegar.
Pasaba un grupo de cuatro soldados por su lado al cual el de negro los llamó - ¡Soldados, soldados! ¿Haceís el favor de llevarme al castillo Ducal? Le dijó con voz baja, pues no podía hablar con más voz. - ¡Santo cielos! Si es el ex-Duque. Vamos a cogerlo y a presenciarlo ante el General. Los soldados vieron las condiciones del de Linares, lo agarraron y se lo llevaron hasta el castillo Ducal, donde se encontraban todos buscándole de cabo a rabo por el castillo.

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Noega


- Un momento... alguien habrá mirado en el Palacete de Chiprana? - divagó levantando una ceja... ¿y qué demonios iba a hacer el duque de Caspe en aquel recóndito señorío suyo teniendo tanto que hacer en ese despacho en el que se encontraba? - sacudió la cabeza... - si algo he aprendido en estos años, es que el Chipirón es un ente impredecible... dijo levantándose y dirigiéndose con paso firme hasta la puerta.

Giró la llave, puso la mano sobre el pomo y el suelo tembló. Se apartó asustada pero aquel ruido paró. Tomó aire y volvió a ello. Tenía que salir de allí. Abrió la puerta con ímpetu y se plantó en el pasillo directo a la sala de audiencias ducales donde se tenía por costumbre impartir "justicia" (o por lo menos así era en sus tiempos...)

Una manada de soldados se le agolparon alrededor espada en mano, incluso algún que otro novato tuvo la indecencia de apuntarle con la misma. Su mano ya estaba en la empuñadura pero relajó el brazo en cuanto vió sus uniformes - ¡Ante el general! - gritó el que parecía llevar más galones. La de Noella sonreía irónica hasta que un "pocasluces" tuvo la feliz idea de pegarle un empujoncito en la trasera ¡¡a ella!! eso alteró su humor hasta un límite algo convulso. Se paró en seco - Si pretende su merced no convertirse, digamos entre hoy y mañana, en un mugriento inválido que pide limosna a la puerta de alguna maldita iglesia, os recomiendo no volver ni a rozarme el trasero - le espetó lo más serena que la ira pudo permitirle.

Con los ojos inyectados le hicieron presente ante un Kossler acomodado en el sillón ducal. Levantó la cabeza y puso su mirada en los ojos del General - y vos....maldita sea.... ¿Creéis lícito calentar con ese trasero vuestro el sillón de su duquesidad en vez de salir a moverlo....mientras.... lo encontráis??? - inquirió iracunda, más por el sentenciado de muchacho de mano larga que posiblemente por la situación, sin ni siquiera percatarse de que en ese tipo de tumultos podría ser ella misma la siguiente en desaparecer de la faz de la tierra conocida.

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Kossler


Cuando oyó ruido de metal y cuero acercarse por los pasillos del castillo el General se tensó y agudizó el oído. Había pensado, en un primer momento, que podía tratarse del Duque, pero los soldados escoltaban a una mujer.

-Perdonad a los guardias. -Dijo haciendo un gesto con la mano para restar importancia a la escolta armada. -Están nerviosos por la situación y no les falta razón. Dejadnos solos. -Ordenó a los guardias.

Cuando se hubiero ido, el militar respondió sin más a la pregunta que le habían contestado, pero no sin dar antes un rodeo jocoso.

-Ya no recordaba lo cómodos que son estos sillones. Y particulamente éste. -Dijo enfatizando sus palabras levantando la mano y señalando hacia el asiento con el dedo índice. -Por lo demás si me hallo sentado en este trono es porque o bien el Duque se ha vuelto loco o nos ha traicionado al estampar su firma en ese documento. Poniéndonos, con dicho acto, en peligro. -Sentenció, con voz firme.

Lo que sí que recordaba a la perfección era la impecable acústica de la sala de audiencias. Su voz, ya fuerte de por sí, sonaba autoritaria y retumbaba por toda la sala. Repiqueteó con los dedos de las manos en uno de los orejones.

-Longestic está en busca y captura. Todo el ejército lo está buscando. Las puertas están cerradas. Aparecerá, si aún sigue aquí. -Y añadió, mirando fijamente a la ex Duquesa. -Es cuestión de esperar.

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Noega


- Mi Señor Kossler... - continuó contrariada - ..todo esto tiene que tener una explicación, y seguramente sea mucho más simple de lo que a primera mano parece - asintió - Lo que de primeras os digo, es que si yo he estado a punto de liarme a os.... golpes, con los "nerviosos", mi Señor de negro puede que os cause alguna que otra baja. Relajadlos o lo haré yo misma con una azotaina - concluyó con una sonrisa irónica imaginando la estampa y tirando la mano a la fusta.

- Y por ende también os digo que estoy segura de que si el de Linares hubiera siquiera intuído esa palabra "traición"...habría estampado el documento contra aquel muro - dijo señalando al más lejano, que era donde iban a parar objetos y demases en los ataques de ira ducales (por los siglos de los siglos) - suspiró - por lo tanto... ha de haber una explicación mucho más sencilla a todo esto, y hasta puede que seamos nosotros mismos los que incurramos en traición - rió.

Sonidos metálicos se escuchaban al final del corredor, ambos se giraron puestos en pié.

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Juli


El de Lancrex asomó detrás del escritorio ducal, donde había estado indagando acerca de sus sospechas de que el mueble-bar ducal seguía intacto. Allí mismo agachado se sirvió una copa para comprobar al 100% que todo estaba en orden y cuando se levantó se percató de que Kossler se había olvidado hasta de su presencia sentado en aquel trono y la Da Lúa ni la había percibido.

Saludó con la mano a la de los cuervos para no interrumpirla mientras hablaba con el general y se sentó en el escritorio.

-Alguna explicación debe haber, no es el estilo del Duque. Yo no es por cuestionar el adiestramiento, tácticas, inteligencia y bla bla bla de nuestros valientes soldados pero ¿Seguro que han buscado bien? ¿Han mirado en el lago? Mira que está muy mal colocado... que das un traspiés de camino a casa y...

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Kossler


-Los soldados pueden estar nerviosos, pero no son mancos. -Repuso el General desde el sillón. -Dudo que se enfrente a ellos. Si lo apresan, vendrá aquí.

Dirigió una mirada de reproche al Señor de Fabara que hubiera hecho temblar al más fiero de los soldados. La situación no admitía jocosidades ni bromas. Lo que sucedía en aquellos momentos, podia desembocar, en el mejor de los casos en un conflictivo cambio de gobierno, o lo que sería aún peor: si el Duque había sido un traidor y se empecinaba en mantenerse en su cargo, una guerra civil.

-Nadie sabe qué le ha llevado a tomar esa decisión. En cualquier caso, si los soldados logran hallarlo, y él no se empecina en matarse enfrentándose a ellos, una vez aquí, por el aprecio que todos le tenemos y por su intachable labor hasta día de ayer, le daremos oportunidad de explicarse. Entonces decidiremos. -Dijo el General, esperando que el Duque fuera sensato. -Ah... la traición es muy relativa. Ayer pude ser un héroe y hoy un traidor. O viceversa. En cualquiera de los casos, traidor o no, soy yo quién tiene las armas. No lo olvidéis. -Terminó, sintiendo unos ruidos que se acercaban por el pasillo que desembocaba en la sala de audiencias.

Enarcó una ceja, sorprendido. Y lo vío. Los soldados le trataban bien, pero le obligaban a avanzar, a trompicones, hasta el centro de la estancia.

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Longestic


El de Linares llegaba con los cuatro soldados al castillo aunque dos ellos lo llevaban sujetado debido a que apenas podía caminar. Había mucha vigilancia, mucho soldado por las inmediaciones del castillo pero pasaron directamente al interior y sin parar en ningún sitio fueron a la sala de audencias, allí estaban presentes la señora de los cuervos, el señor del vino y el General de los Dragones, que se hallaba sentado en el sillón, al entrar los saludó a todos con un ademán.

- ¡Mi General! Hemos encontrado al ex-Duque, ha venido por voluntad propia, es más nos pidió ayuda y apenas puede caminar por su propio pie. Dijo uno de los soldados que traía a Longestic.

- Estos soldados me han traido a esta sala, ¿hay algo importante que tratar? Dijo el de negro con voz baja ya que apenas podía hablar. - No me encuentro muy bien, llevo semanas enfermo y me gustaría descansar. ¡Llevadme a aquella silla soldados! Los soldados lo llevaron a la silla más cercana.

Tras sentarse, los soldados abandonaron la sala y se quedaron los cuatro solos. El de negro se quedó allí esperando a que le dijeran algo.

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