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[RP] Fuera de los muros (versión Castilla)

Ignius


-¿Y ahora? -dijo cuando terminó-. ¿Os parece que estoy bien?

-Sigue pareciendo que te has tragado un cayado- le dijo-, pero si. Mucho mejor- reconoció-. Intenta tranquilizarte más. Ya se que es dificil, pero el caballo no debe recibir tu nerviosismo, o se pensará que pasa algo.

El prelado estiró la cuerda y se puso en el centro de lo que sería una circumferencia imaginaria. Alzó la voz.

-Ahora, presiona levemente la pantorrilla interior al vientre del caballo y dale un golpe con el talón. Y ponte al paso.

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Taresa


Taresa hizo lo que le decían. Más o menos, porque le daba miedo darle un golpe muy fuerte a Foc; con Estrella no se andaba con melindres, pero el caballo era un animal fino y a ver si lo iba a dejar sin bazo. ¿Los caballos tenían bazo? De cualquier modo, se pusieron en movimiento haciendo círculos, con el señor obispo en el centro sosteniendo la cuerda. Para tranquilizarse, Taresa hizo lo que mejor sabía, que era hablar:

-¿Y habéis tenido buen viaje, Monseñor? ¿Sin contratiempos? No me parece que ahora haya nadie apostado en el camino, pero nunca se sabe... ¿Había muchos mineros? Porque en los últimos viajes en los que os acompañé sí que se notaba más gente en la mina -y así todo aquel parloteo nervioso; lo hacía inconscientemente, pero al menos, si volcaba su inquietud en hablar no se preocupaba de lo demás, lo que era bueno.

Se iba soltando, olvidándose de que estaba cabalgando. Y como era de esperar, lo de olvidarse que se está encima de un caballo no puede ser bueno. No supo cómo ni por qué, pero Foc hizo un movimiento brusco y la tiró: cuando se dio cuenta estaba rodando por el suelo. Le dolía todo, pero al menos se daba cuenta de que le dolía, podría haber sido peor.

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Ignius


"Mier-da", pensó, automáticamente el prelado. Taresa rodaba por el suelo, y el caballo, que tampoco podía salir huyendo, se estaba quieto, con la cabeza en alto, los ojos salidos y las orejas en alto, como si en el fondo de su ser se preocupara por lo sucedido. Tenía los ollares hinchados y iba resoplando.

-¡JUAN!- berreó a uno de los mozos que holgazaneaba por el patio mirando a la ama de llaves- ¡JUAAAAAAAAAN!- repitió- Ven y coge la cuerda. ¡Vamos!- le apresuraba.

En cuando el chico se acercó, le dió la cuerda. Hacía más cara de preocupado que otra cosa, pero eso ya era un buen síntoma. Que un jovenzuelo se preocupara por lo sucedido al ama de llaves implicaba que la jerarquía estaba bien estructurada o, al menos, respetada.

-Recoge al caballo, cógele por las riendas, dale unas plamadas y hazle andar, que se tranquilice- iba diciendo mientras se recogia la túnica y se acercaba a Taresa a paso rápido, casi corriendo.

-Si es que esto te pasa por no ir atenta a lo que haces- iba mascullando para si-. Que si he tenido un buen viaje...

Cuando llegó donde estaba Taresa tirada, que iba soltando quejidos, se agachó a su lado.

-¿Te has hecho daño? ¿Te duele algo?- la caída había sido más aparatosa de lo que realmente era, pero no podía descartar algun hueso roto.

La cogió de las manos y, de un estirón, la puso en pie. No hubo ni grito ni caída, así que brazos y piernas estaban sin romper. El prelado suspiró aliviado. No hubiese podido soportar tal cargo de conciencia. Tener que buscar a otra ama de llaves mientras esperaba a que se recuperase no hubiera sido fácil, y tampoco le apetecía demasiado, la verdad.

-¡¿Pero tú te piensas que Foc es la burra esa que montas?! ¡¿Es que no sabes que te podrías haber matado con una mala caída?!- empezó a reñirle- ¡Por favor, Taresa, estate más atenta y deja de parlotear!

Vió la cara de su ama de llaves, con manchada con el polvo del suelo y con todos los pelos revueltos, y se dió cuenta de la situación. Y entonces rompió a carcajadas.

-Vamos mujer, que ni eres la primera ni la última en caerte, no pongas esa cara. Además, a quién se cae del caballo le toca pagar dulces para todos- le dijo, para animarla-. Anda, vuelve a subirte a Foc, que todavía no has acabado.

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Taresa


Estaba asustada, tenía ganas de llorar, no sabía dónde había perdido la cofia, y debía de tener el codo despellejado, porque le molestaba y escocía. Y encima el obispo la regañaba. Con los ojos bajos, sólo tenía ganas de escapar de allí.

Se puso colorada ante las carcajadas del prelado, e intentó sonreír y poner cara de seguir la broma, pero seguía abochornada. Taresa tenía su orgullo: nada ostentoso ni llamativo; era, si se quiere, un orgullo de bolsillo, de pequeña pueblerina entre grandes personalidades con egos a juego. Pero de vez en cuando, y por alguna razón tan tonta como aquella, no por ser pequeño dejaba de picarle.

Se dirigió al caballo mientras desentumecía a cada paso los miembros doloridos por la caída. ¿Y quién la mandaba subirse ahí, eh? Ella no lo había pedido en ningún momento, era algo que el obispo le había dicho, tal vez para divertirse un poco. Si abandonaba nadie le iba a reprochar nada; no lo necesitaba, aún más, lo más seguro era que en la vida pudiera permitirse un caballo. Era una tontería sufrir para nada.

Estaba entonces junto al caballo y al mozo que lo sujetaba. Tito, el mozo, le dedicó una mirada compasiva, y Foc, mucho más tranquilo, parecía tener cierto aire arrepentido. O eso le parecía a ella. Se quedó mirándole a los ojos, y respiró hondo. Apretó los dientes, puso el pie en el estribo, e indicó a Tito que la ayudara a subir. Esa vez se sentó en la silla a la primera.

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Ignius


-¡Bravo!- rugió el prelado, orgulloso- Has hecho lo que debías hacer, que es no temerle al caballo. Las caídas sólo se superan volvíendo a montar. Vamos, acaríciale- la exhortó.

El prelado se acercó al mozo y le cogió la cuerda.

-Ya te puedes ir, gracias- le dijo, mientras volvía a ponerse en el centro del círculo que formaban él y Foc.

Taresa seguía temerosa, se le notaba. Estaba tensa, y el caballo lo notaría tarde o temprano, así que no había tiempo que perder.

-Vamos Taresa, ponte al paso de nuevo. Con una patadita suave en el flanco. Y relájate, mujer, que parece que te hayas tragado una escoba.

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