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[RP]Un nuevo comienzo

Taresa


La casa estaba situada dentro de las murallas; cosa que desde hacía mucho ya no le importaba, pero al mismo tiempo le proporcionaba seguridad a esa parte arrinconada de sí misma que aún vivía bajo la cicatriz de la cabeza. Al mismo tiempo, el barrio era céntrico y daba a calles principales.

La hija de la dueña de la casa, una mujer afable y rubicunda, de esas que da gusto tener como vecinas cuando necesitas sal, le estaba enseñando el interior. Desde que estaba en Osma, Taresa había pasado casi todos los días por delante del edificio y se preguntaba cómo sería vivir allí, así que cuando la mujer abrió la puerta y pudo echar un vistazo en la penumbra, fue como si entrara al interior de uno de sus sueños.

Mucho se puede decir de una persona por sus deseos: en el caso de Taresa, si le hubieran pedido que describiera el sitio perfecto para vivir, el deseo no hubiera diferido gran cosa de la vivienda en la que había entrado. La mujer había abierto las contraventanas del bajo, y la suave luz de la tarde entró en el local: bastante amplio para cualquier negocio, con mostrador sólido y la puerta de la trastienda tras él.

-Vengo todas las semanas a limpiar el polvo y ventilar, así que está más o menos presentable.

Cruzaron la puerta tras el mostrador y tras la trastienda, con un horno de obra en perfecto estado para la tahona, entraron en una amplia cocina, con una buena chimenea con campana. Una ventana y una puerta daban al patio interior, en el que crecían algunos hierbajos, pero salvo eso nada en la vivienda parecía descuidado, aunque sí desgastado y bien vivido. La mujer señaló las escaleras que subían al lado de la pared.

-No nos gustaba que mi madre estuviera sola, teniendo que subir y bajar todos los días, cualquier día se nos mataba y no había nadie para ayudarla. Hasta que murió padre no había manera de sacarlos a ninguno de los dos de aquí, pero ahora ha entrado en razón y se mudó con nosotros.

Los escalones de madera crujían un poco, pero nada preocupante. En el piso de arriba había tres cuartos. Uno grande, la sala, ocupaba toda la parte delantera, con un balcón volado que daba a la calle, separado por dos puertas-ventanas cubiertas de cuerno que iluminaban tenuemente la estancia. Dos puertas comunicaban con los otros cuartos, el más pequeño le pareció perfecto para meter los trastos de pintura sin molestar a nadie. Pero era el grande el que reclamó toda su atención. Era "grande" sólo en relación con el otro cuarto; tres cuartas partes de él estaban ocupadas por una cama, un sólido y sencillo mueble de roble. Era el único mueble que quedaba en toda la casa.

-Como no cabía por la puerta y desmontarla nos hubiera llevado mucho trabajo, decidimos dejarla aquí. Por supuesto, si quien se quede con la casa no la quiere, veríamos qué hacer con ella...

Si en aquel momento le hubiesen ofrecido una corona a cambio de la cama, Taresa se hubiera quedado con el mueble sin pensar; después de haber dormido en jergones sobre el suelo hasta donde recordaba -sólo recordaba hacía poco más de un año, pero nadie negaría que en cuestiones de descanso era mucho tiempo- parecía un sueño materializado ante sus ojos.

La hija de la dueña dijo un precio; en aquel momento la muchacha estaba en las nubes, y además siempre había sido una inútil en el asunto del regateo...

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Taresa


Quedaban todavía varias horas para el amanecer cuando Taresa, aún soñolienta, se tuvo que levantar de la cama. Echó mano a las tablillas de notas que yacían en el suelo; lo más seguro era que se le hubieran caído de las manos al dormirse, después de pasarse las últimas horas de la tarde amasando había caído sobre la cama prácticamente muerta. La suerte la acompañaba: el cabo de vela se había apagado solo y no había incendiado la casa... menudos descuidos que tenía.

Aquello de hacer pan era bastante más complicado de lo que parecía. Le hubiera gustado preguntar a la señorita Marled... esto, a su madrina; a veces olvidaba que sus padrinos ya eran unos señores casados. Pues eso, seguro que la señora Marled le hubiera podido dar consejo sobre la manera de cocer el pan, pero como estaba lejos tendría que buscar en otra parte. ¿Y quién mejor que la antigua dueña de la panadería? El día anterior se había ido a la otra parte del río para organizar las escrituras de la casa, y después de tomar un vasito de vino con el yerno y la hija de la dueña, la encantadora viejecita se prestó a responder a todas las preguntas del oficio. Y así se había pasado la mañana, apuntando con el estilo todo lo que salía de la boca de la buena mujer, no fuera a ser que se confundiera con las proporciones.

Bajó las escaleras y entró en la trastienda de la tahona: los panes sin cocer estaban tapados con un lienzo sobre la mesa, y el reciento bien envuelto en la artesa. Echó un vistazo bajo la tela: ¿no tendrían que estar un poco más hinchados los panes? Pero ella había seguido la receta al pie de la letra: sería cosa suya. Hizo los cortes en el pan para que cociera bien, y por la otra parte una gran letra T, la inicial de su nombre, para que reconocieran sus panes.

Había dejado calentando el horno, así que para comprobarlo echó un puñadito de harina para comprobar la temperatura. Demasiado frío aún. Un rato después, probó otra vez y la harina ardió con un pequeño chisporroteo. Ya estaba bien. Con la pala fue metiendo las hogazas y tras cerrar la boca del horno se sentó al lado, con la cara colorada como una granada.

La primera hornada salió quemada ¿Pero por qué? El tiempo había sido exacto, la buena señora le había dejado un reloj de arena y no había tardado ni un momento más. Decidió esperar menos... y la segunda hornada salió a medio cocer. Se iba a volver loca. Se puso entonces llena de furia a revisar las notas... Y lo vio:

-¡¡La muy...!!

Empezó a encontrar pequeñas incongruencias en la receta, cosas que parecían de sentido común... Detalles que podían arruinar la masa. Podía ser que la cabeza de la buena señora no funcionara tan bien como antes... pero su hija le había dicho que aún hacía el pan para la familia en casa.

Decidió entonces que el primer lema de su lista sería: "Nunca te fíes de una encantadora abuelita."

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Ramiro_odriozola


Ramiro miró aquellas monedas posadas encima del apergaminado mapa formado por la palma de su mano. Tenía suciedad en los recovecos de las lineas (las de su mano, no las de las brillantes monedas), producto de haber estado un largo tiempo trabajando en la mina.

Pero ahora había cobrado el resto del sueldo, y no tenía porque pisar la mina mientras le surgieran trabajos y su campo creciera como es debido.

Miró aquellas monedas, no como lo que eran, sino por lo que podrían significar: comida. El estómago le rugió como un león rampante, ya se estaba hasta quedando en los huesos. "Que mejor sitio donde gastar los honorarios que en el negocio de su vecina" pensó. Todos los días y todas las noches olfateaba el cálido y apetitoso aroma de la harina y el pan recien horneado.

Asi que salió de su casa, algo sucia y dejada, que reflejaba el estatus social casi tanto como su aspecto, de pobre y soltero que estaba (aunque jamás se quejaría de lo centrica que esta su vivienda) y se acercó a la panadería contigua, que rezumaba salubridad y armonía en una antisimetría marcada con su propia casa, la de la fachada contigua.

Entró, y vio a Taresa ocupada, pero con el rostro amigable y sonriente que siempre tenía (o quizás, que siempre le brindaba a él, pensaba absurdamente). Pero ya fuese en la taberna, el catastro o la panadería, siempre estaba ella con ganas de charla y sonriente.

Asi que era el mejor sitio donde gastarse sus pocos escudos, si el pan sabía tan bien como olía y se encontraba con su vecina con la excusa.

-Hola Taresa, a ver si me pones dos hogazas de ese pan cuando puedas- dijo con la sonrisa en los labios y la boca hecha agua.

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Ramiro de Odriozola
Taresa


Por fin llevaba varios días sacando hornadas decentes. Estaba tan contenta que tarareaba mientras se movía del horno al frontal de la tienda, sacando bandejas de pan y abriendo y cerrando la puerta con el pie o la cadera. Oyó la puerta de la calle, y se encontró con su vecino.

- ¿Qué tal va todo? Un momento, por favor- dijo, sacando la cabeza por el hueco de la puerta. Se sacudió las manos y se dirigió al mostrador.- ¡Me alegro de que mis vecinos se acuerden de mí cuando tienen hambre! ¿Las prefiere más o menos cocidas? Tengo de las dos.

A Taresa le causaba cierta curiosidad la vivienda contigua a la suya: se parecía mucho a aquella casita jacetana en la que había vivido tantas cosas. Ella había salido ganando con el cambio y no la echaba de menos, pero siempre que pasaba por delante decenas de recuerdos le venían a la cabeza. En cuanto a su dueño, cuando lo vio enfrente de ella, le despertó una tierna sonrisa: aún se acordaba de lo difíciles que eran los comienzos, y el ver a Ramiro tan decidido la alegraba mucho.

Por un momento pensó en no cobrarle el pan, pero se dio cuenta de que sería un error. No era un mocoso al que dar limosna: delante de ella tenía un hombre hecho y derecho, y se le veía en los ojos el orgullo que sentía por haberse ganado el dinero, por progresar por sí mismo. Ella había sentido ese mismo orgullo muchas veces. Pero había muchas formas de agasajar a alguien, así que se le ocurrió una:

-Espere, necesito que me ayude con una cosa- dijo, y desapareció en la trastienda, para volver enseguida con una bandeja. -Verá, conseguí el otro día un poco de miel y me animé a hacer estos pastelitos... Me gustaría que los probara y me diera su opinión sincera. Si están malos dígamelo, porque no los podría vender, que perdería dinero.

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Ramiro_odriozola


A Ramiro le pareció extraño el ofrecimiento, pero le gustaba ver que alguien era alguna vez atento con él.

Miró los pasteles. El denso color marrón de la miel que tanto abre los apetitos mas golosos había conquistado el aspecto dulce de aquellos caprichos.

-La verdad, no debería aceptarlos, la miel no es precisamente barata- alegó, mas interiormente se relamia con ansia.- Pero esta bien, si no se echaran a perder y no podre decirte lo buenos que estan.

Y sonriendo, los saboreó con ganas, comiendose el primero con rapidez y fruición, y ya el segundo de forma mas relajada (Miradle, ¡si siempre se habia considerado poco goloso!) y dejó que el resto los probase también Taresa.

-¡Estan muy ricos! Yo los pondria a la venta ahora mismo. Si pudiese, hasta invertiría en ellos, seguro que triunfan-sonrió a Taresa encantado, le parecía una chica muy interesante y alegre.

-Muchas gracias por el detalle. Espero poder compensartelo alguna vez. Si necesitas algo, ya sabes donde vivo- dijo, acompañando la frase con un gesto simpático-ahora me tengo que marchar. Nos vemos.

Se echó su raida capa negruzca al hombro, para protegerse del cada vez mas escaso frio matutino. Los cuervos se marchaban y las golondrinas ocupaban su lugar.






-Que cabeza la mia, si al final se me ha olvidado coger las hogazas- dijo mucho mas tarde, atravesando el dintel de la panadería. (¿por qué estaría ultimamente tan despistado?)- ¿Las tienes por ahi, Taresa? Es que al final no me las llevé, con eso de probar los pasteles...


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Ramiro de Odriozola
Taresa


A Taresa le costó un triunfo sacar las dos hogazas envueltas de debajo del mostrador, doblada de la risa como estaba al ver la cara del hombre.

-Lo... lo siento... ¡de verdad, no me estoy riendo de usted!- dijo con las manos en las costillas mientras se apoyaba en el quicio de la puerta. -Se merece... un premio, de verdad... ¡Es aún más despistado que yo!

Consiguió tomar aire antes de ahogarse de tanto reir. Recuperó la compostura, se secó las lágrimas que se le habían saltado con la risa y, después de pedirle perdón otra vez, le entregó el paquete con las dos hogazas.

Tenía entonces que cobrarle, y se dispuso a tomar de la mano del hombre las monedas que le ofrecía. Pero al rozar la mano con los dedos... no supo que había pasado: todo su cuerpo tembló, y el dinero rodó sobre el mostrador. Aún temblorosa y azorada, agachó la cabeza para disimular su turbación y se dedicó a recoger las monedas.

-Pero qué torpe soy... qué torpe...

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Ramiro_odriozola


-¿ Qué te ha pasado?- la voz preocupada de Ramiro habló.- Lo siento, habrá sido aguna esquirla, o la suciedad de mis manos. Con tanto trabajo, no hay forma de que se queden bien limpias.

Cogió sus muñecas para ver si se había hecho daño, y se quedó perplejo por un instante. Al verse asi, y asegurarse de que ella estaba bien, se ruborizó y ladeó el tema hacia otros derroteros.
-Perdona. Que caballero seria yo si no recogiese las monedas del suelo por vos.- Y comenzó a atraparlas una a una, torpemente agachado por la tensión.

-Toma, aqui estan.- Dijo sonriendo.- la verdad es que con esos pastelitos, se me habia quitado el hambre, y por eso se me olvidaron las hogazas, pero pronto el ruido de mi estomago me avisó. Por cierto, ¿no tienes miedo de trabajar sola y que te puedan robar? Siendo una mujer sola y trabajad...- Ramiro se pensó bien la frase, tampoco podía decirle a nadie que no se valia por si mismo, eso no era cierto.-Bueno, quiero decir... que si necesitas alguna ayuda vivo aqui al lado, no te lo pienses dos veces si hace falta.- Pensó que no estaba muy acertado con sus palabras. Realmente no sabía que decir. Pero, ¿por que no se iba ya?, seguro que la importunaba. ¿Como es que su mente no dejaba marcharle?

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Ramiro de Odriozola
Taresa


Taresa nunca hubiera creído que una se podía sonrojar cuando ya estaba colorada de antes; pero por lo visto sí que era posible. Sabía que sólo le había tomado las muñecas por un instante, pero le había parecido una hora -y eso que le daba un poco de vergüenza enseñar las manos, ojalá las tuviera blancas y finas como las de la otra Iseo-; el corazón se le había puesto a dar testarazos contra las costillas, y por más que respiraba, el aire se negaba a entrar en los pulmones; y a pesar de todo eso, sentía una ridícula felicidad. Era imposible que Ramiro no se hubiera dado cuenta.

Se dio cuenta entonces de que le estaba hablando, y tuvo que volver a la realidad. Dejó tranquilas las monedas sobre el mostrador y dijo:

- Pues lo cierto es que nunca me he sentido en peligro aquí... quiero decir, dentro de una ciudad, siempre me ha preocupado más lo que hay fuera... En fin, es una larga historia- se dio cuenta de que estaba comportándose como siempre, haciéndose la dura y la valiente; mira que se lo tenían dicho. -Pero siempre es bueno saber que tienes un vecino que se preocupa por ti, lo tendré muy en cuenta.

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Ramiro_odriozola


-Cuentame esa larga historia- dijo, mientras se ponía cómodo apoyado en el mostrador de la panadería. -Mi trigo esta germinando, no hay mucho que hacer, y menos cuando se pone el sol. Asi que tengo bastante tiempo ocioso.

Estuvo un momento callado, como pensando en alguna cosa, intentando dar alguna mayor excusa a su comportamiento.

-Ademas no tienes por qué preocuparte. Al vivir tan cerca, no me costará luego volverme a casa. - No se creía sus palabras, quizás si que le estaba costando marcharse- y mientras te hago compañía.- Ramiro la miró fijamente, en silencio, esperando que le contase su larga historia.



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Ramiro de Odriozola
Taresa


Se quedó sosteniendo la mirada a Ramiro, con ciertas dudas. Era algo que tenía que llegar, suponía, pero no creía que fuera a ser tan pronto.

-Bien, tengo que decir que me va a ser un poco difícil. Hay cosas que he superado... pero aún me cuesta. En fin, no es ningún secreto; supongo que el problema es que no le conozco lo suficiente... aunque confío en usted, no se preocupe- era muy difícil explicar que hablar de sus debilidades la hacía sentir vulnerable. -No tengo prácticamente recuerdos anteriores al año pasado; podría decirse que mi vida empezó entonces, en Jaca. No sé muy bién qué me pasó, ni que hacía allí; parece ser que estaba de paso, porque nadie me conocía en la ciudad. Me encontraron malherida y sin pertenencias cerca de las puertas de la villa, y gracias a los cuidados de un grupo de sus habitantes, entre ellos mis padrinos, que ya conoce, pude recuperarme y empezar de nuevo. Nunca se lo podré agradecer lo suficiente. De ese suceso me quedó una cicatriz bajo el pelo- se llevó la mano a la cabeza, como hacía frecuentemente - y... bueno, ciertos problemas.

- Para empezar, ya le he dicho que no recuerdo casi nada de mi pasado, y lo que recuerdo no es muy útil. Además, durante mucho tiempo no pude salir de la ciudad: sí, es así, mucha gente no puede entenderlo. Yo no podía, aunque quisiera. Dentro de los muros me sentía segura, a salvo de lo que me hubiera pasado, pero si me alejaba por el camino, me invadía una sensación de dolor y desazón, me costaba respirar y el corazón se me quería salir por la garganta-
se quedó pensativa un momento; de alguna forma, eran sensaciones parecidas a las que había sentido hacía un rato... sólo que unas eran horribles y otras placenteras. -Yo era muy feliz en la ciudad, pero sabía que no era libre: una cosa es estar en un lugar porque quieres y otra es estar enjaulado, por muy grande que fuera la jaula. Me costó mucho, pero todos los días me ponía un reto nuevo... hasta que conseguí alejarme tanto como para irme de viaje. Lo hice con ayuda del Altísimo y Aristóteles... reconozco que fue una de las razones por las que me bauticé, quería ayuda divina, toda la que pudiera necesitar- se rió brevemente.

-Ahora tengo los problemas de mi cabeza casi controlados, pero... a veces tengo fuertes dolores, cuando me concentro, por ejemplo, en las cuentas del negocio- se estaba tranquilizando, si al final por contarlo no pasaba nada.- ¡Mis quebraderos de cabeza para salir adelante son literales! Tengo mis trucos para evitarlos, pero sé que es algo que está ahí siempre. Bueno... ahora conoce mi historia, creo que sería de justicia que me contara algo de usted.

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Ramiro_odriozola


-Una vez estuve en la Biblioteca. Era en sueños, claro esta, Morfeo sólo concede favores a los onironautas. Alli estaban todos los libros, codices, ostrakas y papiros que uno pueda imaginarse, escritos o no. Y uno podía leerlos todos, cualquiera fuese su lengua, incluso yo, que no domino el dibujar palabras y entenderlas mas que lo rayano. El bibliotecario (mi propio Virgilio, mi psicopompo personal) me dijo que la habían ideado entre muchos. Su padre, Demetrio, ayudó, también Escher, Borges, Boullée y un tal Piranesi. Ahiram Abif puso la primera piedra, y Ashurbanipal el primer libro. Y le siguieron los estantes, los papiros. los bustos de Palas y las teas ignifugas.

Había mucho que leer y muy poco tiempo para hacerlo, aunque parecieran eones. Escritos de Abdul Al hazred, D'Erlette, el Ciego Argos, John Watson M o Sir Launcelot Cannig entre otros, se pasaban las noches escribiendo en ese lugar.

Realmente, casi solo recuerdo el color verdoso y níveo de las vetas marmóleas de la Bibliotecas. Decían que entre ellas se escondía el Zahir, al que muchos miraban obsesionadamente durante miles de vidas.

El hijo de Demetrio me auguró que poco conocimiento podría llevarme de alli si no encontraba un buen camino. Asi que me propuse encontrar la salida, y me guié por el Pinakes, a través de las estancias hexagonales.

Y entonces, acercandose el alba, me desperté, y sigo igual de inculto y pobre que siempre. Acordarme de nombres de la gente de los sueños no vale de nada. Lo importante se quedó allí y no lo recuerdo.

El próximo día te contaré el final de esta historia...



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Ramiro de Odriozola
Taresa


Taresa miraba de hito en hito a Ramiro mientras éste contaba su historia. Dudaba entre la posibilidad de que le estuviera tomando el pelo o peor aún, que fuera un loco peligroso. La muchacha había tenido su ración de peligro... y la verdad, no le parecía que el hombre entrara dentro de lo que ella imaginaba como amenazante. En cuanto a la locura, debía reconocer que no sería ella la que podía tirar la primera piedra. Estaba a punto de enfadarse con él y echarle a escobazos cuando le vino a la mente este pensamiento:

"Recuerda el poema y lo que pensabas sobre ello. No es cuestión de verdad o mentira, es ver la verdad más allá de la verdad. Y a ti te enseñaron a buscarla."

-Yo no conozco la biblioteca; conozco en sueños un mundo verde, verde sin horizonte, lleno de manzanos que dan flor y fruta a un tiempo. Y a la luz del día veo ese mundo reflejado en los objetos que me rodean, en el color del cielo, en las aguas del lago, en los campos de trigo y las sonrisas de los hombres. Todos tienen en mayor o menor medida parte de ello, pero nadie lo ve. Yo sí que lo veo: quizá sea mi Zahir, porque lo busco en todas partes e intento atraparlo con un pincel y un papel, aunque sea tarea vana- sus ideas excéntricas de siempre, las que no podía contar a nadie. Quizá... -Así que no podría guiarle... pero ha dicho que tiene problemas con las letras, ¡en eso sí le podría ayudar! No se puede progresar en la vida sin la palabra escrita... eso me lo decía alguien que no recuerdo.

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Ramiro_odriozola


Realmente, viaje hace años con una ardua tarea impuesta, pero terminé por fracasar, dándome por vencido. Ciertos nervios y cierta necesidad de anonimato, de vida insulsa me perpetraban las sienes. No es que fuese noble ni mucho menos, ni nadie conocido o valorado. Pero mi vida era extraña y sin sentido para la mayoría de la gente, e incluso para mi mismo el resultado me era indiferente en la práctica. Mas el solo pensamiento de fracasar me producía desazón, y la alegría de los pequeños proyectos acertados se contagiaban en mi procedentes de doctos señores con los que me codeé, sin ser su igual.

Los sueños de la Biblioteca se sucedieron entonces.

Pero el fracaso radica en la impostura, puesto que tiene que ver con mi incultura en comprender las palabras escritas. Solo se dibujar frases, como Aristoteles Estagirita Rex Graecus, Non nobis, Domine y Allāh al-ab,
simplmente reconociendolas como simbolos cualesquiera, pero segun dicen cada trazo es un sonido y una idea, y yo no puedo captarlos por si.

Quizás algún dia pueda proseguir mi tarea, si conociese los rudimentos del lenguaje...

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Ramiro de Odriozola
Taresa


"Al final comprendí bien... me alegro" Además, el hombre había completado en parte la historia, parecía que confiaba un poco en ella... ojalá fuera verdad que lo hacía; Taresa, por alguna razón extraña, sí que confiaba en él aunque hacía poco que se conocían.

-Ya le he dicho que con eso podría ayudarle... de hecho me gustaría. En casa no tengo muchos escritos: los textos que se entregan para preparar el bautismo y algún pliego de cordel, nada más. Pero siempre he tenido acceso a la biblioteca de mi padrino, y poco a poco he ido tomando el gusto por la lectura. Después del trabajo, cuando quisiera, podría venir a mi casa y le ayudaría con las letras; o si usted lo prefiere, en la taberna. Yo no sé quién me enseñó a leer y escribir, pero sé que quienquiera que fuera me entregó un gran regalo y me gustaría compartirlo.

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Ramiro_odriozola


-¡Desde luego es un gran regalo! Pues si, estaría dispuesto a ver esos documentos para aprender a leerlos. No se si a Angel, tu padrino, le haría gracia que merodeé por su casa, pero por el resto no veo problema.

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Ramiro de Odriozola
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