Galbart
La cerveza estaba fresca. La hija de Amalia, Estefanía, servía a los presentes con celeridad y siempre con una sonrisa en la cara. Estaba en esa edad en la que las mujeres empezaban a desarrollarse fisicamente. Eso hacía que Amalia vigilara con mil ojos a los marineros y jornaleros que allí se encontraban, hasta que llegó el escocés a su posada. Él se había comprometido a quitarle de encima a los que tocaban a su hija. Aquello, unido a que de vez en cuando le traía leña y provisiones del mercado, hacía que el precio de su habitación bajara su precio de manera notable. Y tanto era así, tan bueno era el trato que le daba al de Caithness que decidió establecerse allí. Y ya iban dos meses. Al principio se refugiaba en un castillo en ruinas, que no era un castillo sino un fuerte. Después, por sus "negocios" en Valencia, frecuentaba las posadas de la capital con más asiduidad. Y finalmente, acabó allí. Era un buen sitio y al fin y al cabo el dinero no era problema. Así pues, entre amenaza a marineros borrachos y algún que otro encotronazo violento, pasaba las noches el escocés. No era una vida palaciega pero le gustaba y estaba agusto y eso era lo que de verdad importaba. Pero aquella noche era distinto. Recuerdos del pasado, personas, lugares, frases que le marcaron... todo le vino a la cabeza aquella noche.
Le dio un sorbo a la cerveza y siguió con la mirada a Estefanía, que ahora avivaba el fuego y echaba más ramitas que traia en un cesto. La pregunta que Carrie le había hecho esa mañana, "¿Qué es eso de que no seguir sus enseñanzas como te hubiera gustado?" le tenía preocupado. Bueno, más que preocupado, intranquilo. No había sabido responderle al momento aunque supiera de sobra la respuesta. "Si yo te contara...", se dijo. Un hombre salió de la posada entre gritos de sus compañeros. Su encuentro con su compatriota aquella misma mañana le habia servido para dejar que las palabras hicieran su labor en la cabeza de Carrie. Él esperaba con ganas que ella le fuera a buscar y le preguntara cosas, pero realmente el que que quería hablar era él, Galbart Donan. La pequeña charla de por la mañana le había servido para poder recordar muchos de aquellos momento que creía olvidados: las recogidas, las fiestas, los bailes, los casamientos, el episodio de Alison la panadera y el ramillete de menta... tantas cosas. Necesitaba contarlo. Necesitaba hablarlo con alguien y quién mejor que Carrie, así se acordaría de algo de su pasado y recordaría tiempos mejores, bueno, al menos él, Galbart, los consideraba mejores. Apuró la jarra de cerveza y llamó con el brazo a Estefanía que acudió rauda ante la llamada. Le pagó la cerveza y le ofreció un par de monedas más, Pero que no se entere tu madre, ¿vale? se sonrieron, y ella se llevó la jarra de cerveza. Se acercó al fuego, donde Amalia estaba sentada haciendo punto mientras charlaba con un grupo de hombres sobre la situación de la lonja de pescado y demás historias "Bien hecho Amalia, consigue proveedores", pensó mientras se le dibujaba una sonrisa en la cara. Se acuclilló a su lado y le susurró lo de siempre, Esta noche vendré tarde, me llevo una llave. Si no estoy por la mañana no te preocupes. Se levantó y a proposito dijo en un tono de voz normal pero perfectamente audible para el resto de los presentes, si alguien hace lo que no debe, apunta su nombre. Le guiñó un ojo, apretó el cinturón de la espada y se envolvió en la capa para bailar con el frio de la noche valenciana.
El camino fue el de siempre, pero esta vez no se detuvo en el punto de siempre, esta vez fue directamente a la puerta de su casa y la aporreó dos veces con el pie. Una ráfaga de aire llegó justo cuando ella abrio la puerta. La capa ondeaba hacia el oeste. Ella con un gesto le indicó que pasara y sin pensarlo dos veces, en dos pasos, se plantó delante del fuego. Se volvió y le sonrió. Se quitó el cinturón con la espada que dejó apoyada en la pared cerca del fuego y a mano por si ocurriera cualquier cosa. Había que prevenir siempre que fuera posible, si bien es cierto que ocultaba una daga en alguna parte de su vestimenta. Se desabrochó las hebillas de la capa y la dobló dejandola encima de una silla que acercaba al fuego. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, quitó la capa y se sentó. Cualquiera diría que aquella era su casa. Y seguramente Carrie le estaría mirando con cara de no entender nada. Pero lo ignoraba, o eso quería aparentar y parecía que le salía bien.
¿Qué te parece si hablamos?