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[RP - GDR] Pia civitas in bello

Rose_de_anthares



La de Pern seguía igual, sin cambiar la mirada, con los ojos puestos en quién habían invadido la tierra que ella amaba. Vió sus acciones, oyó sus palabras y todo aquello le parecía muchas palabras vacías.

- Me decis sois soldados, que buscáis honor a través de las armas, demasiadas cosas incomprensibles para quienes han invadido un reino en paz, hundido barcos mercantiles con inocentes a bordo y tomado una ciudad hiriendo a quienes la protegían.

Se sintió animada a llevar la mano al cinto por sentir a su pueblo atacado, pero la flameante bandera blanca le recordó la situación que estaban, y aún así el amplio campo le parecía un lugar perfecto para chocar aceros y saber de quién era el honor.

- Este reino no tiene riquezas que podáis conquistar y no es necesario me insistáis en qué no la buscáis. Hasta que habéis llegado a perturbar este amado reino, el pueblo, unido, trabajaba para solventar sus problemas económicos generados por las constantes guerras que en antaño asolaron estas tierras.

Se acercó unos pasos, la serenidad invadió su semblante pero aquello no calmó la firmeza de su voz - Este reino no desea guerras, habéis errado el lugar para probar vuestro acero, si tan orgullosos os sentís del honor que supuestamente gobierna vuestra espada, partis ya mismo de Valencia y no volváis a pisar estas tierras.

El viento pareció arremeter en esos instantes golpeando los estandartes entre sí. Sus capitanes, nerviosos, miraban la escena sin mediar palabra. La de Pern continuó - si por el contrario más que honor es sed de sangre lo que sentís, abandonad la ciudad y enfrentaros a nuestro ejército en campo abierto.

No retrocedió paso alguno esperando la traducción de Cesar. Esperaba no equivocarse respecto al que tenía en frente, siempre existía una primera vez pero su institnto jamás le fallaba. Ante ella habían un militar.

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Rose_de_anthares


La charla duró poco. El italiano tomó su espada y la envainó dedicando una mirada a la de Pern quién la sostuvo unos instantes.

Sin mediar más palabras, ambos se giraron en sentido contrario. La única posibilidad que libraría a Valencia de bañar la tierra con sangre de valiente se había esfumado como el sol tras el horizonte.

Sujetó las riendas y montó, la seguían de cerca Nicolás y César - está claro, no hacía falta hablar más- les dijo a ambos, quienes la miraban sin entender claramente lo que había pasado - No aceptó ninguna de mis condiciones, el honor del que habla sobre su conducta es una vil mentira como tantas cosas en este mundo. Probablemente suframos terribles sospresas en las próximas horas. Regrearemos al campamento del ejército, tenemos trabajo que hacer.

Golpeó con las riendas y espoleó para cabalgar rápido. Necesitaba llegar y mirar los mapas, concentrarse en alguna estrategia y eliminar los fantasmas del pasado que pesaban en su cabeza. Eran malos tiempos, sí, la gente viajaba, la gente deseaba bailar y no pelear, se preguntaba cómo le diría a los soldados de las huestes que habían llegado con prontitud que una larga campaña se venía encima, que deberían pelear sobre suelo valenciano y derribar defensas valencianas de una de las ciudades del Reino. Cómo decirles que de un día a otro el reino se hallaba en guerra...

Nada más llegar al campamento observó las tiendas, a los soldados entre risas acompañados por una fogata intentando mantener el ánimo. Su capitán se le unió en el camino que llevaba hacia la tienda del alto mando y un poco antes de llegar oyó los cantares de un juglar animándo a los soldados. Le dedicó unas palabras, pero sabía ella debería dedicar unas mejores a sus valientes.

Pero no sería aquella noche sino al despuntar el alba, de hacerlo ahora no podrían dormir, ella no lo haría ni lo hizo cuando más de alguna vez siendo un soldado, se le avisó que iría a la guerra.

- Cesar, acompañad a los de vuestra hueste, seguro necesitan a su capitán - el jóven Mallister asintió y a punto de llegar a la tienda y apun acompañada por el Borja y su capitán, se detuvo en seco y sin mirarles les habló a cada uno - Capitán Peñalver, procure que nuestra hueste esté lista, avive los ánimos y mantenga a nuestra gente dispuesta. Informadme si necesitan algo - le ordenó y éste tras un saludo militar partió a su encomienda - Yo... - alcanzó a decir Nicolás cuando ella comenza a hablar - vos id con mis hijas, una es soldado pero la otra no. Sabe defenderse pero no sabe de la guerra, cuidad de ella Nicolás -

No dijo más y entró a la privacidad de su tienda. Varias antorchas alumbraban la estancia, una mesa grande, pieles, divanes, dónde dormiría...Nada le parecía extraño, no, demasiadas veces en el mismo sitio le ponían sobre el hombro la carga del tiempo y la experiencia que anhelaba le ayudara en esos instantes.

Así, en medio de las palpitantes ideas que agolpaban su cabeza se sentó pesadamente en una de las sillas y se apoyó en la mesa. Se quitó el yelmo y la cota de mallas, todo aquello le ahogaba. - ¡Soldado! - llamó al que custodiaba la puerta - Que todos los nobles se reunan conmigo de inmediato. He de darles la noticia. -

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Ducce
El viejo Vizconde se encontraba en la tienda de campaña junto a sus soldados, compartiendo recuerdos de la última guerra y contando viejas historias personales de algun enfrentamiento o batalla en la que hayan participado. Desde luego, las bodegas de Olocau abastecian esta amena charla, mientras esperaban a que el anochecer llegara y pudieran descansar. Entre tanto, ingresó en la tienda un soldado, el cual se dirigió al De Bournes...

Espectable, la Senescal requiere a los nobles en su tienda lo mas pronto posible.

Muy bien, hacia allá vamos...

Saludó a sus soldados y se dirigió hacia la tienda de Bernicaló-Morella. Una vez allí, escupió a la mensa Rose y se cubrió esperando poder atenuar el golpe de silla clásico luego de su accionar...

Llamabas, mensa?
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Ederne_bp


Había tenido que dejar las pruebas de mis vestidos para el baile y cambiarlos por pantalones , botas y camisa, no era que no me sintiera cómoda, claro que no!, adoraba estar con esas prendas, me daban facilidad de movimiento, lo que me llevaba fastidiada era que por primera vez quería ponerme un vestido hermoso que enseñara mis hombros y tuviera un escote algo menos que moderado, quería verme hermosa, Aristóteles sabía muy bien para quien, y quería celebrar, claro que deseaba celebrar, al fin Valencia se iba uniendo, tenía un fin común, los tiempos estaba ajustados a necesidades, había prioridades, y todos parecían comprenderlo, mas, habían tenido que llegar los piratas, a divertirse con nuestro pueblo, a fregarnos la vida...

Practicaba con mi espada, sería la primera vez que podría darle uso, cuando Nicolás me la había regalado, no pensé que tendría que usarla tan pronto y menos por defender el propio reino.

Moví mi espada de un lado a otro, pesaba, mucho más de lo que pesaba mi delgada daga bajo mis ropas. La llevaría de todas formas, aunque estuviera al filo de una contienda, y si mi espada pesaba lo suficiente para hacerme desfallecer, no dejaría que impunemente los piratas se fueran sin un recuerdo mío.

Si, les haría una linda figura con mi daga, sobre el pecho, o quizás sobre la quijada, todo lugar sería bueno, incluso sus pompas, sí señor, allí también llevarían mi marca

Mientras practicaba en el campo militar, susurraba en voz baja, agotada y con la voz entre cortada por el ejercicio, si esos malditos italianos me escucharan - decía en mis pensamientos. otro gallo les cantaría, yo no iba a estar esperándoles a que tradujeran, en esos viejos pergaminos, que había dicho mi madre, ni habría permitido que amedrentaran a un solo valencianos, no señor, - daba espadazos al aire y movía mis pies de un lado a otro, esto era pan comido, les haría bocadillos para las famosas anguilas que Nicolás me enseñaría a pescar pronto - les habría dado dos collejas bien dadas y les habría ultimado a irse o a cooperar con el baile, más que mal, toda ayuda venía a ser buena, pero ellos no querían ayudar, querían jo... - el casco de los caballos me saco de mis cavilaciones y practicas, mire de reojo y me movi con la libertad que me daban las prendas, hice un nuevo movimiento con la espada y sonríe, a lo lejos, distinguí a mi madre, y a Nicolás...

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Cesar


Se encontraba exhausto. Volvía lento, pesado, paso tras paso, arrastrando los pies sobre el endurecido suelo. El castañear de sus dientes por el helor lo tenía clavado en su sien. La cabeza le iba a estallar como si de un melón maduro se tratase. Entró en su tienda.

Era un lugar no muy espacioso, donde quedaba poco espacio. Se trataba de una tienda para dos personas, que teóricamente ocupaba solo él. A la izquierda de la entrada se hallaba un escritorio, donde habían colocados, el milimétrico orden papeles, documentos oficiales y mapas. Muchos mapas. Aunque sobre todo una pieza que él se había traído de su casa. La Ilíada. La leería en algún momento de necesitado descanso o simplemente para relajarse y olvidarse de lo que conllevaba estar de campaña.
A la diestra del italiano se hallaba un lecho. Con paja seca y sobre la cual había varias pieles de distintos animales que hacían las funciones de mantas y separaban a la persona que allí descansara del helor del suelo.
Al final, al fondo, detrás del escritorio se hallaba un pequeño baúl, donde contenía efectos personales. Muchos de ellos de su acompañante. En su costado un guardarropas donde él solía dejar las vestimentas militares o de ceremonia, según tocara el momento.

Una vez en frente de este empezó a quitarse sus ropas. No era capaz de entender a aquellos hombre y sus intenciones. Valencia era un terrón de tierra del cual no había riquezas que saquear. Aquello era de locos. Pero él sabía cual era su puesto. Sobre Borbón, al lado de Rose y traduciéndolo todo. Cuando tocara empuñando un arma y sesgando las vidas que pudiera antes de que le arrancasen la suya.

Una sensación familiar se acrecentó en si interior. Era el sentirse observado. Con prisa, pues el invierno apremia se metió bajo unas pieles de oso y lobos. Allí estaba ella, con sus cabellos rubios, piel blanca y labios carmesí. La besó y con un suave susurro empezó a acariciarle la espalda.

-Fes-me oblidar tots els mals d'avui...

Hazme olvidar todas las penas de hoy.

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Sono a Condottiero, sono la morte.||Ocupado IRL -->Enfermo RP.
Valken


El interior de la tienda de campaña resultaba bastante amplio. El piso estaba cubierto por una tela gruesa que separaba la tierra, el pasto y el barro del interior, y sobre ella habían dispuestas alfombras que hacían más agradable la habitación accidental.

A la diestra de la entrada se encontraba el escritorio de campaña y junto a él un bahul que almacenaba documentos, desde mapas hasta cartas, tablas y listas.
Opuesta al escritorio se encontraba el lecho de campaña, bastante cómodo no tanto como el del castillo, pero por lo menos tenía altura y estaba bien surtido de almohadas de pluma y frazadas y mantas de seda y algodón.

Cuando estaba a punto de recostarse, habiendo concluido su recorrido por el campamento, lo interrumpió un enviado de la senescal. Todos los nobles debían reunirse en la tienda mayor del alto mando.

Habiendo llegado a ella, el de Játiva se hizo presente frente a la duquesa.

Excelencia, he recibido su orden, aquí me tiene.

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