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[RP] El éxodo

Leaford


No opuso resistencia alguna a los mercenarios que mas tarde le llevarían al Bebita I. Hizo un primer intento llevándose su mano derecha sobre la empuñadura de su espada, antes de desenvainar preguntó a quién servían y la respuesta le sorprendió totalmente, si eran hombres de su padre no haría nada y les seguiría sin más, ahora tenía varias preguntas que necesitaban respuesta y solo un hombre se las podía dar.

Distraído como estaba se olvidó de Winter, si se hubiera acordado habría buscado a su compañero para evitar la posible mala reacción de este al ver a Leaford y Aliena siendo acompañados por cinco hombres armados, pero no lo hizo y eso tuvo sus consecuencias.

Al salir del castillo el lobo los vio a lo lejos y se abalanzó contra uno de los mercenarios, por suerte para este lo vio venir y esquivó la dentellada que le intentó propinar el animal, al darse cuenta reaccionó gritándole al lobo para que este se tranquilizara, pero Winter no iba a desistir ahora y volvió a arremeter contra otro de los mercenarios esta vez ya armados los cinco, la embestida del lobezno volvió a fallar y esta vez uno de los hombres contraatacó propinándole una patada a la que siguió el intento de una estocada que acabaría con la vida del animal al encontrarse indefenso en el suelo.

Al ver la intención de aquel que quería asesinar a su compañero Leaford le embistió para impedirlo acabando los dos en el suelo, se recompuso antes que el otro, tiempo suficiente para acercarse a Winter y desenvainar la espada con intención de protegerle. Todo acabó en susto pues después de esto solamente hubo un tira y afloja verbal entre el mercenario y el soldado, con la intervención del resto que les acompañaban no pasó nada más, los mercenarios no podían permitirse el lujo de herir al hijo de aquel que les paga.

Llegaron al barco y tuvo esperanza de encontrar alguna respuesta por parte de su padre estuvo frente a él, pero apenas pudo decir nada cuando le echó a él y su hermana pequeña de la estancia para quedarse asolas con su madre. En su camarote poco podía hacer, simplemente se tumbó esperando que llegaran pronto a su destino.

Se encontraba medio dormido cuando un fuerte estruendo le sacó del sueño, rápidamente se puso en pie y subió a cubierta, el barco estaba siendo atacado. Lejos de ayudar Leaford volvió a su camarote, era su segundo viaje en barco y no sabría que hacer seguramente sería un estorbo.

Su madre había desaparecido, se enteró cuando uno de los mercenarios apareció donde se encontraba preguntando por ella, inmediatamente se puso en marcha y se unió a la búsqueda de su madre por el barco.

Y ahora se encontraba en el puerto de Zaragoza solamente con su espada y una bolsa que contenía una veintena de escudos, no le fue difícil bajar del barco, tan solo un par de amenazas y listo. Por lo que había podido escuchar de su padre Ibelia no aparecía por ninguna parte, ya solo le quedaba una opción, desembarcar en Zaragoza y seguir la búsqueda por la ciudad.

El joven no tenía idea de por donde comenzar a buscar, lo único que se le ocurrió fue comenzar a gritar por el puerto -Ibeeeeeeel, Ibeeeeeeelia- esperaba que pronto apareciera, si le escuchaba estaba seguro que aparecería, ¿acaso iba a ignorar la llamada de su propio hijo? El esperaba que no fuera así.

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Ysuran


Varios días había pasado navegando el Ebro, el río parecía empujarles hacia abajo como si tuviese él más ganas de perder de vista al Bebita que los propios marinos de tocar puerto.

Llegaron a Tarragona, no les llevó mucho dar amarre, el puerto estaba tranquilo y los recibieron de forma muy agradable. En una breve reunión con los del puerto se establecieron las tasas semanales para el amarre. Pisaron tierra, les parecía increible después de tantas negativas y contratiempos, ahora solo quedaba ir a Zaragoza para ver si la marquesa había aparecido.

Los trabajos del puerto relacionados con el desembarque terminaron al mediodía, mientras Ysuran paseó por la villa, siempre le habían dicho que era una de las mejores y necesitaba distraerse pero no se acercó a ninguna taberna, solo paseo por las calles en solitario hasta que le entró hambre y volvió al puerto pasando por la plaza principal; allí se le ocurrió la magnifica idea de colgar un anuncio de la Compañía Roja, los catalanes eran buenos militares, ya lo habían demostrado y no le vendría mal tener algunos con él.

De vuelta en el puerto comió algo junto a sus compañeros y su hija Aliena, la joven marquesita de Sagunt se había quedado con él, le gustaban las aventuras, sin duda era igual que su madre, cuando la conoció. Después les dio un rato de descanso, partirian por la tarde, iban con el tiempo en contra.

Al llegar la hora se reunieron todos en la puerta del pueblo, les esperaba un largo camino. En el grupo faltaba la joven marquesita que al parecer había enfermado, el aire catalán no le había sentado bien o quizás la comida, la verdad es que debía ser una epidemia porque muchos de los hombres también presentaban mal aspecto, incluso el Pellicer se encontraba mal por lo que decidieron esperar un día más a ver si se les pasaba...

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Ibelia.jordan



La dama caminaba con paso seguro, sabía que esa ciudad que le era conocida, pero muchos rostros se cruzaban con ella y parecía que nadie la saludaba. No era allí dónde habitualmente vivía, o por lo menos eso le parecía.

-Esta incertidumbre me va a matar. Mascullaba entre dientes, cansada de pelear con aquella situación que se le antojaba un castigo Divino.

-¡Qué pecado habré cometido que se me da tremendo Castigo! Pensaba mientras repasaba mentalmente los diferentes pecados que recordaba y si podía encontrar en su maltrecha memoria, haber faltado contra alguno de ellos.

Serpenteaba entre callejones y amplias calles, desde la posada hasta el puerto de la vetusta ciudad; edificios antiguos se mezclaban con nuevas construcciones en el laberinto de calles de la capital de Aragón, todo rodeado por una muralla construida mucho tiempo atrás con grandes sillares de piedra caliza.

En el Puerto ni rastro del *Bebita I* aunque la dama todavía no tenía noticia del nombre de la embarcación.
De los barcos amarrados no reconoció al que la había traído, los estandartes que portaba no se veían por ningún lado.
Los reconocería fácilmente, pues en el camarote donde ella se había despertado una vidriera con un león de oro y un águila de plata, cerraba el ventanal.

-Tendré que preguntar a alguien, quizá sea exponerme demasiado pero no veo otra opción si quiero resolver este enigma. Dijo para sí dirigiéndose al puesto de mando del oficial de Puerto.

Al llegar allí solo encontró a un joven al que preguntó por el barco y el blasón; debía ser algún ayudante, pues parecía no estar muy familiarizado con lo acontecido el día anterior, por la poca respuesta que de él obtuvo la dama.

-No sé Señora, . . . no me consta barco alguno. . . eso que usted dice no lo recuerdo. . .
Tantos barcos que amarran y desamarran seguro que entró por el sur y yo me encargo de la entrada Norte.
Carraspeó un poco al ver la mirada contrariada de la mujer.
-El oficial no me da novedades de los barcos que entran y salen, solo soy un ayudante. Ya lo siento Señora . . . Si quiere que le sirva en otro mensester. . .

La mujer lo miró de arriba a abajo escudriñando por saber si el joven era así de patán o por el contrarío un listo que buscaba llenarse la bolsa fuera como fuera.
Sacó de la limosnera escondida entre la falda y la camisa por debajo de la capa un par de monedas que mostró y lanzó una al joven.

-Gracias por la información , soy persona agradecida, si os enteráis de algo más . . . . Sabré recompensarle, joven. ¿Cual es vuestro nombre?
Volveré mañana por si tuvierais alguna respuesta.


-Mi nombre es Miguel. Contesto él. - Os serviré con gusto, señora. Le dijo con una cierta picardía en el rostro.

-¡Qué descaro! Con gusto . . . lo enviaría a la mazmorra con una docena de azotes. Pensó la dama.
De manera natural le salió aquel pensamiento y se dio cuenta que estaba acostumbrada a que todos la respetasen demasiado y que en algún recóndito lugar de sus recuerdos, estaba cansada de dar órdenes.

En lugar de eso forzó un amago de sonrisa y salió de la garita al frescor del puerto fluvial.

Necesitaba saber algo más, mucho esfuerzo para tan pocos resultados, pero volvía el dolor a su cabeza y de buena gana tomaría un vino que lo mitigase pero no le gustaba ir sola a las tabernas, eso lo sabía también esas cosas que sabía con certeza la desconcertaban pues eran insignificantes detalles cotidianos que no daban ninguna claridad a sus oscuros recuerdos.

-Si no voy sola, será que cuando voy tengo buena compañía. . . . ¿Dónde estarán mis seres queridos? ¿Tendré un esposo y unos hijos? Pensó con tristeza mientras avanzaba distraída por las calles de la ciudad.

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--Matthieu.



MATTHIEU

Matthieu había pasado ya un día en Zaragoza, se había alojado en una posada de las afueras que pagaba ayudando al dueño en los menesteres que necesitase, siempre que no interfiriesen con su misión de buscar a la marquesa.

Salió pronto por la mañana, en la villa había poca gente a esa hora, su destino era el mercado y de paso preguntar a los lugareños si sabían algo de una pelirroja recién llegada, pero a esas horas solo pudo preguntar a los tenderos que si se sabían algo se negaban en rotundo a hablar sin previo pago que el mercenario se negaba a dar, se olía que nada sabrían y sólo hubiese perdido dinero.

Volvió a la posada con los recados que dejó en la cocina para que fuesen almacenados y tratados, en la parte pública del local ya se habían reunido unos cuantos parroquianos, de esos que dicen a sus esposas ir a trabajar pero que dilapilan el sueldo en vino peleón antes de cobrarlo. Pero si alguién sabía algo y hablaba barato eran los beodos, así que se sentó cerca de un grupo que por las pintas debían trabajar en la mina cercana y les dijo:

- Saludos vecinos, brinden con este viajero por un día fructifero.

Pidió vasos de vino para los hombres y para sí mismo, pero este último que estuviese rebajado con agua. Pasaron un par de horas allí mientras el nectar hacía su efecto y pronto empezaron a hablar.

Uno de ellos trabajaba en el puerto como mozo, decía haber visto a una mujer pelirroja muy elegante desembarcar de uno de los barcos con varios hombres, a su parecer sería una meretriz que había estado de servicio en el barco, seguro que ahora tenía tanto dinero que no le cabría en las manos, añadió riendo. Sin duda esa no era la mujer que Matthieu buscaba, a pesar de ser pelirroja, la marquesa no iba elegantemente vestida, ya que encontraron sus ropas a bordo, debía ir mucho más cómoda. Otro de los hombres que vivía en los arrabales del puerto dijo haber visto a un hombre pelirrojo con cabellera larga, quizás un capitán u otro oficial importante, bajar a toda prisa de un barco fantasma...Por las indicaciones ese hombre, ni era un hombre ni su barco fantasma, solamente eran delirios de un hombre que pierde la batalla contra la lucidez debido a los años y que además le ayuda ingiriendo ese vino que bien podría matar a todas las ratas de la ciudad si se vertiera por la calle principal.

Con la información añadida de que lo había visto adentrarse en la ciudad, Matthieu se decidió por seguir esa pista, aunque la idea de que iba solo no le acababa de convecer,a la marquesa la habían secuestrado y por lo tanto no hubiese ido sola, pero por alguna razón, quizás porque estaba cansado de aquel ambiente cargado de vapores de vino o el olor de sus compañeros, salió de la posada.

Antes de salir por la puerta se vio obligado a ayudar a la mujer del posadero, era una mujer rolliza, de cara redonda y sudada que rondaba los ocho lustros con pechos caídos sujetados por un corsé apretado bajo un vestido marrón desabrochado y acompañado de un delantal que otrora fue blanco y unas polainas de material parecido al vestido. Matthieu tenía que ayudarla a limpiar los caballos de los establos y cambiarles la paja por otra que en su opinión estaba peor que la que le quitaban, pronto descubrió el secreto, la paja que le quitaban la usarían para los camastros de los clientes...con razón había notado tanto picazón por la noche, aquello debía estar plagado de chinches, pero era el único local que aceptaría su trato de trabajar a cambio de habitación...en parte se arrepentía de no haber aceptado la bolsa del capitán, pero se sentía obligado a hacerlo.

Terminó bastante tarde, no por el trabajo en sí, el había vivído en una casa con molino antes de ser lo que era, sino por el acoso de la mujer que lo perseguía y con sus constantes insinuaciones lo retrasaba porque tenía que ingeniar diversas formas de librarse de ella sin molestarla. Ya libre, y como dije terminado su trabajo, marchó al puerto donde estuvo amarrado el Bebita y comenzó a caminar por la calle que a él le parecía que el viejo había descrito en su relato del fantasma pelirrojo...¿o el fantasma era el barco? Daba lo mismo, empezaría por ahí.

Caminó por el puerto en dirección hacia la calle pero frenó en seco, le parecía haber visto salir a la marquesa de la oficina del puerto, pero con tanto bullicio que se había formado en cuestión de minutos era dificil determinarlo, debía investigarlo y se dirigió a la oficina, pero cuando llegó, cosa que le llevó porque debía esquivar cajas, viandantes, mozos y chusma del puerto, la mujer ya no estaba y le había perdido el rastro.

Le tomó poco tiempo decidirse a entrar en la oficina y se encontró con un joven y dado que era él unico que estaba allí se decidió a inquirirle a él:

- Chico...acaba de salir una mujer ¿verdad?¿Podrías decirme quién es?Soy muy generoso

El chico lo miró dubitativo y parecío respirar hondo antes de responder:

- No sé de que me habla, aquí no ha estado ninguna mujer.

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Ysuran


La mañana llegó y los que parecían enfermos lo seguían estando, algunos habían empeorado y vomitaban la comida entre los enfermos estaba la joven marquesita, así que Ysuran tomó una decisión, dejó a los hombres que peor se encontraban en Tarragona para que luego acompañasen a la joven hasta Sagunt y él seguiría con los pocos, quizás tres, que a pesar de vomitar se encontraban con fuerzas para el trayecto.

Tomaron la vía principal hacia la salida oeste de la ciudad, la siguiente ciudad que verían sería Lérida que estaba a un par de días de viaje, aquello disgustaba al Pellicer, en Valencia las villas estaban más cercanas y en un solo día se viajaba de una a otra, aunque quizás este era uno de los grandes secretos de la defensa catalana. Si un ejército trataba de invadirles tardaría más tiempo en pisar las ciudades por lo que tenían algo más de tiempo para preparar la defensa, cuando un Reino es invadido, un día puede marcar la diferencia de tener el ejército formado o en fase de reclutamiento.

Estaban ya a medio camino, era el momento de montar campamento para pasar la noche, un par de hombres fueron por leña para el fuego mientras Ysuran y el otro iban preparando lo necesario para una cena a base de verduras que parecía ser lo único que no se vomitaba. No habían terminado de poner las piedras donde se encendería el hogar cuando un hombre a caballo apareció a lo lejos del camino, provenía de Tarragona, los homres casi instintivamente echaron mano de sus hierros y se preprararon por lo que podía pasar, pero cuanto más se acercaba el jinete más seguros estaban de que no era una amenza, llevaba los colores catalanes en su ropa, era un emisario tal vez, fuese lo que fuese saldrían de la duda pronto porque el jinete paró ante ellos.

Los mercenarios observaron como bajaba del caballo, sacaba una carta del bolso y se dirigía a ellos diciendo:

- ¿El señor Ysuran Pellicer?


Ysuran se adelantó y el emisario le entregó la carta que el Pellicer desdobló y leyó cuidadosamente, al parecer tenía que volver y quitar el anuncio que puso en Tarragona y además presentarse ante los juzgados o dejarse llevar por el ejército que lo acompañarian cordialmente de una pieza. La mirada del capitán saltó de la carta al emisario y en poco rato comprendió lo que realmente significaban aquellas letras así que dijo:

- Gracias chico por la carta, ya puedes marcharte, hoy no habrá propina que no portas buenas noticias.

El emisario clavó una mirada de odio en Ysuran, montó a su caballo y se marchó por el camino que había venido. Mientras el Pellicer miró a su compañero, iba a comunicarle lo sucedido pero prefirió esperar que regresaran los otros dos con la leña. Cuando volvieron y estuvieron todos sentados alrededor de un fuego que de forma muy ducha habían encendido en cuestión de segundos dijo:

- Señores no pararemos en Lérida y mañana tenemos que salir del Principado al precio que sea, hemos infringido una ley de hace varios años que prohibe anunciar compañias como la nuestra en territorio catalán.

Los hombres se miraron sorprendidos, lo último que necesitaban era moverse corriendo y a escondidas, pero como bueno soldados que eran, asintieron y comenzaron a comer sin mencionar más palabra en toda la noche, como si todos pensaran en el futuro que les esperaba si los cogían.

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Ibelia.jordan



Nada más poner sus pies en el quicio de la puerta abierta de aquella garita y sentir el frescor de la húmeda niebla del puerto en su cara; se empezó a sentir algo mejor, aun así, pensó que vencería sus remilgos y entraría en alguna de las tabernas de la calle Mayor, frecuentadas por gentes de bien, un poco más caras que las portuarias, pero gracias a la buena bolsa que encontró en el camarote, podía disponer de una cantidad considerable de escudos, una buena temporada, sin pasar necesidades.

Distraída en sus pensamientos notó una sensación extraña, se sintió observada y levantó la vista. Allí estaba, a unas cuantas varas de distancia, uno de sus captores, era el que recibía las órdenes y gracias a su despiste pudo escapar.

Su corazón se aceleró de forma desbocada, la herida de su frente latía punzante y sus piernas casi cobraban vida propia entre el disimulo y la carrera, pero aun así echó la vista fija al hombre, lo que le permitió ver que entraba a la oficina de la que ella había salido.

- S i el tal Miguel se va de la lengua. . . juro que se la corto. Pensó llena de ira acentuada por el dolor que sentía.

Salió del punto de mira del mercenario lo más rápido que pudo sin alejarse demasiado, empujando a los que se le cruzaban al paso que la miraban de forma poco amistosa. Esto a ella le daba lo mismo, sabía defenderse y como usar las armas que portaba.

Si solo era uno su enemigo, sabía como hacer que cayera en una emboscada y librarse de él para siempre. Pero dudaba mucho que anduviera solo y no intuyese peligro, pues se le veía confiado en sus gestos.

Dudó hacia donde encaminar sus pasos y decidió no irse muy lejos para después poder interrogar a fondo, al muchacho de la oficina del puerto.
No podía permitir que hablase y mucho menos con su enemigo

Llegaba a las puertas de la catedral, sudorosa por la fiebre que provocaba la herida y cansada por la tensión de la huida. Se quedó mirando paralizada, como captada por la majestuosidad de sus bellos muros y esbelta torre, el Pórtico con sus sobrecogedores bajo relieves y la puerta abierta invitando al recogimiento y oración.

Decidió entrar y rezar. - ¿Se acordaría de hacerlo? ¿Sería ese su culto? Nada mostraba en ella su fe, no llevaba ni medallas, como tampoco llevaba anillo que mostrase su linaje, ni siquiera un sello que le diera pistas sobre sus logros en la vida.

Silenciosamente caminó con paso vacilante, se sintió un poco mareada por el olor a incienso y los velones perfumados que iluminaban los diferentes altares a un lado y otro de la nave central.

Se arrodilló en un banco cercano, como vio hacer a otros fieles, siguió con su vista las vidrieras y el altar mayor, dónde las distintas escenas de los Libros sagrados se veían representadas. Se dio cuenta al poco tiempo de su contemplación.

-Sí , aquella era su fe, aquella que defendería en la cruzada; aquella fe que sentía había sido la luz que iluminaba su camino. Y Recordó la oración que brotó de su mente dando sentido a todas las palabras, pero ni rastro de quien era, ni que hacía allí, eso seguía oculto en el fondo de su alma.

Encomendándose al Altísimo para que le diera fuerzas para seguir y no desfallecer en la búsqueda, aun con el dolor punzante en su cabeza y la fiebre que le llevaba casi al delirio, salió de la catedral y volvió al puerto dispuesta a defender con uñas y dientes su vida y la de los suyos, aunque aun no supiera quienes eran ni donde estaban.
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--Matthieu.



MATTHIEU

Matthieu bajó su mirada al suelo, parecía que buscaba la respuesta a los grandes problemas de la vida allí, bajo la atenta mirada del joven que tenía una estupida sonrisa en el rostro. Pero cualquiera que lo conocía sabía que aquel vistazo al suelo solo indicaba que su paciencia se había terminado y que era mejor apartarse de su lado, pero claro aquello no lo sabía el mozo que seguía frente a él.

El mercenario levantó la vista y la clavó directamente en los ojos del joven, que en aquel momento pareció comprender que la cosa no pintaba bien pero que ya era tarde...Matthieu puso su mano izquierda sobre el hombro del joven y lo aferró con fuerza como un halcón que clava sus garras en una presa para no soltarla jamás. Con la otra mano sacó su puñal que llevaba cruzado a la espalda y con el pomo golpeó un par de veces al mozo que sintió el frío del instrumento tocar su rostro cosa que le hizo perder el control de su cuerpo orinandose allí mismo pero Matthieu no prestó atención a este hecho y le dijo:

- Bueno, te creere, pero si me entero que mentías o que tienes algo que ver con el secuestro de la marquesa de Sagunt volveré y tendremos una charla...

El soldado se separo del mozo, se dirigió a la puerta y la abrió para salir, pero Miguel lo paró diciendo:

- Se...se...señor, quizás si ha estado una mujer pelirroja, pero no era una marquesa, era una mujer sencilla de ropa normal, nada de lujos...aunque su comportamiento si parecía refinado...Ella venía preguntando por un barco pero yo no sabía nada...lo juro. Otra cosa, usted habla de secuestro y ella venía sola.

Matthieu escuchó sin tan siquiera volver la vista hacia el mozo, se le hacía tarde, ya casi era la hora de ir a esperar al capitán junto a la taberna municipal, así que se marchó sin hablar. El camino lo hizo cabizbajo, pensando en lo que le habían dicho, iba sola eso era algo raro, pero quizás la obligaron a entrar a preguntar.

En la puerta de la taberna pasó un par de horas, y el capitán no apareció, significaba que aún no había llegado, así que decidió dar una vuelta por Zaragoza por si encontraba alguna nueva pista que no se presentaría y tuvo que ir a su posada, quizás tendría más suerte al próximo día.

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Ibelia.jordan



La dama aturdida por la fiebre y el intenso dolor en su cabeza, salía de la catedral con intención de volver al puerto y sonsacar al joven Miguel, pero en su errático trayecto, pensó que quizá sus captores hubieran sacado información al muchacho y fuese peligroso para ella acercarse al puerto; se encontraba mal y no se veía en condiciones de pelear y ganar.
Si quería seguir su búsqueda debía encontrarse en plenas facultades.

Cambió de dirección y puso rumbo a la posada donde se alojaba, al llegar le saludó el posadero amablemente y le ofreció la comida del día.

-No gracias, no estoy bien de salud, confesó la dama. -Necesito que una criada me suba a la habitación agua limpia y telas de lino. Una botella de vino no demasiado malo, algo de árnica y algunas hierbas de las que se utilizan para bajar la fiebre, sauce, ulmaria y eucalipto.
Pago bien mis servicios.

Le dijo al hombre y puso en su mano unos escudos que este miró con gratitud.

-Mi señora cuente con mis servicios en lo que necesite enseguida le mando a una de las jóvenes de la casa.

La dama asintió y se acercó al posadero mostrándole discretamente el pomo de su espada, levantando levemente la capa.
-Ni que decir tiene que requiero discreción por vuestra parte.
Si no es así . . . igual que sé agradecer un buen servicio, sé como vengar una ofensa.


Con la convicción con que lo dijo y ya fuera por la fiebre que sus ojos brillaban como poseídos o por el aspecto adusto que mostraba, hicieron valorar más la vida al posadero.

El hombre asintió sumiso, convencido de que sería una tumba pasase lo que pasase ante la perspectiva de enfrentarse con semejante mujer.
Ibel subió las escaleras hasta el cuarto y se encerró por dentro, tumbándose en la cama; quedó profundamente dormida casi de forma instantánea.

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Ysuran


Al día siguiente siguieron el camino directo a Aragon, la idea era pasar saltando Lérida, no convenía detenerse allí, pues tenían un ejército apostado en la ciudad y uno nunca sabía que órdenes tendrían, y seguro que no eran las mejores.

Cuando estaban cerca de Lérida, sus murallas podían verse con movimiento militar sobre ellas y la vigilancia en las puertas era bastante exhaustiva, por lo que tomaron el camino lateral, camino que se convertía en vereda que usaban para llevar ganado y aunque el camino suponía un rodeo, más valía llegar más tarde que nunca.

El grupo caminó rápido, a pesar de la seguridad de que se librarían de un encontronazo, no querían tener mucho que ver con los campesinos que hubiese por allí realizando sus labores. Aún así con las precacuciones se encontraron con alguno que se empeñó en saludarles y preguntarles donde iban, pero no era dificil dar una respuesta y seguir su camino.

Ya caída la tarde, todos victoreaban estaban de vuelta en el camino principal y en territorio aragonés, aunque les extrañó que la frontera no estuviese vigilada, pero quizás era una ayuda del altísimo. Ahora quedaba llegar a Zaragoza pero eso les llevaría más tiempo y deberían parar en alguna ciudad para descansar el ajetreado del camino.

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Ibelia.jordan



Casi volaba y el viento helado golpeaba con despecho su rostro, sentía un dolor como el del frío acero sobre su fina piel. Sus cabellos se dejaban enmarañar en caótica y desenfrenada danza.
Cabalgaba entre los árboles de un tupido bosque esperando ser frenada en cualquier momento por el tronco de un haya en su camino, que nunca llegaba; no lo esperaba con miedo sino con la esperanza de ver acabado su sufrimiento.

De repente frente a ella, un caballero sobre su montura, su yelmo calado no permitía ver su rostro. Pero el blasón que portaba en su escudo y en la manta de su equino, le era conocido; águila de plata y león de oro.

Pertrechado para la liz, sin que campo de batalla alguno apareciera a su alrededor, envestía sobre la dama. Ella sin saber como ya estaba lista con su yelmo y armadura, aceleraba su montura con lanza presta al envite.
Al contacto de las armas sobre sus cuerpos, con gran estruendo, como si de una exposión con pólvora se tratase, salía despedida hacia el vacío, hacia la nada, las llamas envolvían su cuerpo cayendo en un pozo profundo y oscuro antes de llegar al suelo . . . y romperse en mil pedazos.

Despertó; el sudor en su cuerpo era una fría capa que la hacía temblar como si hubiese dormido al raso toda la noche; sentía la pesadez de las ropas húmedas que se pegaban sobre su cuerpo febril, la dolorosa pulsión en su frente que nublaba su vista, toda su cabeza a punto de estallar. Era consciente de su cuerpo pero su energía se había desvanecido.

Escuchó unos golpes en la puerta, cada vez mas fuertes y apremiantes. Volvieron a tocar, cada golpe aumentaba su itensidad, por último, una voz de mujer se hacía notar entre los trucos en la madera.
Recordó su encargo al dueño, suspiró y sin saber si tendria fuerza para llegar hasta la puerta comenzó a mover su cuerpo.
Había cerrado por dentro y dejándose arrastrar por fuerzas que no sabía de donde habían salido, dejando a un lado la voluntad, pudo correr el cerrojo y abrir la puerta.

Una jovencita cargada con una bacía, lienzos limpios, hierbas curativas y un cubo con agua templada, se presentaba en la puerta sin atreverse a entrar, asustada de la imagen de la dama que tenía delante. Cargada como iba ya le dolían las manos y los brazos por el peso.

Ibelia volvió a la cama dejando allí parada a la criada desde el lecho le indicó con cierto tono de enfado por la inactividad que manifestaba.

-Entra de una vez niña y por aristóteles no te quedes como un pasmarote.
¡Ayudame! tengo que bajar esta maldita fiebre y curar mi herida. Y por si no te das cuenta no puedo sola. ¿Que me miras tanto? Actua mujer.
No me tengas miedo, es este maldito dolor el que me causa el mal humor.


Después de este sobreesfuerzo, la dama cayó rendida perdiendo de nuevo el conocimiento, lo que la joven agradeció por verse ya libre del mal caracter que parecía asaltar a la señora.

La joven iba lavando el cuerpo yaciente de la dama con los lienzos y el agua templada aromatizada con alguna hierba curativa. Luego curando su tajo, poniendo paños fríos sobre su frente durante horas. Puso una cataplasma sobre la infectada herida de la frente, no sin antes limpiarla de la ponzoña que de ella supuraba. Mas tarde intentó que tomara un brebaje a base de vino, las hojas de sauce y el eucalipto.

La fiebre iba remitiendo y el sueño reparador devolvía el color a sus mejillas, liberaba a la dama de su inconsciencia llevándola de nuevo al mundo de los vivos.

No sabía el tiempo que llevaba en la habitación y si la muchacha se había movido de su lado, poco a poco se recuperaba.

Se dejó cuidar ya sin replicar el dolor remitía y viendo que la chica hacía bien su trabajo y le daba poca conversación, la dejó estar sin molestarla.

-Muchacha, ¿cual es tu nombre? Le dijo ya cuando se encontró de mejor humor. La joven le dijo -Orosia me pusieron mis padres, señora, para servirle.

-Ciertamente, puesto que bien me estas sirviendo, por ello te recompensaré. Creo que me encuentro ya mejor; debes estar cansada puedes retirarte y volver mañana al desayuno.
Por cierto,
añadió. -¿Cuanto llevo postrada en el lecho? -Dos noches y un día mi señora. Contestó a la sorprendida Ibelia que había perdido totalmente la noción del tiempo.

La criada salió de la habitación dejando sola con sus pensamientos a la mujer que volvió a hacer esfuerzos por acordarse de su nombre con poca fortuna.

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--Matthieu.



MATTHIEU

Dos días más habían pasado por Zaragoza, las pocas pistas que había seguido no le habían servido para nada, solo llegaba a burdeles de mala muerte y eso en el mejor de los casos, otras veces ni siquiera llegaba a ningún lado. Indignado y un poco bebido por su fracaso golpeó en la barra con su jarra del vino peleón que servían en aquella posada, donde cada vez le era más difícil estar. El dueño lo cargaba de trabajos nauseabundos mientra su esposa le perseguía, había llegado a tener que bloquear la puerta de su habitación cuando estuviese dormido por el riesgo de que la mujer se colase, idea que ya le había sugerido unas tantas veces.

Miró al frente, se pasó la mano por la cara para despertarse un poco y se decidió a salir a buscar o simplemente a pasear por la ciudad. Cruzó la sala principal esquivando borrachos y mesas, todas parecían colocadas, junto al ambiente oscuro y cargado, para evitar que nadie se fuese, una de las veces incluso tuvo que empujar una de ellas para poder moverse.

Ya en la calle respiró hondo, aquella sensación al sentir el aire en su cara, aunque oliese a orines y excrementos de las casas vecinas, le parecía la mejor de todas las sensaciones. Comenzó a andar calle abajo, pero no llegó a la esquina cuando un brazo ancho y fácilmente reconocible tiró de él, la mujer que tanto le perseguía lo arrastró hasta la parte trasera donde se encontraba el establo, o lo que ellos llamaban establo. Matthieu no entendía aquél arrebato, pero pronto lo vio claro, quizás pretendía cumplir su intenciones, si se había decidido, él no podría más que ser descortés, dar un palo a la mujer y largarse del alojamiento. Sin embargo tuvo suerte, justo cuando ya estaba tirado en el suelo y tentando su espalda para coger el puñal, apareció una mujer joven, llamaba a su agresora, por llamarla de alguna forma, por lo que esta tuvo que responder y se marchó no sin antes indicarle que esa noche terminaría lo empezado.

El mercenario no necesitó mucho para decidirse, en ese mismo instante se marcharía de allí, prefería dormir en el puerto, antes que tener que pagar con la moneda que la dueña quería. volvió a entrar a la posada, se dirigió a su cuarto, tomó sus pocas pertenencias y salió a despedirse del dueño. Hecho esto, procurando no encontrarse con nadie más se decidió a salir por la cocina, allí no había nadie pero se escuchaban unas voces que provenían de la despensa. Por algún motivo necesitó oir que decían y se acercó sin hacer ruido, a pocos pasos de la puerta el sonido ya era más claro:

...Pues si, como te lo cuento, la ricachona pelirroja que tiene mi padre en la posada, ha estado enferma. ¡Menudo trabajo que me ha dado!¡Y encima es maleducada!...¡Por Santa Hinchada que paciencia tengo que tener! A ver si se va pronto, o al menos me da propina.

¡Ay! Mi niña, es lo que tiene trabajar en la posada más grande de la zona, que van gente de manías y dineros a los que hay que servir mejor que al Rey. Pues yo...

La voz que respondía le resultó mucho más conocida, era la mujer del posadero, así que solo escuchó un poco antes de salir de la cocina en dirección a la calle. Ya en la calle se preguntó de quien hablarían, así que optó por seguir la costumbre cada vez que oía hablar de una pelirroja, ir a investigar. Tomó el callejón más cercano y fue en dirección al centro de la ciudad donde estaba la posada que todos conocían como las más grande, esperando que fuese realmente aquella.

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Ibelia.jordan



El sol de medio día se filtraba a través de la ventana calentando un poco la fría estancia donde la dama se refugiaba. En cuanto la joven criada había dejado la habitación, Ibelia se había levantado de la cama, sentía como sus piernas iban cobrado fuerzas poco a poco, los caldos que le habían traído para comer reconfortaban su ánimo y le devolvían la vitalidad.

La herida de su frente ya no ardía y parecía que llevaba camino de convertirse en una cicatriz que con sus cabellos de fuego taparía haciendose apenas visible. Sentada a la mesa mordisqueaba el pan y tomaba un tazón de sopa que le habían subido de la cocina, por fin encontraba un momento agradable desde que había vuelto de su desmayo .

Pensaba en los últimos acontecimientos intentando ponerlos orden, los recuerdos de su vida anterior al camarote de aquel barco del que ni siquiera el nombre recordaba, eran como un oscuro abismo del que solo sensaciones sin sentido tenían.

Golpearon la puerta, el pestillo echado como prevención, un buen hábito por su seguridad, pensó que seria la criada, pero al abrir la puerta se sorprendió.

El dueño de la Posada se presentaba ante ella, con grave gesto de preocupación.

-Señora, no quiero alarmarla, ha llegado un hombre haciendo muchas preguntas. Quiere información sobre la marquesa de Sagunto una dama peliroja y quizá herida.

El hombre miró de arriba a abajo a la distinguida dama que se mostraba ante él como en la descripción proporcionada por el mercenario.
-Por lo que él dijo y utilizando no muy buenos modos, me parecio lo más conveniente avisarla.

Parece que no quedó muy con forme con mis excusas porque sigue merodeando por la posada aunque di aviso a los alguaciles. La Posada de las Almas es la mejor de la ciudad y todos lo saben hasta reyes se alojaron en estas habitaciones. Ninguno de sus huespedes debe temer nada.


-Has hecho bien en avisarme, buen hombre, te recompensaré por tus servicios, la criada que me enviaste hizo su trabajo con diligencia y ya estoy mucho mejor pero debo irme.

Se acercó al arcón y con disimulo sacó unas monedas de oro que recompensaron generosamente al Posadero que casi besaba el suelo con tanta reverencia.

-No quisiera cruzarme en el camino con ese mercenario, no se aun porque me busca, pero seguro que mi familia pronto mandará a alguien para ayudarme.
Escribiré una carta a Sagunto ya que parece que soy la señora de ese feudo.


La dama escribió unas líneas y entregó la carta al Posadero.
- Le ruego haga lo posible para que llegue al Marquesado de Sagunto a la atención del señor marqués. Estoy segura de que tengo en algún lugar, un esposo que espera que regrese.

Me buscáis una forma de salir de aquí, lo más discreta posible para pasar desapercibida. Que nadie me pueda descubrir. Quiero viajar al Norte, seguro que no espera que salga en direccion contraria a mi casa.


Ibelia iba recogiendo de forma apresurada, en un morral sus pertenencias recién adquiridas en el mercado de la ciudad, pero todo no cabía en su interior y decidió desprenderse de lo menos necesario.

-Que pena debo dejar este vestido, no cabe en el morral y no puedo viajar con él puesto, llamaría demasiado la atención.
Se lo dais, a la joven criada que pusiste a mi servicio seguro que le da buen uso.
Y estas cosas se las puede quedar.
Le dijo al posadero señalando lo que la dama no había podido incluir en su reducido equipaje.

-Señora, sale un carro de un comerciante de grano hacia Huesca, esta misma tarde.
Podríamos ayudarla a esconderse en la carga yo me arreglo con el comerciante seguro que compramos su discreción y el pasaje por unos escudos.


-¡Sea como decís! toma para esos gastos. Le contestó entregando una cantidad de escudos con losque el Tabernero abrió los ojos como platos. -Arreglalo todo y prepárame comida para la jornada. Marcha cuanto antes y no olvidéis ser discretos; va en ello mi vida.

El posadero salió cargado, y con los bolsillos llenos, de la estancia , dejando sola a la dama que siguió preparando sus cosas.

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--Matthieu.



MATTHIEU

El mercenario llegó a la posada, la diferencia con la que él había estado era enorme, se veía buen vino en las mesas, queso y manjares que donde él había estado no se podían ni imaginar. Las mesas y sillas se veían robustas, resistentes a cualquier golpe o pelea, estarían hechas en la carpinteria del hijo de la marquesa minimo. Los picheles, platos y cubiertos se veían de metal ricamente decorados, casi daba pena usarlos para su cometido.

Se acercó a la barra donde un hombre, que sería el dueño servía alegremente a todos, esperó que estuviese desocupado y se le acercó diciendo:

-Buenas señor, vengo a hacerle un par de preguntas rápidas...¿Tiene aquí hospedada a la marquesa de Sagunt? Es una mujer pelirroja, elegante, aunque quizás lleve ropa normal....es tal que así de alta, con ojos azules pero de mirada fiera, una herida en la cabeza...Y en el caso de que esté aquí ¿Viene sola o viene acompañada? ¿Podría llevarme a su habitación?

El posadero palideció un poco, dio un sorbo a la cerverza que tenía frente a él y negó con la cabeza para luego añadir:

- No, no tenemos a nadie que coincida con esa descripción. Lo siento caballero.

Matthieu notó que algo no iba bien, las reacciones del hombre no le habían gustado así que optó por preguntar otra vez, pero más a su estilo, así que sacó el puñal que llevaba a la espalda y se puso a acariciar su punta en la barra diciendo:

- ¿Está completamente seguro de que no está? Sería una pena que yo me enterase de que usted ha mentido y esta posada tenga que cerrar por defunción del propietario...

El hombre lo sorprendió con su reacción, volvió a negar con la cabeza, se disculpó y se marchó a las cocinas casi sin inmutarse, este no era como el del puerto, o estaba acostumbrado a las amenazas o decía la verdad. Pero por si acaso no se marcharía de allí, seguiría preguntando a los parroquianos que seguro serían más fáciles de convencer.

Bastante rato gastó en esa empresa, pero finalmente encontró a una joven de vida alegre que tras prometerle un par de escudos contó que había un par de noches había estado con un cliente en una habitación de la primera planta y que al lado le pareció escuchar gemidos de dolor. Añadío que tras terminar su trabajo se acercó a ver que pasaba y pudo entrar en la habitación donde vio a una mujer pelirroja herida en la cabeza.

El soldado agradeció la información, se enteró bien de que habitación se trataba y rápidamente se acercó a investigar, golpeó un par de veces con los nudillos en la puerta pero no obtuvo respuesta...

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Ibelia.jordan




Un par de golpes en la puerta sobresaltaron a la dama, todavía era pronto aunque ya estaba lista y esperaba el aviso del Posadero.

Algo le inquietaba , un sexto sentido le puso en alerta. Terminó de recoger sus cosas y se dirigió hasta la puerta.

Había preparado las pocas pertenencias que le resultaron imprescindibles temiéndolas en un amplio macuto que colgaba sobre su hombro.
Con un pañuelo de tela de cáñamo, haciendo un hatillo que colgaba de su antebrazo como las campesinas, llevaba lo que consideraba más necesario, el saco con el dinero del que no tenía intención de separarse y el recado que le habían preparado para comer en una olla de barro.

Sobre los hombros vestía una capa que ocultaba el atuendo austero comprado en el mercado, días antes, camisa y falda oscura, un sencillo sombrero cubría su cabeza y el llamativo cabello, por el que parecía conocerla sus perseguidores.

Al abrir la puerta y ver al mercenario delante de ella, parado, con cara de sorpresa y mirando al interior de la habitación, espada en mano; no le dio tiempo a terminar la frase que quedó congelada en su boca.

-Señora marquesa, por fin la encuentro. . . . dónde. . . . están sus captores? Iba a continuar pero un fuerte golpe asestado por la Marquesa lo dejó mudo de forma instantanea.

-Vos me buscabais , pero yo nada quiero saber. ¡Idos al infierno lunar!
Gritó Ibelia, mientras, con todas las fuerzas de que fue capaz le propinó un talegazo con el pesado hatillo que portaba; tenía el peso y la dureza necesarias para dejarlo fuera de combate al segundo golpe de revés.

-¡Espero que no hayas dañado mi comida rufián!
Exclamó al saltar sobre el yacente.
Se aseguró de que los compinches de aquel que había dejado fuera de combate, no estuvieran cerca, mirando a un lado y otro y partió lo más deprisa que pudo.

Dejó tirado al hombre sobre las tablas en mitad del quicio de la puerta y salió a la carrera por el pasillo hasta llegar al patio posterior donde se encontraban las carretas preparadas para el viaje.
Habló con el mozo encargado que ya estaba avisado y rápidamente estaba cómoda y bien escondida en uno de los carruajes, dispuesta para el viaje.

En unas horas llegaría a Huesca, a salvo de sus perseguidores o eso pensaba.

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Ysuran




¡Huesca! La ciudad se presentaba frente al reducido grupo de la Compañía Roja. Ysuran la conocía poco, solo había estado una o dos veces por allí, pero el blasón sobre la puerta de la ciudad la hizo reconocible hasta para el más inexperto de los hombres. Franquearon el postigo con ritmo tranquilo, no querían armar revuelo, solo ir a la posada y descansar un tiempo para continuar el viaje a Zaragoza.

Las calles estaban agitadas, la gente corría de un lado a otro y se escuchaba algo de ejércitos y el castillo, pero eso no era asunto de Ysuran, aunque le venía muy bien, ese jaleo les permitiría pasar más desapercibidos.

Preguntaron a un par de vecinos para localizar una posada en la que descansar y siguieron las indicaciones. El grupo llegó, se sentaron en torno a una mesa redonda situada en una esquina con poca luz y pideron cervezas, salvo Ysuran que prefería no beber, era algo que no le atraía excepto con el vino de Anjou, a ese si le hacía hueco y ganas, pero desde que dejó su nobleza no volvió a recibir ese regalo del gentilhombre que intentaba casar a uno de sus vastagos con una de sus adorables hijas, pero atrás quedaban esos tiempos, más tristes y aburridos que felices, y lo importante ahora era descansar.

La noche les sorprendió allí sentados, entre chanzas, victores y brindis. Todos estaban contentos de reposar posaderas salvo el capitán que tenía su pensamiento en su esposa, que seguía en aquellos momentos secuestrada y sin dar noticas de que querían por ella. El Pellicer se levantó, cruzó la estancia casi vacía, el problema de antes que también le había venido era un duro mal para tabernas y hospedajes. Subió las escaleras y fue hasta la habitación que ocuparía en la segunda planta, era un cuarto pequeño pero acogedor y por el que había pagado 5 escudos diarios sin incluir comidas.

Ysuran se tumbó en la cama y quedó mirando al techo de madera de pino sostenido por dos vigas de mismo material. Intentó conciliar el sueño, pero no pudo, estaba cansado si, pero muy agitado y preocupado. Finalmente, y tras dar varias vueltas sobre sí mismo en la cama, pudo dormirse, ansioso por salir el día siguiente si sus compañeros estaban en condiciones de hacerlo.

A la mañana siguiente se despertó con el primer rayo de luz que le dio en la cara, aún tenía sueño pero sus ganas de salir superaban toda sensación y sentimiento. Se abrochó los calzones y se puso su camisa roja, luego el sobretodo gris que le cubría bien cuando hacía frio como en aquella mañana de Enero. Salió del cuarto y bajó al salón principal donde pudo encontrar a sus hombres en los mismos lugares que dejó el día anterior, sin duda la salida sería tarde y eso en el mejor de los casos. Acercóse a la barra para pedir algo con lo que llenar su estómago inquieto y el posadero aprovechó para entregarle una carta que provenía de Sagunt. La leyó detenidamente, la marquesa había escrito para decir que se había escapado de sus captores pero tenía el problema de que la perseguían.

- ¡Pobres ilusos! Exclamó el capitán, no sabían con quien se enfrentaban, no era tan fácil echarle el guante a la pelirroja cuando estaba con plenas facultades. La cuestión era si podría encontrarla él.

Tomó las gachas que le habían puesto para desayunar todo lo aprisa que pudo y luego se dirigió a sus hombres para decirles:

- Hoy nos ponemos en marcha al atardecer, dejad la bebida y a dormir.

Acto seguido se alejó de ellos y salió del lugar para dar un paseo por la ciudad, conocer sus lugares y pensar que hacer después, pues no tenía mucho tiempo, pronto tendrían que estar en Lourdes para hacer el encargo de la Compañía. Así andaba cuando vio pasar un carro de un mercader en el que iba una mujer pelirroja que era el vivo retrato de su esposa, quizás por curiosidad o por el hecho de que la echaba de menos intentó seguirlo, pero en un par de calles y con el gentío lo perdió de vista. Eso lo dejó pensativo...

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