Afficher le menu
Information and comments (0)
<<   <   1, 2, 3   >   >>

[RP] Hay un tiempo para todo.

Anabel.


¡Ella controló sola un ejército! - pensó emocionada, pero sin decir palabra alguna. Si aquella mujer tan delicada y bonita, tanto como lo era su madre, podía ser militar, ella sería igual. - Muy bien, señora Juliane. Iré a dormir, espero verla por la mañana aquí mismo - sonrió, pues no tenía mejor manera de demostrar su agrado y se retiró de la sala corriendo. Una vez llegó a su habitación, se deshizo rápidamente de toda ropa, o al menos eso pensó ella. Sin haber terminado de desvestirse, se quedó dormida sobre su suave almohada y su padre, quién horas después fue a verla, la cubrió besando su frente como lo hacía cada noche desde que vivía con él.

A la mañana siguiente, Ana cepillaba su cabello y mientras lo hacía (y sin saberlo) repetía las palabras y lo dicho por la dama Juliane, como si fuese la mejor de las estudiantes - Ducados, Condados, ¿Marquesados? ¡tsss! no, no - caminaba por la habitación con el cepillo y un mechón de cabello tomado en su mano - Ducados, Marquesado, Condados y vizcondados ¡sí! pero...ay el resto lo olvidé. Le pediré repasemos aquello. Y el rey, pero ¿tenemos Reina, es lo mismo? - cuando entró la mujer que cuidaba de ella y la asistía en su habitación, se quedó boquiabierta mirando a la niña - ¡que observas, insolente! siempre tan chismosa, entras por ahí como blanquito para que nadie te oiga - se giró dándole la espalda algo sonrojada por verse atrapada en sus pequeños desvarios - me gusta su cabello peinado, señorita, es tan bonito y largo - la mujer cerró la puerta y Ana ya estaba lista. Comió con celeridad aquella mañana, le podía la curiosidad de qué le enseñaría Juliane - ¿La vizcondesa está bien, ha sido bien atendida? espero le dieran de comer y una habitación bonita, que tenemos muchas ¿y papá? quería verle, deseaba contarle cosas- El estirado de Alfred de disponía a responder, pero ella sabía lo mucho que le molestaba le dejara con las palabras en la boca, así que mientras se iba le dijo - ¡No importa, me voy a esperarla a la sala!.

Corrió agarrándose el vestido que no sabía utilizar, para no tropezar, entró abriendo a dos manos la enorme puerta de la sala, frenándose de golpe al ver a la vizcondesa ahí - maldito Alfred, como le odio, no me dijo - Buenos días, vizcondesa ¿comió usted queso y pan? - se sentó y tosió un poco pensando y cuestionándose en secreto - ¿en serio le has preguntado eso, Ana?, pero qué bruta saliste - Bueno, espero descansara. Yo lo hice, estuve repasando lo dicho por usted, es muy interesante ¿que libros leeré? - no podía estar quieta y en silencio, aunque en verdad lo intentaba, le costaba frenar ese ímpetu que la hacía imparable. Y tanto se daba cuenta de ello, que al notarlo, siempre terminaba su avalancha de preguntas con un profundo suspiro. La de Chert, tan delicada y paciente, solo le sonrió y se sentó a su lado.

Alfred seguramente reía pensado en el bochorno que la pequeña rubia habría sufrido con la Vizcondesa, debido a su modo normal de actuar.

_________________
Juliane_bp


Cuando hubo terminado su primer encuentro con la de Bournes, Juliane solicitó al mayordomo, que por favor le indicara a su cochero que bajara su baúl con sus pertenencias, pasaría la noche en Castillo, tal como se lo había ofrecido el buen Alfred.

La luz lunar reflejaba los ojos aún despiertos de la vizcondesa. Sus pensamientos flotaban en torno a esa niña tan espabilada y llena de espontaneidad y alegría. Sus deseos de ser madre comenzaron a rondarle y con ello quedóse profundamente dormida.
 
El día siguiente despuntaba y tal como lo habían pactado el día anterior, la Berasategui, acompañada de varios libros, una pila de pliegos de papel escritos y un humeante té, aguardaba en la biblioteca la llegada de Ana.

- Buenos días, vizcondesa ¿comió usted queso y pan? - saludó jovencita al entrar bruscamente a la sala - Bueno, espero descansara. Yo lo hice, estuve repasando lo dicho por usted, es muy interesante ¿qué libros leeré? - preguntó, con la desenvoltura que la caracterizaba y luego tomó asiento.
Juliane sonrió con ganas al verle y oirle - Buenos días tengáis, damita Ana. Veo que el descanso os ha sentado de maravillas – dijo la dama, observándola con el cariño que prontamente ya le tenía – lucéis muy bonita esta mañana – añadió sentándose a su lado y cogiendo uno de los libros.

La dama abrió el ejemplar, colocándolo frente a ellas, como para que la pequeña pudiera verlo y con esmero le mostró imágenes de mapas y lugares, títulos nobiliarios y cómo debía dirigirse a quienes lo llevaban.

- Mirad – le dijo señalando la imagen de un Rey – a él se le llama Su Majestad, a los Condes, Egregios; a los Marqueses, Ilustres; a los Barones, Nobles; a los Caballeros, Mosén – sin notarlo dejó escapar un suspiro en tanto hacía una pausa, y continuó – a los Duques, Excelencia; a los Vizcondes, Espectables, como así también a los miembros de la diplomacia; Su Señoría a los señores; y a los miembros de la familia Real e Infantes se los menciona como Su Alteza Real.

Así continuaron por horas. Ana ponía real interés en aprender y no guardaba ninguna duda o inquietud, más bien preguntaba sin pudor alguno. Ello incentivaba a la vizcondesa a abordar más temas de los que tenía previsto, y sin notarlo ambas, la hora del almuerzo les había sorprendido.

- Bien, haremos algo diferente ahora – sugirió la dama cerrando ambas tapas del libro – te quedarás con él y así podréis repasar todo lo que hemos visto hoy. Se puso de pie y con un sutil gesto de su mano, pidió que se acercara – nos tomaremos un descanso de la mente y practicaremos caminar elegantemente para que nuestros vestidos luzcan más bonitos aún, qué opinas? - desafió con picardía a la pequeña.
- La elegancia es un conjunto de cualidades que van desde el comportamiento social hasta la simple delicadeza y el buen gusto – pronunciaba la Berasategui mientras caminaba siguiendo el patrón de una gran alfombra que cubría el suelo, sin dejar caer su mirada al mismo - la cuestión postural dice mucho de nosotras aún sin que usemos las palabras. Debéis tratar siempre de estar derecha, erguida, mirada al frente. Sentaros con las piernas juntas y nunca dejéis caeros en la silla – demostró haciéndolo - una verdadera dama se reconoce por sus modales. Dar las gracias, pedir las cosas por favor, saludar, sonreír, sentaros bien a la mesa, usar los utensillos de manera adecuada, saber sostener una copa, bueno, hasta la forma en la que toséis y estornudáis cuenta - rió con gracia.
- Ahora es tu turno, te atrevéis? - retó Juliane esbozando una sonrisa y señalándole el sitio donde comenzar - y para hacerlo más audaz, la próxima lo intentaremos llevando un libro sobre nuestras cabezas, verás cuán divertido es - añadió la dama, poniéndola a pueba otra vez.

_________________
Anabel.


Muy bien, Espectable Juliane - dijo sonriendo, demostrando así que las horas (que por cierto fueron en extremo interesantes para Ana) habían quedado grabadas en su cabeza.
Ahora sabía cómo referirse a su padre y al resto de la gente que frecuentaba el castillo o en las reuniones a las que asistía con el conde. Sin embargo los vestidos seguían pareciéndole un estorbo.

- Dar las gracias, por favor, sentada, quieta... ¿podré hacer eso? suena difícil.... - decía mientras caminaba - maestra, son muchas cosas. Ya se sonreír, espero valga - de tanto hablar casi tropieza por enredar los pies con el borde de su vestido, miró a Juliane quién con maestría, mantenía la mirada alta, erguida, con sus manos sostenía el vestido y trató de imitarla. Lo logró, aunque no con tanta habilidad como ella.
Mientras Juliane dictaba su clase y ella la observaba se preguntaba como se podía llegar a ser así, cuantos años tardaría y que sin duda la vida de noble era difícil, quizás ser nada o nadie, caminar los caminos de la forma que más te acomodara, correr libre, navegar sin preocupaciones en el barco surcando el mar, era lo más indicado para ella. Tantos quizás ¿y su madre? seguramente también fue noble y lo dejó todo ¿se aburrió y se ella también?. Luego su vista se desvió a una pintura de su padre. Estaba vestido con armadura y estandartes le rodeaban, se veía más joven, su padre era y es muy guapo - Pero esto que hago es por papá y por mi, es lo que quiero - pensó recordando al mismo tiempo que cuando supo la existencia de un padre, pensó en huir y ser un pirata. Que vueltas daba la vida, como blanquito corriendo tras su cola.

Entonces puso más empeño, alzó la barbilla y caminó erguida, sosteniendo su vestido avanzó unos pasos. Luego se detuvo y miró con cierta ilusión a su maestra - ¿y bien? - la vizcondesa sonrió y le dio un abrazo cariñoso - Excelente - respondió ella - ¿Sed? le invito algo de beber, señorita - dijo Ana, haciendo práctica de amabilidad.

Pasar tiempo con ella y aprender la ayudaba a descubrir cosas de su genero que no conocía y que le agradaban, al igual que con su maestro de armas, aunque con él descubría cosas más terribles que ni ella sabía tenía en su corazón, como el gusto por la pelea, las armas y vencer.

_________________
Anabel.


Tiempo pasó.... indeterminado, en diferentes formas para unos y otros, pero para Ana pasó no solo en su cuerpo, sino también en su vida...

-.-.-.-.-.-....


Golpeó con fuerza el peto de su maestro, esquivó con la habilidad que solo le daba la juventud y se enfrentaron las espadas. Estas seguían siendo de madera, cosa que ella no comprendía, pero con el tiempo había aprendido a aceptar y acatar las decisiones de su maestro.
Una vez más, el pesado brazo cargando aquella peligrosa arma cayó sobre su cabeza, le costaba resistir la fuerza que aplicaba el de Dávila, ahora podía, pero en otras tantas se le doblaban las rodillas y terminaba en el suelo con la espada en el cuello. Más su maestro le había enseñado bien, a utilizar la cercanía y la fuerza del oponente en su contra, por lo que giró su cuerpo, aplicando la misma fuerza para que su oponente saliera de su círculo cercano, su círculo de vida.

Antonio le había enseñado que en los duelos con espadas existían círculos. Dichos círculos eran varios, cruzados unos y otros, algunos eran terribles para el enemigo y ella debía aprender a llevarlos hasta esos puntos, otros, como el que acababa de librar, era peligroso para ella puesto que si el enemigo se acercaba tanto, podría perder la vida. Su maestro no tenía compasión con ella, muchas veces y noches enteras sufrió fiebres a raíz de los golpes o el agotamiento, su padre estuvo más de una vez por petición de Juliane a punto de suspender los entrenamientos, pero ella se negaba. Antonio decía "Si eres una mujer, ve a bordar. Si vas a ser una mujer que luchará con espadas, resiste como un hombre y pelea mejor que ellos".

Cuando logró apartarlo de ella, sonrió, movió la espada de una mano a otra. Realmente disfrutaba el combate, no había nada más que le causara tanta satisfacción que enfrentarse en duelo. Y a pesar de que las agradables tardes en compañía de la vizcondesa la transportaban a otro mundo más delicado, un mundo donde sacaba la ternura escondida que llevaba dentro, era ahí, en la tierra y las piedras, en el círculo de entrenamiento dónde sacaba todo su potencial y su deseo de pelea. - Muy bien, maestro. ¿Seguiremos en estas vueltas o ya iremos a otro punto? comienzo a aburrirme de resistir y no enfrentar algún peligro más.

Su maestro se detuvo y sonrió, pocas veces lo hacía. Le dio la espalda mientras entregaba a un mozo su espada y se sentó en aquella silla que había enviado a poner para él junto en un extremo del campo. Ella cogió su cabello en una cola y se retiró los guantes unos instantes para mirar sus manos, desde que había aprendido a usarlos, sus manos se volvían cada vez más delicadas - He crecido un poco, aunque no mucho señor Dávila. Creo necesito otra cota y jugar más en el bosque - aquello último lo soltaba para incordiar a su maestro, a pesar del respeto profundo que sentía hacia él, no podía evitar buscar fastidiarle unos instantes.
Para mayor recuerdo, aquel día de noviembre cuando no asistió al entrenamiento y fue a bañarse al mar, mismo lugar dónde su maestro la encontró y la llevó al entrenamiento a rastras.

- ¿Y bien? - se sentó en el suelo junto a él - quizás deba entrenar más con el escudo, creo que soy demasiado temeraria y lo suelto más de alguna vez. Aunque eso lo decidirá usted, señor - lo miró esperando una respuesta mientras mordía una manzana - aprender a guardar silencio es labor que ha de enseñar tu maestra, la vizcondesa. Le diré insista en ello - respondió el maestro y Ana arrugó la nariz, soltando luego un suspiro.

- Levántate, es hora. - dijo él avanzando hacía las armas que se hallaban a la vista - lo sabía, el escudo - se levantó de un salto y lanzó su manzana a un caballo que estaba cerca. Se puso los guantes - ya estás lista - dijo él. Ana lo miró con curiosidad - ¿lista para qué?

_________________
Antonio_davila


Tomó una espada corta, de esas que no llevan mucho peso, de manera tal que la niña pudiera sostenerla. La arrojó y quedó clavada frente a los pies de Ana – es hora de que toméis una espada de verdad – le dijo.

Debéis comprender, pequeña, que a partir de ahora seréis capaz de matar… - le hablaba mientras desenvainaba su espada y caminaba hacia ella – y también de ser muerta. – se lanzó en ataque directo para forzarle a defenderse con la espada. Cortó desde arriba y la niña bloqueó el ataque con una defensa horizontal – decís que sois temeraria, pues bien, seguid así, porque el escudo.. – se giró y ahora atacó con corte horizontal y nuevamente la niña lo bloqueó – el escudo suele ser un estorbo la mayoría de las veces – hizo otro ataque horizontal, esta vez a la izquierda de la niña y nuevamente lo bloqueó – y debéis aprender a pelear sin el, pues no andaréis por la calle con un escudo, más si siempre con una espada. – Se retiró un poco hacia atrás – debéis mejorar la posición de vuestros pies, vuestra defensa se debilita con ello. Pero bien, ahora atacadme – se puso en posición de defensa y esperó el ataque de Ana. La niña se lanzó al ataque, sin duda ahora la pequeña ya sabía cómo hacerlo y no sucedería como en aquellas primeras veces.

Lucharon así un rato, ataques y defensas intercambiadas, el día no era nada caluroso e incluso estaba algo nublado en Olocau, aquello sin duda favorecía a que el entrenamiento no fuera tan extenuante.

Ahora! – exclamó pidiendo que la pequeña atacara hasta hacerle perder la defensa a su maestro – ¿acaso no vais a poder romper la defensa de este viejo? – la niña atacaba y se esforzaba en ello, pero no parecía poder lograrlo, pues el sargento parecía un árbol inderribable, y mientras paraba ataque tras ataque de la niña, iba diciéndole - ¿sabéis porque las espadas son más ligeras ahora?, pues os contaré, las responsables son las balas, que con el uso de los arcabuces y mosquetes en aumento, ahora no son necesarias armaduras pesadas, por lo tanto las espadas tampoco deben serlas. Así que habéis nacido en un tiempo donde la fuerza no es tan importante ahora, y tenéis suerte, pues no sois más que un gusano todavía – la niña se esforzaba más al oírle y el sargento aún soportaba los ataques, aunque la juventud de la niña sin duda era una ventaja para ella.

Entonces, Dávila decidió que era tiempo para algo más y contratacó. Hizo su defensa más distante estirando más el brazo, esperó una estocada de ella y enredó su espada y con tres vueltas de su espada la despojó de la suya, la miró sonriendo – gusano! – la niña le miró enojada. El Sargento lanzó una estocada contra la pequeña, justo al hombro derecho, donde vio que le resultaría más difícil esquivar, pero previsiblemente lo haría, la niña se hizo a un lado y sonrió por esquivar el ataque, sin embargo, el sargento retornó su espada con un corte que esta vez la pequeña no pudo eludir y a pocos centímetros del hombro su maestro le había causado una herida no tan profunda, pero si sangrante. Y casi en el mismo momento en que él hacía el corte la niña propinó un certero golpe con su pequeño puño en la cara de su maestro, haciendo que este casi pierda el equilibrio. Él maestro retrocedió riendo – jajaja… vuestra primera herida de espada, no es profunda, pero dejará cicatriz… y sin duda vuestro golpe me dejará un moretón en el rostro– descansó con la espada y la envainó de nuevo.

Luego, la niña se tomó la herida y parecía no saber qué hacer, Antonio, sin embargo, si sabía y quebró el silencio de la pequeña – tranquila, no moriréis por eso – rió – Ana de Bournes, este será vuestro bautizo, y con ello dejáis de ser un gusano, pues me habéis demostrado que no lo sois – se acercó más a ella y tomando un pañuelo que tenía lo amarró alrededor de la herida de la pequeña, luego le extendió la mano y tocando su otro hombro le habló – sois una gran estudiante, Ana, y quiero que sigáis siendo así. Seguid siendo el orgullo de vuestro padre y apellido, y sabed que de ahora en adelante yo también me sentiré orgulloso de vos – así terminó el entrenamiento de aquel día de noviembre.
Anabel.


Una y otra vez, su maestro la llevó al límite de su conocimiento, pero no el de su fortaleza. La juventud que cargaba, le permitía moverse con agilidad, sin cansarse y además, querer más. Combatieron largo, para Ana fue como estar en el mejor de sus sueños, cada movimiento de la espada, el defenderse, en sentir la adrenalina corriendo por su sangre y llevándola a querer poner más fuerza en sus golpes.

Le llamó gusano más de una vez, ella sabía que lo era, aún le faltaba para salir de ese estatus y ser la alumna de su maestro, aunque eso no evitara su rostro demostrara su enojo debido al orgullo. Esperó el embiste de su oponente, pero éste cambio de técnica, extendió su brazo, consiguió su espada y la desarmó. No conforme con ello, lanzó una segunda estocada que esquivó, pero no así el regreso de la hoja de su espada, hiriéndola. No tenía más que sus manos, tenía que defenderse, y lanzó con todas sus fuerzas un golpe a su rostro con el puño cerrado, lo que hizo tambalear a su oponente.

- No es profunda... - dijo el de Ávila, pero Ana no había visto una herida así en su vida. La sangre salía a borbotones, su sangre, manchando su camisa por completo. No sabía que hacer más que sujetarla con su otro mano, dolía y sentimientos se mezclaban. ¿Debía llorar, enojarse, salir corriendo? - No, debía aguantar, soportar, aquello no era nada - No moriréis por eso - dijo el maestro. Tomó un pañuelo y le vendó la herida, deteniendo el sangrado - habéis dejado de ser un gusano, y ahora sois mi alumna. - aquello era lo que tanto había deseado oír, al fin una recompensa a tantos meses de esfuerzo, al fin era alguien digna de su padre y apellido, generando orgullo propio y orgullo en los que amaba.

- Un golpe por una herida, maestro. Aunque habéis librado mejor que yo. Os prometo, por esta confianza que hoy me dais, que un día seréis vos quién sangre - esta vez tomó ella su hombro, sonriente aunque adolorida - vamos a comer algo, con los soldados. Hoy hay carne -

_________________
Anabel.


Fue un día caluroso para ser noviembre. El invierno, lento pero seguro, avanzaba certero con días lluviosos y fríos, pero aquel día brillo el sol y mucho. Tenía mucho que leer por orden de Juliane, pero la vieja biblioteca le parecía ya un lugar demasiado conocido, por ello tomó la decisión de ir a algún lugar a leer ¿por qué no? Al fin y al cabo estaba haciendo lo que le habían pedido pero en otro lugar. Tomó sus cosas, como siempre, llevaba camisa y pantalón, más cómodo para cabalgar y para todo en realidad. Y mientras se iba, tras poner su libro y unas manzanas en su morral, recordó su espada. No era muy buena, ni del mejor acero, es más, era una espada de las muchas que había en la armería del castillo, pero el de Dávila había insistido la llevara a dónde fuera, incluso a sus clases de protocolo, para que se acostumbrara a ella. Lo bueno es que le había enseñado como poner el cinto, la posición del mismo, como acomodarla y ajustarla bien, sino le habría tocado llevarla en la mano o el bolso.

Una vez lista, tomó a Estrella, a quién la habían cepillado y dado de comer hace poco, y salió del castillo. Creyó oír la voz de Pedro, en la cabalgata se giró confirmando era así – ¡Voy cerca, a la costa, no tardo! – seguramente le replicó algo, pues era su trabajo cuidar de ella, pero no le oyó. Ana ya había recorrido más de una vez las tierras de su padre, por ello bien sabía dónde ir, aunque no había tenido la oportunidad de acercarse a esa pequeña playa rodeada de rocas, pero a la cual se podía bajar por un angosto, pero seguro sendero.

Cuando lo vio, el lugar era perfecto. Tenía al mar de frente, unas rocas detrás y un árbol que le dio cobijo. Ató la rienda de su yegua y le regaló una manzana, luego se sentó y se comió una de las deliciosas frutas. Antes de tomar el libro, cerró los ojos, recordó la herida de su brazo y la tocó, ya casi no le dolía pero que increíble había sido aquello, le gustaba mucho entrenar, cada día lo esperaba con ansias. Abrió los ojos, tomó el libro y lo abrió – Valencia, mil cuatrocientos cincuenta y seis, corrían los día del señor, bajo el reinado de Anzo I… - suspiró, aunque le pareció interesante el blasón dibujado en el libro y continuó – esposo de su majestad Sorkunde, Reina de Aragón… - aquello cobró más interés y sin darse cuenta se sumió en la lectura. Pero como toda buena niña, después de un tiempo, cayó en un sueño profundo sin darse cuenta.

El ruido de unas risas la despertó de golpe, era ya casi de noche y eso la hizo asustar. Estrella, su yegua, comenzó también a agitarse nerviosa – Pero qué tenemos aquí, una niñita no tan niñita y muy bonita – ella se puso de pie rápido, muy asustada - ¿Quién es usted? – preguntó, mientras se apoyaba contra el árbol. Otro hombre apareció tras ella, cogiendo su cabello y soltándolo luego. Como su yegua no le conocía, comenzó a tirar de la rienda, haciendo amago de patear al desconocido, qué mirando molesto al animal, se reunió con el otro hombre. Ambos llevaban botellas en sus manos, el primero más viejo que el segundo al cuál le faltaban la mayoría de sus dientes. Estaban armados y no parecían hombres de bien – ¡Maldito animal! ¿has visto?, ¡me ha pateado! Creo que será un problema y será mejor la pasemos a mejor vida – dijo el segundo hombre quién sacó una daga de su bota. La pequeña paseó la mirada siguiéndole, le vio acercarse a Estrella y cortar el cuello del animal, desangrándose frente a sus ojos. Horrorizada se llevó las manos a la boca, soltando lágrimas de inmediato - ¡salvajes! – Les gritó enojada - ¿por qué le han hecho tal cosa? ¡Era un regalo de mi padre! – el viejo le miraba con la boca abierta y ojos desorbitados, mientras el asesino de su querida yegua se limpiaba las manos en la arena – verás, niña, somos viajeros solitarios y tú nos has caído del cielo – el otro le acompañó en la charla – del cielo, sí, con esos ojos azules y esa piel tan blanca – mientras susurraban entre ellos y reían, intentó echar a correr, pero de inmediato fue interceptada por uno de ellos quién tomándola del brazo la lanzó contra el suelo - ¿a dónde crees que vas, niña? No lo hagas aún, eres muy joven y seguramente aún pura ¿crees desperdiciaremos esta fortuna? – el más viejo miró al otro – yo primero, vete lejos que no me gustan los espectadores. Sube la colina dónde no me veas, ya te avisaré cuando sea tu turno

Con pavor se quedó apoyada en sus manos mirándoles aún en el suelo, no podía moverse y a penas articulaba palabra – Mi padre les matará si me tocan o hacen daño ¡él es importante! – el otro hombre reía y bebía mientras se alejaba - ¡apúrate, deja la charla y hazlo! – el viejo se soltó la espada y el cinturón, dejándolos caer, tomó en su mano un cuchillo mientras más se acercaba – tu padre hallará solo huesos – le dijo y riendo, se abalanzó sobre ella.

_________________
Anabel.


Su mente se abstrajo en cierta forma de aquella brutal situación. Mientras sus ropas eran rasgadas, no había más que lágrimas y silencio en su mente. Desvió su rostro hacia un lado, después de recibir dos golpes fuertes en su rostro que por instantes le hicieron perder el sentido. Otro golpe y uno de sus ojos le dolía mucho, pero fue esa misma violencia la que le hizo fijar la vista en una piedra a su lado, movió su mano para comprobar si la alcanzaba y cuando la sintió en sus manos, el ruido y todo volvió a su mente rápido, un calor le recorrió el cuerpo haciendo a su mente descontrolar. Sintió el frio de la desnudez de parte de su torso y cuando aquel bastardo se disponía a satisfacer sus más bajos instintos, ella arremetía con aquella piedra, golpeándole fuerte en la cabeza.

El hombre cayó a un lado tomándose la herida, algo perturbado por el alcohol que había ingerido, lo que ayudó a Ana a poder librarse con rapidez de su agresor. Se puso de pie, aún mareada por los golpes, sin saber qué hacer, fue entonces que en medio de la arena y asomando el pomo, vio su espada. La cogió rápido y con torpeza la sacó de su vaina. Temblorosa, la blandió con ambas manos mientras el viejo y maloliente hombre de ponía de pie, iracundo, empuñando su daga – Nunca había probado las carnes de una muerta, para todo hay una primera vez – la amenazó - ¡te arrancaré los ojos, maldita! – avanzó con contra ella con todo el peso de su cuerpo, con el puño alzado blandiendo la daga e impulsándola con toda su fuerza contra ella.

Tenía en ese instante, o así lo creyó, imágenes vívidas de su maestro. Sus palabras resonaban en su oído, como las múltiples lecciones de Juliane sobre la educación y la cortesía, más su maestro le hablaba sobre defenderse o morir. ¿Morir, ahí? Sus manos temblaron aún más, pero recordó un paso de esgrima, uno importante, uno que le salvaría. Giró su cuerpo justo al tiempo en que aquel ebrio ponía toda su fuerza en la daga, tambaleó al ver desaparecer su objetivo y antes que siquiera pudiera incorporarse, ella arremetió empuñando con ambas manos la espada, atravesándole el pecho. No pudo sostener la espada pues el hombre caería sobre ella, así que la soltó haciéndose a un lado.

Por más que lo intentaba no podía controlar sus manos y la llevó a sus labios para callarse. Quería gritar de horror, de miedo y angustia pues oyó un chillido y pensó se levantaría como la peor de sus pesadillas, pero no fue así. Podía ver salir de su espalda la hoja de la espada - ¡Te estás tardando, voy a bajar eh! – alzó la vista hacia la colina, ya sin casi luz de día, el otro malhechor regresaba con una antorcha en sus manos. Se armó de una fuerza y valor guiadas por el miedo, empujó su cuerpo hasta girarle – Está muerto, frío, le he matado – tomó la espada desde el pomo y la jaló hasta retirarla. Vio sus manos llenas de sangre, luego su brazos y siguió las manchas con su vista hasta verse casi bañada en ella. La angustia se apoderó de cuerpo y comenzó a llorar sin poder detenerse, la luz de la antorcha estaba cada vez más cerca. Se movió asustada, perdida, de un lado a otro sin saber qué hacer. Al fin, olvidando todo y solo valiéndose de la ensangrentada espada que su maestro le había regalado, echó a correr hacia unas rocas, escalando sobre ellas para escapar - ¡lo mataste, asesina, corre mientras puedas pues te hallaré y arrancaré el corazón! – oyó decir al otro malhechor mientras, cansada y presa del pánico, alcanzaba la cúspide de la colina.

_________________
Anabel.


A ella le parecía que mientras corría, el ruido de su respiración era una llamada a la bestia que la perseguía y que el latido de su corazón, era la llama que ardía en la distancia para el cazador.

Más de una vez se detuvo y se tapó la boca. Llevaba la espada aferrada a su cuerpo, como si se tratara de su última oportunidad. Y esperaba, en silencio, que aquel desistiera. Pero la noche se extendió tanto para ella, que le parecía interminable y aquel desalmado no cesaba en su búsqueda. Cuando la llamaba, se oía la ira en su voz, la desesperación por hallarla y no solo vengar la muerte de su amigo, sino que consumar el deseo insano que le consumía. Pero Ana aún podía huir, quizás por la fuerza de su juventud o por todos aquellos sentimientos que no conocía y ahora la poseían. Una y otra vez se le escapó de las fauces, unas tan cerca, que creyó iba a morir, pero la fortuna la ayudaba con un sendero fácil de recorrer, un tronco de árbol o una roca donde hallaba escondite. Estaba tan consiente de esa suerte, que no se atrevía a enfrentarlo, no sentía la seguridad de esa espada que tanto refugio le daba y al tenerla tan apegada al pecho, asumía que su frío acero callaba el latir de su corazón, volviéndolo invisible e insensible. ¿Qué más podía hacer que correr? Era en ese instante un animal herido, perdido, que vagaba quizás cada vez más lejos de su hogar y más cerca de un destino que jamás imaginó. Era así, para Ana todo eran juegos desde tan corta edad, luego el amor incondicional de su padre, el cariño de sus amigos, el hacer y deshacer, el sentirse tan invencible a tan corta edad, para ahora verse como la nada.

Tanta debilidad la hizo dejar de llorar, quizás en realidad no le quedaban lágrimas. Estaba agotada de correr, a ratos volvía a oír los gritos de su perseguidor, en otros, el chillido del viejo al que quitó la vida, pero el que más le dolía fue el último aliento de su yegua, su amada Estrella. Qué pena era no poder recordar la voz de su padre, por más que trataba de acudir a algún recuerdo en su mente no lo hallaba. Era una burla del destino sin duda, que en tanto que recorrió no encontrara ni un solo hogar en las vastas tierras de su padre, dónde pudiese pedir auxilio. Estaba sola y su único consuelo era una vieja espada.

Pronto dejó de correr y comenzó a caminar sin detenerse por un sendero, sus piernas le dolían y no daban un impulso más que el de arrastrar los pies constantemente, un paso tras otro, mecánicamente. – Matar o morir – repetía – sin decir nada más. De alguna forma no se resignaba a ser atrapada, pero tampoco podía luchar más y los primeros rayos de un sol entre gris de nubes, comenzaron a bañar temerosos y frágiles los surcos en la tierra, largos y extensos, donde los humos provenientes de las primeras casas daban inicio al día. Entonces, sus ojos comenzaron a recibir las primeras imágenes de donde se hallaba, fue entonces que se vió en el camino directo a la entrada del castillo de su padre. Cualquiera que hubiese visto el hogar, habría corrido, pero no ella. Ella continuó de la misma forma y al mismo ritmo. Todo el feudo estaba alborotado, hombres a caballo bien formados dispuestos a salir seguramente en búsqueda de la hija de su señor y nadie, ni el más avezado, se imaginó la escena que los ojos de Pedro fueron los primeros en ver.

Por las puertas que se hallaban abiertas, una joven de largos cabellos rubios, ropas rasgadas y ensangrentadas, hacia ingreso en silencio hacia el interior ante la incredulidad de los soldados y el sollozo de las mujeres que en ese instante ahí se hallaban. Pedro le habló, pero los oídos de la joven estaban en paz, más cuando hizo el intento de acercarse a ella, la espada se interpuso entre ellos. Pedro alcanzó a esquivar el rápido movimiento y con un gesto ordenó que la dejaran hacer.

Ella siguió caminando hasta llegar a su habitación la cual miró largamente. Acto seguido, subió a su lecho donde se aferró a las blancas sabanas, dejando su espada sobre sus piernas, sin quitar la vista de la puerta. Tenía frío, mucho frío, uno que era inconsolable.

_________________
Pedro.


¡Eres un inútil! - lanzó al suelo a uno de los soldados de Olocau - ¡Aún no sales!, ¿crees es una broma? ¡Es nuestra pequeña señora. Ve ahora mismo y cabalga hasta la muerte si es necesario, pero debes traer al Conde, vete ya!

Pedro estaba exaltado y no solo eso, con la carga de la culpa. Ella era su responsabilidad ¿cómo respondería ante el conde por esto? con su vida por supuesto, si fuese su hija, él no lo perdonaría. Volvió a correr hacia la habitación de la pequeña - ¿te ha dejado entrar Alfred? - el viejo negó con la cabeza - Desconozco si está herida, hay mucha sangre. Quizás debería... - pero Alfred lo detuvo. Hizo un gesto con la cabeza y señaló: La niña había posado inconsciente su rostro sobre la almohada - Ahora es el momento - dijo el viejo, que a pesar de gruñón, en ese momento demostraba sabiduría. Tomó del brazo a una de las doncellas - quiero la revises y busques heridas - la mujer reclamó en susurros - ¡no soy médico! - pero Pedro no estaba jugando y la estrelló contra la pared - vas a necesitar uno sino haces lo que te digo - la agarró fuerte del brazo y entraron en silencio, con cuidado, Pedro retiro la espada y la dejó a su lado, no quería inquietarla si despertaba. La mujer la movió con cuidado y comenzó a revisarla - la herida de su rostro sangra, tiene un corte cerca del ojo y muchas rasmilladuras, pero no creo que ninguna de esas heridas provocara tal cantidad de sangre. Igualmente .... - la mujer bajó la mirada - ¿qué? - preguntó el capitán - envía a llamar a un médico y a alguna dama de su confianza, tiene las ropas rasgadas, quizás la han violentado. está ardiendo en fiebre...

Pedro no lo podía creer, la ira comenzó a apoderarse de él como nunca antes en su vida. Si algún desgraciado la había tocado, no descansaría hasta arrancare la piel a girones. Salió de la habitación en compañía de Alfred - mandaré a llamar a un médico, envíe usted por la vizcondesa. También a la dama Candela, ahí en la ciudad, la ex alcaldesa. La niña Ana siempre habla de ambas con mucho cariño, si algo le pasó, dudo nos deje acercarnos a algunos de nosotros -

¿Qué iba a hacer?, y cómo había pasado esto. Había que buscar a aquellos que la atacaron de inmediato - ¡Formen una escolta de quince hombres armados!, iremos a recorrer los caminos y traeremos a las mazmorras a todo aquel que sea extranjero ¡Rápido! -
--Sirviente_alfred


Todos iban a morir. Todos sin excepción pues cuando el conde supiera lo que le había pasado a su hija, no se salvaría ni el mismísimo demonio. - ¡Morir, todos, y de manera violenta - repetía cuando la niña no llegó y la buscaron en los lugares que solía ir. Ana era una traviesa, siempre salía, la mayor parte del tiempo acompañada o cerca y no había pasado nada. Pero justo cuando el Conde no se hallaba en Olocau, su hija desaparecía.

Pero Alfred no lo había visto todo, aún. Cuando Ana apareció ensangrentada y con la mirada perdida, se temió lo peor. La siguió hasta que la niña entró a su habitación sin que ésta se diera cuanta y se quedó ahí observándola. La niña no le agradaba, era tan revoltosa como su madre y eso le traía feos recuerdos; pero era una niña, y no merecía aquello. Cuando Pedro apareció, al fin la niña se durmió y pudieron revisarla, las noticias no era alentadoras - Haré de inmediato lo que me pides - y partió hacia el escritorio a escribir dos cartas que serían enviadas a galope hasta la ciudad, dónde ambas damas sabía se hallaban.


Citation:


A su Espectable Vizcondesa Juliane, ruego su pronta ayuda.

He de pedirle, no, rogarle, acuda de inmediato al Castillo de Olocau, pues la niña Ana ha sufrido un grave accidente y ha sido atacada. Necesitamos de vuestra presencia pues solo nos hallamos hombres en el castillo, le explicaré con más detalles en cuanto llegue usted. He enviado a un carruaje para que la traiga de inmediato.

Sin más,

Alfred
.


- Toma - le dijo a un mensajero - lleva el carruaje. La vizcondesa se halla en una posada, la que está cerca del ayuntamiento. Pregunta por ella y tráela - Luego, untó la pluma en la tinta y escribió la segunda carta.



Citation:


Mosén Candela, os ruego que leáis con atención,

Soy Alfred, sirviente mayor del castillo de Olocau. Os escribo aún sabiendo que no me conocéis, pues la niña Ana a la que se adoráis como a una hija, está grave y necesita de vos. Su padre tardará en llegar, son terribles noticias las que aquejan y vuestra presencia es vital para que la señorita Ana vuelva con nosotros. Venid pronto, os lo ruego.

Alfred.



- ¡Corre! - le indicó al segundo mensajero - pregunta por la ex alcaldesa y hallarás su casa ¡traela! -

Alfred estaba triste, triste de verdad, por la niña y porque sí o sí en cuanto llegara el conde, iba a morir.










Candela.


No daba crédito a las terribles noticias que aquel mensajero le daba, no podía creer que una de sus pequeñas estaba en peligro. Leyó la carta una vez mas y atormento al pobre mensajero con todo tipo de preguntas, que el joven, nervioso, no supo responder. No perdió tiempo y tras dar algunas ordenes a sus sirvientes Candela tomo un caballo y partió hacia el castillo.

El viaje no era largo, pero para la dama se le había hecho eterno. Iba acompañado por el mensajero que la espero y de un guardia que la acompañaba a todos lados por orden de su tío, ella misma muchas veces se quejo por ello, pero en ese momento entendió la preocupación de su tío.

Por fin habían llegado, el ambiente se encontraba alterado, se podía ver hombres armados preparándose para lo que Candela supuso "cazar al atacante", una voz interior le susurraba que vaya con ellos que ella misma clavara la una espada en el pecho a quien hizo daño a su niña, pero no, debía estar con Ana por mas sed de venganza que tuviera. No hizo falta que se presentara, su condición de ex alcaldesa hacia que la mayoría la conozca, por lo que un joven mozo la ayudo a bajar de su caballo y la acompaño hasta el castillo donde un hombre la esperaba, se lo notaba nervioso y preocupado.

-Supongo que usted es Alfred, Soy Mosen Candela, ¿donde esta? Quiero verla.

Dijo sin mas preámbulos, Candela no solía ser una joven fría, siempre tenia una sonrisa en su rostro, pero en esa ocasión esa joven dulce había desaparecido solo quería ver a Ana. El hombre saludo y la llevo directo a la habitación de la pequeña. en el camino Candela le pregunto que había pasado y éste le contó. El solo hecho de pensar que la hayan lastimado de daba escalofríos. Se pararon ante la puerta de la habitación y Mirando fríamente a los ojos a Alfred dijo

-Tráeme paños limpios y agua limpia que este fria y busca en el boticario hoja de tilo, ah! también trae agua caliente. Entrare sola.
Sentencio y entró cerrando la puerta tras ella.

Ana se encontraba tendida en su cama, dormida, sus ropas estaban rasgadas y con rastros de sangre, las sabanas estaban sucias con manchas de lodo y sangre. Candela se acerco silenciosa hasta la cama y la observó, tenia ganas de llorar, tenia ganas de matar con sus propias manos a quienes no la cuidaron, tenia rabia, eso era lo que ella sentía rabia. Se inclino sobre ella y despejo su rostro de los mechones rubios despeinados y sucios, saco alguna que otra hoja que estaba enredado, de repente la puerta se abrió y un sirviente había traído lo que ella pidió y tras dejarlo en la mesa salio dejándolas de nuevo solas. Tomo un paño limpio y lo embebió en agua, y comenzó a limpiarle el rostro, la herida no era profunda y ya no sangraba. Poco a poco fue limpiando sus brazos y sus manos, y al llegar a sus piernas se quedo inmóvil, sus piernas estaban lastimadas, temía lo peor y una sensación de desesperación la inundo, no podía dejar que la vieran en esa condición, por lo que tomo fuerzas y la siguió limpiando. Al terminar la miro con preocupación,, había puesto en su frente un paño frió para bajar la fiebre, pero a pesar del agua no despertaba. Debía cambiarla, por lo que mando a llamar a alguna doncella que le entregase algo limpio de la niña. Se acerco a la cama una vez mas y acariciando su rostro le susurraba.

-mi pequeña, despierta ya no estas en peligro, yo estoy aquí para cuidarte, por favor despierta


Tomo el paño y volvió a embeberlo en agua fría y cuando intento ponerlo en su frente, se encontró con los ojos de la pequeña completamente abiertos, pero no era la mirada dulce y viva que siempre tenia.

-Tranquila pequeña soy yo, Cande

le dijo, dejando los paños a un lado tomándole la mano.

_________________
Juliane_bp


A la espera de la respuesta de la vizcondesa, el jóven mensajero, que había traído la misiva desde Olocau, bajó su mirada al suelo y esperó. Sabía que no eran buenas las noticias que portaba.
- Aguardaré fuera de la posada, señora – dijo el muchacho por lo bajo, y se retiró.

Juliane abrió el pliego de papel y en tanto sus ojos recorrían aquellas líneas, se inyectaban en sangre, sus manos se volvieron temblorosas y por un momento le costó seguir en pie. No podía creerlo... era a cerca de Ana, su querida alumna.

Citation:


A su Espectable Vizcondesa Juliane, ruego su pronta ayuda.

He de pedirle, no, rogarle, acuda de inmediato al Castillo de Olocau, pues la niña Ana ha sufrido un grave accidente y ha sido atacada. Necesitamos de vuestra presencia pues solo nos hallamos hombres en el castillo, le explicaré con más detalles en cuanto llegue usted. He enviado a un carruaje para que la traiga de inmediato.

Sin más,

Alfred
.


- No... no puede ser... no a ella...- exclamó, llevando su mano a la boca impidiéndose hablar, mientras, con la otra, estrujó el mensaje arrojándole con ira. Buscó al jóven, mostrando impotencia en su rostro, y ordenó le esperase. Volverían juntos al Castillo de Olocau.

Cuando la dama hubo llegado a destino, sentía que el corazón le apretujaba en su pecho. Se presentó con premura ante los guardias, y casi sin aguardar su aprobación, se desplazó con rapidez por los pasillos, hasta la escalera que la conducía al cuarto de la jovencita.

- La dama Candela está con la pequeña señora,atendiéndola – expresó una criada al verle acercarse a la puerta de la alcoba de la de Bournes.
- Bien, tal vez será mejor espere aquí, gracias, no deseo importunar – respondió la vizcondesa algo agitada – id, que yo os avisaré si algo ocurre – hizo una pausa y continuó – avisad a Alfred de mi llegada, por favor.

Y con la mirada llena de tristeza y ansiosa por ver a su pequeña y saber de ella, apoyó sus hombros sobre la pared y aguardó.

_________________










Anabel.


¿Qué le iba a decir a su padre, cómo le enfrentaría y podría volver a mirarle tras lo que había hecho?
Una y otra vez podía ver los ojos desorbitados de aquel desgraciado, porque sí, eso era, no podía pensar en forma diferente de él pues le atacó - Estrellita mía, pobre de mi yegua, ahora no está más conmigo, cuanto la extrañaré - decía mientras rememoraba el instante en que con un cuchillo y sangre fría la mataron. Pero el cansancio pudo más y se quedó unos instantes dormida.

Susurros, ruidos, pasos, imágenes revueltas y el grito de aquel que le perseguía le hicieron abrir los ojos de par en par. Entonces la vio, ahí, sentada sosteniendo su mano. Cuanto terror y vergüenza podía llegar a sentirse en un segundo. Se vio expuesta su alma, débil y aún podía sentir ese olor nauseabundo en su nariz y en su ropa, que emanaba del que ahora yacía junto a la playa desangrado.

Se sentó rápido y se apoyó contra la pared, asustada, miró hacia un lado y cogió su espada, cortándose la palma de la mano mientras la abrazaba contra ella. Candela se puso de pié y ahogó un grito con sus manos por el susto. Tal acción hizo ingresar en la en la habitación con rostro compungido a su maestra.

Ahí estaban las dos mujeres que marcaban su vida, una enseñándole a ser alegre siempre, la otra a ser una dama fuerte y delicada a la vez, pero tenía rabia con ellas, sí, cuando las veía se preguntaban por qué ninguna le habló sobre aquello, por qué nadie le habló de la maldad. Y entonces, como la hoja seca de una rosa, se quebró en llanto - ¿Dónde están mamá y papá? - confundida las miró a ambas - ¿por qué me ha pasado esto? ¿por qué he debido darle muerte? ¡He matado a alguien! ya no soy buena, ni podré defender a mi padre ¿Dios me castigará? ¿Mamá, dónde estás? quiero a mi madre, quiero a mi padre... - dejó caer la espada que llevaba contra sí para cruzar sus brazos y protegerse de lo que sentía.

Ambas se acercaron a ella, una al lado de la otra. Candela retiró la espada de su lado mientras Juliane se acercaba y sostenía su mano - pequeña mía, por Dios, dime ¿te han...? - la vizcondesa no podía hablar mientras sus ojos, clavados en ella, trataban de dilucidar lo que quería saber - él me golpeó y se abalanzó sobre mi, rompió mi camisa y quería romper el resto, pero no pudo, le pegué con una piedra en la cabeza ¡No pudo, me defendí! - gritó y sin poder evitarlo ya, se lanzó a los brazos de Candela a llorar sin consuelo alguno.

Estaba tan cansada, tan dolida, quería tanto a su madre con ella, que sumó a su pena y angustia actual, las lágrimas que jamás derramó por su muerte. Pero su cuerpo era el de una niña, gracias a Dios, de una niña aún. Y sin más, se desvaneció entre lágrimas en los brazos de su querida Candela.

_________________
Candela.


Seguía acariciando su manita cuando, en un acto de reflejo, la niña se sentó de golpe tomando esa pesada espada que había traído con ella, Candela, pensó en ese momento que la había tomado por un extrañó y que le clavaría la espada, Se levanto rápido para evitar la estocada y al ver la mancha de sangre en su mano se asusto, la pequeña se había cortado.

Como esperaba la pequeña estaba en un estado de crisis por lo sucedido, pero ¿Que había sucedido ?, era lo que todos se preguntaban, todos sabían que algo paso, pero nadie sabia la gravedad. La joven Candela cruzo miradas con la Dama Juliane que había entrado, Candela vislumbraba en sus ojos preocupación y el dolor que sentía por lo que le pasaba a Anabel.

¿Dónde están mamá y papá? Pregunto la pequeña y eso le estrujo el corazón a Candela, Sabia que en estos casos la madre de una persona era crucial para sentirse protegida. Por fin la niña empezó a contar a su manera lo que paso, le habían atacado y había dado muerte a alguien, Sintió tristeza por la situación, y rabia porque los guardias no la habían cuidado como debía, era lógico debía hablar con Ducce.

La espada era una espada de poca monta, muy pesada para haber sido por un buen herrero, pero aun así en esa situación la niña pudo usarla, Candela pensó que estaba en lo cierto aquella niña tenia la sangre de una guerrera y esto lo confirmaba, Retiro esa pesada observándola unos segundos y volviendo hacia la pequeña, temía hacer la pregunta que había hecho Juliane, sintió un nudo en la garganta y como contenía la respiración mientras Anabel contaba lo que le paso

La abrazo fuertemente tratando de darle la seguridad que ella necesitaba, -Llora pequeña, descargate saca todo ese temor y angustia que tienes- Le decía mientras acariciaba su rubio cabello. -Ya todo paso mi niña, ya no te podrán hacer daño, acá estamos nosotras para cuidarte y enseñarte a cuidarte también.-.

No la soltaba por nada del mundo, cuando por fin se durmió en su pecho, aun abrazándola queriendo protegerla del mundo, miro a Juliane y con la mirada fría y calculadora le dijo.

-Matare a ese infeliz-

Se sabia que la joven había recibido instrucciones militares pero que nunca había matado a nadie, pero en ese momento Candela se dio cuenta que por esa niña mataría a quien le hiciera daño, Adoraba a esa niña. Cuando se percato que la pequeña estaba completamente dormida y con la ayuda de Juliane, la metieron entre las sabanas para qe descanse. Se acerco a la puerta donde varias personas estaban esperando noticias de la pequeña.

Anabel esta bien, la atacaron unos... unos mal nacidos, pero es mas daño psicológico que físico, pero necesita descansar, Alfred, por favor encuentren a los que hicieron esto y..- hizo una pausa pensando que era lo que queria que hicieran, ¿Que los traigan con vida? ¿Su cabeza?, no sabia, -y traiganlo, o matenlo, pero los quiero fuera de valencia, lejo de mi niña - Decía con rabia y dolor en su voz.

-Yo me quedare en la habitacion con ella hasta que mejore, y al que se oponga que intente sacarme. -Sentencio aun con la espada en la mano, esa espada que le había salvado la vida a su niña. Entrego la espada a un sirviente y volvio a entrar a la habitacion y se acomodo al lado de la cama de la niña durmiente.

-Pequeña te prometo nunca te dejare-

_________________
See the RP information <<   <   1, 2, 3   >   >>
Copyright © JDWorks, Corbeaunoir & Elissa Ka | Update notes | Support us | 2008 - 2024
Special thanks to our amazing translators : Dunpeal (EN, PT), Eriti (IT), Azureus (FI)