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Info:
Del como Erlantz va a solicitar ayuda a su primo Yuste, Rey de la Corona de Aragón, Rey de Valencia y Duque de Benicarló, para que le asista en la defensa y protección de sus tierras (Eivissa) de los ataques moros y piratas. Parte II: La partida de Yuste a Eivissa y su herida causada en combate. Parte III: El testamento de Yuste y su muerte. Un final, un comienzo.

Deber, Sangre y Honor

Ojos_grises


En algún lugar del Mediterráneo, 1460

Dios será nuestra espada! – con ese grito se abrieron las puertas de la muralla y los aguerridos hombres de la pequeña guarnición salieron al combate para enfrentar a los moros que una vez mas pretendían expulsarlos luego de una semana de asedio. En la mirada del joven protector de aquella villa refulgía el fuego por defender a su gente y a la poca tierra que le quedaba, pues, a los constantes ataques de los infieles se le sumaba la destrucción impía de parte de los piratas, y mucho ya no se podía hacer.

El encuentro fue feroz, el ruido del choque de las espadas se mezclaba con el del corte de la carne y los gritos de las víctimas de la batalla, convirtiéndose aquella tarde en otra cacofonía de muerte. Dos largas horas de combate tuvieron que pasar para que se oyera el último cruce de espadas – victoria! victoria! – gritaban los valientes defensores y una ligera llovizna compensaba a los cansados combatientes.

Arderéis en las llamas del infierno, perros aristotélicos! – gritaba el capitán de la nefasta incursión morisca que fue aprisionado y llevado ante el joven líder de ojos grises – tú nombre – preguntó el protector – no sois mi señor, y no responderé ante vos – respondía el prisionero, entonces el joven le tomó el rostro presionándole la barbilla y le volvió a preguntar – he dicho que me digáis vuestro nombre – el capitán prisionero ardía en odio ante el joven que tenía en frente mirándole como si en él estuviera todo lo que odiaba de aquella cultura, y al no poder liberarse le escupió y respondió con mas odio– y yo os he dicho que no sois mi señor y que no os responderé, sucio aristotélico! – el joven se limpió el rostro manteniéndose en su posición mientras el moro continuaba – si hoy nos habéis derrotado, pronto el Único se encargará de limpiar estas tierras de vuestra despreciable presencia – el joven despejó el agua de la llovizna que cubría su rostro y enterró su espada en la tierra junto a él antes de hablar – seréis libre si os arrepentís del pecado en que vivís con esa religión. ¿Aceptáis? – y el moro respondió escupiendo a los pies del joven – si me hacéis libre, volveré y os mataré, a vos, a vuestras mujeres y a vuestros niños para que su raza de infieles no prolifere, y conmigo vendrán los ejércitos del Único para exterminarlos de este mundo – Los ojos grises observaron con indiferencia a su prisionero, no merecía más de él - entonces, partiréis con vuestro dios para reforzar su ejército de almas perdidas – desenvainó una daga desde su cinturón y haciéndole alzar la cabeza le cortó la garganta, le soltaron y así el cuerpo del capitán enemigo yacía en tierra ahogándose en su propia sangre.

Volvamos a la plaza, debemos tranquilizar a los nuestros… - tomó su espada y la envainó – ¿y los prisioneros? Apresamos a unos pocos, la mayoría huyó – el joven observó el campo de batalla y respiró profundamente – se ha derramado bastante sangre ya. Retiradles las armas y dejadlos en libertad.

¿Cuánto tiempo más, señor? – dijo para si mismo en voz baja y tomó camino a la plaza dentro de las desgastadas murallas de la villa. Debía tomar decisiones…

Tras la batalla, brindaron los cuidados a sus enfermos y enterraron a sus caidos, la tristeza era grande, y algo debía hacerse.

Podemos negociar con ellos, podemos pagarles algún tributo para que nos dejen vivir en paz – dijo uno de los notables de la villa que se hallaban reunidos en el salón del ayuntamiento – ¿Y creéis que ellos están tan dispuestos como vos? – respondió el joven de ojos grises – lo único que anhelan es expulsarnos de estas tierras, como lo han hecho ya con otras ciudades – se levantó y caminó alrededor de la mesa – Desde hace mucho que nos la hemos arreglado para subsistir y evitar nos arrebaten lo que es nuestro, desde hace mucho que no hemos visto a algún noble señor cumpliendo su deber, y nos han abandonado a la suerte. Y no nos lanzaremos ahora a suplicar a los pies de esas despreciables gentes que solo buscan nuestro exterminio – se detuvo detrás de su silla – Desde que mi padre partió a cumplir su deber y me eligieron para ocupar su lugar, he dado todo cuanto me han permitido mis fuerzas para proteger a nuestra gente, y lo continuaré haciendo por la promesa que con vosotros tengo y porque así lo manda mi propia voluntad., sin embargo tan solo mi voluntad no es tan grande como para superar las acrecentadas incursiones de moros y piratas. Caballeros, solos y como nos han aislado de las rutas comerciales, no aguantaremos por mucho tiempo, es por esto que creo es tiempo de invocar a la ayuda de otros hermanos aristotélicos – los presentes se miraron entre si y de inmediato surgieron los comentarios – Estamos aislados, joven señor, vos mismo lo habéis dicho, ¿Quién se preocuparía por nosotros? ¿a quién habría de interesarle nuestra gente?, nuestra desgracia no es nueva, y si alguien quisiera, ya nos habría brindado ayuda… el altísimo nos ha abandonado… - terminó lamentándose el hombre, entonces el de ojos grises golpeó la mesa con ambas manos y respondió levantando la voz – no permitiré que hayan mas blasfemias en este lugar!, si queréis lamentaros de vuestra suerte no lo hagáis culpando a nuestro Señor de ello – relajó sus manos y continuó más calmado – caballeros, nuestra fe debe mantenerse tan firme como nuestro deseo de vivir y nuestro deseo de paz, no abandonaremos a nuestro Dios para caer en la desolación, y menos cuando eso es lo que quiere nuestro enemigo, por tanto os pido que conservéis vuestro temple y vuestra hombría – tomó postura y continuó caminando nuevamente alrededor de la mesa – Se de un fiel señor aristotélico a quien podríamos pedir auxilio, y que en cuanto sepa de las penurias y batallas que hemos librado, no dudará en socorrernos – los presentes volvieron a mirarse entre sí preguntándose de que hablaba el joven – si sabéis de ese alguien ¿Por qué hasta ahora habláis de él? ¿Por qué no nos evitasteis la desgracia de cruentas batallas? – los ojos grises se posaron en aquel hombre – No creí que la situación llegaría a tanto. ¿Acaso no recordáis que hace dos años solo luchábamos contra moros asaltantes de camino y las incursiones de piratas no eran tan asiduas?, hoy, caballeros, tratamos contra ejércitos moros, despiadados y desalmados hombres guiados por la inmisericordia y odio a todo lo que a nos y a nuestro Dios concierne, almas desdichadas que abrazados a una falsa fe del demonio pretenden exterminar a la nuestra, son embajadores de la muerte, las falsas creencias y la desgracia… – tomó aire para continuar – por eso, ya no podemos continuar solos y hasta ahora no creí que necesitaríamos de este auxilio – otro le preguntó – ¿tan seguro estáis de que nos auxiliará? – y el joven respondió – si vuelvo con una negativa, yo mismo me cortaré la mano derecha y me desterraré de vuestro lado.

Los presentes aplaudieron la conclusión de la reunión – Partiré mañana mismo, al amanecer.


Nota: Este primer post es una copia del hilo que lleva el mismo nombre y que fué iniciado hace tiempo en este mismo foro, y que por no continuarse posteando fue cerrado (cosas IRL que a uno lo mantienen alejado de este bonito vicio de escribir xD). Los siguientes posts a continuación de este son completamente nuevos =P
Ojos_grises


A la mañana siguiente, con lo justo y necesario, un pequeño barco zarpó del precario puerto rumbo a costas valencianas. El joven se internó en su camarote y despojándose de su espada y chaqueta se recostó en su cama sin más hacer que mirar el techo.

El viaje no fue largo ni grave a pesar de la presencia de piratas, sin embargo, en las horas que duró este el de ojos grises no salió de su camarote ni a tomar aire, y allí se mantuvo hasta que el barco amarró en el puerto de Castellón.

Señor, hemos llegado – le indicaba un marinero tocando la puerta del camarote. El joven volvió a hacerse de su espada y tomando su chaqueta salió a cubierta. El aire de aquella ciudad era agradable, la brisa, el paisaje, y hasta las calmas aguas le entregaban al joven un regocijo del que hace mucho tiempo no había disfrutado. Llegaron de tarde y el movimiento del puerto era poco, el joven desembarcó acompañado de dos compañeros de combate que no quisieron dejarle solo en esta comisión, así, los tres caminaron junto con sus caballos por el puerto haciendo preguntas sobre a quién buscaban, y cuando oyeron mas sobre él se sintieron mejor de saber que sus esperanzas no serían echadas en vano – caballeros, entonces, hasta Peñiscola. Si nos apuramos lo suficiente llegaremos antes de media noche – Los tres montaron sus caballos y se pusieron en marcha.

Unas cuatro horas de cabalgata les tomó a los viajeros para que pudieran divisar las murallas de Peñiscola iluminadas por sus antorchas. Llegaron hasta el camino que conducía al portón principal de la ciudad y antes de que llegaran dos guardias a caballo salieron desde los muros de la ciudad y se acercaron hasta los extraños para interrumpirles el paso, el joven de ojos grises y sus acompañantes se detuvieron y a la presencia de los guardias les indicó – Salud a vosotros. He venido a solicitar audiencia con el Duque de este castillo – ambos hombres se miraron y volvieron a ver las maltrechas ropas que traían aquellos viajeros antes de reír un poco – y creéis que para pedir un poco de pan el duque os dará audiencia – rieron los guardias, y el joven respondió – si buscara pan, tened por seguro que no me resultaría complicado despojaros de vuestras armas y caballos para poder venderlos – los guardias enfurecieron y tomaron por la empuñadura sus espadas pretendiendo desenvainar, pero antes el joven continuó – no es necesario que desenvainéis, no venimos en busca de combate, sino por el contrario, pero somos hombres de honor y no permitiré que os riais de nosotros por como nos veis – los guardias continuaron escuchando – Hemos hecho un viaje largo solo por llegar hasta aquí, os pido que me llevéis ante vuestro señor, y si él al verme no me concede audiencia, podréis tomarnos a los tres como prisioneros.

Los hombres asintieron y así escoltaron a los hombres hasta la muralla y por dentro de la ciudadela. Llegaron hasta el castillo en la cima donde gobernaba el castillo y desmontando los guardias y los hombres ingresaron hasta zaguán previo a las escaleras que conducían al patio de armas, el sargento de guardia del castillo les recibió y cuando el guardia le contó lo sucedido con una ira respondió reprimiendo al guardia – ¿acaso os pensáis que tengo tiempo para perder con vos y con vuestras apuestas? Una semana de arresto para vos, y antes encerrad a estos tres, decomisad sus caballos, que seguramente son robados – los hombres temieron por lo que oían – pero, sargento – apelaba el guardia – ya he dicho! – y ante tanto bullicio, como andaba de paso por esas cercanías el de Estivella, secretario del Duque, se acercó hasta el lugar e interrumpió – ¿qué sucede? ¿Por qué interrumpís así la paz de la noche? – el sargento se acercó al secretario y le indicó lo acontecido, entonces, el de Estivella se acercó al joven de ojos grises – ¿para qué necesitáis de la presencia de su Excelencia? – el joven visitante se acercó y saludó – he viajado desde lejos con un solo motivo, y depende de esta audiencia el destino de mi pueblo y el mío. – se acercó un poco mas al de Estivella y susurróle algo, el de Estivella parecía ciertamente asombrado, le miró a los ojos y no parecía mentir, entonces respondió – si es como decís, el Duque os recibirá, él aun no duerme. – entonces indicó el de Estivella al sargento – conducidlos hasta la torre de homenaje, y que esperen en la sala superior – sin mayor aspavientos, el sargento obedeció.

El joven y sus acompañantes al fin respiraron tranquilos, el de ojos grises relajaba su tensión y esperaba que este encuentro de buenos frutos, se puso en marcha hasta donde le indicaron esperar.
Yustebv


El Duque, que terminaba de repasar cuentas sobre su hacienda, recibió la noticia del de Estivella, y aún con cierta duda se dirigió hasta donde el anunciado visitante esperaba. Salió desde sus estancias y cruzó con cierta presura el patio de armas hasta subir las empinadas escaleras hasta donde le esperaban. Ingresó al pequeño salón y desde el primer instante cruzó miradas con aquel personaje de ojos grises.

De pronto, un tropel de pensamientos se apoderó de él junto con una cascada de infinitos recuerdos que podría decir casi había olvidado, pero, la presencia y rasgos de aquel hombre eran inconfundibles, aún con el tiempo pasado – ¿en verdad sois vos? – se iba acercando a él – ¿sois aquel pequeño que con menos de diez años derrumbó al Yuste del doble de edad para darle una golpiza? – el joven de ojos grises sonrió ligeramente para interrumpir – golpiza merecida si mal no recuerdo, señor, pues ese joven de veinte años pretendía robar el preciado whisky de mi padre – ambos sonrieron – yo era joven y mucho mas sinvergüenza de lo que me gustaría recordar - El de Benicarlò se acercó más al joven y le tomó por los hombros – ha pasado mucho tiempo, miraos, todo un hombre – le abrazó con tanta confianza que los guardias, los acompañantes del joven y el mismo de Estivella se sorprendieron – Sed bienvenido, vuestra presencia ha hecho desempolvar memorias de afecto y me habeis hecho sentir mucho agrado – el joven respondió con similar afectuoso abrazo, luego el Duque se dirigió a su secretario – Rodrigo, este joven es mi primo hermano, hijo de la hermana de mi madre. Que traigan vino y luego encargaros de que le preparen adecuadas habitaciones a él y a sus acompañantes – y con un gesto indicó que les dejaran solos y así lo hicieron él y los guardias.

El Duque invitó a sentarse a los jóvenes visitantes y el hizo lo propio cerca de ellos, el joven tomó la palabra – Excelencia… - Yuste interrumpió – no seáis formal y llamadme por mi nombre para hacer justicia al afecto que os guardo – el joven asintió con una sonrisa y continuó – primo, estos hombres que me acompañan amigos y compañeros de batalla, son Guillem de Ferré y Martí Ballester, ambos están aquí conmigo por la misma causa – ingresaron al lugar un par de pajes portando copas y el vino que le Duque había solicitado, les entregaron a cada uno y procedieron a servir, entonces Yuste habló – antes de que me contéis de vuestra causa, dejadme brindar por vuestra presencia y que por gracia de nuestro señor puedo hoy compartir este vino con vos y vuestros amigos – se levantaron y luego del salud gestual todos bebieron de sus copas para volver a tomar asiento, entonces el Duque continuó – pero contadme antes, ¿cómo está vuestra madre y padre? Desde que os deje la última vez no he sabido nada de vosotros.

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- el joven respondió a la gentileza y preguntas del Duque – cuando nos dejasteis eran tiempos distintos, podíamos disfrutar de paz, de abundancia y de una buena vida con los nuestros y así vivimos durante varios años. Mis padres y yo íbamos enterándonos de todo cuanto os iba sucediendo a vos y a vuestros cercanos, recordad que cuando os marchasteis de nosotros vuestra madre no era aún reina de Aragón, ni vuestro padre Rey de Valencia, y nosotros íbamos escuchando con orgullo cada noticia de cuanto crecía en gloria vuestra casa. Si no os escribimos cartas fue porque mi padre nunca quiso que pensareis que queríamos aprovecharnos de vuestra situación, y así pasaron los años… mi padre continuó protegiendo la villa liderando el consejo del pueblo hasta que sus responsabilidades en Inglaterra le llamaron después de muchos años, debía atender asuntos en sus tierras, y a pesar de que le rogó a mi madre que se fuera con él, ella se negó, ella decía que sabía que él era inglés y que un día tendría que partir, pero sabía también que ella nunca dejaría su tierra, esa tierra donde había hecho raíces y que era su hogar, y el idioma de mi padre no fue precisamente lo que ella amaba mas de él. Él debía hacerlo, y jamás le guardé rencor por pensar que dejó a mi madre, comprendí que su deber se lo exigía… habló con el consejo de la villa y me cedieron su lugar – pausó un instante – hace tres años mi madre recibió una carta de la abuela Amparo, iaia Amparo, como me enseñó a llamarle, estaba muy anciana y deseaba acompañarla en sus últimos días; la muerte de vuestra madre destrozó a la mía, y nunca pudo perdonarse no haber visto a su hermana antes de morir, y no quería volver a sentirse así con la iaia Aparo, la iaia vivió seis meses y luego cerró sus ojos para descansar. A las semanas mi madre enfermó de fiebre y cuando llegue con ella solo me quedó sostener su mano y darle la paz de que en su última hora no estaría sola… lo último que me dijo fue que se marchaba tranquila, que había cumplido como madre y que fue feliz, con una sonrisa apretó mi mano y descansó - el Duque, y en realidad todos en aquel pequeño salón, se sensibilizaron ante el relato, y el joven notó aquello y no deseaba que aquello siguiera así, entonces volvió a hablar – disculpad mi melancolía, nunca tuve oportunidad de tratar estos temas con nadie

Bebió un poco de vino y continuó - pero, primo, aquí me tenéis, gracias a Dios con buena salud, para alegría de algunos y disgusto de otros – sonrió – vos no habéis cambiado nada, seguís con ese porte orgulloso que siempre admiré. Sé que os habéis casado, que habéis tenido hijos, contadme – el Duque bebió de su vino, y quien sabe si por los extraños presentes o porque simplemente le inquietaba saber mas de su primo le dijo – vamos, que ya os contaré de mí con más tranquilidad mañana en el almuerzo, porque sois mis invitados, vos y vuestros amigos – les hizo gesto de gentileza – ahora, mas bien, primo, deseo saber qué es lo que tan urgentemente os ha traído hasta mí, porque sé que si no fuera de menester vuestra presencia, entonces tendría vuestra visita en otras circunstancias – el joven asintió y habló - y no voy a negar que sea así, primo. Las circunstancias que aquí me traen son lamentables para mi y para mi gente… hace tiempo que la desgracia nos azota, piratas, moros, bandidos y desgobierno, nuestra tierra no tiene ya no tiene señores nobles que nos protejan, porque simplemente no se atrevieron a hacer frente a lo que vivimos, y los que quedamos tratamos de mantener viva nuestra esperanza y no dejar que nos arrebaten lo que hemos forjado y que es nuestro, pues creemos firmemente en que ese es nuestro derecho y nuestro deber – su tono era firme – os voy a contar detalladamente… - el joven le contó explayadamente de las desgracias que había pasado en su tierra, de los ataques piratas, de sus enemigos moros, y de todo lo que habían hecho para sobrevivir en lo que es su hogar. Luego de explicar sus motivos, concluyó – es por todo esto primo, y creedme que si no fuera necesario que este aquí no lo haría, que he venido a solicitar vuestra asistencia y auxilio. Vos sois grande en este Reino, tenéis los recursos, y, principalmente, lo sé con certeza, tenéis un corazón justo y generoso, pues así os he conocido desde el primer momento y nunca he oído cosa contraria de vos. Solo os pido que me auxiliéis con unos soldados y recursos para fortificar nuestra ciudad, todo será en préstamo, y os aseguro que os pagaremos todo una vez nos afirmemos y podamos ayudar al resto de nuestros vecinos. Mi gente tiene el valor para luchar y morir por nuestros ideales, pero en este momento eso no basta sin una buena espada, he visto en mi gente la esperanza renacer cuando les hablé de a quien vendría a solicitar auxilio, decidme, primo, ¿qué respuesta debo llevarles?
Yustebv


El Duque, que escuchó con atención el relato de su primo, no dudaba en que respuesta dar, entonces se levantó de su asiento y junto con el los demás – primo, no solo tendréis a mis hombres para defender a vuestra gente, ni solamente los recursos que necesitéis, sino, que también tenéis mi firme promesa de que haré todo cuanto esté en mi para liberar esas tierras de los que os perturban y aterrorizan – se acercó y dejando su copa de lado le estrechó la mano – primo, mi espada marchará junto a la vuestra en el combate – le sonrió y sin poder guardar la compostura ambos se abrazaron con gran emoción.

Es tarde, y debéis estar más cansados que yo, así que por favor id a descansar. Debo pediros que mañana viajéis conmigo a Valencia, aunque sé que debéis estar cansados de viajar, pero es menester que conozcáis a la Reina y que yo hablé con ella sobre lo que hemos tratado hoy. Debatiremos ciertos detalles en el viaje. - El duque llamó a Rodrigo para que guiará a los huéspedes a sus aposentos y el hizo lo propio.

A la mañana siguiente partieron desde Peñiscola hasta Valencia, partieron no muy temprano para dejar descansar a los jóvenes visitantes, y al atardecer llegaron a Valencia. La charla durante todo el viaje sirvió a Yuste para recordar con más detalle de aquel periodo en que vivió con su primo, su tío inglés y si tía, aquella que en momentos le parecía confundir con su madre, fueron algunos de los años mozos cuando le él joven Yuste quiso conocer el mundo y viajaba de aquí para allá, aquellos años en que el joven trotamundos no tenía mas responsabilidad que la de disfrutar de la vida.

Al llegar al Real de Valencia, la escolta del Duque anunció su llegada y antes de que cruzara los portones de aquel palacio, seguramente la Reina sabría que él estaba llegando. Descendieron del carruaje y avanzaron por los pasillos, un paje le indicó al duque que la Reina le esperaba en su despacho, el duque asintió y encargó que su primo y sus acompañantes esperaran en un salón aparte. Así, el Duque ingresaba al despacho real, aquel en el que antes era el quien esperaba sentado en aquella silla donde estaba ahora su esposa, curiosidades que siempre le arrancaban una sonrisa en el pensamiento.

Una reverencia a la Reina – Majestad – y luego, sin poder esperar mas a romper ese hielo protocolar, se acercó y rodilla en piso besó la mano de su esposa – siempre es la más grande de las dichas percibir el dulce aroma de vuestra presencia y la mas grande bendición contemplar vuestros ojos dadores de paz a mi alma – luego de un breve instante y una enamorada sonrisa, se compuso en pie. Una breve charla sobre los días sin verse y el Duque continuó – mi señora, esta vez es otra cosa la que he venido a conversaros y pediros. Y se trata de los siguiente… - el duque relató a la Reina sobre el encuentro con su primo y sobre lo que con él había conversado, le contó con mayor profundidad sobre de quien se trataba y quien era su primo, de lo que con su familia había vivido y todo lo que era necesario supiera, y al terminar, mientras la Reina oía sin intervenir, cosa que al Duque no le agradaba, pues sabía que cuando aquello sucedía era porque ella no percibía de agrado las palabras que le decía, entonces, concluyó – lo que pretendo, con todo lo que os he relatado, es que, como mi Reina, me permitáis guiar un ejército Valenciano para liberar aquellas tierras de la maldad y la herejía en que se están sumiendo. Sé que el Reino acaba de salir un mal momento, pero creo que esto avivará el corazón de nuestros hombres y mujeres de armas. - quedó observando a la Reina, deseaba ver en ella alguna reacción física o gesto que le diera señal, pero la Reina estaba en silencio.

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Rose_de_anthares


Siempre que el Duque salía del Palacio real en dirección a sus tierras en Castellón, la Reina daba la orden de que, a su llegada, le fuese avisado inmediatamente. Esto era, primero, porque le extrañaba y verle siempre era un bálsamo para su tiempo tan complicado por aquellos días. Pero esta vez su preocupación por saber de él, era porque nada más recuperarse de sus heridas había decidido salir, contradiciendo ordenes del galeno.

Y su llegada su pronta e hizo ingreso muy protocolar a su despacha privado, al menos poco duró pues nada más uno segundo estuvo a su lado, mirándola como siempre. Y ella correspondió a su cariño con la única forma que había aprendido a mirarle, una mirada llena de dulzura.

Hubiese deseado ese momento fuera eterno, pero el Rey se puso de pie y comenzó a detallar los motivos de su tan ansiado regreso. A medida que oía, la Reina no daba crédito a sus palabras, había aprendido con los años a desconfiar y el relato que su esposo le contaba le parecía no solo de fantasía, sino peligroso. Su relato, el cuál incluía una propuesta, terminó con la mirada del Duque clavada en la suya. Su respuesta llena de ímpetu no se hizo esperar.

¡NO! – respondió al Rey - ¿acaso vuestra mente se ha nublado? – se levantó de su escritorio y avanzó hasta ponerse de cara frente al él – Acabamos de salir de una guerra, no os daré ni un soldado para una campaña insensata a tierras perdidas de la mano de Dios ¡ni un solo hombre!, ¿os ha quedado claro? – caminó hasta moverse por la sala de un lado a otro, podía sentir sobre sí la mirada molesta de su marido. Aquello encendía más el enojo que sentía – parece os burláis. No os importa nada que no tenga que ver con vos, apenas y os veo, pero si tenéis la osadía de venir a pedir una brutalidad como esa. No, nuevamente y mil veces no, y tampoco permitiré vais a ningún sitio – se acercó nuevamente a él – hace poco sanaron vuestras heridas. No se a cuenta de qué viene esto, me habláis de un pariente que bien puede ser un engaño para sacaros algún beneficio o abusar de vuestra buena voluntad. Seguro es un caza fortunas y vos, como jovenzuelo, caéis en sus redes. Que broma más trágica la que me presentáis…

Dejó de hablar y se paró frente a la ventana, intentando hacer entender al Rey que poco en verdad le importaba su petición. Y mientras hacía ese acto condenatorio, se preocupaba de las ideas que habían surgido en el corazón del su marido. ¿Partir a una guerra a tierra de nadie?, dónde no había ley ni tratado que se respetara. Ella sabía de la situación de esas tierras, pero no eran de su interés y sin embargo, en unos instantes, se habían convertido en preocupación para ella.

No iremos – le dijo de pronto – y ni una palabra más – sentenció mientras se giraba a enfrentar decidida la mirada del Rey que hasta ese minuto había guardado prudencial silencio.

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Yustebv


La negativa de la reina fue rotunda, el Duque la oyó y entendió sus motivos, o eso quiso hacer, sin embargo estaba empeñado. No quiso pedir una segunda vez, pues las palabras de la Reina, aunque a él no le gustara, llevaban razón, y, además era la monarca de Valencia y actuaba conforme a ello. Asistió a su negativa, aunque en su rostro se reflejaba la inconformidad - se que no puedo obligaros a aceptar lo que os digo - ambos se miraban serios - sin embargo, majestad, aún soy el Duque de Benicarlò y apelando a mi derecho y deber de asistir a quién también es mi familia, y por el juramento que hecho como rey y como noble para defender las causas justas y de defender nuestra fe aristotélica, guiaré únicamente a mis hombres a aquellas tierras - se compuso firme y haciendo reverencia a la Reina dispuso retirarse, pues estaba decidido y sabía que sí aquel encuentro se prolongaba la Reina terminaría por tratar de imponerse a su determinación. Así se retiró del despacho real.

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Rose_de_anthares


- ¡ Soy la soberana de este Reino, deteneos de inmediato y volved. No he terminado con vos! – le gritó mientras le veía salir por la puerta sin dar vuelta atrás - ¡Yustee! – pero no hubo respuesta y la Reina regresó a la habitación con la furia en las manos y en los ojos - ¡A mi la guardia, mandad a llamar al capitán ahora mismo! – ordenó la Reina a los soldados que custodiaban su puerta.

Tenía el puño apretado y puesto en su boca, se paseó varios instantes por la habitación. No podía creer se fuera a arriesgar así su vida. Pero lo que más le conmocionaba es haberle dejado partir solo. Después de la rabia vino la calma y con ello la claridad de las cosas. La tristeza la invadió justo cuando el capitán hacia ingreso a su despacho, no medio palabra alguna hasta que el noble barón preguntó que deseaba y se ponía a su servicio. Después de unos instantes y con la mirada perdida en las cosas que aterraban a su corazón le habló – armad a toda la guardia y partid tras el Duque, aún debe estar en el real. Dónde vaya iréis vosotros, no le dejaréis ni a sol ni a sombra y si perdéis su paso deberéis responder ante mi, pero por sobre todo… - miró a los ojos a Valken – cuidad de él por mi.

Volvió a bajar la mirada, el capitán respondió afirmativamente. No preguntó más y se retiró a su encomienda. La habitación estaba oscura y sola. Tan solo hace unos instantes, parecía ser mediodía, todo era cálido y la sonrisa de él iluminaba la habitación. Ahora el frío había regresado y el silencio era total. Se levantó de su asiento con cansancio para cerrar las pesadas puertas que Yuste había dejado abiertas tras de sí, pero antes que pudiera concluir la labor, una de sus damas preguntó si encendía los candelabros de su oficina; ella respondió – no es necesario, de todas formas habrán sombras – y cerró la puerta completamente.

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Yustebv


El Duque salió del despacho real y encargó que les hicieran saber a sus acompañantes que les esperaría en el patio de las caballerizas, cuando le alcanzaron el joven de ojos grises notó que algo no andaba bien – os explicaré en el camino – dijo Yuste, el joven asintió y se marcharon del Real con destino nuevamente hasta Benicarlò.

En el camino de regreso el de Berasategui le explicó a su primo todo lo acontecido con la Reina, aunque de una manera mas diplomática, pero también le explicó de como él no pensaba dejarle de lado y le confirmó cumplir con lo que le había prometido, una semana le pidió para organizar todo y poder marchar hasta donde se había ofrecido marchar.

La semana aquella pasó rápidamente entre las preparaciones de los soldados, las armas, los caballos y los barcos. El Duque zarparía rumbo al este del mar mediterráneo con una flota de cuatro carabelas, en ellas llevaban dos bombardas medianas, treinta caballos con sus respectivos caballeros, y aproximadamente doscientos hombres repartidos entre lanceros, espadachines y unos pocos arcabuceros entrenados.
El viaje tampoco sería largo, media mañana y media tarde, las velas se izaron y en la principal nave de comando el Duque y su primo, observando al este en el horizonte. En el viaje acordaron ciertas estrategias y de cómo se organizarían, todo parecía estar bien calculado y nada debería salir mal.

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Puerto a la vista! – anunciaba un marinero desde lo alto de un mástil. El de los ojos grises observaba a lo lejos su pequeña ciudad junto a su primo – primo, una vez mas, Eivissa os espera – le puso la mano en el hombro como dándole gracias.

Apenas pasaron unos días, sin embargo la ciudad denotaba haber sido nuevamente atacada. La maltratada muralla y sus torres seguramente no aguantarían un asedio más. Rodearon la ciudad por la costa hasta llegar a la bahía donde los barcos atracarían para desembarcar.

El desembarco y desplazamiento fue ordenado, el camino hasta la ciudad se sobrellevó sin problemas y allí estaban ya. Los ibicencos los recibieron con palmas y esperanza, todo dentro de lo que su animado corazón ante la desgracia les permitía.

No hubo fiestas ni celebraciones, aún no era tiempo, y durante dos semanas los Benicarlandos entrenaron en combinación con las milicias ibicencas. Hasta ese momento el lugar parecía que la paz gobernaba, pues probablemente los moros y piratas se habrían enterado de la llegada del Duque y sus tropas, ante lo que evitarían atacar. Sin embargo, aquel viernes once de enero, los guardias anunciaban la presencia de un ejército de señales moras, el Duque y el joven comandante de la ciudad ordenaron la formación de combate, pues no esperarían al asedio.
Yustebv


El Duque portaba su armadura, y cabalgó hasta el frente de las tropas ya formadas, su primo le esperaba allí para comenzar con lo que ya estaba dispuesto – buenos hombres, hoy justificamos nuestro viaje, hoy los ibicencos lucharan junto a los benicarlandos para defender a esta ciudad de esos despreciables y barbaros herejes – los soldados se hicieron oír despreciándoles – hoy, benicarlandos e ibicencos tendremos la oportunidad de hacerle un favor a esta tierra y librarla de las barbaries de estos hombres… si así podemos llamarlos – los hombres gritaban un viva – honor y valor. Dios está con nosotros! Por San Jorge!– concluyó la arenga y un gran viva entre los soldados.

Las tropas salieron de la ciudad y se dispusieron en la formación que habían preparado. Al frente los arcabuceros avanzaron hasta tomar buena posición, la orden era de dos tiros a sus arqueros, que también adelantaban y luego retirada, con sus escudos en las espaldas para librarse de las flechas enemigas, y así sucedió, los arcabuces benicarlandos fueron efectivos y redujeron considerablemente a los arqueros enemigos, lo cual beneficiaría el encuentro con la infantería.

La primera línea de infantería enemiga avanzó tras la retirada de los arcabuceros, estaban dispuestos a querer alcanzarles y masacrarles, el Duque mandó a hacer frente a los espadachines contra la infantería, y por los flancos avanzaban los lanceros para evitar que la caballería enemiga ataque por esos lados, el encuentro con los enemigos fue estruendoso desde el primer instante, las espadas chocaban y se oías hasta el desgarre de las carnes entre las ropas de los que iban siendo heridos o muertos, la caballería enemiga, que para bien de los ibicencos no era mucha, se disponía atacar por el flanco derecho, lo propio hizo el Duque, aunque una parte se dispondría a partir por el otro flanco para rodear la línea de batalla y tras destrozar a sus arqueros terminar con la caballería y luego acabar con la infantería enemiga.

Todo iba marchando tal cual lo planeado, la victoria parecía asegurada, el Duque no quiso huir al fragor de la batalla y luchando entre los primeros de su caballería iba causando tantas bajas como podía al enemigo – la caballería enemiga huye! – gritó un benicarlando – no los persigáis! Acabad con la infantería! – ordenó el duque y marcharon a ello.

El primo del Duque, que lideraba la otra parte de la caballería se lanzó por el otro flanco para apoyar a la infantería y juntarse con la caballería del de Berasategui, y cuando todo parecía resuelto, un soldado derribó al caballo del Duque cortándole una pierna al animal en su galope, el Duque se repuso al golpe de la caída, el mismo que derribara el caballo se lanzó embravecido contra Yuste cual una fiera, la defensa del duque, aun desde el suelo, resultaba buena ante el adversario, quiso ponerse en pie, pero el otro no se lo permitía, golpe tras golpe y al final el Duque atinó a atacar a una de las piernas de su enemigo, ante la pérdida de control del moro que tiró su espada le lanzó una estocada para darle muerte, el moro pretendió sacar una daga, pero la espada del de Berasategui fue mas rápida, por fin se pondría de pie y continuaría en la batalla, sin embargo el moro cayó sobre el como queriendo retenerle, aún no estaba muerto del todo, y otra estocada del Duque terminaría de cegarle vida.

El Duque se puso en pie y marchó a continuar con los suyos, derribando a todo aquel que frente a él se ponía, pocos instantes después el sonido de los espadazos se reducía, los últimos moros huían del campo de batalla, los benicarlandos e ibicencos empezaban a celebrar con vivas, el Duque se encontró con su primo y le estrecho el brazo con una sonrisa en medio de su agitación – victoria… - le apretó fuerte la mano – Dios guía nuestras espadas! Victoria!!! – gritó el Duque para todos y un gran viva de los soldados le siguió. De repente, la vista del Duque se le fue nublando, se sostuvo del brazo de su primo y supo que algo no estaba bien, empezó a desvanecerse y no oyó lo que su primo y algunos soldados le decían mientras se acercaban a él para ayudarle.

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Ojos_grises


El primo del Duque intentó mantener en pie a Yuste, mas no pudo evitar que este perdiera la conciencia, sostuvo su caída en compañía de los soldados y triste fue su sorpresa al notar que por debajo del peto de hierro, a la altura del vientre, su primo se desangraba – no, no así – le decía mientras daba indicaciones para que lo levantaran en brazos aún con vida, y tan pronto como pudieron se lo llevaron a los interiores de la ciudad.

A pesar de la victoria obtenida la felicidad para el joven comandante no podía ser ninguna, pues su primo, aquel a quien le debían esa gran victoria, estaba herido, y aun después de que los galenos hicieran denodados esfuerzos en varias horas, él no recobraba la razón. Le hicieron todo cuanto pudieron hacerle para curarle, mas su medicina no era suficiente, únicamente lograron detener la hemorragia. El joven tomó la determinación de que el Duque debía ser atendido en Valencia, además de que debía estar junto a su esposa en aquellas horas en las que él mismo no sabía cómo resultaría todo.

Esa misma noche una de las carabelas se devolvía a Valencia, las tropas benicarlandas se quedaron a esperar en la villa, a pesar de que la victoria fue grande, tal vez podría sucederse otro ataque, y no era bueno para nadie, ni para el Duque, que tanto empeño había puesto en aquella empresa. Un capitán de los benicarlandos quedaba integrado al consejo de la ciudad para coordinar lo que fuera necesario, y estaban de acuerdo en que este viaje era por el bien y recuperación del Duque.

Por la mañana llegaron hasta el puerto Valenciano de la capital, el Duque herido desembarcó en una camilla para hacerle continuar el camino en un carruaje acondicionado para ello. En Valencia nadie tenía idea de lo que acontecía ni de a quien llevaban en aquel carruaje aquella pequeña pero reforzada escolta. Así marcharon hasta el Real, el joven se acercó hasta la guardia de la entrada y le comunicó de a quien llevaban. La guardia del palacio se movilizó de una manera alarmada y se apuraron en ingresar al Duque hasta los aposentos que le correspondían y tan rápido como pudieron fueron a informar a la Reina.

El joven no quiso separarse del Duque en ningún momento, sin embargo los guardias no se lo permitieron. Los galenos del palacio llegaron antes que nadie a la recamara donde estaba el Duque para ver de su situación, pues así estaba establecido en un protocolo que mandaba su inmediata actuación.

De pronto, por el pasillo se acercaba la figura de la Reina, se notaba su obvia preocupación ante lo que le habían informado. El joven se acercó hasta su majestad y ella le miró extrañada – Majestad, antes de ver a vuestro esposo, es menester sepáis lo acontecido. Vuestro esposo ha sido herido en combate, pero ha estabilizado por nuestros médicos, sin embargo, ahora está inconsciente, por lo que no podrá hablaros – la Reina miraba extrañada a este hombre que ni siquiera conocía - ¿y quién sois vos? – preguntó ella – majestad – se inclinó con rodilla en el piso – soy probablemente el hombre que mas despreciareis en esta vida, pues soy el responsable de que vuestro esposo esté en esta condición – se puso de pie despacio e inclinado como pidiendo perdón – soy el primo de vuestro esposo – esperaba el repudio de la Reina, pues se sentía responsable de todo lo sucedido, y así quedó sin poder hacer mas nada.
Rose_de_anthares


Habian pasado algo de tres semanas desde que el Rey había partido, tiempo en el cuál no había tenido una sola noticia de él o de la guardia real que le acompañaba. Trataba de mantenerse calmada, se lo exigía a si misma y las multiples tareas que el reino le proporcionaba.

Durante aquel viernes 11 de enero, la Reina se encontraba en uno de los salones, había pedido trajeran a su pequeña hija Erzsebet. El día era uno claro para ser invierno.
Tomaba a su hija y giraba con ella en vilo haciendola reir, la verdad es que ambas reían. Pesaba en su corazón haber discutido con su marido antes que partiera, al menos, debió despedirle con todo el afecto y amor que sentía por él - Cuando vuestro padre regrese Erz, le recibiremos con los brazos abiertos y como un heroe y le llenaremos de besos ¿a que sí? - la niña continuaba riendo.

Alguna vez alguien le contó que era malo reir un viernes, a ella aquello le parecía una tontería pues la felicidad no era algo que pudiese contenerse, al menos por ser un viernes. Pero si ella lo hubiese recordado aquel día le habría dado razón. Por extraño que parezca, la Reina notó ruido de armaduras por el pasillo, voces a viva voz y una sensación se agolpó seriamente en su pecho ¿eran victimas de otro ataque?. Llevó a su hija contra su pecho con la mirada espectante en la puerta hasta que ésta, de golpe, se abrió de par en par. Un par de soldados se inclinaban ante su presencia, en sus rostros habían preocupación y nerviosismo. Erzsebet comenzó a llorar con el máximo de sus fuerzas sin que pudiera calmarla.

- Majestad, es el Rey... - dijo el hombre que tras decir aquellas palabras bajó la mirada sin poder mediar otra palabra. Se quedó quieta, por alguna razón sabía que pasaba y a la vez no. La reacción no llegaba a lo que estaba pasando - ¿El rey? - atinó a preguntar.

Rose de Pern i Berasategui, antes que Reina había sido soldado y oficial. ¿Cuantas veces no había tenido la penosa tarea de ir a los hogares de los soldados caídos en batalla? siempre era igual, la frase comenzaba, pero jamás terminaba y era imposible mirar a los ojos a quién recibia la noticia - está herido, os esperan. Galenos ya le atienden, han sido citados nada más llegar al puerto... - no esperó, no podía. Erzsebet no tenía consuelo y la entregó en brazos de su intitutriz quién estaba tan impresionada como la Reina.

Pasó casi empujando entre los dos soldados para salir de la habitación, congió el vestido con ambas manospara poder avanzar rápido entre los pasillo. Maldijo que el Palacio fuera tan grande y trropezó un par de veces casi a punto de caer. Se impuso no imaginar nada, pero imaginaba que al llegar le vería despierto, sonriente y hablando de lo exagerados que eran todos en tratarle con tantos cuidados, extendería sus brazos para recibirla y rodo seguiría como siempre. Nadie podría arrebatarle de sus manos la felicidad que tanto le había costado conseguir y cuidar.

No se había dado cuenta, pero tenía los ojos llenos de lágrimas. Y cuando al fin llegó hasta la habitación del Rey, soldados, más de diez, custodiaban la puerta, sumados a los galenos que entraban y salían de la habitación hablando entre sí y negándo con la cabeza.

Antes de poder entrar, un hombre le detuvo y le habló sobre el estado del Rey - ¿quién sois vos? - le preguntó a quién rodilla en suelo para hablarle, se ponía ahora de pie, incapaz de mirarla a los ojos - Soy el primo de vuestro esposo... - entonces, la cabeza, el corazón y todo en ella se llenó de una ira incontenible - ¿vos? - le dijo, recordando la historia relatada por Yuste. Ese hombre frente a ella era la causa del mal que ahora asolaba a su familia.

Alzó la mano y en presencia de los presente le abofeteó - maldito seáis - le dijo en la cara tras golpearle - quitad de mi vista a este infeliz - ordenó - Ya arreglaré cuentas con vos, ahora no tengo tiempo a causa vuestra - le dijo, empujándole con el hombro haciendo ingreso a la habitación real.

Pero ahí se quedó, largo instantes en los cuales solo supo que llevó su mano a su boca para callar su pena, que a segundo, le rompía todo por dentro. Y avanzó lentamente sin quitar la vista de la imagen pálida de su marido, de sus ojos cerrados, de su cuerpo mal herido y manchado en sangre. Nada de lo que veía era lo que había soñado, ahora su vida comenzaba a sumergirse en una pesadilla.

Miró de reojo a los galenos preguntando con los ojos - Majestad, la herida está cerrada y hemos detenido la hemorragia, pero no recupera el conocimiento... no sabemos cuan profunda es la herida y hay mucha fiebre... - dejó de mirarles y se acercó a su lecho. Tomó su mano que se encontraba un poco tibia y la puso contra su cara.

La puso entre las suyas y la besó, luego besó su frente y su rostro varias veces quedándose con su rostro pegado al suyo - amor mío, mi Rey, volved conmigo por Dios, quitad esta angustia que me está matando - se alejó un poco de él, miró su herida - No... - alcanzó a decir entre gemidos mientras lloraba - No... - volvió a repetir hundiendo el rostro en las sabanas de lecho. Levantó la mirada - mandad a llamar a los infantes, a su hermano, al canciller y al secretario real. Buscad a los mejores galenos - guió la mirada hacia los hombres - sois unos inútiles, todos ¡MARCHAOS! - gritó - ¡TODOS!, dejadme con él y llamad a mis hijos. Por el altisimo, traed al mejor médico. Daré cuanto tengo porque le hagan despertar y le regresen a mi. No quiero ver esa herida... - repetía una y otra vez, aferrándose al cuerpo inmovil del rey quién en sueños parecía sufrir - QUE PARTÁIS YA! - se levantó amenazante y todos salieron de la habitación.

La nieve comenzaba a golpear en la ventana pareciendo se convertía en una tormenta. Volvió los pasos hasta su esposo y se quedó mirandole de pie aún llorando - No, exagero - se secó las lágrimas - despertará y me sonreirá. Podré disculparme por no haberle besado al partir a esa funesta guerra, sí, eso pasará. Rezaré por ello... -

Se hincó de rodillas al lado del lecho del Rey, tomó de su mano y comenzó su rezo lleno de angustia y esperanza.

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Ederne_bp


Era un día particularmente distinto, a pesar del frió reinante del invierno, había cierta luminosidad distinta que daba a los salones un tono menos lúgubre.

Aun así, tras su escritorio, Ederne revisaba cartas que, mezcladas entre tratados diplomáticos que visar y funcionarios que debía contratar, le tenían totalmente absorta. Sin duda le gustaba su trabajo, su esposo siempre le recordaba su gran elocuencia para convencer hasta al mas testarudo de los mortales, y ederne había asumido aquello como un desafío a cumplir, jamás pensaba en defraudar a su esposo y por consiguiente solo pretendía sorprenderlo día con día.

Adicional a aquello estaba contenta aquel día, feliz por decir lo menos, llegarían sus hijos desde Gandia, invitados a pasar los días posteriores junto a sus padres y su abuela la Reina, no era aquello signo que los pequeños Borjas pasaran abandonados en Gandia, una o dos veces por semana el matrimonio viaja hasta el hogar para saber de ellos, compartir su crecimiento, pero aquel viernes, serian ellos los que vendrían y compartirían los juegos infantiles en el palacio real

Si, la reina se encontraba hacia semanas sumergida en una gran tristeza, la disimulaba a todos cuantos la visitaban, y en todas las audiencias sonreía y platicaba como si nada pasara, pero Ederne la conocía demasiado bien, comprendía como se sentía, pues en su lugar, aquel distanciamiento entre esposos era algo que ella misma no consentiría ni soportaría.

Dispuesta a buscar a su esposo, pues llevaba largas horas sin ver su sonrisa, y a darse una tregua entre tratado y tratado, Ederne hizo abandono de la oficina y se dispuso a buscarlo.

A unos pasos de allí, dos mujeres de la corte hablaban entre susurros, sus rostros eran de escepticismo y tristeza - seguro penas de amor - pensó la Berasategui, mientras sonreía a ambas mujeres que silenciando sus bocas y tras una reverencia, pasaba por el lado de ellas para continuar su camino a la oficina del Secretario Real.

A un par de pasos de la oficina dos soldados de la guardia real, se le acercaron directamente – Alteza – pronunciaron al unísono mientras se inclinaban – la Reina…- el que había hablado, dudo al mirar a su compañero de armas.

Ederne sintió por primera vez una sensación que hacia mucho o quizás nunca había sentido, el corazón bombeaba con fuerza, la duda de los hombres la había preocupado.

¿Que sucede a mi madre? – Pregunto con cierta serenidad – a la Reina, nada, Alteza, pero os requiere en la habitación real – Ederne se sorprendió que la Reina aun se encontrara en los aposentos reales y pregunto - ¿se encuentra indispuesta la Reina? – era una pregunta escéptica, su madre jamás se enfermaba.

No es vuestra madre, Alteza – dijo el hombre haciendo una breve pausa, la siguiente frase, fue lo ultimo que Ederne escucho – vuestro padre, el Rey, ha regresado herido desde el campo de batalla – las palabras salieron sin pausa y sin una pizca de delicadeza de los labios del guardia real, el rostro de la Berasategui palideció y sus ojos perdieron la chispa que la caracterizaba, aquel claro día, se transformo entonces en tinieblas y el pecho redujo su latir al mínimo, una sensación que jamás había sentido la recorrió por entero logrando estremecerla, solo unas fuertes manos conocidas lograron que su cuerpo no se estrellara contra el suelo cuando sus piernas flaquearon ante su peso.

Solo segundos después, que parecieron horas para la Berasategui, recompuso la compostura y se abrió paso por entre los guardias hacia los aposentos de la Reina.

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Yustebv


Su cuerpo no sentía nada, su mente estaba como sumergida en un mundo que no conocía, no había dolor, no había sensacion ninguna... De repente, fue como si el alma le volviera, volvía a sentir, aunque aún vagamente, esa energía que impulsa la vida, el calor que sentía en su mano era aquel que era inconfundible, poco a poco su oído comenzaba a percibir sonidos, el llanto que oía era el de su esposa, intentó hablar, pero su cuerpo aún no le respondía y él no sabía que le estaba sucediendo.

Reunió sus esfuerzos en darle una señal de que estaba con ella, entonces apretó su mano. Sintió la reacción de su esposa ante su señal y con ello, que le animaba más en el deseo de poder hablarle, pudo poco a poco recobrar sus sentidos. Aunque débil, pudo pronunciar en voz baja a su esposa - sólo con vuestra voz y caricias harías que un cadáver vuelva a vivir - intentó sonreirle.

Poco a poco fue recordando todo lo sucedido, aunque no tenía noción del tiempo que pasó. Pero en ese momento lo único importante era que el amor de su vida estaba njunto a él, entonces no necesitaba más para descansar... Observaba los ojos de su esposa e hizo un sobre esfuerzo para intentar secar sus lágrimas - yo no valgo esas lágrimas, amor mío, sonreíd, que solo así me siento vivo.

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