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Defensa del Reino de Valencia, asalto´piratas diciembre de 1460.

[RP]De frente a la Tormenta.

Rose_de_anthares


Corría diciembre de mil cuatrocientos sesenta, el Reino de Valencia por aquellos días se preparaba para la cosechar lo último antes del invierno.

Para la familia real el tiempo pasaba lento, por aquellos días, en Conde de Tabarca había decidido bautizar a sus pequeños hijos para lo cual les solicitó a sus majestades y a los Condes de Gandía el honor de que estos apadrinaran a sus pequeños. La Reina había tenido oportunidad de conocer a la pequeña Victoria, Vic, como le decía ella y la pequeña le había robado el corazón. Es por es que ser su madrina, se había convertido en una felicidad para ella.

Ese mismo acontecimiento le permitió ver con holgura de tiempo a su hija Ederne. En realidad, tanto a ella como a sus hijos mayores, lo extrañaba en demasía. Jokin y Juliane cuidaban de los feudos reales en Castellón y con ellos solo se comunicaba por unas escuetas cartas por parte de su hijo y otras largas extensas de la mano de Juliane. Por ello aprovechó mucho la estancia de los Condes en el Palacio real, si bien se veían por las distintas labores reales de cada uno, para ella no había mejor visita que la que realizaba su hija y yerno, no el gobernador y la camarlengo real.

Caminó y charló mucho con Ederne, en especial de sus nietos. Y fueron ellos la causa de que su hija debiese partir antes del Palacio hacia Játiva, quedándose a petición de su hija el de Borja unos días más. Y que decir sobre las tardes de debate con el Conde, eran maravillosas, la cuenta de quién convencía a quién sobre cualquier tema que citasen se había perdido, pero aquel domingo dos de diciembre, les había emocionado a ambos y en especial a la Reina, una noticia que había llegado a sus oídos.

Un mapa, sí, un mapa que miraron ambos una y otra vez con un camino trazado por viajeros, uno, que uniría posiblemente el Reino vecino de Aragón con el de Valencia. Aquello era sumamente importante, implicaría menos necesidad de barcos y evitar los peligrosos caminos de Cataluña, mayor comercio y un sinfín de posibilidades para llegar más rápido incluso a Castilla. Fue por ello que la Reina decidió partir al día siguiente y en compañía de la guardia real a recorrer esos caminos que salían desde la ciudad de Segorbe, la idea, era encontrarse con la Baronesa de Villahermosa quién, no pudiendo aguantar la emoción, partió con su familia a recorrerlos. La carta llegó junto con aquel mapa a sus manos que ella había enviado al Palacio real.

Casi al medio día sus hijas las observaban mientras la guardia se disponía para la partida. Miró a su pequeña rebelde y se hincó frente a ella para estar a la altura de su rostro – No arruguéis la nariz. Bien sabéis tenéis deberes y no podréis acompañarme esta vez. Sin embargo, si aprobáis todo a mi regreso os enseñaré a cazar con el arco ¿es un trato? - a la niña se le ilumino el rostro y abrazó con fuerza a su madre – cuidad de Erz – le pidió poniéndose de pie y cogiendo a la bebé en brazos llevándola contra su pecho. La sensación de paz que le daba abrazar a su hija menor era incomparable, no había mayor paz que pudiera obtener la reina que el abrazar a su bebé. La regresó a regañadientes a los brazos de su nodriza y fue entonces cuando notó la ausencia del Rey - ¿Y mi esposo? – Preguntó al guardia que debía acompañarle – Me ha pedido os disculpe con vos Majestad, pero el trabajo le ha impedido venir a despediros - La Reina movió la cabeza irritada no pudiendo disimular su enojo – Entiendo. Todo es más importante que despedir a su Soberana y esposa… - puso los guantes en cada una de sus manos, marcando con fuerza cada vez que ponía un dedo – ¡Capitán! – Llamó al Barón Von Rommel – de ya la Orden de salida – avanzó hacia su yegua la cual era sostenida de las riendas por Nicolás quién sonrió al verla acercar – descuidad majestad, Ederne regresará pronto y os mantendré informada. Suerte os Deseo y… - acercándose con la confianza que solo el Borja podía jactarse de tener le susurró – y luego preguntáis de quién ha heredado vuestras hijas el carácter e Izar el arrugar la nariz – la ayudó así a montar mientras le entregaba las riendas y ella reía por el comentario.

Hasta el último momento la Reina no quitó su vista del camino que venía del Palacio, no perdía las esperanzas de verle, sin embargo aquello no pasó y dedicando una última mirada a sus hijas, la de Pern emprendió marcha hacia Segorbe.

La cabalgata fue bastante rápida, tanto, que para la tarde ya hacían salida de la dos veces Leal. Durante el camino no hizo más que enojarse aún peor si era posible, murmullo un par de veces que no le importaba ver al Rey haciendo así feliz a su orgullo y triste a su corazón – Majestad – dijo el Barón Von Rommel – hemos dejado atrás las murallas de la capital. Si seguimos a este ritmo, llegaremos justo al anochecer a Segorbe – la reina asintió a las palabras del capitán y se giró para mirar la imponente ciudad desde lejos. Su Yegua comenzó a dar giros costándole mantenerla quieta y tranquila, la Reina miró unos instantes la ciudad y un presentimiento, como el de una madre que siente debe regresar al hogar con los hijos le recorrió el pecho – quizás deberíamos volver Valken, podré salir de viaje otro día… - le dijo con duda en su voz - ¿Algo os inquieta, Majestad? – le preguntó éste. Lo miró unos instantes y a la guardia, miró el cielo y se molestó con ella por esos presentimientos que más que a advertencia le sabían en ese momento a tonterías de mujer – No me hagáis caso, sigamos la marcha – ordenó mientras azotaba con fuerzas las riendas de su yegua que parecía mas dispuesta a volver a la capital que ir a Segorbe.

- Nunca desoigas los presentimientos de una mujer. A veces son solo tonterías pero son más las veces en que son verdad. El corazón de las mujeres es tan profundo como el cielo y están casi siempre conectados con lo sagrado… - eso decía su padre, hombre sabio. Y ella había olvidado aquel consejo.

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Rose_de_anthares


El resto del camino resultó tranquilo, demasiado a su parecer. Lo mismo fue la entrada a Segorbe dónde dada la hora poca gente notó su llegada.

Ordenó directamente ir hasta la Casona que usó antaño cuando se quedaba en la ciudad, a pesar de la recomendación que fuese a un castillo. Más aquello no le pareció necesario, al día siguiente, emprenderían camino, no necesitaba nada más.

Una vez despedida la guardia se retiró a su aposento con el mapa a cuestas. La habitación era bastante sencilla, ni comparada con las del Palacio real, aquello era cómodo para ella, lo necesario, una cama comoda, un diván, una mesa grande, un tapiz que rememoraba alguna batalla heroica, el fuego de la chimenea y algo de fruta. Fue en esa mesa donde extendió ampliamente el mapa el cuál revisó de punta a punta, observó con tranquilidad los posibles nudos que aragón tomaría para sí y los que Valencia reclamaría, más todos esos pensamientos y deliberaciones a altas horas de la noche solo consiguieron que se agotara más si era posible.

No había llevado a sus damas, nio había citado a ninguna, quería estar sola. Se desvistió y con solo una camisa larga se echó en el lecho a intentar dormir.

-¿Y si el cielo cae? - se preguntaba - ¿estaremos juntos para enfrentarlo? - se giró un par de veces intentando perderse de aquellas preguntas tontas, tratándo de liberarse luego de las respuestas.

Suspiró profundamente y se ordenó dormir por lo que cerró con fuerza los ojos. Aquella noche no hubo sueños, ni pesadillas, solo un silencio amargo y profundo sumergido en una oscuridad conocida para ella. De eso, de aquella noche que le había parecido un segundo en el tiempo, despertó de improvisto y alerta, incluso antes de que el sonido del golpe insistente en su puerta pudiese despertarla. Se sentó en la orilla del lecho a escuchar una discusión tras su puerta.

- Despertad a su Majestad, es Urgente - dijo una voz conocida pero que no puedo reconocer dado su estado aún de sueño - Nada ha de perturbar su descanso, no permitiremos déis un paso más - respondió otro al tiempo que el sonido de dos alabardas que se cruzaban y chocaban impedian el paso.
Se movió rápido, buscó entre sus ropas un abrigo que pudiese cubrirla de aquella fria e inesperada mañana. La discusión afuera cada vez era más fuerte por lo que se dispuso a ver que sucedía antes de que tras su puerta se desatara un caos.

- ¡A que se debe este escándalo! - dijo antes de abrir de par en par las puertas con sus dos manos - Espero esto tenga una explicación u os juro lo váis a lamentar.

A quienes vio la llenó de sorpresa - Que sucede, porqué venís aquí a estas horas a interrumpir. Hablad.- los rostros del capitán de la guardia y el Coronel del Regimiento de Segorbe eran demasiado serias.- ¡Hablad pues, que ha sucedido! - dijo impaciente.

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Ederne_bp


Unos días antes…

¿No te confirmo Lorena cuando llegaría? - dije mas molesta de lo normal – si tuviéramos algún indicio bien podríamos haber terminado los quehaceres en las otras ciudades – el regaño se lo llevaba en pleno el Borja, quien con las premuras de querer encontrarse de una buena vez con su prima, había decidido salir del Palau apenas había llegado carta anunciando su embarque desde Francia.

Agradece, Nicolás, que hay muchas cosas que hacer aquí, daré un buen paseo por el mercado, seguramente podré hacer buenos negocios con mas de alguien mientras uso mis encantos – medio sonreí. A Nicolás no le gustaba mucho mi natural coquetería con los vendedores, pero gracias a ello, había conseguido mercancías a buen precio para el reino.

Estoy muy contenta, ¿sabes? – le comente luego, olvidando la rabia que sentía por haber llegado tan anticipadamente a Castellón - tenemos entre manos un gran negocio, creo que nos dará buenos dividendos, si la mina de hierro y las de piedra se llenasen hoy mismo y todos estos dias que restan, quizás podríamos enviar el embarque este mismo fin de semana. – mire por la ventana de la que había sido mi habitación durante mis años de soltería en Benicarló.

En cuanto salga el informe económico que hemos preparado, la gente se sentirá feliz, y estaremos en condiciones de hacer un estimativo de descenso en la deuda a largo plazo, estoy segura que muchos se sentirán con ganas de seguir ayudando luego de dejarnos las pestañas en esta nueva política económica. – acaricie mis manos, aun enguantadas e intente proporcionarles calor, por aquellos días, hacia bastante frío, aunque aun no caía la nieve que se esperaba de un momento a otro..

Por cierto, ¿ te has dado cuenta? llegamos y de Jokin ni las luces, como se entere mi Madre que el Castillo tiene apenas la mantencion debida... - deje las palabras en el aire y sonrei con picardia - seguro le da algo - rei en una carcajada traviesa dispuesta a provocarle aquel mal rato a ella en cuanto la viera - bien merecido se tendria Jokin, que madre le mandara a colgar de los pulgares, por vago - dije emocionada de poder hacer una travesura como aquella, a esas alturas de mi vida.

Al cabo de dos días de negociaciones en Castellón y tras varias rencillas con el Borja, logre encaminarlo hacia Segorbe destino el bautizo de los pequeños del de Ostemberg.

El paso por segorbe fue tranquilo, y la llegada a la capital sin contratiempos, la pequeña Agne se había acostumbrado bastante bien a mis brazos, pero mis hijos estaban en Játiva, solos con sus doncellas, y luego del secuestro que habían sufrido tiempo atrás los mellizos, me había vuelto más aprensiva a ellos.

El día de la Invasión…

Te prometo que me cuidare en el viaje, no pasara nada, si apresuramos un poco el carruaje llegaremos antes del anochecer, si me dejaras ir en Taronja, seguro demoraría solo horas – le mire intentando robarle una sonrisa al rostro serio que el Borja tenia aquella mañana del tres de diciembre desde las caballerizas donde el carruaje esperaba para partir - soy una gran jinete, no puedes negarlo – le robe furtivamente un beso y le sonrei- no te fugaras con mi madre, ¿verdad?, con esa idea loca que se le ha metido en la cabeza, ahora dárselas de conquistadora de caminos… - medio sonreí, pero el Borja no daba tregua a su enfurruñamiento – anda - le dije, con algo mas de melancolia en el tono de voz, mientras tomaba sus manos y las entrelazaba amorosamente - deja llevarme de recuerdo esa sonrisa que tanto amo – le dije mientras me acercaba a el para besar sus labios por ultima vez – solo serán unas horas de lejanía… - aquellas palabras fueron acompañadas de un susurro - solo la muerte nos puede separar, ¿lo recuerdas?

Así fue como luego de mucho meditarlo y bastante uso de mis facultades de convencimiento, logre dejar al Borja instalado en Palacio Real y dirigirme a Játiva con una escolta minúscula.

Para el anochecer y luego de dejar las murallas de la capital bastante atrás, un soldado de la escolta se presentaba al galope deteniendo la caravana a Játiva.

Alteza – dijo el hombre, casi sin aliento - tres carracas de guerra han atracado en el puerto de la capital, sin autorización, me envían a avisaros que, por precaucion, no podéis volver a la capital – el hombre decía todo sin detenerse, como si el alma se le fuera en la información que entregaba - debéis permanecer en el Palau, el Gobernador os mantendrá informada de todo. - habían sido sus escuálidas palabras - ¿de que habláis? ¿Quien nos invade? ¿Porque motivo? ¿Están todos bien, allí? – había mil preguntas mas que no alcance a realizar - las bodegas… - dije con un hilo de voz y la mirada clavada en la nada – baje del carruaje y me dispuse a organizar al pequeño grupo de hombres que me escoltaban - cambio de planes señores, vamos a ser previsores - dije y luego de pedir que soltaran el carruaje de los caballos monte en uno de ellos y encamine a los guardias hacia las bodegas.

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Nicolino


Valencia, undécimo día del duodécimo mes, Anno Domini MCDLX...

Llovía, y las pesadas gotas de agua mezcladas con nieve caían lentamente, empapando los tabardos y sobrevestas de los defensores de Valencia, colándose por debajo de cotas de malla y armaduras de acero aún más frías que el propio hielo. Y allí estaba el recientemente investido Conde de Gandía, intentando parecer insensible a aquel estado de congelación, a pesar de que tenía los pies mojados, y el estandarte de su escasa gente había dejado de ondear, volviéndose tan rígida su tela que cualquiera podría decir que si se la golpeaba se partiría en pedazos. Miró su escudo, que llevaba sus colores, los de su casa, los mismos que aquel congelado estandarte. Con poca alegría recordó que aquello serviría para distinguirlo entre los cadáveres si llegaba a morir en batalla.

Exhaló, y observó condensarse su blanco aliento. Se frotó las manos, acercándose más al fuego. Aún no entendía como los soldados habían logrado encender siquiera una llama en condiciones tan adversas, llama que les iluminaba y dejaba ver sus rostros a medias. Sin duda se trataba de un ejército bastante dispar. Habían hombres de armas, entrenados para la guerra, hombres humildes reclutados en leva y acostumbrados más al arado que a empuñar una espada, caballeros nombrados que aún no habían recibido su bautismo de fuego, y nobles curtidos, veteranos de incontables batallas. El podría considerarse entre esos últimos, y un algunas cicatrices podrían demostrarlo. Había combatido en la secesión del Principat, en toda guerra civil y conflicto aragonés bajo el Reinado de Sorkunde, en la rebelión de Caspe, en la Guerra Santa, contra l'Hydre, contra Ordine Brigante, y ahora contra ese heterogéneo grupo de bandidos catalanes, menestrales reos de la justicia, mercenarios suizos y Leones de Judá.

Y había vivido y matado en todas esas guerras, que para él no eran más que escaramuzas insignificantes, a comparación de las guerras que se libraban en Francia y las Repúblicas y Ducados de la península itálica. Suspiró, mientras entraba lentamente en calor. Su impertérrita mirada se volvió hacia sus manos, hacia su anillo de oro en el dedo anular.

-Hasta que la muerte nos separe...-reflexionó, recordando a su esposa y a sus hijos. Definitivamente no quería separarse de ellos. Maldijo para sus adentros la melancolía del soldado, alejado de su familia y de sus posesiones. Sin duda era algo que muchos allí presentes compartían, conscientes de la pena de quienes los esperaban en sus hogares. Y el Borja, ensimismado y con porte estoico, aguardaba el paso de la noche, velando, de guardia. Su mirada pasó del fuego a perderse en la penumbra de las calles de la ciudad que llevaban hacia la plaza del ayuntamiento, dónde tras barricadas y otras improvisadas estructuras, se concentraban ellos, los defensores.

Aquello se había convertido en una batalla urbana por el control total de la ciudad, que ya había durado varios días. El de Gandía aún sentía el ardor de aquellas leves heridas en su costado, que le impidieron defender durante todo un día. Y sabía que todo se extendería bastante más. Llevaban varias noches sin dormir, y hasta ahora los invasores no habían podido hacerse con el ayuntamiento. Sin embargo, suyo era el Palacio de la Generalitat, y habían expulsado todas las tropas armadas valencianas de aquella parte de la ciudad, junto con los gobernantes legítimos, que aún sin oficinas seguían considerándose en el poder. Él continuaba recibiendo tratamiento de Gobernador, y firmando como tal, por más ejércitos que estuvieran en el recinto de su ciudad capital.

Pero todo se reducía en aquel momento, para los soldados valencianos, en retener en su poder aquella plaza de la ciudad, convertida en "plaza de armas". Si aquella plaza caía, la ciudad entera caía, y con ella las instituciones que albergaba. Volver a hacerse con el poder, requeriría mayores esfuerzos, y mayores bajas, que nadie deseaba asumir. Por eso, resistir férreamente era la única opción. Y aquello harían esa noche, no sin muchos haber dado la vida por el Reino.

El Borja distinguió el brillo de una antorcha en la lejanía. Aguzó la mirada. El fuego se reflejó en una espada, y pudo distinguir con considerable nitidez las facciones de aquellos que se precipitaban sobre ellos, corriendo ya, cabalgando otros, al grito de "Desperta ferro" algunos, y de arengas en francés otros. ¡Cuantas veces había escuchado aquello, luchando siempre contra los mismos enemigos!. Mas para él era extraño oír palabras en catalán, casi idéntico al valenciano que había aprendido, mezclándose con la lengua d'oïl, notoriamente germanizada. Sonaba gutural, poco natural.

-¡A las armas, a las armas, nos atacan!¡Démosle a esos cerdos montañeses su merecido!-vociferó el Conde, siendo su grito uno más entre los de la multitud, que se apresuraba a recibir la carga del enemigo, obstaculizada por cajas y bártulos destruidos, maderos y toneles, así como por demás objetos con los que habían armado aquellas improvisadas barricadas. Los capitanes rugían órdenes, y todo era brío, que no tardó en convertirse en confusión.

Y aparentemente, esta vez, los almogavers se habían ahorrado el sacarle chispas a sus aceros con el pedernal mientras rugían como posesos, e iban mejor armados que con una azcona y un coltell. Le sorprendió ver como habían reemplazado el bagaje ligero y su estilo de guerra tradicional por pesadas espadas y escudos. -Pero siguen siendo los mismos bárbaros de las montañas...-pronunció, desde la subjetividad más plena, mientras desenvainaba, y estrechaba filas junto a sus otros compañeros, para contener la carga de sus enemigos.

Todo lo siguiente fue muy rápido. Su afilada schiavona alcanzó a cercenar la pata delantera de un caballo que se precipitó con su jinete sobre ellos rompiendo la formación, chocó su escudo contra el de sus atacantes, esperando retenerlos y recomponer la fila, lo levantó para hacer posible una estocada, y una lanza, que no era más que un bastón con punta de acero, le hirió en el costado, herida que hubiera sido mucho peor si los anillos de la cota de malla no hubieran frenado el impacto. Perdió de vista a aquel almogaver de Puigcerdà en el fragor de la batalla, cuando aún más atacantes se precipitaron sobre ellos. Alzó su escudo para guarecerse de un mandoble de una espada de dos manos que lo hubiera partido en mitades (o eso le pareció ver), y éste se quebró. La espada se había hundido entre los cuernos del toro. Mas el siguiente espadazo, que intentó parar con su propia espada, partiría la hoja de su arma e impactaría en él, a la altura de sus costillas, con tal violencia que traspasaría toda placa de acero de su armadura y la cota de malla debajo, cortándole.

Y de esa forma había caído, gravemente herido, sangrando. La sangre, cálida, manaba de sus heridas, visible a través de su armadura, y aquel agónico dolor opacaba a cualquier otro pensamiento o sensación. Lo que le había hecho la lanza solo era un rasguño a comparación. Pero era fuerte. Sobreviviría. Intentó reincorporarse, pero no pudo voltearse. Poco a poco, los gritos se extinguían, y llegaban a él alaridos, palabras apaciguadoras y órdenes sobre qué hacer con cadáveres y heridos.

En aquel momento, se le hacía tan distante la despedida de su esposa y de su Reina, que había partido a explorar los caminos al norte de Segorbe. Se le hacían igual de distantes las cartas enviadas alertando de la situación de la capital, y las palabras intercambiadas con la madre de sus hijos.

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Valken


El viaje comenzó enérgico, a paso veloz y rápidamente dejaron atrás la Capital. La Reina durante buena parte del recorrido se mantuvo en silencio, mostrándose ciertamente disgustada y reflejando su disgusto cada vez más en la exigencia que ponía sobre su montura para que apurara la marcha.
El capitán de la guardia espoleó su caballo para llegar a la diestra de su majestad con la doble intención de dar el parte de la jornada y para tratar de leer lo que le pasaba por dentro.


Majestad hemos dejado atrás las murallas de la capital. Si seguimos a este ritmo, llegaremos justo al anochecer a Segorbe
La reina asintió y se volvió a mirar la silueta de Valencia, algo extraño ocurrió entonces, algo visible solo para ella la llenó de incertidumbre e hizo que de su boca salieran palabras dubitativas, algo sumamente insusual…
…quizás deberíamos volver Valken, podré salir de viaje otro día…
La contraorden hizo que definitivamente empezara a preocuparse seriamente por ella, la miró frunciendo el entrecejo, tratando de entender lo que lo evadía.
Algo parecía decirle que no se marchara de la dos veces leal, su montura parecía estar conectada con su sentir pues empezó a dar unos giros como queriendo retornar a la ciudad. Valken se acercó pegando su caballo al de ella para tranquilizarlo y hacer que se quedara quieto.

¿Algo os inquieta, Majestad? – le preguntó directamente y sin rodeos. Antes de darle respuesta contempló profundamente sus alrededores y tras desestimar lo que se había deslizado de sus labios minutos antes espoleó con fuerza a su yegua que salió disparada rumbo a Segorbe nuevamente. Tan repentina fue la reacción que la comitiva se retrasó unos segundos y obligó al de Játiva separarse del grupo para no dejarla sola.


Cerca de la media noche llegaron a destino. Iban a parar en la Casona que antaño utilizara la Reina en sus estadías en la villa. Esta decisión no le gustó nada a Valken, deberían haber pedido hospedaje en el castillo de la Estrella, una residencia de las características de la Casona era muy débil en términos de seguridad. Recorrió el terreno circundante, revisó cada ventana, puerta, corniza para identificar puntos débiles. Esa noche ningún guardia dormiría, todos debían estar en alerta máxima.
Se cerró un perímetro alrededor de la edificación, se pusieron puestos de control en todas las calles cercanas y se posicionaron arqueros en los techos de la Casona y de las casas y comercios circundantes. Debajo de la ventana de la habitación de Su Majestad se quedó otro grupo de guardias y los dos alabarderos más fuertes fueron designados a franquear la puerta.
Además, el mismo capitán se mantuvo levantado recorriendo la planta en la que se encontraban los ahora aposentos reales y en persona hizo el control de quien quería acceder a ella.

La noche pasó sin sobresaltos, pero la mañana no despuntó de la misma manera. Un alterado Coronel del Regimiento de Segorbe irrumpió al lugar con intenciones de ver a la reina. Tan apurado estaba y totalmente compenetrado con cumplir su misión que no se detuvo a dar explicaciones a nadie y fue derecho contra la puerta de la recamara en la que la reina descansaba al grito de que la despertaran.
Las alabardas se cruzaron negando el paso y Valken comenzó a discutir con aquel y a exigir que le explicara el motivo de tremenda intromisión sin recibir otra respuesta que la iteración de las exigencias de ver a la Reina.

La puerta tras las alabardas finalmente se abrió de par en par desde adentro, la Reina exigía respuestas.


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Ducce


El De Bournes se encontraba relajado en su Castillo, todo parecía normal en los alrededores de sus tierras y de la vecina Segorbe. Una copa de vino le acompañaba mientras miraba el cielo estrellado, pensando en los preparativos para el próximo viaje que realizaría. Estaba medio entre dormido cuando Alfred, el sriviente tan particular del Castillo del Águila, le interrumpió muy nervioso...

Egregio!, le buscan urgente!

Alfred, qué tan urgente puede ser para interrumpir mi velada con este gran vino?

No lo interrumpiría si no fuera grave, mi señor.

En ese momento entró un mensajero, parecía totalmente sin aire y con ganas de soltar rápidamente lo que llevaba, asique sin dilatación dijo apenas ingresar...

Egregio........La Capital...........El Gobernador......Invasión......Me envían.....

A ver, a ver, chico, yo estaré viejo y ebrio pero aún puedo escuchar. Toma aire y dime cosas coherentes para que te entienda.

Luego de respirar unos segundos dijo...

Perdone, Coronel. Me envía el Gobernador Nicolás Borja desde la Capital del Reino, es urgente. Me ha enviado con este mensaje para la Reina, pero nadie sabe su paredero, entonces imaginé que como responsable de la seguridad de la ciudad debería saber el mismo.

Si, por supuesto. Qué ha sucedido tan urgente?

Los menestrales y sus aliados suizos han entrado por la fuerza en la Capital del Reino de madrugada y han sitiado la ciudad, señor. Están amenazando a todo el gobierno!

Por Aristóteles bendito!, volved a la Capital y avisad al Gobernador que desaloje el gobierno al completo, hay que actuar rápidamente. Me encargaré en persona de dar aviso a la Reina y de comenzar a organizar a la tropa.

El mensajero afirmó e inmediatamente salió despedido del lugar. El de Olocau le dijo entonces a su sirviente...

Alfred, rápido, que preparen mi caballo, partiré inmediatamente. Enviad un mensajero a Sagunto, que el Capitán Ysuran reuna a toda la tropa. No os olvideís de prepararme lo de siempre...

El sirviente afirmó y se fue a preparar todo tal cual se le había solciitado. Una vez que el Conde tomó su capa y armamento personal se dirigió a las afueras del Castillo donde esperaba su montura. El sirviente le entregó ese pedido especial, una petaca con contenido altamente alcoholico y vió cómo Ducce se perdía en la oscuridad de la noche.

Al llegar a la casona, donde pocos sabían que se hospedaba la Reina, pidió hablar con ella inmediatamente. Los guardias le negaron la entrada y enseguida salió el Capitán Valken a discutir con él. En el medio de la gran discusión las puertas se abrieron y Rose le intimó a que le dijera qué pasa, a lo cual le respondió...

Majestad, han invadido la Capital, sitiaron la ciudad y amenazan con invadir el Palacio de fuentehermosa!
Rose_de_anthares


Las miradas de aquellos hombres, esperando que de la boca de su Reina salieran las ordenes específicas tuvieron que esperar unos segundos mientras su cuerpo sostenía la noticia, antes de que la mente encontrara el camino y el espíritu recordara su pasado militar. Todo eso esperó esos largos segundos en los cuales, sentada en el diván con la mirada perdida, pensó en sus hijas pequeñas, en su pueblo no acostumbrado a las guerras, en su gente y en todos aquellos quienes ahora estaban a merced de bandidos y traidores.

- No nos moveremos de aquí, es un lugar adecuado. Llamad al consejo de armas, alarmad al Maestre de campos y al ejército. Quiero que todo el consejo de gobernación, los que puedan llegar, se reunan con nosotros. Lo mismo coroneles, mensajeros y todo asesor posible. Emitid de inmediato un comunicado que sea llevado a todos los pueblos valencianos con la noticia y advirtiendo el reino se encuentra en guerra y por tanto, en estado de excepción - caminó por la sala mientras daba las ordenes - encargaos, Conde. Barón, formad a mi guardia, marcharéis conmigo si es necesario. Ahora dejadme unos instantes, debo prepararme y estar en condiciones. Os veré en el salón principal, ordenad sea preparado para recibirnos y flanquead sus entradas - antes de cerrar las puertas miró a Valken preguntándose si a él se le apretaría el pecho como a ella pensando en la pequeña Izar.

Horas más tarde el consejo ya estaba formado, real, gobernación, faltaban los coroneles que tardarían mientras organizaban a sus respectivos regimientos. Los mapas sobre la mesa y el estudio de la mejor estrategia los llevó a estar horas si siquiera probar bocado alguno.

Pensaba en las tantas guerras sin sentido, ninguna declarada abiertamente por Valencia, asaltos por ambición y poder que su tierra había sabido resistir. Pero esta, la que ahora vivían, le parecía la más desgraciada de todas. Durante todo el día le llegaron informes, todos ellos nefastos, lo pocos que lograban atravesar las murallas, mensajeros diestros y conocedores de los caminos valencianos se ecabullían para entregar al consejo de armas la información, toda ella, que podrían necesitar.

La última noticia que recibió la componía una lista que leyó y luego dejó sobre la mesa, no emitió palabra alguna y mientras el mensajero le observaba con pesadumbre, ella camina alrevedor de la sala. El conde de Olocau la miraba - también... - ella le miró - ¿también quién?, decidme - y el conde soltó el último nombre que a habian tenido a bien no poner en la lista por si ésta caía en manos enemigas. Se le cortó un poco la voz, pero se mantuvo firme ante la mirada de toda una sala que no sabía qué decir - es tarde. Id a descansar, al alba os quiero presentes - ordenó al momento que la sala era desalojada.

Se sentó cuando las puertas estaban cerradas y miró la lista que componía los nombres de los heridos. La ciudad combatía, se defendía y atacaba, las calles eran un campo de batalla. En esa lista habían nombres de personas que conocía y quería, de familia, de amigos. De todos los que alguna vez saludó mientras paseaba por la capital, de tantos buenos valencianos.

Con impotencia arrugó el papel sobre la mesa - hay niños...malditas bestias. Esto no se quedará así... - se levantó y camino de un lado otro como una leona en jaula con la sola idea de venganza en su mente, una cruel como jamás antes se había permitido planear. Y mientras todos los nombres giraban en su cabeza volvió a sentarse perdiendo por unos instantes la noción del tiempo.

Solo cuando la tormenta golpeó la ventana, cuando la habitación estuvo en silencio y las velas en los candelabros bailaron su última pieza, se sentó y apoyó la espalda en el respaldo de su silla, cerró los ojos e incinó la cabeza atrás. Solo entonces se vió a sí misma recibiendo aquella lista no siendo Reina de Valencia, sino una madre, esposa y amiga. Al sentir esa angustia en su pecho, al imaginarse a su esposo e hija se incorporó y cubrió con sus manos su rostro mientras un par de velas extinguían su luz.

Era la noche del cuatro de diciembre y ella, Rose, lloraba amargamente a solas.

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Franciska


En la alcaldía, entre papeles y el poco inventario, se encontraba Franciska, trabajando. La Egregia, estaba por completar el primer mes de trabajo, y aquel mismo día, había sacado del horno de su esposo pan para abastecer la taberna municipal, asi como algunos trozos de carne de su ultima faena, también había dejado allí algunos barriles con buena cerveza que se mantendría bien fría para aquella tarde. Como era costumbre, por la noche casi, se acercaban allí, algunos parroquianos a disfrutar y comentar el día a día.
Poco a poco la capital iba tomando cuerpo y fraternizando con los demás.

Había pasado dos días antes esperando a que su amiga Tiza apareciera por el bautizo, en conjunto con su pelirrojo esposo, se habían puesto como misión encaminar el alma perdida de la morena y en cierta forma adoptarla dentro del grupo familiar, los pequeños trillizos la adoraban y le sentian ya parte de la familia Östemberg.

Ambas mujeres se habían convertido durante el corto tiempo que se conocían en buenas amigas, se habían confidenciado más de alguna tristeza y también habían soñado con un gran futuro.

En el recóndito corazón de Franciska se albergaba la esperanza que la dama quisiera acompañarla en su nueva vida en Tabarca, le había contado de su infancia y del gran amor que profesaba a su esposo.

Aquello ocupaba en ese momento la mente de Franciska, cuando un mensajero entro a toda velocidad en su oficina.

Condesa! Condesa! – grito el hombre desde antes de entrar, cuando lo hizo, se inclino a gran velocidad a modo de saludo y antes de enderezarse de nuevo ya lanzaba mas palabras - vuestro esposo me envía con este mensaje para vos – dijo entregándole una nota – dice que es urgente y que debo esperar ordenes vuestras.

Franciska poco entendía en ese momento pero un latido lleno de fuerza le golpeo el pecho, que hasta ese momento latia apacible.

El mensaje, proveniente de la oficina de puertos no era nada alentador, cuando termino de leer la nota donde su esposo maldecía en varios idiomas irrepetibles, Franciska cayó sentada en su sillón cubierto con lana de ovejas, la mirada perdida intentando ordenar sus ideas.

¿Condesa..? – pregunto al cabo de unos minutos el mensajero que seguía apostado en la oficina en completo silencio.

Mmm? – Dijo franciska intentando asimilar la información - si, cierto, bien, ayudadme con estas cosas.

Al anochecer su esposo irrumpía en las oficinas del ayuntamiento malhumorado y explicaba a su mujer que los tres barcos de guerra habían dañado el puerto atracando a la fuerza, que aun no se habían puesto en contacto con nadie y que posiblemente en la madrugada descenderían escondiéndose entre la niebla de la noche.

La noche paso, y el nuevo amanecer del cuarto día del duodécimo mes, Franciska había sido sacado a patadas de su sillón.
Herida, en su orgullo más que en su cuerpo, Franciska se dirigió hasta su castillo, donde informo a sus pequeños hijos sobre lo que iba sucediendo, todo el personal del castillo se puso alerta y luego se organizo desde allí la primera parte de la defensa.

Días después, luego de participar y reunir a varios amigos de valencia y de escribir en conjunto con su esposo sobre los pasos a seguir a varios vecinos de la capital que se fueron sumando a los milicianos que voluntariamente ayudaban en la defensa de la capital, comenzaron a caer los primeros heridos.

Fue su propio esposo quien, luego de despachar las cartas y regresar al lugar donde se habían atrincherado como defensa, le entrego un trozo de papel donde aparecían los contratos que el ejercito invasor estaba pidiendo para que entrasen en sus filas.

Franciska miro la lisa con paciencia, no creía capaz que ningún valenciano fuese a participar o caer en aquel engaño, mas se detuvo en un nombre en particular, elevo la cabeza con el rostro cargado de escepticismo - ¿que hace ella ahí? – Pregunto incrédula a Gulf, quien sonreía hasta ese momento – supongo que se ha infiltrado en las tropas enemigas, ganandoles un cupo, como es ella, a lo vaga – dijo bajando el tono de voz - porque… - no pregunto mas.

Franciska volvió a mirar el nombre allí escrito, recibiría una paga de 16 escudos, hasta aquel momento para Franciska, aquella persona era casi parte de su familia, le había contado sobre su vida, era su amiga, jamás le haría algo así, jamás le traicionaría…

Tengo que averiguarlo, Gulf - dijo luego, cogiendo el brazo de su esposo que ya comenzaba a conjeturar el destino de aquella mujer si fuese traición.

Estoy segura que jamás nos traicionara, es mi amiga… - la rubia dejo la palabra ahí, no tocaría el tema con nadie mas, hasta que hablara con ella, personalmente y supiese de su boca la verdad.

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Muchas Gracias mi niña Ary...
Juliane_bp


Aún podía divisar las siluetas de los caballos montados por el Barón Von Rammel y su madre, acompañados por la guardia real, que iban disolviéndose en el horizonte sureño, camino a Segorbe. Atrás quedaron gran parte de la familia, apoyando como siempre sus decisiones, por más que en determinadas ocasiones pensáramos de distinto modo...

Juliane apretó uno de sus puños, tapándolo con su otra palma de la mano y sus pensamientos se envolvieron en aquella partida, sentía la impetuosa necesidad de escoltar a Su majestad, pero sus labores en el puerto castellonse la habían dejado limitada esta vez. Llevó sus ojos al cielo, como encomendando al Altísimo a quien le había dado la vida, y se adentró al feudo real, envolviéndose en su cobijada capa, el frío ya acechaba la villa, y resignóse a lo que deseaba...

Pocos días transcurrieron cuando la noticia de la invasión de menestrales en el reino, recorría las calles, tabernas, mercado y cada sitio donde se agrupaban valencianos de toda índole social. Las estrategias y puntos de vista estaban a la orden del día. El trabajo, de ahora en más, sería arduo y la gran mayoría de los pobladores sabían que debían estar más unidos que de costumbre.

En su oficina de Cap de Ports, la Berasategui recibía los informes de los navíos que, sin autorización, habían amarrado en puerto valenciano prococando cierto caos y confusión. Aquello fue lo que cerró su incertidumbre de días anteriores, las piezas comenzaban a ancajar. Se puso de pie en un salto. En su escritorio, pliegos de papel con informaciones y solicitudes de amarre con cierta y extraña similitud. Recogíó los mismos, guardándolos en el interior de su morral y se marchó de aquel recinto, sabiendo que quizás no volvería a entrar allí nunca más, su deber como soldado la esperaba.

- Cancelad los trabajos en el dique, los reanudaremos a mi regreso. Debo salir de viaje por algunos días – expresaba con ansiedad a la jefa de puertos, - mantenedme al tanto por favor y gracias por vuestra labor – culminó su frase abrazando a su prima y besando ambas mejillas – deseadme suerte, creo la necesitaré – musitó la jóven.

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Izar_bp


Su aventura con los invasores de aquella noche en que uno de ellos había terminado humillado al intentar agredirla; había dado al traste con su disfraz de muchacho. Al grito jactancioso de: “¡Con las Infantas de Valencia no se juega!” dejó al descubierto su verdadera voz y su identidad mientras su dorada melena ondeaba al viento frío de la madrugada.

Desde aquel instante, no sólo su cuñado el Conde Borja, supo junto a quién había estado luchando noche tras noche, también su padre, el mismísimo Soberano de la Corona de Aragón; quien se encargó de que la infanta quedara bajo vigilancia en el Palacio de las 300 llaves en cuanto caía la tarde.

La medida tomada por el monarca dio resultado por eso nadie esperaba que unos días más tarde, fuera Izar uno de los heridos de aquella fatídica noche, inusualmente neblinosa, en que 4 de los invasores decidieron tomarla como blanco de su ira. Sí, también para ellos había quedado claro quién era aquel muchacho, de nada valió que en esa ocasión tiznara su rostro con ceniza y vistiera los ropajes más sucios y ajados que fue capaz de “pedir prestados” a uno de los mozos de cuadra de Palacio; la habían reconocido y mientras unos trataban de aturdirla a base de golpes, otros parecían querer levantarla del suelo y llevársela de allí.

Era un intento de secuestro en toda regla que no pasó desapercibido para otros valencianos que luchaban cerca y acudieron en su ayuda. Auxilio oportuno y efectivo, que hizo retroceder a los enemigos; pero uno de ellos, ciego de furia por ver sus planes nuevamente truncados; lanzó una última estocada en dirección a la niña. Ella interpuso su arco pero no pudo evitar que se rompiera cercenado por el filo de la espada y que la hoja terminara perforando su costado izquierdo, justo debajo de las costillas.

A partir de aquel momento, la de Berasategui sólo recuerda ver sus manos de un rojo intenso y cálido y que el dolor por donde brotaba la sangre era mucho más fuerte que el que llevaba rato sintiendo en sus labios; labios con sabor férreo. Luego todo fue oscuridad.


Cualquiera de estos dio la estocada

11/12/1460 04:06 : Gaillardine le ha golpeado con una espada. Ha muerto en combate.
11/12/1460 04:06 : Cata46 le ha golpeado con una espada. Ha muerto en combate.
11/12/1460 04:06 : Haydee le ha golpeado Ha sido gravemente herido.
11/12/1460 04:06 : Khillian. le ha golpeado con una espada. Ha muerto en combate.
11/12/1460 04:06 : Haydee le ha golpeado Ha recibido heridas críticas.

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Valken


El conde de Olocau no había terminado de hablar, se había interrumpido y suplido lo que iba a decir con una lista escrita que entregó en mano a la reina. Esta se mantuvo en silencio leyendo y releyendo los nombres que en fría tinta representaban tanto.

Súbitamente y con voz quebrada en un comienzo, la Reina dio por finalizada la reunión, ordenando la sala se vaciase inmediatamente. Los presentes mantuvieron un rostro de solemne seriedad, evitaron hacer comentarios y mirarse entre ellos. Simplemente se pusieron de pie, tomaron sus papeles y se marcharon en silencio.

Valken fue el último en abandonar el cuarto y cerró tras él las puertas y se dejó caer de espalda sobre las mismas, necesitaba apoyo para mantenerse en pie. El miedo invadió su corazón, la posibilidad de que entre esos nombre estuviese el de su pequeña le hacía difícil respirar.
No era seguro, pero el terrible pesimismo y amargura le decían otra cosa.

Perdió la noción del tiempo, pudo haber estado inmóvil contra esa puerta unos segundos, unos minutos, o la mitad de la noche, no lo sabía, pero finalmente tuvo que reaccionar, debía tener certezas antes de poder continuar.
Pesadamente se dio la vuelta y levantó su puño para tocar a la puerta pero se detuvo unos centímetros antes. Su puño se abrió y apoyó la palma de la mano contra la madera y luego su frente. Debía tomar fuerzas.
En el siguiente intento finalmente lo logró, golpeó suavemente tres veces, y esperó.

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Rose_de_anthares


Las lágrimas, pesadas y ya menos constantes, caían sobre la madera gruesa de aquella mesa de reuniones. Después de un rato se había apoderado de ella la calma y se mantenía con la mirada fija en el crepitar de los leños en la chimenea, la cuál había permitido casi se extinguiera al impedir se le molestara aquella noche.

Estaba segura aquella noche no conseguiría dormir, había cogido una manta y se había abrigado con ella mientras pensaba las una y mil formar con la que a pesar de que todo el consejo se lo prohibiese, entraría a la capital Valenciana a costa de su propia vida.

A pesar de la misma calma que la embargaba, sus ojos seguían húmedos e hinchados, así lo sentía. Buscó entre sus ropas un pañuelo. No quería que el dolor pudiese ser palpable para ella, no podía ser débil ni mucho menos fragil. Los golpes, dos de ellos firmes y el tercero con cierta duda, hicieron se apresurara con la labor de secar sus ojos - He ordenado se me deje a solas, quién a pesar de esa orden interrumpe - la puerta se abrió y pudo ver la figura del Barón Von Rommel quién con paso poco seguro hacía ingreso a la habitación.

La Reina le observó sin decir mucho y con un gesto de su mano ordenó cerrara la puerta tras de él. Volvió su mirada al fuego - sentaos, pero antes, hay una lista sobre la mesa que debéis leer. Tras hacerlo, quedáis en libertad de iros o quedaros. Y si os quedáis, os aseguro, arreisgaréis la vida mañana en mi compañía. Más si partís, os juro, nada os reclamaré pues es mía y solo mía la poderosa venganza que me impulsa a arriesgarlo todo - giró la cabeza para mirarle - mi pueblo sufre, no pasaré ni un minuto más aquí.

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Valken


La habitación estaba prácticamente en penumbras, una débil llama en la chimenéa luchaba por su vida con fervor, tal y como hicieran los valientes defensores de Valencia en ese preciso instante, kilómetros al Este.

Siguiendo la indicación de la Reina cerró en silencio y suavemente la puerta y se acercó a la mesa donde la lista de bajas lo esperaba.

Sus miedos más profundos que lo habían atormentado y paralizado minutos antes estaban confirmados. El nombre de la Infanta estaba allí. Depronto la habitación se volvió más oscura, más fría y más silenciosa. Parecía como si hubiese sido arrojado a un pozo profundo y sin fondo.

Pequeña os he fallado... murmuró...La felicidad, seguridad, futuro de Izar eran responsabilidad suya y todo lo que hubiese ocurrido le pesaba como culpa pura y exclusiva suya.

Aún con la mirada clavada en el garabato que expresaba aquel horror escuchó a la reina y madre. ...si os quedáis, os aseguro, arreisgaréis la vida mañana en mi compañía. Más si partís, os juro, nada os reclamaré pues es mía y solo mía la poderosa venganza que me impulsa a arriesgarlo todo...mi pueblo sufre, no pasaré ni un minuto más aquí. Con el papel aún entre manos, levantó la mirada para encontrarla con la de la mujer
- Iré hasta el último circulo del infierno si es necesario para cobrar mi venganza... su pequeña era muy joven, no se suponía que conociese la cruda realidad del mundo tan pronto, hubiese querido mantenerla alejada de todo eso, acorazarla para que la inmundicia de la humanidad no la rozara... pero había fracasado... habían manchado la inocencia de aquella criatura... y eso no se lo perdonaba.

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Rose_de_anthares


Al día siguiente, la Reina nada más depuntar el alba, se hallaba en compañía de la guardia real y uno de los mensajeros más hábiles conocidos por la capital, era un hombre de unos cuarenta años que había vivido toda su vida en las tierras de las dos veces leal y más de alguna vez había servido en otra tantas guerras como guía de los ejércitos. Pero esta vez sería a la misma Reina a quién guiaría para ingresar a la capital a pesar de que el ejército enemigo asesinando a cualquier viajero que se interpusiera en su camino.

Los consejos del maestre de Campos y de parte de los miembros del consejo real eran inútiles, no desistiría por ningun motivo de guiar a la guardia y parte del ejército en una incursión que algunos llamarían un suicidio. Su hija Juliane no había querido quedarse como le había pedido su madre, la infanta respondióa la petición de esta - tenéis más hijos. Mi lugar está a vuestra derecha. - dicha respuesta en parte la habia molestado, pero más la había enorgullecido.

Encargó todo a Hijar, sabía bien que tenía que hacer. Las horas de marcha fueron largas y peligrosas y recorrieron caminos que la Reina jamás imaginó existían. Dichos caminos los llevaron a la parte baja de la ciudad, lejos del centro dónde se desarrollaba la batalla, y guiados siempre por el mensajero, pudieron llegar al palacio real que se hallaba custodiado por los guardias y algunos ciudadanos que ansiaban saber de su reina.

Nada más llegar se acercó hasta la gente y atendió sus preguntas, les pidió a todos se refugieran en sus hogares. Miró con nostalgia el Palacio real, al menos, los ladrones no se habían atrevido a violar sus muros - todos, menos la guardia real y mi hija, id a apoyar a los defensores de la capital. Buscad entre ellos a los nobles, sino, a quién los dirige. Quiero verles, llevad comida y procurad los heridos sean traidos al palacio real -

La Reina apresuró su paso. Sostenía la empuñadura de la espada con fuerza mientras recorría cada habitación del palacio - dónde están? - preguntó un par de veces - y las respuestas siempre la llevaron al ala este dónde estaba la parte más fortificada y segura del palacio. Bajaron un par de escaleras, giraron a la derecha y la luz del día era cada vez menor siendo reemplazada por la luz del fuego en las antorchas. El final del recorrido terminó en una puerta gruesa de madera custodiada por dos guardias que por la poca luz no lograron distinguir la figura de la Reina y nerviosos extendieron sus alabardas hacia adelante - quién es! - gritó uno de ellos - vuestra soberana - respondió ella con tono firme siendo iluminada por una antorcha que logró se viera mejor su rostro. Los guardias al instante dejaron de bloquear el paso y presentando sus armas dieron acceso a la habitación.

El fuego de la pequeña chimenea ardía, había un par de candelabros, dos sillas cerca de un lecho, una mesa con una fuente llena de paños manchados de sangre, la figura de un hombre viejo y el cuerpo frágil y pálido de una pequeña niña fue lo que vió al abrirse la puerta. Apretó con tanta fuerza la empuñadura de su espada que le pareció ésta le cortaba la carne al tiempo que contenía todo dentro de ella - como está mi hija, hablad anciano - el hombre se giró como notando solo en ese momento la presencia de la figura real - resistiendo majestad, es fuerte. Pero lleva fiebre, los siguientes días decidirán si vive o si el altísimo la reclama para sí - el viejo se sentó - no puedo hacer más, menos en estas condiciones - la reina avanzó a paso decidido quitandose el cinto con la espada y dejandolo sobre la cama para inclinarse junto al lecho. Tomó la mano de la niña, estaba tibia, pero su rostro era pálido y su semblante con gesto de dolor. Movió las ropas que la cubrían del frío y vió la camisa de la niña y las bendas aún manchadas de sangre en su costado. Cerró los ojos inclinando un poco la cabeza - ¿el Rey, dónde está? - preguntó a toda la habitación. - Herido, pero de pie. Ha acompañado a la niña todo lo que se le ha permitido. Ahora en la ciudad cooperando codo a codo con los defensores. No se más mi Reina - respondió el hombre.

Por dentro todo se rompía, era una larga procesión que parecía no tener fin. Sin embargo, en su rostro, no se reflejó emoción alguna. Se puso de pie - Juliane, quedaros a su lado. Valken, tenéis unos minutos. El resto que me acompañe a la sala de armas. Iremos a la ciudad.

Caminó hasta la salida de la habitación tomando desde el lecho su espada. Se detuvo unos instantes en la puerta y se giró para mirar a Izar otra vez. Tragó saliba y su mano tembló. Pero nada la detuvo y abandonó la habitación a cumplir con su deber como ella misma se exigía y como su corazón se lo pedía.

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Juliane_bp


Sin dudarlo una vez, la Berasategui regresó al Castillo de Benicarló, tras perder su mirada en el puerto. El atardecer amenazaba presuroso y no había tiempo que perder. Con ayuda de uno de los criados del fuedo, cogieron la montura de la cuadra y ensillaron al alazán. No demoró en proveerse de algunos alimentos y cubriéndose con una capa, encapuchó su rostro y salió a todo galope rumbo a Segorbe.

Allí se reunió con su madre, pese a su obstinada decisión – tenéis más hijos, mi lugar está a vuestra derecha – fueron algunas de las pocas palabras que dejó salir de sus labios la jóven, y supo que la de Pern había comprendido, aunque poco lo demostrara.

Escoltados por la guardia real y acompañados del caballero Valken y de un mensajero que guiaba a SM, llegaron a salvo a la Capital del Reino, al Palacio Real, donde se adentraron hasta el ala este del mismo. Durante el trayecto por los interiores, el rostro de desconcierto de Juliane era absoluto. Seguía firme los pasos de su madre sin imaginarse lo que vería en aquella habitación, detrás de la pesada puerta donde ahora estaban detenidos.

Pese a la penumbra del lugar, y quedándose unos pasos más atrás de la Reina, Juliane pudo vislumbrar tendido en aquel lecho, el rostro de su pequeña hermana. Llevóse ambas manos a la boca, mientras mordía sus labios inferiores y las lágrimas se volcaron de sus ojos ámbar, recorríendo sus mejillas espontáneamente, en tanto un desgarro dentro de su pecho atormentaba su ahora débil corazón.
- Resistiendo majestad, es fuerte... fue lo único que la jóven dejó que oyeran sus oídos de lo dicho por aquel anciano que cuidaba de la ñiña.

- Juliane, quedaros a su lado. Valken, tenéis unos minutos. El resto que me acompañe a la sala de armas. Iremos a la ciudad – dijo la Reina ocultando su gran sufrimiento y retirándose del recinto.
La infanta asintió, acercando una de las sillas próximas al lecho y luego de esperar a que el de Von Rommel se despidiera, permaneció junto a su pequeña Izar, orando en silencio en tanto embebía un paño en agua fresca y lo colocaba en la frente de la niña. - Vais a estar bien, peque, recuerda que debemos seguir paseando juntas y conquistar más tabernas, aún nos quedan muchas por visitar – musitaba la infanta ocultando su dolor...

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