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[RP] Funeral Real. Rey Kossler I de Castilla.

Zebaz
Castilla se vestía de luto. El Rey había muerto. Días tristes en el palacio real había ordenado que fuesen cerradas todas las ventanas, impidiendo el paso de la luz en aquellos muros, cubiertos todos los cuadros y pequeñas antorchas para iluminar el suelo lo justo para que el barón no tropezase y cayese. Era una penitencia orar y respetar al difunto Rey. Esquivaba hablar sobre la muerte del Rey Kossler, se limitaba a responder que era la voluntad del altísimo, una muerte que todos deseaban pero que muy pocos alcanzaban, se veían irrumpidas por crueles destinos u hombres.
Decidido con una ceremonia poco ostentosa como se había caracterizado siempre la corte Castellana y sus Reyes, comparadas con las cortes vecinas pero dignas de un Rey de Castilla.
El palacio del primado lugar donde había albergado a mas personalidades de la joven Corona. Ceremonia limitada a la oración y rendir respeto al monarca. No era un momento ni un lugar para presumir o sacar el cargo entre hombres iguales.
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Asdrubal1


El día estaba tan gris como lo que se celebraba, la muerte de un rey, del monarca de Castilla, aquel que había sido Duque de Caspe, aquel a cuya vida, de una u otra forma, Asdrubal había estado ligado gran parte de su vida, había luchado por él, había matado por él, y ahora, acudía a una iglesia aristotélica por él, vestía un riguroso negro, tan sólo interrumpido por los bordados dorados que sobriamente decoraban sus vestiduras, y por el colgante con el símbolo de la Orde de Fisterra. Le acompañaba Druso, ataviado con iguales oscuras vestiduras, aunque entre sus manos portaba un presente de azules colores, aunque a simple vista no se podía vislumbrar de qué se trataba.

Avanzaron por el pasillo central, en el interior del templo el secretario real, Zebaz, ya había llegado, el de la Barca le saludó con una inclinación de cabeza y tomó lugar en uno de los bancos de la primera fila, era par de Castilla, y no iba a dejar escapar la oportunidad de tener un lugar privilegiado desde el cual observar el desarrollo de la ceremonia.

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Froi


Pese a que Lluvia se lo tenía terminantemente prohibido, el incorregible Froi seguía trepándose al árbol más alto cuya rama más larga llegaba hasta uno de los capiteles más elevados de Santa Dominica. Recostado sobre un húmedo y frío muro de piedra, oteaba el verde y colorido jardín circundante sin que nadie pudiese verlo; aquel era el sitio en el que solía soñar despierto con ser tan importante como el Monse Ignius y aquel fue el lugar desde el cual divisó un carruaje ricamente ornamentado que se aproximaba a la Iglesia.

Descendió tan rápido como pudo, llevándose de regalo unos cuantos arañazos nuevos que la Archidiaconisa detectaría y que serían causantes de que lo reprendiese por enésima vez. Resopló pensando en lo que le esperaba, pero lo primero era lo primero, saber qué hacía ese carruaje allí.

Agitado y con el pelo alborotado, llegó junto con el vehículo que acababa de detenerse. Vio bajar a un hombre vestido con gran pompa cuya cabeza terminaba en un rimbombante sombrero de pluma y que, con gran ceremonia y gesto adusto como el que más, le entregó un enorme sobre lacrado.

- No puedo esperar, mensaje para la Archidiaconisa de Osma de parte del Secretario Real. -Dijo el mensajero y tan pronto como terminó de hablar, se encaramó al pescante, elevó los brazos al cielo y gritó - ¡El Rey Kossler ha muerto! ¡Larga vida al Rey! -Acto seguido entró en la cabina y se alejó dejando a un alelado Froi con el documento en la mano, la respiración contenida y los ojos abiertos como platos.

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Nabi


Había discutido largo y tendido con el de Plasencia, pero ambos sabían cómo iba a terminar: Nabi era demasiado testaruda y sabía salirse con la suya. Así que salieron de Soria con bastante antelación debido a las necesidades que pudiera tener la de Caracena debido a su ya avanzado embarazo. Su ahijada se quedó con su criada de confianza, así que el vizconde y ella partieron solos. A pesar de que odiaba reconocerlo, dependía de otra persona para poder hacer las tareas más básicas como vestirse, sentarse o levantarse. Por suerte LordKoal se percataba de ello y la ayudaba.

Una vez en Toledo, se alojaron donde siempre y, como era su costumbre, se cambiaron allí antes de dirigirse a su destino. Vestida ya de riguroso luto, tomó el brazo que su amado le ofrecía y caminaron despacio hacia el lugar donde se celebraría la misa. Una vez allí, saludaron a los presentes y Nabi aprovechó para sentarse en una esquina del banco. No quería dar el espéctaculo si a su bebé le daba por querer nacer ese día.

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Morgui


El Rey había muerto.
El hombre que en ese espacio de tiempo, breve pero intenso le había enseñado tanto con paciencia y sin un temblor de pulso, había muerto. Sin despedidas y sin poderle agradecer. Cuánto le costaba entender que de repente una persona dejase de existir.

Recordó tiempo atrás, cuando alguien la llamó Kosslerista por pertenecer al ejército de su amada Castilla, lo cual le hizo sonreír, pues por aquel entonces poco conocía al que tiempo después sería el soberano. Ahora con orgullo podía decir que había llevado el nombre de su Rey por tierras extranjeras.

Avanzó despacio por el pasillo del templo hasta llegar a uno de los bancos. Poco veía con el velo negro al que no estaba acostumbrada y a punto estuvo de tantear la cabeza del de la Barca, sintiendo un movimiento discreto por su parte hacia el otro lado, dándole el debido espacio para sentarse.

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Violant


Nobleza obliga, y allí estaba ella para acompañar en su último viaje el cuerpo del monarca castellano. Habia sido invitada en tanto que Embajadora del Principat y por ello acompañaba al President y al Princep de Catalunya, junto con el seguicio y la guardia personal de los mandatarios.

Habia seguido con interés el periplo de Kossler, antiguo compañero de armas y de partido, desde que sus caminos se separaron. Su salida de Catalunya, y más tarde de Caspe, hasta llegar a lo más alto en tierras castellanas. No se podia negar que el hombre era inquieto y que le atraia el poder.

No sabia cual era el lugar reservado para la comitiva catalana. Avanzaron todos en silencio y esperaron a que alguien les señalara el lugar que les correspondía.Los almogavers esperaron fuera.

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Noega


Fugaz fue la escapada a caballo para llegar a esas tierras olvidadas. Fugaz, porque la hizo en solitario, en mitad de la noche y desapareciendo a toda prisa, mientras sus compañeros de navío pensaban que había subido al barco en búsqueda de ciertos materiales, que su inflamada cabeza había olvidado en bodega..., y a caballo, porque nunca se vio correr tanto a un percherón. Y es que, la daLúa, acostumbraba a llegar siempre tarde, pero no con los festejos finiquitados. Especialmente en esta ocasión no tenía intención de llegar al final del caso.

La última vez que visitó "al vinagres" en su palacio castellano, el verano pasado, ya no lo vislumbró "habitual", incluso la había abrazado nada más verla ¡¡a ella!! siempre opuesta, tanto en voz, como en conciencia, durante un largo tiempo de sus vidas. Estaba segura de haber sido una pesadilla para aquel hombre en más de una ocasión, más sin embargo había un nosequé, que siempre le inspiró el respeto suficiente como para no haber envenenado uno de esos barriles a los que acostumbraba a llamar vino.

Se habían ayudado, algunas veces por simple interés, otras por deber y unas cuantas más por una cierta y extraña amistad, seguramente derivada del "roce".

Aquel viejo de ojos tristes, que guardaba en su última visión de su semblante, le había enseñado a usar las armas, muy a su pesar, y había convertido a su persona en un ente autosuficiente, en aquellos tiempos en los que aún su poblada melena ondulaba al viento. ¡¡Qué pesadísisismo era con las horas de entrenamiento!! ¡¡Cuán cansino con su ducal seguridad!! Muchas veces incluso miraba a su espalda esperando encontrárselo en mitad de un arbusto en cualquiera de sus escarceos. Más de un pretendiente debió de escapársele debido a la presencia de aquel, siempre a su espalda...y es que no conoció a nadie tan fiel a su deber, ni creía que lo conocería en un millón de años.

Todo esto lo iba meditando a galope por el camino de Calatayud-Soria, por el cual, vista la muy entrada noche, no esperaba encontrar a nadie tan pirado como ella. Se envolvió aún más en su oscura capa de pellejos oscuros y consiguió llegar cuando aún personajes parecían entrar al último adiós del difunto rey.

Descendió y se cruzó con monturas catalanas vacías. La comitiva del Príncep parecía haber llegado. La de Palafolls y Menorca, accedió envuelta, saludó con la mirada y no hubo quien se lo impidiera esta vez.

Las campanas doblaban y su corazón se encogía a cada paso que daba. Los cuervos siempre habían sabido percibir los sentimientos ajenos y allí se respiraba interés...indiferencia...ira...advenimiento...y una enórmica dosis de dolor que prácticamente anulaba cualquier otra sensación entre aquellas frías paredes.

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Asdrubal1


Obviamente no pretendía hacerse con todo el banco para él sólo, aunque habría sido lo que más habría deseado, por ello no dudó en hacer sitio a la que había sido la Jefa de Embajadas durante el reinado de Kossler, aunque ello sin perjuicio de verse sorprendido. Ella también vestía un riguroso negro, el luto sentaba bien a la famosa sobriedad castellana, estaban acostumbrados, los reyes marchaban, la Corona permanecía, y con ellos sus súbditos quien hacían de la capa un sayo y acudían a despedir al monarca. Oscuros pensamientos para el de Olite para el que la Muerte era una cercana compañera, siempre rondándole por el día y acechándole en sus noches.

Hubo revuelo a sus espaldas, el de la Barca reunió toda la discreción que pudo para mirar descaradamente hacia detrás, el Principat había acudido, el de Olite como embajador de la Corona ante Catalunya que era se puso en pie, no sin antes dejar a Druso a cargo de que su sitio fuera respetado, que para algo había llegado antes, avanzó a pasos agigantados por el pasillo central ante el Princep, el President y su homónima catalana, Violant.

-Benvinguts a l'endolada Castella-Dijo inclinándose ante el Príncipe-Hubiera deseado que los Tres hubieran brindado otra situación más propicia y grata para reunir a las autoridades catalanas con la sociedad castellana.

Tras departir los protocolarios saludos el de la Barca guió a la delegación catalana por el camino central hasta el sitio designado al efecto, inmediatamente tras los puestos que se reservaban a las altas dignidades y autoridades de la Corona y el Reino de Castilla.

-Cualquier incidente no dudéis en transmitírmelo a mí mismo o a algún miembro de la Guardia Real.

Tras volver a inclinarse levemente retrocedió unos pasos antes de darse la vuelta y acudir de nuevo a su sitio, tras sentarse susurró a Morgui;

-La delegación catalana ya ha llegado, la conforma el President de la Generalitat, el Princep y la embajadora Violant.


*Bienvenidos a la enlutada Castilla

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Debian


Y allí se encontraba una vez más. El palacio del Primado no le era desconocido. Entró en el templo y vió, que ya se encontraban en el lugar muchas personas. Le llamó la atención un uniforme, que no le era desconocido: Almogávares. El recuerdo de hechos acaecidos en su pasado, regreso con fuerza. El tiempo transcurrido en Lérida, su etapa en los Tercios, su primer consejo, las alcaldías en la ciudad. Sonrió con cariño. Todo parecía mucho más lejano en el tiempo, de lo que era en realidad. Sacudió la cabeza para salir de su ensimismamiento y miró en derredor.

Nada. Aún no se podía presentar los respetos al monarca fallecido. Así que buscó un lugar donde sentarse y divisó a Asdrubal junto a una figura velada. Se acercó hasta ellos. Se sentó y saludó. Observó que las cabezas de la figura velada y de Asdrubal se mantenían fijas en ella. Encogió los hombros incómoda. Les miró. Aquella figura de negro le resultaba angustiosa y sentía que le faltaba el aire al mirarla. Tenía la sensación de encontrarse ante la Parca. Un movimiento de la otra figura, de Asdrubal por más señas, la hizo reaccionar. Le hacía señas y visajes. Ella empezó a fruncir el ceño. No entendía nada de nada. Al final el hombre empezó a tirar de su vestimenta y a señalar la de ella y, a continuación, señalar la de todos los presentes en esa sección. Una pequeña luz comenzó a brillar en todo ese galimatías: negro, negro, azul oscuro, gris oscuro, negro, más negro..., rojo. Debian se irguió con orgullo en el asiento, arregló los puños de la camisa y limpió unas motas de polvo del pantalón. Su uniforme, el uniforme de la Orden, era lo más preciado para ella y al portarlo en la ceremonia, rendía con él el mayor homenaje posible al que había sido su rey.

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Lordkoal


Noviembre en Soria, y como todos, las heladas y el frío ya dejaban su huella en las casas y los campos de la villa castellana. Pero una de esas mañanas un joven mensajero trajo consigo una noticia inesperada que aumentó más si cabe la sensación de frío....¡El Rey había muerto!.

Con la noticia en la mano, el vizconde se dirigió en busca de su amada para darle la triste noticia e indicarle que partiría de inmediato para asistir al funeral en Toledo. Si, partiría, él solo... - No le permitiré que vaya - pensaba para sí mismo. Su idea era ir solo, pues ella estaba a punto de dar a luz y un viaje largo no sería recomendable para nada. Pero de poco le sirvió, a discutir no hay quién le gane nunca y partieron ambos al alba del siguiente día bien pertrechados para el frío.

El viaje a Toledo fue relativamente rápido dadas las circunstancias y el estado de Nabi. A ello ayudó en buena parte los caminos helados. Peor hubiera sido unas semanas antes con los mismos caminos embarrados por las lluvias de principios de otoño.

A su llegada, y tras alojarse en la posada de siempre y prepararse tras el viaje, se encaminaron hacia el templo para rendir honores al difunto Rey. Al entrar en el mismo observaron ya a algunos presentes a los cuales saludaron. Había varios castellanos entre ellos, pero también delegaciones llegadas desde otros Reinos Hispanos. Aunque no conocía a todos, si podía alcanzar a hacerse una idea de quién era quién. De todos modos, acompañó a Nabi hasta uno de los bancos cercanos para que sentara en espera del inicio de la ceremonia.

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Borrell


Había viajado de Cataluña a Castilla escondiéndose entre la carga de distintos carros de mercaderes, haciendo trasbordo de uno a otro, hasta conseguir encontrar uno, el de los embajadores catalanes, que iba en la misma dirección a la que él se dirigía: hacia el mismísimo corazón de la Corona de Castilla, Toledo. Había recibido días atrás la noticia de la muerte del Rey y con cierto regocijo había querido acudir. Prefería comprobar de su propia mano que aquél hombre no respiraba y que estaba verdaderamente muerto. Tras sus múltiples pecados, era lo que merecía.

Llegado a Toledo, se bajó del carro dónde no pudieran verle y anduvo por las calles, algo perdido.

-¿El Palacio del Primado? -Preguntó a una viejecita, con pinta de aristotélica, a juzgar por el medallón que llevaba en el pecho.

La anciana señaló la dirección y le indicó cómo llegar.

-Que la luz del horno os ilumine, señora.

La mujer pareció extrañada por aquella bendición. Al parecer no conocían en éstas lejanas tierras al Dios Pollo. No le extrañaba, se decía que Castilla era tierra de herejes.

Llegó sin mayores dificultades al Palacio del Primado. Iba vestido de negro, con aspecto desaliñado, algo normal después de dias sin asearse y sin ver el sol, sobreviviendo a base de mordisquear pan duro y de beber vino peleón de Batea de entre las viandas de los carromatos. Su aspecto decía mucho que desear. Se coló en aquél templo, silencioso cómo un lobo entre un rebaño de ovejas. Aunque más que un lobo, parecía un polluelo aún con plumón, de alborotado que llevaba el pelo.

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Maruca__


Desde el Alcázar de Toledo la comitiva se puso en marcha con paso lento por las calles hacia el Palacio del Primado. Los mejores hombres de la Guardia Real cargaban el féretro con el difunto rey de Castilla, ocho soldados vistiendo sus pulcros uniformes, altos, solemnes... los seguían la Familia Real, el Consejo del Rey, los nobles y demás autoridades civiles, religiosas y militares. A su paso, el pueblo se asomaba por las ventanas para dar su último adiós.

Por fin llegaron a los portales del Palacio, los que se abrieron de par en par mientras un coro elevaba la voz haciendo que sus cánticos retumbaran en todo el templo. Fue entonces cuando la comitiva ingresó al lugar por el pasillo central hasta llegar al altar, en donde los Guardias Reales depositaron el ataúd en un montículo que se había construido para tal fin, quedando cerca para rendir honores a su Monarca. Los demás tomaron asiento en los sitios que les habían asignado según su rango.

La de Golmayo, Capitana interina de la Guardia Real , ocupó su lugar en una de las primeras bancas para presenciar la ceremonia. Si bien muchos castellanos no le querían, ella lo admiraba, aprendió mucho de él, era un excelente militar y lo iba a echar de menos.


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Bassam3


El turco ataviado con negras vestiduras se aproximaba al palacio del primado una vez más, pero con un motivo muy diferente al de la última vez, pues si antes era una boda, esta vez era la tristeza del reino la que allí se representaba tras la muerte de su majestad Kossler I.

Apenas había coincidido con el monarca salvo su nombramiento como conde de Frías, y poco podía decir de el, pero su obligación era asistir a tal acontecimiento, pese a ser en tal aberración aristotélica.

Entró por sus pasillos saludando a todo el mundo con una ligera inclinación de su rostro seguido por su pequeña escolta, la cual se había acrecentado tras los recientes actos de rebeldía en el reino, y su fiel amigo no le dejo opción de opinión.

Don Asdrubal, cuanto tiempo. - Dijo al de la Barca con una reverencia mas notable. - Mal asunto que nos veamos por estos motivos... - E inclinándose ante la comitiva catalana. - Un placer conocerles, aunque se deba en tan triste circunstancia...

Y continuo hasta encontrarse con los miembros del consejo, saludándolos con su temple frío que tanto caracterizaba al tuerto, con una ligera inclinación de cabeza ante todos y observando a aquellos que se encontraban y apuntando a los que faltaban, pues disgustaba al hombre que ofendieran al difunto monarca de tal manera.

Tras unos breves momentos hizo aparición el cortejo funerario transportando los restos mortales del ya fenecido rey, y tras lanzar una plegaria al Misericordioso para que lo acogiera en el paraíso, pese a ser un infiel, el turco procedió a sentarse en su lugar correspondiente y observar la ceremonia con curiosidad, como hacía con todos los ritos infieles.

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Tadeita




Luto por la muerte de aquel que había sido su esposo, de aquel que había reinado con mano firme los últimos años, luto por su compañero de vida. Luto de pies a cabeza, tan sólo el rojizo de su pelo, y el níveo de su piel destacaban en el oscuro conjunto que ya le acompañaría.

Con serio rostro, sin un ápice de tristeza que mostrar, enfadada en sus adentros con él, calmada tras varios días de maldecir su último actuar, despacio, con paso sereno avanzó por el pasillo central, al ritmo lento que marcaba el cortejo fúnebre.

Silencio era su postura desde que se dio a conocer la funesta noticia, silencio con todos. Tan sólo se dejaba acompañar por la joven Irisbel, que caminaba a su lado. Su joven hija, la cual había asistido ya a demasiados funerales para su corta edad. Se ensimismaba en el pensamiento de buscarle un marido para olvidar y no pensar en lo que había ocurrido, y en las mil y una maneras en que hubiera matado al de Castelldú ella misma, de saber cuáles iban a ser sus intenciones.

Esperaba un funeral tranquilo y sin alboroque posterior, necesitaba acabar con aquella tortura a la que Tenebrosa había dado comienzo, atravesando el alma del ahora difunto monarca.

Aquella noche había velado a su marido, vestido con la mortaja bordada en hilo de oro, y su inicial en ella. En el ataud, la misma Tenebrosa, entrelazada entre sus manos, que dormiría el sueño eterno, junto a él, y le acompañaría al infierno lunar. Si ella le había dado muerte, moriría con él, y ambos recorrerían el mismo destino. Hubiera deseado fundirla, pero sabía que el alma del rey no se lo hubiera perdonado, prefería no pensar en ver vagar su alma, como la de tantos otros reyes, buscando su espada en busca de duelos en el infierno. Ya se podían preparar los difuntos: los urgelinos, los menestrales, y los yernos... no se imaginaban lo que les iba a llegar... el matayernos, el usurpador, el protector de aragón -qué ironía tan grande-, el tirano y el Gran General, iba en camino, a su lugar eterno. Al menos, le consolaba pensar que se encontraría con monseñor Ignius, estaba segura que ambos compartirían lugar. Para él, había añadido el báculo que le dejó el de Muntaner, era justo que se lo devolviera ahora que iban a encontrarse.

Y si larga había sido la noche, largos serían los días venideros sin su presencia. Cuánto lo iba a echar de menos, nadie disfrutaba de la indiferencia y la arrogancia como él, nadie era capaz de controlar todo lo que rodeaba, admiraba esa serenidad y esa calma y seguridad para tomar cada decisión, su voluntad firme y capacidad para asumir victorias y derrotas, capaz de acabar con vidas sin el más mínimo ápice de misericordia, de crearse los mejores amigos, y los más mortales enemigos, obsesionados con su persona. Nunca hubo ni habrá nadie como él.

No permitió que una lágrima resbalara por su mejilla al hilar todos aquellos pensamientos sobre Kossler. Cuando ya en el altar estaba lista la capilla fúnebre, recogió su vestido y tomó asiento, junto a su hija, esperando el inicio de la ceremonia, evitando saludos y conversaciones, que realmente no deseaba, pues a nadie iba a dar cuenta ni razón de lo sucedido. Pronto haría correr falsos rumores sobre su muerte. Pronto comenzarían los envenenamientos en la corte.

Rodearse de soledad era lo único que anhelaba, en cuanto acabaran las honras fúnebres, y con la lectura del testamento pusiera el punto y final a la historia de Kossler, que ya siempre quedaría en su corazón, en su memoria y en la de todos los allí presentes.


                Sit tibi terra levis








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    Quin
    Lluvia


    La noticia que Froi le espetó a bocajarro la dejó sin habla, a ella que nunca le faltaban las palabras; su primera sensación fue de incredulidad, mas luego una sombra de profunda tristeza cruzó por su rostro.

    Otro rey que se iba con el Altísimo de la noche a la mañana... ¿qué planes tendría Dios para con los monarcas castellanos que se los llevaba a su lado al poco tiempo de comenzar a reinar? Indudablemente solo Él tenía esa respuesta y a ella no le quedaba más remedio que resignarse ante una nueva pérdida y cumplir con lo que se suponía que era su deber, aunque con el Rey Kossler no solo la movería la obligación, Lluvia sentía que debía devolverle la confianza que desde el primer momento había depositado en su persona.

    Al amanecer del día siguiente, se subía al carruaje y se ponía en marcha junto con Froi, rumbo al Palacio del Primado. Exhausta llegó a destino después de más de veinte horas de viaje agotador; le asignaron una humilde, pero acogedora celda bañada por la tenue luz de una sola ventana exterior en la que reposó y desayunó frugalmente, por fortuna contó con el tiempo justo como para poder prodigarse un baño caliente y vestirse adecuadamente para la ocasión. Los fieles servidores del lugar, ya tenían preparado todo lo necesario y ella solo debía dedicarse a dar comienzo al funeral.

    Al entrar en el lujoso Palacio del Primado, aún con la respiración entrecortada por las prisas que no la abandonaban, observó fugazmente el entorno y para no sentirse intimidada, evitó que los asistentes pasasen de ser más que unas sombras desdibujadas y sus voces, simples murmullos que iba dejando a sus espaldas. Respiró profundamente, se alisó la negra túnica ribeteada con hilos de plata, tanteó su cabello para comprobar que seguía recogido y en su lugar, y se dirigió al Altar Mayor donde el Rey iniciaba su descanso eterno.

    Su rostro se dulcificó al ver dentro del ataúd acristalado, el cuerpo del monarca rodeado de cirios flameantes que parecían indicarle el camino hacia el Paraíso Solar, y ahora sí... dirigiendo una mirada directa a los presentes y luego al cielo clamando asistencia, dio comienzo a la ceremonia.

    -Después de que todas nuestras miradas se hayan cruzado con la suya, que pueda ver, al fin, la tuya Señor.

    Los fieles congregados respondieron al unísono:- "Señor, no desvíes tu mirada de nuestro hermano."

    -Después de la amistad que nos obsequió -dijo mirando claramente hacia el ala de la iglesia donde se encontraban algunos de los mejores amigos del Rey- y con la que guió nuestras vidas, concédele Señor la última y más perfecta de todas, la tuya.

    "Señor, no desvíes tu mirada de nuestro hermano" -volvieron a decir los presentes.

    - Después de las penas y las lágrimas que oscurecieron su vida, ilumina su camino para toda la eternidad, Señor.

    Nuevamente todos respondieron: - "Señor, no desvíes tu mirada de nuestro hermano."

    - Dios Todopoderoso y Eterno, depositamos en ti nuestras esperanzas. Que tras ser el alma de nuestro hermano alejada de su cuerpo, podamos reencontrarnos con él, junto a ti, por los siglos de los siglos.

    Un "Amén" plagado de emoción retumbó en el recinto.

    - Hermanos y Hermanas, estamos aquí para cobijar con nuestra amistad a quienes más afligidos se encuentran por esta pérdida, pero también, para recordarnos que Dios tiene presente todo el bien realizado por nuestro Rey y para rogarle que le otorgue una acogida sin par en su seno.

    Los fieles encendieron los cirios alrededor del ataúd en riguroso silencio.

    Los presentes pueden ir entrando con los cirios y depositándolos alrededor del monarca.

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