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[RP] Enlace matrimonial de Ivanne y Ferrante

Mikumiku


“¡Ha llegado la hora del encamamiento!” Sonó la voz del monarca. Tras la ceremonia, el matrimonio emprendía un camino bien distinto hacia las afueras de la Iglesia. Un camino que debía empezar con la unión carnal de los dos individuos, bajo la presencia de los testigos especificados. Para Miku era una situación nueva y extraña, que pese a su pasado y educación en el aristotelismo romano intentaba conllevar con naturalidad. Si quería involucrarse totalmente en la senda de la Reforma debía aprender sus costumbres y compartirlas hasta cierto punto, y el contexto pedía algo más que una risa socarrona.

Se dio cuenta de que tenía a su propia esposa enlazada por la mano. ¿Cuándo lo había hecho? ¿Habrían ofendido a alguien? Aprovechándolo levantó la mano de la pelirroja para dejarle un beso improvisado. De alguna forma u otra, cada vez que pisaban un templo le venía a la mente la idea de casarse con ella otra vez. Pero no era el momento de hacer la gracia, pues aún tenía un papel que desempeñar en el evento. El caballero se despidió de ella para unirse a la comitiva nupcial.

Como capitán de la Guardia Real, testigo y defensor de la Reforma, dibujó su camino tras la pareja y el Rey de Castilla y León. Pensar lo que iba a presenciar en compañía de Astaroth le hizo imaginar una situación violenta e incluso cómica. Y luchando por no divertirse con aquello emprendió un camino cuyo destino desconocía. Se decía que el matrimonio de la francesa con el pucelano no había sido más que un trámite, un negocio, y la diametralmente opuesta experiencia del rubio le provocaba una desconfianza inmensa. Él apreciaba a ambos, a cada uno por sus motivos e historias pasadas, y temía que un conflicto le pusiera en lugar difícil.

Llegados a cierto punto la comitiva se separó para que los novios se prepararan. Miku iba atento, por un lado curioso por aprender de la tradición y por otro arrastrado por la imperiosa necesidad de conocer el entorno – deformación profesional. Acompañó al que había sido condestable y maestro de armas de los heraldos, entre otras cosas, sin saber hasta qué punto se suponía que llegaba su intervención.

- Imagino que no habrá mucha duda torturándoos la mente, Ferrante. – Sonrió. Quizá a su compañero le vendría bien desahogarse o dedicar unas últimas palabras. O un trago de vino. Al posar la mirada sobre el rey supo de dos que lo iban a necesitar. – No es que ninguno seamos nuevos en esto.

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Ferrante


Aún podía sentir el olor del perfume de la francesa en las mangas de su camisa, mientras dos lacayos le ayudaban a desvestirse de aquellos pesados e incómodos ropajes. Se habían separado en el pasillo y los dos esposos fueron acompañados a diferentes alcobas donde cada uno se prepararía para el momento del encamamiento.

Ferrante tenía la mirada perdida en la pared del fondo, donde crepitaba alegremente una pequeña chimenea de piedra que caldeaba la estancia. Para él lo peor de aquel día ya había pasado; primero la tensa y aburrida ceremonia y luego aguantar a los incómodos invitados cuyo exceso con la comida y bebida siempre se debía tolerar y perdonar como buenos anfitriones. Él también había bebido, y quizás los vapores del vino le habían envalentonado, aunque realmente no lo hubiera necesitado. Al fin y al cabo tenía experiencia con las mujeres y todo aquello no sería para él una prueba de fuego. Sólo deseaba que Ivanne no fuera de aquellas mujeres frías y muertas en el lecho, que esperasen que todo lo hiciera su compañero. Esperaba una reacción cálida por su parte y de aceptación como esposa suya que ya era... y que ello diera su fruto dentro de nueve meses.

El silencio fue roto por una voz masculina bien conocida por él. No se había dado cuenta de la entrada del Espinosa, aunque igualmente Ferrante agradecía la presencia de una cara amiga en aquel momento. - Ciertamente, su señoría tiene razón... no es nada nuevo. No obstante, me resulta inquietante que tanta gente tenga que presenciarlo, aunque sea a través de una cortina.- Los lacayos le habían dejado totalmente desnudo, y con lienzo humedecidos en un agua tibia con romero, le aseaban lentamente, quitando todo rastro de sudor de su piel. Ferrante contempló aquella pequeña herida en su pecho, fruto de su encuentro con el espadachín de la condesa de Bétera años atrás; aunque estaba totalmente cerrada, no dejaba de ser una mácula en su piel, aún joven y sin arrugas. Tenía otros arañazos y cicatrices más pequeñas, e incluso alguna quemadura sin importancia de su trabajo en la forja; todas ellas eran pequeñas historias que componían los recuerdos de su vida hasta ese momento.

El más anciano de los criados le visitó con un camisón de lino blanco níveo, que tenía en la parte delantera un agujero, orlado de una discreta bordadura con hilo de plata. El de Toledo alzó las cejas, primero con incredulidad, y después con sorpresa al darse cuenta de su significado. Esbozando una sonrisa miró al de Espinosa: - ¿Creéis que un matrimonio puede ser bendecido con una buena prole si utilizo esto? jajaja.- se carcajeó. - Qué complicada es la nobleza... aún recuerdo el día de mi boda con aquella tímida gitana, y fue todo tan natural. Bueno, tendré que acostumbrarme a estas cosas, aunque prescindiré de ellas siempre que pueda... o me lo permita el ceremonial y la etiqueta.- Los lacayos saludaron al terminar su trabajo y dejaron a los dos vallisoletanos solos en la habitación. Ferrante invitó con un gesto cortes al hermano de Fisterra a que le acompañara hasta la habitación donde se desarrollaría el acontecimiento.
Ferrante


Aquella extraña comitiva, que podría ser apelada como "la del camisón" atravesó rápido los pasillos hasta llegar a la habitación donde se consumaría el matrimonio. Ferrante se sentía extraño, vestido con aquella prenda larga y con esas babuchas de terciopelo que a penas le aislaban del frío del suelo. La verdad era que en aquel momento se sentía un poco cohibido e incómodo; y que nadie dijera que era por yacer con la de Josselinière, a la que sabía que complacería, sino más bien por la presencia de los testigos, el oficiante y aquel detestable pero necesario "padrino" tuerto. A pesar de que fuera obligatorio y era necesario seguir la tradición del encamamiento para asegurar la consumación del matrimonio, no por ello dejaba de sentirse extraño e incómodo... y más con aquel camisón con el agujero por delante; ¡habrase visto! que raros eran esos nobles puritanos.

Cuando entraron en la habitación, todas las cabezas se giraron hacia la puerta; los testigos se encontraban sentados en sendas sillas a los pies de la cama, como esperando un recital o la representación de un drama griego. Ferrante sería Paris, y la Josseliniére sería Helena; aunque esperaba que ello no desencadenase una guerra, no tan pronto, al menos. Bajo el dosel bermejo estaba su esposa, totalmente desnuda aunque vuelta al público. Se le antojó como un cervatillo indefenso, en la soledad de un bosque virgen, sin darse cuenta que iba a ser cazado. Era difícil imaginar a la princesa de Fortuna en semejante circunstancia, teniendo en cuenta que muchos temblaban al sólo oír la vibración de su voz, y que ahora se presentaba como la más indefensa de las criaturas.

El de Toledo se sentó en el otro extremo de la cama, dando la espalda a la franco-navarra por unos instantes. "El colchón al menos es mullido" - pensó mientras deslizaba su mano por las sábanas del algodón más puro. Era una sensación extraña la que le dominaba, aquella mujer se le presentaba tan sumisa a complacer las obligaciones conyugales, y realmente le atraía... pero pensaba también que era como el más perfecto y peligroso de los venenos: un poco te extasiaba, pero demasiado causaba una muerte horrible. Estaba seguro que los jóvenes de la corte le envidiarían, pero los viejos zorros por contra, no esconderían el agrado que les producía mantener a la secretaria real a varias leguas de distancia, y mucho menos que ahora ella tuviera una familia que atender.

- Por favor padresito.- dijo mirando a aquel impertérrito Asdrubal con un poco de sorna para romper el hielo. -¿Tendrá a bien la Iglesia, única y verdadera, y sus tres profetas a bendecir esta unión, el fruto que salga de sus entrañas y este matrimonio que en el día de hoy se inicia?. ¡Pido su bendición!.- e inmediatamente puso sus manos en actitud orante, mientras por el rabillo del ojo observaba si la de Josselinière hacía lo propio.

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Asdrubal1


Las tradiciones eran importantes para el de la Barca, constituían un pilar de la sociedad, fundamentos de una sociedad que debía agarrarse con fuerza a algo que se considerare fijo e inamovible, pero algunas desde luego, se establecían para romperse o cambiarse, y aquella era una de ellas, el rostro pétreo del de la Barca no dejaba deducir la profunda incomodidad que tácitamente se dejaba entender de toda aquella situación. Pero como negarse le haría quedar mal con la de Tafalla, y no le convenía cometer semejante felonía, y enemistarse con el Maestro de Armas queriendo entrar en la Capilla tampoco era muy buena idea, decidió más a regañadientes que por obra de misericordia a Jah proseguir con aquello, y que los Tres le libraran de tener pesadillas aquella noche.

Sonrió levemente ante las palabras de Ferrante;

-No veo por qué la Reforma no pueda bendecir las elevaciones de tan excelsa situación.

Sus palabras podrían carecer de sentido... Si no se entendía bien la palabra elevación, Asdrubal terminó la frase con una media carcajada cargada de sentido, al menos para él, el resto de presentes podían entender, deducir, dilucidar lo que les viniera en gana de lo que acababa de decir. En un acto más dramático, y por dramático entiéndase teatral, que ceremonial elevó las manos y dijo;

-Vosotros, que os reunís en el claustro marital, una vez bendecida vuestra unión por Jah y sus Tres Profetas, según los postulados de la Santa Iglesia Reformada, Única y Verdadera, recibid ahora a la hora de compartir el lecho nupcial la bendición de Christos, Aristóteles y Averroes junto con el beneplácito del Altísimo para que seáis fecundos en frutos.

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Ivanne


Por supuesto que ella no iba a pedir ninguna bendición más. Bastante mal rato ya le habían hecho pasar aquellas damas de cámara del demonio, como para encima ahora tener que estar recibiendo una última bendición del Reformationis Advocatus, con aquellos comentarios tan acertados que le sirvieron para coronarse, una vez más, como el Sarcástico de la Barca. Tampoco se dispuso a llevar las manos conjuntamente en oración, puesto que éstas ya se estaban encargando de cubrirse las vergüenzas, aquellas que las sábanas no alcanzaban a esconder. No bastaban, sin embargo, y el busto de la franco-navarra quedó descubierto a medias; aún a veces se preguntaba qué le dieron de comer en su niñez para tener semejante personalidad.
Atónita y como desfallecida, completamente recostada en el lecho, miró anonadada el comportamiento de su ahora esposo, y que en adelante lo sería con todas las de la ley, si alguna vez se dignaba a acometer sus menesteres en calidad de tal. No dejaba de ser una situación incómoda, en la que en frente suyo, con el dosel de la cama aún recogido, se asentaban los testigos de ella y los testigos de él, además del irreverente Asdrubal; el monarca de los castellanos y su capitán de la guardia, de un lado, junto a dos condes más, doña Marta y don Athan, primo de él. Qué infortunio el suyo, se dijo, en el que esperaba no soltar ningún quejido que la fuera a parar en mal lugar.

Sentía miedo, sí. No recordaba qué se sentía más allá del rechazo, de modo que tampoco sabía a qué atenerse. Los nervios a flor de piel, y los labios entrecerrados, no se negaron pese a todo a recibir a Ferrante en un abrazo entre dos cuerpos desconocidos. La mirada gacha, alcanzó entonces a observar aquella fútil broma del Rey con los camisones, tan piadosos y tan bien trazados para que nada se viera. Ante ello, en un primer momento encolerizó, pues de llegar a saberlo ella también se habría cubierto con aquel horror de prenda; pero después, y a causa de su inquietud en el ánimo, comenzó a reírse. Una risa de esas nerviosas, quedas en el silencio de una situación tensa.

« No pensé que fuerais a caer en esta patraña del Rey... Os esperaba menos... Sofocado,... por la situación. » -Fue cuanto le dijo, alzando la mirada con las pupilas dilatadas y coronadas de un halo celeste, y los labios curvados en una trémula sonrisa. Aún pensó que podía llegar a divertirse mortificando un poco más a aquel hombre, pues aún seguía latente en ella el rencor por el abandono en el pasillo, y sin embargo no tuvo opción a tal, pues un vengativo Álvarez embistió.
Abrió la boca en un quejido; su experiencia no la engañaba, le dolió, y al igual que en su anterior matrimonio no pediría ayuda, pues nadie iría a socorrerla. Las obligaciones debían cumplirse, cuanto menos, y a poder ser en un plazo de tiempo corto. Las manos de ella se aferraban a las sábanas con una fuerza palpitante, arrugándolas con desprecio a todo decoro; la primera embestida fue dolorosa, la segunda recordó el agrio sentir de la primera, pero cada vez los movimientos comenzaban a ser más continuos, y más suaves. No se resistió, fue recibiéndole con extrañeza pero con agrado, hasta que su cuerpo entero reaccionó por sí solo. Las piernas de Ivanne rodearon las caderas de él, y entonces la bajeza más animal dejó catar un regusto dulce, como la miel. No supo cuándo ni cómo, pero el dosel hacía tiempo que se había echado, al igual que los pudores por los cuerpos que se atraen.

Desde fuera sólo se escucharon dos quejidos, y una mano que arrojaba un camisón al suelo.

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· CONDESA DE TAFALLA · CONDESA DE ALBARRACÍN · SECRETARIA REAL DE CASTILLA Y LEÓN · VULNERANT OMNES, ULTIMA NECAT ·
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