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[RP] El alma al Diablo

Ivanne


Cabalgaba con calma, pero lo cierto es que mejor hubiera sido prestar más celeridad. El equino, un hermoso ejemplar blanco como la nieve y de fuertes y potentes patas, coceaba en ocasiones, ahora que Ivanne se hallaba detenida en mitad del camino.

¿Que qué hacía Ivanne viajando?, buena pregunta, pero mejor sería preguntar también por qué iba, además, sola. Más aún si tenemos en cuenta que pronto daría lugar a sus nupcias y que ella, por ser novia y por tanto protagonista, debía prepararse a mayor diligencias y disponer de sus últimas voluntades para concretarlas después en la ceremonia.
Así hubiera sido, si no fuera porque cierto día la noble Condesa vagaba por el mercado de la plaza vallisoletana, acompañada de dos guardias personales (y no de damas de compañía, como acostumbraban las señoras de alta cuna), arrebujada como siempre en amplias y suaves pieles de zorros blancos del norte. Mientras paseaba entre los puestos, escogiendo los mejores ingredientes para el menú del evento del año, se detuvo frente a un puesto de orfebrería barata y torpe, cuando en la escasa lejanía de dos puestos más allá logró escuchar la confesión de un tendero pescadero.

Mi señora, sabed que con esta buena compra lograréis tener muchos hijos. No dudéis de los efectos, ¡o más bien milagros! de este aceite de bacalao. Tan sólo tendréis que dejar a remojo estos centollos en él, ¡parte esencial de este milagroso ritual! Y después comed, aliñado con lo que más gustéis. Pero habréis de coméroslo al quinto día de que finalice vuestro sangrado, y al décimo podréis concebir debidamente. Mi señora esposa ya lo probó, y ahora ya me veis, desgraciado y empobrecido.

Comenzaron a reír los de al rededor. No mentía, o no debía al menos, pues bien era sabido que aquel pobre hombre vendió todo lo habido y por tener, a excepción de su barca, para poder mantener a las ocho criaturas que dormían bajo su mismo techo y a la novena que aún estaba de camino.
Al principio, Ivanne quiso ignorarlo. No eran más que habladurías, ningún remedio lograría que ninguna mujer de la tierra concibiese con tal milagrosidad, a excepción de la mano Divina, que todo lo puede. Pero después le entró el miedo: ella ya estuvo casada, y de hecho el matrimonio fue consumado, del que no resultó fruto alguno. ¿Y si Dios le había castigado, pero aún estaba por ponerle remedio? Pudiera ser que fuera estéril.

Absurdo, para nuestros días, pero cierto para la época en la que vivían. La de Josselinière, aunque fuera una acérrima incrédula, sucumbió a las banales creencias de la plebe.

« Quitádselo. » -ordenó a sus guardias, resuelta a favorecer a la Fortuna y su propia dicha en la nueva ventura que le estaba por venir. Los guardias, prestos, siguieron a la moza que llevaba muy alegre las viandas y cuando cruzó la esquina, la asaltaron. En el intento, sin embargo, se rompieron los dos frascos de aceite y los centollos se echaron a perder en los desperdicios de los corceles.

Iracunda, se dijo que entonces viajaría a Aranda de Duero, puesto que el mercado vallisoletano ya había despachado sus últimas existencias en pescados y mariscos. Pero lo haría sola, avergonzada, por una parte, por hacer caso a las habladurías de pueblerinos, y por otra, por que se conociera su ferviente deseo por ser madre. Antes, al menos, de que culminasen sus años fértiles.


Y ahora se encontraba ahí, como ya os he mencionado, detenida en mitad del camino hacia Aranda por un mensajero. A saber, quien le daría la siguiente correspondencia.






Le asaltaron varias dudas. La primera: ¿cómo se había enterado de que emprendiera el camino? Y la segunda: ¿cómo se atrevía, a ella, la Condesa, una Josselinière, a exigirle que volviera?

Se bajó del caballo, primero, y pateó el suelo unas cuantas veces tras unos arbustos, en una repentina pataleta, y en lo que al mensajero se le había encargado velar por que su caballo no echara al galope de regreso a casa. Después, salió airosa, peinándose los rebeldes mechones que salían despedidos de su refinado peinado, y resoplando agotada por el esfuerzo. Se retiró uno de los guantes, y abriendo el abrigo de pieles para apartarlas del cuello, oprimido, creyó conveniente dar respuesta a la misiva.

« Dame la espalda, mozo. Y papel y tinta. He de responder. » -el mensajero le miró dubitativo. Papel, un rato. Útiles para escribir, eso ya era otra cosa.- « ¡¿Que no tienes tinta?! ¡¿Pero qué clase de mensajero eres tú?! ¿Y si alguien quiere responder a la carta, como es el caso? ¿Carboncillos? ¡Boh! »




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· CONDESA DE TAFALLA · CONDESA DE ALBARRACÍN · SECRETARIA REAL DE CASTILLA Y LEÓN · VULNERANT OMNES, ULTIMA NECAT ·
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