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[RP] El Palacio de Castilfalé

Kossler


Tras algunos meses de buscar una residencia a su altura en la capital Burgalesa, la había hallado. Se trataba de un pequeño palacio situado en el barrio rico de la ciudad, cerca de la Catedral y relativamente céntrico. No era muy grande, en comparación con la enormidad casi pecaminosa del Castillo de Alcañiz y no era, ni por asomo, tan confortable cómo lo era Mequinenza. De todos modos, era una edificación espléndida y sabía bien que en algún lugar tendría que vivir. Ya estaba cansado de que él y su esposa residieran en un lugar que no podían llamar hogar y además con un espacio tan limitado.

Tras contactar con el dueño, que resultó ser un importante mercader, el marqués comenzó a negociar el precio de venta del edificio. Estaba claro que aquél hombre quería deshacerse de aquella mole, pero no a cualquier precio. A juzgar por su espantoso aliento, necesitaba el dinero para comprarse algunos toneles de vino... que Kossler esperaba poder venderle, más adelante. Fué por ello que, tras pocos regateos, el marqués aceptó la cantidad que le pedía el burgués. No importaba pagar un poco más de la cuenta. En el fondo, un hombre contento bebía más.

Cuando hubieron arreglado las escrituras, ordenó el traslado de todos sus enseres a aquél lugar, que, aparentemente, habia pertenecido a unos nobles venidos a menos. Ya tenía algo que hacer.

En realidad el Palacio de Castilfalé data de mediados del siglo XVI, pero obviaremos eso y le quitaremos un siglo... que me viene de perlas para casita.

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Kossler


Los días habían transcurrido, poco a poco, desde que el Marqués se apropiara de aquél palacio en la capital castellana. Desde entonces, había estado ocupado en asuntos de negocios, algo de lo que nunca había tenido demasiado tiempo de encargarse personalmente. Tenía destreza en manejar los dineros ajenos, bien como Alcalde, Baile o Gobernador, pero no tenía por costumbre gestionar los propios. Por desgracia, antes de su llegada a tierras castellanas, había tenido tanto trabajo con sus respectivos cargos que jamás había podido dedicarle el tiempo que hubiera querido. Por ello había delegado esa labor en Seberino, que había llevado al día las cuentas de Mequinenza y Alcañiz, con suma dedicación y diría el Marqués que también de forma leal. Con las rentas que daban ambos feudos y el oro de las minas, por mucho que se embolsara, Kossler seguía teniendo las cuentas en positivo. Y dudaba de que aquél hombre le embaucara.

Ahora podía dedicarle tiempo, y pese a sus particulares vacaciones, se hallaba constantemente sentado en el escritorio, comprobando albaranes de compras y ventas de las Bodegas. La otra parte del día, la dedicaba a pasear e inspeccionar el funcionamiento de sus viñedos y, de vez en cuando, visitaba la de aquellos campesinos que trabajan para él y le vendían por entero sus cosechas. Finalmente, de vez en cuando, también echaba un ojo a los barriles, para comprobar que todo iba cómo debía. Pronto, muy pronto, tendría los primeros barriles de un vino mucho más prestigioso y rico que el de Mequinenza. Un vino de etiqueta, preciado desde muy lejos de las fronteras de la península ibérica.

Cuando se hallaba escribiendo unas letras a los campesinos locales, alguien llamó a la puerta.

-Adelante. -Les dió paso, levantando la cabeza de la mesa, observando la puerta de entrada.

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--Vincenzo_ambrosio


Hacía pocos meses que el siciliano había entrado al servicio de aquél hombre. Prácticamente desde que su antigua nave, la Stella della Note, fuera hundida en una incursión de dudoso objetivo. En ese poco tiempo, sin embargo, había aprendido algo de él. Era un hombre leal, muy amigo de sus amigos, pero aborrecía la idiotez y condenaba, sobretodo, la traición. Sin embargo, para él aquél acto tenía un doble rasero. Él podia cometerla, si le interesaba, pero no consentía que los demás le traicionaran a él. Era un hombre listo. Sabía la historia detrás de su apodo, el Matayernos, aunque realmente, no era muy difícil deducir que había pasado. Sin embargo, le había parecida correcta la decisión tomada al respecto. Le habían traicionado, y calculador, sin revelar su conocimiento acerca de eso, asestó el golpe cuando nadie lo esperaba. En eso, Kossler y Vincenzo se parecían mucho. Ambos eran extremadamente fríos y letales.

Pese a ello, Vincenzo no estaba aquí para hacer los trabajos sucios del Marqués. Estaba aquí para actuar cómo Oficial de cubierta y segundo al mando en el Impertérrito, el enorme barco de aquél hombre tan multifacético. Y no podría haberse negado a hacer lo que le pidiera, teniendo en cuenta lo bien que le pagaba. Su primera misión había sido volver a Mequinenza, junto con Seberino, tras haber dejado a su dueño y a algunas de sus pertenencias en Tricio. Allí tenían que cargar todos los objetos de utilidad que necesitara el antiguo caspolino, y llevárselos a la capital castellana.

Ya estaban de vuelta.

-Todos los objetos y pertenencias de su Excelenzia ya están en Palacio. -Bufó Vincenzo d'Ambrosio, con la voz ronca y silbante. -Si me dispensáis, os dejo con Seberino. -Murmuró, mientras mascaba algo. -Si su Excelenzia me necesita, sabe dónde encontrarme.

Tras terminar la frase, el siciliano se volvió en seco dando la espalda a los presentes y se alejó del despacho, desapareciendo en los pasillos del palacio.

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--Seberino_saez


Tras la marcha de aquél hombre tan misterioso, el de Larte tomó asiento frente al escritorio del Marqués. Permaneció un instante en silencio.

-No me gusta ése hombre. -Dijo finalmente.

Kossler levantó de nuevo la cabeza de su escritorio y dejó de escribir por un momento. Miró fugazmente los ojos de su mayordomo.

-Sabe bien lo que se hace. Tiene experiencia. -Le reprendió.

-Tal vez, pero ese hombre oculta muchas cosas. No me gusta.

El Marqués suspiró, dejando la pluma en el tintero y apartando a un lado el legajo de papel en el que estaba escribiendo.

-Todos sabemos que pese a decir ser un mercader es un pirata, o un mercenario. -Se encogió de hombros. -Le hundieron hace unos pocos años los mares de Turquía. Creo que había luchado contra ellos antes de la caída de Constantinopla. -Dió un toquecito en la mesa con el dedo. -Lleva navegando desde los doce, capitán desde los quince y ése ha sido su único barco. No lo habrá hecho tan mal. Y es precisamente el hombre que yo necesito. Dale suficiente oro y nos será leal.

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Manojito_d_claveles


Y no habían tenido suficiente la banda de invasores con ocupar el puerto del Ebro, sino que además, habían invadido varias de los palacetes insignes

- Sin duda esto es culpa del alcalde ¡debería Arderrrr! como la bruja de su tatara-tatara-tía - comentaba Grefusinda, su vecina del pajar coledaño.

Grefusinda, lejos de ser una donnadie, había sido el ama de cría de niselascuantas niñas nobles - que varones no permitía el amarrarse a sus pechos - era una persona pero que muy valorada en la sociedad burgalesa tan pródiga en oveja que de leche de vaca ni hablábamos.

Por las traseras de Castilfalé y en ligera cuestecilla tenía la clavelera su taller de cucharones de boj.

Como ilustre su vecino parecía ser, y no iba ella a ser menos que nadie, con cucharón y almirez se acercó a la puerta de visitas

- Toc toc toc, oiganméeee hay alguien ahí? - Al no contestar empujó el portón y caminó unos pocos pasos hasta el luminoso patio lleno de plantas de grandes hojas llenas de polvo

- ¿Oigan?
--Seberino_saez


-¿Quién diantres es usted para entrar sin avisar? -Gritó Seberino, que había llegado al portón de entrada de Palacio, atraído por el ruido de aquella bisagra que siempre chirriaba. -Preséntese, o haré llamar a la guardia de la ciudad para que le aprese. -Le increpó Seberino, amenazante.

De hecho, no dudaría en cumplir la amenaza y eso si era misericordioso. Si no lo era, haría llamar a su Excelencia, le contaría lo que pasaba y él se encargaría del tema, lo que, probablemente, sería mucho peor.

Se cruzó de brazos, esperando una respuesta.

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Manojito_d_claveles




A su espalda una voz llena de telarañas le hizo dar un brinco - oiga usted, que una no es sorda, sino una ilustre y reconocida vecina artesana, guárdese sus humores para el servicio - gruñó sacudiendo su delantal mientras escudriñaba las barbas del decrépito agitador.

- Me avise usted, si tiene a bien, al señor de la casa, pues sin mis servicios no se alcanza a entender cómo sobrevivió estos días en esta urbe



Disculpen por la triplicidad. Solicitada edición a moderación.
Kossler


-Usted no tiene que ordenarme lo que debo o no debo...

Una voz atronadora interrumpió la del Mayordomo.

-¿Qué es lo que pasa aquí? -Retumbó la voz del hombre que descendía en aquellos instantes la escalera, apoyado con una de las manos en la barandilla. -¿Que son semejantes voceríos?

Casi cómo un resorte, el Mayordomo del Marqués le respondió.

-Es ésta... -Dudó una instante. -Ésta mujer, que ha entrado sin avisar y al parecer quería verle, Excelencia. ¿La conoce?

El anfitrión escudriñó el rostro de aquella mujer, totalmente desconocida para él. Frució el ceño por un instante y luego negó con la cabeza, bajando el último peldaño de la escalera.

-No la había visto en mi vida. -Sentenció. -Yo soy el señor de la casa. ¿Y bien?

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Manojito_d_claveles


Y a la aguda voz del anciano le salió un gallo - Normal, a su edad cualquier día se va al otro barrio en un ataque de estos - pensó un momento la clavelera.

Y otro, tampoco demasiado agraciado, pero mejor vestido, bajó una de las escaleras que se presentaban al fondo de la estancia.

- Yo soy el Señór de la casa. ¿Y bien? - interrogó el nuevo habitante.

- Buenos días tenga, yo soy su vecina, la clavelera artesana del boj - sonrió a duras penas tendiendo el cucharón.

- Os traigo un presente típico, en este barrio todo el mundo lo usa para comer la sopa de ajo, trae buena suerte, dicen las viejas, esas de la edad de su sirviente... sí, esas mismas - dijo mirando de reojo al abuelo que trataba de recomponerse aún del desvarío.

- y bueno, que parecéis buena persona, dando cobijo a ancianos y señoras ejem... - continuó viendo de reojo a la cocinera

- No os molesto más... oh! si apreciáis vuestras entrañas... y la carnicera os trae morcillas, asadlas primero, esas tripas no son de primera y las lava en el mismo cubo en el que friega los platos... - asintió satisfecha. Estaba segura que todo aquello le seria de gran utilidad a aquel señorito aterciopelado.
Kossler


El Marqués observó, algo atónito, a aquella mujer. Sin embargo, pese a ello, debía mostrarse cortés.

-Muchas gracias por el presente. -Dijo mientras cogía el cucharón que la mujer le ofrecía. Se giró y dió unos golpecitos a la barandilla con el cucharón. -Lástima que no fuere de hierro forjado. -Se lamentó en voz alta. -Me hubiera servido para azuzar a los soldados.

Tendió el cucharón de madera a Seberino y luego dió unos pasos hasta el portón, abriendo la puerta con gesto delicado. Luego tendió la mano, cómo señalando la salida.

-Tendremos a bien escuchar vuestra advertencia. -La agradeció, finalmente. -De nuevo, muchas gracias y que el Altísimo os bendiga. -Profirió una bendición con los manos y se despidió. -Tened un buen día.

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--Lacasito


¿El nuevo estaba golpeando su cuchara contra la barandilla? No se lo podía creer

- de Hierro forjado no, señor de la casa, pero la cabeza de vuestros soldados tampoco llega a la consistencia de un cuenco de natillas...ahí los tenéis de mañana borrachos con la cabeza dentro de la fuente de la plaza de Santa María...yo no digo nada...pero murmurar se murmura... - Asintió convencida.

- Con el altísimo quedéis...usted también anciano, saludadlo de mi parte - me consta que como sigáis agitandoos de esa manera acabaréis muy pronto a su vera - se dijo para sí.
Kossler


El Marqués negó con la cabeza.

-Y eso que aún no les conocéis lo bastante. -Le respondía, pensando un improperio para aquellos haraganes en sus adentros. -Que el Altísimo os bendiga. -Repitió.

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Kossler


Tras aproximadamente un mes de travesía llegó de nuevo a Burgos. La vendimia había sido especialmente buena en tierras portuguesas, y por ello pudo comprar uvas de la misma especie que las que requería para elaborar su rioja, y además, a buen precio. Tras descargar en puerto todo lo que había comprado, dejó a Seberino cómo encargado de llevar las uvas a las bodegas para procesarlas y volvió al Palacio de Castilfalé, para descansar un poco.

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Fernanda.


Fernanda y su prima solían irse al río cuando querían conversar cosas de mujeres, aconsejarse e intercambiar ideas, recetas y secretos ajenos. Metían los cansados pies en el agua de la orilla donde la corriente no era fuerte.

-¡Ay Concepción! Que ya no me alcanza lo que me pagan en la taberna. No es vida lo que llevo... y si tengo que menearle el trasero una vez más al viejo Danilo vomitaré.- se quejó Fernanda pateando el agua y salpicando.
-Vaya, pues no sabría qué deciros. Yo me encuentro contenta con mi trabajo de aprendiz de costurera, pero no creo que quieras un trabajo así... ¿O sí?- preguntó Concepción a su prima.

-¡Me salve la Madre Divina! No estoy para andar dándome en los dedos con agujas ni coserle vestidos maravillosos que jamás usaré a las Damas de la villa.- exclamó ofuscada.
-¡Ale! ¡Ingrata! El trabajo con Don Danilo no está mal, os pagan más que a cualquiera en cualquier taberna del reino y aún así os quejáis... si tanto os angustia trabajar con Don Danilo, ¿por qué no vais a Castilfalé a probar suerte con los nuevos Señores de la ciudad? Dicen los mentideros que no tiene muchos sirvientes y que ese palacete está cubierto por una nube, pero no de lluvia sino de polvo.- dijo con disgusto Concepción mirando con desagrado a Fernanda.

La expresión en el rostro de Fernanda dio a entender a Concepción que la idea no le desagradaba -...trabajarle a un Señor o trabajarle al viejo Danilo... pues a ver si el Señor necesita de ayuda en su casa. Vamos, anda, ¡¡vamos Concepción!!!- dijo Fernanda tirando de la falda de su prima

-¿Y qué voy a hacer yo allá? Sois vos quien se queja de su trabajo, yo estoy de lo más de bien. ¡Soltadme la falda! ¡Tiráis muy fuerte! ¡Soltadla! ¡Ayyyyyy! ¡La descoseréis! ¡Ya está bien! ¡Que os acompaño! ¡Os acompaño!- gritaba Concepción sujetando la tela de su falda para que a su prima no se le quedara la prenda en la mano y ella no quedase desnuda.

Calzaron los zapatos y partieron a Castilfalé. Concepción no dejó de quejarse y explicar todas las razones por las cuales debería quedarse con Don Danilo y por qué ella no tenía por qué acompañarla pues tenía bastante quehacer... pero que sería buena prima y la acompañaría, pero ella no hablaría, que la dejaría hablar, que ella iría sola y que esperaría a una distancia prudente, porque no era su asunto sino el de ella, y muchos bla bla bla más.

Cuando avistaron Castilfalé, Concepción se quedó bajo un árbol sentada esperando a su prima quien, resuelta y esbozando su mejor sonrisa, se acercó al gran portón de entrada, donde fue interceptada. Acomodó su escote y explicó la razón por la que estaba allí. La mirada que le lanzaron fue de desconfianza, pero aún así le permitieron entrar a la propiedad, diciéndole por donde debía ingresar para preguntar por el Mayordomo, a quien finalmente debía preguntar si se necesitaban más sirvientes.

La joven agradeció e ingresó, avanzando con su habitual contoneo. Sintió que caminó mucho hasta legar a la puerta trasera. -Esta necesidad de ponerlo todo lejos... como es uno el que anda a pata...- gruñó mientras se estiraba la falda, reacomodaba su escote y peinaba un poco sus cabellos. Tocó la puerta con fuerza y esperó que alguien se dignara a abrirle, ojalá fuese el Mayordomo, así se evitaría tener que hablar con más gente y distender así el comenzar a trabajar en aquel palacete.
Kossler


Tras casi diez días en Tricio, por fin llegó a la capital. Tras ése tiempo, volvio casi loco, tras tantos días de soledad. En el barco había tenido que contar primero las gotas de agua que salpicaban cubierta con cada ola que golpeaba el casco. Cansado de descontarse, había decidido dejar aquello y ponerse a contar los nudos de la madera del barco. Contó prácticamente quinientos... porque ahí volvió a descontarse, así que optó por contar, esta vez, su propio grado de locura. Cómo tampoco logró hallarlo y volvió a perder la cuenta, lo dejó estar y decidió tomar el sol.

No es que el sol otoñal fuera gran cosa, pero era mejor que nada. Cuando el cerebro ardía, curiosamente le daba por pensar menos. Así pasó los dias, contando horas y estrellas, y contando personas en aquél barco. En eso no se perdía. Cuando llegaba al 1 ya había terminado.

Suerte que estaba en casa y que parecía cuerdo. Al llegar sólo se puso a contar las uvas que tenían sus viñedos.

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