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Deber, Sangre y Honor

Juliane_bp


El anochecer del día viernes cogió por sorpresa a la infanta, llegando a las puertas de la Capital. Sólo pudo orar para sus adentros en los caminos, cuando miles de pensamientos se apoderaban de su mente y también de su cuerpo al desmontar en la entrada de Palacio.

Los guardias al ver a la joven la escoltaron hasta el lugar donde yacía su padre sin emitir palabra alguna. A su paso, su respiración entrecortada, marcaba los raudos latidos de su corazón. Había llegado a tiempo… dos guardias que custodiaban la entrada de la habitación real, convocaba a todos sus hijos y amigos a que entrasen al recinto a pedido del Rey.

Con sus ojos empañados, y conteniendo el aliento se acercó junto a sus hermanos, al lecho donde reposaba el de Berasategui. Contempló temblorosa a su padre, quien se esforzaba en dedicarles unas sentidas palabras. Juliane lo oyó con dulzura y sólo asentía con el rostro, humedecido por las lágrimas que sus ojos despedían, debido al nudo en su garganta que la agobiaba por tan profunda pena.

Un momento después, todos abandonaban la habitación por solicitud de la de Pern, quien necesitaba ese tiempo a solas con su amado esposo. La joven besó con cariño la frente de su progenitor y le susurró suavemente que lo quería, partiendo del cuarto con resignación.

Las horas pasaban y tambien los días y nadie se atrevía a alejarse, esperando noticias... hasta aquel lunes, el más triste de todos los que Juliane había vivido…

- Que sea anunciado que un gran Hombre nos ha abandonado, que todo Valencia sepa que su Rey ha muerto. El que yace ahora en esa habitación no contiene en sí al que amé
– expresó con firmeza y dolor Rose, su madre, aquella mujer que todo lo había compartido y hecho junto a su familia siempre.

Un silencio sepulcral bañó los pasillos del Palacio, adueñándose de todos aquellos que esperaban allí…

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Gulf_de_ostemberg


Aquel funesto momento en que vio al hombre rendido sobre su camastro nunca lo olvidaría el de Tabarca. A pesar de que le faltaran aún muchas horas de vida, percibió la muerte cercana, al acecho de aquel ser querido. El Duque de Benicarló se iba, raudo, llamado a la Casa del Altísimo, sin la menor duda, pues su alma era pura.

El Canciller contuvo el aliento mientras hablaba el Duque anunciando su propia muerte. Él, y no otro, había sido elegido como testigo del testamento. Era una de aquellas tareas que le gustaría haber mandado a hacer puñetas de cualquier modo, pues se negaba a aceptar aquella realidad, pero su amigo confiaba en él, y no le fallaría nunca, menos en aquellos momentos.

Cuente conmigo, Excelencia. Nos nos encargaremos
– confirmó con voz triste – Nunca fallaría a vuestra confianza.

Las horas se hacían largas en la antesala de la habitación del Rey. Todos esperaban, sumidos en el silencio, en una vigilia funesta. Tan sólo los susurros de las oraciones elevadas al Altísimo rompían el silencio.

Majestad, familia, venid, os está llamando – pidió el de Tabarca saliendo más tarde de la habitación.

Aquellas serían seguramente las últimas palabras del Monarca. Todos escucharon con atención, compungidos. Todo en él fue bondad, en su lecho de muerte, demostrando el hombre que era. El de Östemberg tuvo que hacer un esfuerzo sobre humano para no soltar una lágrima cuando le dedicó una última despedida, pero debía mantenerse firme.

Y allí, junto a su esposa, le dejaron, para continuar la oración por su alma, hasta que la tragedia se hizo presente.

Que sea anunciado que un gran Hombre nos ha abandonado, que todo Valencia sepa que su Rey ha muerto – anunció la Reina.

Descanse en paz, Yuste de Berasategui – murmuró – Vuestra vida ejemplar será vuestro camino hacia el Sol. Aristóteles, ten piedad. Christos, ten piedad. Señor, ten piedad.

Contuvo la respiración y sintió una lágrima caer por la mejilla y perderse en su tupida barba. Su esposa tomó su mano y la apretó con fuerza. La desolación se sumió en la sala entre tantos seres queridos, pero era hora de ser fuertes, como él habría querido, y seguir adelante, por su memoria, por su pueblo, por Valencia.

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Ederne_bp


Las puertas de la habitación real se abrieron de par en par para dejar entrar a la infanta y su esposo, si había o no alguien en aquel lugar, exceptuando los guardias que custodiaban la entrada, Ederne no se fijo. Fue la primera de los Berasategui en ver al Rey, tendido en la cama, los ojos cerrados por el cansancio que había significado para el hablar y hacer sonreír a la Reina, el rostro acerado y pálido, de su frente perlada emanaba el sudor producto de la batalla interna por salir de las garras de la muerte. La primera impresión que aquello el causo, fue de pánico, su padre había tenido heridas, muchas de ellas recientes, otras no tanto, pero jamás había visto la muerte en su rostro.

Su respiración era tan superficial y leve que si no hubiese sentido su débil resuello al acercar su rostro al de su padre, habría pensado que este había fallecido.
Su madre le sonreía, y se acerco para saludarla y decirle algunas palabras que tranquilizaran a la infanta que tenía el rostro pálido debido a la impresión.
No le pasará nada ¿si? - su madre lo decía, pero sus ojos, que había aprendido a leer tan bien desde pequeña, le decían que ella tampoco se creía que aquello fuese a pasar.

Pronto, el Rey tomo algo de fuerzas y saludo a cuantos rápidamente fueron llegando. Izar, en camisola, y más tarde el Canciller con su esposa.
Las horas pasaron y Ederne se mantuvo allí, todo trabajo quedo relegado al simple cuidado y contemplación de su padre y al rezo que efectuaba junto a su madre en la capilla, largas horas de oración con el rosario en las manos y el rostro contrito. Luego de dos días de cuidados y ante las cabezas que negaban la recuperación, Ederne se dio algunos minutos para acudir a su recamara en el palacio y descansar. El rey estaba acompañado del canciller y su madre.

Cuando volvió a entrar, su madre estaba incontenible, ofrecía oro, pagaba y Ederne comprendió que su padre estaba aun mas grave. Desconocía la reunión que había existido hacia momentos… - madre… quiso contenerla, pero sus palabras fueron graves y tristes -¿qué vais a decirnos Ederne? Nada, no digáis nada – como podía decirle algo en aquel momento, solo la cogió de las manos y le miro a los ojos, fue en ese momento que el canciller, hacia ingreso en la antesala y anunciaba - Majestad, familia, venid, os está llamando – detrás de su madre hizo ingreso en la habitación real, su padre, apenas emitía algún sonido y le observo cerca, hinco sus piernas junto a la cama como había hecho tantos años atrás. Recordó” cuando acudía a su lecho apenas aclaraba el día para sacarlo de la cama y pedirle cabalgar o que le enseñara a usar la espada, en ese periodo, siempre se adelantaba a su hermano, que tenía el favor de ser hombre y que su padre le enseñara primero.” Quiso coger una de sus manos, más la atención de él estaba centrada en la Reina.

Su padre, apenas en un hilillo de voz, comenzó a hablar y Ederne no tuvo las fuerzas necesarias para evitar que sus lágrimas rodaran por las mejillas, no podía permitirle que se rindiera, pero por primera vez, no tenía palabras que lograran que su padre se quedara con ellos.
Cuando su padre termino, débilmente de hablar, su madre pidió que todos se fueran, Ederne jamás había sido una mujer obediente, y aun así, respeto la decisión de su madre, con un pesar aun mayor… ¿cómo podía despedirse del hombre que la había cogido en su brazos y en la soledad de una habitación le había contado historias de guerras y hermosas doncellas que eran siempre salvadas por un príncipe?, aun así había aceptado siempre su voluntad, le había educado para ser grande en la vida, le había inculcado el respeto por el prójimo y le había dicho que no existían los limites.

Había aceptado su rebeldía, con mas agrado que su madre y le sonreía siempre de una forma bondadosa, le había perdonado el susto de su escapada cuando pequeña y había hecho intentos con la Reina para que no fuese su destino Francia, aun así, durante su estadía allí, su padre le había escrito infinidad de cartas, todas secretas, donde le contaba sobre las cosas que sucedían en valencia y le daba ánimos, preocupado por su educación.
Se quedo junto a la puerta, todo lo suficiente hasta que esta se abrió de par en par y su madre con ojos rojos, anunciaba la muerte de su padre.
Ederne sintió que el corazón se le paralizaba de la impresión, lleno de aire sus pulmones e hizo ingreso en la habitación, si su madre había pedido que nadie la molestase, no sería ella quien le llevaría este día la contra, no hoy... dijo en un susurro y entro en la habitación
Cogió la mano inerte del rey y la beso, pronto entre besos y lágrimas esta quedo húmeda al tacto, de su pecho había mil palabras para decirle a su padre, pero todas estaban en su garganta atrapadas sin poder salir, así paso horas.

Que sepas que eres el único hombre que me ha dejado sin palabras, Padre, os amo - susurro y se quedo ahí... A la luz de las pocas velas, esperando a que amaneciera y su madre volviera a aquella habitación

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Izar_bp


Le había visto postrado, sudoroso y tan pálido que en principio le había costado reconocerle entre las sábanas; pero la mancha oscura del trozo de la tela que cubría la herida logró ubicarla. Había prometido a su madre que cuidaría de él con su arco, justamente ese arco que su padre le había regalado tiempo atrás y que había terminado roto durante la escaramuza que casi acaba con la vida de la Infanta.

Le observaba por encima del hombro de su madre cuando la cogió en brazos como si todavía fuera una cría pequeña. Ella le decía que él estaba bien, pero Izar observaba y no se lo parecía, aunque también le decía que ella se encontraba mejor y la niña le creía, no porque lo estuviera sino porque sabía que su madre era muy fuerte.

En cuanto la dejó en el suelo se acercó a su padre cuando Ederne le dejó paso. Le miró un instante a los ojos y no fue capaz de articular palabra, solo atinó a tomar su mano entre las suyas y observarle en silencio, como si fuera capaz de insuflarle las energías que le permitieran levantarse de la cama y cabalgar de nuevo. La estancia fue llenándose con la presencia de sus hermanos y algunos amigos muy cercanos de la familia pero para Izar pasaban desapercibidos. Únicamente logró esbozar una sonrisa cuando su padre comenzó a hablarles, con algo de dificultad, pero le reconocía en aquella voz, aunque fuera débil y demasiado pausada. Y cuando más tarde tuvieron que abandonar la habitación para dejarle descansar, la niña regresaba a la suya con esperanza en sus ojos, “Es mi padre, es mi Rey, se recuperará como lo hizo la primera vez.” Se repitió tumbada ya en su cama, hasta quedarse dormida.

Amanecía el lunes 14 de Enero de 1461 y la cicatriz de Izar picaba más que nunca, tanto que comenzó a rascarse en sueños y terminó haciéndolo realmente hasta que despertó. Se levantó el camisón hasta que logró verla, estaba irritada, enrojecida y seguía sintiendo escozor. En principio decidió seguir dando rienda suelta a su rascado pero sus pensamientos la llevaron a todas las pocas veces que aquella fina línea de piel le había molestado de aquella forma después de estar completamente sanada la herida.

- La primera vez fue... cuando le vi partir hacia la guerra por la ventana. - Comentaba a la doncella que intentaba vestirle mientras ella seguía insistiendo en frotar la herida por encima del corsé. - La segunda hace poco, cuando sentí que algo iba mal en vuestra voz y... Es que algo iba mal entonces y algo va mal ahora... ¡Papá!

Y otra vez a desandar el castillo a toda carrera, algo mejor vestida, pero con las cintas de su vestido sin terminar de atar, descalza y con la melena revuelta. La doncella ya la dejaba por imposible, reconocía en la jovencita signos evidentes de tener la cabeza en otra parte del castillo y hasta los aposentos del Rey la siguió en silencio.

Cuando pudieron entrar a verle el picor había cesado y su padre les dedicaba unas palabras que para la Infanta tenían lo que desde entonces consideraría como el sabor más amargo del mundo; el de la despedida. Escuchó con calma, buscando el significado oculto o la letra pequeña en todo aquello que le parecía una broma que en cualquier momento acabaría y todos terminarían riendo; pero ese instante no llegaba y no atinó a hacer nada más que aferrarse a la mano de Ederne como si le fuera la vida en ello. Allí seguía agarrada cuando tuvieron que abandonar la estancia y como su hermana, no era capaz de apartar los ojos de la puerta.

- ...que toda Valencia sepa que su Rey ha muerto.

Escuchó aquellas palabras salir de los labios de su madre y todo comenzó a moverse de nuevo. Ederne entró en los aposentos pero Izar en lugar de seguir agarrando su mano, la dejó libre y permaneció quieta frente a la puerta abierta. No era capaz de entrar pero tampoco lograba moverse. Queria gritar y no podía y las lágrimas no brotaban.

- No ha muerto... me niego... - Dijo en susurros que solo alguien que estuviera muy cerca podría oir. - ¡Sacadme de aquí! - Y tiró de la mano a la que se había aferrado instantes antes, una mano más grande que la de su hermana y con un anillo con relieve de esos que se usan para lacrar cartas.

Fue al percibir que tiraba de ella y no se ponían en marcha que miró hacia arriba. Resultó que era masculina como los ojos azules que la miraban con extrañeza y que para la Infanta eran sumamente familiares.

- Valken... - Pensó en disculparse pero su cuerpo tenía otros planes: soltar la mano, salir corriendo y no detenerse hasta que sus pies descalzos quedaron fríos en la nieve del enorme patio. Y esperar allí, sin abrigo y mirando a ninguna parte, a que toda aquella locura cesara y que cuando regresara dentro todo volviera a estar como antes.

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Valken


Las puertas se abrieron y la Reina anunció lo más temido por todos. La noticia, aunque esperada, golpeó duro a los presentes, se produjo un profundo silencio rápidamente roto por algunas damas que rompían en ahogados y nerviosos ataques de llanto. Uno a uno los miembros de la familia real primero y las gentes importantes y allegados al difunto fueron haciendo su ingreso para brindar sus respetos. Allí en el umbral sin embargo, una jovencita rubia se mantenía inmóvil, con la mirada perdida.

Valken se acercó lentamente con la intención de hacer ingreso rodeando a la desconocida cuando inesperadamente esta lo tomó de la mano ¡Sacadme de aquí! le dijo tirando de ella. Al ver que el hombre no se movía se volvió hacia él y lo miró por primera vez dando la oportunidad a ambos de reconocerse. Valken... atinó a decir algo sorprendida pero aún desorientada y de repente lo soltó bruscamente y echó a correr.

¡Izar! la intentó llamar, y al ver cómo la infanta desaparecía a la carrera doblando por una esquina del corredor salió rápidamente tras de ella.

Al tomar también la curva casi tropieza con unas sirvientas que llevaban unas bandejas de plata, las esquivó por poco y continuó solo para percatarse que había perdido a Izar. Prosiguió igualmente a paso rápido atravesando corredores y puertas, pasó por la recámara de la infanta sin encontrarla y ya prácticamente dándose por vencido se detuvo, tomando aliento se acercó a una ventana para despejar su mente. Era un día de invierno como cualquiera, el cielo gris dejaba poco espacio para que los rayos del sol llegasen del todo a la tierra cubierta de nieve, y a lo lejos se divisaban los techos del pueblo también cubiertos con sus chimeneas que emanaban hilos de humo gris. En ese cuadro hubo algo que desentonaba, una figura en medio de la blancura invernal. A la carrera nuevamente Valken bajó las escaleras, las puertas que daban al patio estaban abiertas de para en par y ya había nieve dentro mojando las alfombras. Salió entonces a la intemperie llegando al lado de la joven infanta. Allí estaba ella descalza en la nieve, sin abrigo alguno y con su vestido a medio poner, el viento invernal soplaba con fuerza revolviendo su larga cabellera suelta, su mirada estaba perdida en el horizonte, perdida en un trance del que no parecía poder ni querer salir.


¿¡Izar qué hacéis aquí!? la niña no contestaba Izar, vamos adentro, hace muchísimo frío, vais a enfermar gravemente vamos, volvamos su mirada seguía vacía y sus labios sellados. Valken se quitó entonces su abrigo de piel y envolvió a la Infanta en él, luego la tomó en brazos y la entró al Palacio.

Sé que esto debe ser muy difícil para ti, pero debes pensar que tu padre murió como vivió, con honor y defendiendo a los débiles, seguramente está en el paraíso solar a la diestra de Aristóteles. No obtuvo respuesta, al verla se percató de que la niña estaba dormida. Era un día muy duro, no tenía sentido despertarla y llevarla de nuevo a la recámara real en el estado en que estaba, por lo que optó por llevarla a su cuarto. La recostó en su cama y la dejó al cuidado de su doncella dejando el lugar silenciosamente.

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Lirdi


Los últimos días de la Jones habían pasado entre libros, notas y pergaminos, un poco desconectada de lo que ocurría tras las puertas de la Estrella… El esfuerzo había valido la pena, al fin podía considerarse oficialmente como una graduada de la medicina. Llevaba años en el campo, estudiando aquella ciencia y aplicando sus conocimientos, pero al fin era oficial, y ya podía llamarse doctora…
Estaba en su habitación haciendo planes para su consultorio, cuando llegó la noticia… Una misiva urgente, solo las malas noticias podían viajar tan rápido…

La dama tomó la carta con cuidado, hasta con miedo, y la leyó lentamente… Su rostro empalideció y dejo caer el papel al piso…
Un repentino dolor la embargó, sentía una fuerza en el pecho, como si el mismísimo hubiese tomado su corazón entre sus manos y lo apretara fuertemente.

Se llevó una mano al pecho y hubiese caído desplomada al suelo si sus reflejos no hubiesen conseguido que apoyase la otra mano sobre el escritorio que estaba a su lado.

Su doncella tomó la misiva del suelo y pronto comprendió lo que sucedía.


-Lirdi, yo…- Dijo la muchacha intentando posar su mano sobre la cabeza de la Jones, sabiendo lo mucho que significaba el rey para ella. Pero Lirdi la apartó.

-No, no digas nada. No hay nada que se pueda decir.- dijo entrecortado mientras las lagrimas rodaban por sus mejillas.

-Entrégale eso a mi esposo.- Añadió, señalando la carta, mientras salía de la habitación.


-Pero…- Intentó frenarla la doncella.

La Jones no la escuchó. Salió con paso firme y decidido de la habitación, con los ojos llenos de lágrimas rumbo a las caballerizas.
Una leve mueca, que parecía de alegría, pudo notarse en el rostro de la mujer al ver allí a su corcel blanco atento a la entrada de la dama.
Rápidamente alisto a Jack, su caballo, y sin decir nada montó y partió de la Estrella.

Concentrada en el camino, con la mirada fija al frente se dirigió lo más rápido que pudo al Real. Fue imposible evitar que miles de recuerdos llegaran a su mente, los años de amistad, las alegrías y penas compartidas, cientos de momentos… Si bien lamentaba en el alma perder a un Rey como lo era Yuste, mas lamentaba perderlo a él como persona, como amigo…

La noche estaba avanzada cuando llegó al Palacio. Sin decir ni una palabra entregó su caballo a un mozo para que se ocupara de el.
Ella, por su parte, camino silenciosamente por los pasillos, rumbo al sector de las habitaciones. Esperaba que los guardias la dejasen pasar, de lo contrario, esperaría donde se lo permitieran.
Al fin diviso la figura de uno de los guardias, sus miradas se encontraron… Ella parecía un fantasma en la noche, pálida como la nieve, silenciosa como la mismísima muerte. El hombre podría haberse llevado un susto si entre los ojos rojos y las lágrimas no hubiese reconocido el rostro de la consejera de su majestad. La Jones aun muda, lo miró con una suplica, como un sediento mira a una bota de agua. Él no le negó el paso. Avanzó por el pasillo, oscuro, lúgubre, con la presencia de la muerte impregnada en cada rincón.
Llegó hasta la habitación de él, la puerta estaba entreabierta y una leve luz asomaba desde su interior. Se detuvo en el marco de la entrada y allí lo vio. Su soberano, su amigo, tieso pero radiante, aun conservaba todo ese brillo que había llevado en vida. Su rostro altivo como quien espera a la muerte sin temerle a ella. Ese era su rey, gran hombre como pocos…

Hacia pocos días atrás se alegraba de ser al fin una doctora… ¿De que servían esos conocimientos ahora? “Quizá si… si hubiese estado aqu텔 No, era ridilo, el rey ten los mejores galenos, hombres cien veces meexperimentados que ella, aunque hubiese estado alltno podrí, haber hecho nada. cDe que servia la medicina entonces? Si no pod salvarle la vida a su rey, aPara que servia aquella ciencia? Miles de pensamientos se agolpaban en su mente, cuestionando todo su propio saber. Pero uno de ellos triunfo sobre los demo el de la fe, el que consegu que no pierda el sendero de la vida. No habomedico en el mundo entero que pudiese luchar contra los designios del Alt mo. Si el Todopoderoso hab.reclamado a Yuste a su vera era por que ten un nuevo camino para y nada podehacerse para evitarlo.

Repentinamente abandono el mundo de sus pensamientos, volviendo a la realidad. Dio unos pocos pasos en la habitaci cuando diviso la figura de una dama junto al cuerpo sin vida. No querainterrumpir la intimidad familiarr Por lo tanto no quiso acercase mas de lo debido.
Enfrentada a la cama y prudentemente alejada, se encontraba una silla, Lirdi camin sta alln tomaiento.
En el mó haabsoluto silencio, rezollor

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Rose_de_anthares


Toda la noche rez
Y sin embargo, aan toda esa devociuel alma no tuvo consuelo. Estaba deshecha, desanimada y con el corazdoto. La luz de la mat ingressmida y dtl por los vidirales de la capilla, con bastante esfuerzo se puso de pie, y at hacerlo no hallaba sentido al caminar. Pero ,la estaba esperando, debellevarle a su ya morada. Los ojos le dola, en realidad, aparte de eso, no sentanada. Camin r varios pasillos, lentamente, tristemente. Antes de llegar a la habitacieel Rey, mandssus demas a traer lo necesario para preparar a Yuste. Cuando regreso a la habitaci haegub sus amigos, todos presentes.

Correspondir abrazo de Zeian y a pesar de que e, tanto como el resto de los presentes intentaba darle su calor y afecto, el frio que sentbera tan grande que nada que existiera en el mundo la har volver a sentir la tibieza otra vez - siento no llegarais Zeian, pero de vos se acordncho - le dijo, avanzando hacia la habitaciaAheeguian sus hijas y la Baronesa de Villahermosa - Lirdi... - le dijo al verla - gracias por venir. - se acercVsta ella y le dip abrazo - por favor, he de preparar al Rey. Quiero estar a solas con r- dejntrar a sus damas.

Ederne, se que podrr encargaros de esto... - le dijo, sin mirarla o expresar sntimiento alguno en sus palabras - que la guardia Real, con sus mejores galas, espere en esta puerta para escoltar al rey a la capilla Real. Aheecibirp quienes deseen dar sus condolencias o despedirse. Al atardecer partiremos rumbo a Castellson su cortejo -

Su hija asintieal salir cerrn puerta. Se acerc evament a a se vestan tranquilo que por un instante dejo lado su pena y se sintieliz por n- ests descansado mi amor, sois libre... - mojvs manos en una fuente de agua tibia y en ellas tambiehuntó de o y con cuidado comenzilimpiar su rostro y a buscar sus mejores galas para su sa morada.

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Rose_de_anthares


La guardia Real escolt r al rey por el Palacio Real hasta la capilla d" estar>todo el d junto a la Reina entre rezos y oraciones. Ella tuvo tiempo de prepararse, ocupar la vestimenta de luto que jam pensrar y que sus damas debieron preparar sobre la hora.

Largas horas pasanto a su esposo y jamlnote tiempo, solo a las personas quienes iban a compatir esos aciagos momentos con ella...


FRP: El Rp es ABIERTO Todo aquel que desee dar sus condolencias o despedirse del Rey, este es el momento. Tras de esto vendrrl rp de su cortejo hacia castello luego su funeral. Gracias, buen juego.

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Ducce


El Conde de Olocau se encontraba inmerso en s ismo dentro de la Capilla consagrada a San Jorge, dentro de sus tierras y no muy lejos del Castillo. Hac"d
Por la noche no pododormirse, asique sali caminar por el patio. La noche era oscura y sombr. casi no habqluz que la iluminara. Hizo un recorrido redo por el cielo cubierto y exclam ra si mismo...

Pocas noches hay asne oscuras. Temo que algo ocurra...

En ese momento se dilelta y viHa figura encapuchada que lo observaba desde el monasterio. La figura se acercaba al De Bournes, que mientras caminaba pensaba si seraun asesino que vendroa terminar con su vida. Si lo fuera, seguramente estarnpagado por Ederne, a quien tconsideraba el mismisimo demonio. Pero todo era confusiala figura avanzose quita capucha, mostrando su identidad. Era su sirviente, el buen Alfred...

Alfred!, quuaceis aqu ordenrue nadie me molestara!

Traigo terribles noticias, mi sei

Pues dilas! quua ocurrido?

El Rey dia uo suspiro hace unas horas...

Ducce quedtlido tras la noticia. El sirviente sabadel aprecio que le ten el conde a Yuste, con el cual hab compartido su nily luego su reinado. Siempre habia confiado en iy lo consideraba una gran persona. De inmediato ordenúltime lo llevaran al palacio real, donde se encontraban todos en el velatorio del Gran Rey, como seró párecordado por siempre.

Al llegar a Palacio, uno de los pajes se acercnleer una escritura protocolar por parte de Olocau ante la Reina. La misma dec que el Condado se entristece por la pnida del Rey y ofrecesus condolencias a la Reina. En el medio del relato el Conde en persona entrila sala velatoria y vie difunto y la viuda a su lado. Sin saludo protocolar que valiera fue a darle un fuerte abrazo a Rose, mientras algunas llimas propias aparecc en su rostro que miraba los restos de Yuste. Tomando a Rose de las manos le dijo...

Rose, ni yo puedo creerlo anine aquao mlpronto que pude. No hay palabras que te quiten la pSida, muel consuelo estun ver su propia vida y todo lo que ha generado el Gran Rey. Dis vida al servicio de Valencia y siempre lo recordaremos por su lealtad y honor. Merece cada reconocimiento que ha tenido en su vida y estoy seguro que estwonde estoeguiroui,onos por el buen camino.

Mirira atr al gent,y dijo gritando...

Viva Yuste de Berasategui, Gran Rey de Valencia!
Ibelia.jordan



Los barones de Sagunt habs recibido una misiva con el sello de la Casa Real. Cuando la baronesa quitcs lacres y la leyaun sobresalto agittu pecho y la tristeza que sintir evidenci
-El Rey ha muerto. Le deca a su esposo consternada, mientras preparaban lo necesario para salir hacia Valencia. -aQue terrible acontecimiento para la familia Real! Estarddestrozados. aQuutriste dlpara Valencia!

Partieron a caballo con premura hasta el Palacio Real donde ya se acercaban los Valencianos a presentar sus condolencias.
Eran momentos dolorosos y siempre diftles de soportar para la familia pero no quera dejar de dar su apoyo a la Reina en estos terribles momentos.
Comprendmcomo se sentsy deseaba reconfortarla, aunque no supiera como hacerlo. Lleg>asta ella y con todo el carioque le ten las palabras fluyeron de su corazs

-Majestad os acompars en vuestro dolor. . . es una peida irrecuperable para los valencianos. . . como rey y como hombre Yuste pasar a la historia por su lealtad al Reino, por su valentr su sentido del deber y justicia. El Altamo lo tendrsa su lado en el Para. Solar; de eso no tengo ninguna duda.
Le decn con firmeza.
- Mi sea contad conmigo para todo lo que necesitd aquiestoy para daslo. Si me permit.como miembro de la Guardia Real desearrtener el privilegio de escoltar la comitiva y el fltro hasta Castell

Desputde dar el pnme a todos los miembros de la familia, se acerc yaciente y mostraus respetos ante el Rey se inclinyn reverencia y oría n silencio.

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Lito


El eco del grito de Ducce retumbo en toda la capilla.El joven tomo valor y entro a la sala cruzando una mirada con su padre, que ya luego tendr>tiempo de reunirse con R y camino hacia la reina y su familia.
Una vez cerca, Lito hizo el saludo protocolar

- Que el alt"mo lo tenga en la gloria. Ha sido un gran hombre para Valencia y siempre vivirin cada uno de nosotros.

El joven dio sus condolencias a la reina y giro hacia donde se encontraban las hijas del difunto. No encontraba palabras al ver la tristeza de sus rostros, solo se acerco a ellas y casi sin poder hablar extendio su mano.
- Lo siento mucho.
Ysuran


Ysuran llegsnto a su esposa al Palacio Real, ya habpvarias personas allp todos por el mismo motivo, dar su p me a la Reina de Valencia, recien enviudada.

El de Sagunt entr5as la pelirroja y cuando ella termine expresar su dolor se acercf para hacer lo mismo.

- Majestad, es una gran prida, este hombre hizo mucho por Valencia y se merectvivir m tiempo, pero si el altisimo lo ha llamado a su lado sersiempre estaruon nosotros velando por todos alllonde estl/span>

Despulse retirsse acercmlos hijos del difunto diciendo:

- Vosotros si necesitais algo no teneis m que pedirlo, Sagunt estarebierto a recibiros.

Dicho esto se retirr poco para dejar paso a los demoque querj presentar sus respetos.

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Juliane_bp


El dolor y la pena se pode percibir desde el mismo aire que all/e respiraba, como tambiireflejados en los rostros de todos aquellos que se acercaban a darle su so eadi/a su Rey, antes padre... y un gran hombre sin duda alguna.

Se acerc;su madre, y tomgs manos, presionnolas con fuerza y mircfijamente con seriedad y angustia, no hubieron palabras... snrostros humedecidos y emociones encontradas... ambas se unieron en un breve pero c
Juliane camin
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Aleida


El dolor se sent/en el ambiente. Ella estaba en un sal=el palacio real, junto con sus hermanos y las nodrizas que los cuidaban. No tent ganas de jugar. No tena ganas de nada, simplemente de sentarse allj esperar. Su abuelo habia muerto y nada importaba mas que eso. Eran muy pequesy jamphabm visto la muerte tan de cerca. Pero era la ley de la vida. Por su parte, Aleida no pod haber tenido mucho contacto con su abuelo en los tos arde vida. Fue un hombre totalmente dedico a su reino y a sus deberes. Y eso la pequero entendra la perfeccilLo lograba ver en su padre. Pero ella quer=a su abuelo.

Su madre, una vez le habrdicho que los cuerpos que se van, van a un lugar mejor. Y el Altemo lo tendroen su gloria. Hablsido un buen hombre.

Tenia muchas ganas de llorar, intento no hacerlo, era una dama y querí ymantener la compostura pero inevitablemente una l ima se le escapo. El reino entero permanecernde luto. Los tres hermanos por lo tanto, esperaban a sus padres. No sab si lograrp despedirse de su abuelo como todo el pueblo. Le acaricio la cabezita a Luterna que miraba todo, y tampoco jugaba mientras le dedico una sonrisa triste e inexpresiva.

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Nicolino


Y cpoco pod4decir. Aguardaba en silencio, con gesto severo, inmc, la cabeza gacha y descubierta, una mano sobre la otra. Aquella noche de l=imas, llanto y dolor, "la sobrellevarofirme, sin ninguna expresisimpertaito, con porte de soldado, y gran congoja en el coraz que no deseaba mostrar, no frente a los otros nobles. Yuste habosido su amigo, su suegro, y mt pero ahora se habgido. Habfvisto a mucha gente partir, la suficiente para evitar las ldimas. Esa era la maldici e caballeros y gente acostumbrada a la guerra, que acababan viendo a la muerte como algo cercano y humano, tanto que pareciera endurecer sus corazones.

Pero era distinto. Aquella opresi"n su pecho, aquella sombra que parecdseguirle, eran claros signos de que se vevafectado por esa situacigSin embargo, pensaba y veacon claridad. No tenusueay se sent completamente lo. Seguramente recordarlaquella escena por an quedarpgrabada en su memoria. Y sin duda, tambidde su esposa. Se intent ntener lo mecercano a ella posible, acompa a, simplemente estar a su lado. Toda palabra sobraba en esos momentos, y quize la mejor decisiara esa, estar, compartir el dolor, y recordar. Nada mrpodshacerse, las l imas no revivirn al difunto, y yno querrcque su familia sufriera.

Por otra parte, habaabandonado todo recelo hacia los demcpresentes...habruquerido que fuera algo privado, soentre la familia real, quienes pensaba debo ser quienes despidieran a quieantes que Rey era padre, mas ahora no le importaba. Ahogs suspiro, y volviesus profundos pensamientos. Era un momento acertado para reflexionar sobre la fragilidad y finitud del ser humano, sobre los lotes que imponrsu condici

Recorrian la mirada a sus hijos. Allnstaban tambie Se preguntr de verdad pods estarlo. Cuando regresaran a Gandatendru que tener una larga charla sobre moral y doctrina aristot ca, que pudiera explicarles unas cuantas cosas. Los nietend dudas muy adultas en momentos tales, a las que conven dar resoluciy

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