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[RP] Enlace matrimonial de Ivanne y Ferrante

Marta296


¡Que orgullosa se había sentido cuando recibió la carta de Ferrante! Ser la testigo de su unión la llenaba de orgullo, a pesar de lo poco que conocía a la novia. Había aceptado sin dudarlo siquiera. Y el día había llegado.

Un día fresco, como tocaba en Castilla a esas alturas de año. Marta subió al carruaje envuelta en su manto preferido, la piel de lobo del Calabuig. El futuro esposo, sin embargo, sudaba y se revolvía visiblemente nervioso y se mantuvo callado la mayor parte del corto trayecto.

Cuando rompió su silencio, se le notaba que estaba inmerso en las típicas tribulaciones anteriores al enlace, aunque en su caso no resultaban ser tan típicas. Mantenía las manos entre las de Ferrante mientras le escuchaba. Finalmente liberó una de ellas y sacó un pañuelo de encaje de entre los pliegues de su manto.


Ferrante, os conozco lo suficiente para saber que habéis meditado sobre esto antes. También sé que nunca obráis a la ligera.

La Condesa alzó la barbilla del Maestre. Cuanto había crecido aquel mozo que conociera antaño y, sin embargo, que niño se le antojaba en esos momentos. Enjuagó el sudor que le perlaba la sien y, en acto reflejo, le acomodó algún mechón del cabello. Y, tras esto, ya no pudo tutearle.

No hay maldad en tu corazón, Ferrante. Y, aunque ahora creas que puedes caer en un error, hay más nobleza en tu corazón de plebeyo que en los de muchos nobles. Estoy convencida de que, aunque te pueda parecer una unión falsa, hay algo más que te ha llevado a pedirla en matrimonio.

Ferrante, aquel herrero que conquistó a la gitanilla pucelana. El mismo que custodió los últimos días de vida de su sobrino Liborio aun sin obligación alguna. El que con su tesón había llegado a ser Maestre de Armas en la Corte.

El carruaje se detuvo. Aquello señalaba el final del camino. Guardó de nuevo su pañuelo y tomó entonces las manos del mozo.


Ferrante, ahí va mi consejo. Entra en esa capilla. Toma a tu esposa. No muestres duda alguna. Y, si finalmente no hay sentimiento alguno con el paso del tiempo, lleva tu matrimonio como si de la herrería se tratase. Con mano de hierro. Jamás demuestres debilidad ante tu mujer. Pídele consejo y ten en cuenta su opinión, pero no permitas que decida por ti. No pierdas tu identidad ni te abrumes por la suya.

Besó la mejilla de Ferrante.

Y todo irá bien.

Pronto sería el momento de apearse y entrar en la capilla.

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Leril


Una boda, uno de los días más bellos para una pareja, un recuerdo que tendría que ser motivo de felicidad. Pero para mi era un recuerdo tan bello como doloroso, pues aunque el tiempo todo lo cura, el amor nunca desvanece.

Preparé a los pequeños, insistiéndoles mucho en que deberían comportarse "o se quedarían un mes castigados sin poder jugar con Mufasa". Así fue como logre con los cuatro pequeños que solían correr a mi alrededor mientras me preparaba, razón que había hecho que más de un traje acabara en manos de un sastre para arreglar los destrozos que sufrían antes de que siquiera lograra salir de casa, se quedarán sentados, esperando a que yo me preparara.

No me detuve mucho a elegir que vestido me pondría, tan solo procuré que fuese azul, para que así pudiese hacer juego con mi collar favorito: un collar que contaba con un diamante azul en el centro*. Sabía que había gente que podría criticame, pues alguien de mi status bien podría haber optado por un collar más voluminoso o con mejores joyas. Pero ni yo era muy dada a las joyas, ni quería ponerme otro collar, pues ninguno otro hacía que me sintiese más cerca de Guemau.

Decidí salir con un peinado algo sencillo, pues después de tener que preparar a los niños no quedaba mucho tiempo si es que quería llegar antes que la novia. Tomé una capa, insistí a los pequeños a que se pusiesen la suya, y salimos rumbo al lugar donde se celebraba la boda.

-Mami, ¿que es?-preguntó Adriana, al ver el templo donde se celebraría la boda.

-Es un Templo Reformado, mi pequeña-le conteste.

-¿Refomado? Pes es feo, mami, si lo refoman deberían hacido megor-dijo la pequeña, con esos fallos y ese acento tan gracioso que tienen los niños cuando aún no saben hablar bien.

-Hacido no, hacerlo, pequeña. Y no es un Templo Reformado según lo que tú piensas... Después os dejaré un rato con los novios, que ellos os lo explicarán mejor que vuestra madre-les dije a mis niños.

"Y después de la boda, insisto, DESPUÉS, podréis corretear por el exterior del templo y demostrar quienes son los tigres de Lascuarre. Hacer que la terremoto se sienta muy orgullosa" les susurré, antes de llegar donde se encontraban los otros invitados que ya habían llegado.


*Guemau, al regalarle el collar a Leril, lo explico así, en un viejo RP titulado "Un suspiro inesperado..." (ya no esta en el foro, pero yo lo conservo). Con dicho collar Guemau pidió matrimonio a Leril, por ello es tan especial para ella.

Datos:
-Los niños tienen unos 3 años, de ahí el escribir mal cuando hablen ellos, de hecho puede que uno de ellos apenas sepa hablar, lo iré viendo por el camino, que hace mucho que no roleo ^^' (aunque no voy a exagerarlo escribiéndolo todo mal, que sino va a ser un caos, simplemente imaginároslo con la vocecilla de niños de esas edad).
-Leril lleva siendo viuda desde hace más de tres años, y he optado que no volverá a casarse (al menos no por amor), por lo que su rol es de una viuda que sigue recordando a su difunto marido. Por eso, al tratarse de un RP de la boda no puede estar tan loca como siempre, ni puedo rolear cosas felices.

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Irmá Cabaleira de la Orde de Fisterra
Maeva_emj


Maeva se aburría. Por un momento se había sentido dichosa, cuando la achuchó Colombina. Pero para su concepción del tiempo eso había sido hace mucho tiempo. De nuevo sus pies no paraban quietos balanceándose cada vez más rápido. Una mira de su madre la hizo quedar quieta unos segundos. Tras comprobar de nuevo si Debian estaba pendiente de ella, volvió a mirar a su alrededor. Sólo gente y más gente en el lugar. ¿Qué hacer? Se deslizó del asiento y, aprovechando el descuido de los adultos, salió al pasillo central a saltar de losa en losa. Mientras canturreaba entre dientes. Cuando se cansó, se sentó en el suelo y comenzó a golpea rítmicamente sus piernas alternando con las losas y las patas de los bancos, siguiendo una melodía inventada por ella.
Athan


Volvamos...

Ya de vuelta en el templo, el Conde de Cádiz buscó un lugar privilegiado donde poder asistir a la ceremonia y, no iba a ser menos, el primo del novio debía tener un pulpito como mínimo o un asiento acolchado para su pompis.

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Cyliam


La morena preguntaba si la novia era pudiente. - Eso tengo entendido. Susurro a Morgui, ella conocia pocos detalles de la futura mujer, habia escuchado hablar de ella, una condesa de algun lugar, pero poco mas sabia.

Al mismo tiempo su rubio esposo recordaba tiempos pasados, su boda. La pelirroja dibujo una sonrisita. - Como para no. Fue un dia muy maravilloso. Contesto risueña. En momentos como esos a la pelirroja se le antojaba volver a casarse y es que no se cansaba de estar con el rubio, si pudiera, se casaria todos los dias con el, cada vez en un lugar diferente.

No se habia parado a ver los detalles del nuevo templo, pero no estaba nada mal. - Tengo ganas de ver el modelito de la novia, dicen que es algo extravagante y me corroe la curiosidad. Dijo mirando la techumbre del templo.

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Ferrante


Las palabras de la condesa de Medinaceli le habían consolado en parte. Había prestado especial atención a lo de mantener su matrimonio con mano de hierro; aunque debería aplicarlo de forma indirecta para no despertar la terrible ira de aquella indómita francesa de rostro angelical pero con alma de diablo. - Tenéis razón como siempre, mi señora.- Una suave sacudida indicó que el carruaje se había detenido frente a la capilla. Ferrante dedicó una última sonrisa a la Muntadas antes de que un lacayo abriese la portezuela, dejando la salida expedita a los dos.

Descendió primero él, y la luz del sol acarició sus ropajes. Iba vestido con una camisa de seda color gris perla con delicadas formas en el brocado. Del mismo color unas calzas ajustadas de paño más grueso, rematado en la parte delantera con una discreta coquilla, y de la cintura colgando numerosos herretes de oro. Por encima, un jubón de terciopelo negro, bordado en los remates con hilo de oro en delicadas filigranas. Por encima, y para proteger del frío, un abrigo en los mismos tonos de terciopelo y seda brocada con cuello y puños de piel finos. El traje se ajustaba perfectamente a su cuerpo, resaltando su figura atlética y robusta. Sin embargo, Ferrante no se sentía precisamente cómodo en él, no porque fuera difícil de llevar, sino porque no estaba acostumbrado a ese lujo; pero la de Tafalla había insistido en que debía estar deslumbrante. Así que él, conocedor de los gustos de la francesa, había hecho venir a uno de los mejores sastres del reino para confeccionar aquel traje y deslumbrar a la novia. Su fortuna le había costado, y eso era quizás lo que más le dolía, a él, cofrade del Puño Cerrado.

Una vez estuvo firme en el suelo de grava, levantó la mano para permitir a la condesa que descendiera del carruaje. Él tendió su brazo para que ella se agarrase, y comenzaron a andar hacia el pórtico de la iglesia. Sentía que los ojos de los invitados y los lacayos le miraban, y por un momento se sintió vergonzosamente incómodo; pero pasó. Comenzó a ver rostros conocidos, los de sus amigos, vecinos y nobles del reino, y se tranquilizó. Notó como Marta le sujetaba con fuerza, como aquel que sostiene la correa de su perro para que no salga corriendo; mas sus temores eran infundados, el de Toledo estaba convencido ya de la conveniencia de aquella boda y no iba a salir del templo sino del brazo de la novia tras la bendición del oficiante.

Cerca del altar, los músicos y el coro de niños comenzaron a tocar y a entonar sus voces al cielo, mientras el sol penetraba con más fuerza, imbuyendo a todos los presentes en las coloridas enseñanzas que los vitrales arrojaban sobre el templo. Ferrante y su madrina llegaron hasta el altar tras saludar levemente a los invitados - ya tendría el de Toledo tiempo para saludarlos y darles las gracias por su presencia en el banquete -. Una vez allí, se separaron. Marta hacia un escabel de terciopelo rojo, inmediatamente delante la primera línea de bancos pero cerca del novio, y él en el primer escalón que conducía hasta el altar. - Gracias por estar hoy aquí, amigo Asdrubal.- dijo con franqueza al oficiante.

Ferrante se volvió y lanzó nerviosas miradas hacia la puerta de entrada. Se sentía verdaderamente nervioso y no podía estar parado, balaceándose de adelante a atrás y jugando en sus manos con los sufridos guantes, que terminó por guardarlos en un bolsillo interior del abrigo.
Erik_guzman_garcia


Erik vio avanzar por el pasillo al novio, cogido de la mano de la alcalda Marta, que ahora era gobernadora.

- Mira madrina - dijo dando un pequeño codazo a Colombina - ya llega el novio, el que opá siempre dice que es un chico muy educado.

Comenzó a sonar música y, del coro, llegaron voces de un coro infantil.

- ¡Ohú, madrina, que va ser una boda de las largas! - dijo con desilusión y apoyó bien la espalda en el respaldo para reposar la cabeza sobre el hombro de su madrina - mas nos vale ponernos cómodos.
Noega


Pues no es que esta vez hubiera llegado tarde, ni muchísimo menos.

Un córvido de alas batientes, oscuras y chispeantes como el carbón de hulla, había hecho las veces de familiar mensajero para plantar en su ventana un canutillo de pergamino.

- Barcelona - Castilla... pssss, tomaré mi escóbula y en menos que canta un mirlo allí que me planto.

Dicho y hecho, feliz de que su escóbula funcionara en su mundo imaginario, arrastrada en la realidad hasta su camarote y puesta en marcha por la tripulación subió aquel río veloz, como el viento de los campos del Ebro, pero en sentido contrario.

Cuando en aquel templo reformado comenzó a entrar la muchedumbre ya se hallaba en un rincón, mimetizada entre las cortinas. La angelical gabachita de los caramelos "reales" decía que se quería casar con un tal rubio-latinlover, es más, él mismo había sido el firmante de la invitación que le habían hecho llegar. Se extrañó ciertamente, pero al fin y al cabo, una fiesta siempre sería un jolgorio y hacía mucho que no iba a una de merecer,

- ¡Quien sabe! igual incluso encuentro marido - rió de sí misma ante la estúpida ocurrencia.

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Astaroth_14


El Rey entrecerró el ojo sano, atravesado por un repentino relámpago de ira.

Alba no le corresponde a él. Alba sólo puede corresponder a una Reina.-su voz era un siseo.-Las prebendas que otorgue a vuestro futuro esposo dependen sólo de él mismo.

Se había levantado, como queriendo apremiar a la joven.

No volváis a mencionar Alba.

A duras penas consiguió dominar la ira que le embargaba. Pero era una boda, no era el momento. Por mucho que desaprobase la unión, por mucho que despreciase al Álvarez de Toledo, aquella chica no dejaba de ser su ahijada y no era culpable de los remordimientos que le perseguían aún.

Vamos, querida. Están esperándoos a vos.

El trayecto se le hizo espantosamente corto. Un pestañeo, quizás dos, y ya estaban allí. Toda aquella gente, toda aquella expectación. Era el momento. Tomó el brazo de la joven rubia y la acompañó al altar, componiendo una sonrisa perfectamente pasable. Al llegar, como le correspondía, se apartó.

Era la segunda vez que acompañaba a Ivanne al altar. Y deseaba de corazón que el suplicio fuese más corto esta vez.

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Linnet


Esperaba llegar a tiempo. No sabía si habría conocidos en la boda, pero apreciaba mucho a Ferrante por eso decidió asistir sola sin importar qué. Llegó al lugar y bajó de su carruaje, llevaba un elegante vestido color azul. La ceremonia parecía que estaba comenzando. Respetuosamente, la pelirroja entró a la iglesia para presenciar dicho evento, después felicitaría a los futuros recién casados.

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Ivanne


También cambió su cara al saber la respuesta del Rey. No habría Alba. En otras circunstancias, Ivanne habría montado en cólera, organizado el mayor espectáculo, la peor de las pataletas. Pero no aquel día. Ambos estaban atados por las formas y la obligación de mantener los modales, precisamente por ser un día de celebración. Por ser ella la novia, por ser él el padrino. No impediría, en cambio, para que volviera a mencionar tal hecho bajo otras circunstancias. Quizás en el banquete.
Se vio obligada a reaccionar, y casi empujada por Astaroth, se alzó de donde hacía unos instantes habían estado sentados. Con el gesto fruncido, se acercó a la cristalera, de donde tomó el cáliz que debía portar para la ceremonia, y del perchero tras el biombo tomó el abrigo de pieles de zorro nórdico con el que después se cubrió.

Vamos, querida. Están esperándoos a vos.

La orden fue clara y concisa, en exceso para su gusto. Si hasta hacía un momento fuera todo dulzura y atenciones, incluso llegando al extremo de incomodarla, ora exhortaba con rudeza. No cedería en cambio, y por ello no cambió el gesto. Se aproximó al da Lúa con soberbia, como siempre lo había hecho, aunque esta vez era diferente: era una soberbia desconfiada, de quien pretende conseguir algo que no se le da y que reprocha por ello, buscando la culpa de quien no cede.
Una vez estuvo a su nivel, ambos comenzaron a andar en dirección a la entrada por la que la Condesa debía hacer su aparición. Fue un trayecto corto, y frío, ya no sólo por la falta de tapices colgando de las paredes de los pasillos, los cuales se hallaban desnudos al completo y que por ello más bien parecían estar en una cripta, sino también porque ni se hablaban ni se miraban. Ya no había palabras de consuelo ni gestos de cariño. La ira, en ocasiones, nubla al corazón.
Fue breve el silencio, sin embargo, ya que pronto alcanzaron las puertas que llevarían hacia el altar. Sintió los nervios a flor de piel al instante, y un leve vahído hizo que la de Tafalla se agarrase con fuerza al brazo que la sostenía, como de improvisto; miró a Astaroth, esta vez con ojos de cordero. Al fin y al cabo siempre estaba ahí para rescatarla.

Comenzaron a andar hacia el altar, un coro de niños cantando de fondo. Astaroth más bien pareciera que la arrastraba, ella por su parte estaba casi paralizada, asediada por el miedo. Recordó entonces la primera vez en que se vio en aquella misma situación; sin duda alguna, las diferencias eran obvias. En Tafalla desconocía a su marido, desconocía a los invitados, estaba sola, se casaba por obligación y, sobretodo, sentía repulsión por aquel hombre. Sin embargo en Valladolid, aquel día, creía conocer al novio y sentía una evidente atracción hacia él, si no conocía a todos los invitados al menos conocía sus rostros, y por último, tenía la suerte de haber sido ella misma quien escogiera la opción del matrimonio. Lo único que se mantenía invariable en el tiempo era el Armiño, siempre resuelto, sólido apoyo.
Trató de fijar su atención en la nada, con la vista al frente. Pensar en aquellas cosas haría que se echase a llorar en público. ¿Alguna vez fue amada?, o lo que le importaba aún más, ¿alguna vez se había sentido amada? Creía saberlo, y la respuesta no le complacía. Realmente, lo tenía todo: títulos y tierras, nombre y reputación, inteligencia y belleza en opinión de algunos, Fe, riquezas... ¿Pero amor? Tampoco esperaba encontrarlo, y aunque su vista ahora se dirigía al frente, a veces no podía evitar llevarla hacia el de Toledo, expectante. Erguido, pese a su procedencia bastarda parecía un príncipe con aquellos ropajes. Le gustaba lo que veía, ¿le gustaría a él? Las dudas, reclamo de retractos.
Ella también se mantenía erguida, con una mano apoyada en la del Rey, fuertemente atrapada en la suya, y con la otra llevando el cáliz ceremonial. También parecía una princesa, o al menos trataba de aparentar la mayor de las dignidades, corroborada por la compañía de niñas pequeñas que aparecieron desde los flancos de la bancada, dispuestas todas ellas a levantar la larga cola del abrigo de pieles. El temor de Ivanne se palpaba a distancia, incluso se podía oler.

Porque Ferrante estaba guapísimo, y contra eso no podía hacer nada. Desarmada, jamás creyó que fuera a tener tales pensamientos. En un principio, las capitulaciones de su matrimonio habían sido dictadas por la conveniencia, ¿por qué iba ahora a sucumbir a sentimientos que sólo la plebe debe conocer? El corazón, en ocasiones, nubla a la cabeza.


Y de hecho su cabeza estaba nublada. No podía pensar con coherencia, y como una autómata se aproximaba cada vez más a un altar en donde debía dar la cara. Ivanne siempre daba la cara. ¿Ferrante la daría? Miró a Astaroth por una última vez, se detuvieron entonces. La Josselinière se mantuvo queda, muy digna con la mano en alto, y el Rey de pronto la liberó de su abrazo; efectivamente, Astaroth acababa de entregar su mano a Ferrante, quien ora la tomaba. Avergonzada por el tacto de su piel y por la falta de experiencia en tales lides, no se vio capaz de mirar a quien sería su marido en unos instantes, pero en cambio su rostro tornóse bermellón. Tratando de ignorarlo, y ayudándose de la mano del Álvarez, se arrodilló sobre el cojín que la esperaba para la ocasión y, con un gesto piadoso, se doblegó a la voluntad de Dios.

Sólo esperaba que su voluntad fuese la misma que la de Asdrubal.

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· CONDESA DE TAFALLA · CONDESA DE ALBARRACÍN · SECRETARIA REAL DE CASTILLA Y LEÓN · VULNERANT OMNES, ULTIMA NECAT ·
Ferrante


Un ligero murmullo sacó de su éxtasis a Ferrante, que durante largo rato había estado observando la obra de los emplomados vitrales multicolores. Giró su cabeza y contempló dos siluetas que se recortaban en la puerta del templo contra la brillante luz del sol. Los invitados se iban inclinando al paso de la comitiva encabezada por el rey, que de la mano llevaba a una radiante novia.

Fue entonces cuando el joven Álvarez comprendió que ya no había vuelta atrás. Sus manos se crisparon y su corazón comenzó a latir profunda y rápidamente, haciendo que su cara se tornara del pálido lívido al carmesí. Sus ojos claros se clavaron en la de Josselinière y en su padrino, pasando de uno a otro rápidamente. Cuando llegaron los dos hasta el altar, Ferrante agachó la cabeza ante el rey, y después se adelantó tendiendo una mano a su futura esposa, y por una extraña razón se volvió dichoso, hasta feliz cuando el contacto de aquella blanca y delicada mano, rozó la suya, grosera y áspera... indigna. "No", se dijo a si mismo; no era realmente feliz, sino la emoción del momento. Y es que era precisamente eso, la diferencia de condición lo que creaba un muro entre los dos, o al menos así lo pensaba el de Toledo; un muro alto e infranqueable, eterno recuerdo de que aquella boda no era más que la ratificación de un contrato, de un acuerdo. Un muro que no dejaba aflorar los naturales sentimientos que tenía para aquella mujer, que se le antojaba radiante y bella... era Afrodita en persona que había bajado del Olimpo para unirse a él. Él, maldito indigno.

Los dos se arrodillaron, cada uno en su cojín, con las manos juntas en oración. El de Toledo intentaba mantener la compostura, pero le era imposible no mirar de reojo, incluso girar ligeramente la cabeza para contemplar a Ivanne. Hubiera dado tanto por siquiera haberle tendido una mano y habérsela besado en aquel mismo instante... ambos hubieran calmado los nervios. Volvió a negarse a si mismo, a ella no le hubiera gustado; ella, digna y altiva no hubiera permitido aquella falta de respeto ante Dios, el rey y el oficiante. Así que el novio se contentó con lanzar miradas de reojo mientras su pecho respiraba con violencia, intentando asimilar todo lo que se le venía encima.

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Asdrubal1


En contra del clima que parecía imperar entre los contrayentes, el de la Barca irradiaba un halo de alegría contenida y emoción desmedida, se permitió esbozar una sonrisa de hilaridad depositando la mirada sobre la de Tafalla, últimamente veía a la Secretaria del Rey hasta en los parajes más insospechados, cambiaba alternativamente entre el Maestro de Armas y la francesa, curiosa pareja aquella mas lo que Jah uniera que no lo juzgara el hombre.

Llegados los dos ante él, los saludó con una leve inclinación de la cabeza, se detuvo a admirar otra vez la sobria belleza del lugar, desechados los tapices de lino y seda, y renunciada la Reforma a usar representaciones de santos en estatuas, aquella sencillez solo interrumpida por las vidrieras transmitía paz y tranquilidad, sensaciones por lo general desconocidas para Asdrubal;

-Hermanos, nos congregamos aquí ante Jah, único y verdadero Dios bajo la gracia de los Tres Profetas para asistir a la unión de Ivanne de Josselinière, Condesa de Tafalla y Albarracín, con Ferrante Álvarez de Toledo, Maestro de Armas de la Corona de Castilla y León, vosotros, hijos de Dios y creyentes de la palabra de los Tres, que renegáis de las tentaciones con las que el Sin Nombre entorpece vuestros caminos y que habéis decidido caminar con rectitud hacia la Verdadera Fe. Os reunís hoy ante mí y los vuestros, dispuestos a abandonar la decadencia de lo mundano y a entregaros, el uno al otro honradamente, dispuestos al servicio mutuo en nombre del amor que os invade. Manifestadlo, aquí y delante de vuestros testigos.


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Ferrante


"En nombre del amor que os invade"; aquellas palabras crueles arrancaron a Ferrante de su embelesamiento. Amor no podría decirse que era; en negocios nunca existían los sentimientos, aunque eso no lo sabía casi nadie. De cara a la sociedad castellana siempre serían un matrimonio bien avenido, pero a puerta cerrada y en la intimidad del hogar, sus vidas no pasarían de la amistad y el mutuo egoísmo por las ventajas que aquel enlace les proporcionaba. Ella necesitaba de las rentas de él, pues su feudos aunque aún conservaban una pátina dorada de antiguo esplendor, hoy estaban bien lejos de proporcionar riquezas, y su aprovechamiento distaba de ser mínimamente productivo; y Ferrante, siendo plebeyo de nacimiento y bastardo de una antigua nobleza caída en desgracia, poco podía aspirar en la vida y en la corte sin la majestad que le revestiría el título de conde, aunque fuera consorte. Los dos ganaban algo, cediendo parte de lo suyo.

El de Toledo giró su cabeza para mirar a la Josseliniére directamente a los ojos. Por su boca y nariz salían volutas de vapor de su cálido aliento debido al frío que imperaba en el templo. -Nos amamos y respetamos, Dios bien lo sabe, y en honor a su sagrada palabra nos unimos.- Era una mentira piadosa... si por piadoso pasaba todo aquello que se intentaba justificar por medio de la religión.

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Ivanne


Era totalmente consciente de que no cesaban las miradas y aún su pecho galopaba salvaje al sentirlas. Como sus armas personales, aquellas que adoptó modificadas de su madre, su corazón negro se hallaba ajado por la cruz de la Fe, blanca y nívea. No era la primera ocasión en la que mentiría: bien de niña solía burlar a sus cuidadores cuando la acusaban de comerse todos los pasteles de la bandeja sin dejar nada, o como aquella vez en la que tomó la posesión del condado de Tafalla una vez viuda, donde hubo de resolverse cautelosa para no pisar en falso aludiendo la muerte del Conde como debido a algo natural, y no por las manos de Astaroth, el que ahora era su rey y quien debía de observarla esperando una palabra, una sola, para que la sacara de allí.
Porque como os decía, una cosa era mentir a los hombres, almas descarriadas todos ellos que deben hallar el camino hacia la Luz, pero otra cosa muy distinta era mentir a Dios en su propia casa. Por este tipo de cosas Roma había decaído, profanando el nombre y la palabra del Altísimo.

Su corazón era negro por lo frío, pero aún estaba a tiempo de convertirlo en una escala de grises gracias a la Fe. Ferrante ahora le miraba, y antes de que ella pudiera decir nada, pronunció aquella tediosa frase; sí, Dios lo sabía, porque todo lo sabe, y en ella veía el claro respeto que sentía hacia él, no el amor que pudiera existir. Pero Dios también conocía el claro propósito de la francesa; si ahora no lo amaba, por lo menos lo intentaría. Porque no sólo era una promesa al Álvarez, sino a sí misma como creyente.

« Nos amamos y respetamos, Dios bien lo sabe, y en honor a su sagrada palabra nos unimos. »

Siempre altiva, ora sucumbió. Perdió el rumbo de su mirada gélida en los ojos glaucos de él; aunque los de Ivanne fuesen como un iceberg, azules y dejando atisbar sólo una mínima parte de lo que realmente escondían, esta vez hablaron por sí solos. Como sólo ocurre durante la primavera, el hielo que los cubría comenzó a derretirse, y como un verdadero milagro de la naturaleza, se desveló la dulce y cándida flor. El calor infundió en su pecho como un deseo flamígero, mediando la inocencia de su juventud, y en ella abordó una sensación de seguridad y empatía plenas que la impulsaron a coger con delicadeza la mano del herrero. Notó la aspereza de su piel, pero ello no hizo más que reconfortarla; las manos suaves, como las de ella, podrían ser hábiles en muchas técnicas, pero jamás calmarían el frío que las rodeaba. Las de Ferrante, en cambio, eran todo candor y sosiego.
Cambió su gesto adusto y sonrió, plena. Las mejillas se le sonrosaron, provocado sin duda por calidez que él desprendía, y por un momento se sintió convencida.

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· CONDESA DE TAFALLA · CONDESA DE ALBARRACÍN · SECRETARIA REAL DE CASTILLA Y LEÓN · VULNERANT OMNES, ULTIMA NECAT ·
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