Guardia_real_valenciana
Aquel día y mientras la Reina se preparaba como correspondía en el Palacio Real en compañía de su familia, toda la ciudad de Valencia y el Reino entero se había volcado hacia la ciudad y la catedral misma. De a poco las calles se vieron vestidas con sus mejores galas y los carruajes, en principio, eran mas distantes los unos de los otros.
En la Catedral, la Guardia Real custodiaba cada centímetro vigilando todo estuviera en completa normalidad, y es que la ciudad, además de verse llena de esplendor e irradíar suma alegría, reuniría no solo a todos los valencianos sino también a nobles y visitas de otros reinos que acompañarían a Valencia en aquel tan memorable día.
En cierta forma, aquel día no solo brillaban las gentes o los edificios parecían más imponentes de los normal, lo que en realidad daba ese aire de majestuosidad a todo era el Reino entero.
Pueden ir llegando desde ahora los invitados.






on el traje de los domingos bien lavado y convenientemente ungido en perfumen y las arrugas estiradas porque no quedaran a la vista, ensilló a Balío y puso galope al Palacio del Primado. Desde lejos se apreciaban ya las entradas florales que conducían a las puertas desde cada uno de los caminos y cómo relucían ante la luz del sol las armaduras de los soldados que las guardaban. Era aquella, sin duda, la ceremonia más noble a la que había tenido ocasión de asistir, la coronación de un Rey, de quien sería, a la postre la cabeza visible de todos los valencianos.




n la calle, con gran boato paró el carro de su señora progenitora, rubia teñida que aguardó a que se abriesen las puertas. No pudo sino acercarse al carro, como deber sagrado de todo buen aristotélico, por ayudar a su madre.


