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[RP] Enlace matrimonial de Ivanne y Ferrante

Asdrubal1


Manteniendo la sonrisa con la que había dado comienzo la ceremonia, el de la Barca prosiguió;

-Es motivo de regocijo y alegría la confirmación del amor que os profesáis mutuamente-Dijo tomando el Liber Leonis, del cual leyó- Un solo hombre no puede nada, necesita el apoyo de su similares para llegar allí donde debe ir. Y por ello a la guerra, los fieles deben ir juntos hacia la Luz.

Terminado de leer el que era el punto nueve de una de las obras de mayor importancia de la Reforma añadió;

-Así como un hombre solo ante la tempestad que desata contra él la Sin Nombre poco puede hacer, vosotros bajo la protección de Jah, habéis decidido uniros en matrimonio, quieran los Tres que iluminados por su Luz caminéis juntos hacia el Paraíso reservado para los fieles.

Tomó entonces el Libro de las Virtudes y comenzó a leer;

Citation:
Entonces, Oane respondió: "Hiciste a tus criaturas alimentándose las unas de las otras. Deben cazar y matarse para alimentarse. Del mismo modo, deben luchar para defender su vida. Pero no hay fuertes ni débiles. Nadie se rebaja ni se deja pisotear. Todos nosotros estamos en la vida y somos todos Tus humildes criados. Ya que eres nuestro creador."

7.- "Es por eso que distes talentos más bonitos a unos que a todas Tus criaturas. Cada una de ellas tiene su lugar en Tu creación. Su talento le permite a cada una ellas encontrarlo. Por lo tanto, no hay criatura preferida por ti, ¡oh! Altísimo. Todos somos igualmente queridos por ti y a cambio debemos amarte todos. Ya que, sin ti, no existiríamos. Nos ha creados cuando nada te obligaba hacerlo y por esto debemos amarte para darte las gracias por ese gesto."

8.- "Nosotros estamos ciertamente conectados a la materia, por cierto sometidos a sus leyes, pero nuestro fin es tender hacia ti, el Espíritu Eterno y Perfecto. Pues, a mi modo de ver, el sentido que le diste a la vida es el amor." Entonces Dios dijo: "Humano, ya que eres el único que a comprendido que era el amor, hago de tus semejantes Mis hijos. Así, sabes que el talento de tu especie es su capacidad a amarme y a amar tus semejantes. Las otras especies sólo saben amarse a sí mismas".

"Con el fin de que te reemplaces con nuevas generaciones cuya vida se termina, os hago un regalo mucho más bonito aún. Este amor que espero de vosotros, os permito probarlo igualmente con vosotros, en pareja. La ternura y el deseo mutuos serán los componentes de este sentimiento puro. La procreación será el objetivo. Pero sólo el amor que habré bendecido podrá permitir el acto carnal, para que vuestra especie perdure en Mi amor."

7.- Entonces, Dios creó dos astros por encima del mundo. Uno, radiante de luz, fue llamado "Sol". Otro, luciendo fríamente, se nombró "Luna". Dios explicó a Oane: "Que vuestra fidelidad sea como la de los hijos hacia sus padres o yo seré tan severo como los padres hacia sus hijos. Porque, cada vez que uno de vosotros muera, lo juzgaré, de acuerdo a la vida que tuvo. El Sol inundará cada día al mundo de su luz, como prueba de amor hacia Mi creación. Quienes, de entre los tuyos, envíe allí, viviremos una eternidad de felicidad. Pero entre cada día, la Luna tomará el relevo. Y quienes, de entre los tuyos, estén allí tirados no conocerán más que la tormenta."


-Tenemos ante nosotros las disposiciones del capítulo dedicado al Amor del Libro de la Virtud, que concluyen en el Capítulo de la Decisión pues de entre todos los regalos que el Altísimo concedió a la Humanidad, el Amor constituye un pilar fundamental, pues en torno a él se erigen todas las Virtudes, y sobre él se levantan las aspiraciones de los fieles, ¿Pues no es acaso este la más poderosa motivación entre aquellos que se profesan seguidores de Jah? Pero ay de aquellos que mal lo interpretaren, aquestos poco más que animales ignorantes de los designios del Misericordioso son y como tal han de ser tratados por los fieles, apartados de la comunidad, repudiados por aquellos temerosos del justo castigo Divino, por ello dispuso el Altísimo el Sol para que con su calor, nos abrazara su Amor, recordándonos a la par con la Luna el frío que aguarda a los que negaren aquesta enseñanza. Recordad esto, especialmente vosotros, Ivanne y Ferrante, que os disponéis a iniciar una vida juntos, respetaos el uno al otro y que vuestra vida en unión sea una reflexión sobre el regalo que os brinda Jah.

Al terminar dejó unos momentos de reflexión y prosiguió;

-Porque tenéis Fe y porque así disponéis, no temáis al entregaros: proceded.


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Erik_guzman_garcia


Hacía ya un rato que el jovencito había apoyado la cabeza en el regazo de su madrina y dormía plácidamente.
Colombina


Agradeció el gesto de Erik, así al menos tenía la excusa para no levantarse y sentarse cada vez que el rito asi lo proponía. Entre otras cosas, su cabeza hervía bulliciosa pensando en todo lo que aun faltaba de aquel día y de cuando podría deshacerse del compromiso.

"Si al menos hubiera buenos barriles de hidromiel podríamos disfrutar de la velada, pero mucho me temo que el banquete estará regado de buenos vinos bien medidos para que nadie pierda la cabeza."

Miró al joven y sintió envidia. Mucha envidia.

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Ivanne


Compungida por la falta de respuesta, apretó la mano de él cuando el de la Barca comenzó a leer las sagradas escrituras y a sermonear, esperando que Ferrante le devolviera el apretón. Al menos así sabría que, de alguna forma, era correspondida.
El Liber Leonis era uno de los pilares fundamentales de la Reforma, junto al Libro de las Virtudes, de los cuales Asdrubal tomó muy acertadamente varios apartados que leyó con escrupulosa atención a cada detalle en aquel momento. Aunque Ivanne era ajena a las siestas que se propagaban por el banquillo, por fin era consciente de lo que estaba ocurriendo en el altar. Dos voluntades doblegadas a la palabra de Dios habían decidido unirse por siempre, hasta la muerte de uno de los dos, o de ambos, al igual que en la Creación se relataba la unión de dos almas para servir al Altísimo, amándolo y adorándolo. Ivanne los había leído todos, hasta el último detalle, y conocía al milímetro cada palabra del Señor, pero no recordaba que de aquella unión debiera florecer un amor correspondido del uno hacia el otro, sino un amor dirigido al Misericordioso, y la extensión y propagación de la raza humana, para que así más personas pudieran adorarle.
Aunque se acababa de comprometer con el Altísimo en amar a aquel hombre, tampoco esperaba de sí misma que fuese a suceder un milagro. Sólo Dios obraba con plenas facultades y poderes, y de la nada bien podía hacer surgir la vida. No habría que forzar ninguna situación, reflexionó la Josselinière, ni preocuparse por conseguir ningún logro matrimonial, porque solo así ocurriría si Dios lo disponía.

Cuando Asdrubal les cedió el turno, Ivanne fue la primera en adelantarse, esta vez. Ambos novios se alzaron, simbolizando la igualdad entre ellos, y cogiendo ella entre sus manos la copa que había traído consigo antes, vertió en ella vino. Era uno de burdeos, porque aunque la copa y su contenido simbolizasen fertilidad y prosperidad, al menos la Josselinière se creyó con la facultad de escoger la calidad de ambas a través del vino. Uno de su tierra, como ella misma.

« Yo, Ivanne de Josselinière, por el amor y el respeto que hacia vos siento, tomad de esta copa que os sirvo y de la cual yo también bebo, pues de ella nace la vida y con ella os hago promesa de servicio. Pido a los Tres su bendición. » -vocalizó pacientemente, pretendiendo ser entendida clara y concisamente por todos, y acto seguido miró al novio, enfrentada ahora a él.

Se llevó la copa a los labios y sin perderle de vista, bebió del vino. Era dulce, pero no lo suficiente y aún conservaba algún regusto amargo a roble, con esencia a hojas de zarzamora. Esperaba que fuera una elección que agradase a Ferrante, por lo que le entregó la copa con humildad, esperando que bebiera de ella. Sólo así Dios y los Tres les bendecirían con la plena dicha.

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· CONDESA DE TAFALLA · CONDESA DE ALBARRACÍN · SECRETARIA REAL DE CASTILLA Y LEÓN · VULNERANT OMNES, ULTIMA NECAT ·
Ferrante


Tomó la copa de manos de la Josselinière sin apartar la mirada de ella. Fue un gesto delicado y lento, como dejando a entender que respetuosamente aceptaba el presente que ella le hacía... y sobre todo lo que representaba. Ferrante era orgulloso, lo sabía, y ambicionaba riquezas y poder, sobre todo poder... también lo sabía. Pero lo que más ansiaba en la vida era tener hijos que perpetuasen su apellido en el tiempo, cosa que en su anterior matrimonio no había conseguido. Contempló el rostro de quien terminada aquella ceremonia seria conocida como "su mujer" e intentó adivinar, conjugando las facciones de ella con las suyas para tener una visión de cómo sería su descendencia.

El de Toledo bebió lentamente aquel oscuro vino, del color de la sangre que emana de una herida abierta. Era delicado, armonioso y con aromas, pero aquel retrogusto amargo que terminó bañando su boca le recordó de forma silenciosa que la convivencia en el matrimonio también sería complicada, y debería estar constantemente alerta, sobre todo porque sabía que aquella mujer no era de esa clase de esposas sumisas a sus esposos, no. Y ello le gustaba. Cuando el sabor de aquel caldo se comenzó a disipar en sus papilas, entregó la copa al oficiante para que la depositara sobre el altar. Contempló de reojo al aburrido y hambriento público con una sonrisa, pensando que más de uno le estaba envidiando en ese momento, pudiendo refrescar el gaznate con algo de buen vino, mientras que ellos no podía más que percibir delicados aromas de la comida que el caprichoso viento a veces hacía llegar hasta las puertas de la iglesia.

Ahora era el turno de su ofrecimiento. Marta, que estaba a sólo un paso de él, le entregó una capa de lana vasta de tonalidades amarillas y doradas, con tres leones pasantes bordados en sable, es decir, sus armas. Ferrante se puso en pie y lentamente cubrió a la novia con aquella prenda poco sofisticada para los ropajes que llevaba la franco-navarra y recitó: -Yo, Ferrante Álvarez de Toledo, por el amor y el respeto que os profeso, vestíos con la capa que os ofrezco y que una vez a mí me vistió, pues con ella fui protegido del desamparo del que ahora os quiero proteger yo. Pido a los Tres su bendición.- Volvió a arrodillarse a su lado, y tomando la mano de ella- que apretó suavemente-, se dijo para si mismo que ya faltaba menos para el ansiado desenlace.

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Marta296


Ferrante no llegó a darle un codazo, pero casi. Se habia quedado ensimismada, observando la sencillez y belleza de aquel rito. Sin ninguna duda, así es como ella quisiera casarse. Sabedora de que Zebaz andaba por aquel sencillo templo, pues le había visto cuando entró acompañando al novio, esperaba que este no hubiese perdido detalle tampoco.

Pero ahora le tocaba a ella responder. Se alzó y acercó a Ferrante y pronunció su frase.


Yo que lo he visto y lo he oído, y que no me cabe duda de lo aquí jurado, sirva mi testimonio que no se opone a lo que aquí se celebra. Él ha hablado, y ella ha correspondido.

Y entregó al novio el arra que había mantenido en su mano durante la ceremonia.

Así, visto desde la cercanía que le daba su posición de testigo, le daba la sensación de que la pareja iba pasando de un estado a otro, ahora era tensión, ahora era confianza, incluso algún que otro sonrojo... Quien sabe, tal vez aquello fuera para bien, después de todo.

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Astaroth_14


Astaroth hizo como si no se hubiese percatado de que le tocaba. Por desgracia, la mirada que Ivanne le lanzó fue tan desagradable que la notó a pesar de no estarla mirando, y hubo de volverse a regañadientes para pronunciar su parte, que terminaba de entregar a aquella chiquilla a los Álvarez de Toledo.

Yo, que lo he visto y lo he oído, y que no me cabe duda de lo aquí jurado, sirva mi testimonio que no se opone a lo que aquí se celebra. Él ha hablado, y ella ha correspondido.

Tomó en su mano el arra que simbolizaba la unión y la depositó en las pequeñas manos de la joven. Ya estaba hecho. De momento.

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Ferrante


Los testigos habían hablado y dado fe del casamiento que se estaba celebrando. Ferrante levantó orgulloso la cabeza, mirando al monarca, sabedor de que dentro del armiño había una lucha interior por lo que acababa de hacer. No era ningún secreto que el rey se mostraba frío con el de Toledo, y que entregar de esa forma a su pupila... su querida protegida era para él toda una afrenta, más si cabe con un plebeyo, por muy funcionario que fuera.

El joven Maestro de Armas se puso en pié y tendió una mano a su prometida, ayudando a que ella se alzara, pues bajo el peso de tanto vestido como llevaba, se le antojó que sería harto difícil para ella. ¿No era acaso eso un matrimonio, ayudarse mutuamente en los problemas haciendo que los de uno fueran también los del otro? Nuevamente el contacto con la mano de la Josselinière le pareció todo un desafío, en el sentido de dominar sus emociones. Desde esa perspectiva ya no parecía un lobo de colmillos afilados... no ahora que se la habían entregado.

Con movimientos lentos puso su arra en la palma delicada e inmaculada de la franco-navarra. Representaba el intercambio de posesiones entre los dos cónyuges... y era lo que en este momento más importaba a Ferrante. - Por mi honor, os hago entrega de todos mis bienes, muebles e inmuebles, y las riquezas que lleven aparejadas-. Era un negocio, y él estaba pagando el precio por todas las propiedades que iba a poder disfrutar con su nueva esposa. Ella insistía en que estaban bien gobernadas, pero el de Toledo estaba dispuesto a implementar nuevas técnicas de cultivo y convertir tanto a Tafalla y Albarracín en una fábrica de oro. Pero para eso él tendría que sacar dinero a su banquero, y no era algo tan sencillo, como que esos usureros estaban asociados con los "Calabuig & Sons"

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Ivanne


Por fin, el final de aquella ceremonia había llegado. No hacía nada acababa de discutir con su protector, al que hacía unos instantes se vio obligada a apuñalar con la mirada para que aceptara la unión como testigo, y ahora recibía de manos de Ferrante el arra, lo que era realmente el fin de aquella unión.
Agachó la mirada al contacto con el que ahora era su esposo, y procediendo al intercambio de arras ella también, le entregó la que el Rey le acababa de dar en la mano tendida de Ferrante.

Al momento vocalizó:

« Por mi honor, os hago entrega de todos mis bienes, muebles e inmuebles, y las riquezas que lleven aparejadas. »

Y con ello, se puso de puntillas. Ferrante era una cabeza más alto que ella, pero ello no impidió para que la francesa hiciera sus esfuerzos por besarle, tal y como correspondía en la ceremonia. Aquello era el denominado ósculo, por el cual se hacía la promesa de consumación del matrimonio, y que con ello se produciría la cesión efectiva de los bienes para crear un patrimonio común entre ellos. Fue un beso cálido, a diferencia de lo que la Josselinière solía ser, y extenso, para sorpresa de los presentes y del propio Álvarez. Sus labios abrazaban los de él, envolviéndolos con una húmeda calidez que nunca antes experimentó de tal manera, porque nunca antes había besado a nadie como besó a Ferrante. Y ya no sólo aquella vez, sino también el día en que acordaron casarse.
Por ello, a Ivanne no se le hizo extraño aquel contacto con él; por una parte, se hallaba intimidada por la respuesta que pudiera dar, ¿le agradaría en algún momento? Pero por la otra, se encontraba ansiosa por besarle, definitivamente, y sellar así lo que su corazón, reacio, ansiaba de igual manera.

Durante el beso, tomó las manos de él en las suyas, y buscando el calor de un abrazo, aproximó su cuerpo al de él. Ya no estaría sola.

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· CONDESA DE TAFALLA · CONDESA DE ALBARRACÍN · SECRETARIA REAL DE CASTILLA Y LEÓN · VULNERANT OMNES, ULTIMA NECAT ·
Asdrubal1


Terminados ambos contrayentes y sus respectivos testigos de reafirmar el amor que habría de mantenerles juntos el resto de sus vidas, y de compartir las arras en unión de sus respectivas posesiones, Asdrubal volvió a tomar la palabra para invocar las bendiciones del Altísimo sobre la nueva pareja;

- ¡Hermanos, aquí tenemos a dos buenos hijos de Dios que aceptan unirse! Y como esto a Dios le agrada, yo os bendigo en su nombre. Podéis marchar, con una nueva misión a vuestro recaudo, pues ahora de vosotros se requiere la creación de la vida, razón del consentimiento de esta unión. Consagráos así a los Tres y a Dios.

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Ivanne


Ahora que disponían de la bendición del de la Barca, quien sin duda alguna actuaba con el beneplácito del Concilio Reformado, ¿qué era exactamente lo que debían hacer? Se separó de Ferrante y en su rostro dibujó una mueca nerviosa, casi de miedo. El novio no se había movido ni tan siquiera por un instante, seña de que o algo iba fantásticamente bien o tremendamente mal. Ni un gesto, ni siquiera le devolvió ninguna de las caricias, aquellas que con un ápice de sumisión le profería Ivanne.

Porque ella era así. A pesar de ser tan exquisita y exigente, no dejaba de ser una niña en el fondo, anhelante de cariño y protección. Y como niña que era, la Josselinière le miraba con una inocente dulzura que de algún modo resultaba atractiva.

« Vivan los novios. » - Le susurró a Ferrante, sin dejar de mirarle y tratando de atisbar algún tipo de reacción en él. ¿Tanto le disgustaba, acaso?
Sabía que no era como esas mujeres de taberna, con la cintura de una avispa y el ánimo soliviantado; a Dios gracias por ello, porque de otra forma Ivanne sería arrolladoramente descarada, lo que no le convenía a su posición. Pero también sabía, y muy perfectamente además, que las tiernas curvas que trazaban su rostro atraían a muchos, y que el marcado abismo entre sus pechos se cotizaba bien alto entre la hombría. Ivanne era de esas mujeres con curvas que pese a ello no desagradan, aunque otros las prefieran de otra forma distinta.

Aún se demoraban, la ceremonia en el seno de la Reforma se había diseñado para que la atención se centrase en los novios y no en quien la oficiaba, pero también para prestar celeridad a ese tipo de sacramentos tan tediosos tanto para los asistentes como para quien los sufría en sus propias carnes. No podía dejar que el Álvarez la dejase en evidencia, y creyendo que éste no la sacaría de la mano por la puerta de la capilla hacia el salón donde se celebraría el banquete, se liberó del frío abrazo que entre ellos existía y adelantó uno de sus pasos para descender la pequeña escalinata del altar, pretendiendo poner rumbo hacia los brazos de su padrino, con los ojos llorosos por la desilusión de aquella frialdad. De nuevo, convencida una vez más de que él lograría templar el frío que la desolaba con aquella violencia, y que poco a poco forjaba esa coraza que todos veían en ella: Ivanne de Josselinière, 'esa' estirada francesa.

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· CONDESA DE TAFALLA · CONDESA DE ALBARRACÍN · SECRETARIA REAL DE CASTILLA Y LEÓN · VULNERANT OMNES, ULTIMA NECAT ·
Ferrante


Se quedó petrificado; sus músculos se negaban a moverse. Y seria precisamente aquella idea de que ya no era uno, sino dos los que formaban la misma alma en dos cuerpos la que le tenía atónito. No era miedo, no era disgusto, era simplemente una sensación extraña de haber perdido la libertad que le procuraba su soltería. Pero ahora ganaba mucho en el cambio; y obviando los ya conocidos motivos, Ferrante también ansiaba formar una familia y sobre todo tener descendencia. ¿No era acaso la obsesión de todas las personas el crear un linaje y ser recordado en los anales de la historia? Si, claro que lo quería. El de Toledo giró la cabeza para mirar a la novia... no, a su esposa, aquella con la que compartiría todos los días de su vida, las victorias y las desgracias. Y quedó complacido, al contemplar aquellos ojos azules, ese pelo de oro ahora recogido, y aquellas sinuosas curvas que pugnaban por marcarse entre los delicados pliegues del vestido.

Primero se movieron sus pies, luego su piernas y finalmente el cuerpo entero, en un impulso por avanzar hacia aquella mujer cuya tristeza era patente, tanto en sus ojos como en su alma. No; la quería hacer dichosa y eso iba a empezar desde aquel mismo momento. Alargó una mano, que sujetó el brazo de la dama, suave pero con firmeza, y detuvo su caminar. - Que vivan.- le devolvió el susurro. Ahora que ya no luchaba por escaparse, deslizó esa mano por el brazo de la Josselinière hasta la cintura; la atrajo hacia sí y contempló su rostro. Su piel nívea y sus carnosos labios invitaban a ser besados, y eso hizo. Inclinó su cabeza hacia delante, y cerrando los ojos se dejó llevar por aquella pasión que se había mantenido oculta y congelada tras la apariencia y el formalismo. Su sabor era como la miel, aunque se recordó a si mismo que era también como los venenos... en pequeñas cantidades inocuos y hasta se podía aprender a tolerar, pero si se sobrepasaba, incluso mortal. Mortal, si, aquella mujer era mortal y peligrosa. Pero la deseaba, y hasta supo que llegaría a amarla.

No deseaba perder tiempo; aquella ceremonia se había tornado tediosa y exasperarte tanto para los novios como para los invitados, y deseaba que todo concluyera de una vez. ¿Qué importaba ya todo lo demás? ¡Al diablo! - pensó. Aprovechando que tenía una mano en la cintura de Ivanne, se agachó, y con la otra tomó sus piernas, alzándola del suelo como si no pesara nada... como a un cervatillo. Pasó con ella frente al rey - a quien no dirigió ni la mirada - haciendo que el claro terciopelo del vestido de la novia rozase el hombro regio... a propósito. "Ya no es tuya", quiso haberle gritado delante de todo el mundo, pero se contuvo. Bajaron los tres escalones del altar y de tal guisa, mujer y marido, atravesaron la nave del templo pisando la gruesa alfombra hasta que saliendo por la puerta, el sol bañó sus rostros. Entonces la dicha le embargó, le embriagó y casi cegó por completo.

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Astaroth_14


Ivanne se arrepintió momentáneamente. Astaroth podía tener un sólo ojo, pero ese ojo solía ver mucho más que los dos de un profano. Había visto las lágrimas. Había visto la frialdad. Había visto la súplica. Aquel hombre no quería a la mujer que tenía ante sí. Quería sus títulos, su lustre, su influencia. Y aquella niña había sido tonta. Por eso no se movió ni mostró el más leve signo de piedad. La tozudez se paga cara, y esa era una lección que nadie aprendía por cuenta ajena. El Rey llevaba un parche sobre el ojo para recordarlo, pero las cicatrices de Ivanne no curarían tan facilmente. El Álvarez de Toledo había extendido las manos, aquellas manos sucias y plebeyas, y había atrapado a la joven. Fue difícil entender por accidental el roce de la joven con el Rey, pero el Armiño se limitó a sonreír.

¡Ha llegado la hora del encamamiento!

Lo dijo con sorna, incluso con un cierto placer. Porque si aquel hombre creía haberle arrebatado lo que le era más preciado, si creía que la joven francesa ya no era enteramente suya, es que no había prestado atención. Siguió, junto a los testigos, a la pareja fuera del templo y hasta el lecho, ya preparado. Tomó su posición, como testigo de la novia. Su suplicio terminaba, pero el de Ivanne no había hecho más que empezar.

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Erik_guzman_garcia


- Pssst, pssst, Erik, que la ceremonia ha terminado, por fin- despertó con suavidad Colombina a su ahijado.

El joven vikingo abrió los ojillos somnolientos.

- ¿Ya? menos mal, madrina. Ahora entiendo el disgusto que le causan a la tita Uri las invitaciones de boda. Y, como, además, nunca es la suya...

Se giró y buscó con la mirada a uno de los escoltas que portaba una pequeña caja. Cuando sus miradas se cruzaron, le hizo un pequeño gesto y éste se acercó a él, entregándole la caja.

El heredero de Alcalá depositó dos objetos sobre la mesa de regalos.

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Junto a una nota

Citation:
Porque os van a hacer falta.
Y recuerda, jovencito, que al rey se le debe la hacienda y hasta la vida, pero nunca la llave.




Ivanne


El camino fue largo, pero a ella se le pasó en un instante. Apenas prestó atención hacia dónde la conducían, tan sólo resguardaba el rostro en el pecho de él, buscando ser arropada por los brazos del Álvarez. Pero después éste la dejó en el suelo, con sumo cuidado, y la abandonó en una encrucijada de pasillos y grandes puertas de madera. Le vio caminar por uno de ellos por última vez, quién sabe en qué dichosa dirección, y de pronto recordó que aquella escenita de cogerla en brazos había sido sólo por disgustar a Astaroth. No había sido más que un juego en donde se la medían, como comentarían después en los mejores tugurios de la urbe, en absoluto un acto propio del mejor de los insignes caballeros que trovaban los antiguos romanceros como ella en un principio creyó; simplemente, eso. Una pelea de gallos, o de gatos de arrabal que habían marcado con su pestilente orina el territorio.
Y ahí estaba ella, consciente de que en respuesta su padrino y protector había anunciado el encamamiento. ¿A quién beneficiaba todo aquello? Desde luego a ella no. Pero tampoco tuvo tiempo a planteárselo con elocuencia, pues pronto la asediaron dos pares de manos de mujer, que la arrastraron en dirección contraria a la que se había marchado Ferrante.

Sus damas de compañía estaban allí para prepararla, de forma que quisieron desvestirla, siendo ellas apenas dos leales que solían salir tras ella a todas partes en las pocas ocasiones que la propia Ivanne lo permitía –puesto que la franco-navarra veía mucho más útil rodearse de soldados y guardias que de doncellas de cámara–, pero ella misma no se dejó. Estaba asustada, ya no sólo por los recuerdos de su única experiencia conyugal, que la abordaban sin piedad alguna, sino también por los extraños rituales que debía atravesar la joven condesa para resultar atractiva al hombre y no fallar en su propósito. Y además estaba aquello de abandonarla en mitad del pasillo.
Se decía que Ferrante era uno de esos hombres con brío, verdadero pucelano y castellano de pura cepa, de modo que ninguna dudaba que fuera a culminar o no el menester encomendado; al fin y al cabo, la navarrita no era desagradable a la vista, y por si había alguna parte de ella que lo fuera, las damas ya se estaban encargando de disimularlo. Excepto la condesa, que no era capaz de disimular su airado ánimo, pues aún no alcanzaba a entender aquel abandono. Furia, rabia, desdén y las siete plagas se habrían combinado, en cualquier otro momento, para perseguir al desdichado que había osado plantarla de aquella burda manera en mitad de un sitio desconocido, en lugar de tirar una de las puertas abajo y tomarla por suya sobre cualquier mueble de la estancia, rasgando sus vestiduras (tal se esperaba del Álvarez, según las malas lenguas). Pero en lugar de ello, miedo, inseguridad y desasosiego era lo que asediaba a la joven. ¿No debía ser él el asustado, dirían, debiendo lucir un plebeyo sus más altas dotes y conocimientos en montura con una muchacha de alta cuna?
Requiriendo de algunos consejos, quiso disipar sus dudas y preguntó exactamente qué era lo que debía sentir, qué era lo que debía hacer, y aún mejor, qué era lo que se esperaba de ella, porque aún, se dijo, rememoraba el dolor que sintió en el momento y después incluso de que el viejo conde de Tafalla se introdujera en ella, así como la parálisis consecuente. No había forma de describirlo, de modo que tampoco esperaba una descripción afable de lo que se presuponía del acto, y aunque esperaba con todas sus ansias recibir una respuesta, en cuanto la obtuvo, tampoco la quiso escuchar; ¿qué sabrían una vieja y una lela doncella? A una por fea y madura, a la otra por lerda y dócil, a ambas despreció por igual cuando fueron a responder. Que si la una hablaba de placer, y que no tuviera miedo por recibirlo, mientras que la otra hablaba del amor cortés, que tras la consumación se precedería. ¿Qué interés tenía ella en uno u otro? Ninguno, pensó. Dios había castigado a la mujer pariendo a sus retoños con dolor, de modo que sería descabellado concebirlos con placer. Y ya ni hablemos del amor… Porque donde se terciaba el interés, no podría brotar nada bueno. Quizá en un principio, durante la ceremonia, se había propuesto respetarle, e incluso llegar a amarle, pero no se esperaba que fuera a ser inmediatamente y, además, si el objeto de la unión era el beneficio, como cláusula análoga se hallaba la prole. Si se debían producir hijos, no se debía hacer con amor. Con amor no se hacían bien las cosas, y ella no quería hijos igual de lerdos que aquella sirvienta estúpida.

En las estancias a las que le habían conducido se apreciaba un suave calor proveniente de una chimenea hacía tiempo encendida, y desde sus esquinas se apreciaba el humo del incienso de hierbas aromáticas que pendía en lo alto, el cual convidaba al descanso, pero también a las caricias y al contacto entre los jóvenes, que después se reunirían. Ahora tocaba desvestirse, y aunque reacia a ello, extendió los brazos para que la mayor de sus damas procediera al premeditado ritual; desabotonó pacientemente su vestido y soltó la larga y cálida camisa de lana, dejando que cayesen ambos al suelo en una estrepitosa caída. Le retiró las joyas, también la corona condal, y liberó el recogido que reunía los ondeantes cabellos de oro cobrizo. Hablaba, de mientras, sobre que eran las mejores y más altas y dignas personas, en especial las mujeres, quienes podían alardear de momentos como aquel de preparación, porque no había tarea mejor que la entrega a un esposo, y toda aquella retahíla de bobadas que enseñaban los corruptos cardenales; ¿qué más le daba a ella lo que realmente supusiera aquel encuentro?, iba a hacerlo, y ya está, no quería saber más. Sobre todo en una situación como aquella, en la que cubría sus vergüenzas recelosa con las manos, antes de recibir el camisón en el que reparó previos instantes antes. Preguntó por él: tan finamente bordado, tan cuidadosamente trabajado, sin duda por las manos de un gran sastre, pero por obra de una piadosa persona, pues de él pendía un agujero en forma de cruz reformada. No recordaba, bajo ninguna circunstancia, haber hecho un encargo tal; de hecho, no recordaba haberse preocupado por las ropas de cama, pues disponía de varias apenas sin estrenar. Ciertamente, la respuesta no le agradó, pues el artífice de aquello había sido Astaroth; no le extrañó, pues quién si no él guardaría de las sucias manos de un plebeyo aquello que no le estaba permitido, y quién si no él gastaría aquella fatídica broma a una devota mujer como era Ivanne.
Miró el camisón con repulsión, negándose a vestirse con él, de mientras que la otra muchacha la embadurnaba en afeites y olores provenientes del exótico oriente, maquillándola después los pezones con henna para marcarlos y los ojos con kohl, de forma que el intenso azul de sus ojos estalló añadiendo luz a la blancura de su rostro, al que pretendieron añadir color pellizcando las mejillas. La estaban atosigando, y para colmo no tenía forma de defenderse; tenía frío y sus manos sólo se podían encargar de cubrir su desnudez, inútilmente cubierta por unas medias de lana y unos escarpines exageradamente altos.

« ¡Peinadme! » -Fue la única orden que les dio durante aquel ritual, deseosa por que la liberasen de aquel abrazo de perfumes y cosméticos de daifa odiosos, esperando al mismo efecto que surtieran efecto. Pues bien, sí, estaba impaciente por conocer su resultado, pues aunque no confiaba en absoluto en el ambiente de aquella alcoba, recreado sólo para ellos, esperaba que su marido fuera consecuente y se dejase guiar por los sentidos, que sin duda quedarían atolondrados nada más cruzar el umbral. Pero por otra parte, también estaba deseosa de que se acercase el momento, tal vez porque desconocía el modo de actuar en él. A ninguna mujer del siglo XV se le enseñaba el comportamiento con el marido dentro del lecho, más que un mero adoctrinamiento de sumisión que en absoluto pensaba en acatar la de Tafalla. No habría voluntad que doblegara la suya, si ella no quería. Se temió lo peor entonces, porque si a ellas les enseñaban cómo debían comportarse, pero no cómo actuar, a los hombres se les enseñaba cómo actuar, pero no cómo comportarse.
Se olvidó entonces de sus pechos desnudos y en un acto reflejo se llevó las manos al vientre, pensando en el posterior dolor de la matriz. No le dio tiempo a nada más, en cambio, pues de pronto alguien corrió la voz de que el novio se acercaba. Le estalló la cabeza, de pronto, y con el rebote que dio por el susto despojó de las manos de la sirvienta el camisón para vestirse con él, pretendiendo cubrirse, recordando aún más nerviosa después que éste poco cubría, dado que estaba agujereado. Sus damas de compañía ya les abrían la cama y abrían en dosel, pretendiendo que la Josselinière entrase y esperase al de Toledo ya encamada, pero no fue eso lo que Ivanne quería. Su intención era quitarse aquella vergüenza de prenda, el mal gusto cosificado en una tela, lo que no haría en presencia de sus damas de cámara por no escandalizarlas. Se volvió de espaldas a la puerta, apoyando una de las manos en un poste de la cama, y ordenó que salieran. Justo cuando escuchó que ambas salían, y que a cambio alguien entraba, deshizo la lazada del camisón y dejó que éste cayera a sus pies, aún cubiertos por las medias y subida a aquellos endemoniados escarpines de altura. No recordó que los llevaba, y se maldijo, ya acababa de cometer el primer error como esposa. Avergonzada, pues creyó que sus pintas correspondían más bien a las de una fulana, se mantuvo queda y no se volvió en ningún momento, ni siquiera cuando alcanzó a sentir un cálido aliento recorriendo su cuello.

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· CONDESA DE TAFALLA · CONDESA DE ALBARRACÍN · SECRETARIA REAL DE CASTILLA Y LEÓN · VULNERANT OMNES, ULTIMA NECAT ·
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