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[RP] El retorno de la Marquesita

Alienaa


Después de limpiar las chimeneas, me conducían custodiada como siempre hacia mi celda. En la mano escondía un trocito de carbón que había rescatado de las ascuas, lo apretaba con tanta firmeza que creía que se fundiría o por el contrario que acabaría clavado en la palma de mi mano.

Abrieron la estridente puerta metálica y de un empujón me hicieron entrar. Cerraron y sin decir palabra me dejaron sola en aquel oscuro lugar, como era de costumbre.
Rápidamente me puse en pie y arranqué un trozo de enagua, pues era la ropa que más limpia llevaba después de terminar con la faena, y me coloqué en el lugar donde más claridad de luna entraba.
El disforme trozo de tela apenas me dejaba mucho sitio en el que escribir. Cogí el carbón y comencé a escribir con letra irregular debido a los nervios por si me pillaban.

Cita:
Mamá, papá, espero que recibáis esta carta que con tanto anhelo os escribo. Después de tanto tiempo seguro que me habéis dado por desaparecida, quizá incluso por muerta… pero nada más lejos de la realidad.
Os pido vuestra ayuda para que vengáis a buscarme. Actualmente, me tienen encerrada en un convento de Zaragoza.

Por favor, rescatadme. Os quiero.


Sentada en el suelo, doblé la tela y lo guardé bajo la manga. Sabía que pronto llegaría Sor Eulalia con algo de comer y con suerte, ella me ayudaría a enviar ésta misiva, o por el contrario, podría negarse a tal compromiso. Titubeé con la cabeza, no tenía otra opción si quería conseguir salir de allí y de todas formas, ya la tenía escrita.

El frio me helaba el cuerpo y me hice un ovillo intentando protegerme, cuando al fondo del tenebroso pasillo vi que se acercaba una figura pequeña y ancha, con algo entre sus manos.
Cuando la hermana llegó hasta mi celda me incorporé de un salto esperando encontrar algo suculento que poder echarme a la boca.

-Lo siento pequeña, hoy no he podido traerte nada que te alimente más.

Me decepcioné al ver mi variadísima ración de pan y agua. A veces, conseguía traerme un caldo en vez de agua o un poco de queso para acompañar el pan. Si había mucha suerte, conseguía algún bollo caliente. Pero antes de que pudiera contestar, sacó una manta.

-Tenga, que hoy hará una noche muy fría. Y no queremos que mañana nos despierte con una pulmonía.

Le agradecí el ofrecimiento mientras me envolvía en aquella pesada manta de lana.

-Sor Eulalia, necesito pedirle un favor. Su ayuda más bien.– Sacó la tela de la manga. – Necesito que envíe esto por mí, se lo suplico, hágalo llegar a mis padres.

La monja agarró el trozo de tela y dudó la acción que debía hacer. Cuando de pronto entró el sumo sacerdote.

-¿Qué es esto Sor Eulalia?

Ambas nos quedamos pálidas ante el vociferado hombre, creyendo que nos habrían pillado con las manos en la masa.

-¿Osáis ofrecerle una manta para su bienestar? Una loca no merece más que su supervivencia.

-Debemos cuidar de todos, así lo desea el Altísimo.

-De todos los hombres cuerdos, así que ya podéis largaros de aquí de inmediato con esa manta.- Dijo dando por concluida la discusión y convidando a la monja a retirarse.

Y yéndose los dos en silencio entre la penumbra, me quedé de nuevo sola y con la esperanza de que aquella carta llegara al lugar que le correspondía.

_________________






























Ibelia.jordan



La mañana se presentaba fría en el Reino de Valencia, Ibelia avivó la llama crepitante de la chimenea de los aposentos de Ysuran en Sagunt. Intentaba que aquella habitación que cobijaba a su enfermo esposo, se mantuviera lo mas caldeada posible.
Ella pasaba todo el tiempo que podía a su lado, velando sus sueños y sus febriles delirios que daban paso a cortos estados de semiconsciencia que la dama aprovechaba para contar al caballero los últimos acontecimientos. La mayoría de las veces sin obtener siquiera una respuesta, viendo, sus grises y profundos ojos puestos en el infinito, sin mirarla, sin verla. Aquello le dolía como si puñales atravesaran su estómago; más que a nada lo había amado pero sentía impotencia por verlo de aquella forma, no sabía hasta cuando podría resistir.

Tocaron a la puerta e indicó que entraran. La criada abrió y desde el quicio le dijo.
-Mi señora, hay un rapaz en la puerta de dice, debe veros con urgencia.
-¿Para eso me molestáis? Dadle unas galletas y si quiere algo más ponedlo a trabajar limpiando lo que sea. Por la cama y la comida. Como a los otros.

Era tiempo en el que los vagabundos, muchos de ellos niños, llegaban al castillo refugiándose de la fría estación en un lugar caliente y acogedor.
Conocían las bondades de la Marquesa y pasaban muchos allí el invierno. Como aves migratorias al llegar la primavera se iban a buscar fortuna por los caminos, por eso la dama nunca quería verles ni conocerles, porque siempre se encariñaba y ya había perdido muchos por el camino, Algunos de ellos sus propios hijos.

-No señora, este no es como los otros, este trae un mensaje, que dice debe darle y no ha querido que nadie lo tocase.


-Tendre que bajar yo misma. ¿Para que quiero guardias y criados? mi deseo es estar aqui con mi esposo.
La joven se encogió de hombros y la miró con cara de no saber que decir. Viendo que no iba a solucionar nada discutiendo con la pobre Marieta decidió bajar ella misma.

-Llamad a Abelardo y que se quede con el señor. No le dejeis solo.
La dama llegó al recibidor donde vió al joven que le traía el mensaje. No era ni correo, ni heraldo, ni criado de Casa conocída, tampoco su aspecto acompañaba el argumento. Más bien parecía un rapatán de los que acompañan a los ganados desde las montañas a las tierras bajas en el Norte.
El niño al verla quitó su sombrero y se puso casi de rodillas intentando besarle la mano, cosa que a Ibelia le puso un poco nerviosa.
-Déja niño de protocolos y dime que quieres. Le dijo severa.

-¿Es usted la marquesa de Sagunt? Vengo de Zaragoza, pase por Calatayud, luego Segorbe y aquí estoy. El viaje ha sido muy largo, de varias jornadas pero me dieron la comida y me dijeron que aquí me darían más. En la capital me dieron esto para vos.
Le extendió una tela con una grafía casi ininteligible.
Ibelia tomó aquel pedazo de tela y se acercó uno de los candiles de aceite. Podía vislumbrar las letras poco a poco hasta recomponer lo que allí ponía.

Cita:
Mamá, papá, espero que recibáis esta carta que con tanto anhelo os escribo. Después de tanto tiempo seguro que me habéis dado por desaparecida, quizá incluso por muerta… pero nada más lejos de la realidad.
Os pido vuestra ayuda para que vengáis a buscarme. Actualmente, me tienen encerrada en un convento de Zaragoza.

Por favor, rescatadme. Os quiero.


Sintió muchas cosas y todas juntas de repente y esta vez no podía recomponerse, como siempre hacía. Brotaron las palabras, casi alaridos de dolor de su boca.
-Y ¿quien dices que te dio esto? ¿Era una joven, de unos quince años? ¿Dónde estaba? ¿sana? ¿quien la retiene? La dama comenzó a hacer tantas preguntas y de forma tan brusca que el niño aturdido se le cortaba la voz.

-Señora. . . a mi una monjita . . . muy buena me lo dió . . . . pero sin señas ni nada . . . . pero con mucho secreto . . . . . que nadie me viera llevarlo. . . . ni nadie supiera que lo llevo.. . . y le juro por el Altísimo que lo he llevado bien guardado. . . que luego me dio la comida para el viaje. Y tampoco lo he leído pues no se juntar las letras. Concluyó el pequeño su relato.

Ibelia se dejó caer en el sillón con el pedazo de tela entre las manos leyendo y releyendo hasta que sus ojos quedaron sin lágrimas.

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Alienaa


Varias lunas atrás…

Desde aquella madrugada la niebla apenas les dejaba ver dos palmos y no parecía que fuera a escampar durante todo el día. Así que prepararon sus pertenencias y prosiguieron el camino colocando los caballos en fila para no desorientarse, guiándose por el oído.
Tras unas horas el camino se hacía pesado y aburrido, pero no tenían más remedio que seguir avanzando para llegar cuanto antes a Calatayud y por fin así comer algo caliente y dormir en un cómodo lecho.

Aliena, absorbida en sus pensamientos, imaginaba como por fin hincaría el diente a un buen manjar y exclamó.

-¡Que hambre! ¿No podríamos parar a descansar?- Dijo mientras escuchaba rugir su estómago

Pero solo obtuvo como respuesta el silencio.

-¿Es que vosotros no os cansáis?- Dijo insistente.

Y de nuevo no obtuvo respuesta. Nerviosa comenzó a llamar a sus compañeros de viaje, también en vano.
Decidió parar al lado del camino. Calmó a Eclipse que sin querer había traspasado sus nervios al equino y aprovechó para pensar qué podía hacer.
No tenía muy claro cuando empezaría a anochecer, pero suponiendo que fuera pronto, lo más inseguro era pasarlo sola en mitad del camino. “Además, si sigo el camino hasta llegar al pueblo, lo más seguro es que me reencuentre de nuevo con ellos… si no deciden retroceder.” Pensó.

De nuevo a lomos de Eclipse, continuó con su viaje. Lo positivo era que poco a poco la niebla estaba desapareciendo y podría encontrar refugio en alguna casa de las afueras si finalmente no conseguía llegar.

Pero varias leguas después el equino se asustó, levantándose sobre sus patas traseras con brusquedad y relinchando. Alienaa perdió el equilibrio y cayó al suelo, escuchando como su montura huía a trote de aquél lugar.

Cuando el polvo que levantó comenzó a bajar pudo ver a dos grandes hombres, con unos brazos como troncos y un rostro de no tener muy buenos amigos. Se miraban el uno al otro, mientras afirmaban con su cabeza. La joven pensó que solo buscaban su dinero, pero a pesar de ofrecerles todo lo que llevaba, no les pareció suficiente.
Le agarraron fuertemente de los brazos mientras le ataban, cubrieron su rostro y le cargaron sobre sus hombros como si fuese un saco.
Intentando zafarse de ellos comenzó a patalear para intentar escapar, dándoles puntapiés en el abdomen, pero solucionaron rápido el problema arrebatándole la consciencia con un golpe en la cabeza.

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Alienaa


Despertó tumbada en un aposento vacío y sin ventanas. Las paredes y suelo de piedra hacia que el frío se mantuviera en aquella habitación y que el calor no entrase.
Frunciendo el ceño por la cefalea, Aliena colocó su mano por la parte posterior de su cabeza, donde le dieron el golpe, para evaluar los daños. Pero tan solo parecía tener una pequeña contusión.

Se puso en pie y trató de abrir la quebrada y débil puerta, pero antes de hacerlo escuchó dos hilos de voz. Eran dos hombres hablando y paró atención para llegar a escuchar qué conversaban.

-Le encontramos por los caminos padre. Fue un momento terrorífico, vimos a la joven dando tumbos casi en cueros, vociferando ser hija de unos marqueses, con los ojos en blanco, haciendo extrañas representaciones con bruscos gestos. – Hizo una pausa. – Pobre joven, se lo tendría merecido si el Altísimo le dio la espalda a su alma.

-Gracias por haberla capturado, habéis sido un hombre valiente. Hubiese sido un peligro para el pueblo y los viajeros. No es nada agradable encontrarse semejante imagen por mitad de la plaza.

-Gracias a usted padre, por acogerle en vuestro convento. Seguro que encontraréis algún remedio para sus delirios.

-Quedaos convencido y tranquilo de que así será. Y si finalmente no recupera su cordura, ya se encontrará otra solución justa ante los ojos del Altísimo.

Las voces poco a poco se fueron perdiendo en la lejanía y de nuevo invadía el silencio.
Intentó tirar la puerta abajo, pues era tan antigua que fácilmente se rompería. Pero el ruido avisó al clero que allí habitaba.

Escuchó unas llaves que entraban en la cerradura y con un ágil movimiento, la puerta se abrió levemente, con temor a abrirle del todo.

Alienaa se pegó a la rendija, intentando ver a través. Y vio a una monja, bajita y regordeta que la observaba con temor.

-Por favor déjeme salir, debo regresar a casa. - Le rogó.

-Lo siento muchacha, no sería lo más prudente.- Dijo sujetando con más firmeza el pomo.

-¿Prudente? ¿Prudente de qué? ¿No sabéis quién soy? Soy Alienaa Pellicer i Jordan, hija de la Marquesa de Sagunt e Ysuran, un veterano guerrero.

-Lo siento joven, no sé quiénes son. – Cerró la puerta de nuevo con llave. – Iré a avisar de que os habéis despertado.

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Ibelia.jordan



La marquesa no terminaba de creer lo que estaba pasando, más, en su interior, sentía que debía responder a aquel grito de socorro.
Las letras de aquel escrito denunciaban premura, peligro y cierta dosis de ingenio en el artificio, virtudes que había desarrollado su hija pequeña, durante sus pocos años de vida.

Hacía tanto tiempo que no tenían noticias suyas, desde que la dejaran a salvo en Sagunt, la niña había mostrado su deseo de seguirles en la senda peligrosa que habían emprendido los marqueses con la Compañía Roja, llevándoles a tierras francesas. Aunque luego, ellos mismos habían perdido el rumbo en una emboscada de la que solo el Altísimo pudo salvarles.

La joven, sin más encomienda que ella misma, hizo un hatillo y se escapó de la custodia de sus tatas y de la seguridad del Castillo familiar; había seguido sus huellas hasta Aragón donde se había perdido la pista.
De nada sirvieron los emisarios, espías y hasta la posición de la de Sagunt en aquel reino para encontrarla.
Removieron cielo y tierra y rezaron por ella hasta que la resignación y la profunda tristeza les había embargado hasta la enfermedad.
Debía despertar a su esposo y contarle aquello aunque temía que el caballero fuera incapaz de soportar más dolor y solo consiguiese agravar su estado.

Levantó la vista, el mozo seguía allí, forzó una sonrisa para él. -Puedes retirarte, por cierto, ¿Cual es tu nombre?

-German es, mi señora a vuestro servicio. Contestó todavía sobrecogido y paralizado.
La marquesa le intentó tranquilizar mas sosegada.
-Serás recompensado generosamente por tu valentía y buen servicio, pero ahora descansad y hablaremos más tarde. Ve a la cocina y come y bebe lo que desees.

La dama quedó un rato en la sala observando una vez más el extravagante mensaje. Llamó a uno de los soldados de su guardia personal para darle una simple orden.
-Avisad al Capitán tengo una misión para él, de urgencia, que se presente ante mi de inmediato.

Subió una vez más las escaleras hasta los aposentos de su esposo con el alma encogida y aquella misiva en la mano. Debatiéndose en su pensamientos sobre la conveniencia o no, de contarle al enfermo aquella noticia a la vez terrible y esperanzadora.

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Alienaa


La puerta se abrió de par en par y tras ella, un conjunto de monjas y curas dejaron entrar a dos fuertes hombres mientras se quedaban a ver cómo me sacaban de allí inmovilizada, en un mar de cuchicheos y cotilleos.
Avanzando a lo largo del pasillo, me hicieron entrar a un amplio despacho lleno de enormes armarios repletos de libros y documentos oficiales. Sobre las coloridas y florales alfombras, y en el centro de la estancia, había una lujosa mesa de madera de nogal. Detrás de ella, se sentaba en una acolchada silla algún alto cargo de aquél lugar, por lo que dedujo por sus apariencias y el respeto que parecían tenerle.

Aquel anciano señor hizo un gesto con la mano en dirección a la vacía silla que había enfrente de él y los bruscos hombres que me sujetaban me sentaron de seguida. Después se retiraron tras de mí, poniéndose cada uno en un costado.

El anciano se quedó silencioso, rascándose la barbilla. Parecía estar calculando o pensando qué decir. Después chasqueó y se incorporó en su asiento para empezar con el interrogatorio.

-¿Quién eres? – Dijo finalmente.

-Soy Alienaa Pellicer i Jordan, hija de la marquesa de Sagunt y de un veterano guerrero. – Dijo en tono calmado.

-¿Cuáles son sus nombres?

-Ysuran e Ibelia, son marqueses Valencianos. Debéis conocerlos. – Asintió convencida, esperando que todo aquel mal entendido se solucionase y así por fin poder proseguir su camino.

El anciano resopló y refrescó su gaznate con un trago de vino. Después de aquel corto silencio, dijo en un tono más serio.

-Bien, volvamos a comenzar. ¿Quién eres realmente?

-Alienaa Pellicer i Jordan, como os dije antes señor. Soy descendiente de los Marqueses de Sagunt. – Dijo incrédula ante la situación.

El hombre, por otro lado, no creía nada de lo que decía.

-Si fuese el caso, ¿qué haría tal persona de renombre sola, sin escudero ni compañeros, por los caminos? ¿Y tan lejos de su hogar?

-No necesito sirviente alguno que me proteja. Además sí que iba acompañada, pero debido a la niebla me desvié del camino.

El hombre soltó una carcajada.

-Esto es lo más ridículo que había oído nunca. La descendiente de unos Marqueses de viaje sin guardas que la protejan y encima se pierde por niebla. Cuando hace días que los caminos andan despejados. – Dijo entre risas.

Tosió y volvió a beber del carmesí vino.

-Mi señora, excelentísima Marquesita, es un placer convidarle a que descanséis en nuestros calabozos. - Interrumpió con su risa. - ¿Es así como le debo tratar? - Dijo cómico mientras bebía.

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Alienaa


Alienaa ante tal sentencia, sin entender nada de lo que estaba pasando y negándose a acceptarlo, se levantó bruscamente de allí e intentó escapar de aquellos muros. Pero de nuevo unos fuertes brazos le impedían huir.
Sacando fuerzas de donde no las tenía agarró la pluma que estaba sobre la mesa, derramando el tintero, y se la clavó en la espinilla del esbirro. Éste soltó un alarido de dolor y en el despiste, la joven aprovechó para escapar.
Echó a correr por el pasillo, sin saber muy bien dónde se dirigía, guiándose por su instinto, mientras observaba que el otro secuaz le perseguía ya de muy cerca.
Cuando vio que el pasillo terminaba, giró hacia el que continuaba por la izquierda, pero topó con una puerta cerrada. Con nerviosismo agitó el pomo, pero viéndose atrapada volvió sobre sus pasos y justo en la esquina chocó contra él.
Este, con más prudencia que su compañero herido, ató las manos de la joven tras su espalda y la agarró fuerte del cabello mientras la dirigía de nuevo al despacho.

Cuando vio de nuevo al anciano su alegre rostro había cambiado por un semblante serio y amenazador. En el suelo, el herido esbirro acababa de sacarse la pluma clavada y le miraba resentido y avergonzado por lo ocurrido.

-¡¿Qué esperáis?! ¡Llevaos de inmediato a esta perturbada de enfrente antes de que me contagie su mal!

Ambos asintieron y la condujeron hacia la zona sud del convento.

Mientras avanzaban, los corritos de monjas y curas asomaban con temor para indagar lo que había ocurrido. Parecía que no tenían nada mejor que hacer y de bien seguro que esta novedad les traía algo nuevo con que cuchichear y crear historias.
Los calabozos se encontraban paralelos en un pasillo oscuro. Algunos tenían una pequeña ventana de forma rectangular en una altura tan alta que casi rozaba el techo. Aquél lugar olía fuerte a humedad y residuos y Aliena no podía evitar sentir nauseas cuando la encerraron.
Dentro de lo malo, el calabozo en el que la dejaron tenía esa ventanita. Al menos, podría orientarse en que franja del día estaba o qué tiempo hacía.

Cuando poco a poco su vista se fue acostumbrando al lóbrego lugar, vio que a su derecha, clavados en la pared, colgaban unos grilletes oxidados. Se acercó a ellos y sopló la polvareda que se acumulaban encima, mientras con sus manos deshacía las telarañas. Suspiró aliviada, pues eso significaba que no las usaban, al menos con frecuencia.
Luego comenzó a palpar las paredes, rugosas y llenas de polvo. Con la yema de sus dedos intentaba descifrar qué habrían escrito o dibujado, pues no llegaba a visualizar lo que pudiera haber inscrito.

En ese momento un chasquido metálico le asustó y dio un respingo. Giró en dirección al ruido y, agachándose, comprobó que uno de los grilletes había perdido la otra mitad ya que se había terminado de romper la bisagra. Aprovechó esta metálica pieza como instrumento para escribir y haciendo fuerza contra la pared, escribió su nombre.

En aquél momento entró la misma monja que vio nada más despertar, aquella que le abrió la puerta miedosa. Entre sus manos traía una bandeja de barro con chuscos de pan duro y agua.
La mujer, de nuevo traía ese pálido rostro miedoso, sin entender Aliena el porqué.

-¡¿Estáis usando la siniestra?! – Exclamó horrorizada.

-Eeeh… - paró a pensar mientras miraba su mano agarrando el hierro - Sí, pero… sé utilizar ambas. Con ambas manos tengo destreza para hacer las cosas.

-Necedades, sé lo que mis ojos han visto. Esto no puede seguir yendo así.

Y tras pronunciar estas palabras dejó la bandeja en el suelo y marchó veloz para traer consigo al anciano hombre que había visto anteriormente al despacho. Comenzaba a aborrecer a aquél hombre. Bueno a él y a todo lo que estaba ocurriendo.

Abrió la puerta y con voz firme la dirigió hacia el patio central del convento. Comenzaba a hacer frío y la penumbra era muy oscura debido a las espesas nubes que tapaban la luna. El hombre hizo arrodillar a la joven.

-Y aquí os quedaréis hasta el alba, rezándole al Altísimo sus plegarias. – Miró a la monja. – Supongo que por hoy será suficiente. Habéis hecho lo que debíais, Sor Eulalia, el Altísimo os lo agradecerá.

Y silencioso volvió a sus quehaceres, mientras ella esperaba unas largas horas en aquella posición que apenas se veía capaz de resistir unos escasos minutos debido a su agotamiento físico y mental por todo lo que había ocurrido en tan poco tiempo.

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Ibelia.jordan



Ibelia entró en el aposento que seguía caldeado por la acción de la chimenea avivada un rato antes, los cortinajes echados daban aspecto oscuro y lúgubre a la estancia, un ligero olor a hierbas aromáticas, sándalo e incienso denotaban la presencia de un enfermo en la pequeña alcoba. Indicó al criado que saliera de la estancia con gesto tantas veces repetido en los últimos tiempos.

-Mi querido Esposo ¿como os encontráis hoy? Mucho mejor por lo que veo, tienes una cara estupenda.
Mintió en voz alta. -Te traigo buenas noticias.
Ibelia encendió una lámpara de aceite y se acercó al lecho donde descansaba su febril y desasosegado esposo. Miró su rostro casi ya desconocido, la vitalidad de otro tiempo perdida, el alma vagando sin rumbo, sus grises ojos ciegos, aun cuando estaban abiertos.

-Ysu, querido, he recibido esta mañana a un mensajero que nos ha traído noticias de nuestra pequeña. Ali.
Improvisó una alegría fingida.
-Está muy bien y quiere que la vayamos a buscar a Zaragoza. ¿que te parece? A que es buena noticia. Si pudieras levantarte de la cama ya estarías ensillando los caballos. Que aventurera nos ha salido. . . . Igualita que su padre. Sonreía disimulando las lágrimas que asomaban a sus ojos azules.

Cada vez, la pena y el dolor al contemplar la decadencia del que había sido su esposo hasta aquel instante, eran más insoportables para la Marquesa. Una vez más, recogió sus sentimientos atándolos con fuerte nudo para no derramar ni una sola lágrima en su presencia. Ella en el fondo de su corazón aun tenía la firme esperanza de que la felicidad volviera a unir a la familia y la noticia que traía consigo en forma de tela arrugada y escritura garabateada con negro carbón, podía ser muy buena o quizá terrible.

Acercó una silla al lecho poniendose muy cerca del rostro de su esposo, dióle un beso en la frente y notó alta su temperatura. En la mesilla al lado del cabecero una palangana de loza contenía agua fresca y un paño con el que enjuagar su frente en un intento vano por bajar sus fiebres.

-He pensado salir al amanecer en su búsqueda. Prefiero ir yo sola con un par de hombres de confianza nada más.
Calló, por no preocuparle, que su mayor temor era en que condiciones encontrarían a la pequeña, si es que era cierta la historia del mensajero, no quería correr riesgo alguno ni que las habladurías rozasen siquiera su Casa, su discreción y buen nombre, era algo que estimaba más que si hubiera tenido en su cuna la corona real.

-¿Te parece bien?. . .
le dijo sonriendo a la vez que arreglaba el lecho del hombre como si la escuchase y respondiese. -Claro que si , me cuidaré mucho. Verás como tienes a la marquesita contigo en pocos días.
Había llegado un momento en el que de tanto estar juntos era capaz de adivinar hasta los pensamientos del de Sagunt. Tenía la certeza de cuales eran las respuestas del esposo aunque no estuviera ni siquiera consciente.

-Mi amado, yo también os tendré en mi pensamiento, dia y noche, os escribiré, Abelardo te leerá mis cartas. Tienes que darnos la sorpresa a nuestra vuelta. Me debes un paseo por el bosque ¿Recuerdas?
La dama seguía su monólogo convencida de que hasta podía escuchar sus respuestas.

Los criados comenzaban a cuchichear sobre su estado, si sería contagiosa la enfermedad del marqués y se vieran ya los primeros síntomas en la esposa.

-¿Quieres que te acompañe en esta noche? Dormiré a tu lado, como antes. No te molestaré mucho. Ahora debo ir a ultimar el viaje, tengo que preparar la expedición, llevaré a los mejores de Sagunt para esta empresa porque vos vais en mi corazón y allá donde esté tu estarás conmigo.
No tardaré, espérame despierto.
Le dijo con un guiño.
Besó con calidez a Ysuran en los labios y salió de los aposentos dirigiéndose hasta el Patio de armas donde le esperaba la pequeña compañía que se había formado para resolver aquella empresa.

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Leaford


Alzó la cabeza y contempló el castillo de Sagunt, su casa, pasó una mano por su frente sin saber bien porqué, pues no estaba sudando ni mucho menos, suspiró, y continuó caminando, ya estaba cerca pero aún no había llegado. El resto de la caminata la pasó intentando buscar una excusa que le valiera, se fue con una mentira y ahora quería resolver su vuelta con otra, tenía muchas cosas que explicar y pocas ganas para hacerlo, después de todo había cosas que quería olvidar, y volver a su casa no le ayudaba a ello.

Ya pudo ver a los guardias que custodiaban la puerta, no estaba ni mucho menos reconocible, barba de muchos días, pelo descuidado, ropa desgastada, y suciedad, mucha suciedad. Leaford lo sabía, por lo que iba a tener que esforzarse un mínimo si quería que le dejaran pasar, cosa que esperaba lograr, no estaba para juegos ni para perder el tiempo.

–¿Quién va?– preguntó uno de los dos guardias. –¿No lo ves?– preguntó despectivamente el otro. –Es otro de los mendigos que viene a que le den algo de comer, largo, fuera de aquí, no queremos más mendigos– avanzó dos pasos de forma amenazadora.

–Vuelve a hablarme así y lo lamentarás– escupió Leaford quién sin pensárselo avanzó también para ponerse a la misma altura que el guardia, él ya no tenía espada, pero no pensaba rechazar una pelea, ahora ya no.

–Parece que tenemos un valiente– contestó el guardia envalentonado llevándose la mano a la empuñadura de su espada. –Déjalo. ¿Es qué no lo reconoces, idiota?– habló el otro hombre que desde que preguntó antes se había mantenido callado. –Es Leaford, uno de los hijos de la marquesa– sorprendido el otro hombre miró la cara de aquel al que pensaba darle un escarmiento segundos atrás, comprobó efectivamente que era Leaford, su cara palideció, sabía que por menos había gente que se había quedado sin trabajo. –Per... Perdona señor, pase, está en su casa– balbuceó con la mirada en el suelo.

Leaford negó con la cabeza y pasó sin decirles nada, por esta vez iba a dejar pasar lo ocurrido, no le importaba demasiado, para él era más importante cruzar las puertas del castillo y dejar atrás lo ocurrido anteriormente. Eso hizo, empujó las puertas con fuerza, ya estaba en su casa.

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Ibelia.jordan



La dama salió de la cálida alcoba como quien sale de un sueño al que desea regresar y un fresco repentino azotó su rostro para sacarla definitivamente de su ilusión.
En traje de campo, capa y guantes de piel curtida, bajó las escaleras hasta la entrada principal donde el ruido de las puertas al abrirse y voces familiares, llegó hasta ella.
La sorpresa al reconocer a su querido hijo Leaford en la misma entrada, más flaco, más alto más sucio, pero mucho más hombre, la llenó de una dicha inexplicable entre tanto acontecimiento y duda.

Apresuró sus pasos hasta el joven que la miraba sin atreverse al acercamiento deseado, hasta que ella no se pronunciara.
-¡Leaford Pellicer i Jordan ! Exclamó dando énfasis en la pronunciación de sus apellidos.
-¡Por fin encontraste el camino de regreso a Casa! Lo abrazó tan fuerte que casi pudo oír el ligero crujido de huesos del muchacho y sentir los acelerados latidos de su corazón.

-Te eché tanto de menos, te escribí y no me respondías... por fortuna sigues vivo, has crecido, tienes otra mirada, tu rostro ha madurado. ¿Que ha sido del niño que marchó?
Le decía mientras ponía sus manos sobre sus hombros presionando con fuerza.

-Llegas de la mano del Altísimo en justo momento. No puedo estar mas feliz de verte. Aunque necesitas comer y limpiarte un poco. Por fin en casa sano y salvo.
Espero que con la fuerza necesaria para apoyarme en esta empresa.

Con su mano revolvía su largo y enmarañado pelo oscuro.

-Tenemos mucho de que hablar, pero será mas tarde, debemos partir, necesito que me acompañes, pero mejor, primero dejo que te asees un poco, come algo, en un momento nos ponemos al día.
Tengo reunión con el capitán de la guardia en el Patio de Armas, te esperamos en la Torre.


Dudó un instante en aproximarle a los graves problemas que soportaba la familia en aquel momento, pero demorar más aquello no era buena cosa, y Leaford la miraba con preocupación; decidió comentarle lo inmediato.

-Hay que encontrar a Alienaa, se perdió hace ya un tiempo, nada sabíamos de ella. No puedes imaginar el dolor que me embargaba sin saber de vosotros.
Dijo apesadumbrada.

-Pero ahora tengo información que siento verdaderamente es definitiva, para poder ir a buscarla allá donde la tienen retenida.

¡Ven a la Torre en cuanto estés listo, hay que trazar un plan de rescate!

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Sor_eulalia


Eulalia escuchaba la lluvia, mientras leía, desde los pasillos cubiertos del patio. No le gustaba tener que custodiar los castigos, pero no tenía opción ni debía plantearse la negativa por no contradecir los deseos del Altísimo.
De vez en cuando, alzaba la vista para observar a la joven, quien llevaba rato temblando y debido a la lluvia tenía sus ropas caladas y el pelo empapado.

Al poco rato, vio como las fuerzas de la joven flanqueaban y caía sobre su costado.

-¡Levanta de inmediato! – Exclamó poniéndose en pie.

Esperó que cumpliera sus órdenes y cuando de nuevo estuvo arrodillada y con la cabeza agachada, continuó con su lectura.
Pero en el fondo le costaba concentrarse. Algo en su interior decía que algo no iba bien, no se sentía cómoda viendo a la joven sufrir. Pero sabía que lo más sensato era mantenerla en el convento y procurar, por su bien, curar la locura que padecía.

Alzó de nuevo la vista y esta vez la encontró inconsciente sobre el suelo.
Se levantó deprisa llamando a voces que acudieran en su ayuda mientras se dirigía hacia Alienaa. Intentó hacerle volver en sí, inútilmente.

Entre varias personas la llevaron a su celda. Sor Eulalia le cambió las ropas por unas secas y la envolvió en una gruesa manta.

Al salir, el sacerdote le esperaba con su agrio rostro de siempre.

-No habéis cumplido con las órdenes.- Dijo distante. - Y además le acabáis de cambiar las ropas… ¡como si fuese una señora de bienes! – Masculló.

-Ha perdido el conocimiento, era inútil continuar. Y si, le puse ropa seca porque si no mañana tendríamos ahí dentro un cadáver o una loca gravemente enferma.- Dijo justificándose.

Aun así el sacerdote no quedó convencido de sus palabras y marchó resignado.
Alienaa


Aliena despertó dos días después. El dolor irradiaba su cuerpo, sintiéndose débil y enferma.

-¿Cómo estáis?– Dijo una voz tras su espalda.

Dio media vuelta y observó a Eulalia tras las rejas.

-Cómo voy a estar… - suspiró cabizbaja.

-Parecéis mucho más calmada. Seguramente vuestra conciencia esté recuperada y haya superado la enfermedad.

Aliena la miraba sin entender qué decía.

-¿Creéis que puedo recuperarme y estar mejor entre estas rejas?- Dijo sarcástica. - Lo que hará que esté bien es volver a casa, con mi familia. No sé qué hago aquí ni qué he hecho para merecerlo.

La monja titubeó antes de hablar.

-¿Quiénes te esperan?

-Los marqueses de Sagunt, mi familia y también mis amigos.

La monja resopló negando con la cabeza mientras recorría la estancia con nerviosismo, frotándose las manos.

-No sé qué podremos hacer por ti… - Dijo con tono lastimero.

-¡Si os lo estoy diciendo! – Dijo agarrándose a los barrotes con desespero e impotencia.

La monja paró en seco, pensativa. Parecía que ahora que la joven estaba exhausta podría ser más dócil y así ser más fácil empezar con un tratamiento que en caso de encontrarse con fuerzas, pudiera huir o agredirles.
Pensó entonces que sería una buena idea desgastar esa energía a través de trabajos y que además les sería muy útil para hacer aquellos que menos se desea.

Sin esperar la aprobación del sacerdote, sacó la llave de su bolsillo y abrió la puerta.

-Hoy vendréis conmigo a hacer las tareas que os ordene.

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Ibelia.jordan



Con el paso presuroso y la preocupación en el rostro dejó que su hijo se acomodara y la de Sagunt salió por la puerta principal.
El frío no era demasiado riguroso por estar cerca del Mediterráneo, pero sintió una sensación de viveza al salir al exterior.
Recorrió el trecho que llevaba al patio de armas hasta la Torre donde se reunía la guardia, los soldados a su paso saludaban con respeto y marcialidad. Ibelia había sido soldado y sabía como tener a la tropa contenta, eran pocos sus guardias, pero seleccionados de entre los mejores jóvenes de su feudo, muchos deseaban prestar sus servicios a la Marquesa y solo unos pocos los elegidos.

Entró en la sala de la Torre Oeste donde los soldados de su guardia se reunían en torno a una gran mesa circular, en época de paz trazaban los planes de guardia, el feudo era muy extenso y no solo defendían el Castillo. Recorrían los caminos y vigilaban las poblaciones. Siempre había trabajo para ellos, aunque no eran muchos los maleantes que se atrevían a poner los pies en aquellas tierras pues no había piedad para ellos.

En aquel momento solo el capitán Rict se encontraba esperando en la sala. Con él había confianza. Ibelia, lo conocía desde siempre y los lazos de amistad, las bromas y camaradería eran la tónica general entre ellos.

-¡Buen día amigo! ¿Te he mandado llamar con demasiada premura? Espero no haber interrumpido en algún asunto importante ¿alguna dama quizá? Le saludó bromeando
-Bueno, toma asiento y te cuento, he recibido la visita de un rapaz que venía de Zaragoza con el encargo de traer hasta aquí este mensaje. Le mostró el trozo de tela escrito.
-Parece la letra de nuestra Ali escrito en un trozo de enagua o algo similar.
Ladeó un poco su cabeza mostrando su preocupación en el semblante.

-Tu sabes lo preocupada que he estado por mis hijos.
Hoy llegó Leaford y le he pedido que se una a nosotros; desearía que, en confianza, nos encargáramos personalmente del asunto. No quiero ir en boca de toda la Corte sobre si la niña se perdió o la secuestraron o vete a saber que le ha podido pasar.

La dama sirvió dos vasos de la jarra de vino que estaba sobre la mesa le ofreció uno a Rict y apuró de un trago su vaso.

-Solo espero que esta vez sea todo cierto y podamos traer a mi hija sana y salva de vuelta a casa.

Se repuso un poco de una cierta emoción y se volvió hacia el Capitán para dar las órdenes.
-Partiremos mañana al amanecer, da aviso al puerto para que preparen el barco. viajaremos en el Bebita hasta la capital del Ebro.
Organiza lo necesario. Solo los mejores y de más confianza nos acompañarán, no más de seis con nosotros.
Nos llevaremos al chaval de vuelta, a ver si nos da más información. Debemos averiguar el lugar donde la tienen retenida, quienes son y que intenciones guardan para mi pequeña.
¿Queda claro Capitán?


Ibelia sonrió, esperaba la respuesta mientras volvía a llenar los vasos.

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Alienaa


Los días siguientes eran todos iguales: le levantaban antes del alba y hasta que el sol no desaparecía en el horizonte no le hacían regresar a la celda. Se pasaba toda la jornada realizando las tareas que aquél día le obligaban a hacer, o bien fregaba todo el suelo del convento o limpiaba las letrinas, cocinas, chimeneas y aposentos. Todo claro está, bajo la custodia de algún cura de turno, quien tenía por orden del sacerdote inspeccionar que todo lo hacía bien y no hiciese el vago y por ende que no tuviera ocasión de fisgonear lo que no debía y que no pudiera escapar.

Cuando ya no entraba ni un rayo de luz le guiaron de nuevo hacia la celda. Alienaa caminaba cabizbaja, esperando que por fin pudiese tener tiempo para descansar y comer algo y no encontrarse al sacerdote preparado para su interrogatorio.
Al entrar al pasillo, vio la figura del viejo esperando en su puerta. Tragó saliva y redujo sus pasos caminando arrastrando los pies, teniéndola que empujar.

La metieron dándole un empujón haciéndole caer al suelo y tras ella entró con aires de superioridad el sacerdote. Le levantó bruscamente agarrándole del brazo y la sentó sobre el lecho de madera atada de manos.

-¿Quién eres? – Dijo con voz amenazante mientras enseñaba el látigo de cuero con el que solían castigarse por sus pecados.

-Aliena Pellicer i Jordan. – Le contestó fría y mirándole a los ojos amenazante.

Vio la maldad reflejada en los ojos del sacerdote y luego sintió como el frío cuero le habría la piel y la carne.

El sacerdote mascullaba maldiciendo su locura y deseándole la muerte en el infierno mientras le pegaba con aquel objeto de cuero con todas sus fuerzas. Luego suspiró cansado, recobrando el aliento y volvió a hacer la misma pregunta a la joven.

Aliena, con rabia e impotencia, le dio la misma respuesta. Esta vez recibió un puñetazo en el estómago que le hizo doblarse y caer al suelo. Luego el sacerdote le propinó varias patadas.

-Soy… una…. Campesina. Una campesina… - Decía con un hilo de voz que a duras penas podía pronunciar. –Soy una campesina de Zaragoza.

El sacerdote le levantó cogiéndole del cabello. Y después de mirarle fijamente a los ojos, salió de la celda convencido de sus palabras.

-¡Esta noche no tendrá su ración de comida! – Gritó por el pasillo mientras marchaba.

Aliena se quedó echa un ovillo, llorando por su desdicha y deseando que aquella pesadilla terminara. Se secó las lágrimas del rostro con la manga y después rompió sus ropas para limpiarse la sangre del cuerpo y cerrarse las heridas.

Minutos después llegó Sor Eulalia con una bandeja con un guiso de patatas caliente y agua. Y le susurró que no dijera nada mientras se lo pasaba por la rendija.
Agradeció el gesto a la monja y contempló el plato que aún humeaba. A pesar de que había perdido todo el apetito, se obligó a comer para recuperar fuerzas.
No se rendiría, ni se dejaría morir, ella no estaba loca y llegaría a demostrarlo.

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Sor_eulalia


Los primeros días que Alienaa comenzó con las tareas, observó que aunque sabía hacerlo, le faltaba energía y rapidez. Pensó que podía ser debido al agotamiento continuo, pero a pesar de los golpes que recibía por su lentitud, no mejoraba.

Eulalia se compadecía de la joven y a veces, de madrugada, continuaba llevándole algo de comer a la celda y por las mañanas la conducía a escondidas a la despensa de la cocina para curarle las heridas.
Fue esa mañana, cuando la joven se cortó limpiando, que pudo ver sus manos. Unas manos finas y delicadas que no poseían ninguna dureza que provinieran de los esfuerzos de labrar el campo. Tenía unas manos cuidadas de alguien que provenía de alcurnia.

Paró entonces a pensar en la veracidad de sus palabras, pero aun así se resistía a creerle al encontrar lagunas en su historia. Ni si quiera conocía a esos Marqueses de los que hablaba.
Después de terminar con sus curas, dejó a la joven seguir con sus tareas y se dirigió firme a hablar con el sacerdote.

Tocó a la puerta y esperó que le dieran permiso para entrar. Le saludó formalmente y se acercó hacia su persona.

-No creo que el tratamiento que estamos haciendo sea el más adecuado.

El hombre alzó una ceja, atónito ante la firmeza de sus palabras y su convicción.

-No sois quién para opinar sobre lo que está en manos del Altísimo. Entre estas paredes se está encomendando a él mediante las tareas al convento y las oraciones, para así encontrar su estabilidad mental. Si el Altísimo no quiere perdonarle, es su voluntad y debemos respetarla.

-Tenéis razón. – Dijo la monja rebajándose, pues sabía que el sacerdote solo la escucharía si le alagaba los oídos y afirmaba lo que decía. – Pero sería posible mejorar eso. Mejorar la comunicación de la joven con el Altísimo.

El sacerdote cambió de parecer e intrigado por las palabras de Eulalia, le indicó que continuara.

-Hay curanderos que preparan pociones que ayudan a… ablandar la memoria. – La monja hizo una pausa para escoger las palabras. –Les ayuda a olvidar parte de su existencia. Con esa poción podemos ayudarle a que olvide sus últimos años y así podrán volver los recuerdos de antes de que empezara su locura… y conseguir así su curación. – Concluyó.

El sacerdote se rascó la barbilla pensativo, pues no le gustaba tratar con los curanderos, ya que consideraba que iban en contra de la voluntad del Altísimo. Pero esta vez dejó de lado sus juicios y aceptó la propuesta de Eulalia.

-Está bien, si eso creéis que servirá no perdemos nada por intentarlo. Si fallece o le ocurre algo no es importante, su alma ya está perdida.

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