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[RP] Veneno en la piel

Cesar
Lo tenía donde quería. A punto. Ya sólo quedaba el golpe de gracia y el de la Barca sería cosa del pasado. Una estocada mortal. Cerca tenía la florentina que descansaba en el suelo. Sólo sería cogerla y despachar aquel hombre cuando… cuando de repente empezó a sonar una música.
Por el otro lado de la estancia salieron las dos mujeres, desnudas, o más bien cubiertas por una fina tela, cogidas con un broche que permitiera imaginar pero no ver las delicias de sus cuerpos. Era un ritmo que él desconocía lo que tocaba aquel hombre, y un bailar que reconocía de los días anteriores mientras las observaba practicar. Aquellos movimientos de caderas le fascinaban, era un arte de seducir, de prometer glorias y medallas imborrables que lucirían hasta el final de sus días en la memoria de aquellos que las gozasen.

La de Toledo, con los movimientos un felino y la astucia de una zorra se acercó hasta él, esgrimiendo una sonrisa le bailó, muy pegada, vaticinando con el roce de sus manos, el torcer de la comisura de su boca y unos ojos ardientes una noche larga, de insomnio y pecado. Los recuerdos de la toscana, unos pocos, los de aquella noche en concreto, aquella en la que se llevó el tesoro más valioso que puede tener una joven, le vinieron a la mente. Sus manos ora ociosas buscaban saciar el hambre que tenía y le corroía por dentro, más ella no se dejaba prender. Al mismo tiempo furtivos besos, caricias y palabras bañaban su piel y oídos, mientras Lisena seguía moviendo sus femeninos atributos.


-Ojalá hubiese sabido bailarte así en los días de mi felicidad. Hubieses disfrutado mucho más, yo lo sé. Lo veo en tus ojos. Me lo dice tu boca... Lo gritan tus manos. Fue por miedo. Me fui por miedo, miedo a ti.

Ojalá, pensó, ojalá. Notaba sus senos en la espalda, comprimidos contra él, que aguardaban bajo aquella tela verde los secretos que sólo el Mallister conocía. Antes de poder girarse y encararse a ella, la mujer salió hacia Adelaine, alejándose del de la Vega.
Bailó de nuevo, para los allí presentes, cerca de la rubia que ya había cautivado al catalán.
Se levantó en pos de aquella cruzada del placer, siguiéndola como un fiel escudero a su señor. Desde la distancia el ondulado cabello al moverse, el sudor que hacía brillar la frágil piel a la luz de las velas, el busto, las poderosas caderas, ella en su plenitud cobraba un halo mágico, atracción, que se mostraba en el apretado calzón del italiano. Sin embargo, antes de dar un paso cesó de pronto la música, rompiendo aquel hechizo.

De la nada apareció el alguacil, junto a cuatro corchetes, dispuestos a apresar a los que minutos antes armaban jaleo. El gentío allí reunido pronto se hizo a un lado, dejando en el centro a Césare y a Druso, que se encontraban muy próximos, quedando las bailarinas a un lado y Asdrubal, a resguardo de la vista del ministril.

-Qui est-ce qui a été?-dijo mirando la escena, mientras veía el rostro hinchado del Mallister y Druso inconsciente, aun- Saisissez-lui!

Aquellos cuatro hombres agarraron al Mallister por los brazos, sacándolo del lugar, mientras intentaba zafarse, liberarse, huir. Druso no opuso resistencia.
Las promesas se habían desvanecido, el sudor, el corazón acelerado, la pasión y el descontrol no le acompañarían aquella noche. Sólo le acompañaría la soledad de la luna, en caso de que aun tuviera la suerte de contemplarla.

Y el en el suelo quedaba su apuesta. Tras irse, Lisena se acercó hasta donde se encontraba hacía escasos segundos el italiano. La florentina. La cogió entre sus manos. Ahora era suya. Había ganado.


¿Quién ha sido? ¡Prendedlos!*
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Adelaine
El aire se lleno de lo exótico, lo prohibido, impregnando en la leve capa de sudor en sus pieles, en los sinuosos movimientos al compás de la improvisada música. La victoria que antes saboreaba el Mallister ahora yacía en el paladar de la rubia. Su plan había logrado domar aquellas fieras con sed de sangre, canalizando el pecado de la Ira hacía la Lujuria. Pecado que la rubia estaba dispuesta a recaer en sus brazos.

Primero actuaron juntas, buscando entrar y acaparar las mentes de ellos. A Lisena le resultaba más fácil según la perspectiva de Adela, por que a Césare ya lo tenía en sus redes desde antes de conocerla. En cambio, la odalisca debía esmerarse para despertar los instintos bajos de Asdrubal. Y sabía cómo lograrlo.

Sus movimientos no sólo buscaban calmar de ira al catalán, sino también encandilarle, que caiga enredado en ella cómo la tela que cubría su esbelto cuerpo. Los brazos danzaban en el aire, llamándolo, y cuando hacía ademán de tomarla para sí, se deslizaba cual serpiente. Llevaba una pierna para adelante, bajando su torso hasta quedar perpendicular al suelo, colocando los brazos hacía atrás y dando impulso para salir solo un tramo mas al costado que él. Siempre salía de espaldas. Y ahí aprovechaba para observarlo por encima de su hombro, meneando la cabeza con tal exagerar el movimiento de su abundante cabellera. Y le sonreía jocosa no sólo con sus labios, sino también con sus ojos.

Y estando de espaldas, aumentaba el ritmo de sus caderas formando un sublime vaivén impetuoso mientras volvía a alzar sus brazos como si sus dedos quisieran tocar el techo. Él reanudaba la marcha para atraparla. Y ella, volvía a escapar.

Cuando estaban convencidas que sólo la atención era dirigida para ellas, volvieron a quedar las dos en el centro de sus presas y actuaban como si fueran reflejo una de la otra, pero esta vez los movimientos eran más lentos, más provocativos, como si sus cuerpos rozaran la sombra del viento.

Entonces fueron interrumpidos por los alguaciles que fueron llamados anteriormente. Por sorpresa, sólo se llevaron a dos de los tres que participaron en la fogosa pelea de antes y el ambiente exótico se difumino de la misma forma que había ingresado para reinar el ambiente. Contemplaba como se llevaban al Mallister y como Lisena tomaba en sus manos algo que había caído al suelo. Y en ese momento que bajo la guardia, sintió como era atrapada por aquellos brazos que tanto había escapado con anterioridad. Ciño aún más su escote tapando a penas sus jóvenes senos que se movían al compás de su agitada respiración y el delicado trozo de tela se pego aún mas por todo su vientre. Llevó su mirada azur hacía atrás, y miro a Asdrubal, estaba serio su semblante, ¿o acaso decidido?, y su mirar lascivo.

Y aquellos brazos que la encarcelaban con firmeza la guiaron hasta las habitaciones, pero no fueron a la de ella. Abrió la puerta que era de la habitación de él, sin dejar de soltarla, aparentemente sin querer volver a repetir aquella experiencia de escape. O reclamándola cómo su objeto.


-Esta noche seré tuya... -pensó mientras alzaba la mirada nuevamente para encontrarse con las de él. Ahora sonreía de la misma forma que la miraba. -...pero pronto serás mio.

Le correspondió la sonrisa, pero sus mejillas se ruborizaron. La puerta se cerro a sus espaldas...



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Asdrubal1
E irrumpieron en medio del alborozo que se estaba gestando en la taberna, el alguacil con sus hombres, alguien debió haberlos llamado, malditos chivatos pensó el de la Barca, perros sin honor, aunque ya estaba dispuesto a ser llevado a las mazmorras, para su sorpresa solo se llevaron a Druso y al Mallister, lo cual le causó por una parte, una alegría inmensa, por otra, una ligera preocupación, ya que perdía al de la Vigna, pero tampoco le iban a intentar asesinar en esa noche...

Sin embargo volvió la vista a Adela, lo ocurrido la había sorprendido, y eso lo aprovechó él, cogiéndola por el brazo, con firmeza pero procurando no hacerla daño, mirándola a los ojos, su seriedad y decisión eran la máscara que ocultaban sus verdaderos propósitos, que ella pareció vislumbrar, la llevó a sus habitaciones, cerró la puerta tras de si, y quedó mirándola, una sonrisa afloró en el semblante del de la Barca, correspondida con sus ojos, la despojó de sus vestidos, acercando sus manos al broche, con lentitud y parsimonia, liberando la tela que se deslizó sobre la piel de la rubia, que al tacto era suave y tersa, de una blancura que le encandilaba, sobre sus hombros caían sus dorados cabellos, tras eso la llevó hacia la cama, quitándose la camisa, a la que fue seguida el pantalón al igual que el resto de sus ropajes.

Lo que pasó a continuación fue un sin fin de caricias, la impaciencia del de la Barca se había esfumado, y se deleitaba con todo lo que acontecía en aquella habitación, en aquella cama, le habría gustado decir que él había domeñado la situación en todo momento, pero la verdad era otra bien distinta, ya que la chica conseguía alargar incluso aquello, cada roce y tierno beso por su parte, le causaba exasperación y deseo a partes iguales, al acabar él quedó exhausto, rendido en la cama, entre las sábanas había una serie de gotas de tono carmesí, enarcó una ceja y miró a la blonda, riendo entre dientes y con la voz aún entrecortada dijo;


- Por cierto, ya que rechazaste el anillo permíteme que te recompense de una forma más... Apropiada, ¿Un vestido quizás? Ropa nueva no te vendría mal... Viendo tu amplio abanico de vestuario...

Me temo que la había malinterpretado por Christos, aunque bien es cierto que se dedica a ese oficio… No ha conocido varón… Hasta ahora claro… Con aquestos pensamientos, quedó esperando respuesta de la rubia, observando con detenimiento su cuerpo desnudo, daba por hecho que le iba a aceptar, ¿que otra cosa iba a querer una muchacha como aquella? Él no era precisamente pobre, más bien lo contrario, podría darla sustento y protección... Pero no gratis, obviamente.
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Lisena
Jugaba con la daga. El cuerpo perlado de sudor y la tela pegada a él, las caderas marcaban ora un paso quedo y lánguido hacia las estancias que habían alquilado. Se habían llevado a Césare a calabozo, de lo cual se alegraba. Mucho además. Y no se imaginaba de cuánto de arrepentiría después de alegrarse por su mal.
Pero mientras tanto, Lisena era una joven resentida a la que le agradaba la idea del descanso, y haciéndose paso entre los hombres de la posada, se dirigió hasta la que sería su habitación. Sin embargo, la puerta a su lecho quedaba cerrada al paso por un francés, tres pies mayor que ella, y que la miraba con ojos ávidos de lascivia y deseo. Se le quedó mirando; aquel hombre era enorme.


¿Cuánto cuestas? -debió de preguntarla en francés, valorando la respuesta con una moneda de oro en su mano. Ella la miró, y sonriendo casi angelicalmente, le dejó pasar a su lecho.


La daga había descansado durante toda la noche sobre la mano de la morena. Aquel incauto trató de comprarla, y aunque ella se había visto convencida en un principio, rehusó después e hizo uso de su ingenio para ganarse los cuartos a pesar de ello. Se limpió y desperezó, todo ante el hombre, maniatado y amordazado, desnudo, con la tela esmeralda del baile de anoche. Se vistió ante él, también: ya que había caído en la tentativa, por lo menos le daría el placer de que la viera sin ropa. Y con descaro, tras ponerse la camisa y el corpiño, con las piernas al descubierto, se sentó muy próxima a él e investigó, hurgando entre las ropas del francés, lo que tenía y era. Encontró una daga en sus botas, de buen cuero, las cuales decidió quedarse; varias monedas, en total cincuenta escudos, que no le vendrían nada mal: con ello podría comprar más comida para el viaje que les aguardaba tras el desayuno de la posada. También halló una medalla, muy brillante y tentadora, pero decidió que, después de todo, con algo debería dejarle al hombre, y si ese algo debía de ser el honor, que así fuera.
Por lo que recogió la camisa y las botas del francés, que debía de llamarse François (como todos), además del dinero y el odio del hombre, y cerrando bien la puerta tras de sí entre los gemidos de su víctima, descendió las escaleras hasta el comedor principal en el que aguardaba el posadero. Reclamaba una compensación frente a los daños provocados anoche por la pelea de los hombres, y para la mala fama que acogería la posada con el bailoteo de mujeres desnudas. Se encogió de hombros, no supo bien qué responderle, y aún menos se atrevía a sacar la florentina y punzar aquella enorme panza ante tantos huéspedes por lo que, pidiendo el desayuno, se sentó en una mesa, apartada. Esperaba que Adelaine bajase, desde anoche no supo nada de ella.


Y el maldito Césare... -se dijo, en voz alta, casi en un lamento. Se oían los gritos de un hombre arriba, pidiendo ayuda. Todos lo ignoraron.- Si no fuera porque te la debo... Y si no fuera porque te lo mereces, querido, ya estaría en cuartel pidiendo explicaciones por la infamia. O incluso ante un consejo de guerra, si fuera menester. Pero... ¡Pero!, ¿qué dices, Lisena? Tonterías, como siempre.

Se sacudió la cabeza y tras aquel monólogo interior, tomó la leche del tazón y bebió de ella con avidez. Cogió después las rebanadas de pan, condimentadas con un poco de aceite y azúcar, y cogiendo sus pertenencias que, por cierto, cada día aumentaba en número, tamaño y valor, salió en busca de su rubia odalisca y amiga. Tocó la puerta de la habitación, a lo cual sólo respondieron varios gemidos, y sonriendo comprensiva dio media vuelta y se retiró, antes de que el posadero se acercase de nuevo a ella.

Montó sobre el alazán, Suda había estado toda la noche con él. Buscó algo de comida para el animal en las alforjas y, cogiéndole en brazos, se aventuraron entre las calles de Foix hasta llegar a la comisaría. El ir y venir de palabras en otro idioma la había confundido, pero aún se veía capaz y con fuerzas de comprender algo, aunque fuera un poco, y poder así reclamar la liberación del Mallister.


Cesaggggué Mallistég? -Los alguaciles rieron. Ya se había comentado algo anoche sobre un tal Mallister... Pero aquellos hombres se creían muy jocosos y preferían amedrentar a la morena con su jolgorio desafortunado.- Non non, je n'ai vu pas jamais! Pego puede seg que sí... Quisás algo de dinego nos gefgesque la memogiá...

Suspiró. Aún sostenía su caballo y el pequeño lobo los miraba a todos desde la grupa con curiosidad, a riesgo de caer. Se apartó el pelo del rostro y buscó algunas monedas con las que convencer al alguacil. Éste se mesó la barba con interés y, poco convencido de si la muchacha tendría más para darle, la miró con desprecio y se volvió en dirección a los calabozos.

Espega aquí. - Fue todo cuanto dijo.

Ella, mientras tanto, se sentó en un banco y esperó. Y esperó, y esperó. Y siguió esperando. Esperó durante horas, como un perro fiel.

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Cesar
¡Alehop! Lo lanzaron como un saco sobre la fría piedra, tristemente recubierta de paja húmeda, golpeándose el rostro, herido tras la pelea tabernera con el de la Braga. Le dolía mucho, sobretodo tras la bajada de adrenalina y la pérdida de los efectos del vino. Se tocó la napia hinchada mientras ahogaba un quejido, las moscas, abundantes entre tanta porquería acumulada en aquel lugar le afligían más aun, sus mordeduras eran un auténtico calvario, y él, exhausto, no tenía fuerzas para ahuyentarlas.
Arrastrose por el suelo hasta alcanzar la pared, en la que apoyó la espalda. Tenía sed, mucha sed, y nada con la que aliviarla. Maldijo toda su estampa, la maldijo mil veces, allí en su soledad, o en lo que él creía soledad. Observó mejor el lugar. El suelo de piedra estaba acompañado por heno que llevaría ahí más tiempo que la propia estancia. Las paredes de roca adornaban el lugar con su irregular forma. El lugar estaba bajo tierra todo y que desde los respiraderos se observaba la calle a la cual daba, cercana a la plaza central de Foix. Junto a la puerta de roble, ya gastada por los arañados y el paso de los años, había un plato de madera en el cual reposaba una cuchara del mismo material. Estaba vacío. Le extrañó, habría alguien más, hasta que vio un bulto moverse en la oscuridad. Empezó a moverse más, y más, hasta que se percató de que se acercaba a él. Volvió a maldecir su ventura. Ahora le robarían lo poco que tenía, y no pensaba defenderse, le daba igual. Quería descansar, mañana, si seguía vivo, se vengaría. De pronto, aquel bulto negro cobró forma humana, gestos humanos, y una voz grave pero cansada, enferma por los días de confinamiento. ¿Él correría la misma suerte que aquel desdichado?
Maldijo mil veces su mala estrella.


-Bonjour… -ahora era el desconocido quien escudriñaba.- Qui est tu? dijo con un acento peculiar.- Je suis Enzo Ferrari.

Le tendió la mano, sin embargo el Mallister no la estrechó. Le faltaban fuerzas y además, desconfiaba de dónde hubiera estado escondida las últimas horas, qué hubiera podido tocar, y que humores malignos podría transmitirle.
Y así, en un silencio incómodo que aprovechó aquel hombre de las tierras de la gran bota del viejo mundo para volver a su rincón, durmió, durmió el Mallister como hacía tiempo que no lo hacía. Despreocupado, sin sufrir la vigilia temeroso de cualquier peligro. ¿Quién se iba a aventurar hasta la boca del lobo? No, aquella noche durmió a pata suelta.


Ya saben vuesas mercedes el dicho, noches alegres; mañanas tristes. Y bien triste que era. En los calabozos, con apenas un rayo de sol asomando por el respiradero se encontraba él. Rostro hinchado, insectos merodeando su cara, rodeado de miseria y rufianes, con los huesos calados por el nocturno frío de las tierras al norte de los pirineos. Asqueado del lugar, del irrespirable ambiente a humanidad (por ser refinados) y hambriento, además, el de la Barca tenía razón, la comida de la noche anterior le provocaba una punzadas en el estómago que anunciaban unos próximos días de descomposición. Esperaba, al menos, que no se tratara de disentería.
De nuevo, un hombre (uno de los varios que ahora podía discernir) se encontraba bajo el sol, calentando sus huesos. Al verse observado por el de la Vega volvió a hablar, presentándose de nuevo.


-Je suis Enzo Ferrari-dijo estirando la mano y los labios. Tenía algún diente de menos-.

-Capisco la tua lingua-fue tajante.

El piamontés, concretamente de Cuneo, era un criador de caballos establecido en Milán. Allí aseguraba tener la mejor cría de corceles, ya fuese para competición en justas o para batallas. También le explicó, mientras le dejaba hueco ahí donde golpeaba el Astro Rey, que se encontraba ahí, la prisión en Foix, por unas deudas contraídas algo… ilegalmente, el hombre tampoco quiso entrar en detalles. Había ido hasta el condado de Tolouse para cerrar un acuerdo con el conde sobre la venta de unos equinos. Según le contaba, él también había tenido mala suerte.
Además, en el lugar había cuatro hombres más, pero ninguno que le llamara la atención. Uno flaco y con la piel amarillenta, con claros síntomas de alguna enfermedad que agravaría las dolencias que ya sufriría por la edad. Otro corpulento, que había sido metido ahí por chulo, por asesinar a una ramera que no había hecho lo que él pedía. Los otros dos desconocía quienes eran, a que se dedicaban y por qué estaban ahí. Tampoco le importaba, quería salir, pero debía esperar a que alguien le fuera a buscar.

El día transcurrió, minuto tras minuto, hora tras hora, hasta que el sol ya no iluminara el lugar, sumiéndolo de nuevo en la penumbra. Entonces fue cuando pactó con Enzo.


-Quién salga antes, saca al otro de este tugurio.

-Hecho.

Tampoco le estrechó la mano, y Enzo había aprendido a no dársela. Desconocía los orígenes del Mallister, de quien se trataba, pero por el porte y la dignidad con la que hablaba, daba a entender que no era nadie que se fuera a morir por pasar hambre.
De pronto un carcelero abrió.


-¿Césage Mallisteg?

El aludido se levantó, sacudiéndose los mugrientos ropajes. Apestaban. El guardia era un hombre pequeño pero fornido, se asemejaba a un jabalí, con aquel bigotillo ridículo que parecían los dos colmillos del puerco salvaje. Fuera estaba Lisena, dormida.
Se acercó con dulzura. Iba vestida, a diferencia de la anterior noche, su cabeza ya no se sostenía en ningún sitio y colgaba sobre el cuello. Le acarició la mejilla a la vez que susurraba su nombre. Le dio un susto. Esperó a que se desperezara unos segundos y le pidió unas rublas más para sacar a aquel italiano con el que había pactado, con el que tenía un plan, o al menos, habían trazado un futuro juntos. A la joven no le dio demasiadas explicaciones.

Al rato marcharon. Y por cierto, nadie se acordó de Druso.



Qui est tu?; Quién eres tú?
Je suis Enzo Ferrari; Yo soy Enzo Ferrari.
Capisco la tua lingua; Entiendo tu idioma.
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Adelaine
Toc, toc, toc-aron la puerta con el mismo frenesí interrumpido de los dos. Era la segunda vez en la mañana que tocaban, la primera por algún chistoso, suponían, que los habría oído y quiso gastarles una broma. En cambio, esta segunda vez había alguien esperando al otro lado de la puerta. La rubia permaneció en la cama, tapando su desnudez con la áspera sábana, mientras que Asdrubal salió a atender a la puerta. Era la esposa del posadero, y cómo la naturaleza nata de Adela era la curiosidad, se incorporo hasta llegar a mirar por encima del hombro del de la Barca. En base a señas y palabras toscas, la posadera les dio a entender que, o pagaban otra noche o se marchaba, además de pagar los destrozos etc. etc.. Y de un repentino portazo proveniente del brazo de Olivé, quedo zanjado el asunto.

-Mejor salgamos de aquí, -sugirió la rubia a la par que daba media vuelta contemplando la habitación, buscando algo. - podríamos bajar a desayunar algo, ¿no crees? Ya sabes... para recuperar fuerzas.

Reía jovial mientras recogía debajo de la cama la tela azul. Cuando la tela volvió a rozar su piel para cubrirla, enseguida fue quitada. Había otro asunto que faltaba zanjar, y Asdrubal se lo dio a entender.


Bajaron finalmente para llenar sus estómagos de algo en el comedor. Su vestimenta era la misma tela y broche de la noche anterior, pero menos provocativo. Varios los reconocieron y murmuraban a sus espaldas, sólo uno se atrevió a enfrentarla con intenciones de negociar, intenciones esfumadas con la inquisitiva mirada.


-Al próximo lo dejo eunuco. -pensó mientras se acomodaban en una mesa. Nuevamente volvieron a ser dos desconocidos, podrían hablar, más el único lenguaje el cual sabían comunicarse involucraba enredar sus cuerpos. Jugaba con sus cabellos mirando indiferente hacía la ventana. -¿Dónde estará Lisena?

-¿Sabes? -dijo Adela sin apartar la mirada. -he visto un vestido que capto mi atención cuando llegábamos. Es sencillo, de color ámbar. Nada ostentoso. También esta cerca de acá la tienda, podremos presidir del caballo.

Finalmente le había contestado en detalles aquella pregunta que formulo la noche anterior. En aquel momento había caído rendida y entregada. Entregada en cuerpo, pero no en alma. Danzaron por quien sabe cuanto tiempo, yendo más allá de cualquier encaje negro y el pecado, pasando el limite entre caricias y besos que contrarrestaban el fuego de la sangre y la piel. Al fin y al cabo, para pecar había sido echo el cuerpo humano. En aquel momento, sus fuerzas habían sido consumidas y le contesto con un suave asentimiento con cabeza, a la par que amoldaba el esbelto cuerpo de ella contra el fornido pecho de él, respirando profundamente.

Con esos recuerdos invadiendo su mente, no pudo evitar apartar la vista de la ventana y dirigirla hacía el rostro de él. Era la primera vez que podía verlo con sumo detenimiento, sin que su semblante estuviera congestionado de ira o lujuria. Era mayor que ella, un poco más y le doblaba la edad, en su rostro ya unas pocas líneas de expresión se dibujaban, las cuales se acentuaban cuando frunció el ceño ni bien llego lo que pidieron; los ojos, para la rubia, bastantes expresivos cuando se encendía en él cualquier tipo de pasión, y aquella barba, tanta cosquilla el hacía cuando rozaba con su sensible piel. Y le parecía guapo, había que admitirlo. Pero no iba a recaer ante cualquier encanto físico. Debía conocerlo aún más.


-¿Qué os parece Francia, Asdrubal?, en mi caso, salvo la barrera del habla, podría ser bastante encantador. Es la primera vez que salgo de las tierras hispano-hablantes.

Intento ser cordial para pasar el desayuno ameno. Después de aquello, pagaron y volvieron a subir para retirar sus pertenencias. La única pertenencia que había dejado en el cuarto de Asdrubal ya era imposible de recuperarla. Cuando fue a la habitación que inicialmente dormiría con Lisena y Césare, estaba ya cerrada. Aquello la alarmo, al igual de que haría ahora. Si al de la Barca se le daba por abandonarla allí, sólo le quedaría Olivia y el caballo, ¿y a dónde iría? No sabía cómo volver, todo era desconocido.

Ambos bajaron hasta los establos. Olivia fue la primera en recibirla meneando su peluda cola y reclamando su atención. La alzó y la acuno en sus brazos como si fuera una beba, le sonreía mientras la zorra le llenaba el cuello y las mejillas de lenguetazos, seguido por acomodar su hocico sobre el hombro de la rubia. La sostenía con un brazo, y con su mano libre tomo las riendas de su caballo para partir de aquel lugar.

El tiempo transcurrió hasta que el cielo empezaba a tornar los colores del ocaso. Durante todas esas horas permaneció fiel a la sombra del de la Barca. Fueron a buscar el vestido que le había prometido y pasearon por los mercados, dónde buscaba alguna señal de la costurera. No sabía nada de ella desde la noche anterior y quería saber cómo se encontraba. Al igual que seguro ella querría saber como se encontraba la rubia.

Ya había abandonado esperanza alguna, y se emprendieron en buscar un lugar para dormir. Y entre el laberinto de calles, se hallaron con una sorpresa agradable.

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--Enzo_ferrari
O quizás no tan grata. Andaba de forma austera, el cuero de su ropa aullaba a cada paso por entre los pasillos de los calabozos, así hasta alcanzar la luz del día, en donde aquel ruido se confundía con el gentío de Foix. Lo empujaron un par de veces animándolo a salir, de manera socarrona y haciendo burdos comentarios sobre el Mallister y la Álvarez, que lo esperaban fuera ya. Sugerían ciertos hechos de nada o poco ciertos. Nombraron algo sobre una ramera y una acción nada decorosa de los dos hombres para con ella, y entre risas, cerraron la última puerta de seguridad que daba a las cárceles, zarandeando las llaves en el aire, girando unidas a un gran aro de hierro. El tintineo de las llaves animó a Enzo a mirarles con el mismo desprecio con el que lo hubiera hecho al entrar a prisión; escupió después al suelo.

- Vaffancul0... -susurró, provocando que volvieran a empujarlo mientras le quitaban los grilletes. Tras ello, se llevó las ásperas manos a las muñecas.

El aire del exterior no estaba tan cargado como el de ahí adentro, en cambio era más puro. Sin embargo el populacho lo volvía turbulento y, cegado por la luz y confundido por el ir y venir de terceros, se aproximó hasta aquella moza de cabellos azabaches y el Mallister, que había demostrado ser un hombre de palabra. Aunque muy dudable, para su gusto. Y airado, se relamió de sólo saber que podría obtener mayor y aún mejor beneficio si continuaba a su vera.
Se frotó las manos y procuró retirar el polvo y la mugre de su casaca, sucia, al igual que los calzones y la camisa; sentía el cuello oprimido y, aflojando los corchetes de su ropa, se llevó una mano a la cadera y miró lascivamente a Lisena. La veía aturdida, como recién despertada.


- E questa ragazza di qui? Non mi hanno ditto che ha compagnia. * -Nosotros. Había mencionado el término "nosotros", por tanto se había incluído en lo que fuera que fuesen a hacer aquellos dos. Primero vería qué era, después decidiría si le convenía o no y haciendo una media reverencia a la ragazza, la sonrió con un gesto lleno de pleitesía, casi de gozo. Previno la mirada desconfiada de ella. Estaba sucio, era de esperar su reacción, supuso.- Enzo Ferrari, bella. Parla l'italiano? He de suponer que no, así que dime, preciosa, ¿el castellano te está bien?

Se le hizo muy difícil de digerir la mirada vanidosa de la joven. "Ramera, que te atreves a mirar así a los de tu ralea...", se dijo, mirándola con una pequeña mueca de desagrado, pero pronto rectificó en que debía de caerle en gracia a aquella niña con caderas de mujer por lo que se aproximó hasta su equino. Él era un entendido. "¡Vaya, qué porte!, yo los crío así en mi tierra, ¿de dónde lo has sacado?, si tuviese dinero te lo compraría." Pero la callada por respuesta de la muchacha la delató y, haciendo estragos e hincapié para adentrarse en una nueva conversación con la que ya, por fin, poder entablar algo en común con la pareja, se detuvo a observar las alforjas y todo cuanto se hallaba por sobre la grupa de la cabalgadura. Recordó entonces que Césare le comentara algo sobre un viaje y cierta parada en una posada que se había vuelto de larga de más.

- ¿Estáis de viaje, signorina? ¿Vuestro destino?, a mí Génova me va bien, y a partir de ahí podréis olvidaros de mí. -fue todo cuanto dijo. Pero ninguno de los dos quiso decirle nada, o al menos eso había percibido. Después, la muchacha cogió al caballo de la bocada y tiró de él marcando un camino que siguieron ambos hombres, que comenzaban a establecer una conversación en tano mientras el propio Enzo se alarmaba cada vez más: el Mallister había recuperado todo el acero que había perdido al entrar en la cárcel; ésa mosquita muerta de Lisena le había dado una daga mientras le decía algo sobre que no dejaba de ser suya. Mientras que él, ¿él?, más le hubiese valido haberse podrido en calabozo, porque un italiano sin una espada y su fiorentina no servía de nada. Alarmado por lo grave de su estado, sopesó que mejor sería llevarse bien con todos antes de amargarla y amargarse a sí mismo, y continuando el sosegado y absurdo intercambio de palabras con el que parecía provenir de alta cuna, se fue fijando en las calles que atravesaban, así hasta que la tonta de su novia se detuvo y alegó estar muy cansada.

Observó cómo el Mallister la cogía del talle y la subía al caballo. Después él lo condujo desde el bocado también y tras cinco minutos de andar saludaba a unos conocidos. Unos conocidos con el que el de Ferrari se vería obligado a intercambiar el viaje. Aunque la rubia era muy apetitosa, al igual que la otra.
Los siguientes días serían tranquilos, amedrentados por la desconfianza y los deseos de una vida mejor amenazados por las propias vanidades de cada uno de ellos.



* ¿Y ésta moza de aquí? No me habías dicho que había compañía.

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Asdrubal1
Miró con desagrado la puerta de donde provenía el traqueteo incesante, fruto de los nudillos de alguien, juró para sí que como fuera otro bromista, saldría espada en mano y no cejaría en su empeño hasta ver las falanges de alguien colgando del pórtico, poniéndose a duras penas los pantalones se dirigió iracundo a la puerta, aún con la camisa en la mano abrió a la mala gana, lo que vio le desagrado, pues ante si tenía a la posadera, tanto o más enfadada que el propio de la Barca, lo hizo patente a través de bruscos signos y aun peores señales, con señas en dirección a la bolsa de cuero que portaba el de Caspe, lugar donde guardaba el dinero, o parte de él al menos, estaba dispuesto a dirigir una respuesta colérica ante tal abanico de desaires, cuando la rubia, que aguardaba a sus espaldas, cerró sin preámbulos la puerta, sin embargo la blonda con lo que dijera a continuación, logró aplacar la irrupción de la ira del de Caspe, aunque claro, él se iba a ver resarcido del pronto de Adela, que ya se estaba vistiendo de nuevo, acción que fue impedida por el de la Barca.

Colmada ya su pequeña venganza, volvió a ataviarse con sus prendas, haciendo la de Olive lo propio, bajaron por las escaleras de la taberna hasta llegar al comedor, al acceder a éste, el clima pareció tensarse, pues muchos empezaron a susurrar y a murmurar, dirigiendo esquivas miradas de odio a Asdrubal, y a Adela, de lujuria y lascivia, lo cual le causó aun mayor resquemor, que se tradujo en un fruncimiento de ceño y opresión de la mano, sin embargo al sentarse, el ambiente volvió a tornarse ya propio de un lugar de tales características, distendido y alegre, aunque claro, eso por parte de los que despachaban el desayuno, los posaderos les observaban con rabia, pese a que se había limpiado el estropicio de la noche anterior, la falta de alguna que otra mesa, y las astillas de aún más sillas, se notaban en el lugar, y si algo tenía claro el caspolino, es que no iba a pagar el estropicio de la pelea, escuchó las palabras que le dirigía la joven;

-¿Sí? Pues cuando acabemos de comer, nos dirigiremos allí a ver ese vestido, no quiero pasar en este sitio más de lo necesario, solo tienes que ver a los demás, sobre todo a los taberneros para percatar que están sopesando cometer acciones de dudosa legalidad…

Hablaba con tono indiferente, podría haber hecho un comentario sobre el estado del clima en esas fechas con la misma actitud. Mientras despachaba el almuerzo, notaba la penetrante mirada de la muchacha escudriñándole, no le importaba, cavilaba sobre lo que había acontecido hacía escasas horas atrás, era una muchacha lista, y aprendía rápido, eso había que reconocérselo, lejos de intentar vislumbrar sus rasgos faciales, se fijaba en sus ojos, que eran lo único que el de Caspe no sabía enmascarar, se mesó la barba y levantó la vista del cuenco de madera, ya que ella le hablaba, esbozó una media sonrisa diciendo;

-Obviando el habla, los modales de sus gentes… O más bien las formas de esta muchedumbre, no dudo que es una Corona… Encantadora, en esto coincidimos, nunca había atravesado los Pirineos, y no suelo viajar mucho… Solo por necesidad… Pero en resumen, sí, aquestas son unas tierras más que aceptables.

Sonriendo ya ampliamente, gesto que fue acompañado por sus ojos, acabó la frase, se notaba que Adela intentaba entablar una conversación, pues realmente, ¿Qué sabían el uno del otro? Más bien poco, por no decir nada a parte de los nombres, ya lo sabría más tarde, asumió el pago del desayuno, dejando en manos del cantinero el precio de lo consumido, ya se notaba que aquello le había contrariado, ya que esperaba retribución por lo destrozado la noche anterior, y al no ver ese gesto o intención en el catalán, se preparaba para evitar su salida, pero no pasó nada, ya que presto el de la Barca llevó la diestra a la espada, lo que hizo palidecer el semblante del hombre, que retrocediendo a duras penas miró a los lados, pocos en aquél lugar de mala muerte iban bien armados, algún cuchillo o puñal, que aun menos sabrían usar de forma apropiada, el miedo hacía temblar la ostentosa papada del gordo individuo, mientras que la de Olive se dirigía de nuevo a sus habitaciones, ¿Qué se le habrá olvidado ahora? Pensó el de Caspe, al volver, no traía nada, se imaginó Asdrubal que alguien había cerrado las habitaciones, había hecho bien entonces en coger la chaqueta, que era donde guardaba, en los numerosos pequeños bolsillos, la mayor parte del dinero, cogió levemente a la blonda del brazo y salieron del lugar;

-Mejor no volver a este hostal, me da a mí que la próxima que nos dejemos caer por aquí, los veremos preparados o por lo menos más decididos…

Se dirigieron por lo tanto a los establos, donde tomando a los caballos, y a cierto animal, que parecía ser un zorro, de quien la rubia era dueña, ahogó el asco que ya se disponía a aflorar a su cara, al ver como sembraba de babas y lengüetazos la faz de Adela, fueron tras esto a los tenderuchos donde los comerciantes vendían diversos productos, que variaban en la valía y en la utilidad, se dirigieron a uno en concreto, donde el de la Barca compró el vestido ambarino, otorgándoselo a la joven;

-Y ahora a buscar a Lisena… Y al Mallister.

Si por el fuera se olvidaban de Cesar y le dejaban pudriéndose en las mazmorras, pero eso contrariaría a la muchacha y a la de Álvarez aún más… Bastante tiempo transcurrió hasta toparse con ellos… Y otro personaje más, a quien el caspolino no consiguió poner nombre, pero que, aunque no lo mostró, le ocasionó cierta contrariedad, sobre todo al ver a donde dirigía la mirada… Habló con un tono cortante, que fue suavizando a medida que hablaba, no quería empezar otra pugna, no ahora que se había librado de ser arrestado, pagando los platos rotos el Mallister y el de la Vigna, aunque de este último no parecía haberse acordado;

-Bien, pues tras reunirnos de nuevo… Tenemos dos posibilidades, salir de la ciudad, lo que viendo el avanzado estado del día lo desaconsejo, o buscar otra posada, ¿Otra? Sí otra, digamos que los de la otra taberna no nos guardan especial… cariño, y no me agrada la idea de que me paseen una daga por el cuello en la noche, o tener que pedir a alguien que pruebe la comida antes que yo…

Se daba así por incluido en el grupo de viaje, no pensaba dejar a la de cabellos dorados tan fácilmente…

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Cesar
Atrás quedaron los días en Foix. Atrás quedaban aquellos días convulsos en los que los acontecimientos se atropellaban. El Mallister aun recordaba las últimas palabras que se cruzaron en la ciudad, antes de marchar en silencio: "¿Dormir una noche más en Foix? ¿Acaso le tenéis miedo a las cabras del monte como para no dormir al raso?". El de la Barca calló al fin, al menos hasta que acamparon de nuevo, para soltar mamandurrias. Que en su casa se comía caliente y que se dormía bien, que si no había visto nunca tantos mosquitos, que si le dolían los pies. Mamandurrias.

El río Roina serpenteaba en su trayecto hacia el Mare Nostrum. En uno de sus meandros se hallaban ellos. Habían acampado para pasar la noche tras dejar atrás la ciudad de Nimes, la cual no habían visto más que de pasada.
El vaivén del viento mecía las hojas de los robles que reposaban tranquilos bajo el Astro Rey. Unas horas habían pasado desde que la luz solar les diera la bienvenida con un nuevo día, más ellos, remolones, descansaron un rato más, a la vera de las velas que se sucedían, remontando las aguas que por aquel cauce fluían.

Lisena yacía junto a él, adormilada aun. La noche anterior, aprovechando el calor que brinda el verano, se había bañado desnuda, ante la atenta mirada del Mallister. Con uno de sus juegos de seducción, había ido atrayendo y rechazando al de la Vega, con miradas, sonrisas y palabras. Recordaba como se había desnudado lentamente para él, recreándose y exagerando los movimientos que realizaba, deleitando los ojos del hombre que aguardaba unos metros más allá. Se había acercado moviendo con feminidad sus anchas caderas hasta llegar a él y, tras sentarse en su regazo, empezó a liberar al de la Vega de su vestimenta. Acallaba las palabras con los besos, haciendo que la razón diera paso a la lujuria.
Los grillos, como si de una orquestra de violines se tratase, tocaron sus piezas para ellos, mientras las luciérnagas danzaban por el lugar en el que los dos amantes desataban sus deseos, acercando sus almas a la luna, esas almas llenas de pecado y delito. Asiándola por el talle, mientras la cintura del hombre se veía rodeada por las piernas de la mujer, el Mallister fue hacia el agua, adentrándose hasta que les cubrió el pecho. Los besos se iban sucediendo, y las caricias. Y ante la atenta mirada de las estrellas que llenaban la inmensidad del cielo se dejaron llevar por el vicio de la carne.

Ahora respiraba de manera regular, exhalando e inhalando por aquella boca coronada por los carmesíes labios. La observaba. Sus cabellos subían y bajaban al mismo ritmo que se expandía y contraía su pecho. Un mechón perdido, suelto del resto, bailaba al ritmo del viento, como los pétalos de las flores que ahí había.
Enzo lo sacó de su ensimismamiento.


-Arriba, que hoy toca caminar-le espetó algo irritado.

Ferrari era un tipo curioso. Estaba con ellos por supervivencia, no porque se tragasen. En los últimos días Césare y Enzo se habían mentido más que hablado, el aspecto siniestro a la par que cercano de aquel hombre daba motivos para que el Mallister desconfiase.
Con pereza se levantó y realizó las tareas antes de emprender la marcha. Algo de pan duro y un poco que leche que habían comprado el día anterior, había que acabarla antes de que se pusiera agria. Finalizó antes que el resto, a excepción de su paisano. Quiso hablar con él a solas.

Marcharon hasta la orilla del río, alejados del resto.

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Lisena
Algo la estaba observando, pero no hizo mucho por impedirlo y, haciendo acopio de continuar con su sueño, se echó boca arriba y dejó que los áureos rayos del alba perfumasen el rastro de Lisena, que despierta por la insistencia del lobezno, había comenzado a preparar su marcha. Y el desayuno, como casi todas las mañanas en las que querían reponer los estómagos bien.
Templó un poco la leche al gusto de los comsensales sobre los restos de la hoguera de la noche anterior y fue repartiendo mientras tanto el pan que se habían administrado para mañanas como aquellas. Después les fue sirviendo a todos en un cuenco de madera, a excepción de a Césare, a quien quiso servir el último y cederle su rebanada de pan. Se sentó a su lado y le miró con cariño, esbozando una sonrisa en su rostro soliviantado. Apenas hablaban durante las mañanas, Lisena era de despertares huraños, y llevándose a los labios el cuenco bebió la leche de un trago. Se secó la boca después y esperó a que Césare hiciese igual.
Recordaba gratas las mañanas junto a él, pero jamás había experimentado una sensación como aquella hasta el momento: debía de ser la leche, o quizás que no hubiese dormido tanto como quisiera, pero se hallaba con el estómago revuelto y cierto nerviosismo que le era difícil ocultar. El pulso le temblaba y, desde hacía unos días, evitaba el contacto visual con el Mallister. Quizás a veces osaba de más en mostrarle sus encantos, pero siempre intentaba evadirse en que hasta la fecha le había echado arrestos a todo, y no iba a ser ahora cuando le faltasen. Por todo ello, y mucho más, Lisena se había propuesto mantenerse callada durante el día y mostrarse más abierta, muchas veces literalmente, durante la nocturnidad; porque como dicen en Castilla, "todos los gatos son pardos de noche". Y mirándole con la fascinación propia de un infante, se mantuvo abstraída gran parte de la mañana. Hasta que alguien pegó un grito, hasta que se olvidó de lo mucho que le latía el corazón cuando se encontraba a su lado.


¿Qué ocurre?

¡¿Y mi dinero?! -Adelaine chillaba. ¿Ella tenía dinero? ¿Cómo?, ¿cuándo? Será z...- ¡Estaba aquí, anoche estaba aquí! ¡Lo sé, lo ví! ¡¿Cómo es posible?!

Adelaine siempre había sido una chica muy inquieta, con el Sol en los cabellos y el fuego ardiendo como una única llama en el corazón; era ardiente, era desierto, era maravilla, era veneno. Era, en definitiva, una muchacha que la había ayudado desde que comenzase la aventura en Huesca y a la que debía mucho desde entonces, y la sorprendía, y mucho, que acabase haciendo lo que ella con Asdrubal. Pero a veces la irritaban sus chillidos, y otras tantas no se podía evitar preguntar quién demonios era Asdrubal que la había hecho cambiar de opinión. Absorta de nuevo en un mar de pensamientos, sacudió su cabeza, como desechándolo todo al vacío, y reaccionó en pos de serenidad.

¿Has mirado bien? A lo mejor lo has guardado en tus ropas, o mira en las alforjas. ¿Era mucho? -se encogió de hombros- Porque si no lo recuperas enseguida, sólo tienes que esperar a que un tonto pase y...

En buena hora lo dijo, porque por el camino pasaba alguien, muy alegre, al cual Adelaine se había dispuesto a amargar. Fue corriendo a por él, sin pensárselo dos veces (ser rubia es lo que tiene), haciendo que Asdrubal se levantase sobresaltado y fuera tras ella: fuere lo que fuere, él también iba dispuesto a acompañarla. Sobresaltada, Lisena pegó un brinco y fue tras ellos tras ver que Adela estaba tirando del petate del viajero y que Asdrubal intentaba golpearlo para que lo soltase. Y al llegar ella, viendo que no podía contra dos, les ayudó. Lisena se apropió del petate al momento, Adelaine fue la lista que se adueñó de la carreta que llevaba consigo y una mula (para que luego digan de las rubias), Asdrubal se hizo con lo que el viajero pretendía defenderse y, Césare, que fue el último en llegar, se quedó con algunas piedras que les lanzaba el transeúnte nada más echar a correr hacia la primera oficina de policía más cercana.

Sentada sobre una piedra, contó el dinero.


Adelaine, ¿tú crees que ha valido la pena por seis míseros escudos?

¡Y UNA PIEDRA! -se quejaba alguien por atrás.

Luego, alguien tartamudeó varias veces y dijo algo sobre lo bonito que era tener una mula y un escudo nuevos.


¡Por Dios! ¡Acabamos de asaltar!

Pero la insistencia de la morena parecía ser inútil. Continuaron el viaje tras aquella experiencia, varias millas en las que el Sol había aprovechado para ponerse en lo alto, y Enzo, que llevaba mucho tiempo sin hablar, tomó la palabra.

¿Sabéis qué? -todos le miraron- Tengo hambre.

Y se acercó a una mujer, que caminaba junto a ellos desde que se cruzaron hacía media milla atrás, y haciéndole la zancadilla, la dejó inconsciente después y repartió seis piezas de fruta para cada uno.

Fue increíble. ¿Cómo sabía que llevaba comida para repartir entre todos?

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Adelaine
Abrió los ojos súbitamente, sumergidos en la oscuridad absoluta. Aquella noche no habían estrellas, y la luna estaba negra. Absorta, espero hasta que sus ojos se acostumbraran al poco brillo, mientras intentaba de recuperar el aire. Su cuerpo se cubrió del sudor del miedo, frío e inerte. Hacía tiempo que no era consumida de tal forma por un sueño, o mejor dicho, pesadilla. Ni bien abrió los ojos, las vivas imágenes se desvanecieron.

No supo por cuanto tiempo permaneció en aquella pose. Finalmente, se movió dando la espalda a Asdrubal. Compartían el lecho, sí, pero no de la misma forma como aconteció allá en Foix. Aparentemente, sólo podía realizar la
perfomance en una habitación cómo Dios manda. Y ahí Adela le entraba a argumentar que una habitación como Dios mandaría sería nada mas ni nada menos que la naturaleza en sí. Como animales, y aquello en vez de convencerlo lo disgusto más.
Lo único que hacía era ser su compañía. El factor humano. Preguntando su estado de animo, dedicarle una cálida sonrisa de vez en cuando, y siendo más osada, darle caricias cuando veía la oportunidad. Hasta lo llego a abrazar una vez mientras recorrían los alrededores del campamento, buscando alguna fruta silvestre; abrazo, que fue correspondido con recorrer un brazo en torno a sus hombros. Por momentos tuvo la esperanza que estaba surgiendo efecto el trabajo que se tomaba para entrar en confianza. Recorriendo un par de pasos mas, vio a Enzo que los observaba.

No la abrazo por corresponder. La estaba reclamando como suya.
Aquello le dio rabia, pero sabía como ocultarla, o al menos eso creía. Se volvía más chillona de lo normal, más escandalosa e impetuosa. ¿Qué podría decirse? Algunos canalizan la rabia en golpes, otras limpiando para despejar la mente o en algún misero hobbie. Ella, siendo mas blonda que rubia.


Por más que habían dejado atrás el lugar del asalto, aún la rabia no se le pasaba, y con esa misma rabia se había ido a descansar aquella noche, recapacitando si todo valdría la pena. Especialmente la incógnita que siempre estaba latente, ¿que haría ella de su vida a mas tardar? Le costó conciliar sueño nuevamente después de aquel súbito despertar, el pulso le fallaba y al mínimo movimiento en la oscuridad se sobresaltaba. Solamente tendría un sólo consuelo.

Se incorporo como una sombra, con la vista esforzándose en la oscuridad y frunciendo el ceño, busco el más mínimo movimiento. Como no pudo divisar nada, empezo a mascullar:


-Olivia... Olivia... -al no obtener repuesta alguna, se aparto unos pasos del lugar donde dormía, hasta los arbustos, sin dejar de llamar a su zorra. ¿Dónde se habrá metido? Debido a su limitado sentido de la vista, el auditivo se hizo más agudo al igual que su piel más sensible al tacto. Con la memoría visual se manejaba para no pisar al resto, sino menuda ostia se podría ligar si los despertaba de manera abrupta y a la defensiva.
Suspiro con amargura. Su zorra habrá salido a cazar, o quien sabe. Lo más seguro es que en el campamento con ella (como debería ser) no se encontraba. Se encamino a paso lento hasta su lugar donde dormir, como si caminara entre medio de un campo minado. Se estaba por recostar cuando notó que el de la Barca que se había sentado. ¿Cómo sabía la rubia que era él y no el italiano? Intuición. Con una pizca de conocer su terreno.

-Estoy buscando a Olivia, -Le dijo en voz baja, explicándole. Adela comprendió en su silencio que no sabía de quien estaba hablando, se lo imagino arqueando la ceja. Bajó los hombros y le aclaro: -mi zorra...

Sacudió la manta que la cubría y la tiro al lado donde yacía Asdrubal. Hacía calor en esa noche y si hubiera sido por ella habría descansado sin ni una prenda en su cuerpo. Pero se debía conformar con aquel fino camisón que se le pegaba a sus curvas, complicando el libre movimiento.

Entre no dormir bien, la ausencia de su zorra, y haber sido tratada como a un niño que le dan una golosina y se la arrebatan aún con deseos de seguir probando, la blonda era una bomba de tiempo.

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Asdrubal1
Por fin habían dejado Foix, y por una vez se le hacía caso, aunque claro, en lo más profundo de su ser, sabía que no habían salido de la ciudad por su, a su propio parecer, sabio consejo, solo tuvo que aguantar un comentario emponzoñado del Mallister, ante el cual calló, pero al percatarse que iban a dormir al raso, su paciencia se colmó, y lo que empezó con una leve murmuración, acabó con una retahíla de maldiciones y críticas que iban dirigidas tanto a la fauna del lugar, con aquellos molestos mosquitos no había quien pegara ojo, y a la mala calidad del terreno, que le habían causado dolores, con todo logró dormir, se despertó abruptamente, con un profundo gritó que rasgó el aire… Y su hondo sueño, abrió los ojos y divisó la fuente del alarido, intentando acostumbrarse a la luz, frotándose los ojos, logró habituarse lo suficiente como para vislumbrar bien la situación;

-¿Cómo que te han robado? -Dijo con voz aún cansada y somnolienta- ¿Seguro que no te lo ha escondido ese animal tuyo?

Por los aspavientos que hizo la blonda ante su idea, decidió callar y no seguir su teoría, aunque estaba fervientemente convencido de que la zorra había escondido el dinero de la rubia, escuchó las palabras de Lisena con cierta inquietud, ¿La estaba recomendando asaltar a un transeunte? A la muchacha tuvo que gustarle la idea, pues ni corta ni perezosa puso rumbo al camino, por el que ya asomaba un despreocupado viandante que no se imaginaba la que se le iba a venir encima, no supo como reaccionó de esa forma, pero el de la Barca, siguió rápidamente a Adela, en una primera instancia porque también quería hacerse con lo que tuviera el francés aquél, y para sus adentros, porque le preocupaba que la de Olive fuera herida, aunque esto último, lo negaría si alguien le preguntara, con todo, siguieron el viaje, hasta que Enzo habló, aunque Asdrubal coincidía con él, pues también estaba hambriento, aquél italiano le inspiraba poca confianza, más de una vez le habría gustado deshacerse de él, pero eso habría contrariado al grupo, así que tuvo que guardarse sus pensamientos en relación al Ferrari y simplemente le ignoraba, recibió de Lisena una pieza de fruta, a la que raudo le hincó el diente.

La noche se les echó encima, con lo cual, volvieron a dormir al aire libre, la blonda le insinuó retomar las actividades nocturnas que habían empezado en Foix, a lo que él se negó categóricamente, echado sobre el suelo cavilaba, a lo mejor tendría que mostrarse más amable con Adela… Últimamente se la veía tensa, todo había comenzado el día anterior cuando el italiano se quedó mirando de nuevo a la blonda, lo cual irritó al de Caspe, quien extendió el brazo sobre la de Olive, reclamándola para sí, lo cual no había hecho sino empeorar el ánimo de la rubia, y él lo notaba, tendría que tratarla mejor a partir de ahora, o por lo menos intentarlo, todo sea por contentar a la chica pensó, así por lo menos no ahogará sus penas en vestidos… Que luego pagaré yo. Logró dormirse, pero fue despertado por los movimientos de la blonda;


-¿Qué pasa? -Inquirió con la voz más suave que pudo pronunciar- ¿Por qué estás tan inquieta?

Ella le informó de que se le había olvidado el bicho, ahogó una sonrisa de satisfacción, aunque claro, con aquella oscuridad, dudaba que le hubiera visto, a pesar de ello, pudo mostrar una cara seria;

-Druso, busca a la zorra…

El silencio fue su única respuesta, mi€rda pensó, me he olvidado de él, por todos los Santos, ¿Y ahora quien va a buscar a la zorra? En qué momento me le dejaría yo en Foix… Seguro que ya está en un burdel… El muy bellaco… No se le ocurrió que a lo mejor seguía en prisión, o que había sido culpa suya el no haberse preocupado del de la Vigna, para él había sido culpa exclusiva de Druso, se acercó al oído de la muchacha, que parecía intentar conciliar el sueño de nuevo;

-Yo te busco a… ¿Olivia decías que se llamaba? Pues eso… Que intentaré ver donde está…

Decirlo era más fácil que hacerlo, y de eso se dio cuenta el caspolino, que daba tumbos en la noche, atinó a coger una tea, que no sin esfuerzo, consiguió encender, si Adela hubiera atado al animal, ahora yo no tendría que estar haciendo esto, aunque bueno, me he ofrecido voluntario, por Christos, ¿En qué estaba pensando? Pero si vuelvo con las manos vacías… Quedaré mal… Así que tengo dos opciones, volverme cabizbajo y rendido y dormir, o por el contrario, pasarme toda la noche buscando al bichejo… Pese a sus propias reticencias, escogió obrar de la última manera, no supo como, tal vez el destino, o el Altísimo que había decidido agraciarle en esa noche, o algún santo al que en algún remoto tiempo prendiera una vela, pero logró hacerse con la zorra, la encontró en el margen del río, entre unos arbustos, la cogió sin dudarlo y para su asombro, el animal que respondía al nombre de Olivia no trató de arañarlo, en vez de eso, le llenó el semblante de babas, habría deseado ahogar al bicho allí, pero eso no le habría gustado a la de Olive, así que con una media sonrisa, y los ojos encendidos de rabia, se limpió con la manga de la camisa la cara, y llevó a la zorra con su legítima dueña…

Sorteando los durmientes cuerpos de sus compañeros de viaje, llegó junto a la rubia, apagó la tea, estrellándola contra la tierra;


-Toma anda, estaba en el río, entre la poca maleza que había allí, la próxima vez átala a algo…

La reacción de Adela le sorprendió, él se esperaba que se acurrucaría en torno al animal, en vez de eso, se le echó al cuello, que agradecimiento más efusivo, pensó, entornó sus brazos alrededor del bello cuerpo de la joven, volvió a notar la suavidad de su piel, se despegó de ella con delicadeza y mirándola a los ojos inquirió;

-Y...¿Cómo es que de entre todos los animales que uno se puede agenciar de mascota... Tu decidiste tener a esa zorra?

Intentaba entablar conversación... El por qué no lo sabía a ciencia cierta, pero ya que la blonda había intentado a lo largo de los últimos días hacer un acercamiento con poco éxito, lo cual se traducía en un enfado que al de la Barca le desagradaba, habría que darla una oportunidad...
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Adelaine
Se quedo esperando, no cabe destacar que estaba sorprendida ante la voluntad del de la Barca. Incluso sintió un cierto recelo. ¿Que querría de ella ahora? Formulaba hipótesis en su fuero interno, inquieta sin saber si tendría éxito o no. Escucho sus pasos, los cuales dejaban un rastro de murmuro que no supo descifrar. En la penumbra, pudo contemplar que tenía a Olivia agarrada del pellejo. La zorra no dejaba de escapar algún que otro lenguetazo, haciendo enfurecer Asdrubal, aunque no hizo más que limitarse a torcer el gesto. Aquello le provocó una sonrisa.

-Toma anda, estaba en el río, entre la poca maleza que había allí, la próxima vez átala a algo…

Le dijo mientras depositaba al animal en los brazos de ella de forma brusca. Adela dejo a la zorra en el suelo y se lanzó hacía él, sin darle la oportunidad de finalizar la oración. Le rodeo el cuello con sus brazos hundiendo su rostro entre su brazo y el cuello de él. Debió sorprenderse el de la Barca, por que tardo en reaccionar. Deslizando las manos por la espalda de ella, la abrazo con cuidado. Ese era el consuelo que buscaba.
La separo de él con delicadeza, con la duda de por que una zorra en vez de cualquier otro animal domestico. La blonda sonrío, y dispuso a contestarle:


-¿Por qué la zorra? -hablaba en susurro. No tenía intención de despertar a los demás. -La vi abandonada de cachorra mientras recorría el vergel buscando frutas. No la agarre ni bien la vi, pero quede observando si llegaba su madre. Estuve casi todo el día. Al caer la noche debía marchar y ahí la recogí entre gruñidos, arañazos y mordidas. Y mientras salía me encontré con una carreta llena de zorros muertos. -Le contaba con serenidad, sin inmutarse, más allá que en aquel entonces la imagen le impacto. Hizo una breve pausa y prosiguió. -¿Por qué la zorra? No sé, a mi me gustan más los gatos. Pero Olivia estaba sola al igual que yo, y la verdad su compañía me hacia falta.

Deslizo sus brazos que yacían en el cuello de él hacía su pecho, aumentando el espacio entre los dos, pero continuo. Habló con el mismo tono, pero más suavidad mientras pronunciaba las palabras, como si las letras se deslizaban de sus labios.

-Sinceramente, sentí compasión por Olivia aquella vez. No por que sea de corazón blando como esas doncellas que se llenan la cabeza con trovas de héroes y amores imposibles. -bajo los hombros. Tal vez estaba hablando de más. -Todos tenemos una madre en cualquier momento de nuestras vidas, digo, en algún momento, por que ni Olivia ni yo tenemos a nuestras madres que nos dieron la vida. Además del hecho que estábamos solas. ¿Qué mejor compañía cuando ambos se necesitan? Yo la protegía y ella era de mi compañía. Dime, ¿no parece perfecta la combinación?

Concluyó. Volvió a abrazarlo pero esta vez posiciono sus brazos alrededor de su torso, sin dejar de mirarlo en la oscuridad. Esperaba no haber hablado de más y lo haya disgustado. Gracias a su espontaneidad (por no decir rubia cabeza) no solía medirse en cuanto a dejarse llevar se tratase. Esperó, no sólo su replica sino también esperó a ver si había fallado en la oportunidad que le otorgo para acercarse más a él.
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--Enzo_ferrari
Era noche cerrada, y en noche cerrada sólo dos cosas se atrevían a moverse: las alimañas y los alguaciles. Por supuesto, Enzo debía de ser de los primeros y, avanzando con mencionada cautela y alevosía, se fue moviendo con rapidez entre los arbustos.
Notaba la respiración de sus compañeros, a veces susurros que lo alarmaban pensando que alguno de ellos lo delataría a los demás, pero después reconsideraba la opción y haciendo ademanes de astucia, comprendió que si lo delataban, sería entre gritos y a él, aún así, le daría tiempo a huir. Inspeccionó las alforjas de los caballos: eran demasiadas cosas como para llevarse todas en uno sólo, y la carreta era demasiado escandalosa como para llevársela sin enfrentamientos. Aquella rubia parecía estar demasiado loca, mejor no encontrársela, porque casi que mejor prefería tener que enfrentarse a aquel otro necio de la Barca y al ingenuo del Mallister.

A veces relinchaban los equinos. Enzo subía la mirada por sobre ellos y buscaba algo sospechoso, no sabía por qué, se temía lo peor. Después se quedaba un buen rato inmóvil y prestaba atención a la conversación de un hombre y una mujer, por allá en el campamento montado por los viajeros.


Mecagoensuestampa - injurió- ¿cómo es posible que aún no duerman? Tendré que dormirles yo.

Ciñó las cinchas de la silla de montar con fuerza al cuerpo del animal, y después cogió un palo cuyo grosor sería capaz de matar a alguien tras un buen golpe en la cabeza. Avanzó hasta los sonidos cada vez con más calma disimulada, rogando, implorando que no fuera Lisena la que hablase porque si no lo llevarían a galeras por reincidir en un mismo crimen.
Aquella estúpida niña lo sacaba de quicio, le recordaba a su hermana menor a la que tanto había odiado desde tiempos inmemorables y que aún estando en la tumba seguía haciéndolo. Sin embargo, su hermana tenía los cabellos lisos, como la seda, y castaños como las flores en otoño, y era algo que siempre había añorado de su hermana: su pelo; incluso tras la violación, lo único que apreciaba de ella era su pelo y, recordando de nuevo el cuerpo de la muchacha, sangre de su sangre, explorando mentalmente la simetría y la alegría con la que las formas, redondas, se unían en un mismo eje, lo comparó con el de la otra detestable criaja. La noche anterior la vio entregándose al Mallister y se mantuvo observando durante un buen rato y, sólo cuando se creyeron sorprendidos por la presencia de alguien, desapareció de la zona y les prestó una dudable creencia de seguridad.
Pero en apenas unos instantes se deshizo de tantos recuerdos, Adelaine lo miraba desde abajo, había visto ya el palo. La memoria le había sido una distracción enemiga y se maldijo. Lanzó la madera a la hoguera, disimulando.


Hace falta más lumbre. -dijo, estirando un brazo y ensanchando la espalda, como desperezándose- ¿Viene alguno de vosotros conmigo?

La invitación había servido para que los dos se dieran por aludidos y, ofreciéndoles una mano para levantarse, esperó sus respuestas. No obstante, notó cómo el suelo captaba unas vibraciones extrañas, como de pisadas, alrededor de ellos, y cómo el campo se había vuelto más silencioso que de costumbre. Ninguno de los dos habían cogido la mano aún, sólo la valoraban, cuando el de Ferrari se abalanzó con el cubo de agua junto a la hoguera para perder el rastro de luz.

Los ojos se volvieron más sensibles entonces, mandó que hubiese silencio entre ellos, y oyendo la respiración preocupada de la chica y las quejas por lo bajo del otro, cogió algo con lo que armarse. Era su oportunidad, iba a golpearles a los dos y salir corriendo antes de que se acercasen las pisadas.

Pero llevaba mucho tiempo sin estimar tiempos o huidas tras un botín, y no acertó con el primer golpe, en el segundo le dio al de la Barca, y cuando quiso dar un tercero, alguien lo cogió de la mano con fuerza, gritando:


- Au nom du Roy! Halte! Vous êtes détenus par la justice du soberain! *

Más tarde recibirían explicaciones del por qué eran detenidos, algo que Enzo ya conocía y ni si quiera por desquitarse de dudas, no tenía interés en que se las dieran y, tomándose las de Villa Diego, se liberó de la opresión en su muñeca con otro mandoble del tronco, y echó a correr como alma que lleva el Diablo. Ya se había visto en aquellas en varias ocasiones y la vez que le prendieron habían necesitado un batallón entero armado hasta los dientes de acero y pólvora para conseguir que se rindiera, por lo que no sería aquella vez en la que volviera a calabozo si de su lado se encontraba la oscuridad de la noche.
Los caballos estaban revueltos, dos de ellos se habían repartido algunas coces al verse sin espacio, las riendas se habían enredado entre sí. Deshizo las primeras que vio, entre injurias de melodioso acento italiano.

Montó sobre un azabache, más adecuado para la noche, y echó a galopar.



* ¡En nombre del Rey! ¡Alto! ¡Quedáis detenidos por la justicia del soberano!
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Cesar
Ruidos, malditos ruidos. Descansaba tranquilamente en el suelo, duro, y no hacía más que oír ruidos y trajín. Pensaba que quizás sería Lisena, Asdrubal o la rubia. Se iban a enterar cuando despertara. Se vengaría, y de mala manera. Además, a la fiesta que se había montado se añadían las chinches, agobiándole, haciendo que diera vueltas, y vueltas, y más vueltas. De pronto oyó algo que le extrañó, un grito, palabras en gabacho y de pronto, alguien que se abalanzaba sobre él. Intentó revolverse, sin embargo no tardó mucho en encontrarse con las manos rodeadas por unos pesados grilletes. Se maldijo mil veces.

Había pasado tiempo, no sabía exactamente cuanto, pero había pasado tiempo desde que le detuvieran. Tenía los labios secos. Estaba hambriento y el sudor se acumulaba en su camisa haciendo que un olor rancio se desprendiera de aquél hombre. Tenía el rostro tapado por una especie de saco, áspero, y una voz en un castellano casi inentendible le exhortaba a hablar. ¡Confiesa! Repetía, una y otra vez, ¡Confiesa! La cabeza le daba vueltas, de un lado a otro. El cansancio se mezclaba con el dolor, ora le estiraban, ora le ahogaban. Esos malditos hijos de mil padres se lo pasaban en grande haciéndole sufrir. Por fortuna, para él, pronto caería de nuevo en la oscuridad.
De pronto, una mano le cogió fuertemente. El frío acero de unas tenazas se acercó al meñique de su siniestra. Una pregunta que no entendió precedió al desenlace. No contestó, aturdido y perdido, con la cabeza colgando, la honra perdida si le vieran aquellos que un día le conocieron fueran capaces de observarle en mejores tiempos. Notó la presión sobre el dedo, oyó el crujir del hueso, el partir la carne, piel y tendones. Un grito, seguido de la pérdida de la consciencia.

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