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Lo que Dios Ha Unido... [RP]

Ederne_bp


¿Furcia? Le había llamado ¿Furcia?

Los ojos de la princesa se volvieron negros de ira. Se detuvo en la puerta, pues iba de salida luego de soltarle a aquel que ahora le llamaba furcia, que se iría de palacio y que su matrimonio llegaba a su final.
Giro su cuerpo, si algo mas debía decirle aquel, seria a los ojos y no solo la llamo una cualquiera, sino que siguió insultándole allí, delante de sus hijos y su hermana.

Arrebatado, le grito su nobleza, nobleza que ella misma se había encargado de darle, rango que le correspondía por casarse con ella, hija de reyes.
Levanto su cabeza y espero… espero mientras el vomitaba su repudio y odio, todo junto, por aquella boca que algún día, no hacía mucho, le había besado convirtiéndola en mujer.

Sintió como el corazón, poco a poco, dejaba de latir, primero se remeció con fuerza, provocándole espasmos que controlo estoica sin inmutarse, sin siquiera pestañear, luego, sintió el nudo en la garganta, sabía que palabra no lograría sacar, si no caía en aquel salón, sería un milagro del altísimo, mientras la ira iba consumiendo a su ex esposo, la Berasategui se sumió en una nube negra como la noche sin luna y recordó en fracción de segundos, cada mirada y beso que él le dio, cuando la beso en el jardín de Benicarló, en la iglesia, en el barco, el molino, las risas, la complicidad… cada instante de felicidad paso como si fuesen imágenes que estaban escondidas en su mente.

Si, se había comportado como una Furcia… pero con él, solo con el.
Las palabras de su hija primero y luego su hermana casi la hicieron desfallecer, pero aquel no era el momento, tenía por fin el corazón roto, destrozado y sin vida.

Se irguió y acerco al Borja, dejándole caer una bofetada que giro su rostro, provocando que de su boca emanara una gota de sangre. Antes de salir de allí, dijo a este - tenéis una semana para salir de aquí con vida, si el ejército no os mata, juro por mi vida que seré yo quien os mate, Borja. – aquellas palabras no fueron más que un susurro que salió de su boca, se giro y abandono la sala, en firme procesión salió de allí mas antes de llegar a las escaleras, cayo rendida a ellas, sin poder hacer más que llorar, herida no solo en su corazón, sino también en su orgullo.

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Ederne_bp


Los días en que la Berasategui era la señora de Gandía habían terminado abruptamente, ahora instalada en los aposentos del Palacio Real, en la corte de su madre, la infanta intentaba comenzar de nuevo, intentando olvidar al que un día le había quitado el aliento de la boca a besos.

Aun así, estando allí, entre tantos cortesanos, bailes y cenas, la infanta se mantenia ajena a cada festividad, a cada hecho importante y solo había saludado a su madre a su llegada, postergando la charla para cuando se encontrase en “condiciones”, como había indicado a la Reina.

Esta, a pesar de su preocupación y curiosidad, había aceptado de mala gana la solicitud de la recién llegada a palacio.
Comía mayoritariamente en su habitación, paseaba por los jardines cuando sabía expresamente que estos estaban vacios, o por las noches, y se dejaba ver casi nada, incluso por sus hijos.

El dolor la embargaba por completo y aun, a pesar de la traición y el dolor que la última vez que le había visto le provocaba, por instantes se sentía incapacitada para continuar sin el Borja.
Era totalmente inusual ver a la Berasategui en aquellas condiciones.

Aquella mañana y con claros signos de haber dormido no más de unos minutos durante la larga noche, solicito a su doncella que le preparase su mejor vestido y solicitara una audiencia urgente y especial con su madre, que le avisara cuando aquello estuviese organizado para acudir a su encuentro.

Así, con las órdenes claras, la doncella se retiro de la habitación, y la Berasategui se sumergió en un baño caliente, reparador, a espera de la respuesta de su Reina.

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Rose_de_anthares


- ¿Audiencia? qué ¿acaso esta hija mía está algo perturbada? pedir audiencia siendo mi hija. Decidle que la espero en el salón privado, que no tarde, se enfriará mi infusión.

Se quedó pensativa tras aquello, no tenía muy claro lo que había sucedido en Gandia y tampoco había querido exigir respuestas a su hija hasta que ésta estuviera lista para darlas. Suponía que para eso quería verla y con una audiencia. Aquello le parecía muy extraño y presentía que no sería una conversación cualquiera - ¡Traed vino! esto necesita más que una infusión de seguro y más si tiene que ver con el conde de Gandia. - tomó asiento y se relajó pensativa - será divertido - pensó, mientras maquinaba posibles ideas y posibles beneficios de lo que fuera, haya pasado en Xátiva.

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Ederne_bp


La ira le consumía tras la puerta de su habitación, como se le ocurría, tratarla así, insultarla de tal forma.. Como olvidaba quien era... En que se había convertido el gracias a su rango, lo odiaba, con la misma intensidad con la que una vez le había amado. Pensó en qué momento había perdido el amor por él, en qué momento había ocurrido que la rutina y el hastío la habían llevado a reaccionar así, sin piedad con el padre de sus hijos… no lo recordaba… pero una cosa era clara.. No podía seguir viviendo con él.
Tomo asiento en su silla y cogiendo la pluma escribió las letras que, con lágrimas, fue depositando una a una en el pergamino.


Citation:
Querida Madre:

Deseo consejo de vuestra merced, he pensado haceros una visita, una larga visita en el palacio, espero poder contar con vuestra venia respecto a cierta situación que me trae consternada, parto en dos días a palacio.

Por favor ordenad que se disponga de mi llegada y larga estadía a vuestro lado. Os avisare si me acompañan mis hijos, aun no les pregunto, la pequeña Julieta si viajara conmigo.
Madre, ayudadme, me siento sola…

Vuestra hija que os ama

Ederne Berasategui i Pern



Salió de la habitación y entrego la misiva a uno de los guardias para que saliera esa misma noche hacia el Palacio Real. Sin duda al alba su madre estaría enterada de su decisión.

Volvió a ingresar con una idea clara, despertó a cocinera y doncellas y las reunió para hablarles.

Mañana deseo preparéis una gran cena, organicéis el castillo y limpiéis ventanas, cortinajes y pisos.
Organizad la cena con mucha fruta, verduras, sopa y carne.

Cuantos invitados vendrán, señora – pregunto la cocinera con algo más que sueño.
Nadie, solo la familia – dijo la Berasategui.
Luego se dirigió a las doncellas.
Es mi deseo que mis hijos estén todos en el comedor a las siete de la tarde. A esa hora no deberá haber nadie más en el Palau que el señor y sus cuatro hijos. Teneis todos vosotros la tarde libre.

Pero señora, ¿quien os servira la cena? - pregunto la cocinera con estupor
Yo misma - respondio la Berasategui con una perversa sonrisa en el rostro - dejad todo dispuesto - luego se dirigio a las doncellas otra vez . Vosotras dos - dijo señalando a las dos mas jovenes - os encargareis de preparar los ropajes de Aleida, Costanza, Julieta y Antso, decidle a los mozos que dispongan de lo necesario para partir al alba de pasado mañana al palacio Real.

Cada palabra que decía la Berasategui iba provocando que las doncellas abrieran más sus ojos y aquello le parecía una buena señal, no debería repetir las órdenes a la mañana siguiente y tendría el tiempo disponible para terminar de organizar todo su plan.

Podéis iros a descansar, mañana os toca un día ajetreado – dijo a tiempo que se dirigía a sus aposentos.

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Rose_de_anthares



A días felices era lo que convertía su pequeña hija Leticia su mundo complejo y atareado. Siempre rodeada de palabras vacías, reverencias forzadas o más de alguna intriga, los pequeños brazos de la niña y su sonrisa la llenaban de la paz que poco a poco parecía serle mas esquiva. Sin duda en eso se parecía al que era su padre, heredando su habilidad de lograr ella viera, a pesar de las nubes, lo claro del cielo.

Los paseos a oscuras horas por el Real, más que por placer, era por la ausencia de sueño que padecía, no habían pensamientos en su mente que por alguna extraña razón no le permitiran conciliar el preciado descanso, no, era simplemente nostalgia, una, que no podía enseñar a la luz del día. Por eso el vino y las noches frente a aquel muro donde colgaba la imagen magna del rey Yuste, su gran amor. Charlaba con él y a veces le parecía ver aquel frio rostro gesticular una sonrisa, esas de consuelo, que tanto le hacían falta ante los problemas que siempre existian en una corona. Luego si venía el sueño acompañado del cansancio y el dolor, ese que no cesaba y a veces arremetía con fuerza, siendo piadoso en oportunidades cuando por labor, debía dar audiencias.

Así llegó la mañana, fría, con esa brisa que agitaba las senyeras del real, y con ella, una misiva igualmente fría y preocupante de su hija Ederne - Ordenad de inmediato se preparen habitaciones para la llegada de su Alteza Ederne y sus hijos. No quiero demoras - dijo sin siquiera alzar la mirada a sabiendas que su seretario cumpliría su orden de inmediato. Así, sin demora, envió respuesta a su querida hija.


Citation:


A su Alteza Real, Ederne de Berasategui i Pern, Princesa de Valencia, Condesa consorte de Gandia, pero por sobre todo, amada hija,


Con gran pesar y preocupación recibo vuestra carta, sabéis que ni pedir deberíais puesto que el real es tanto vustro hogar como el de vuestros hijos. Partid de inmediato, os estaré esperando, haced uso de la guardia real para el viaje que haréis con vuestra familia y que vuestro hijo, como su capitán, os guie hasta aquí.

Rogaré por lo que os aqueja no sea de preocupación, puesto que no hay más grande dolor para una madre que sabers sus hijos pasan penas.

El altísimo os guarde,


Vuestra madre.



Enviad al mensajero más veloz, que esta carta llegue a Gandia lo más rápido posible.

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Nicolino


Mientras Ederne enviaba cartas a su madre, que era su consejera y quién podía aportarle soluciones, el Borja había enviado cartas a la Iglesia, a los Arzobispos, buscando guía espiritual y el auxilio de Dios. Sí, porque sólo un ser omnipotente podría salvarlo de aquello, estando ya las decisiones tomadas y todo su destino trazado.

Lógicamente, el malhumor le continuaba. ¿Y cómo esperar otra cosa de él?¡Tantos años, tantos años de su vida, de su juventud, para nada!¡Tener cuatro hijos para que le repudien así, con tal descaro! Solo pensarlo le hacía hervir la sangre. Comía poco aquellos días, frugalmente, en tabernas, y bebía, bebía mucho. Su temperamento estaba alejado del temple de sus mejores tiempos de señor feudal, y se mostraba más predispuesto a la ira.

Y sabía que ésta vez, cenarían todos juntos, como familia que teóricamente eran. Bueno, seguirían siendo, los vínculos de sangre no se habían disuelto, y aquello le daba aún más rabia. Así pues, prácticamente gruñendo, pensando en qué plan macabro podría trazar para descargar su renovado odio hacia la humanidad por lo que él injustamente debía vivir (claro, él no había hecho nada malo, era una víctima), recorrió los pasillos del Palau de Gandía hasta el salón, dónde la calidez de las velas, apartaban las tinieblas de una noche cerrada, que intentaba entrar, sin la luz de la Luna, por los ventanales.

Como patriarca y Conde, señor en sus tierras, ocupó la cabecera, en aquella silla más ornamentada y mejor tallada, también más alta que el resto. Nadie había llegado, y defraudaban el compromiso horario que habían asumido. Su pétreo rostro intentó simular que no le importaba, negárselo, pero sí le afectaba.


-¿Van acaso a dejarme comer solo, como un perro?¿Y dónde diablos está la servidumbre, para qué doy asilo en mi hogar a ese montón de holgazanes?¡Deberían obedecerme a mí, no a mi esposa!
-se quejó.

Tomó, de lo que habían dejado sobre la mesa, una pata de un pollo, que arrancó, y se llevó a la boca. Los cubiertos eran para mujeres, y la platería enjoyada le recordaba demasiado a Ederne.


-Además, frío, maldita sea.

Se echó hacia atrás en su silla.

-¡Aleida, Antso, Luterna, Julieta!¿A alguno de vosotros os importunaría mover vuestros traseros a ésta mesa y cenar, para que luego sigáis haciendo las niñerías en las que debéis estar?

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Costanza_luterna


La cena de aquella noche parecía ser importante para sus padres porque había visto demasiado movimiento durante el día. Se limpiaron las ventanas y suelos a fondo, las alfombras, las cortinas. Costanza no tenía recuerdos de semejante frenesí anteriormente. Pero como siempre, sólo abandonó su constante estudiar y leer cuando fue informada de que debía presentarse en el comedor a las 7 de la tarde. Parecía ser importante, así que hizo acto de presencia después de una buena sesión de aseo personal, enfundada en uno de sus vestidos favoritos.

- Buenas noches pá. - Aunque le pareció que estaba más demacrado que en días anteriores y le encontraba visiblemente malhumorado, se acercó a él y terminó su saludo con un beso en la mejilla. Luego tomó asiento y esperó la llegada del resto de su familia, mientras observaba a su padre de reojo.

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Necesito una firma urgentemente....
Aleida


-¡Aleida, Antso, Luterna, Julieta!¿A alguno de vosotros os importunaría mover vuestros traseros a ésta mesa y cenar, para que luego sigáis haciendo las niñerías en las que debéis estar?- se escuchó por toda la casa. Ella por su parte estaba "alistandose" para la cena. No entendía cual había sido la manía de su madre, para que ellos estén presentables esa noche. Sabia perfectamente que no habría invitados a comer, ¿entonces que era lo que sucedía allí? Ella estaba acostumbrada a sentarse en la mesa, como se le daba la gana, generalmente con sus ropajes de montura que tan bien le hacían sentir. Era anti-protocolario y ella lo sabía, pero que más daba. Furia al que se atreviese a decirle algo.

Una vez terminada de alistarle, echó de mala gana a la nordiza que sonreía. Y es que claro, ese, además de molestar, era su principal trabajo. Alistar a las damas para la cena. Y con Aleida jamás había podido realizarlo antes y ahora casi que lloraba de la emoción. Ella le hizo chu chu con la mano, mientras la maldecía: No te acostumbres a esto, ¿de acuerdo? Será la primera y la última vez. No sé que bicho le pico a madre...

Salió de la habitación y miró. ¿Dónde estaba Antso? Llegaría tarde como siempre, de eso no había dudas. En ese momento necesitaba de su apoyo, pues sabía que la relación con sus padres se venía problemática. Los gritos de las mañanas y las noches entre ellos, ya eran una costumbre en el Palau de Gandía. Más aún, los malos tratos y las ausencias en la comida. Más la enfermedad de mama, que trajo rumores.

Llegó a la mesa y solamente estaban su padre y Luterna, una de sus hermanitas menores. Le sonrió y le dio un beso en la mejilla. Luego, miró a su padre y con una delicada sonrisa en sus labios se sentó. Hola, familia. Nos imaginamos que los demás serían así de impuntuales...- se quejaba la arquera, para ocultar algo más en sus pensamientos. Ella, desde pequeña y hasta ahora, había pensando y creía que el amor que se tenían sus padres atravesaría cualquier dificultad y frontera. Pues, había iniciado de las peores maneras. Pero... aprendió, ese día, que todo llegaba a su fin. Y que el amor, como antes pensaba por culpa de los cuentos de princesas y príncipes, no era para siempre. Si pasaba lo que ella sospechaba en esos momentos, sus padres ese día, le darían la lección de su vida. Una lección que la joven Borja, no olvidaría jamás.

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Ederne_bp


Pensó demoraría menos aquel día, sin embargo la salida presurosa a aquella dirección donde vivía el alquimista del que había escuchado y la explicación sobre lo que necesitaba para su esposo ante la mirada atenta del hombre, que, para colmo de males había costado más de lo que había supuesto la Berasategui en convencer. Explicarle que su esposo se encontraba con tal enfermedad y que necesitaba un rápido medicamento para su mal, y más aun, obligando de la manera más sutil evitar la visita de este al Palau para una revisión, le había complicado los horarios, llegando casi a destiempo.

Apenas había alcanzado a cambiarse de vestido sin la ayuda de la servidumbre que ese día, había terminado sus labores a la hora prevista y habían huido del Palacio como si de ello les pendiera la vida.

La Berasategui bajo las escaleras con su vestido de damasco que mantenía un bolsillo oculto en el pliegue de la cintura, en el escondía aquella pócima que el alquimista había dicho seria la cura a todos los males que supuestamente tenía su esposo. Metió la mano en el pequeño bolsillo asegurándose que allí estaba aquel pequeño frasco que, como había dicho claramente el hombre, “limpiaría de raíz todo lo que tuviera en su estomago”.
Llego hasta el comedor y sonrió al ver a su familia reunida, aunque el mal de los Borjas hubiese contagiado a dos de sus hijos que aun no asomaban ni la nariz.

Su esposo, para variar de mal humor, estaba sentado en el lugar que correspondía a su rango como señor del palau, sus dos hijas una a cada lado de su padre y los lugares vacios de su hijo y la pequeña Juli , hacían que aquella mesa llena de platos y copas reluciera más que antes.

No diría nada aun, pues contaba con que sus hijos antes que temprano llegaran a compartir la mesa con ellos.
A gran distancia debido a lo larga de la mesa, se encontraba su puesto, en la otra punta de la mesa.
Cogió uno de los platos y en ella sirvió la sopa para llevarla a su esposo, no sin antes depositar en el plato un poco de aquella pócima que tanto había esperado aquel día.

Bien sabia el altísimo que su único fin no era matarle, aunque a esas alturas nada alejada de ciertos deseos se encontraba, mas, solo había ideado una pócima que lo obligara a no seguirle mientras viajaba al palacio real. Al menos esperaba que aquello le mantuviera en las letrinas unos buenos días.

Sonrió al servir la sopa y depositarla en el lugar donde su esposo esperaba impaciente. Este le miro atónito cuando la Berasategui dejo el plato sobre el cubierto.

Si, no tenemos servidumbre, les di el día libre, lo que tengo que contaros… - miro a sus hijas - a todos, solo nos incumbe como familia.

Continúo con la sopa de las niñas y se sirvió la propia, que probo sin reparos obligando a sus hijas a comer
Espero, querido, que os guste la cena, ha sido preparada… - sonrió maliciosamente y luego agrego - … no por mí, lamento decepcionarte, pero es vuestro platillo preferido.

Servíos niñas – dijo a tiempo que miraba la puerta – más vale que vuestros hermanos tengan una buena excusa para no estar aquí.

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Julieta_borja


La mas pequeña de los Borja se acercó al comedor de la mano de su nana.
La niña tenía ya días triste, presentía que algo pasaba e intentó luchar contra ese vestido para no bajar, pero su nana fue mas fuerte y se lo logró colocar luego de una larga lucha.
Al bajar vio que estaban todos en la mesa, se soltó de su nana y corrió hasta su padre dando un pequeño salto y sujetando a penas un poco de la tela del costado de su camisa.
Su padre no era el mismo, su mirada y su voz no era la misma pero aun así la pequeña suspiraba por él.
Papii aquí estoy
Sonrió y luego continuó saludando a su madre y a sus hermanas tirando un poco de sus vestidos elegantes para luego tomar asiento con ayuda, por su pequeña estatura.
La nana la sentó y se acercó a Ederne, la pequeña imaginó que le diría con lujos y detalles la lucha que dió la pequeña y también imaginó el regaño que le darían, así que decidió distraer a su madre con otro tema.
Mami, a donde se fueron todos?
Miró a su al rededor, su hogar se sentía aun mas vació y notaba que aun el puesto de Antso estaba desocupado, pero aun así sonreía feliz, con sus pequeños ojitos brillantes, ingenua a todo lo que pasaba a su al rededor

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Erzsebet_bp


Había lágrimas en sus ojos, dos, tan claras y transparentes que podían traslucir el color rosado de sus mejillas al momento que cruzaban por ellas, y no había tenido forma de evitar éstas escaparan de sus ojos, los cuales para ese instante y mientras se sostenía como bien podía de sus rodillas por la risa, habían terminado en el suelo de aquel lugar.

Risa era lo que tenía, sonreía y reía tanto a causa de las locuras de Antso, que llorar por ello era lo mejor que podía pasarle en la vida. Comenzaban temprano cuando el tiempo se los permitía, la infanta evitaba encontrarse con toda la familia, no porque no deseara verles, sino porque prefería la soledad de una mesita frente a los jardines, algún zumo de compañía y un libro. Entonces aparecía él, con una sonrisa reflejada en su rostro, experto en los lugares que ella elegía para estar a solas y con el cabello revuelto quién sabe por qué. Había cogido por ello la costumbre de nada más verlo, acomodar aquellos cabellos y mirar solo unos instantes esos glaucos ojos que con el tiempo se habían vuelto en algo común y necesario para que su día fuera perfecto.

Y siempre había un plan tras ese desayuno, recorrer el río, el palacio y sus lugares secretos o huir de quienes buscaba a Antso por alguna labor pendiente. A veces no había suerte en la huída, veía su rostro ponerse completamente serio cuando debía abandonarla y siempre le aseguraba no era porque así lo desease, en esos días en que él debía dejarla, las risas escaseaban y sus pensamientos se centraban en una sola cosa; en la promesa que siempre le dejaba al partir junto al beso en su mano: "le veré más tarde, lo prometo."

Tampoco podía hablarse del tiempo, éste volaba cuando estaban juntos, en un instante era la mañana, al rato, el hambre les recordaba que era medio día y jamás volvían a Palau a comer algo, no, siempre era la ciudad de Játiva o alguna fruta tomada desde el mismo campo que rodeaba el feudo. Ya luego les parecía hermoso el atardecer y entonces llegaba la estrellada noche, dónde más de una vez perdían horas tratando de contar las estrellas o poniéndoles nombre. Había solo una cosa muy clara en cuanto ocurría en su vida y en sus días; jamás serían tan felices y llenos de aventura si él no estaba en ellos.

Aquel día habían elegido conocer los viñedos, Antso se los había enseñado pero no habían tenido la oportunidad de recorrerlos por completo, ella los conocía a causa de una de sus huidas por sus nervios en un incidente con una flecha, pero no había tenido oportunidad de recorrer los bastos campos que, entre las murallas y la pequeña ciudadela de Gandia, eras dignos de admiración. Y claro, entre aquel paseo y como era de esperarse, ella encontró una nueva "mascota" para sumar a las ya muchas que tenía y que por cierto, había dado en adopción a otras personas - un conejito a Agne en Valencia, y Zia, su gatita, a Aleida - . Esta vez había sido una Lagartija de color verde, pero que curiosamente en su cola, tenía colores muy parecidos al del arcoiris. Por supuesto Antso muy amablemente se había ofrecido a atraparla para ella, pero resultó que la lagartija fue más rápida y astuta que él, escapando por entre los viñedos y haciendo Antso corriera tras de ella lo que provocó la risa de la Infanta hasta el punto de las lágrimas. Al final, Antso salió de entre los matorrales, sucio, con hojas revueltas en su cabello y sin la lagartija - ¿y mi lagartija? - le preguntó a propósito, aun sosteniéndose por la risa sobre sus rodillas - Nada, que si se le escapa una inocente criaturita como esa, se le escaparán los soldados señor capitán con mucha más facilidad - y al decir eso, Antso rió, tomó un par de hojas secas y la persiguió con ellas aduciendo era justo ambos se vieran igual y que debía pagar por lo que había dicho.

Así se pasó toda la tarde, entre persecuciones en las que él logró poner esas hojas en su cabello y que terminaron bajo un agradable árbol en uno de los jardines de Gandia donde sentados ambos en un tronco, intentaban poner en orden sus cabellos tras el juego. - Me gusta éste árbol - le decía mientras arrancaba de su cabello una pequeña rama - vendré más seguido aquí, me gusta aquí, mucho - él se giró al decir aquello para mirarla y lo hizo largamente - tiene usted unos oj... - no le terminó de decir aquello y se detuvo. Terminó por alzar su mano y quitar en medio de una sonrisa una hoja de sus rubios cabellos.

- Señor Antso - alguien llamó su atención. Era uno de los sirvientes del Palacio quién con una alforja les miraba con cierta curiosidad. Antso le preguntó qué hacía y por qué no estaba en el Palacio, a lo que el hombre respondió - Su madre nos dió la tarde-noche libre ¿no debía estar usted en una cena familiar junto a su alteza? - Antso la miró impresionado, soltó una carcajada y poniéndose de pie, la tomó de la mano y sin explicación alguna, la hizo correr en dirección al Palacio.

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Antso


Como venía siendo costumbre desde hacía un tiempo, las tardes las pasaba en compañía de Isabel con distintas actividades que les permitía conocerse mejor y mantener ocupados gran parte del día, cuando evitaba las responsabilidades matutinas.

La interrupción aquél atardecer no había sido para nada de su agrado, pero en cuanto escuchó que se trataba de una solicitud materna, no contuvo la impresión y nada más levantarse, tomó la mano de Isabel y corrió con ella rumbo al palacio.
Una cosa era una orden, otra una responsabilidad, y cualquiera de ellas podía aplazarse, incluso si eran solicitadas por su padre o su reina, pero si era un llamado de su madre... ¡Que el altísimo le encontrara confesado!

Tan rápido como pudo, y las piernas de Isabel le siguieron, así como el viento no le hacía mayor retraso del existente por medio de su camisa que parecía vela en contra, corrieron ambos hasta las instancias donde llegaron casi al anochecer.
Un poco sudado el Borja por la distancia que habían recorrido -no estaba del todo seguro de su compañera- se detuvo en las puertas del establecimiento para tragar grandes bocanadas de aire y llenar esos pulmones que rogaban por oxígeno.
Miró a Isabel en similares condiciones, mejillas sonrojadas, con los ojos bien abiertos y la respiración agitada, sí, similar a como debía encontrarse él en esos momentos.

Le invitó a entrar abriendo la puerta del Palau, y aflojó un poco el cuello de su camisa antes de seguirla, necesitaba con urgencia que entrase en su cuerpo algo de viento antes de llegar a la mirada de su madre, y le examinase imaginando quizás qué cosas.
Se desplazaron por los largos corredores del lugar, y minutos antes de entrar, Antso suspiró, desplazó con sumo cuidado la puerta del comedor, y sujetó inconscientemente la mano de Isabel para ganar seguridad y atrevimiento, ante el seguro regaño que le brindaría su madre.
Ya lo veía venir, y despavorido, respiró profundo y miró en dirección a la mesa, ante la mirada extrañada de Isabel y quizás de su familia cenando.
Lo que muchos no sabían era que al Borja le causaba temor, y desconocía el motivo; pero no existía en el mundo absolutamente nada más terrible que encontrarse ante su madre molesta, estaba seguro de que nada le intimidaba como ella lo hacía, ni el infierno lunar, ni un menestral de dos metros, aquellos eran bufones comparados al manto negro que creaba su progenitora en su cabeza. Y cuando sonreía, ¡¡Christo, cuando estaba molesta y sonreía...!!

Titubeó, camino muy despacio hasta la mesa donde, antes de sentarse o incluso soltar la mano de Isabel, habló despacio mirando a todos.

Provecho familia. Podáis disculparnos el atraso, no deseábamos retrasar la cena.

Topó con su padre mal humorado, a saber con qué motivo, con la de sus hermanas, miradas muy curiosas y finalmente con la de su madre. Inmediatamente desvió su mirada, la evitó a toda costa observando la mesa para finalizar sus palabras.

De verdad lo sentimos madre, nos encontrábamos a mucha distancia, y nadie nos avisó con tiempo.

Tragó saliva, inquieto, nervioso, sí, sí, sí, cómo había pasado de un momento de felicidad tan grande a uno tan incómodo y terrorífico para él...


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Ederne_bp


Sintió sus pisadas firmes aun antes que la puerta del comedor se abriera sigilosamente, respiro hondo, su hijo no sería el blanco de su frustración esta noche, no, sabía que quien debía pagar por su desdicha era Nicolás.

Detuvo la cuchara que llevaba a su boca en ese preciso instante, a diferencia de su esposo que bebía desde el mismo cuenco, la Berasategui había aprendido desde pequeña el uso del servicio, uso que también había enseñado a sus hijas.
Levanto la vista y devolvió la cuchara a su pocillo, cogió la servilleta y limpio sutil y pausadamente sus labios mientras su hijo se desvivía en justificaciones que, por más que intentara, solo servían para acrecentar las dudas sobre los motivos del retraso.

Tanto su hijo como su hermana, venían como si hubiesen caminado largas horas por un desierto a medio día, las mejillas de ambos se encontraban arreboladas, ni siquiera les había dado el tiempo para ponerse una ropa decente para acudir a la cena, demás estaba decir que habían sido anunciados con anticipación de su presencia a la hora indicada.

Aun así, la Infanta dejo la servilleta sobre la mesa, se puso de pie y mientras su hijo y su hermana tomaban asiento en sus respectivos asientos, respondió. – tomad asiento hijo, de verdad que vuestros ojos parece que han visto a la criatura sin nombre – sonrió.

Ya hablaremos tu y yo sobre lo acontecido esta noche - prosiguió mientras servía el cuenco a su hermana y luego a su hijo.
Volvió a su asiento y entonces tomo la palabra.
Os he reunido a todos aquí, por un motivo en particular – dijo mientras colocaba despacio la servilleta sobre su regazo. Tomo aire por los pulmones y prosiguió con la cabeza en alto, dirigiendo la mirada exclusivamente a su esposo, hablando en general a todos los presentes, pero en especial a él.
Esta es la ultima cena que compartimos como familia – la Berasategui sintió el peso de la mirada de sus hijos y los ojos clavados del Borja sobre su rostro - como podréis ver, he despachado a la servidumbre, el Palau dejara de ser nuestro hogar por un tiempo, al menos, mientras vuestro padre permanezca en el - le miro - Isabel, Julieta y Costanza se vendrán conmigo a Palacio Real, no acepto excusas ni berrinches, preparaos como corresponde, partimos al amanecer – dijo a tiempo que miraba a las tres.

Luego dirigió la mirada a sus hijos mayores y les hablo.- vosotros dos, sois ya lo suficientemente grandes para decidir si queréis veniros conmigo o quedaros con vuestro padre.
Luego dirigió sus palabras a su aun esposo que la miraba perplejo - no es vida para vos, como no lo es para ninguno seguir haciéndonos daño. Tendréis el tiempo que requiráis para dejar el Palau y alejaros de mi vida sin que nadie os persiga ni os atosigue. Si deseáis iros del reino, lo entenderé y nadie os impedirá la salida de él. Por vuestro cuello y vuestra lengua no temáis, rogare a mi madre para que se salven ambas – suspiro y agrego - son las únicas partes que puedo aseguraros que no las tocaran - sonrió con sorna y agrego – para mí la cena se ha acabado, si queréis mas platillos podéis servíroslos solos - se puso de pie y salió de allí directo a su habitación.

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Nicolino


El de Gandía sonrió sutilmente al ver a aquella pequeña niña, su Julieta, llegar a la mesa. Con sus rubios cabellos, era la vívida imagen de una Borgia. Aún así, no dejaba de tener los rasgos de su esposa, que ahora allí estaba, imponiendo su presencia. Porque era imposición, como la de Erzsebet, que poco a poco, iba metiéndose en su casa.

Primero, su taberna, luego, como una lapa, adherida a su hijo. Aquello no le gustaba, pero últimamente mostraba una pasiva indiferencia, y argumentaba a su esposa que "Cada uno es libre de hacer lo que guste", quizás solo por llevarle la contra abiertamente en el asunto. Mas ahora, que también era indiferente al hecho de eliminar Infantes de la línea de sucesión, en la que no tendría participación.


-¿Y las disculpas son a ella, no a mí, hijo mío?¿Os creéis que la autoridad la detenta vuestra madre?
-cuestionó, viendo a Antso. Se sentía nuevamente ofendido, cuando le recordaban aquello. Con el nuevo estado de las cosas, parecían más ligados a su madre, y no deseaba ceder terreno a las decisiones. Su cuchara se perdía en el caldo, mientras bajaba la mirada. Era cierto no le gustaba la sopa, gachas, tan extendidas en esa edad, y con origen seguramente en el Neolítico.

-Pero bah, haced como gustéis.-resopló al final, sin llevarse nada a la boca, en nuevo desagrado por todo lo que hiciera su esposa.

Y se veía distinta, su cabeza rondaba su incierto futuro. ¿Y ahora qué? Le había dado su vida, y sin ella, se quedaba sin nada. Asistía, pues, en aquella cena, en el hogar que siempre lo fue, para seis, a un final que ya tenía asumido. Tanto era así, que podía obviar la perorata de Ederne, y centrar su atención en las velas en la araña de hierro, suspendida en el salón...


...no es vida para vos, como no lo es para ninguno seguir haciéndonos daño. Tendréis el tiempo que requiráis para dejar el Palau y alejaros de mi vida sin que nadie os persiga ni os atosigue. Si deseáis iros del reino, lo entenderé y nadie os impedirá la salida de él. Por vuestro cuello y vuestra lengua no temáis, rogare a mi madre para que se salven ambas...

La oyó decir, y su atención volvió. ¿Había oído bien?. Le hervía la sangre.

-¡Pero vos, por más Princesa que os digáis, sois una furcia!¿Qué diablos pretendéis?¿Desposeerme, y ya además de perder vuestro amor, sentirme suertudo de conservar la vida? No os he hecho nada en todo este día, he acatado vuestra cena, vuestro desgano, he abandonado vuestro, NUESTRO maldito lecho, ¿Y además pretendéis echarme de mi propia casa?¿Dejarme en la nada, y venís aquí de rosas, como si yo fuera un jueguete en las manos de una Infanta caprichosa?

No controlaba sus palabras. No se daba cuenta que aquello no tendría vuelta atrás.

-¿Y queréis también imponerme a mí que demonios hacer con nuestros hijos? Iros a jugar con las muñecas a otra parte, yo soy un noble, de la altísima nobleza, por mi trabajo, algo que vos no conocéis, y aún así, siempre criticásteis, buscando distraerme con aquello a lo que ahora esquiváis "porque ya no es lo mismo".

Estaba haciendo un escándalo del que se enteraría todo el mundo, seguro por medio de Isabel. No supo cuando se había encolerizado así, porque lo veía injusto, él era víctima, y ahora gritaba.

-Haced lo que queráis, pero de ésta casa, no me sacará ni un ejército. Es mi Condado. MÍO. Y mis hijos también. Iros a vuestra Corte, con vuestros cortesanos superfluos y vanidosos, vuestra charlatanería vacía, los trovadores y todas esas cortesanas liberales. Seguro va más con vos.

Pero no me digáis a mí que he de hacer de mi vida. Menos ahora, que no sois nada para mí. Si alguien se va, seréis vos.


Y la miró a los ojos, desengañado. Los tenía abiertos. No sabía dónde estaba la mujer a la que había amado tanto, y cómo habían llegado a esto. Sentía pena, muchísima. Se arrepentía, pero tenía razón. Sostenía la mirada, quizás ante todos aquellos, que atónitos, le miraban.

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Era cierto que habían llegado tarde, o al menos Antso. No le gustaba para nada el hecho de estar presente en aquella reunión tan familiar pues sabía era una visita en aquella casa.

Su hermana no le miró con desaprobación, pero si lo hizo el Conde. Antso nunca soltó su mano hasta que ambos tomaron asiento. Ederne sirvió la sopa. Entonces su hermana comenzó a explicar el motivo por el que había sido reunidos y a cada palabra que ella decía, no daba crédito a lo que oía - ¿era verdad, como había sido posible aquello? - se preguntaba, hasta que su hermana habló de volver sin réplicas al palacio real, sin darse cuenta de su imprudencia respondió - ¡por qué, no deseo volver, yo..! - pero con voz tímida, imperceptible, que casi nadie notó porque al tiempo que ella hablaba, el conde Borja se levantaba iracundo a enfrentar las palabras dichas por su hermana.

El porte que tomó, la actitud, la hicieron temblar; buscó la mirada de Antso, pero éste miraba fijamente a su padre, hasta que, de todos los gritos emitidos, llenos de rabia, por el conde, dos se quedaron en su memoria: Furcia y ejército. No podía creer lo que estaba oyendo, como osaba llamar así a su hermana; se levantó de golpe, apoyándose en la mesa para no desvanecer - ¡Insensato y vil, eso es usted. Como se atreve a llamar a su alteza real de esa forma, quién cree es y que derecho supone le hacen merecedor de realizar tal infamia! - tragó saliva, nerviosa, no midiéndose y además, con muchos deseos de llorar por el miedo que le provocaba la situación y el conde - mi madre la Reina sabrá de esta afrenta, ¿ejércitos? ¡por supuesto!- le amenazó sin medir lo que hacía. Miró con ojos tristes a todos sus sobrinos y dedicó una última mirada a Antso - lo siento... - alcanzó a decirle y salió en carrera de aquella cena, que más que eso, parecía una escena de terror para ella.

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