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[RP-¡Abierto!] La Venganza

La_rata


Estaba decidido. Se iban de allí, cansados y hastiados por la espera. El sol estaba comenzando a salir y podía sentir la humedad de la noche en el bosque, que había sumido la cueva en un frío terrible.

Aquel niño lloriqueaba sin fuerzas, con un color de piel que habría asustado a cualquier madre, y su hermana continuaba con aquel llanto estridente e insoportable.

Pronto encontramos el camino que cruzaba el bosque de Játiva de lado a lado, y tomamos la dirección norte, de nuevo hacia la ciudad. Debíamos atravesarla. Entre mis brazos llevaba a una de las criaturas del Borja, que en buena hora les había traído al mundo, mientras que la Perra cargaba con el otro.

Maldita niña, no se callará…
- gruñí.

Caminamos mientras el sol se elevaba en lo alto, cada vez más cerca de las casas, que comenzaban a distinguirse entre los árboles, al fondo, y llegó el momento de camuflarse. Saqué de la bolsa las capas y nos las echamos por encima, para evitar que se nos vieran las caras. Pasaríamos desapercibidos con el frío que estaba haciendo aquellos últimos días.

Con lo fácil que resultaría pasarles a cuchillos…- comenté con indiferencia mientras trataba de meter en un saco a la niña, que pataleaba como una condenada - ¡Estate quieta! ¡Ramera!

Ya estaba aburrido de aquella misión y la metí a la fuerza mientras la Perra me imitaba, y me eché el saco a la espalda.

Si preguntan, traemos conejos, venimos de caza…
– sugerí – Silencio a partir de ahora…

Aquello era fácil. Esa mujer que tenía por esposa a penas me dirigía ya la palabra. Estaba envenenada por el odio, y si lo hacía sería para matarme con su lengua viperina.

El camino se transformó en el empedrado de las primeras calles y empezamos a andar calle abajo, sin pausa.


Nicolino


Aquella bofetada le dolió. Pero no físicamente, pues su rostro siempre había sido de piedra, sino que se hundió en él como un puñal de una forma más profunda. Habían herido casi mortalmente su agigantado y firmemente arraigado orgullo. Quedó paralizado , y siquiera notó, cegado, que la Reina abandonaba la habitación. Sería imposible describir el sentimiento que se manifestó en él, pues con mucho esfuerzo había logrado contener su rabia, y el ardor en su mejilla no dejaba de recordarle la ofensa. No recordaba la última vez, presumiblemente nunca, que una mujer le había abofeteado, menos aún alguien con mayor rango que él.

Sin duda, cualquier alma inocente que lo supiera, hubiera agradecido al Cielo que aquel episodio no se hubiera dado en la Corte, frente a más testigos, y que el Borja no fuese en esos momentos ni noble ni Gobernador. Tal desplante, que le sabía amargo como la hiel (como todo aquel día), podría ser considerado despecho, deshonra, rechazo. Y guiado por sus impulsos, que lentamente comenzaba a controlar algo más, aquello podría haber tenido consecuencias trágicas. Un Borja como él no se dejaría humillar frente a nadie, y el mero gesto en respuesta, ya sería un acto de rebelión. Ni hablar de arrojar el guantelete, o desenvainar.

Y en aquel momento la sangre le hervía. Un insulto dirigido a él, era un insulto contra una larga línea de hombres ilustres de la historia que habían compartido su apellido. Pero se contuvo. Impuso su razón, y el pensamiento venció. No lograba nada desafiando la autoridad real, ni decidiendo ponerse en contra de su suegra. Es más, derrochaba tiempo valioso y esfuerzos que deberían estar enfocados en buscar a sus hijos. Se había convencido de que solo él podría hacer algo: su esposa, devastada por los acontecimientos no estaba en condiciones de tomar decisiones, y no tenía esperanzas en que los métodos bélicos de Rose sirvieran para algo.

Cuando hubo suprimido todo resabio de sentimiento impulsivo que pudiera jugar en contra suyo, y se hubo convencido de todo eso, sólo entonces, suspiró, y se volvió hacia su esposa, superando aquel letargo, en que había mantenido las mandíbulas apretadas, y su rostro se había enrojecido.

-Esposa mía...sabéis que no puedo consentir seguir aquí más tiempo sin hacer nada útil, lamentándome o esperando las decisiones de vuestra madre, mientras tengo el nombre de la culpable y desconozco qué les estará sucediendo a nuestros hijos. ¡He de partir ya, y darle caza a esta perra traidora, que mordió la mano de quién le dió de comer!. No sé qué les motiva, pero ahora tengo un nombre, y alguien ya me señalará dónde buscar. Haré justicia. Por tu parte, creo deberías quedarte aquí, esperando noticias. Quizás los hombres al servicio de vuestra madre sí demuestren servir para algo.


Y no esperó respuesta, pues le sobraba determinación, y nada le haría cambiar su decisión, irrevocable ya. Mas antes de cerrar la puerta, esperó una respuesta, una confirmación, como si necesitara aprobación antes de dejarla allí sola. Buscó los ojos húmedos y enrrojecidos por el llanto de su amada. Pensó en que le faltaba algo antes de partir...pero aún así cerró la puerta. No tenía tiempo para pensar más.

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Todo lo demás, fue tan rápido como pudo lograr que fuera. Tanto, que las imágenes y escenas se sucedían en su mente con singular velocidad, como si el tiempo pasara ante él como un rayo, y su memoria no pudiera llegar a captar lo que hacía en su totalidad. Parecía haber renunciado a su propia voluntad y a todo ápice de emoción en su accionar, tanto que daba órdenes, guiaba y tomaba decisiones de forma inmediata, como un autómata, un títere que se dejaba guiar por hilos que eran ideas, como si ya tuviera todo planificado. Abordó a todo quién había mediado palabras con aquella mujer que había cuidado de sus hijos, y logró socavar suficiente información sin necesidad de utilizar la violencia. Suficiente, para él, era conocer el lugar dónde vivía "Rebeca". Mas también, aunque no lo pidió, ante el deseo de ser condescendiente con su amo, alguien le había confesado que Rebeca tenía un esposo que solía frecuentar tabernas y burdeles baratos de la zona.

Y el galope, guiados todos por las indicaciones aún retenidas en la memoria, los llevó a través de las calles empedradas, que gradualmente fueron cediendo convirtiéndose la piedra en tierra marcada por las pezuñas de los caballos sin herraduras y las carretas destartaladas, a cuyos lados se alzaban hogares cada vez más humildes, pasándose de estructuras con tejas, ornamentadas fachadas y muy trabajados arcos a casas de menor altura y mayor simpleza gradualmente, hechas la mayoría de madera, hasta llegar a verse algunas construcciones de adobe. Habían llegado a la parte menos favorecida de la ciudad, donde aún así eran comunes los vendedores ambulantes de embutidos de dudosa procedencia, y varios niños con pocos dientes correteaban por las calles.

El Borja y sus pequeño grupo de improvisados soldados había llegado al lugar marcado. Miró, receloso. Los postigos del pequeño y único hueco que hacía de ventana en aquel hogar de aparentemente no más de una habitación, estaban cerrados. La puerta no abría, lógicamente. Y no se trataba de una puerta sólida, sino de débiles tablones de madera, sin ningún tipo de cerradura, solo unidos a la pared por dos oxidadas bisagras, que sobresalían desde el exterior de la casa. De todas formas, la puerta estaba atrancada, seguramente con algún madero trabándola detrás.

Dos potentes y violentos mazazos del Borja bastaron para desprender la puerta de la pared, y partir la tabla horizontal que la mantenía cerrada por detrás. Se adentró en la oscuridad del poco iluminado lugar. Distinguió dos rústicas sillas y una mesa simple, sobre la cual había un junco lleno de sebo animal, lo cual era una vela, ahora apagada. Su mirada recorrió rápidamente la habitación, en la que también había una cama. El suelo era de tierra, desgastado y limpio a fuerza de barrerlo constantemente.

Cuando partió, el Borja lo había hecho con intención de allanar, destrozar y saquear. Pero ahí no había nada que pudiera llegar a dañar, y sentiría vergüenza de destruir algo que era elemento de una vida tan humilde. Se sintió avergonzado también por su vida llena de comodidades y privilegios, por las losas de mármol de su palacete, por su cama grande y con dosel, por su biblioteca y por los banquetes, derroche mientras aquella gente seguramente tendría que contentarse con un mendrugo de pan para compartir, y una vida llena de privaciones, siendo siempre pisoteados por los estamentos más elevados, dueños de sus vidas por supuesto derecho divino. Por un instante sintió piedad, y pensó que hasta podría considerarse algo natural: aquella mujer que había trabajado para ellos había conocido cómo era la vida en otro estrato social, y sabía que la única forma de conseguir algo más que garantizara su futuro, era el dinero, mucho más de lo que ganaría en su vida por los medios ordinarios.

Se dejó caer en la rústica silla, apesumbrado, cansado y pensativo. Se llevó una mano a las sienes. Parecía haber envejecido diez años de repente. Era normal los más pobres le guardaran resentimiento a la nobleza. No podía ser de otra forma al ver el derroche de algunos. Nicolás empezaba a cambiar su sentido de la justicia algo distorsionado y con eje en su orgullo, y comenzaría a comprender las enseñanzas de la fe de una forma distinta.


-¿Y ahora qué?¿Si no están aquí, dónde?¿Acaso he de amenazar a alguno más de este vecindario para que me confiese cuándo o dónde han ido?. No tengo forma de saber dónde huyeron luego de entrar furtivamente en el palau, al menos de que hubieran regresado aquí antes, lo que dudo. ¿Qué debo hacer?. El único lugar posible donde esconderse en la ciudad es el bosque, algunas de las cuevas cercanas al monte. ¿He de ir allí?¿Qué me garantiza aún estén ahí y no se hayan fugado?.-monologó, ante la indiferencia de pensamiento de sus escasos soldados, que solo seguían órdenes y no opinarían. El dolor lo carcomía, y sabía que sería inútil esperar algún milagro.

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Ederne_bp


Me volví hacia la ventana por la que penetraba la fresca brisa matinal a la habitación conyugal., mantenía la mirada perdida en el camino que salía de Játiva. Espere largo rato en la inercia de no saber bien que hacer, por primera vez en mucho tiempo, volvía a sentirme sola, como cuando pequeña, cuando todos estaban en sus quehaceres y yo iba de camino a Francia... suponía aquello en su primer instante, la libertad que deseaba, pero luego comprendí que me encontraba sola allí, sin un apoyo, sin nadie a quien poder contar mis sueños y pesadillas, así me encontraba ahora, cuando mis hijos no estaban, habían sido raptados por mentes enajenadas, no concebía la idea de que algo malo les pasara, así como tampoco podía dejar en manos de los demás, el destino de mis hijos.

Sin saber muy bien que hacer me pasee por la habitación, retorciéndome las manos, mis pasos amortiguados por la gruesa alfombra ¿qué demonios iba a hacer? La idea de pasar el resto de mi vida sin mis pequeños me causo algo parecido a un escalofrió de pánico.

Decidida, enajenada y solo con la idea de que los encontraría, me di media vuelta en aquella habitación, abrí el arcón y busque lo necesario, botas , pantalones, camisa y dos dagas que puse entre las botas, aquello debía bastar para encontrar a mis hijos.

Baje las escaleras y solo un par de mujeres que deambulaban por el Palau solitario me vieron, si me hablaron no me di cuenta, mi destino estaba en las caballerizas

Toronja estaba siendo limpiado por el mozo de cuadra que al verme casi me confunde con un simple peón.
Preparad a Taronja, voy a salir en el - dije al muchacho que rápidamente se dispuso a cumplir mis órdenes. Una vez listo, cogí una de las fustas que había en el lugar y me dirigí al galope a las afueras de Játiva.
A lomos de Taronja observe en silencio por entre los árboles, así pase horas, la luna derramaba pálidos haces de luz y se me encogió el corazón al fijarme que había salido bastante afuera de la zona.

Taronja se removió y relincho suavemente, puse una mano sobre su brillante pescuezo para tranquilizarlo y observe el lugar.
A lo lejos por un camino adyacente un hombre con un saco a cuestas y otra figura que apenas se dejaba ver aparecieron a mis ojos, quienes fueran no querían ser vistos, pues usaban un camino poco transitado.

Con serena concentración, me enfunde el sombrero escondiendo mis cabellos, a modo de no ser reconocida. La larga capa negra caía sobre la silla a mi espalda y mis manos estaban ocultas por unos entallados guantes negros. Mi camisa, pantalón, botas de color negro me volvían casi invisible en la creciente oscuridad.

Salí al camino y les intercepte, no podía asegurar quienes eran, pero tampoco perdería la oportunidad de preguntar.

Taronja elevo un poco las patas delanteras y tuve que usar algo más que la concentración para tranquilizarlo.

Que lleváis en ese saco! – fueron las primeras palabras que emití. Seguía controlando al animal, pero este a punto estuvo de botarme de la montura.
No podía ver el rostro de ninguno de los dos hombres que para ese momento se habían detenido frente al caballo.
Responded! – dije con energía cuando ninguno de los dos respondió, fue entonces cuando el hombre bajo el saco de su hombro y lo dejo en el suelo.

Mis ojos se clavaron en el contenido del interior, tenía que saber que había ahí, descendí de Taronja y me acerque...

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La_rata


Un caballo se acercaba por el camino de frente a nosotros, y su jinete más parecía un espectro que otra cosa. Vestía de negro al completo y sin lugar a dudas iba a nuestro encuentro.
Era una mujer, de rostro desconocido para mi, y sin mediar palabra preguntó.

¡Que lleváis en ese saco!
– y añadió inquieta - ¡Responded!

Posé con cautela el saco en el suelo a mi lado y alcé la cara con una mirada amarga.

Y a ti qué demonio te importa – le espeté confiado.

La mujer descabalgó de un salto ágil junto a mi y me miró desafiante. Le mantuve la mirada fija, pero su aroma me llegó raudo. No olía como las mujeres del barrio, ni tampoco como las rameras. Aquel no era un perfume barato.

Ella no sabía que hacer, pero sospeché de sus intenciones. Miraba el saco aletargada. Mientras tanto yo observaba su cuerpo. De no haber estado allí mismo mi mujer, aquella maldita arpía que se mantenía callada como un muerto y firme como una estatua, la hubiera violado allí mismo en medio del camino. Sus torneadas piernas y sus pechos turgentes habrían enamorado a cualquier hombre, si a eso puede llamársele amor.

El saco se revolvió sólo en el suelo y me sacó de mi ensimismamiento. El rostro de la mujer se transformó. Parecía haber visto a la Criatura Sin Nombre acercándose a por su alma.

Son conejos… - mentí – Venimos de cazar.

Pero si algo podía salir peor, ocurrió. Un gimoteo en el interior del saco alertó a la mujer, y mis dudas quedaron disipadas. Era la Infanta, sin duda. Se lanzó a por el saco sin preveer mi ataque.

De un empujó la aparté y arrojé al suelo. La Perra chilló asustada.

¡Ni lo toques, maldita! – le grité.

No me quedaba otra. Tenía que acabar con ella si no quería perder la vida. De un salto me tiré sobre ella y apreté su cuello sin piedad contra el suelo. Se revolvía como un gusano, pataleaba y me arañaba. Dejé caer mi cuerpo sobre ella para retenerla y continuó el forcejeo mientras sentía el calor de su cuerpo contra el mío.

Me quedaba poco para conseguirlo. Respiraba agitada y ponía los ojos en blanco, hasta que un dolor punzante en mi costado me obligó a echarme a un lado.


La_perra


Maldecía, maldecía una y mil veces, ¿por qué le temía?, ¿por qué no podía ser más valiente y estrangularlo con esa lengua viperina que le había servido para librarse de él tantas noches anteriormente?
Caminaba un paso atrás del, y le miraba cargar el saco con los dos pequeños adentro, al menos, no sentía el peso de la criatura en sus brazos, cosa que antes le había torturado.

Llegados a un punto, un jinete se acerco dando un brinco del caballo y reconociendo en la voz y bajo el sombrero a su señora, la Infanta, la madre de las criaturas. El cuerpo se le heló completamente y agacho la cabeza, manteniéndose, el paso y otro, más atrás.
Que no me reconozca, o seré mujer muerta - susurraba la Perra en silencio, miro al Rata dejar el saco en el suelo y observar a la señora para examinarla un segundo antes de responder, luego, le sintió sorber la nariz, lo que le hizo recordar cuando la deseaba a ella misma, si es que alguna vez la había deseado. Si bien la Perra no tenía una sola gracia física, había conquistado al Rata con otro tipo de argumentos, e incluso aceptaba en su interior que los primeros años le había amado. Pero desde hacía mucho tiempo, le despreciaba y cada vez que el Rata sorbeteaba la nariz, sabía que él la estaba deseando, mas esta vez, la mirada la tenia posada en el cuerpo de la señora Ederne.

Mantuvo silencio e intento observar de lado a lado por si había más jinetes esperando, como le pusieran una mano encima, el Rata seria hombre muerto.
Pero cuando salió de sus pensamientos, la Infanta yacía en el suelo y forcejeaba con el Rata, el sombrero había volado por los aires y el cabello estaba enmarañado en la tierra del camino, la Infanta daba patadas al aire, intentando zafarse, pero ante el cuerpo del Rata era imposible ganar, la Infanta llevaba las de perder.

Observo el saco que se movía inquieto y los pequeños comenzaban a llorar, quizás debido a que habían reconocido la voz de su madre de la misma forma que la había reconocido yo.
No quise levantar la cabeza, para no ser reconocida, si lo hacía, la Infanta debería morir, y a estas alturas prefería mantener mi cabeza sobre los hombros.

El Rata forcejeaba pero más que todo aprovechaba de pasarle las manos por el cuerpo en clara señal de deseo, ciertamente la Infanta era hermosa y deseable, la Perra sentía que si no intervenía, el Rata se haría del cuerpo de la Infanta en su presencia, sin importar nada.
Levanto la vista y la mirada de la Perra se cruzo con la mirada de la infanta, ella estaba aterrorizada, el rostro perlado y sonrojado por el esfuerzo, algunos cabellos le cubrían parte del rostro y estaba húmedo por el sudor que emanaba la fuerza que hacía por deshacerse del Rata, sus piernas iban perdiendo a cada momento un poco mas de fuerza. Por un momento la Infanta había dejado el forcejeo para mirarla con asombro, la había reconocido y tenía en la mirada la pregunta y la incredulidad plasmadas.

Ante el evento de verse descubierta, la Perra no tuvo otra opción y se agacho rápidamente a afirmar las piernas de la Infanta para inmovilizarla – al fin haces algo bueno, mujer! - le escucho decir al Rata con sorna. Que aunque no le veía el rostro, pues lo tenía muy cercano al cuello de la Infanta, podía adivinar que le sonreía.
La Señora no pretendía dejarse vencer, así que la Perra rodeo ambas piernas con sus brazos y los cogió con fuerza.
De pronto sintió algo metálico dentro de una de las botas y disimuladamente metió la mano para cogerlo, el acero era frio, era un puñal corto, inmovilizaría a cualquiera. Saco la mano y lo miro un momento pensando en las posibilidades que tenía con un puñal en la mano.

El Rata seguía deleitándose en el aroma que la Infanta expelía, en la fuerza que esta hacia para librarse, se notaba que ella estaba dispuesta a pelear sola, pues ni una sola palabra solicitándole ayuda o implorando piedad había salido de su boca.
Si la señora vivía, bien podría la Perra darse por muerta, y quizás, era lo mínimo que merecía - acaso ¿ya no estaba muerta en vida desde que había vivido junto al Rata?

Cogió el puñal y lo dejo caer, ya no le importaba si su cabeza rodaba, estaba cansada de todo aquello, no elevo la vista, solo soltó el puñal que había quedado incrustado en el cuerpo del Rata y soltó las piernas de Ederne.

Aleida


Ambos dos habían vuelto al saco, después de una corta estadía en ese lugar de mala muerte. Ahora, volvían a la poca comodidad de ese saco, que primero picaba demasiado con el contacto a la piel y segundo tenia un olor a perro muerto que te descomponía. Y en esas condiciones se encontraban los dos bebés. Llevados a cuestas por ese hombre, que no los trataba con ninguna gratitud y de vez en cuando un golpe a un árbol no venia demás. Aunque la luz de la esperanza llego sin que ni siquiera se piense.

No tenía ni idea, la pequeña Aleida, de lo que acontecía en el exterior. Antso, pegado a ella, estaba despierto y se miraban sin pesteñar callados. En un momento el viaje se detuvo y el saco fue puesto en la fría tierra.

Desde el exterior una voz sumamente conocida, hizo llamar la atención de Aleida y Antso. No era una vos solo conocida, era la voz de su propia madre que todas las noches habían escuchado cantar para dormirse. Era la voz que amaban con toda su alma, y la única que en momentos de histeria podía calmarlos completamente. ¿Como no reconocer esa voz de ángel? ¿Como no reconocer la propia voz de su madre, si en ambos dos, estaba grabada en su mente y corazón? A penas escucharon la voz, sin entender ni una palabra, lanzaron gimoteos de felicidad. Gaga, gogo, gugu, gutata

Su madre estaba cerca.

Unos pocos segundos después, gritos y ruidos. Ellos no podían ser menos, por lo que se miraron y al unisono comenzaron a llorar desesperadamente. Sin siquiera respirar.

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