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[RP] El retorno de la Marquesita

Ibelia.jordan




La Marquesa, dio por concluida la reunión en la torre a la que se había unido su hijo Leaford, Ricarda, Teravan y Maríeta, jóvenes y diestros guardias de su feudo, para ultimar los detalles del viaje; saldrían del puerto de Sagunt hacia Zaragoza a la mañana siguiente, serían seis en total, familiarizados con el manejo de la nave para que la travesía resultase rápida y segura y con la destreza necesaria en el manejo de las armas para una buena escolta en tierra firme, no sabia que iba a encontrarse en aquel incierto viaje pero estaba firmemente resuelta a hacer lo que fuera por recuperar a una de sus hijas.

Se harían acompañar del rapazuelo que a base de buena comida y vino aguado, contaba ya con pelos y señales la ubicación del lugar donde la monja aquella le diera el recado para los marqueses.

Quería pasar aquella última tarde al lado de su enfermo esposo, tenía la sensación extraña que quizá fuese la última vez; que todo lo que había sido y lo que habían vivido ya nunca volvería a repetirse, salvo como sombra nostálgica del pasado, La dama sentía que su vida estaba cambiando que la distancia era un abismo infinito y que todo esfuerzo era vano, el Altísimo tendría para ella otros caminos trazados y era ya tiempo de ponerse en marcha, si quería encontrarlos, porque dejarse morir seria un pecado.

Como si nada ocurriese subió a los aposentos y se acomodó en el sillón que tenía dispuesto al lado del lecho del padre de sus hijos, desde el cual, vigilaba noche tras noche, sus fiebres y delirios con la esperanza, hasta aquel momento, de que sanara de su mal.
Besó su frente, no sintió el calor abrasador de hacía unas horas, parecía que el rostro se había serenado de su tormento y la calentura remitía.

-Parece ser que las noticias te han alegrado como a mi. Se te ve mejorado. Ya verás como, muy pronto, todo será como antes. Toda la familia reunida de nuevo; haremos una fiesta. ¿Te parece? bueno sera algo sencillo que se que no es de tu gusto tales eventos.

La ampliación de las bodegas ya esta terminada, deberías ir a supervisarla en cuanto tengas ocasión. mientras estemos fuera te quedas al mando de todo que te ayude Abelardo.
La marquesa volvía a su irreal dialogo con el ausente Ysuran. Y así continuó como si su cháchara interesase lo más mínimo al enfermo, hasta que el sueño cerro sus ojos.

A la mañana siguiente antes de que el sol despuntase por el horizonte ya estaba todo preparado para partir; al galope se alejaron del Castillo morada de los Pellicer i Jordan.
Sin echar la vista atrás Ibelia dejó de pensar en preocupaciones personales y centro todos sus esfuerzos en la nueva misión salvar a Aliena a de aquello que la retenía, fuera lo que fuese y costase lo que costase.
Embarcaron en el puerto de Sagunt y pronto la costa y con ella sus cabilaciones; se alejó de su vista.

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Alienaa


El curandero llegó tres días después de que le enviaran la misiva con motivo de urgencia. Dejó su bolsa de cuero repleto de frascos y hierbas sobre la mesa de la cocina y ordenó que le pusieran a calentar una olla con agua.
Eulalia estaba con él para vigilar lo que hacía e ir describiendo los síntomas y la historia de “la loca”.

-Es la primera vez que escucho un caso como este. – Dijo el curandero cuando Eulalia terminó su relato. -No creo que la poción sea efectiva, pues normalmente la preparo para curar los malos recuerdos que afectan a la persona en un momento concreto, como pesadillas o alguna mala noticia o situación que se haya vivido. – Dijo mientras combinaba las diferentes hierbas y brebajes.

-¿Y no podéis aumentar la dosis?

-Claro que se podría, pero desconozco cómo reaccionará. Las consecuencias pueden ser fatales, incluso podrían matarla.


Asumiendo los riesgos, la monja dio su aprobación para que el curandero potenciara la poción. Una vez terminada y teniéndola en sus manos, le pagó por sus servicios y cuando se aseguró de que ya había abandonado los muros del convento llamó a la joven, quien acudió enseguida.

-Aliena, ¿estáis muy cansada?

La joven asintió con la cabeza.

-Ten, tomad este vaso y bebed de él.- Dijo mientras terminaba de volcar la poción al vaso y se lo entregaba.

-¿Qué es? – Preguntó la joven arrugando la nariz debido al extraño olor que desprendía ese espeso líquido.

-Para el dolor. Lleváis tiempo sin descansar, solo hay que ver lo delgada que estáis. Tomáoslo, veréis que bien que os sienta. Os ayudará a recobrar las fuerzas. – Dijo sonriente y dulce mientras mentía.

Aliena, que confiaba en Sor Eulalia, se tomó lo que le había dado. Tenía un horrible sabor y se le hacía difícil de tragar.
Aún no había terminado de bebérselo cuando empezó a notar mucha debilidad y temblores en sus piernas, su cuerpo le pesaba mucho y cayó al suelo haciendo añicos el vaso. Alzó la vista en busca de la ayuda de la monja pero todo comenzó a darle vueltas. Las facciones de la monja se empezaron a ver cada vez más borrosas mientras todo el espacio se fundía en negro. Luego ya no recordó ni sintió nada más.

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Alienaa


Alienaa abrió débilmente los ojos. La cabeza le dolía horrores y la luz que entraba en la estancia no ayudaba. Notó un punzante y agudo dolor en la cara anterior de su brazo izquierdo y vio que tenía una profunda herida. Le estaban haciendo una sangría.
Se incorporó y tapó la herida con fuerza con la ayuda de las sábanas. Después hizo el intento de levantarte, pero perdió el equilibrio y decidió quedarse sentada en el lecho mientras se le pasaban los mareos.
Observó la habitación atenta, no conocía aquel lugar. Un aposento pequeño y gris donde solo se encontraba una mesita, el lecho y una pequeña cómoda al lado de un espejo.
Dio un respingo al asustarse al oír la puerta. Vio que entraba una mujer regordeta y bajita y se puso a la defensiva.

-¡Estáis sana y salva! – Exclamó esta mujer.

-¿Quiénes sois? ¿Dónde estoy? – Dijo frunciendo el ceño.

Eulalia se sentó a su lado y le cogió de las manos.

-Tranquila, estás a salvo. Lleváis días muy enferma, creíamos que en pocos días te reencontrarías con el Altísimo.

Alienaa miraba el suelo mientras, concentrada, intentaba hacer memoria. ¿Enferma? se preguntaba para sí. No recordaba nada, ni siquiera quien era ella misma, ni quién era esa mujer a quien tanto le preocupaba su salud.

Desconcertada, tragó saliva y le avasalló a preguntas.

-¿Quién soy? ¿Qué edad tengo? ¿Qué es éste lugar?

La monja que preparaba los paños de lino para curarle la herida, paró en seco al oír aquella pregunta tan esperada y dibujó una sonrisa en su rostro contenta de que todo estuviera yendo por buen camino. Llevaban días preparando la respuesta, por si llegaba el momento que despertase.

-Eres Aliena, hija de unos maleantes que te dejaron abandonada en este convento cuando eras tan solo una cría. Por eso no recuerdas a tu familia. Creciste y te educaste aquí dedicando tu vida al Altísimo, quien siempre te guarda y protege.
– Le dijo mientras le curaba la herida de la sangría.

Aliena solo consiguió asentir con la cabeza, sin terminar de asimilar aquella historia.

-Venga acostaos. - Le dijo cuando terminó. - Lleváis mucho tiempo en la cama enferma y sin comer. Ahora os traeré algo que os fortalecerá y en unos días podréis continuar vuestra vida en la iglesia, como siempre habéis hecho.

Le ayudó a acostarse y le arropó antes de desaparecer por la puerta.

La joven seguía inquieta sin entender nada, ni siquiera conocía a esa mujer y recelaba de sus palabras. En un intento de reconocerse a sí misma se destapó, se desvistió y al quitarse el sujetador, vio que caía de la copa un fino paño de hilo con un escudo bordado. Sin mostrarle mucho más interés lo dejó sobre la mesita y se dirigió frente al espejo.
En general se vio bastante bien de salud, tenía algunas cicatrices en las piernas y espalda y le llamó la atención una marca o antojo de nacimiento con la forma de una rosa en la parte lateral de las costillas.
Por el desarrollo de su cuerpo dedujo que rondaría los veinte años, aunque tampoco pudo identificar su edad con exactitud. Y en cuanto lo que decía la monja, era cierto que estaba bastante delgada y tenía el rostro pálido, así que creyó que había estado realmente enferma. Pero seguía sin aceptar que eso hubiese tenido relación con su pérdida de memoria.

Después se volvió a vestir y haciendo ademán de acostarse, prestó atención al pañuelo. ¿Qué significa el escudo? Se preguntaba mientras acariciaba el león y el águila bordados con la yema de los dedos. Lo cierto era que ese paño le trasmitía una cierta nostalgia que no conseguía entender. Así que doblándolo con cuidado se lo volvió a guardar en el sitio donde anteriormente se le había caído, no quería perderlo ni que alguien más lo viera.
Se estiró sobre el lecho intentando dormir un poco más, con la intención de que eso le ayudara a aclarar sus ideas. Pero debido a las dudas y al vacío existencial que sentía, no conseguía tranquilizarse… y mucho menos pegar ojo.

Después de comer y finalmente dormir un poco, se sentía bastante mejor de fuerzas y al anochecer decidió levantarse y dar una vuelta por el convento con la ayuda de aquella tal Eulalia.
Según recorrían el convento, sentía que aquel lugar le resultaba familiar: el salón, los pasillos, las cocinas e incluso el jardín donde salieron a respirar aire puro. Sin embargo no sentía que aquél sitio fuese su hogar por mucho que la monja le insistiese, pero sabía que había estado allí anteriormente.

Aquella noche durmió intranquila y con pesadillas.

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Ibelia.jordan




Aquella fría mañana de invierno cuando ya todo estaba listo soltaron las amarras y el barco salió del puerto de Sagunt, desplegando sus velas en mar abierto, con la marquesa al timón de la embarcación. Más no le acompañaba su querido esposo; llevaba como tripulación a sus más cercanos y leales, eso la reconfortaba, a pesar de la preocupación por lo que dejaba en tierra y por lo que iba a encontrar al llegar a Zaragoza.

El yodo y el salitre trajo a su memoria los buenos tiempos en los que navegaba junto a Ysuran, recordó aquel viaje en un tiempo no muy lejano que con la excusa de una escapada romántica a tierras italianas, habían terminado en el puerto de Denia después de varias vicisitudes y misterios durante la travesía y la inesperada aparición de la pequeña Ali que sin decir nada les había seguido y embarcado sin que se dieran cuenta, ¡que niña tan aventurera! Había dicho su padre al encontrarla escondida entre la carga de la bodega. Siempre tenía palabras de disculpa para la niña de sus ojos. Cuanto lo echaba de menos. Se había prometido a si misma apartar la nostalgia de aquellos días y tomar como le venía el tiempo presente.

Pero le resultaba inevitable tenerlo en la mente en cada momento de su existencia. Y más sin saber que había pasado con la pequeña a la que debían rescatar de algún peligro del que pocos datos tenían.

Concentró todos sus esfuerzos en el manejo de la embarcación y se mostró reservada durante la travesía, casi huraña para lo que era habitual en ella, lo que preocupó un poco a sus compañeros de viaje que por respeto no se atrevían a preguntar.

Al que si interrogaron amistosamente fue al joven mensajero que pronto se hizo una más de la expedición.

El joven rapaz resultó ser buen grumete y bien dispuesto al trabajo y a cumplir órdenes sin rechistar, además de explicarles con pelos y señales el lugar donde la monja le había entregado el mensaje para la marquesa.

Los dos primeros días discurrieron sin contratiempos, la costa catalana pronto se divisaría y con ello comenzarían las maniobras necesarias para llegar hasta el río Ebro. Remontaron el cauce y con los vientos favorables en otros dos días ya se encontraban frente al Puerto de Zaragoza pidiendo el amarre.

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Alienaa


Las pesadillas de la noche le atormentaban desde hacía semanas. Cuando observaba que el cielo anaranjado del atardecer comenzaba a perder intensidad, un escalofrío recorría su cuerpo. Detestaba que se hiciera de noche, odiaba la oscuridad.

Pero aquellas pesadillas comenzaban con momentos agradables: recordaba el mar, un enorme barco, unos caballos que trotaban en un prado verde y se veía a ella rodeada de gente que le hacía sentir acompañada y querida mientras brindaban con fuerza salpicándose con la cerveza de la jarra… Pero de repente, todo se desgarraba y se retorcía del dolor cuando le fustigaban con aquel látigo con púas y recibía continuos golpes. En una cárcel oscura y llena de humedades.

Aliena despertó con un grito. El sudor frío le empapaba todo el cuerpo.
Vio que estaba amaneciendo y se vistió para ir a ayudar en las tareas de la iglesia, como era de costumbre.
Había mejorado mucho su estado de salud desde que despertó el primer día, recuperó peso y sus mejillas volvieron a sonrojarse mostrando una Aliena bastante distinta a aquella que vio por primera vez. Ahora resplandecía y se sentía llena de fuerza y vitalidad. Había intentado ignorar aquel vacío que sentía, al fin y al cabo, se sentía una más en aquél lugar y nunca le faltaba de nada.

Mientras preparaba el desayuno junto a las demás monjas, Aliena escuchó en los pasillos mucho ajetreo. Se asomó con cuidado para ver qué ocurría, pues escuchaba gritar al Sacerdote y temía ser vista. No entendía por qué pero a aquel anciano parecía no caerle bien. Asomándose como una ratilla, vio a un joven maniatado que arrastraban como un saco lleno de leños.

-¿Así que estaba en la plaza maldiciendo al Altísimo?

-Así es, le ha estado ofendiendo.

-Habéis hecho bien. Ahora mandadlo a las celdas. ¡Rápido! – Ordenó firme.

Aliena se quedó helada. ¿Celdas? ¿Este convento tiene celdas? Se preguntaba para sí, pues no sabía nada de ello. Se despegó de la pared y continuó con sus quehaceres como si no hubiese escuchado nada, pero se propuso averiguar más sobre aquel misterioso lugar.


Las tardes solía distraerse bordando, pues no encontraba otro entretenimiento entre esas paredes que no fuese eso o la lectura. Mientras punzaba la tela con el hilo azul cielo, Eulalia se sentó a su lado a descansar.

-Es una flor preciosa. – Dijo admirando las manos de la joven.

-Gracias. Aunque realmente no tengo mucha maña con la aguja. – Dijo mientras enseñaba el dedo con pequeños pinchacitos.

-¡Oh! Eso es por falta de práctica. Pero mirad que puntadas, son una maravilla. Quizá vuestra madre fuera sastre y lo heredasteis de ella.

Una imagen recorrió fugaz su mente y Aliena se quedó tensa. Recordaba a una borrosa mujer tejiendo. Intentó que la monja no se diese cuenta de su reacción.

-Podría ser. – Le contestó sin darle importancia.

Después dejó el bordado sobre la mesa y se incorporó.

-¿Quién es el joven que llevaban arrastrando esta mañana?

La monja arrugó la nariz y se disgustó por la pregunta.

-Nadie que te convenga jovencita. Es un maleante que ofendió al Altísimo. Alguien que merece estar entre rejas.

-¿Rejas? ¿Aquí? ¿Dónde están? – Dijo inquieta intentando sonsacar más información.

-¡Eso no es de vuestra incumbencia! – Exclamó rápida zanjando el tema antes de desaparecer por el pasillo.

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Alienaa


El joven llevaba varios días encarcelado. Aliena observó que cada noche preparaban una bandeja con las sobras del día, que Eulalia se llevaba y al volver, venía con las manos vacías. No se atrevió a volver a hablar del asunto de las celdas cuando vio la reacción de la monja, aun así deducía quien era el destinatario de la comida.
Al día siguiente Eulalia tuvo que partir hacia una iglesia de un nudo de distancia y aunque se previa que a la hora de la cena ya hubiera vuelto, las lluvias impidieron su retorno.
Aliena aprovechó la situación para ofrecerse a llevar la bandeja al joven. El resto de monjas no le pusieron impedimento y le indicaron por donde debía bajar.

Tras una puerta gruesa de madera maciza, solo había unas escaleras que llevaban hacia una planta inferior. Comenzó a descender mientras dejaba la luz a sus espaldas y se sumía en la oscuridad. Cuando sus ojos se acostumbraron, vio un pasadizo lleno de celdas. El ambiente era frio y hacia un hedor muy fuerte a humedad.

Un escalofrío recorrió su cuerpo y se le escurrió la bandeja quedando todo hecho añicos por el suelo. Se agachó rápidamente y maldijo lo que le había ocurrido mientras recogía los trozos de pan. Con la pérdida del agua no pudo hacer nada.

Se los guardó en el mandil y siguió avanzando por las celdas hasta encontrar al muchacho. Cuando lo vio le entregó los trozos de hogaza mientras se disculpaba por el agua y prometía traerle otro vaso de inmediato.

Recorrió con la mirada la celda, todo le resultaba extrañamente familiar. En el suelo y en los barrotes había restos de sangre reseca. En la pared derecha colgaban unos grilletes rotos y oxidados y a su derecha inscripciones sobre la pared.
Donde pudo leer claramente Aliena Pellicer i Jordan.

-Pellicer i Jordan – Susurró pensativa.

De repente, un cúmulo de recuerdos le bombardearon la mente. Y aterrorizada, soltó un grito ahogado tapándose la boca con la mano. Las piernas le flanquearon y se dejó caer al suelo. Sintió que una fuerza le oprimía el pecho impidiéndole respirar con normalidad y empezó a dar bocanadas de aire.

El muchacho alzó una ceja extrañado por la situación.

-¿Qué te ocurre?

Pero Aliena estaba tan sumida en sus pensamientos encajando todas las piezas del aquel rompecabezas que ni si quiera le había escuchado. Ibelia, Ysuran, Leaford, Azalea, Jousepe, Rict… ellos son mi familia, ellos son quienes me quieren y en algún lugar deben estar esperándome. Como he podido ser tan boba durante este tiempo… Su sentimiento de sorpresa y asombro se fue transformando en ira.

La pregunta del joven resonó como el eco en su cabeza y poniéndose en pie, le contestó.

-Estos facinerosos me han mantenido engañada durante mucho tiempo. Pero esto no va a quedar así.

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Sor_eulalia


De nuevo habían ordenado mantener a Aliena encerrada.
Después de lo ocurrido, salió corriendo de las celdas poseída por la ira, insultando a todos los presentes y agrediendo a aquellos que intentaban detenerla en su intento de zafarse del lugar. Pero con fuerza consiguieron encerrarla tras los barrotes.

Eulalia disfrutaba de una taza de té mientras reflexionaba por lo sucedido y maldecía el día que había tenido que hacer aquel viaje. Con lo contenta que estaba la joven viviendo en el convento como una más y ahora había vuelto ese mal a su cabeza. A pesar de ello, en el fondo empezaba a dudar de que estuviese loca y empezó a relacionar todo lo que había estado ocurriendo: las manos tan cuidadas para ser una campesina, su insistencia de su ascendencia a pesar de la tortura y por último haber vencido a la poción. Con lo potente que era si realmente no ha conseguido borrar esas vivencias, es que tan falsas no serían. Concluyó.

Apuró la taza de un trago y empezó a preparar la bandeja que llevaría a la joven. Esperaba que todos estuviesen dormidos para llevarle lo mejor que había quedado: algún cocido, caldo o algunas frutas que estuvieran a punto de echarse a perder y no lamentaran su falta. Pero aquel día, no pudo llevarle nada. Así que para remediarlo cogió una pesada manta para que esa gélida noche al menos, no pasara tanto frío.

Se le hacía duro hacer esa tarea. Había cogido aprecio a la joven en esos días y detestaba verla entre rejas. Al menos por las mañanas continuaba haciendo las tareas y habían decidido dejar atrás la tortura como método de sanación. Parecía que se estaban dando por vencidos y se alegraba de ello.

Aliena se encontraba echa un ovillo y frotaba sus manos para entrar en calor. A pesar de la falta de luz, se apreciaba como salía vaho al respirar.

-Lo siento pequeña, hoy no he podido traerte nada que te alimente más. – Dijo pasando la bandeja por la rendija. Luego sacó la manta -Tenga, que hoy hará una noche muy fría. Y no queremos que mañana nos despierte con una pulmonía.

Cuando la muchacha se acercó a coger la manta pudo ver en sus ojos su pesar, notaba inquietud y nerviosismo por los gestos que hacía, como si estuviera planificando algo. Cuando de repente pareció decidirse y sacó un trozo de tela que le tendía con la mano.
La monja en un acto reflejo guardó el retal de inmediato e hizo ademán de escuchar qué era aquello, pero de repente apareció el sacerdote por los pasillos.

-¿Qué es esto Sor Eulalia?

Eulalia palideció al ver el semblante serio del hombre, creyendo que había visto coger aquel misterioso retal.

-¿Osáis ofrecerle una manta para su bienestar? Una loca no merece más que su supervivencia.

-Debemos cuidar de todos, así lo desea el Altísimo.

-De todos los hombres cuerdos, así que ya podéis largaros de aquí de inmediato con esa manta.- Dijo dando por concluida la discusión y convidando a la monja a retirarse.

Después de la riña con el sacerdote por hacer entrega de la manta, vio su rango descendido y le prohibieron volver a mantener contacto con Aliena.

A la mañana siguiente, no dudó en hacer llegar la carta de auxilio. Hizo llamar al hijo del molinero, que se encargaba de traer la harina al convento, ya que solo las monjas le conocían y tenían tanta harina que no echarían en falta su presencia durante semanas. Por estos motivos decidió que era la persona óptima para encargarle la misión de hacer llegar al Marquesado de Sagunt el retal escrito.
Con sumo secreto se vieron en la despensa, donde le abasteció de víveres para el viaje y le rogó la máxima discreción.

Alienaa


Los días parecían interminables esperando la interrupción de sus padres en aquel convento exigiendo su liberación. Pero desde el día que hizo entrega de la carta no volvió a ver a Sor Eulalia y no supo si finalmente la carta fue enviada o no.
Alienaa pensaba que quizá el sacerdote la interceptó o bien la monja se desatendió totalmente, al verse implicada con una loca y los riesgos que corría.

Aliena aquel día se levantó con otra mentalidad. Se sentía viva y con fuerza y sintió que hoy el destino le depararía otro camino. Amaneció con la idea metida en la mollera de no volver a aquella celda al anochecer y no volver jamás a pisar de nuevo ese convento. Dejaría atrás esos muros y escaparía.

Durante todos esos largos meses que había estado allí, había aprendido el movimiento de cada clérigo que allí habitaba. Qué horas dedicaban a sus oraciones, a sus tareas y a la lectura. Sabía que el momento ideal era después de que terminaran de comer, pues la gran mayoría se recogían en sus aposentos y aquel convento parecía casi fantasma.

Así esperó hasta ese momento del día siguiendo con sus obligaciones. Se encontraba en las cocinas y aguardó a que, poco a poco, el silencio invadiera el convento. Y cuando solo se escuchaba el canto de los pájaros, golpeó con fuerza al cura que la custodiaba con la cacerola de acero, cayendo este inconsciente en el acto.
Como si no hubiese pasado nada, salió caminando tranquilamente hacia el comedor y desde allí salió por la ventana para evitar llamar la atención con el chirriante ruido de la puerta principal.

Respiró profundamente el aire sintiendo la libertad en su cuerpo y luego echó a correr hacia la última puerta de hierro que le impedía el paso. Viéndose imposible de abrir, Aliena comenzó a forcejearla a pesar del ruido que hacía. De repente la puerta cedió y huyó con todas sus fuerzas de aquel lugar, pero escuchó de fondo.

-¡La loca se escapa!

Sin mirar atrás continuó con su carrera, el plan no le había salido tal y como esperaba y sabía que pronto tendría que ocultarse, pues los soldados saldrían en su búsqueda y captura.

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Ibelia.jordan



Apenas había amanecido en la ciudad las brumas y la niebla inundaba las callejuelas oscuras del barrio portuario, todavía las gentes de bien no habían despertado a su ajetreada existencia y solo los noctámbulos, guardias y algunos borrachos ocupaban el espacio.

Las maniobras de amarre se efectuaron sin contratiempo y en cuanto el Bebita quedó anclado en las aguas del puerto de Zaragoza, la marquesa saltó a tierra con su selecta guardia personal. Ya sabia donde dirigir sus pasos, aquel convento monasterio o lo que fuera no distaba mucho de allí.

Al galope de sus caballos siguieron la rivera del Ebro hasta casi sobrepasar la muralla entre una pequeña huerta de frutales y verduras, una edificación antigua anexa a una Iglesia, se erigía sólida tras unas verjas de hierro.

Descabalgaron y ataron los caballos en las argollas encarceladas en el muro de piedra.
Tocó con fuerza la campana exterior y esperó a que alguien abriera la puerta, pero ya estaban tardando demasiado para su gusto. Cuando unos guardias aparecieron.

-Abran la puerta a la Marquesa de Sagunt, ¿Que extraño monasterio es este que lo custodian guardias y no monjes o hermanos de alguna orden?

-Es una casa de salud, mi señora. ¿Qué se le ofrece? Dijo el guardia que parecía llevar la voz cantante desde el otro lado de la puerta.

-¿Casa de salud? No entiendo a que se refiere, muchas verjas y cerrojos veo para ser hospital.
Quiero hablar con el responsable de inmediato. Un asunto muy urgente me ha traído hasta aquí desde Valencia y no voy a contárselo a usted. Llevadnos ante el director de este centro, de este sitio, casa de salud o como diantres le queráis llamar.
Ibelia perdía la paciencia pronto con los que querían hacerse el bobo con ella.

Mientras hablaba mostraba su espada con ligeros toques totalmente intencionados a su capa. -No se le ocurra dejarnos en la puerta o lo pagará caro.
Le gritó mientras el guardia daba instrucciones a un subalterno para que diera parte al superior; no abrió la susodicha cancela hasta que el otro no volvió con alguna instrucción que pareció incomodarle.

Ya estaban dentro y la impaciencia de Ibelia por tener noticias de su hija iba alterando cada vez más su agitado espíritu.

-Pasen por aquí el maestre les atenderá en un momento.
Dijo el soldado sin perder la vista de las espadas de sus visitantes.
Caminaban con paso ligero por entre los muros de aquel lugar, barrotes, rejas y puertas de hierro se dejaban ver a cada paso que daban.

La marquesa pensaba -¿Que clase cárcel es esta? ¡Por el Altísimo! ¿Cómo ha llegado mi hija hasta aquí? Juro que rodarán cabezas si le han tocado un pelo.

Mientras iban llegando a su destino, rumiaba sus pensamientos envueltos en una mirada desafiante y claramente disgustada.

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--Talavera




La sangre saltaba, cada vez que la correa se despegaba bruscamente de su espalda, y con ella salían aquellos pensamientos y pecados que lo apartaban de su obra, la de crear un mundo mejor apartando a locos y maleantes de las ovejas que el altisimo aún quería en su rebaño y todo por un módico precio, una parte de los generosos donativos de aquellos que compartían su preocupación por las almas turbias y perdidas que rondaban aquellos lares.

Aún no había acabado su ritual cuando los goznes de la puerta resonaron tras de sí y tras ella apareció un guardia de blanco tabardo que se acercó a Talavera y dijo:
- Maestre hay una señora en la puerta solicitando audiencia con usted, por su fiero caracter parece que venga tras la criatura sin nombre.

Iñigo despegó las rodillas del suelo, poniendose finalmente de pie, acto seguido arrastró sus pies hacia el lienzo que tenía sobre el altar, lo tomó y con él enjugó su espalda sin dar en el recorrido ni un solo vistazo al guardia. Después respiró hondo y respondió, aún limpiandose la sangre de la espalda:

- Bien...bien...Hacedla pasar a mi despacho y por favor escoltadla, si viene con tanto apuro quizás tema por su vida y tenga que reposar en alguna de nuestras habitaciones mejor protegidas custodiada por vosotros.

Volvió a girarse profiriendo una sonrisa para si mismo que el guardia parecía haber visto pues asintió de buen grado y marchó corriendo al portón principal; mientras Iñigo de Talavera, maestre de la Salud se encaminó por una pequeña puerta que conducía a una sala de aspecto cálido guarnecida por una chimenea que daba calor y luz rojiza a los blancos tapices que adornaban los muros y recordaban de forma poderosa quien mandaba en aquel lugar. Justo en el centro de la sala una gran mesa de roble y tras ella un sillón que no envidiaba nada al trono real de Castilla donde él tomó asiento dejando su rostro oculto por la oscuridad de su capucha a la espera de que aquella extraña mujer hiciese su entrada y expusiese las razones por las que pertubaba la paz y tranquilidad de un recinto como era aquél.
Ibelia.jordan



El grupo de soldados rodeó a la marquesa acompañada por tres de sus hombres que no consintieron en ser desarmados; los soldados desistieron al considerar que tres guardias y una dama no eran peligro suficiente para ellos.

Cruzaron arcos, atravesaron un claustro por su parte interior y recorrieron pasillos hasta detenerse frente a una puerta de roble con la forja de hierro que parecía la antesala de las puertas del infierno.
Los bajorrelieves que mostraba como decoración, los que Ibelia no pudo entretenerse a contemplar; mostraban escenas de dolor y muerte, parecían imágenes sacadas de las más terribles y profundas pesadillas de algún maestro carpintero internado entre aquellos muros.

Si tal era la terrible impresión antes de cruzar el umbral, no mejoró en absoluto cuando ingresó en la lúgubre estancia, tristemente iluminada por las llamas de la chimenea y la luz mortecina de un candil de aceite que daba un tono rojizo a la atmósfera que bien podía haber sido en efecto la morada de la criatura sin nombre.

O quizá si lo fuera, pues el hombre que la recibió sentado tras un escritorio aunque vistiese ropas de clérigo, mostraba más el aspecto de una aparición.

-Siendo como es de día este hombre tabicó las ventanas, prefiere la oscuridad a la pureza de la luz solar. Solo hay que ver su blanquecino rostro.
Pensó la dama mientras sus ojos se adaptaban a la oscuridad y podía vislumbrar poco a poco más detalles de su entorno.

No se separó de su guardia ni un instante aunque aquellos soldados intentaron ponerse entre ellos, no les funcionó aquella maniobra. Todos conocían la importancia de proteger el grupo y si las cosas no se arreglaban por las buenas, aun estando en inferioridad numérica, sabrían salir de la situación.

Ibelia sin perder su aplomo, a pesar de que el aspecto y las maneras de aquel hombre, pretendían intimidar al mas terrible de los miedos. Se dirigió con firmeza ante la mesa y desenguantó su mano y la extendió al supuesto clérigo para presentarse.

-Soy la ilustre Ibelia Jordan, dama del Reino de Valencia, acompañada por parte de mi guardia personal, que darán su vida por mi y mi Familia.
¿Con quien tengo el gusto?
Dijo; aunque de gusto tenía poco la situación, requería educación, al menos de momento.

Intentaría conseguir la información que precisaba por las buenas. Pero si la vida de su hija corría peligro, no dudaría en pasar por encima de quien se pusiera por delante.

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Alienaa


Mientras se adentraba, como alma que lleva el diablo, en el pueblo zaragozano ya tenía varios soldados detrás. Los del convento no tardaron en dar la voz de alarma y no era difícil identificarla. Pero ella seguía corriendo sin saber dónde, intentando zafarse de aquellos hombres con cota de malla.

La joven vio de fondo el mercado y dirigiéndose a sus calles, comenzó a idear algún plan para perderles de vista. Pensó en esconderse detrás de algún tendero, pero sería fácil que la vieran esconderse o podrían delatarla; también podría echar por tierra todo un escaparate de fruta y el puesto entero si fuese necesario, pero no creía justo arruinarle el día a algún campesino.

Viendo que corría más que sus ideas y pensamientos, ya se encontraba entre los mercaderes sin tener ningún plan previsto. Como siempre tocaría improvisar.

Alienaa se abría paso entre la multitud a empujones, recibiendo improperios de la gente y más de un encaramiento. Igual que para ella, era difícil abrirse paso para los soldados.
El mercado terminaba y no conseguía esquivarles. El final de la calle solo tenía dos salidas: o ir hacia la izquierda o hacia la derecha, pues ante sus ojos se presentaba el río Ebro.

Viéndose en el límite, Alienaa cogió aire y saltó al río. Sintió una punzada en su cuerpo a causa de la baja temperatura del agua que bajaba del deshielo, mientras se hundía y hundía, para evitar que los soldados la vieran. Al poco tiempo, que a ella le parecía una eternidad, el pecho comenzó a oprimirle y sentía que poco aguantaría más sin aire. Viéndose incapaz de continuar aguantando, emergió a la superficie.
Dio una gran bocanada de aire y, cuando la vista se acostumbró, inspeccionó el terreno cuidadosamente. Se sintió victoriosa al ver que los militares habían desistido.

Nadó en dirección a unas escaleras que bajaban hacia el rio y salió del agua. Se sentó en los escalones para descansar un poco y arrugó el vestido cual trapo para escurrir todo el agua posible y conseguir secarse cuanto antes.
De repente se acordó del pañuelo que escondía bajo su sostén y, temiendo haberlo perdido en su carrera, metió su mano rápidamente entre sus ropas con nerviosismo y cierta ansiedad.
Tan rápido como le entraron los nervios estos se fueron al tener entre sus manos esa delicada tela con el bordado. Suspiró mientras lo observaba pensando que todo estaba llegando a su fin y que tras unas semanas de viaje, estaría de nuevo en el calor de su hogar y su familia.

Dejando sus pensamientos a un lado, guardó con cuidado de nuevo el pañuelo. Sabía que no podía quedarse mucho rato parada, era cuestión de tiempo que los aldeanos supiesen de su búsqueda y que participaran también en su captura, así que poniéndose de nuevo en pie continuó con su marcha.


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--Talavera




Levantó la mirada, recorriendo con ella el cuerpo de la mujer que se encontraba frente a él hasta llegar a la mano que se extendía ante su cara, sin duda esperando ser besada, cosa que él no haría, por lo contrario solo se limitó a entrelazar sus dedos y decir:

- Un placer señora Jordan, se encuentra usted ante el maestre de la orden encargada de la manuteción de este centro de la salud, con el cual espero esté dispuesta a contribuir, eso ayudará a muchas personas desviadas del camino de la verdad, además de agradar vos misma al altisimo con su generosidad y os ayudará más en la vida que tanto soldado.

Después se levantó de la mesa, la cual recorrió con sus delgados dedos en el camino hacia la estanteria de la izquierda donde cogió un baúl pequeño con decoraciones de oro y que llevó hasta la mesa y situandolo frente a la valenciana le indicó que era ahí donde debía depositar su donativo...

-Si quiere puede su merced acompañarme a visitar nuestras instalaciones y dejar luego la cantidad que considerase conveniente al regreso y de camino podremos tratar el tema que con tanta premura le ha traido aquí. Dijo mientras rodeaba la mesa y se colocaba tras la mujer que olía a jazmin y que le incitaba sin duda a pasar por otro ritual como el que había realizado minutos antes de la llegada de las visitas al centro. Le tocó el hombro con una mano indicandole que se levantase y le siguiese, esperando que aquello fuese suficiente como lo había sido ya con tantas nobles antes que aquella
Ibelia.jordan



Ibelia se sentía incómoda ante aquel extraño hombre al que por su rostro atormentado, parecían torturar sus pecados y provocaba un escalofrío con solo tenerlo delante.
-Por lo visto la información me va costar; aunque ¡Bendito sea el Altísimo! si esto se resuelve con dinero. Pensó Ibel.

Después de estrechar, sin mucha gana, la flácida mano del maestre tomó asiento mientras sus guardias quedaban a un lado cada uno, Ter a la espalda un poco alejado Lea a su derecha y Rict a su izquierda. Como Arcángeles custodiaban a la dama como si fuera las puertas del cielo.

-Mire, le seré clara maestre, si se trata de donaciones suelo ser muy generosa.
¡Claro está! Si los fines de esta institución, me complacen y lo creo de interés.
La dama dejaba arrastrar las últimas palabras ya que en mil años pensaba ser generosa con aquel tipo.
Mas puso la cara de su mejor disimulo para proseguir la odiosa conversación en la que se sentía observada por el clérigo de manera poco adecuada.

-Pero ¡por el Altísimo! Vayamos a la cuestión que nos ocupa, ya vendrá luego la recompensa.

El hombre se movía por la sala como una serpiente envolviendo sus palabras en una imaginaria tela de araña que puede que aturdiese un poco o quizá fuera simplemente el olor a cerrado y aceite quemado de la habitación.

Ibelia estaba perdiendo la paciencia y debía contenerse mucho para conservar la educación y buenas maneras. Solo pensaba en la información que podía sacar a aquel Maestre de la Salud.

-Como ya le dije no vine hasta aquí desde Valencia. . . para hacerle un donativo podía haber mandado un criado. Prosiguió a punto de ponerse en pie y apartarse del contacto que el hombre hizo al poner su helada mano sobre su hombro. Aquella mano podía congelar a la muerte.

Un rápido gesto de sus tres guardias que en un segundo se interpusieron entre el Talavera y la Marquesa cortó la conversación de forma tajante. Los soldados del maestre sacaron sus armas ante el grupo. Pero la afilada espada corta de Ter, amenazaba precisa la garganta del clérigo peligrosamente.

-¿Veis maestre mis guardias me guardan con celo? Sin duda han malinterpretado su gesto ¿no es así? Nos podemos calmar todos y no hacer uso de las armas.
Por cierto no entendí bien su nombre, Maestre... Diga a sus hombres que envainen de inmediato.
Sonó fría como el acero.

A la marquesa le hubiese gustado no descubrirse tan pronto, pero esperaba hablar claro de una vez de lo que le había traído hasta aquel lugar.
-Busco a mi hija Aliena Pellicer i Jordan. Dijo con una voz cargada de poder de madre a la vez que se ponía en pie.

Ibelia esperó la reacción del hombre que tenía delante amenazado por el filo de su guardia.

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--Talavera




Una mueca parecida a una sonrisa surgió en el rostro de Talavera, el contacto del frio metal en la gargante le recordó su juventud, aquella años atrás le había abandonado pero de la que mucho hubo aprendido. Y ese mismo recuerdo le hizo responder a la marquesa que ahora tras su guardia hablaba muy segura.

-Desde Valencia...¿Me hablas de ese Reino subdesarrollado donde un cardenal yacía con la infanta y la reina? Por favor, no intentes intimidarme con eso. Y dio un paso atrás para retirarse de la espada que lo acariciaba y hacía cosquillas, acto seguido se frotó la garganta e indicó a sus soldados que bajasen las armas diciendo:

-Señores por favor descansad y admirad el celo de estos que protegen a la valenciana, no sería bueno herirlos porque ya sabemos todos como son los guerreros del sur, bravos pero débiles y desorganizados...

Dicho esto tomó el asiento en el que había estado, miró el baúl el cual acarició como si de su amor más profundo se tratase y dijo con un tono sepulcral:

- Señora Jordan, viene usted a esta noble institución que solo vela por el bien de los mas debiles, exigiendo respuestas que desconocemos y faltando un respeto que nos hemos ganado con los años...No ha empezado con buen pie lo que nos hace dudar de su estabilidad espiritual que parece tan comprometida como la de muchos aquí en sanación hoy. No obstante, somos benevolentes pues la conocemos y sabemos que bastante desgracia teneis ya en casa con un marido que equivale a un cojín y al parecer una hija desaparecida, y por lo tanto saltaremos esta ofensa y le permitiremos marcharse sin dar conocimiento de esto al mismo Papa que solicitaría su excomunión.

Aireo la mano y uno de sus guardias abrió la puerta del despacho invitandolos a salir de allí, aunque en el fondo le molestaba aquella mujer, le irritaba que existiese una mujer que no obedeciese los mandatos, por lo que tarde o temprano haría que la valenciana acabase bajo llave junto a la que parecía que era su hija y que ellos habían tomado por una campesina loca, pero que ahora le serviría para sacar algun tesoro.
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