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El sol se había puesto en el valle y la sombra traía con ella el frío de noviembre. El humo de centenares de chimeneas nublaba todo el valle y se respiraba el característico olor a roble quemado en el ambiente. Arturo con andares cansados llegaba a la vaquería después de un arduo día en la mina. Su aspecto, ya de por sí sucio, podría ser ahora el de un menesteroso. Tenía la cara negra del polvo de la mina y las manos con muchas heridas.

[RP] Más come la vaca en una lenguada...

Arturo_cascos


El sol se había puesto en el valle y la sombra traía con ella el frío de noviembre. El humo de centenares de chimeneas nublaba todo el valle y se respiraba el característico olor a roble quemado en el ambiente.

Arturo con andares cansados llegaba a la vaquería después de un arduo día en la mina. Su aspecto, ya de por sí sucio, podría ser ahora el de un menesteroso. Tenía la cara negra del polvo de la mina y las manos con muchas heridas.

Llegó hasta el cercado donde reposaban las vacas y se sentó sobre una roca plana. Al sentarse emitió un quejido casi inaudible. Este momento era el que más esperaba del día pues en medio del ocaso se veían bandadas de pájaros volver a sus nidos y el valle se veía misterioso con el humo de las chimeneas. Enfrente de él estaban sus vacas a las que tanto quería, algunas seguían pastando, pero la mayoría se preparaban para hacer frente a la oscuridad.

Decidió mirar al cielo para ver las bandadas de aves, mas solo vio la luna. La visión de la luna le estremeció y casi instintivamente hizo un ruido con la lengua: "tocotó...tocotó".

Melosa (su vaca más preciada) se acercó y en un descuido le lamió la cara, dejando un surco de babas donde antes había hollín. "¿te gusta el ruido que fago?"-dijo el vaquero mientras reía."Pues non tiene nada de graçioso"-murmuró Arturo con semblante serio.

Se acordó entonces el joven de por qué emitía aquel sonido. Hace muchos, muchos años, cuando Arturo malvivía de la ayuda de los monjes de San Pere, había un fraile que disfrutaba con los sufrimientos de los niños. El nombre de este monje era Emeterio y gustaba de contar historias a los niños de la luna y los tormentos a los que estaban sometidos los condenados, su disfrute aumentaba si por cualquier excusa obligaba a los niños a dormir en la puerta del convento, bajo la sombra de la iglesia.

Al frío de la noche había que sumarle la visión de la luna, sobre la que Emeterio contaba todas las penas que allí se infligían.

Los niños lloraban desconsolados y Arturo se esforzaba en no morir de frío. Una vez mientras le castañeteaban los dientes produjo con su boca un sonido extraño y uno de los niños que estaban junto a él río. "Pareçe un caballo" dijo el niño.

"¿Qué?"- preguntó Arturo.

"He dixo que paresçe los cascos de un caballo"

Arturo repitió el sonido y esta vez más niños rieron.

Desde aquel momento, cuando Fry Emeterio no les dejaba dormir en la iglesia él repetía el ruido para que el resto de los niños riera.
"¡Faz el ruido de los cascos, Arturo!"- le decían.

El vaquero despertó de la historia con otra lenguada de Melosa. La noche caía sobre el prado dejando ver las primeras estrellas. En el silencio del cercado se escuchó las palabras del joven:

"Arturo...Arturo el de los cascos... Arturo cascos".

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Arturo_cascos


En un recipiente de madera, lleno de leche, mojaba Arturo un mendrugo de pan. Mientas degustaba aquel humilde manjar sucedió algo que le llamó la atención: una vaquilla intentaba llegar a un fardo de heno que estaba en alto.

El vaquero fue a ayudarla pero, antes de que pudiera llegar, "Canija" (una vaca muy delgada) se acercó también. La vaca sin duda obraba por interés propio, pero al ingenuo vaquero le pareció que era un gesto altruista y que "Canija", bajaría el heno a la altura de la pequeña. No fue así, al tirar del fardo con los dientes, Canija arrojó todo el heno encima de la vaquilla que emitió un mugido chillón y salió corriendo.

El vaquero, que contemplaba la escena, se llevó las manos a la cabeza, pero se alivió al ver que la pequeña estaba bien.


"¡Pensaste en façer el bien e fiçiste el mal, Canija!"-gritó Arturo a la vaca, que ahora comía el heno del suelo como si nada hubiera pasado.

"Recordame esto a una vez en mi niñez..."- dijo Arturo bajando el volumen de su voz hasta que no fue más que un pensamiento.

Se acordaba el joven de sus años de miseria alrededor de la iglesia y de cómo los "buenos" aristotélicos lavaban sus pecados dando escudos a los niños que ponían más cara de pordioseros. En esas estaban, cuando aparecieron dos jóvenes muy bien vestidos. Preguntaron a Arturo si tenía padres y cuántas libra pesaba, cosa que desconcertó al niño.

El ingenuo Arturo les respondió que no, y en cuanto a las libra... dejó que le pesaran subiéndole a hombros. Una vez pesado, los hombres se miraron y asintieron y dijeron: "Jovencito... somos nobles señores que buscamos criados, e vos soys uno de los elegidos. Mientras estéis bajo nuestra protección non os faltará de nada. Mas como non queremos que todos los niños vengan con nos non debéis fablar con nadie sobre aquesto. Vendremos a por tí mañana al alba en la plaza de los panaderos"

Arturo estaba tan contento que fue corriendo calle abajo con la cabeza bien alta imaginándose que pronto tendría un hogar y nunca le volvería a faltar de nada. Poco le iba a durar el júbilo, pues se encontró con niños más grandes que él, estos viéndole tan feliz imaginaron que tenía algo escondido y le sacaron la información.

El joven pensó que había incumplido una promesa pero que había hecho bien, pues más niños podrían huir de la pobreza.

La mañana siguiente Arturo despertó en una sala adyacente a la iglesia, había pasado la noche bajo techo con otros niños, a pesar, de los intentos de Emeterio de que durmiesen en la calle. El joven corrió por los pasillos y llegó al claustro donde se encontraba Fray Francisco (un monje anciano con el que hacía buenas migas).

Al ver al niño correr, el fraile dijo:
"¿Dón vas tan presto, Arturito?"

El joven no queriéndole decir que se dirigía con los nobles le contesto: "Voy a... jugar con Fermín y con Luis"

El fraile le llamó y después de hacer que se sentase le enseñó un libro a Arturo: "Mira, jovencito, un libro de la vida de los Santos, si te quedas te lo leeré"

A Arturo le encantaban los Santos así que se quedó a escuchar cómo el anciano fraile leía con parsimonia aquel libro. Tan ensimismado estaba que se le hizo tarde y cuando al fin dejó a Fray Francisco, fue corriendo a la plaza. Pero allí no había nadie esperándole, los nobles se habían marchado.

El único consuelo que le quedó es que aquellos chicos mayores a los que avisó de la cita se marcharon con los ricoshombres, pues no volvió a verlos.

"Más tarde supe, q'aquellos nobles no eran tales... e que los niños fueron vendidos en Argel como esclavos, nos preguntaron el peso para saber si llegaríamos vivos a África..."-dijo el vaquero emocionado-"Mas solo quería façer el bien"



Melosa observaba, mientras rumiaba, la figura del vaquero cabizbajo en medio del cercado.
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Arturo_cascos


Las palabras del sermón dominical aún resonaban en la cabeza de Arturo. Hablaban estas del amor incondicional a Dios, pero también a sus obras. El vaquero meditaba sobre aquello en su pequeña choza mientras se preparaba para afeitarse la poblada barba que desde hace meses lucía.

Cogió un jifero de los que utilizaban los matarifes para sacrificar a sus vacas, un cubo cargado de agua y la daga plateada (regalo de su amiga Helena) y se sentó a unos metros de la choza.

Una vez allí, se descamisó y se arrodilló frente al valle. Cualquiera que le viera en aquel momento con la daga en la mano y arrodillado pensaría que el desenlace de aquello sería funesto, mas el joven solo iba a utilizar la daga plateada a modo de espejo para rasurarse.

Concluida la hercúlea tarea y con la brisa fría del otoño como único testigo, se arrojó el agua del cubo por la cara y el torso y se dispuso a realizar las tareas diarias.

Cuando llegó al redil, dejó escapar un grito de asombro, cientos de amapolas habían estallado en los claros donde pastaban las vacas. Miró a ver si las vacas se las habían comido, pues de todos es sabido que son venenosas para el ganado. Pero solo encontró a la más gorda de sus vacas negando el agua del abrevadero a los terneros. Esto molestó al vaquero, pero le contrarió aún más la presencia de las amapolas.

"Malditas seáis... bruxas roxas..."-murmuró-. Y con gran furia comenzó a arrancarlas de la tierra.



Un sentimiento de furia le inundaba hasta que volvió a mirar a las vacas. Melosa había llegado al abrevadero y golpeaba suave pero repetitivamente contra el costado de la "vaca gorda", esta poco podía hacer ante el empuje de Melosa, así que acabó retirándose y dejando beber a los terneros.

Melosa no solo había salvado a los pequeños terneros, si no que ahora los lamía de arriba a abajo mientras bebían. Arturo descubrió entonces que estaba sonriendo y que su furia había desaparecido. Miró hacia las plantas que estaba arrancando y murmuró:"amor incondicional...ya sé que haré con vosotras" y comenzó a cortar los tallos y a juntarlas en un gran ramo.

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Arturo_cascos


La lluvia caía con fuerza sobre el valle, y desde el umbral de su casa Arturo observaba cómo las vacas se protegían del aguacero metiéndose bajo el techado.

El vaquero lucía unas grandes ojeras y una trémula palidez, en ocasiones le recorrían escalofríos por todo el cuerpo. Apenas había pegado ojo en toda la noche por el dolor.

Intentaba recordar qué había hecho la noche anterior mas no se acordaba de mucho. De repente le vino una arcada y en su memoria apareció una botella con un líquido cristalino.


"licor d'Albión... nada bueno salió d'esas islas"-murmuró-.

El joven tenía hoy pensado ir a ver a su amigo el alcalde a su palacete, que ya casi estaba terminado, pero no podía moverse sin que le dieran nuevas arcadas.

Sacó dos pergaminos y una pluma y se dispuso a escribir sendos mensajes a su amada y al alcalde. Para hacerlos saber de su estado.
Ilionm


Ciertamente hacía ya rato del ocaso, y oculto el sol tras las montañas setabenses la noche se apresuraba a invadir todo el valle. La lluvia, una lluvia sutil, no demasiado densa pero persistente, llevaba horas bañando las laderas del rocoso peñasco sobre el que se alzaba la Villa. No era de extrañar, entonces, que los caminos estubieran harto embarrados y que no hubiera alma por la calle.

Sin embargo, a pesar de todo esto, el Doria no lo dudó un instante. Había recibido algo pasado el medio día una misiva de su buen amigo el vaquero. ¡Funestas noticias! Sentía premura por que las horas avanzasen.; y tan pronto se fue la claridad del día, acabada su jornada y sus tareas en el Ayuntamiento, no sin antes enviar urgentes cartas a varias instituciones, se apresuró por la puerta del Ayuntamiento.

Ajustándose bien la capa para no acabar en exceso mojado, montó en su caballo y partió raudo y veloz hacia uno de los límites del núcleo urbano, allí donde las casas empezaban a difuminarse segregadas y entremezcladas con el campo.

Llegó frente a la puerta de una humilde, en verdad muy humilde, choza. Desmontó de un salto y se apresuró a entrar, en parte porque no quería acabar más mojado de lo que ya estaba, y sobre todo porque había venido por un motivo urgente.

Se halló en una reducida estancia de paredes cuyo estuco estaba ya desconchado, pero en realidad no se veía ni vieja ni sucia. Sobre su cabeza, la madera del techo hacia reverberar el suave tañir de la lluvia, amortiguado por la paja que había por encima a modo de cobertura.

Al fondo, casi enterrado en una manta algo roída, acurrucado y tiritando se hallaba su amigo.

-¡Pardiez, Arturo! ¿Cómo os halláis? ¡Quién os manda...! ¿Sufrís mucho? ¿Ha venido ya el Barón? ¿Qué os ha dicho? -en verdad las palabras del Bracaleone se agolpaban en demasía y consideró que tal vez debía dejar reposar a su amigo y no acosarle con un interrogatorio.

Un murmullo apenas perceptible se escuchó "licor d'Albión... nada bueno salió d'esas islas". Es posible que el vaquero ni siquiera hubiese reparado aún en su presencia. Estaba tiritando y sus temblores hacías sacudir su cabeza cada cierto tiempo, dejando salpicar algunas gotas del sudor que bañaba su frente. Ilionm bien seguro estaba de que aquella botella a la que se refería "el Cascos" era agua, agua pura y sanísima, cogida de uno de los manantiales naturales de Játiva; pero, a saber si por superstición o por duda, se sintió algo mal consigo mismo "Y si lleva razón y le he envenendado contra mi voluntad, ¡non lo quiera el Altíssimo!".

-He mandado una nota a Suero; en seguida llegará.
-Y mirando en derredor suyo, como confirmando todas su sospechas agregó: -Traerá mantas,... muchas mantas, e legnos et más cosas.

Tomó un taburete cercano, una de las pocas cosas que había en aquella estancia y se sentó cerca de su amigo.

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Siervo


Al cabo de un rato, en verdad pudieron ser minutos u horas -pues la lluvía no dejó de repiquetear con la misma intensidad- un ruido brusco llamó la atención de Ilionm desde el otro lado de la puerta. Con un golpe seco ésta se abrió y una figura muy poco recortada por la profunda oscuridad exterior y de movimientos torpes avanzó hacia dentro.

Ya a la luz de la tímida vela que "iluminaba" la estancia pudo apreciarse que se trataba de Suero cargado con multitud de bártulos sobre sus brazo y hombros. Soltó todo de golpe, sobre el suelo, de forma algo aparatosa.

Sin necesidad de explicación alguna tomó al menos tres mantas de aquel montón, y sin dilación se las echó por encima al enfermo. Parece que éste lo agradeció, pues se vislumbró cierto cambio en su rostro.

A continuación, con algo de leña que había traído encendió en una de las esquinas de la casa un fuego. Como el suelo era de tierra batida no existía riesgo alguno; y con un movimiento ágil y repentino, hizo que uno de los tablones de madera que formaban el techo en aquella zona se levantase, permitiendo la salida del humo, pero dejando bien al margen de todo aquello al agua de lluvia.

-Se pondrá negro todo esto -dijo señalando la pared- mas mi amo de seguro ca ia lo apañará. Sin duda Suero conocía bien las preferencias de su señor; y a bien tenía que la pared se tiznara de hollín por doquier antes de que su amigo agonizara entre el frío y la humedad que inundaban aquella estancia.

Cuando ya hubo pasado un tiempo y el fuego había dejado las primeras ascuas, Suero tomando algunas las metió en un brasero de latón que puso bajo las sabanas a los pies del vaquero. De nuevo, parecía que la cara la hubiera cambiado.
Helena_blasco


Casi tropieza con el bueno de Suero mientras éste, a toda carrera y, cargado con toda clase de utensilios, se dirigía hacia la casa de Arturo. Entre las pocas palabras que acertó a escuchar mientras el hombre corría a toda prisa tras cruzarse con ella se encontraban " Casa..Arturo.. enfermo.. Ilionm.." y supo lo que tenía que hacer. No esperó a perderle de vista, compró carne en el mercado y al llegar a casa comenzó a preparar un buen caldo. ¡Ni por todo el dinero del mundo iba a sacrificar a Doña Josefina para tal menester!. La observó por la ventana escarbar en el fango con su crestita roja desafiando al mal tiempo mientras el pollo hervía en la cazuela junto con las verduras. Rió apoyada en la ventana, aquella gallina era súmamente divertida dando saltitos de aquí para allá mientras buscaba cositas que llevarse al pico. Con una sonrisa en los labios se giró y comenzó a cortar rebanadas de pan fresco y las guardó con cuidado en un paño de lino en el fondo de una cesta. Una vez el guiso estuvo preparado buscó una fuente de barro con tapa donde meterlo y lo ató todo a conciencia para evitar así que se derramara.

Ícaro esperaba ansioso sabiendo que iban a dar un paseo. No había conocido jamás animal como aquel. Solo le faltaba hablar. Olisqueó la cesta con interés y después olfateó el cabello de Helena que le espantó de un manotazo justo cuando iba a comenzar a mordisquearle el pelo. Montó deprisa, colocándose con cuidado la cesta en el regazo y sujetándola con una mano mientras con la otra dirigía al animal. Una palmada en el cuello de Ícaro y éste comenzó a trotar camino abajo hasta el hogar de Arturo. Si es que beber tanto no le había ningún bien. Después se enfadaba cuando se lo decían y ahora andaba pagando las consecuencias. Negó con la cabeza preocupada. Tan vital y risueño, no se lo imaginaba enfermo, francamente.

La pequeña casita no se hallaba a mucha distancia y Helena dirigió al equino hacia el porche, negándose éste como era costumbre a las órdenes de su ama cuando vislumbraba oportunidad para hacer alguna fechoría. El barro se acumulaba fresco frente a la puerta de entrada e Ícaro miró a Helena negándose a moverse más cerca del suelo seco. Tiró de las riendas obligándole a moverse pero éste se negaba a mover sus patas y levantaba las orejas. Siempre hacía eso, se estaba riendo de ella sabiendo que tendría que bajar allí, en medio del barro. Helena resopló molesta y acomodó la cesta como pudo en su brazo y comenzó a descolgarse con el otro hasta que sintió como sus pies se hundían en el barro. Estaba tan furiosa con Ícaro que no lo miró y sintió como la furia crecía en su interior al sentirle andar tras ella hasta la pequeña puerta de la casita.

- Juro que a la primera oportunidad de venderte lo haré! Lo juro! Y te salvas porque hoy tengo algo más importante que hacer!! Siempre me haces lo mismo, pero hasta aquí hemos llegado, caballo desagradecido!!

Tomó el pomo de la puerta en la mano y esperó un momento para serenarse apoyando la frente en la fría madera. Ya arreglaría cuentas con el caballo más tarde. Dió unos golpecitos en la puerta y después abrió, hallando a Ilionm sentado en un taburete cerca de la cama donde se encontraba Arturo tapado con unas mantas. Al pasar junto a Suero le sonrió y después acarició el cabello a Ilionm.

- ¿ Cómo se encuentra?.¿ Que le ocurre?. Le he traído un caldo de ave, seguro que no ha comido nada y quizás le ayude a reponerse.

Entregó la cesta a Suero y se sentó a los pies de Ilionm, el brazo reposando sobre la pierna del joven, mientras esperaba algún avance en su amigo.

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Arturo_cascos


Arturo estaba sentado en la piedra del interior del cercado, disfrutando de un maravilloso día primaveral. La luz era más brillante de lo normal y los campos estaban pintados de mil flores diferentes, en el aire, el aroma a hierba mojada lo impregnaba todo.

El vaquero sonreía por su suerte, sus vacas estaban gordas y tenía tanta leche que tenía que repartirla en un carro tirado por bueyes que conducían varios ayudantes suyos.

¡Todo era tan maravilloso!. No le extrañó ver como un arco iris de seis colores se posaba en su prado. Melosa emprendió entonces una carrera hasta la base del arco iris y comenzó a subir por él, como si de una rampa se tratase.

El joven se rascó la cabeza con incredulidad. "Los antiguos tenían raçón... se puede subir por los arco iris"-murmuraba para él.

Arturo fue presto a por su vaca más preciada que, inexplicablemente, subía por el arco iris mucho más deprisa de lo que la había visto correr nunca. Al poco de comenzar a subir se dio cuenta de que nunca la cogería, pues ahora la silueta del bovino era solo un punto sobre el arco. Decidido a llegar al final y buscar a su vaca, Arturo corrió por aquel puente sin mirar atrás hasta llegar a algún sitio de tierra blanca.

Una puerta se encontraba al final del arco iris y guardándola estaba un hombre bajito con pústulas en la cara.

A Arturo no le importaba lo desagradable de aquella figura, solo recuperar a su vaca, así que, se dirigió al hombre y le preguntó educadamente: "Disculpad, buen senyor. ¿Non habréis visto una vaca por aquí? Se llama "Melosa" e es mía"

El guardián de la puerta se encogió de hombros. "Por aquí pasan muxas vacas... Non sabría si la vueça habrá pasado. Mas sabed c'aquí las vacas non son propiedad de nadie, los senyores de la tierra son también vacas aquí"-aseveró el hombre de las pústulas.

Arturo no entendió nada de lo que decía aquel hombre, así que entró por la gran puerta y se puso a buscar a Melosa. El aire era mucho más frío allí dentro y había cierta sensación de desasosiego difícil de describir.

De repente y como saliendo de una neblina, vio aparecer cientos de vacas, pero ninguna era Melosa, todas lucían esqueléticas y enfermas. Algunas de ellas esputaban bilis y sangre por sus bocas, entonces el vaquero supo que no debía estar allí.

El Cuidador del rebaño era una figura monstruosa, un demonio idéntico al que tantas veces había visto en la fachada de la iglesia de Xàtiva.

El joven setabense tragó saliva y dijo al pastor: "¿Sabéis d'una vaca que se llama Melosa?"

El demonio paró un momento, sacó un largo pergamino y comenzó a leer nombres que no parecían de vacas, si no de personas.

"Tú debes ser..."-se detuvo un momento el demonio comprobando la lista-"¡Arturo de Xàtiva!-dijo con voz chillona.

Arturo asintió.

El demonio prosiguió leyendo en voz alta lo que decía el pergamino: "Has mentido, robado, herido a gente, defraudado a muchos, engañado a tus amigos, guardas deseos impuros con la hija del cura, no vas a misa dos veces por semana, gritaste al Padre Dimirio... la lista es larga"

El vaquero negó con la cabeza y dijo enfadado: "Muchas d'aquestas cosas non son çiertas. Si robé non lo sabía, si engañé a mis amigos...". El demonio sonreía cuanto más enfadado veía a Arturo.

El demonio aseveró con su voz chillona. "La cólera os pierde siempre, Arturo el pecador, normalmente nadie me ayuda en mis quehaceres pero vos soys experto en vacas e si me ayudáis puede q'os devuelva a Melosa"

Cuando Arturo escuchó el nombre de su vaca, su ira desapareció y decidió ayudar a aquel ser vil.

Las tareas que le encomendaron eran tediosas y repetitivas. Algunas vacas tenían jirones de ropas, otras portaban espadas en el lomo y las menos cadenas en el cuello; el vaquero debía quitarle todos los objetos y apilarlos en un rincón.

Una vez hubo terminado, llevaron a las vacas a un gran taller donde las sacrificaban detrás de un pared hecha de oro. A Arturo no le gustaba estar allí pues aquellas vacas chillaban como personas cuando las estaban matando, el vaquero cada vez se encontraba peor.

"¿Cuándo podré irme?- dijo el joven al demonio-.

El demonio respondió: ¿A dónde quieres ir, Arturo? Sabes dónde estás, ¿verdad?

Arturo entendió las palabras de la bestia en seguida, ¡aquello era la luna!. Cuando se fue a llevar las manos al rostro para gritar de desesperación vio que sus manos se difuminaban y se convertían en pezuñas de vaca y entonces despertó.

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La habitación olía a humo y, por la tenue luz que caía a los pies de la ventana, acabaría de amanecer.

Arturo se encontraba misteriosamente bien y al entreabrir los ojos pudo ver la razón. Tenía el cuerpo cubierto de mantas, un recipiente humeante cerca de la cara y los pies muy calientes.

Pero lo que más le reconfortó era ver a sus amigos sentados encima de una manta en el suelo, uno apoyado en el otro.


"He pasado una noxe terrible, mis senyores, mas ya terminó. He sonyado..."-se queda un momento pensativo-."...con vueças merçedes e todos éramos muy feliçes"-dijo el vaquero haciendo un esfuerzo para olvidar lo que realmente soñó-.

"Mas... ¡cómo están aquí vueças merçedes!... ¿Non tienen cosas más importantes que façer que venir a ver aqueste humilde vaquero?"-dijo sonriendo tímidamente.

"Os agradeçco todos los cuidados que me han reportado vueças personas, otros hubieran temido venir aquí"

Arturo se levantó tras tomarse el caldo y se dirigió con vacilación a dar de comer a sus reses agradeciendo muchas veces los cuidados recibidos
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Ilionm


Había pasado un rato desde que Suero llegase con todo el cargamento encargado. EL fuego crepitaba en la esquina de la choza calentando la estancia y secando las paredes, ahuyentando a la tan nefasta humedad que de seguir ahí hubiera podrido sin duda los maltrechos pulmones de Arturo. Ilionm miraba a su amigo desde la banqueta; parecía que conforme pasaba el tiempo su amigo mejorase; al menos ya no sudaba tanto.

Miró de nuevo en derredor, aunque hubiese en realidad poco que mirar. De ronto su vista reparó en un montón de lo que parecían ser pergaminos y papeles colocados junto a un rincón. Demasiado cerca de las llamas. Fuese lo que fuese aquello, de quedarse ahí tardaría poco en acabar ardiendo. Ilionm se levantó y con sumo cuidado las recogió y las depositó un poco más allá, comprobando con nefasto resultado que no había ningún otro sitio donde poder colocarlos para que estuvieran más a salvo. Aquello le sugirió la idea de que más pronto que tarde debería fabricar al menos una mesa al pobre vaquero.

Volvió a sentarse y a esperar pacientemente, como acostumbraba el Balaguer a hacer con aquello que era realmente importante. Tal vez fuese el Doria brioso en otros asuntos, pero se odría decir que a paciencia pocos serían los que le venciesen.

Fuera sonó un bufido. Inconfundible.

-Ahí llega Helena -predijo-. E paresçe ca este Ícaro iam le estuviese façiendo de las suyas.

Efectivamente, al rato, la puerta se abrió y apareció una bellísima dama, de rodillas para arriba empapada de agua y de rodillas para abajo cubierta de barro. Apenas se alcanzaban a distinguir las botas, si es que aún las llevaba y no las había perdido en el barrizal que imperaba en el exterior. Ilionm, al volverse sobre sí y verla levantó una ceja; aquello le parecía una imagen... sugerente. Aunque no era tiempo de tales cuestiones.

La dama se acercó le acarició el pelo. Aquello le encantaba. Le hacía sentirse amado y por un momento apartado de toda responsabilidad y obligación.

- ¿ Cómo se encuentra?.¿ Que le ocurre?. Le he traído un caldo de ave, seguro que no ha comido nada y quizás le ayude a reponerse- comentó mientras entregaba a Suero una cesa bien cargada-.

-Paresce ca tuviera grandes delirios, mi Senyora. Mirádle -respondió el Bracaleone señalando con la cabeza las cada vez menos frecuentes convulsiones de su amigo-. Mas hay esperansças de ca mexore.

Así avanzó la noche y los allí presentes quedaron dormidos, el uno sobre el taburete, la otra con la cabeza apoyada en las rodillas de este, los dos cubiertos a su vez con una manta. Suero había marchado de vuelta a la Villa Bracaleone, para cuidar los asuntos de allí durante la noche.

....

La claridad del día despertó al Doria, que se desperezó lentamente. Un dolor molesto le acució en las lumbares. Ciertamente no había sido buena idea dormir sobre el taburete. Estirose todo lo que pudo, con sumo cuidado para no despertar a Helena que aún estaba posada sobre sus piernas, y un ruido poco agradable los huesos de la columna se pusieron de nuevo todos en su sitio.

De pronto oyó la voz de su amigo:
-He pasado una noxe terrible, mis senyores, mas ya terminó. He sonyado...-se le notaa poco convencido de sus palabras-....con vueças merçedes e todos éramos muy feliçes.

-¡Arturo! -exclamó Ilionm- Bendito sea el Altíssimo y todos sus profetas... -en seguida se vio interrumpido por el mismo-.

-Mas... ¡cómo están aquí vueças merçedes!... ¿Non tienen cosas más importantes que façer que venir a ver aqueste humilde vaquero?

-¿Cosa hay más importante o o grande a los oxos de Dios ca obrar sempre en pro del menesterosos, ¡et mas si este fuere amico!? Sin duda no -respondió con suma rotundidad Ilionm con una amplia sonrisa; incluso poco habitual en , tan contento estaba de la mejora de Arturo.

-Os agradeçco todos los cuidados que me han reportado vueças personas, otros hubieran temido venir aquí...

Esta vez fue Ilionm el que interrumpió a su amigo. Haciendo su ya típico gesto con la mano de quitar importancia a las cosas dijo:

-Vamos, vamos; Arturo. Vos hubiereis fecho lo mesmo. Non tengo duda alguna d'ello- y tomando la olla que prudentemente habían puesto junto al fuego para que no quedase frío su contenido se la tendió al vaquero-. Tomad. Habéis de comer algo, muchas fuersças habéis perdido.

Y desde luego parecía ser así, o al menos que el enfermo estaba hambriento, porque bien poco tardó en vaciar el puchero. De repente, como impulsado por un resorte Arturo se levantó de la cama -eso sí, con cierta torpeza- y se dirigía con inseguros pasos hacía la puerta. El brazo nada enclenque del Doria le frenó en seco sin mucho problema.

-¿A dónde pensáis Vos que estáis yendo? Tornad a la cama... Iam di órdenes a Suero, él cuidará vuesças reses hasta que estéis curado del todo.

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Helena_blasco


Abrió un ojo despacio y volvió a cerrarlo amparada en el calor que le proporcionaba la manta con la que estaba cubierta. Allí, tumbada, alzó la mano y buscó a tientas la pierna de Ilionm, hallando la fría pata del taburete. Sonrió pues se imaginaba como tenía que haberse movido él para sacársela de encima sin despertarla pues recordaba haberse quedado dormida sobre sus piernas. El sol ya se filtraba a través de las ventanas y se subió un poco más la manta para taparse los ojos. Lo que sea que estaba ocurriendo a su espalda podía esperar. Pero, ¿podía?, no, no podía esperar pues Arturo se encontraba enfermo y no estaba bien que ella holgazaneara bajo una manta en el suelo de una casa que no era la suya, mientras su amigo quizás había empeorado. Con ligereza se destapó y se sentó en el suelo buscando alrededor mientras se acomodaba el cabello. Ilionm se hallaba cerca de la puerta, sosteniendo del brazo a un obstinado Arturo que se negaba a quedarse en cama e insistía en ir a alimentar a sus vacas. Se llevó la mano a la boca para sofocar un bostezo y se giró hacia la puerta entre abierta que sostenía Arturo con la mano mientras Ilionm le retenía. Le miró; la silueta de Ilionm iluminada por los rayos del sol, el brillante cabello mecido suavemente por el aire que entraba del exterior, aquella expresión seria que conocía tan bien. ¿ Se podía amar tanto a alguien? ¿ Cómo podía ser eso posible?.
Se puso en pie y sostuvo la manta entre los brazos

- Buenos días. ¿ Cómo te encuentras, Arturo?
preguntó - No pensarás salir ahí fuera en tu estado, ¿ verdad?. Haz caso a Ilionm y vuelve a la cama, ahí es donde debes estar.

Mientras esperaba la reacción de Arturo, y después de doblar la manta y colocarla sobre la cama, se asomó a una de las ventanas para ver donde se hallaba Ícaro. A pesar de todas las travesuras del equino, Helena sentía gran afecto por él. Recordaba la primera vez que le había visto, apenas un potrillo saltarín. Ícaro, le habían llamado así porque había sobrevivido a un incendio y había salido de un salto de entre las llamas, monstrándose los meses venideros salvaje e indomable pero la constancia y el cariño que Helena había puesto en él habían hecho que se ganara la confianza del animal y que éste, la siguiera a todas partes como el más fiel de los amigos. No había sido fácil, pero la de Blasco creía firmemente en que todo, con la dosis de perseverancia y paciencia adecuadas daba buenos frutos. Y allí estaba él, bajo un árbol cercano mordisqueando unas hojas y mirándola con esos ojos burlones que conocía tan bien. ¿ Que iba a hacer con él?. Seguir aguantando sus trastadas porque era incapaz de deshacerse de él. A Helena no le gustaba deshacerse de lo que quería.

Movió el taburete y se sentó apoyando la espalda en la pared mientras observaba a los jóvenes junto a la puerta.

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Arturo_cascos


A pesar de los esfuerzos de Arturo por parecer plenamente recuperado, notaba todavía dolor en las articulaciones y palidez en su piel. Así que no le sorprendió mucho que su amigo le devolviese a la cama. Pero... ¿Cómo comerían sus vacas?.

Obedeció sin rechistar a Ilionm y a Helena y se giró hacia la ventana. Lo primero que vio fue un enorme trasero de caballo por la ventana, así que pensó que estaba nuevamente delirando, rápidamente se dio cuenta de que era la grupa de Ícaro, el caballo de Helena.

"Es un animal formidable."-dijo mirando hacia las mantas donde Helena reposaba todavía-.

En el fondo, los caballos le imponían demasiado respeto. Al joven le gustaban las vacas porque podía controlarlas y sabía lo que estaban pensando en todo momento, pero un caballo... un caballo era "demasiado independiente e inteligente" y aquel parecía que tenía más desarrolladas, si cabe, estas cualidades.

Detrás del corcel, pastaban ocho vacas pardas, de pelo corto, de aspecto rústico y delgadas. A Arturo le cambió la cara cuando pudo verlas. Insistió a sus amigos para que acudieran cerca de la ventana y durante un tiempo que a sus amigos les pareció una eternidad describió sus nombres, su morfología y... sus atributos de personalidad.

"Aquella vaca que ven allí vueças merçedes es "canixa", llaméla así porque es de poco comer, c'aunque tenga todo el día por delante non come 40 libras de pasto. Es una vaca muy buena e tierna, confiada con los desconoçidos mas muy lista e sabe cuán viene el jifero con solo oler el aire. Es atenta además con los terneros e vaquillas; e ciuda de que non les falte de nada..."

Sobra decir, que todas las vacas tenían cualidades buenas y apenas unas pocas contaban con algún defecto que el vaquero, raudo, se excusaba diciendo "que ese defecto está en su naturaleça e que non sería bueno cambiarlo".

Cuando llegó a Melosa, Arturo hizo una lista tan larga de cualidades que aunque él no se dió cuenta repitió: "buena" y "carinyosa"varias veces.

El vaquero miraba a sus amigos para saber si se estaban aburriendo con la descripción de unas reses, que salvo a Arturo, bien podrían ser todas la misma vaca.

Mientras los tres miraban por la ventana, Suero ponía en orden gran cantidad de papeles, lo que le llevó al vaquero a pensar que el alcalde había sido reelegido.

"Senyor alcalde, cuán enfermé escuxé que nadie se había presentado contra vos a la alcaldía, sin duda, por el miedo a sufrir grand derrota a vueças manos-dijo el vaquero muy sonriente-¿Quiere deçir todos esos mandos e escritos que lleva Suero que soys nuevamente alcalde de la villa? ¿E las elecciones al Reyno? ¿Qué puesto ocupáis en aquesta le...leeenis...lenisratura?"- preguntó el vaquero no muy seguro de haber dicho bien la última palabra.

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Ilionm


Escuchó más paciente que atento las detalladas explicaciones de su amigo Arturo. Pareciese que sabía más de sus vacas que de cualquier otra cosa; es más, no sólo se lo parecía, Ilionm estaba seguro de que así era. No vacilaba en decir que con toda seguridad aquel humilde campesino era el mejor vaquero del Reino entero.

El Doria hubo de contenerse la risa ante la infinita enumeración de vacunas "virtudes" que al parecer poseía Melosa; eso sí, su disimulo no pudo evitar que se le dibujase una tenue sonrisa en la comisura de los labios, que sin embargo no parecía en absoluto de burla si no de amistosa gracia.

Apareció Suero de nuevo por la puerta con los documentos que el Bracaleone había de revisar ese día;... y no eran pocos. Una pila de rollos y pliegos de pergaminos y papeles se levantaba cual torre de Babel sobre los esforzados brazos del siervo. Sin duda eso hizo al vaquero volver de su mundo bucólicamente bovino:

-Senyor alcalde, cuán enfermé escuxé que nadie se había presentado contra vos a la alcaldía, sin duda, por el miedo a sufrir grand derrota a vueças manos...- Una enorme sonrisa se dibujaba en el rostro de Artiuro- ¿Quiere deçir todos esos mandos e escritos que lleva Suero que soys nuevamente alcalde de la villa?¿E las elecciones al Reyno? ¿Qué puesto ocupáis en aquesta le...leeenis...lenisratura?

Ilionm respondió con una más tenue pero no menos cálida sonrisa a su amigo.

-Assí es, mi caro amigo. Otro mes más habréis de aguantarme. Et tengo notiçias para Vos -el Doria eligió uno de los pliegos que sostenía el bueno de Suero y desdoblándolo lo extendió frente a su amigo para que lo observase-.

Sobre él podía apreciarse un escueto dibujo en tientas negras, rojas y azules, de lo que parecía ser el esquema de una ciudad. Podía reconocerse aquí la Seu, allá el Castell,... Sin duda era un plano de Xátiva. El Balaguer señaló una franja roja, que de forma más o menos regular circundaba el perímetro del núcleo de la Villa:
-Esto que ves es dó' estará la muralla. Iam hemos, por fin, dado comiensço a las tan esperadas obras -y su dedo trazó el recorrido sobre el plano siguiendo la citada línea colorada-. Con respecto a lo otro... Se diçe "le-gis-la-tu-ra" -añadió con una afable carcajada-. No he entrado a formar parte del Conseio del Gobernador; et credo ca debo agradeçérselo al Altíssimo, tendré assí más tiempo para... cosas más importantes -y al decir esto se volvió para mirar a Helena con una mirada profunda y sin duda sometida a los encantos de ésta.

-Ahora, mi buen Arturo, es menester ca de Vos me despida por un rato, mas en buenas manos os dexo, las mexores diría yo -y volvió de nuevo a mirar a Helena-. He d'acudir a l'Alcaldía, dó' se halla de nuevo mi responsabilidad.

Y acercándose a Helena la besó dulcemente en los labios y le susurró: -Cuidad de él. Non consintáis ca intente de nuevo ir a con las suyas vacas. Que repose y descanse, es lo que dixo el médico. Graçias por lo que façéis -y concluyó lo dicho con un nuevo beso-.

Se colocó sobre la cabeza su gorro rojo, color para nada gratuito en la mentalidad del Bracaleone Doria e Balaguer; no en vano la cruz que partía y cortaba su escudo de armas era gules. Se ajustó la capa, pues aunque la lluvia había cesado, la mañana era fresca; amarrose bien los cordones de las botas para que quedaran bien ajustadas y no cayeran plegadas, porque el barro seguía siendo el escenario principal en los caminos; y despidiéndose de todos con la mano, salió.

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Arturo_cascos


-Esto que ves es dó' estará la muralla. Iam hemos, por fin, dado comiensço a las tan esperadas obras -y su dedo trazó el recorrido sobre el plano siguiendo la citada línea colorada-.

Arturo miró aquel pergamino, pero por más que intentaba imaginar algo, solo veía un pergamino con dibujitos. "¿Dón está la altura de los edifiçios? ¿Cómo habrá fexo aquesto el senyor alcalde? Tendría que haberse subido a un pájaro..."-pensaba mientras asentía para no defraudar a su amigo, quien parecía muy ilusionado.

Con respecto a lo otro... Se diçe "le-gis-la-tu-ra" -añadió con una afable carcajada-. No he entrado a formar parte del Conseio del Gobernador; et credo ca debo agradeçérselo al Altíssimo, tendré assí más tiempo para... cosas más importantes -y al decir esto se volvió para mirar a Helena con una mirada profunda y sin duda sometida a los encantos de ésta.

El vaquero asintió conforme al comentario de su amigo y dijo: "Además, siempre podéis volver a ser consejero pero hay cosas que pueden no volver a pasar". En el fondo, Arturo estaba orgulloso de haber tenido algo que ver en el comentario de su amigo, pero sobre todo estaba contento, pues tenía la convicción de que a partir de ahora disfrutaría más de su presencia en la taberna.

-Ahora, mi buen Arturo, es menester ca de Vos me despida por un rato, mas en buenas manos os dexo, las mexores diría yo -y volvió de nuevo a mirar a Helena-. He d'acudir a l'Alcaldía, dó' se halla de nuevo mi responsabilidad.

Y acercándose a Helena la besó dulcemente en los labios y le susurró: -Cuidad de él. Non consintáis ca intente de nuevo ir a con las suyas vacas. Que repose y descanse, es lo que dixo el médico. Graçias por lo que façéis -y concluyó lo dicho con un nuevo beso-.

Cuando la puerta se cerró tras Ilionm, Arturo se quedó mirando a Helena y dijo:
"Alguien debería dar el heno a mis vacas... Lo faría de buen grado si me dexaseis, mas non creo que sea el caso, ¿çierto?"-Miro con resignación a su amiga.

"Antes de llegar al çercado hay una parva e una horca al lado, para repartir el heno, cuán lo estéis echando por ençima del çercado las vacas vendrán a comer...-se le ilumina la cara- "es esto, lo más grato de todo, Helena, pues podréis açercaros e acariçiar a las vacas que gustosas os darán lametones. Mil graçias por cuidar de mí e de mis reses, amiga."

Tenía ganas de abrazarla pero se dio cuenta de que podría contagiarla, así que solo se volvió a tumbar.
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Siervo


El sol estaba en lo alto, pero no por eso hacía poco frío. Llegado diciembre las brisas marinas acostumbraban a quedarse más apegadas al mar, o al menos eso le parecía a Suero, y por lo tanto no templaban tanto las tierras más alejadas. Para colmo de sus desdichas su señor vivía en Xàtiva, villa donde las hubiera, sita en elevada cresta. Allí las brisas no eran sino vientos, no huracanados ciertamente, pero a menudo -demasiado a menudo, pensaba él- sí frescos.

Aquella mañana intentaba además -de la forma más infructífera posible- gobernar a una hueste de... -¡Parecéis mulas! -se desgañitaba en decir una y otra vez el siervo-. ¡Válgame Senyor Altíssimo, ¡qué he fecho yo para mereçer esto!

Con un palo a modo de vara intentaba conducir las reses de Arturo hacía los pastos, conforme a lo dictaminado por su señor. En aquella época del año algunos pastos quedaban en las laderas de la serranía -uno de los beneficios de esas altitudes-; y Suero sabía de eso, de otras cosas no, pero de eso sí.

"¡Malditas seáis! ¡Sois peor que aquel mulo de Ícaro!" Ciertamente Suero habíase visto ya en varias ocasiones en la tesitura de tener que afrontar a aquel animal que arramplaba con cuantas flores y otras cosas que no había de comer que se pusieran a su alcance. Sin embargo esto superaba con creces todo aquello, y encima con el equino todavía tenía el falso consuelo de que era el caballo de su señora y que debía hacer mil y un esfuerzos y sacrificios por él. Clarísimo lo tenía: conocía a su señor, y había bastado aunque el Bracaleone no le hubiera dicho palabra alguna al respecto: Ícaro era más que una joya para Helena, y como tal había que tratarlo...

-¡Pero vosotras no sois Ícaro! -gritaba Suero corriendo tras ellas. - ¡Non, non! ¡por ahí no vaca terca!- Las reses se estaban desperdigando por el camino que, para más inri estaba embarrado capturando los pies del pobre siervo en lodazales. La una tiraba por un requiebro a la derecha, otra descendía casi corriendo por la cuesta, una más allá se había quedando rezagada y parecía negarse a seguir caminando. Era un rotundo fracaso.

-Vacas tontas, ¡venid aquí!... ¿Por qué a mí todo esto?... Ay, ¡quántos disgustos dame mi amo!

Varias horas le llevaría reunir de nuevo todo el ganado, conducirlo al pasto y llevarlo de vuelta a la cerca de Arturo. Por eso Suero -y su nombre lo decía todo- prefería a los cerdos. Allí lo había hallado su señor, en una pocilga cuidando de unos amables y agradecidos puercos. Y aquí se encontraba ahora: rodeado de vacas tercas e ingratas.
Arturo_cascos


A pesar del empeño de las vacas en comerse hasta la última brizna de hierba, el prado verdeaba. Las gotas del rocío hacían parecer que el campo se había bañado en plata.

Arturo, plenamente recuperado de su enfermedad, estaba sentado en la piedra plana y pensaba en la boda de Helena e Ilionm. "Tengo miedo, e ¿si algo saliese mal?¿Soy digno de ser su padrino? ¿e si fago algo estúpido durante la çeremonia?¿Qué ropaxes vestiré?... Si toda mi ropa son andraxos." En esto pensaba cuando "Melosa" se le acercó emitiendo un largo mugido.

El vaquero contempló a la vaca y cuando estuvo lo suficientemente cerca, le acarició el lomo. Mientras lo hacía rememoró uno de sus primeros recuerdos.
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Era un frío día de invierno y había un mercado en la ciudad. Los mercaderes gritaban el precio de sus productos. En todas partes había puestos de diferentes productos, al final del mercado había un cercado dónde se vendía el ganado. Arturo apenas contaba 4 años e iba de la mano de Fray Francisco. "Mira, Arturito, ¡vacas!". El niño levantaba 90 centímetros del suelo y las reses parecían monstruos a su lado. Arturo se puso a la espalda de su maestro "tengo miedo"-musitó el infante-.

"Non deben darte miedo, Arturito son vacas. E Dios las puso aquí para que nos dieran lexe e carne. A cambio debemos repetarlas. ¡Acércate!, son animales muy dóciles"-explicó el fraile-.

Arturo vio cómo la vaca masticaba con sus enormes dientes y entonces sí estuvo seguro de que era un animal fiero. "Non quiero, fray Francisco, non quiero"-repetía una y otra vez el niño-.

"El miedo asesina a la mente. El miedo nos convierte en débiles, Arturito. ¿Crees que los grandes hombres non se han mostrado en ocasiones más inseguros en sus acciones que tú ahora con este manso animal? Pero ellos... supieron enfrentar sus miedos"-dijo el anciano y añadió- "Debes ser valiente, jovencito o el propio miedo te consumirá"-.

Arturo no muy convencido se acercó a la vaca y esta le ignoró completamente. El niño al final muy orgulloso palmeó con las dos manos la tripa de la vaca y sonrió de oreja a oreja por aquel triunfo contra su propio miedo.
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Aquella misma sonrisa esbozaba el joven 17 años después, recordando aquello. Mientras ladeaba el morro de Melosa (que ya estaba lamiéndole la cara) dijo bien alto (como si alguien le escuchara): "¡No dexaré qu'el miedo me venza, non sin presentar batalla!" Se levantó y decidió que sería un "gran padrino" y se dispuso a hacer el equipaje para realizar un viaje que también le daba algo de miedo... iba a ir a Albaida.

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