Estaba en el alto de un acantilado. Al frente, el mar. A su espalda un pequeño bosque, no muy frondoso y en el que se podía ver el otro lado, sin necesidad de forzar la vista. El de Caithness estaba envuelto en su capa, negra y deshilachada y aunque Amalia se empeñaba en remendarla, esta tenía la costumbre de volver a romperse. La capucha le protegía del viento en la cara. Estaba sentado con las piernas recogidas y ante él, el sonido del mar, enfurecido y avivado por una tormenta que se dirigía desde el norte hacia ellos. Aquel sonido del romper de las olas con la roca unido al frio viento, le transportó a Wick, a Thurso, a las costas de los gélidos mares del norte. Lo echaba de menos, sin duda alguna, pero eso no lo sabía nadie
o eso creía él. El oleaje era fortísimo y muchas veces se imaginaba como sería ser arrastrado por una ola de tal tamaño y con aquella fuerza. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Deseó entonces que no hubiera pescadores faenando, o militares tanto amigos como enemigos en los mares. Sin duda alguna la muerte por ahogamiento tenía pinta de ser la peor de todas. Un trueno lo sacó de sus pensamientos. Y como si de un amigo fuera, sonrió,
Aquí estás, pensó. La tormenta estaba llegando e impactaría con fuerza, tenía pinta de durar al menos un par de días. Unas gotas de lluvia cayeron en las pestañas del escocés y le devolvieron a su mundo, un mundo en el que la lluvia y el frio significaban hogar. Pensó también en Carrie, de hecho era por ella por lo que estaba allí, meditando. Las últimas preguntas, que le había hecho era, cuanto menos, poco discretas, o eso pensaba el de Caithness, que esperaba no tener que contárselo nunca. Sin embargo, evaluó las dos vías, contárselo y no contárselo. Pensó fríamente en ello y decidió, al fin, ir a contárselo aquella misma noche. No cabía duda de que la tormenta tenía algo que ver, quizá tuviera en ella el mismo efecto que él, tranquilidad, relajación y recuerdos del hogar, del frio norte de Escocia. El relincho de Beleno le devolvió al mundo de los vivos. Si relinchaba podían ser dos cosas, o había alguien
sí, ni siquiera pensó en la segunda. Había alguien. Se levantó y se dio la vuelta, y como si de un personaje de una leyenda se tratara, al desenvainar la espada el sonido del trueno le acompañó. Aquello, cuanto menos, dejaría sin palabras al más escéptico de los escépticos. Y si había alguien allí y lo había visto, podría haberle metido el miedo en el cuerpo. Avanzó con cuidado, fijándose en el suelo y en su entorno, hacia su caballo. No apreció huellas, ni tampoco alguna posible amenaza. Sin embargo decidió asegurarse y dar un par de vueltas por allí cerca. Cuando estuvo satisfecho, se volvió al caballo. Para entonces la lluvia ya llegaba con algo más de intensidad y de ahí a un rato
los Dioses sabrían. Antes de marcharse de allí, clavó la mirada en un punto que le llamó la atención. Detuvo a Beleno, pero cambió de idea y antes de enfermar, prefirió irse de allí.
Ya en la posada, y una vez se hubo cambiado de ropa, pidió una jarra de vino, la cual estaba un poco aguado y aquello le gustaba. Nunca había bebido vino y si lo hacía, prefería que estuviera rebajado con agua. Amalia y él se pusieron al día, Galbart le contó hasta la experiencia
paranormal que había tenido en el acantilado. Ella le restó importancia y le achacó aquello al cansancio o a algún animal salvaje. Y aunque Galbart no se lo creyó, alzó la jarra y bebió como gesto de aprobación.
Por cierto Amalia, esta noche no estaré, ¿podrías encargarte de la ropa? Apuró la jarra mientras Amalia se quejaba.
Pero, ¿lo harás? Preguntó.
Galbart, ¿no me escuchas cuando hablo? Sí, lo haré. Rió.
¿No te has acostumbrado al idioma? El escocés sonrió y ladeó la cabeza, ella rompió a reír. Si algo había aprendido el de Caithness era que sonreir podía sacarle de muchos líos. Antes de marcharse cogió carne y pan de la cocina de la posada. No lo echarían en falta y si lo hacían
jé, ya se lo pagaría otro día.
Un perro dormía en la puerta de la casa de Carrie. Se puso de pie en cuanto vio al escocés acercarse y le ladró.
Hey lad, calm down.* Llovía mucho, quería acabar con aquello antes de que se empapara. Se acuclilló y le ofreció su mano para que la olisqueara. El perro le olió y dio un par de vueltas al escocés, ladró y se sentó. El de Caithness le acarició y se metieron en casa, después de utilizar la llave. No perdió un segundo y se puso a avivar las llamas. Mientras hablaba en alto para que el perro se tranquilizara. Mientras el fuego cogía fuerza, echó la carne y migas de pan en una sartén y la puso en el hogar de la chimenea. Su plan consistía en darle una sorpresa y después contárselo todo, ¿qué podría pasar?
Yaay, are you hungry boy?** El escocés se acomodó en una de las sillas frente al fuego y le tiró un generoso cacho de pan al perro que empezó a comer a sus pies. ¿Sería aquel el perro del que le habló Carrie? Le gustaban los perros. Se desacomodó para avivar el fuego. El perro, entonces, se levantó y se quedó sentado mirando a la puerta al tiempo que Galbart se sentaba. Escuchó lo justo para darse cuenta de que tenía razón, iba a ser un temporal muy duro.
Hola señorita. Sonrió al fuego.
Menos mal que has llegado, si no la cena habría sido un desastre
dijo avergonzándose mientras se le escapaba la risa. Galbart casi no sabía cocinar y en aquella ocasión el casi no existió. Durante la cena hablaron de trivialidades mientras eran interrumpidos por truenos. Hablaron de todo, del día, de las cosechas que igual se perdían si el tiempo este duraba mucho
Una vez Maël me dijo que las tormentas hay que entenderlas como a las personas. Le echó los huesos al perro y se levantó a por un par de manzanas.
Nunca entendía lo que quiso decir. Bueno, saqué un par de conclusiones pero no me gustaron, digamos que no di con la verdadera, bueno
verdadera en el sentido en el que yo entiendo qué es la verdad. Se acercó a la mesa y le posó una manzana a su lado a la vez que se sentaba.
Pero no he venido a hablar de Maël. Verás, cuando nos separaron en la prisión, me llevaron ante el inquisidor. Supuse que sería un juicio, pero me equivocaba. Hablamos de los pueblos en general, de sus creencias, sus defectos y sus fortalezas. Y hablamos de mí. Le conté lo que soy, de dónde soy y cómo soy. También me preguntó por lo que hacía y si disfrutaba con ello
Y cuando le pido que me queme con mi espada, me dice, no te voy a quemar
trabajarás para mí. Le dio un mordisco a la manzana y masticó hasta tragar.
Acepté. Le pegó otro mordisco.
Nuestra seguridad a cambio de trabajos para la Santa Inquisicion Valenciana. Bueno, ahora Arzobispado. Sonrió con amargura. Se fijó en ella.
Desde entonces me he dedicado a poner paz en el Reino de Valencia en nombre de Nicolás Borja y de la institución que representa. Puedes pensar que en tu cargo estás a salvo que no te pueden hacer daño, o incluso que tienes una espada y no sé que. Pero no es de ellos de los que te tienes que defender, sino de su poder. Su poder hizo que me salvara. Su poder es capaz de quemar reyes, no te olvides de eso. Defiendete de su poder. Dijo esto último casi susurrando.
Un susurro en la noche.
*Ey, amigo, tranquilo.
** Chico, ¿tienes hambre?