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[RP] Fuera de los muros (versión Castilla)

Taresa


Menos mal que la cabeza ya no daba vueltas ni le dolía todo tanto, porque emprender viaje en su estado anterior hubiera sido una tortura... Tosió de manera ligera y se volvió a tapar la boca con el chal que traía enrollado al cuerpo.

Por lo visto, aquella blanca mole que se asomaba a lo lejos en el norte era el Moncayo; ella conocía su otra cara, la aragonesa, y de alguna manera le resultaba reconfortante tenerla allí también, vigilando el camino. La carreta seguía por aquel sendero salpicado de pueblos y ventorrillos, con sus cuatro ocupantes camino a Osma entre campos y colinas que se recuperaban de una madrugada de escarcha sólo para verse cubiertos de otra.

En algún momento habían cruzado la frontera: su padrino le había enseñado mapas en la biblioteca de la casa de los Legrat, pero no estaba familiarizada con ellos y le costaba entenderlos. Ella entendía mucho mejor el paisaje, con sus montes, hondonadas y ríos... incluso cuando no le sonaban de nada, lo que sucedía la mayoría de las veces.

Notó cómo la carreta disminuía de velocidad; oscurecía y era la hora de buscar un buen sitio para pasar la noche. Se detuvieron bajo un haya, y ella se aprovechó para hacerse un poco la remolona y quedarse un poco más sentada, apoyada en el lateral. Se escuchaba un canto peculiar, irregular y lleno de cadencias, muy hermoso: parecía un mirlo, pero aún era invierno.* Recordó entonces que los mirlos más jóvenes podían empezar a cantar ya en aquella época, aunque no quién se lo había dicho: como siempre, su cabeza se negaba a soltar información salvo con cuentagotas. Le quedaba mucho invierno a ese joven pájaro optimista, así que mentalmente le deseó suerte.


*http://www.youtube.com/watch?v=zeRF4n1KNco una pequeña inspiración...

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Taresa


Taresa paseaba por el muelle: era un sitio interesante, lleno de gente atareada, de cantidad de bultos y objetos cuya utilidad desconocía, y de olores. Sobre todo de olores. Sorprendentemente, no le molestaban demasiado: olía a pescado, por supuesto; también a brea para calafatear los barcos, y otros aromas que no lograba identificar. Todos ellos se unían al propio olor del río, que avanzaba con curso rápido hasta dar un meandro, donde se perdía de vista. Un poco más arriba estaba el lago: vió la barca de la señorita Godiva y saludó, aunque estaba lejos y no creía que pudiera verla.

Se había quedado un poco desilusionada: esperaba que les hubiera tocado un trozo de cordero de las celebraciones de coronación o algo así. En los cuentos cuando un rey subía al trono se celebraban fiestas en las calles, y ella, con sus pájaros en la cabeza, esperaba al menos unas peladillas. Pero ya tenía experiencia con la diferencia entre la imaginación y la vida, así que le daba un poco igual. La gente era agradable y cortés, así que aquello era mejor que cualquier fiesta.

Tenía que marcharse para soltar a la prima de cernícalo, que necesitaba ejercitarse después de tanto viaje que la ponía nerviosa. Se merecía un buen vuelo y seguro que encontraría algún ratoncito apetitoso.

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Taresa


Nevaba afuera, pero dentro de la taberna el ambiente era tan alegre que nadie sentía frío. Taresa pensaba en el camino que les quedaba al día siguiente, pero aquella noche era muy especial y por nada del mundo se la perdería. Al día siguiente volvería el viento, el traqueteo, las jornadas interminables, el frío... Pero esa noche era la de las risas, las canciones, los brindis y la alegría por dos amigos que comenzaban un camino juntos.

Al final, todo se reducía a seguir un camino... Solos o acompañados, pero el sendero estaba ahí y lo que había que hacer era seguirlo lo mejor que uno podía.


¡Un saludo a todos los que hemos conocido aquí! Sois una gente encantadora, ¡nos vemos pronto!

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Taresa


La barca flotaba de forma cadenciosa sobre las aguas del lago oxomense; le había cogido el gustillo a la pesca porque era una actividad tranquila y con ella podía hacer lo segundo que más le gustaba en el mundo, tras dibujar: pensar en las musarañas. Así estaba, arrellanada y con la atención justa en la caña mientras veía pasar las nubes sobre su cabeza.

Ojalá todas las cosas de la vida fueran tan fáciles... y no se refería al trabajo, no, que por mucho que le gustara hacer cosas poco lucrativas no le costaba tanto mancharse las manos. Era difícil, por ejemplo, tratar con la gente: no tenía problemas con los que conocía, pero la ponían nerviosa los silencios incómodos, y acababa parloteando de más. Por no hablar de las miradas; los hombres que miraban de manera fija, y que decían cosas tontas. ¿Qué se puede contestar cuando te alaban tu aspecto? Aparte de "gracias", por supuesto. Ella siempre se había entendido con la gente sencilla: a los arrapiezos que le hacían los recados en su antigua carnicería los manejaba siendo la que más lejos lanzaba las piedras -y, si intentaban robar, les podía pasar una silbando al lado de la cabeza-, con el vuelo de la Piravana o regalándoles los dientes de los animales. Con eso los impresionabas. Pero la gente adulta era mucho más complicada, y ella se daba cuenta de lo poco que en realidad sabía de las cosas.

De un salto se puso en posición y agarró la caña con fuerza: el tirón que había notado era bien importante. Forcejeó, y la barca zozobró de forma peligrosa; el bicho estaba tirando a base de bien, pero no lo iba a dejar escapar así como así, y con un último esfuerzo consiguió sacarlo del agua. El lucio boqueó y se dedicó a dar coletazos en el suelo de la barca, mientras ella intentaba recomponerse tras caer de espaldas. Todo parecía haber terminado.. hasta que resbaló y sus manos no encontraron apoyo, nada más que el agua que se la tragó de golpe.

Una de las mejores sorpresas que te puede dar la vida es descubrir, a punto de ahogarte y sin recordar gran cosa, que sabes nadar, aunque sea a la manera de los perros. Así, Taresa volvió a la superficie y se pudo agarrar al borde de la barca. A lo lejos vio como otro pescador la miraba, y roja de cansancio -y un poco de vergüenza- gritó:

-¡No hay cuidado, la cosa está bien! ¡Es el primer baño de la temporada, nada más!

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Taresa


-Paso ríos, paso puentes
siempre te encuentro lavando;
la hermosura de tus manos
el agua la va llevando...


Tenía los brazos enrojecidos hasta arriba del codo, y todavía le quedaba una camisa. Había pensado que con la caída del día anterior estaba aclimatada al agua fría de marzo, pero sólo fue un espejismo. De hecho, era peor mojar sólo una parte del cuerpo y luego sacarlo al aire que una zambullida completa. Al mismo tiempo, el sudor le caía a churretones por la espalda por el esfuerzo. Mojar, retorcer, escurrir. Volver a mojar en el río, frotar con el jabón de cenizas y otra vez.

- Ya llegó la primavera,
ya florecen los espinos,
para ponerte a la sombra
tejedora de destinos...


Extendió bien la ropa al verde, enjabonada y bien estirada. Aprovechaba el día, soleado aunque con una brisa fresca, porque se le estaban acabando las mudas. Se estaba acostumbrando a aquella villa volcada al río, cuyo canto entraba en las casas por las noches y acunaba los sueños de sus habitantes. Terminó, y volvió a la piedra junto a la corriente: sólo le quedaba una, de momento...

- No creas que porque yo canto
tengo el corazón alegre;
yo soy como el pajarillo
que si no canta se muere...


Otra camisa a blanquear al verde; mientras se oreaban, recogió el jabón y el cubo para luego sentarse pesadamente junto al río. Frotó las manos contra la falda y resopló para quitarse un rizo rebelde de la frente. Tenía para el resto de la mañana: aclarar las camisas dentro de un rato y volver a dejarlas secar...

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Taresa


Hacía tiempo que quería subir a aquel cerro del sur, y así poder ver la tierra de Osma de una manera diferente. Las alturas la hacían sentirse segura, alejada y cercana a la vez de los objetos ante su vista. A veces pensaba si sería así como veía la Piravana cuando planeaba por los campos.

Apoyada en el bastón de camino, pasó por delante de una torre de vigilancia: recibió varias miradas, pero iba sola y no tenía una pinta muy amenazadora, con la bolsa de las pinturas como arma. Aun así, se puso bastante nerviosa porque siempre pasaba un mal trago dando explicaciones; a ver quién era el tonto que se dedicaba a cansarse y sudar subiendo cuestas sólo por gozar de las vistas, con la cantidad de trabajo que mandaba el Altísimo sin necesitad de inventar más...

En una de las revueltas del camino de cabras se abría un mirador natural sobre el valle del Ucero, flanqueado por la ciudad en sus dos orillas. Bajo el cielo nublado las luces y sombras se hacían más dulces, menos deformantes, y los colores eran más profundos.

Centró su mirada en la torre de la catedral, que destacaba entre las casas; tras ella veía el lago con los muelles del puerto en su orilla. Las aguas del río cantaban al alejarse corriente abajo de la ciudad; aún desde allí se escuchaba. La muralla en torno al viejo burgo, los arrabales; localizó el tejado del ayuntamiento y la casa de la cultura, y a lo lejos, camino de Soria, el hospicio. En la otra orilla se alzaba el castillo, algo más elevado que el resto, y de él partían los caminos que bajaban otra vez al río. Siempre el río, centro de la composición... Miró al papel en blanco asegurado sobre sus rodillas; ya sabía por dónde empezar.

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Taresa


Cómo se tendría que ver todo aquello desde el aire... Envidiaba a la Piravana, que planeaba sobre los campos sin aparente esfuerzo, como si la cosa no fuera con ella. El ave ascendía y descendía con el viento, ora batiendo las alas, ora dejándose caer para volver a subir en una pirueta, luego inmóvil, sólo sujeta por la corriente, como en un complicado baile en el que su pareja era la brisa. Ella sólo se podía quedar abajo admirándola y deseando que no viniera nadie empeñado en que ese pajarraco estropeaba los sembrados. Si sabría ella que sólo comía carne; de hecho, desde que no tenía la carnicería, necesitaba dejarla que se buscase la comida más a menudo.

El cernícalo dejó su posición de alerta, y como una flecha se lanzó contra otra figura voladora más pequeña. Taresa apretó los puños: era un gorrión. Se dijo a sí misma que era una estúpida: ¿qué diferencia había entre un ratón y un pájaro? La prima era un animal y lo único que hacía era alimentarse, seguir su instinto. Que a ella, ilusa sensiblera, le gustaran más los gorriones que los ratones era un argumento estúpido, ajeno a la naturaleza.

Ella, con todos sus escrúpulos, había hecho lo mismo muchas veces para vivir. Recordaba la primera vez que había sacrificado un cerdo; entonces tenía un campo de trigo, se recuperaba como podía de la herida de su cabeza y empezaba a saber lo que era tener comida todos los días sobre la mesa. Le habían pedido que ayudara con la matanza: lo que nadie le había dicho era cómo eran los chillidos... nadie contaba que los gorrinos chillan casi como las personas. Tampoco lo que se hacía con la sangre, ni cómo había que amarrar al animal para que no se moviera. Afortunadamente los recuerdos de aquello eran difusos; no sabía aún cómo no había salido corriendo de allí.

Los días siguientes habían sido peores; el dinero que le habían dado le quemaba como si fuera de fuego, y no podía pensar siquiera en un trozo de carne. Pero veía la debilidad que la acuciaba, cómo pasaban los días y nadie quería contratar una muchacha escuálida que tenía fama de tener fallos en la cabeza... así que se tragó sus escrúpulos, su orgullo y siguió adelante. Y lo que es más, acabó con una carnicería. Ganó fama por su pulcritud... pero en realidad lo que no quería era que nadie la viera relacionada o inmersa en su trabajo; todo lo hacía para intentar distanciarse todo en lo posible de ello. Ella no era lo que hacía, era sólo una manera de poder vivir.

Se fue corriendo campo a través al lugar donde los dos pájaros habían aterrizado. La Piravana casi había acabado su comida, y la miró con la cabeza ladeada y aquellos ojos como cuentas de azabache bruñido. No tuvo más remedio que susurrarle "buena chica" cuando se posó de nuevo en la lúa para volver a casa.

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Taresa


Cuatro golpes nerviosos en aquella puerta descolorida. Esperaba que estuviera en casa. Apoyándose alternativamente sobre cada pie, como siempre que estaba inquieta, vio cómo su vecino abría la puerta.

-¡Buenas tardes tenga usted! Hace un tiempo que no le veía, y estaba pensando... ¿tiene un campo de trigo, no es así? ¿Me puede decir dónde está? Tengo que sacar a la Piravana a cazar... Le había dicho que tengo recogida una prima de cernícalo, ¿verdad? Y bueno... es que estoy harta de dar explicaciones cuando me encuentran echándola a volar. Si en realidad, no hacemos mal a nadie, al contrario, ella limpia los campos de ratones, topillos y otras alimañas. En fin, que si no le parece mal, yo me iría por su campo y así saldríamos los dos ganando.

Nada de lo que había dicho era mentira, pero todo sonaba tremendamente ridículo dicho en voz alta. Ni siquiera se atrevía a mirar mucho rato a Ramiro, no fuera a ruborizarse hasta las orejas. No sabía si era todo tan difícil o era ella la que complicaba los asuntos.

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Ramiro_odriozola


-Si, claro, por supuesto!- dijo Ramiro, que no se esperaba en absoluto la alegre visita- pero le acompaño yo, que está fuera de las murallas, y no buen sitio para ir sola.

Salieron los dos andando en dirección extramuros, ni juntos ni separados, mezcla de deseo y timidez, intentando actuar decente y sobriamente a la vista de los vecinos.

-Este es mi campo-dijo señalando una modesta parcela de tierra.- la verdad es que me viene muy bien eliminar las plagas de ratones. Dicen los supersticiosos que hay un Rattenkönig cerca, espero que el mal augurio no sea cierto.

Bueno, ¿donde está tu ave?


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Ramiro de Odriozola
Taresa


-¿Mi... mi ave?- se echó las manos a la cabeza. -¡Está en casa! Si es que soy como aquél que buscaba su caballo... mientras iba montado en él.

Dejó a Ramiro con la palabra en la boca mientras desandaba a zancadas el camino a la ciudad; mira que sabía que no era nada digno correr de un lado a otro como una posesa, y al final parecía un potrillo trotón.

Volvió, ya más despacio, con la prima posada en la mano, ya que el pobre pájaro no tenía por qué acabar asustado y con las plumas despeluchadas.

-Mire, esta es mi prima de cernícalo, vive conmigo... porque no tiene nada mejor que hacer, lo más seguro. Los reyes usan gerifaltes; los condes, esmerejones; los obispos, gavilanes... y yo tengo a la Piravana- dijo con una sonrisa, mientras el animal se alejaba hacia el cielo con un sonido de cascabeles, -que hasta las palomas la miran por encima del hombro. ¿Qué le parece?

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Ramiro_odriozola
Tiene su porte, aunque las palomas le miren con arrogancia. Al menos espero que los ratones la teman y sepa como cazarlos y auyentarlos. ¿Por qué no la sueltas para ver como vuela y se enseñorea de este humilde campo de trigo?
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Ramiro de Odriozola
Taresa


Ya volaba la prima sobre el campo, primero inquieta, probando las corrientes, después en su sorprendente postura de alerta, quieta en medio del cielo como si estuviera sostenida por un hilo. Taresa la miraba recortada sobre las nubes, envidiando la libertad de sus alas. A ella le empezaban a doler los brazos, de tan rígidos que los tenía por reprimir su deseo de abrazar a quien tenía al lado.

-Está oteando algo, si no es en su campo será en el contiguo, pero como están abiertos les hará bien a todos. Donde nunca irá es al bosquecillo del fondo; ella y yo preferimos las eras a las espesuras, por eso nos llevamos bien... aunque a veces creo que me mira burlona, como si fuera un ratoncito al que perdona la vida porque le es de utilidad- reconoció a media voz.

-Y decía usted que tenía... ¡repítamelo, por favor!- llena de embarazo como estaba por tener a Ramiro al lado, alguien como Taresa siempre se podía abstraer... con la oportunidad de aprender una cosa nueva. Al escuchar la palabra otra vez, la repitió varias veces en voz alta, y luego se dedicó a darle vueltas en la boca, como si la rumiara... -La primera parte tiene que ser "rata", que además estábamos hablando de ellas. En cuanto a la segunda... "Köenig", "Kunig", "King"...- se le iluminó el rostro y juntó las manos en un gesto de emoción. -¡Ya lo sé, es un Rey de las Ratas! ¡Dígame que acerté!- y al tiempo se le mudó el gesto y miró con preocupación el campo, al imaginar aquella horrible criatura. - ¡Ay, no, Aristóteles no lo quiera! Que la Piravana no lo encuentre, no creo que pudiera con algo así.

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Ramiro_odriozola


Son cuentos de viejas. Es que ultmamente hay muchos ratones, y claro, se le achaca a que hay un rey de ratas. Son unos supersticiosos. Pero quien sabe, a veces las supersticiones son ciertas.

Perdona que te lo dijese en lengas del norte. ¿Sabes por que he viajado y se chapurrearlos? Antes trabajaba para la biblioteca de un monasterio. Rondaba los paises conocidos con un fraile y un escriba, buscando textos y codices para alimentar los estantes, para copiarlos en el scriptorium, comprar los originales, o conseguirlos de cualquier manera posible. Mi ventaja y contra es ser un iletrado. Podia encontrar los tomos pero no leer los secretos que contenian. Pero claro, tampoco podia reconocerlos ni darles valor, asi que al final fui mas una carga que otra cosa. Y me expulsaron hasta que aprenda a leer y escribir. Alli no pueden enseñarme, no soy del clero, aunque mas de un antiguo monje amigo mio lo hubiese intentado.

Pero bueno, son historias que suena de viejo, ¿eh?

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Ramiro de Odriozola
Taresa


Un poco más tranquila... pero sólo un poco, le echó una mirada de reojo a la Piravana, que, ajena a todo, seguía vigilando el campo.

-No se preocupe, si a mí siempre me ha gustado hacer esto... Creo que me lo enseñaron hace mucho tiempo, es como resolver una adivinanza. ¿No es muy raro, verdad?- porque Taresa era una muchacha normal. No le gustaba llamar la atención. De hecho, se esforzaba por hacer y pensar cosas normales y corrientes; sólo que, para su sorpresa, nunca lo conseguía del todo... pero el caso es que lo intentaba.

Pensó en cómo sería una vida a la caza y captura de libros, de una biblioteca a otra; el ruido y el tacto de las páginas, el olor seco del papel y la vitela y el ligero aroma metálico de la tinta. Si antes tenía cierta envidia del ave, ahora la tenía de Ramiro.

-Ahora entiendo el sueño de la biblioteca... ¡Pues bien lejos ha tenido que venir para que le enseñen las letras, yo del abad le hubiera dado permiso!- entonces se le vino a la mente una idea que, quizá por no querer escuchar, no había apreciado en su totalidad. -Entonces... ¿cuando termine su aprendizaje, volverá al monasterio?

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Ramiro_odriozola


-En todo caso, volveré a los caminos, donde se encuentran los libros.

Ramiro vio el gesto, quizá triste, quiza decepcionado o irritado, de Taresa.

-Pero volvería como seglar, claro está. No me haría monje por nada del mundo, ni aún para vivir esas aventuras. Por eso no me ensejaron a escribir, tendría que meterme en el seminario para ello.

Despues de un tiempo viendo el vuelo de la prima, volvió a hablar

-Seguro que entiendes lo maravilloso que es viajar y cazar libros. Andar por las calles de Florencia y atisbar los ostrakas de la coleccion de los Medici, y conocer a todos los autores que alli redactan o crean para catalogarlos.

O las fachadas extrañas de Maguncia, alla en el norte, donde un herrero llamado Johannes Gensfleisch estaba montando una prensa de letras. ¡Prensaba letras! Asi le quitará el puesto a los copistas en pocos años.

Por eso es tan maravilloso, seguro que te entran ganas de viajar a cualquier sitio.

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Ramiro de Odriozola
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