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[RP] El retorno de la Marquesita

Ibelia.jordan



La temperatura de la habitación parecía subir y la oscuridad cerrarse más todavía, creando una desquiciante sensación de angustia en los saguntinos.
La marquesa no pensaba salir de allí sin su hija, cada vez que aquel hijo de la criatura sin nombre abría la boca era más insoportable la rabia y repugnancia que se concentraba en la dama.

Había hecho un pequeño gesto a Ter para que bajase la espada que amenazaba la garganta del maestre. Pero pronto se arrepintió pues el Talavera se sintió más crecido en su absurda gloria.
Sin bajar la guardia con las manos puestas en sus armas esperando la orden, tuvieron que escuchar la sarta de improperios que salían de aquella desagradable boca de labios finos casi transparentes, sobre su tierra y sus gentes.

Ya la gota que colmaba el vaso y que a Ibel le hizo saltar como si tuviera un resorte fue que mencionase a su esposo.

-Vos ¿que sabéis de mi esposo que ha sido el más grande caballero que ha dado la tierra valenciana, tan bueno honrado como fiel aristotélico? Más os valdría medir vuestras palabras, sabed bien a quien os dirigís y tratadme con el respeto que merezco.

Juré lealtad a mi reino y vuestras palabras ya habrían hecho a más de uno morder el polvo o quemarse en la hoguera por hereje. No permitiré que sigáis ofendiéndonos.


Reaccionó como una fiera herida. Sacó su espada y se la mostró al Talavera amenazante, prosiguió su discurso señalando al hombre con ella.

-¿Vos amenazáis con excomuniones ? Permitidme que ría de buena gana, no merecéis ni mi respuesta. Esta orden es un fraude y vos un mentiroso y si no queréis que os denuncie yo, de inmediato contestad a mi pregunta y me iré de aquí. Es muy sencilla. ¿Donde está mi hija? Me consta que está aquí.

Tiene grietas su edificio maestre, tened cuidado que puede derrumbarse sobre vos.
Ya habéis colmado mi paciencia. Obtendré esa respuesta de igual manera.

¡ Volveremos a vernos!


Envainó su espada y miró al hombre, soberbia y retadora, unos segundos que parecieron interminables. Se dio la vuelta y se dirigió a la puerta, se sentía protegida por los suyos.

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--Talavera




Las palabras de la mujer resonaron en la sala, demasiado lejos había ido ya, juzgar de mentiroso a Talavera era algo que siempre se había pagado caro y no sería la marquesa sureña la que se libraría del castigo. Levantó la mano indicando con un solo dedo que cerrasen las puertas por las que le había dado minutos antes la oportunidad de escapar a su increpante visita.

- Matad a us guardias y encerrarla junto a su hija ya que tiene tantas ganas de verla Dijo sin levantar apenas la voz, como si solamente hubiese ordenado traer un jugo una calurosa tarde de verano.

Acto seguido salió por la puerta pequeña junto a la chimenea, dejando una batalla campal a su espalda, que para él no importaba porque estaba seguro del resultado, sangre y una mujer más en los calabozos lo que le hacía sonreir de forma lasciva.

Caminó por un pasillo alejandose del ruido de aceros cuando le frenó en seco una de las beatas del lugar, la noticia no le gustó para nada, al parecer la hija de la que ahora luchaba en el despacho se había escapado, pero habían tenido la iniciativa de salir tras su búsqueda, cuando volviese sufriría castigo junto a la madre. Aunque aquello sería más adelante, cuando todo volviese a la tranquilidad habitual que parecia tardar más de lo habitual y le hacía comenzar a dudar sobre el resultado de la pelea que tan segura tenía hacia pocos pasos atrás y que ahora le hacía estar parado en seco en el pasillo solo sin poder moverse solo con un pensamiento en la mente...Malditas Pellicer i Jordan...
Ibelia.jordan



Cuando solo unos pasos la separaban de la Puerta, habiendo dado la espalda al hijo de la criatura sin nombre que era aquel al que Maestre llamaban, los soldados de aquella Orden bastarda se interpusieron con las espadas amenazantes en torno al grupo en cuyo centro la marquesa se encontraba.

-¡A las armas mi guardia! Gritó la marquesa.
-¡Despejad la entrada y abrid las puertas yo voy a buscar a ese despojo humano!

Sus hombres sacaron prestos sus espadas y pronto aquello se convirtió en una pequeña batalla de dos contra uno al menos, pues aparecían soldados por lugares que antes no habían visto puerta alguna.

Cada vez que un guardia de aquellos caía bajo el filo de las espadas valencianas dos más aparecían como por encantamiento, mientras Ter, Rict, Lea, Ricarda y Marieta se abrían paso hacia la puerta principal para abrirla lo antes posible.
Ibelia intentó seguir al Talavera que tras una puerta casi escondida por unos cortinajes, se escabullia como la vil rata que era.
-Un cobarde sin honor. Pensaba la marquesa.

Pero cada vez que intentaba accedeer había uno de aquellos mercenarios entrenados en el arte de las armas en la escuela del sordido arrabal del puerto, que se interponía.
Ni compasión ni respeto, igual daban guantadas que patadas y puñetazos en su encarnizada lucha que la mujer esquivaba con bastante agilidad, fruto de su entrenamiento diario. Poco precisos y nada inteligentes eran sus envites lo que daba una cierta ventaja al grupo saguntino.
Heridos caían a sus pies esperando el remate que no llegaría y a rastras salian de allí como podían.

Sus guardias aguantaban con ventaja y ya casi habían llegado al corredor principal después de abrir sus puertas.
Un momento de confusión y vieron caer a Ter. Un mal golpe le hizo perder el pié y estrellarse contra la fría losa, al verlo en el suelo fue atacado por uno de los soldados. Se escuchó un grito ahogado por la sangre en su garganta.

La rabia de la marquesa y sus hombres se convirtió en furia desatada. Perdió el control de sus actos, en un segundo parecía que todos habían entrado en una locura impetuosa que los sacó de aquella habitación, arrastrando el malherido cuerpo de su compañero. Los guardias que quedaban se mantenían a distancia por no aumentar sus heridas.

-Llevaos a Ter, está mal herido, lo sacáis hasta la puerta. que se quede Marieta y Lea vuelves a entrar. Puede que te necesitemos más aquí con nosotros Le dijo a Lea y Marieta con sombrío gesto. -Rict y Ricarda venid conmigo. De aquí no me voy sin mi hija.

Dió la orden y el reducido grupo se separó en dos. Los primeros, pudieron llegar hasta la entrada sin demasiados obstáculos. Y los tres, con Ibelia a la cabeza, atravesaron la habitación en cuatro zancadas y se colaron trás los cortinajes hacia el pasillo donde el maestre había huido.

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Alienaa


Alienaa continuó el paso con aire despreocupado, intentando no llamar la atención, a pesar de sentir que su corazón se saldría del pecho y estar prácticamente empapada con el vestido lleno de rasguños.

Perdida en aquella telaraña de calles, no sabía bien dónde dirigirse. Deseaba coger camino dirección al Marquesado, pero no sería astuto huir tan desprotegida; sin comida ni agua, ni tan siquiera sabiendo a cuantas horas se encontraba el poblado más cercano. La noche se le vendría encima muy pronto.
La situación le crispaba, sentía que se asfixiaba, pero no podía dejarse llevar por ese impulso. Debía de tener la cabeza fría e intentar conseguir algunos víveres para aguantar sola los caminos.

Alienaa volvió a girar la esquina, a su parecer, creía que ya había estado en esa misma calle algunas cuantas veces más. Seguramente, andaría en círculos al no estar prestando atención.
Sacudió su cabeza para dejar de planificar y crear situaciones inútilmente y se centró en su prioridad. Agilizó el paso y se acercó a los mercaderes pidiendo alimentos que no hubiesen conseguido vender.

-¡Mis marranos se alimentarían mejor con estas patatas que tú, haraposa!
-¡Acuda a la iglesia, estoy harta de mendigos!
-¡Fuera de aquí o te sacudo con la escoba!


Era lo poco que recibía de las gentes.

Desanimada, se dirigió al siguiente cruce intentando no perder la esperanza. Pero de repente, tropezó rasgando los bajos del vestido y arañándose rodillas y manos. Sin apenas tiempo a reaccionar, sintió un enorme peso encima suyo intentando inmovilizarla. En un acto reflejo, Alienaa le propinó una patada en el estómago que le dio unos segundos para poder escapar de debajo de aquel extraño.
Mientras se ponía en pie, vio como una daga le pasaba muy cerca del rostro, intentando esquivarla en vano, sintió como el frío filo le abría el vestido y la piel, bajando desde su omoplato hasta casi llegar al ombligo. Soltó un grito ahogado que fue tapado por las grandes manos del que le atacaba, mientras observaba su pañuelo en el suelo. Le mordió la mano y se lanzó al suelo para recuperarlo, pero este le propinó una patada en la sien que le dejó mareada sin poder reaccionar. Sin fuerzas, se vio abatida y perdió la consciencia cuando el hombre le cargó sobre su hombro.

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Sor_eulalia


Sor Eulalia se encontraba en sus aposentos orando al Altísimo por la joven que había escapado del sanatorio y por su familia. Se sentía culpable de todo lo que había ocurrido en aquellos meses y sentía que orando limpiaba su alma.
Terminó con sus plegarias y prestando atención escuchó fuertes ruidos que provenían de la nave central. Cerró el libro sagrado con tapas de cuero con firmeza y se dirigió con paso seguro hacia dónde provenía tal alboroto.

A medida que avanzaba, escuchaba griteríos con mayor claridad y ruidos metálicos. ¿Unos bandidos han osado entrar? Más bien, eso le resultaba bastante improbable y continuó su marcha hasta llegar al lugar.

Al fondo, vio una imponente dama de cabellos rojizos ordenando con mano dura diferentes órdenes a aquellos que la rodeaban, quienes parecía que eran su grupo de armas. La mujer avanzaba con paso firme y seguro, atisbando en su rostro rabia y cólera. Eulalia, quién creyó acertar de quien se trataba, se acercó apresurada hacia la dama.

-Ruego que me disculpe… ¿Es usted la Marquesa de Sagunt?

Ibelia la miró boquiabierta y la monja dedujo que seguramente no recibió ninguna información acerca lo que había venido a buscar y por parte del maese no habría recibido más que improperios y ninguneos. Consideró, por tanto, normal la reacción de la dama.

-Permita que me presente, soy Sor Eulalia y conocí a vuestra hija. – Quedó pensativa. – Pobre muchacha… Supongo que ahora se encontrará lejos de aquí.
Ibelia.jordan



Comenzaba a sentir profunda preocupación que no dejaba traspasar la frontera de su pensamiento, su enmascarado corazón guardaba cada una de sus cuitas, no se permitía demostrar sus sentimientos. Se debía a los demás, aquellos que confiaban en ella y la tenían por dura e inquebrantable.

Lo que había descubierto en aquel monasterio, casa de salud o como fuera su nombre, no le había tranquilizado en absoluto. Además la herida se Tera era terrible, habia sido un buen soldado, un fiel servidor el poco tiempo que estuvo a su lado.
No podía flaquear ahora no iba a fallar a su hija la llevaría a casa sana y salva aunque debiera atravesar las puertas del Averno que cono tales se mostraban, siete puertas en aquel pasillo por donde era ya imposible, ver al Maestre.

La marquesa y sus dos fieles ponían, con sumo cuidado gatuno, un pie y luego otro suavemente sobre las losas, como esperando en cualquier momento un nuevo ataque; las espadas en guardia esperando que cualquier peligro apareciera detrás de alguna de aquellas puertas.

Repentinamente a su espalda como espectro al que a punto estuvo de rebanar la cabeza , sintió pronunciar su nombre con voz de tono amable.
-Ruego que me disculpe… ¿Es usted la Marquesa de Sagunt?

Viendo que se trataba, aparentemente, de una inofensiva monja bajó la guardia, aunque siempre alerta, contestó.
-Hermana, disculpada está. Dijo mirándola de arriba a abajo sorprendida. Envainó su espada. -Y, ¡por el Altísimo! tenga cuidado con sorprender de esta guisa a un grupo armado. . . Os puede costar la vida.

Y ahora a lo que nos ocupa ¿como sabe mi nombre? Seguro que conocéis el paradero de mi hija. Hablad por Aristóteles.
Dijo tomándola por los brazos cada vez más alterada.

-Permita que me presente, soy Sor Eulalia y conocí a vuestra hija. – Quedó pensativa. – Pobre muchacha… Supongo que ahora se encontrará lejos de aquí. 
Por un momento la Dama pensó que ya habían terminado su sufrimiento y que de manos de aquella monja traería de vuelta a su querida Aliena.
Pero lejos de ser así, más dudas le arrojaron, como cubo de agua fría sobre su sentimiento. Soltó a la monja.

-¿Qué queréis decir con eso? ¿Por qué pobre muchacha? ¿Que le habéis hecho? Por favor llevadme a donde esté de una vez.
En el cerebro de Ibelia unas palabras se marcaron a fuego "se encontrará lejos de aquí.  lejos de aquí.  Lejos. . . "
No las podia apartar. Casi las lágrimas asomaron a sus ojos pero ella no podía mostrar debilidad, no podía derrumbarse, ella estaba sola contra el mundo.

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Sor_eulalia


-¿Qué queréis decir con eso? ¿Por qué pobre muchacha? ¿Que le habéis hecho? Por favor llevadme a donde esté de una vez.

Eulalia se sintió avasallada con tantas preguntas. Tomó a la Marquesa del brazo y le susurró.

-Os lo contaré todo, pero este no es el lugar más apropiado. Ya sabéis que las paredes tienen oídos. Acompañadme.

La pelirroja hizo un gesto con la cabeza a su grupo de armas para que le siguieran.
Entraron juntos en los aposentos de la monja y ésta cerró la puerta tras ellos. Después convidó a la Marquesa a que se sentara en la única silla que disponía.

-Por favor Marquesa, será mejor que toméis asiento. Es una historia larga de contar.

La monja se sentó en su lecho frente a la dama y con la mirada baja comenzó a pensar cómo le contaría todo aquello a la madre de la joven. Carraspeó la garganta e intentó contárselo con la mayor suavidad posible.

-Vuestra hija llegó hace varias lunas, a manos de unos hombres que rondaban los caminos. Llegó inconsciente y malherida, ellos decían que tuvieron que hacerle aquello porque tenía un mal en la cabeza que no le dejaba hablar con cordura y decía únicamente sandeces. Por eso nos la trajeron a nosotros para que curásemos ese mal.
Estuvo varios días sin volver en sí, pero al siguiente domingo despertó. Qué asustada estaba y no era para menos, no sabía dónde estaba. Tras pasar un interrogatorio con el Maese, este salió malherido por la joven en su intento de escapar. Eso no conllevó nada bueno para ella, pues acabaron encerrándola en las celdas.


-¡Celdas! – Exclamó la Marquesa. –Creía que este era un lugar sagrado.

La monja vio como el pulso de la dama temblaba de impotencia, nervios, rabia e ira, una mezcla de sentimientos que parecían a punto de estallar. La dama se puso en pie, yendo y volviendo por el aposento, mientras intentaba digerir lo que acababa de escuchar.

-No puedo creerlo. Todo esto no tiene que ser cierto, no puede ser verdad. No tiene sentido.


-Por favor Marquesa, esto no ha hecho más que empezar. Tomad asiento de nuevo.

-Lo siento Sor Eulalia, tras estas palabras me niego a continuar con la conversación hasta que mis ojos no vean dicho lugar.
Ibelia.jordan



A Ibelia le apremiaba su deseo de saber de su hija, por eso estaba escuchando a la monja hablar y hablar. Cuanto más escuchaba peor se sentía.
Le parecía estar viviendo en sus propias carnes las penurias por las que su pequeña había tenido que pasar.
No lo aguantaba más debía salir de allí y correr hasta dónde fuera que se encontraba Aliena.
Aun la monja seguía contando su historia y la llevaba hasta una lúgubre mazmorra de nauseabundo olor.
La marquesa expresó con desagrado.
-¿Como pueden tratar así a los seres humanos. Nunca me pareció bien la esclavitud pero esto es mucho peor, privar de la libertad de movimiento a alguien con la excusa de su desorientación o locura. Nadie está lejos del desequilibrio solo la posición te hace ser un genio o un loco.
Al ver sobre la pared el nombre grabado sobre la resquebrajada cal "Aliena Pellicer i Jordan". Su mente explotó su cuerpo entró en acción desenfrenada, ira y sufrimiento reprimido de tantas jornadas.

-Hermana no puedo soportar más esta visión dantesca. No debería haber participado de las sucias maniobras del perturbado que gestionaba este lugar. ¡Esto si es locura y desequilibrio! Dijo con un alarido enloquecido.

-Tenga por seguro que en el Infierno Lunar hay un lugar para los que participen con el maestre de la Salud. Y en esta vida me encargaré personalmente de que llegue pronto a su destino final. Y con él todos los que hayan colaborado en este despropósito. Gritaba avasallando a la anciana.
-¡¿No quieren locura?! Yo les daré lo que merecen. . .
Sacó su espada y alcanzó con ella una lámpara de aceite que de un espadazo arrojó sobre el lecho de paja que prendió al momento. Hizo lo mismo con todo lo que a su paso encontraba mientras gritaba.
-¡Abrid todas las celdas y poned libertad a los presos! Ordenó mientras recorria la cripta.

-Eulalia si piensa que alguien hay bueno aquí avíseles, toque las campanas o huya. Le dijo a la monja que asustada no sabía como reaccionar.

-¡Vámonos rápido! tengo una hija a la que salvar de estos malnacidos. Les dijo a sus guardias que habían obedecido las órdenes al instante.

Salieron como flechas de aquel lugar recorriendo los pasillos en sentido contrario a su llegada, envueltos en el caos de humo y llamas que iban devorando aquel maldito lugar.
La confusión del ir y venir de soldados, los presos escapando, los monjes y monjas huyendo despavoridos, les facilitó la huida hasta el exterior donde esperaban sus compañeros con los caballos.

Ibelia montó a Cierzo y como el viento puso rumbo a la ciudad el barrio de la Lonja era su destino; no sabia si allí iba a encontrar a Ali pero tenía ese presentimiento. . . Oía la llamada de su hija en la lejanía.

Atrás quedaban los muros humeantes de la casa de salud. No temía represalias; tenia pruebas de que aquel lugar era la antesala del infierno; el Altísimo había guiado su mano, había hecho justicia en su nombre.

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Sor_eulalia


Las llamas crecían y envolvían aquél lugar transformándolo en un infierno. El humo hacía ahogar la respiración de Eulalia, quien intentaba salir de aquél angustioso lugar. Las vigas de madera, empezaban a caer casi calcinadas, dificultando su huida. Y sus ojos, enrojecidos y llorosos, apenas vislumbraban lo que había delante de ella.

No entendió la repentina actitud de la dama. Bien es cierto que aquellas nuevas no eran fáciles de asumir, pero tan sólo le estaba haciendo consciente de lo que había estado ocurriendo esas lunas atrás.
Si no hubiese sido por mí, ahora seguirías sin conocer el paradero de vuestra hija, pensó.

A pesar de que al principio fue culpable y cómplice de lo que ocurría con su hija, después creyó en la palabra de la joven y de buena fe envió aquella misiva, para que si finalmente resultaba todo ser cierto, salvar a una inocente.

Ahora, viéndose atrapada, maldijo a la familia Pellicer i Jordan por ofrecer su ayuda y recibir aquel castigo del Altísimo a cambio.
-Quizá la locura y la inconsciencia es un mal de toda la familia- masculló, mientras se sentía abrasada por las llamas.

De fondo, escuchó las campanas retumbar dando aviso de incendio.
--Capitan_quilez





-Así me gusta soldados, ¡que cumpláis con discreción! – Alzó la voz el Capitán Quílez al recibir de vuelta a los soldados con la joven anunciada en busca y captura.

-Pero no era necesario ajusticiarla de esta manera, Caballero Domínguez… pecáis de imprudencia. Bien podríais haber fallado con la espada y abrirle en canal. La quieren viva. – Gruñó. – Espero que no vuelva a ocurrir o será el Maese de Talavera quien decida dónde se encuentra vuestro lugar. – Hizo silencio, mientras volteaba el caballo rondando a su compañía de armas.

-Y ahora caballeros, ¡finalicemos esta misión y vayamos a las tabernas a acabar con toda la cerveza del pueblo!

Tras un grito de fuerza y asistencia al unísono por parte de su tropa, espoleó al caballo y le siguieron a trote todos los soldados.
Alienaa estaba cargada a lomos del caballo del Capitán, todavía inconsciente y malherida, quien dejaba ir de vez en cuando algún gemido de dolor.

A mitad de recorrido, una vez dejaron la ciudad a sus espaldas, vieron una columna grisácea de humo que se alzaba desde donde se ubicaba el sanatorio y oyeron las campanas resonar a lo lejos. El de Quílez hizo parar en seco a toda la compañía y se encaró a sus compañeros.

-Caballeros, esto no me transmite un buen augurio. Seguramente sea que las inútiles de las monjas hayan prendido fuego en las cocinas y se les haya ido de las manos. Pero no podemos confiar en ello. – Aguardó silencio mientras se agarraba firme a las riendas del corcel. – Escuderos Conrado y Ramírez, proseguiréis el camino hasta el sanatorio y nos daréis informe de lo que acontece. El resto nos desviaremos hacia el río Gállego, aguardando vuestras nuevas.

Con las nuevas órdenes, los escuderos prosiguieron con el camino mientras el resto de la compañía cambió su destino hacia aquél río afluente del Ebro.

Una vez llegaron, el sol estaba desapareciendo por el horizonte, el Capitán desmontó del caballo y lo ató a un árbol cercano. Seguidamente dejó a la joven en el suelo atada en el mismo árbol junto al corcel y se dirigió hacia la orilla sacándose el casco para empapar su rostro y refrescar el gaznate.

-Es hora de descansar soldados. Haremos turnos para dormir, no podemos bajar la guardia.
– Dijo mientras se ponía de nuevo en pie.
Ibelia.jordan



El pequeño grupo comandado por Ibelia había llegado hasta el barrio del puerto siguiendo el instinto más que la razón. Llevaban un hombre herido y el grupo volvió a separarse según las indicaciones de la marquesa.

-Volved con Tera al barco, avisad al barbero y que intente hacer algo por su vida. . . Le dijo a una de sus guardias poniendo la vista en el joven moribundo sin mucha esperanza y bastante tristeza.

-Nosotros buscaremos debajo de las piedras si es preciso. Dijo a sus guardias.
Descabalgaron y la dama fue recorriendo los puestos preguntando por si alguien había visto a la joven.
Poca información le dieron en las horas que dedicó a tal menester y eso que llevaba visible el saquito con las monedas para una gratificación si la información lo merecía.

-Una pordiosera mugrosa me pidió de comer pero dudo que sea la joven que busca, esta que le digo debía ser una delincuente porque allí mismo unos soldados la capturaron y marcharon hacia el arrabal de la puerta norte a las afueras hace unas horas.

Señalaba una zona de arbolado al lado del río una verdulera que andaba recogiendo su puesto.

Ibelia no sabía que hablaba de su hija aunque puso extremado interés en ver donde señalaba la mujer. No había otra pista que seguir asi que dió unas monedas a la informante al tiempo que le decía.
-Gracias por la información si la volviera a ver no dude en buscarme. La marquesa de Sagunt sabe recompensar a quien le ayuda. . . Y castigar a quien la ofende Añadió.

Llegaron al lugar indicado lo mas rápido que sus pies la llevaron, estaba cansada y casi sin esperanza.
-Busquemos con cuidado puede que hallemos algo que nos indique que Aliena estuvo aquí.
Tenía una corazonada a pesar que la descripción no era la de su hija pero despues de un cautiverio ¿como prodría estar la niña que hacía unos meses había dejado al resguardo de los muros de su castillo? Se preguntaba mientras recorría la pequeña arboleda con la escasa luz de la puesta de sol.

Algo la alteró de repente, entre la hierba, un charco, casi oculto en el barro asomaba algo que le llamó la atención. Su corazón galopaba, la hacía respirar con fatiga.
Tomo la tela, al tacto suave, la suciedad casi no dejaba apreciar, bordado el escudo familiar de su casa.

-¡Es ella! Exclamó con un grito -¡A los caballos! Sin demora vamos por donde nos dijo la campesina que fueron los soldados.

Ritc y Lea acercaron las monturas y al poco salían por la puerta Norte Cruzando el Rio por el puente de Piedra.
Atravesaron el arrabal y siguieron el camino de las huertas que rodeaban la ciudad hacia la desembocadura del Gállego.
Si han tomado esta dirección encontraré a mi hija en algún punto del camino aunque tenga que llegar a Sallent siguiendo el río.
Poco importaba que la luna ya estaba sobre el horizonte y que pronto la noche se cerraría ante el grupo de rescate.

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Alienaa


Alienaa tenía los brazos adormecidos y las muñecas le ardían debido a la fuerza de la cuerda que le ataba al árbol. Pero nada de eso era comparable con el dolor que sentía en su pecho, parecía que su alma quisiera desgarrarle para huir de su cuerpo.
Abrió los ojos débilmente, unos destellos de luz bailaban en la oscuridad haciendo unos juegos de sombras a su alrededor y apenas se escuchaba el ulular de un búho... y ronquidos, muchos ronquidos. Sobre su pecho observó unos paños de lino ensangrentados, pero ya secos.
Después, con la vista más acostumbrada, vio un grupo de hombres que dormían alrededor de la fogata. Vio sus armas y escudos que descansaban sobre las rocas, pero por falta de luz no pudo distinguir qué emblema tenían grabado.

Se percató de una presencia a su lado y dio un respingo al ver que ese extraño inadvertido estaba tan cerca de ella, de cuclillas observándola. Era un joven de unos pocos años mayor que ella y por su apariencia, ni si quiera parecía un soldado. Vestía ropas ligeras y tenía una faltriquera con diversos utensilios.

-¿Venís de parte de los Marqueses de Sagunt? - Susurró con esfuerzo y voz ronca.

El joven le contestó con un seco y rotundo no. Después le retiró los paños empapados mientras maldecía del dolor. Vio como los empapaba en mejunje preparado un balde de madera y de nuevo se lo colocaba sobre la herida, sintiendo un frescor que mitigaba el dolor. Luego le acercó un cuenco con agua fresca para que aliviara su garganta. Dedujo, pues, que se trataría del curandero del grupo armado.

-Gracias - Musitó la hija de los de Sagunt.

Viendo los votos de silencio del joven y con la garganta más calmada, Alienaa comenzó su reparto de preguntas.

-¿A quién pertenece vuestro batallón? ¿Al maese de Talavera? Y en tal caso, ¿qué hacemos aquí que no me habéis mandado de vuelta a las celdas? ¿Lo siguiente es quemarme en la pira?

Pero el joven ignoró cada una de las preguntas. Se acercó a su oído y le susurró casi pegado a ella.

-Sé lo que vales niñita, tus padres pagarán mucho por tenerte de vuelta a casa. Quién sabe la de escudos que poseéis los Marqueses, dicen que poseéis tanta fortuna que tenéis aposentos llenos de tesoros, monedas de oro y joyas preciosas. Y eso es lo que vamos a pedir por ti, todos nosotros vamos a vivir como reyes cuando tus padres se dignen a venir con tal suculento botín. - Hizo una pausa, mientras acercaba su mano al muslo de la joven. - Pero estoy impaciente por recibir el botín y hoy me voy a servir de ti para saciar una parte. - Empezó a besarle por el cuello mientras que la joven, con cara de asco, intentaba zafarse de él.

-La cuerda... - Susurró angustiada por lo que le apretaba en ese vano intento de separarse.

-Si que son un estorbo sí, disfrutaremos mucho más los dos sin eso - Dijo separandose de ella y sacando su daga que escondía bajo la camisa. Con un corte limpio le desató.

Alienaa frotaba las muñecas en un intento de recuperar la sensibilidad, cuando veloz, tenía de nuevo al joven encima. Intentaba esconder su cuerpo tras esas largas manos que intentaban manosearla. En un descuido, la joven consiguió hacerse con la daga del joven, pues este con las prisas no la había atado bien en su cinturón. Sin pensarselo un instante, se la clavó en la garganta y el joven, con una mueca de sorpresa e intentando gritar, vio su grito ahogado por los borbotones de sangre que emanaban por su boca.
Luego, cayó desplomado a su lado.

-Jamás conseguiréis mancillar el honor de una Pellicer i Jordan.

Era la primera vez que mataba a un hombre. A pesar que desde niña había sido preparada en el campo de armas del marquesado, nunca había tenido que enfrentarse.
Pero no le supo mal, apenas sintió lástima ni remordimiento alguno. Quizá esta sea una pequeña venganza por todo lo que había estado ocurriendo. Porque seguro que eran cómplices de todo... era la primera vez que alguien reconocía su nombre y procedencia en todo este tiempo.

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Ibelia.jordan



Mientras el sol irradiaba sus débiles y últimos rojizos rayos del día, cabalgaban hacia el Norte dejando atrás la ciudad. Casas de campo y solariegos palacetes dispersos, se veían entre la fronda a lo largo del camino.

-Si han llevado a mi hija a una de estas villas no daremos con ella. Les dijo con amargura a sus hombres de armas.

Sacó de entre su ropa el pañuelo encontrado, buscando una respuesta se lo acercó al rostro como si su tacto y aroma le pudiese dar alguna pista del paradero de Aliena.
Después de unos momentos de duda les dijo a sus acompañantes.
-Dejaremos el camino principal y seguiremos por el río mientras el sol nos lo permita, pronto será noche cerrada y no creo que hayan avanzado mucho más.
Debemos descabalgar y continuar a pie, no haremos fuego ni ruido, quizá podamos ver si han acampado en las choperas de la orilla.


Se adentraron por los senderos rodeados de árboles, arbustos y matorrales de rivera; la humedad del río y el barro que encontraban hacía más lentos y difíciles sus pasos. Una bruma espesa comenzaba a calar sus ropas, caminaban en silencio, sirviéndose de la espada en los momentos en los que el sendero desaparecía y debían abrirse camino.
Hacía ya un rato que habían dejado las monturas en el último claro.

Cuando sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad y a las engañosas sombras que la luna proyectaba, la tenue luz de una hoguera no muy lejana les sorprendió.

-Por el altísimo compañeros decidme si eso que veo no es un engaño de mi mente. Puede que no sean ellos pero ¡a fe mía que lo vamos a saber!

Debemos acercarnos con sigilo y ver quienes son antes de actuar; hay que tener mucho cuidado, si tienen a Aliena no podemos ponerla en peligro.


El recorrido que les separaba del campamento no era largo pero se les hizo eterno hasta llegar a una distancia que les permitiese observar sin ser vistos.
Todavía no estaban suficientemente cerca para ver si eran los secuestradores de su hija, a la que tampoco distinguían de entre las sombras.

Con gestos indicó que se desplegasen para rodear al grupo de soldados, seguro que había vigilantes y no podían permitirse errores. Cada uno fue acercándose con extremado cuidado; sorteando los obstáculos que encontraron con silenciosa habilidad, uno a uno fueron cayendo los vigías ante el inesperado ataque de los filos de sus cuchillos.

Al rededor de la hoguera se veían cuatro hombres alguno más andaría en algún otro menester.
Ibelia se acercó un poco más hacia donde tenían los caballos descansando y vio una escena que la dejó petrificada. ¿Era su pequeña? ¿Era su hija aquella que dejaba tras de si un hombre degollado?

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Alienaa


Alienaa limpió el ensangrentado filo de la daga con su haraposo vestido, parecía una daga de valor: su puño era de un blanquecino y decorado marfil y su hoja fina, resplandeciente y afilada. Seguramente sería parte de algún botín en algún asalto a gentes nobles. Le dio un último vistazo y se lo guardó bajo su falda.

Después se dirigió a los caballos y escogió al Frisón por su porte joven y fuerte. Se acercó con suavidad y tranquilidad al equino, que se encontraba nervioso ante la presencia de la joven, y trató de calmarlo rascándole tras las orejas. En ese momento Aliena quedó petrificada. En todo este tiempo apenas había recordado lo que le había pasado... ¿Qué habría sido de Eclipse? Su preciado caballo huyó en el momento del asalto y de eso han pasado ya muchas lunas... El Altísimo será conocedor de su paradero ahora.

Con su alma encogida, Aliena cogió la silla de montar que más reforzada halló e intentó ponérsela. A pesar de su experiencia, fue toda una ardua tarea, pues el caballo cada vez estaba más nervioso. No entendía su nerviosismo, parecía asustado por algo.
Como el equino comenzó a relinchar, se alzó deprisa con ayuda de los estribos para huir rápidamente antes de que el alboroto despertara al batallón.
Pero para su sorpresa, el caballo se levantó sobre sus patas traseras haciéndole caer y soltando un fuerte bramido, despertando a todos los soldados.

-¡Pero como es posible! - Exclamó el capitán atónito ante la situación. -¡Rápido, atrapadla antes de que escape!

Sin apenas haber dado dos zancadas de su huida, un hombre le atrapó al vuelo. Pero en ese instante, vio una sombra aparecer entre la maleza.

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Ibelia.jordan



En apenas un instante el silencio que hasta entonces había reinado en la oscuridad de la noche se tornó en gritos y voces de alerta que pusieron en pie a todos los soldados del Talavera. Ibelia corrió en auxilio de su hija que caída en el suelo pronto se vio rodeada de algunos que acudieron hacia la muchacha que había atacado a su compañero.
Gritó con voz potente y clara que se dejó escuchar por encima de las otras voces -¡A mí los de Sagunt!
Aparecieron desde sus posiciones Lea, Marieta y Rict espada en mano hacia los que estaban más cerca de la hoguera y comenzaron la lucha, las espadas se cruzaban y su sonido metálico se dejó sentir en el lugar.

Ibelia se encaró con el que tenia agarrada a Aliena que intentaba zafarse de su agresor con uñas y dientes, mientras entablaba combate con los que intentaban salir a su paso.
El primero no la pilló por sorpresa, y con un par de golpes y una estocada lo dejó a un lado. Pero el segundo que se enfrentó no resultó tan sencillo, era el capitán que había dado la orden a los soldados.
En el primer golpe entrechocaron sus espadas sin daño alguno, para ambos,
-¡Soltad a mi hija malditos rufianes ! Gritaba mientras a su alrededor todos luchaban con mayor o menor fortuna.
La dama en su siguiente envite más agresivo que el anterior, consiguió herir profundamente el hombro de su adversario pero se desequilibró por la propia fuerza de su agresión, costándole mantenerse en pie, y cayendo hacia adelante; puso una rodilla en tierra y rápidamente se levantó, al darse la vuelta, el otro ya la estaba esperando dispuesto a lanzarle una estocada mortal.
-¡Ríndete Marquesa! si no quieres morir aquí mismo. Le decía el hombre que creía tener las de ganar.

La mujer se lanzó al suelo dando una patada hacia arriba, empujó al capitán que cayo de espaldas sin llegar a rozarle con la espada. Con rapidez se levantó dispuesta a terminar lo que había empezado.
-¿Rendirme? ¡jamás! y menos ante unos raptores de niñas como vosotros!
Volvieron a chocar sus armas, una vez más, pero se dio cuenta de la perdida de fuerza en el hombro herido de su adversario y se colocó en el contrario, de manera que los golpes del hombre le llegaran con menos precisión. Varias veces paró el golpe con su espada sin ver la oportunidad de asestar el preciso y oportuno que acabase con su victoria.

La fatiga comenzaba a hacer mella en ambos, a su alrededor había soldados del Talavera caídos, pero no podía ver si su hija se había librado ya de su captor. Y si sus guardias estaban todavía con vida.
Sintió que en aquella lucha a vida o muerte se decidía su futuro y el de su estirpe, el hombre herido no se rendía y ya estaba cansada de aquel baile.
Arriesgó su defensa y con con la fuerza de todo su cuerpo lanzó contra el capitán su furia contenida. La espada entró en el cuerpo del hombre a la altura de cuello y en menos de un abrir y cerrar de ojos se desplomó.

Ibel, agotada, miró a su alrededor buscando a Aliena y sus compañeros. Deseando que hubieran corrido la misma suerte que ella. Parecía que la lucha había concluido.

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